viernes, 29 de enero de 2010

Domingo de Septuagésima


EL ERROR DEL PREDESTINADO

El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.” Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: “¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?” Dícenle: “Es que nadie nos ha contratado.” Díceles: “Id también vosotros a la viña.” Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: “Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros.” Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor.” Pero él contestó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos. (San Mateo, 20: 1-16).


Bibliografía utilizada:

Emmanuel, Comte de Malynski:
L’Erreur du Prédestiné (El Error del Predestinado).


Reverendo Padre Leonardo Castellani:
Las Parábolas de Cristo: Del fin de la Sinagoga.



Esta parábola evangélica, del patrón de la vid y su manera de distribuir los salarios, nos dice que este propietario se había ligado por un compromiso con los obreros de la primera hora.

Como toda parábola, es una figura y un símbolo; porque del mismo modo, Jehová se comprometió con su pueblo, el cual, a su vez, se ligó recíprocamente a la fidelidad y firmó su contrato con conocimiento de causa, a pesar de todas las inclemencias y todas las vicisitudes.

Ahora bien, el señor de esta vid, así como el Señor del universo, era absoluta y legalmente libre, no sólo de pagar el mismo salario a los obreros de la undécima hora, sino incluso darles el céntuplo… e incluso ofrecer gratuitamente un regalo a personas que no hubiesen trabajado, sin perjuicio de los que habían trabajado…

En efecto, se trata de sus bienes, sobre los cuales nadie tiene el derecho de control, y los cuales solo él tiene el derecho innegable de distribuir como lo desee y como bien le parezca.

La protesta de los obreros de la primera hora es manifiestamente ilegítima.

Si, en la práctica, tenían probablemente el motivo oculto de intentar recibir mayor paga (lo que sería codicia); en teoría y en principio sólo se inspiraban en el sentimiento de la envidia, que no desea tanto lo mejor para sí como el menor bien para el vecino… en fin, el mal por el mal…

Sin este sentimiento de envidia, los viñadores de la primera hora se habrían contentado con el salario convenido… Pero la envidia se inflama cuando sus compañeros son tratados tan generosamente.

El análisis detallado de este relato evangélico nos conduce más lejos y nos hace ver la secuencia y la filiación de los sentimientos satánicos…

Del seno fértil de la envidia, vemos nacer, espontáneamente, una segunda impresión, igualmente característica, la cual, en el caso que nos ocupa, por falta de medios no fue más que un reflejo; pero que con la fuerza o las armas a su disposición, hubiese tomado la vía de la violencia. Como en la otra parábola de los viñadores homicidas.


En lo inmediato vemos nacer dos nuevas actitudes: una hacia los iguales (figura del trato con el prójimo), otra respecto al dueño de la vid (significando las relaciones con Dios).

La primera es el odio, directamente generado por la envidia contra un compañero, sin que él haya cometido ninguna falta, por el solo hecho de que se le trató generosamente.

La segunda es el espíritu de anarquía y de rebelión que insinúa a los trabajadores la presunción insolente de discutir y de criticar los actos y los gestos privados de la autoridad legítima cuando ella es perfectamente conforme a la justicia.

El dueño de la vid no es de ninguna manera un déspota; en verdad es liberal y generoso con todos.

La mentalidad política, económica y social contemporánea es similar a la de los viñadores evangélicos, sin hablar del actual quiebre de todo poder legítimo.

De este modo, la ruina amenaza al mundo porque el Príncipe de este Mundo, inventor patentado de la envidia, del odio y de la rebelión, sigue trabajando...


Pero no nos desviemos del tema que nos ocupa en particular. Hemos dicho que esta parábola es una figura del compromiso entra Jehová y su pueblo, que, a su vez, se ligó recíprocamente a ser fiel.

La parte leal y noble de Israel rogó, sufrió, perseveró bajo los rayos ardientes de un sol de mediodía, como los obreros de la primera hora; observó el contrato de alianza que obligaba a las dos partes.

Y Dios cumplió todos sus compromisos: sensible, según su promesa, a las súplicas constantes de este pueblo, el Señor le envía el Mesías, conforme a la imagen trazada en sus menores detalles por las predicciones de los Profetas.

Y fue en verdad su Mesías, nacido de su sangre, hablando su lengua, evangelizando solamente a sus hijos y eligiendo entre éstos sus discípulos.


Una misión privilegiada correspondía a Israel, que hubiese podido pasar a ser, si lo hubiese querido, el primogénito del segundo nacimiento bautismal, el “primero entre sus pares”, en medio de las naciones… como Lucifer, el Ángel Portador de la Luz, hubiese podido seguir siéndolo en el seno de amor divino.

Pero eso no era suficiente, ni para el uno ni para el otro… ¡Qué desgracia!

Pretendían limitar a sus personas la capacidad infinita del amor de Dios; confiscar hasta cierto punto su beneficio exclusivo, la totalidad de amor que creó y que llena el universo; hacer del Omnipotente una especie de deudor-esclavo, reclamando para sí no sólo los favores prometidos, sino también su poder, su voluntad y hasta esta libertad de hacer el bien a su manera.

Por monstruosa que pueda parecer tal presunción, era esto exactamente lo que pretendía Israel…

Ya que Dios, como el propietario legítimo de la vid, no negaba a los obreros de la primera hora el salario prometido; al contrario, lo daba íntegramente, sin restarle nada.

Pero se complacía, al mismo tiempo, en pagar la misma suma a los obreros de la tarde, como era su derecho, y nadie podía objetar o limitar su generosidad.


Dios no podía encontrar sino arrogante e insolente esta postura de los criados y criaturas que buscaban subvertir el orden, queriendo imponer a su Creador y Señor su voluntad y sus pretendidos derechos del hombre o del pueblo.


Después de haber suscitado tantos Profetas para describir con claridad por medio de palabras e imágenes el verdadero carácter de la realización mesiánica, el Omnipotente no podía hacer nada más.


Israel tenía todas las gracias. Toda su historia es un largo milagro, jalonado de predicciones y prefiguraciones. Dios le prodigó sus favores…

Pero lo que Israel rendía como fruto, se apresuraba inmediatamente a ingresarlo en el gran libro de su contabilidad personal…

Esta actitud merecía un castigo. Pero debía ser tal que las promesas divinas fuesen cumplidas; es decir, no debía venir de Dios, sino tener su fuente en el mismo pecado, y ser su consecuencia.

Además, no debía tener el carácter de un destino inexorable, sino una prueba suprema, difícil pero no imposible de superar.

Esta prueba, por el hecho de ser suprema y última, no podía ser sino una prueba de amor, puesto que el amor es la cosa última y suprema por excelencia.

Consistía en que el amor se elevase más allá de su sombra y compañera aquí en la tierra: la envidia…

Es decir, que el amor heroico y digno de Dios venciera al amor propio y terreno...

Ahora bien, la diferencia entre estos dos amores y, al mismo tiempo, la raíz de la envidia, radica en compartir y dar...

El amor humano, sin la ayuda de la gracia, no admite compartir.

Las leyes del amor sobrenatural son diferentes, porque el Infinito puede compartirse sin disminuirse. Sin menguar, Él puede pertenecer a todos enteramente, perteneciendo al mismo tiempo enteramente a cada uno.


Esto es lo que sucedió en la crisis de Israel, pero en un grado infinitamente más agudo y más potente... porque el Infinito estaba en juego…

Era necesario superar este instinto natural del amor humano, para elevarlo al concepto del amor al prójimo que, según las palabras evangélicas, es semejante al amor de Dios.

Lejos de contradecirlo o de disminuirlo por la división, el amor al prójimo eleva el amor humano y hace de él una misma cosa con el amor de Dios.


El fracaso de Israel fue lamentable…

Y seguirá siendo un ejemplo espantoso para todos los tiempos de cuán miserable es el hombre cuando quiere jugar al acreedor y al comerciante con Dios, en vez de abandonarse humildemente a la misericordia divina en el sentimiento de su indignidad y en el de la indignidad de sus pretendidos méritos y créditos.


Sin embargo, sólo ha sido el primer episodio esta lucha…; el segundo continúa aún hoy…es la verdadera lucha directa, cuyo estimulante y principio son la rebelión, el rencor, la venganza y el odio...

Israel se enroló claramente en el campo de los enemigos del bien, de los enemigos de Dios, enarbolando conscientemente el estandarte del Maligno, constituyéndose en el abanderado de todas las fuerzas dispersas que, según la palabra evangélica, no recogen con Cristo sino que desparraman.


Nada florecerá sobre el viejo tronco de Jesé, irremediablemente desecado como la higuera de la otra parábola del Evangelio, excepto las flores venenosas y satánicas de la rebelión, de la venganza y del odio… ya que el pueblo elegido de las predilecciones divinas será en adelante el pueblo deicida, el pueblo rechazado, maldito y despreciado por aquellos mismos que, por ambición o por interés, se asocian con él…

Será el rencor condenado a fermentar en medio de pueblos y naciones, la levadura farisaica que hará elevar y dilatar todos los malos instintos de la raza humana y de la bestia primitiva que duerme en ella y que se consagrará a revivir el beso de Judas…


Y así será hasta el cumplimiento del tiempo de las naciones…, que ya vivimos…


Pero, atención, porque los últimos serán primeros y los primeros, últimos


Jesucristo, el Mesías, reprueba a su pueblo, lo cual tiene gran importancia y resuelve una dificultad tremenda en la lectura de las Escrituras.

Dios había hecho a los hebreos promesas grandiosas que, aparentemente, no cumplió…

¿Qué pasó? En Malaquías está la clave del misterio: el Profeta reprende y amenaza la corrupción religiosa, que desembocará en el fariseísmo; y amenaza con la “ruptura del pacto de Leví” y con hacerse un nuevo y más digno sacerdocio.

Las promesas divinas eran condicionadas, y los judíos quebraron el Pacto.

Pero los planes divinos no se quiebran nunca y sus promesas son sin arrepentimiento.

Al final de la profecía de Malaquías surge una promesa que no es condicionada sino absoluta: es la promesa del triunfo definitivo de Israel en la Parusía.

Jesucristo declaró solemnemente la ruptura del Pacto divino con la Sinagoga; todas las amenazas divinas contenidas en los profetas cayeron sobre Israel; y su conversión y triunfo fueron aplazados para el fin del mundo.


Toda esta historia encierra una lección gravísima para el cristiano.

El cristianismo tiene las promesas infalibles de Cristo; y en esas promesas, falseándolas, algunos se ensoberbecen o se adormecen…

Pero la Sinagoga también tenía esas promesas… ¿Qué le pasó?... Ya lo hemos considerado.

Algunos extienden el “he aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”, o el “las puertas del Infierno no prevalecerán”, o el “Yo he rogado a Dios, oh Pedro, para que tu fe no desfallezca”...

Extienden estas promesas y se las adjudican a sí mismos y a sus diplomas de intocables…

Porque la Iglesia es Santa, ellos deben ser respetados como santos, hagan lo que hagan…

Porque las puertas del infierno no prevalecerán, ellos se inventan futuros triunfos temporales y aun mundanales de la Iglesia…

Porque el Papa es infalible cuando habla ex cathedra, surgen una multitud de maestros que son infalibles cada vez que hablan...

Es un grave abuso… El mismo abuso de la palabra de Dios de los fariseos…

Contra este abuso está escrito: “Cuando Yo vuelva, ¿creéis que encontraré la fe en la tierra?” La fe estará tan reducida y oculta como para no encontrarla.

¿Por culpa de quién? Por culpa del engreimiento cristiano, contra el cual nos previene formalmente San Pablo: si algunas ramas fueron desgajadas, mientras tú -olivo silvestre- fuiste injertado en lugar de ellas, hecho partícipe de la savia que sube de la raíz del olivo, no te engrías contra las ramas. Y si te engríes, sábete que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz que te sostiene. Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado. ¡Muy bien! Por su incredulidad fueron desgajadas, mientras tú, por la fe te mantienes. ¡No te engrías!; más bien, teme. Que si Dios no perdonó a las ramas naturales, debes temer que ni a ti te perdone. Así pues, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron, bondad contigo, si es que te mantienes en el estado en que su bondad te ha puesto; que si no, también tú serás desgajado. En cuanto a ellos, si no se obstinan en la incredulidad, serán injertados; que poderoso es Dios para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado del olivo silvestre, que es tu tronco por naturaleza, para ser injertado contra natura en un olivo cultivado, ¿con cuánta mayor razón serán injertadas en su propio olivo las ramas naturales del mismo olivo?


Por eso es digna de ser meditada la conclusión de la parábola de este domingo: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.

sábado, 23 de enero de 2010

La fe del Centurión


TERCER DOMINGO
DESPUÉS DE EPIFANÍA



Anda; que te suceda como has creído.

¡Qué palabra consoladora y vivificante! Hermosa recompensa de la fe de este centurión.

¡Pero cuán grande, firme y admirable era esta fe! A punto tal que el mismo Salvador se sintió conmovido: Os aseguro que no he encontrado en Israel una fe tan grande.

Una fe semejante es realmente insólita, incluso entre los cristianos. En efecto, la fe, en un gran número, es escasa y lánguida, y por eso se vive tan flojamente y se hacen pocas obras dignas del Cielo.

Con el fin de excitar en nosotros la fe, consideremos su naturaleza, su excelencia, y su necesidad.


Naturaleza de la fe

¿Qué es la fe? Es una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todas las verdades reveladas por Dios y propuestas por la Iglesia para ser creídas.

Es una virtud sobrenatural…

Sobrenatural en su principio, ya que viene de Dios, es una pura gracia, un don absolutamente gratuito, el más precioso que pueda hacerse al hombre…

El primer don y el principio de todos los otros en el orden sobrenatural de la justificación…

Sobrenatural en su objeto, es decir, Dios, su naturaleza, sus perfecciones infinitas… todos los misterios y todas las maravillas de la vida y la muerte de Jesucristo… incluso el hombre, su origen, su naturaleza, su caducidad y su restauración, sus futuros destinos…

Sobrenatural en sus motivos, porque está fundada, no sobre la ciencia o el poder humano, sino sobre la palabra misma de Dios y la autoridad infalible de su Iglesia.

Creemos porque Dios se dignó revelar y porque la Iglesia nos transmite auténticamente su palabra… Esta es la razón por la cual nuestra fe no duda, ni cambia, ni puede cambiar.

¡Felices los pueblos y los individuos que recibieron y que conservan cuidadosamente este inefable don y el depósito de la fe!

¡Cuán miserables y dignos de compasión los pobres infieles, que no tienen aún la fe… y los malos cristianos, que la perdieron por su culpa!


Excelencia de la fe

La fe es una virtud excelente, que agrada infinitamente a Dios, atrae sus gracias, opera maravillas, separa del mundo, hace adquirir victorias y merecer las más espléndidas recompensas.

Consideremos el espléndido cántico triunfal del Apóstol, en el capítulo XI de su Epístola a los Hebreos:
La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores.
Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece.
Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía.
Por la fe, Henoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque le trasladó Dios. Porque antes de contar su traslado, la Escritura da en su favor testimonio de haber agradado a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan.
Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe.
Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas. Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Por la fe, también Sara recibió, aun fuera de la edad apropiada, vigor para ser madre, pues tuvo como digno de fe al que se lo prometía. Por lo cual también de uno solo y ya gastado nacieron hijos, numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar.
En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las promesas: viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose extraños y forasteros sobre la tierra. Los que tal dicen, claramente dan a entender que van en busca de una patria; pues si hubiesen pensado en la tierra de la que habían salido, habrían tenido ocasión de retornar a ella. Más bien aspiran a una mejor, a la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ellos, de ser llamado Dios suyo, pues les tiene preparada una ciudad.
Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura.
Por la fe, bendijo Isaac a Jacob y Esaú en orden al futuro.
Por la fe, Jacob, moribundo, bendijo a cada uno de los hijos de José, y se inclinó apoyado en la cabeza de su bastón.
Por la fe, José, moribundo, evocó el éxodo de los hijos de Israel, y dio órdenes respecto de sus huesos.
Por la fe, Moisés, recién nacido, fue durante tres meses ocultado por sus padres, pues vieron que el niño era hermoso y no temieron el edicto del rey.
Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de una hija de Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque tenía los ojos puestos en la recompensa.
Por la fe, salió de Egipto sin temer la ira del rey; se mantuvo firme como si viera al invisible. Por la fe, celebró la Pascua e hizo la aspersión de sangre para que el Exterminador no tocase a los primogénitos de Israel. Por la fe, atravesaron el mar Rojo como por una tierra seca; mientras que los egipcios intentando lo mismo, fueron tragados.
Por la fe, se derrumbaron los muros de Jericó, después de ser rodeados durante siete días.
Por la fe, la ramera Rahab no pereció con los incrédulos, por haber acogido amistosamente a los exploradores.
Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Estos, por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazando ejércitos extranjeros; las mujeres recobraban resucitados a sus muertos.
Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones; apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de pieles de oveja y de cabras; faltos de todo; oprimidos y maltratados, ¡hombres de los que no era digno el mundo!, errantes por desiertos y montañas, por cavernas y antros de la tierra.
Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas.
Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección.

¡Ah!, si tuviésemos esta fe de los antiguos Patriarcas y Mártires…

Hagamos, al menos, actos de fe lo más a menudo posible. ¿Quién podría decir el precio de un acto de fe expresado desde el fondo del corazón?

Un buen acto de fe es de verdad un acto de adoración, puesto que creer a Dios es someterse a Él, reconocer su supremo dominio, su majestad infinita, su autoridad, su sabiduría…

Un buen acto de fe es en verdad un sacrificio, un acto de abnegación, por el cual inmolamos nuestra inteligencia, nuestra voluntad…

Un buen acto de fe es un acto de caridad, puesto que nos abandonamos a Él, a su bondad paternal, a su amor… Aceptamos, con los ojos cerrados, bajo su palabra, los misterios más impenetrables…

Un buen acto de fe es un acto de reparación. Los sabios del mundo pagano no hicieron caso de Dios en las obras maravillosas de la creación; los judíos y numerosos incrédulos después de ellos, rechazan la doctrina y los milagros del Salvador.

Nosotros, adoramos a Jesucristo crucificado y en la locura de la cruz reconocemos la sabiduría y la omnipotencia de Dios.

La fe es, pues, un acto de adoración, de inmolación, de amor y de reparación… Es por ello que es tan excelente y tan agradable Dios.

Por eso Nuestro Señor lo alababa y lo recompensaba por los más brillantes milagros…


Necesidad de la fe


Sin fe es imposible agradar Dios, ha dicho San Pablo.

Sin fe es imposible salvarse. El que creyere, y fuese bautizado, se salvará; el que no creyere, se condenará.

Es cierto que, para merecer el Cielo, es necesario hacer buenas obras. Pero la fuente de las buenas obras y de las virtudes, la base y el fundamento de la vida cristiana, es la fe.

Sin ella, es imposible producir la menor obra digna del Cielo.

Las virtudes nacen o mueren, crecen o disminuyen en relación con ella.

Como la razón distingue al hombre del animal, así mismo la fe distingue al cristiano del infiel.

Si nuestra fe es grande, haremos mucho para Dios; si es escasa, haremos poco; si no tenemos la fe, nos asemejamos a los paganos y, en este lamentable estado, no podemos esperar la salvación para nosotros.

La fe es necesaria incluso para evitar los errores del mundo y las ilusiones de nuestro propio espíritu; para triunfar de nuestras pasiones, de la triple concupiscencia, para ayudarnos soportar como cristianos los sufrimientos y las pruebas de esta triste vida.

En una palabra, la fe es necesaria para santificarnos, confortarnos y conducirnos al cielo.


Nuestro Señor dijo respecto del Centurión: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.

Hermoso elogio en la boca del Salvador… ¡Bienaventurados si mereciésemos un halago semejante!

Desgraciadamente, si nos examinamos bien, cuán escasa y superficial es nuestra fe…

¿Dónde encontrar una fe sólida y perfecta?


CONCLUSIÓN

Pidamos a menudo a Dios la gracia de la fe, y tengamos cuidado de conservarla siempre intacta.

Hecho con frecuencia el acto de fe, de todo corazón, tengamos una fe de verdad práctica, y cuidemos que cada una de nuestras acciones sea un acto de fe… vivamos en conformidad con nuestra fe.

sábado, 16 de enero de 2010

Las Bodas de Caná


SEGUNDO DOMINGO
DESPUÉS DE EPIFANÍA


Bibliografía utilizada:
Mystère de Marie, del Rdo. Padre Marie-Dominique Philippe, O.P.
La Vocación de la Mujer, del Profesor Gustavo Corçao


El Evangelio de este segundo Domingo después de Epifanía presenta a nuestra meditación el conocido milagro acontecido en las Bodas de Caná.

San Juan asienta la sorprendente respuesta de Nuestro Señor ante la intervención de Nuestra Señora en favor de los esposos que se quedaban sin vino para su fiesta.

Más allá de las diversas versiones, la réplica es inesperada: sea que se refiera al asunto en sí mismo: ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, Mujer? o Mujer, ¿qué nos da a mí ni a ti?; sea que verse sobre la relación entre Nuestro Señor y Nuestra Señora: ¿Qué tengo yo contigo, Mujer? o Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?


No menos pasmoso es el comportamiento de Nuestra Señora: Dijo su Madre a los que servían: Haced cuanto Él os dijere.


Parece un diálogo de sordos…

Como mi propósito se ordena a esclarecer este punto, es conveniente recordar la no menos inesperada respuesta de Nuestro Señor, acaecida diez y ocho años antes, en el Templo de Jerusalén, según lo relata San Lucas en el Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia, que celebramos el domingo pasado: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

Recordemos que San Lucas señala que San José y la Santísima Virgen no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas estas palabras en su corazón… Antes había dicho que Ella retenía todas estas palabras, ponderándolas en su corazón.


Observemos cómo María, mujer prudentísima, Madre de la verdadera Sabiduría, es discípula de este Niño, oyéndolo, no como a un niño o como a un hombre, sino como a Dios.

Después meditaba sus divinas palabras y sus obras sin perder ni una sola de ellas, y así como había concebido al Divino Verbo en sus entrañas, así ahora también recibía todas sus acciones y todas sus palabras en su Corazón, y en él las fomentaba.

Unas veces contemplaba el presente en sí misma, otras veces esperaba que el porvenir lo revelase todo con más claridad, haciendo de esto la regla y la ley de toda su vida.


Consideremos, pues, la respuesta de Jesús y la reacción de Nuestra Señora durante las Bodas en Caná a la luz de la respuesta del Niño Jesús en el Templo.


El misterio de la pérdida de Jesús en el Templo nos muestra la primera separación de la Virgen María de su Hijo; separación tanto más cruel cuanto inesperada e imprevisible.

Esta ausencia de Jesús es sentida más violentamente en el Corazón de Nuestra Señora porque resulta como incomprensible.

¿Cómo pudo ser que Jesús dejara a su Madre sin avisarle ni indicarle el plazo, entregándola a todas las angustias de buscarlo infructuosamente y a la idea aterradora de que acaso era perdido para siempre?

María y José, ¿no eran amados por Jesús ausente? ¿No los seguía en su dolor con una mirada más compasiva, más tierna que nunca?...

Es en el Templo donde encuentra a su Jesús, en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos a su vez.

La Virgen María y San José, al encontrarlo en aquel lugar y en aquella compañía, quedaron sorprendidos. Y Nuestra Señora no pudo dejar de decirle lo que pesaba tan angustiosamente sobre su Corazón de Madre; no pudo ocultar a su Hijo estos tres días de angustia, de penas, de tristeza: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo te andábamos buscando angustiados.

He ahí la pregunta más normal de una made que ha sufrido a causa de su hijo y que no comprende cómo ese hijo tan querido ha podido actuar de un modo tan inesperado.

Ella no lo reprende, porque es la Esclava del Señor; pero lo interroga con tristeza.

Es la primera interrogación de María a Jesús que el Espíritu Santo nos ha revelado.

Es una plegaria que expresa todo el profundo dolor de su alma, y brota como el fruto inmediato de estos tres días de sufrimiento y de angustia.


A la pregunta de su Madre, Jesús no responde directamente, sino que interroga a su vez, y descubre dos cosas:
1) La relación íntima de su vida con el Padre.

2) Las exigencias de la gracia de la Maternidad Divina.

Meditemos ambas.

1) La relación íntima de su vida con el Padre


A la primera pregunta de su Madre corresponde la primera respuesta de Jesús. Mas esta respuesta no es la de un niño normal a su madre cuando esta le ha mostrado todo el dolor que acaba de causarle y le pide una explicación: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

Tal respuesta no puede ser sino una respuesta divina, la del Hijo bienamado del Padre que quiere instruir a María; es verdaderamente, la primera enseñanza de Jesús a su Madre.

Jesús, al decirle ¿Por qué me buscabais?, no hace ningún reproche a su Madre. María ha obrado bien dejándolo todo para buscarlo durante tres días.

Pero Jesús no quiere que su Madre se contente con su presencia visible; quiere arrastrarla más lejos en su vida contemplativa, quiere que su fe se purifique todavía más.


Al dirigirse en realidad a la Hija del Padre le quiere revelar, en primer lugar, los lazos sustanciales que existen entre Él, el Hijo, y su Padre: ¿Acaso no sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi padre?

El Hijo, en cuanto Hijo, está necesariamente todo entero junto al Padre y no puede estar sino allí.

Para Él, la única autoridad es el Padre. Ha venido para esto; así, todo lo que el Padre quiere es verdaderamente su bien.


Ante esta reflexión de Jesús, algunas almas se sienten turbadas y como desconcertadas…

¡Pues, qué! ¿María había de desconocer hasta ese punto el plan divino, que ignorara la misión de Jesús respecto de su Padre?

¿Acaso no le concedemos un conocimiento profundo desde su primera infancia, creciendo con sus méritos y su elevada contemplación en el templo...; luego, tomando de repente un vuelo inaudito por su alianza con el Espíritu de toda verdad, por la venida del Verbo y su vida íntima con Él por nueve meses; en fin, por su maternidad divina y sus relaciones cotidianas por doce años continuos?

Que las luces de María en la hora de esta prueba fueran tan cortas y tan vagas, que merezca la corrección de no entender la misión de su Hijo, ¡esto es inadmisible!

Cuando se considera que este suceso es el único que se nos ha transmitido de toda la larga vida oculta de Jesús en Nazaret…

Cuando sabemos que en un silencio de treinta años es la única palabra que se oye…

Cuando vemos el gran cuidado con que en este pasaje hace notar el Evangelio la docilidad de Jesús con sus padres…

Cuando, sobre todo, pensamos, por una parte, en la delicadeza de su proceder lleno siempre de consideración, respeto y confianza filial, y, por otra, la conducta de María y José que no merecían ninguna corrección…

En fin, cuando conocemos las luces sobrenaturales que les descubrían los secretos de Dios, especialmente a María, llega uno a la conclusión de que aquí hay un gran misterio…

Pero, ¿cuál es, pues, el hecho tan saliente, la necesidad tan imperiosa para merecer esta única excepción?


2) Las exigencias de la gracia de la Maternidad Divina

La respuesta es dura… tan dura que no dará enseguida la luz que esconde.

Jesús deja entrever que la Virgen María y San José pueden conocer la verdad, descubrir el misterio; es más, que en realidad lo conocen.

Pero el dolor es tan grande y la angustia era tal que no comprendieron entonces: Y ellos no comprendieron lo que les dijo.

María conservó todo esto en su Corazón, meditándolo; y solamente más tarde comprenderá.

Ella conocía la misión extraordinaria de su Hijo, sabía que era el Hijo de Dios y que pertenecía más a Dios Padre que a Ella misma.

Pero no entrevió sino oscuramente las exigencias misteriosas de la gracia, que hacía de Ella la Madre de un Dios Redentor.

Lo que Nuestra Señora no llega a comprender de inmediato es el motivo por el cual debe desprenderse así de su Hijo para que Él esté ocupado en las cosas de su Padre. ¿Por qué debe ocuparse Él de las cosas del Padre sin Ella?


María conoce una prueba misteriosa… Si su Jesús, sobre la Cruz, hubo de sufrir el abandono del Padre, era necesario que Ella conociese los sufrimientos del abandono del Hijo, de la separación sensible y física de su único tesoro.

Una noche amarga embarga su Corazón. Le parece que es indigna de su misión, que es rechazada por su Hijo.

Esta impresión la sumerge en la agonía. Gusta por anticipado la desolación con la que será más tarde probado Nuestro Señor.

Por anticipado ha podido decir: Hijo mío, Hijo mío, ¿por qué me habéis abandonado?

Esta noche cerrada se irá esclareciendo por una gran luz, que iluminará el misterio. Y la Virgen María comprenderá la vía singular por la cual es conducida; no es que su Hijo dude de Ella o la abandone; al contrario, la abandona sensiblemente para asociarla más estrechamente a la desolación y la agonía por las cuales es necesario se cumpla la Redención.


Y ellos no comprendieron lo que les dijo… Y su Madre guardaba todas estas cosas en su Corazón… Guarda en su Corazón esta palabra de su Hijo como palabra de Dios; aceptando no comprender toda su significación.

Notemos bien esta actitud totalmente divina de María. Es la palabra de Dios la que guarda en su Corazón, y la guarda en tanto que palabra de Dios.

Entonces, ¡¿qué le importa comprenderla o no comprenderla?! Ella sabe muy bien que eso no es esencial.

Llegará el momento en que comprenderá hasta las últimas consecuencias las exigencias de la gracia de su Maternidad Divina...


Nos encontramos, ahora, dieciocho años más tarde, en Caná de Galilea, en unas Bodas.

Y el Evangelio nos hace saber que, si María Santísima no hubiese mediado con su petición, la hora fijada desde toda eternidad para la inauguración del ministerio público de su Jesús no hubiese sido avanzada.

Jesús quiere que María sepa que, desde toda la eternidad, la hora de su Pasión depende de Ella y que es adelantada en previsión de su intercesión.

María está próxima a su Hijo por los lazos del amor; pero al mismo tiempo el sufrimiento de la separación sensible continúa aumentando.

Avanzar la hora en Caná es avanzar la hora suprema de la Pasión.

El vino de Caná es signo del vino del Cenáculo, de la Sangre del Calvario y da cada Cáliz de cada Misa hasta el fin de los tiempos...


Cabe, pues, recordar las diferentes versiones de la sorprendente respuesta de Jesús.

Dijimos que se puede referir al asunto en sí mismo, como si dijera ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, Mujer? o Mujer, ¿qué nos da a mí ni a ti?

Pero también puede versar sobre la relación entre Nuestro Señor y Nuestra Señora: ¿Qué tengo yo contigo, Mujer? o Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?


Personalmente me inclino más por esta segunda interpretación, evocando el incidente en el Templo y como expresando: ¿Has entendido ya lo que pregunté hace dieciocho años? ¿Comprendes ahora el alcance de tu Fiat en Nazaret? ¿Quieres que comience mi hora? ¿Quieres que comience mi Obra, la Obra que el Padre me encargó? ¿Ha llegado mi hora? ¿Quieres acompañarme? ¿Estás preparada para asistirme, asociándote a mi Pasión?


Haced cuanto Él os dijere…

La respuesta de María es el eco de su Fiat… eco del Fiat con el que comenzó la Creación… eco del Fiat que inauguró la Redención…


Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus milagros. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos…


Fue durante las bodas de Caná de Galilea, cuando la Madre de Dios volvió a hablar.

Y he aquí lo que dijo a su Hijo: ¡No tienen vino!

La buena madre se inquieta al ver los vasos vacíos…

Es el amor la orden que lleva a pedir la intervención de su Hijo. El instinto oculto se manifiesta. Ya es tarde para retener, ahora es tiempo de dar. Y entonces llama a su Hijo: ¡Están sin vino!

El misterio virginal desemboca en el misterio maternal. Ella también quiere dar. Mas a fin de cuentas lo que quiere es guardar. Guardar los hijos. Por eso se inquieta e intercede: ¡No tienen vino...!

Después dice a los criados: Haced cuanto Él os dijere.

Es aquí donde reside la verdadera y esencial generosidad reclamando vino y enseñando la obediencia perfecta. Quería más bien guardar que dar; después lo que enseña es la perfecta oblación.

En cada uno de los términos de aquel binomio aparece el paradojal misterio de la virginidad maternal que concilia, en una armonía de alto nivel, la humildad que retiene y la generosidad que entrega.


El Hijo parece apartar la súplica. Dice que su hora todavía no ha llegado, que aún no se alcanzó la plena medida que hay entre los dos, algo que dé a María el derecho a pedir más vino.


En aquel tercer día de las Bodas de Cana estamos oyendo el rumor naciente de las aguas de la vida en su propia fuente…

Y las palabras son muy sencillas, muy misteriosas también…

Dice la Mujer: ¡No tienen vino!

Responde el Hijo: Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo? Mi hora aún no ha llegado.

Y la Mujer replica: Haced cuanto Él os dijere.

Y el Hijo, que parecía negarse, obedece a Aquella que es la propia obediencia...


Dios, que sabe cómo está hecha la mujer, sabe que su dedicación no se manifiesta en dádivas fragmentadas de una extrínseca filantropía; sabe que su manera de dar es darse toda, hasta la vida, hasta la sangre…

Por eso, cuando la Virgen Madre le hace aquella súplica de vino como Mujer, Jesús vio por la primera vez, anticipadamente, el vino transformado en sangre…

Ella, la Madre de Dios y de los hombres, se adelantaba…

Ella deja escapar, ahí en la fiesta, en aquel tercer día de las Bodas de Caná, antes de tiempo, el secreto de los dos…

Ella pide vino…

Él dice: Mi hora, la hora de la Sangre, aún no ha llegado…

La Madre se adelanta, evidentemente. Intercede antes de tiempo…

Y no quedaba como salida para la misericordia de Dios, así tomada por sorpresa, sino dos cosas, casi contradictorias en relación a la petición: detenerla y obedecerla.

Y todos los convidados se admiraron de que el dueño de casa hubiese dejado para el final su mejor vino…

Y se asombran porque no saben que el verdadero dueño y la verdadera dueña de casa, en aquel corto y exquisito diálogo, habían dejado para el final otro vino, infinitamente mejor…

La Mujer, cuando da, da cosas muy próximas y muy vitales…

En el vino que abundó en las Bodas de Caná vemos las primeras señales de la Sangre de la Pasión de Jesús…


Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

¿Qué hay de común entre tú y yo, Mujer?

¿Quieres que comience mi hora?

¿Estás preparada para asistirme, asociándote a mi Pasión?

Haced cuanto Él os dijere…

Tú reservaste el buen vino para el final…

sábado, 9 de enero de 2010

Domingo Iº desp. de Epifanía


LA SAGRADA FAMILIA

Para todo hombre reflexivo, hay en Jesucristo una repartición de su vida que causa profundo asombro.

Alrededor de treinta y tres años vivió Jesucristo en este mundo. Y, Él, el Infinitamente Sabio, que no se puede equivocar, el Infinitamente Bueno, que ha de elegir lo más conveniente, hace una singular repartición de los treinta y tres años de su vida mortal.

En efecto, alrededor de tres años dedica a comunicar a los hombres su doctrina. Los otros treinta años, se oculta en la vida del hogar.

Y debemos reconocer, en esto como en otras cosas, que no estamos de acuerdo con la elección realizada por Nuestro Señor. Lo que pasa es que no somos lo suficientemente cristianos... no tenemos bien arraigado el espíritu cristiano...

Pudo Jesucristo, como lo hizo con otras materias, dedicar unos temas de su predicación a la vida de familia. Hubiesen los evangelistas recogido en unas líneas el extracto de esa prédica, y con ellas como guía hubieran los cristianos tenido la norma de su vida familiar.

Pudo hacer eso Jesucristo, pero no lo hizo; ¡pero hizo mucho más!... Gran dignación suya hubiese sido el dedicar algo de su predicación a la recta institución de la vida familiar, ¡pero fue aún mayor la fineza de Jesucristo!: por treinta años seguidos se nos ofrece viviendo vida de hogar...

Hizo esto para que cuando la humanidad entera, en el decurso de los siglos, contemplase la vida del Dios-Hombre, no pudiera menos de verle treinta años seguidos viviendo vida familiar.

Por eso, al hombre reflexivo se le impone la trascendencia enorme que debe encerrar esa enseñanza de Jesucristo, repetida durante treinta años con el ejemplo de su propio vivir y de su personal conducta.

Vamos nosotros a meditar en las enseñanzas contenidas en esa vida de Jesucristo en el hogar y ambiente de Nazareth.

La Infinita Sabiduría puso en su propia vida de hogar el modelo de las virtudes que deben presidir toda vida familiar.

Como Dios, conoció Jesucristo las tres raíces de donde iban a arrancar la desgracia y la desarticulación de la vida familiar.

Vio Jesucristo cómo en el decurso de los siglos se iba a atentar contra la familia, infiltrando en su vida, máximas y conductas de vida que, de ser aceptadas y puestas en práctica, acabarían con aquel hogar santo y digno, elevado por Él y consagrado con la Gracia en el Sacramento del matrimonio.

Y contra esas tres raíces, puso Jesucristo en su misma vida de hogar las tres virtudes antagónicas que, practicadas, serán la salvaguardia de la Institución familiar.

Las tres principales raíces demoledoras del hogar son:

Primera, espíritu de insubordinación y de independencia;

Segunda, ansia de sobresalir y de exhibirse;

Tercera, espíritu rebuscado de placer, con horror al trabajo y a la sujeción.


Contra ellas, Jesucristo, en su propia vida, organizó la vida de su hogar:

Primero, en base a la obediencia;

Segundo, mediante una vida oculta en la intimidad de la familia;

Tercero, con una vida continua de trabajo.


Vemos, en primer lugar, como el espíritu de insubordinación y de independencia ha invadido el mundo. Estamos viviendo tiempos cuya esencia es “la crisis de la autoridad”.

El mundo entero está estallando en volcanes de revolución: revoluciones nacionales, con derrumbamientos de regímenes; revoluciones sociales, con anulación de todo pasado; atentados y rebeldías; indisciplinas e independencia...; todo fruto de la crisis de autoridad e indicio, a su vez, del espíritu de insubordinación.

Y esta crisis de autoridad va invadiendo la familia. En el hogar va penetrando, de la atmósfera social que le rodea, la indisciplina y la independencia.

Indisciplina que empieza con la práctica de una vida independiente, y acaba por concretarse en principios y máximas que la cohonestan y la legitiman.

Porque, lo peor del caso no es la conducta, sino la defensa de esa conducta. Y lo bochornoso es que no son ya los hijos, lo cual es en parte comprensible, quienes quieren defender y enmascarar su conducta, sino que son los mismos padres los que ven muy natural ese espíritu de independencia.

Es decir, estamos ante la abdicación de la autoridad por los mismos encargados por Dios de representarlo y ejercerla en la familia.

Y en el hogar donde falta autoridad y no hay jerarquía, ¿qué extraño que suceda lo que tristísimamente tenemos que lamentar?

Por eso, como antídoto contra ese espíritu de insubordinación e independencia, vivió Jesucristo su vida familiar teniendo como base la obediencia.

“Et erat subditus illis”... Y estaba sujeto a sus padres... He aquí lo que el Evangelio nos dice de la vida de Jesucristo en su hogar de Nazareth. ¡Sublime misterio y profundísima enseñanza!

Sublime misterio el que Jesucristo, Dios verdadero, viviese treinta años sujeto en vida de obediencia. Sublime misterio que José fuese el que mandara a María Santísima y a Jesús.

¡José!, que, aunque Santo, en santidad y gracia está a gran distancia de su Esposa, la Inmaculada y la llena de Gracia... ¡José y María!, que, a su vez, estaban a distancia infinita de Jesús, como que ellos eran criaturas limitadas y Jesús Dios infinito en infinitas perfecciones...

Sublime misterio, mandar el que menos vale y obedecer el que es infinito. Sublime misterio, treinta años obedeciendo el Creador omnipotente a la limitada criatura...

Y gran enseñanza. La enseñanza de lo que vale y lo que es el cristiano obedecer.

El obedecer cristiano, que no es servilismo ni es inferioridad, sino nobleza que engrandece.

El obedecer cristiano, que no es obedecer al superior por sus intrínsecas cualidades, ni por la superioridad de sus dotes, sino porque en el que manda se ve al representante de Dios, que es a quien se obedece al obedecer al superior.

Si uno obedeciese por las cualidades o talentos del superior, o porque considera razonable lo mandado, no habría obediencia alguna, sino que uno seguiría su propia razón...

El obedecer cristiano es honrar a Dios, acatando su autoridad suprema, encarnada en su representante que manda.

El obedecer cristiano es la alquimia sobrenatural que eleva el valor de nuestras acciones a un orden supraterreno; y nos enseña que el mérito de nuestras obras no está en su materialidad aparente, sino en que sean ejecutadas por cumplir en ellas la voluntad de Dios, que es lo más santo y perfecto que aun en Dios mismo puede existir.

Treinta años obedeciendo Jesucristo, con alegría, con cariño. Grande enseñanza la de Jesucristo a la humanidad, la de enseñarle en su Persona divina la dignidad y nobleza del obedecer cristiano.

Treinta años viviendo Jesucristo vida de sujeción y de obediencia en el hogar, para inculcar la necesidad de la obediencia en la familia y en la sociedad.

¡Si implantaseis esa vida de obediencia en vuestro hogar!...

Pero de obediencia cristiana, no de despotismo pagano... Vosotros, padres, mandaríais; pero como representantes de Dios, sin ira, sin malos modos, sin egoísmos; con cariño, con dulzura, para el bien de todos.

Pero de obediencia cristiana, no de vil servilismo... Vosotros, hijos, obedeceríais; pero no como reclusos encadenados, sino como quien ve en sus padres a los legítimos representantes de Dios: con prontitud, con alegría, con cariño; firmemente persuadidos que en el obedecer cristiano está la mayor elevación de las acciones del hombre.

Estamos viviendo los tiempos de "la crisis de la autoridad"; no hay, pensadlo, no hay otra solución que la de la obediencia cristiana, en la familia y en la sociedad.



En segundo lugar, nacida del borbotear pasional, secundada por el espíritu de independencia, va deshaciendo la familia y desmoronando el hogar el ansia de sobresalir y de exhibirse.

Hoy va desapareciendo la vida de hogar. Aquel hogar, nido caliente de amores santos, representado muy bien por el hogar, la chimenea, que alumbra y calienta sólo a los que están cerca de él...

El padre, que sale del hogar, pero dejando el corazón entre aquellos seres que son tan suyos... Sale, porque tiene que salir, para su negocio, su ejercicio profesional; pero vuelve, cumplida su misión, al centro de sus cariños: su mujer y sus hijos.

¡La madre!, la que tuvo hijos; la que por sí misma los crió; la que por sí misma los fajó; la que por sí misma los lavó; la que por sí misma los cuidó; la que por sí misma los corrigió; la que por sí misma los veló; la que por sí misma les enseñó a rezar; la que lloró por sus extravíos; la que rogó por su vuelta al buen camino; la que se sacrificó...

Se sacrificó porque tan cristiana y verdaderamente los amó; que eso es ser madre cristiana: la que se olvida de sí para del todo entregarse al bien de su esposo y de sus hijos.

¡La madre!, heroína de sacrificio y de abnegación en aras de su purísimo y santo amor. La que, por eso mismo, es la reina del hogar y el centro de los corazones...

¡Y pensar que hoy las mujeres sienten vergüenza de decir que son “amas de casa”!, como si eso fuese una humillación y no algo, ¡como en realidad es!, que dignifica y ennoblece...

¡Dichosos los hijos de madres macizamente cristianas!, que puedan decir al recordarla: "mi santa madre"...

Santa, porque la maternidad cristiana, con el cumplimiento heroico de todos sus deberes, es santidad y santifica...

Madres santas que se van... Madres santas que escasean... Generación desgraciada en la que vivimos...

¡Desgraciados tantos hijos de los de hoy!, cuando el día de mañana recuerden la conducta de los padres que los engendraron...

Esa madre, que se disgustó al tener hijos; que ella no los amamantó, ni de ellos nunca cuidó; la que jamás los veló, ni por ellos se molestó, ni sufrió; la que encargó a advenedizas personas asalariadas el cuidado de sus hijos; la que los excluyó de su habitación para que no la perturbasen; la que no los sentó de niñitos a su mesa junto a ella, para que no la molestasen...

¡Desgraciados tantos niños de la generación en que vivimos! ¡Ah!..., cuando, adolescentes y mayorcitos, sufran las consecuencias de esas represiones afectivas propias de los hijos que no han vivido vida de familia...

¡De estos traumas no haban los psicólogos modernos!..., porque ellos saben que son los únicos verdaderos traumas...; los otros complejos, los que inventan ellos, no son otra cosa que la consecuencia del orden cristiano de la familia y de la sociedad...

Estamos viviendo momentos trágicos, con la falta de vida de hogar. Ya se tocan no pocas tristísimas consecuencias. No es hacer profecía alguna, el decir que no tardarán en conocerse sus irremediables desgracias.

De ese padre, de esa madre y de esos hijos que toman al hogar como un hotel; donde se vive para comer y vestirse, para retirarse y dormir, y esto a prisa y no siempre; de ese padre, de esa madre y de esos hijos, dispersos, huyendo del hogar como de una cárcel que aprisiona, y volando al juego, al baile y a saciar su vida pasional... de ese hogar ¡no es hacer profecía el decir que vendrán frutos de amores desgraciados y de degradaciones inconfesables!

Y lo que digo sobre la falta de intimidad y calor del hogar muy bien puede aplicarse a esa incomunicación que produce la televisión, la computadora y los aparatos para escuchar música... Que cada uno haga una aplicación al caso...

Por eso Jesucristo, con su conducta personal, quiso vivir tantos años seguidos oculto en su hogar de Nazareth. En pueblecito pequeño; y no en la casa de los principales, sino en la casa del carpintero del pueblo, vivió vida oculta el Señor de la Gloria y Criador de lo existente.

Jesucristo, para su Madre Santísima y su padre adoptivo, escogió la vida oculta en un pueblecito y en la casita del obrero artesano, sin ostentación y sin la vida de sibaritismo y de orgía, de juegos y de mundo que se vivía en Grecia y en Roma.

Profunda enseñanza, la enseñanza de que la paz, el sosiego, el goce puro y santo de las almas, el que las hace felices, no se encuentra en la dispersión y en la alocada fuga fuera del recinto del hogar.

La enseñanza dada por Dios, con su conducta personal, de que la felicidad del hogar está en la intimidad de la vida de familia.

La familia que con reverencia llamamos “Sagrada”, esa “Sagrada Familia”, integrada por Jesús, María y José, fue la familia de los goces santos, de los amores purísimos, de la felicidad verdadera. Y fue la familia que, en sí misma, en su vida religiosa internamente vivida, en su vida doméstica cariñosamente guardada, se nos ha propuesto por Jesucristo, como el único verdadero modelo de los hogares felices.

Si se viviese esa vida cristiana e íntima en los hogares de hoy, ¡cuántas enormes desgracias desaparecerían!, y ¡cuánto raudal de felicidad verdadera y noble se derramaría en ellos!


A la insubordinación e independencia, a la falta de vida de hogar y a la dispersión familiar, medios esencialmente destructores de la familia, hay que añadir, en tercer lugar, el espíritu de placer rebuscado y el horror al trabajo.

Es signo de degradación y de decadencia en toda sociedad la pérdida de la fortaleza y de la austeridad y la exaltación de la sensualidad hasta el refinamiento morboso, por la búsqueda del placer.

Esto le pasó a Roma y a toda civilización o sociedad. Llegada a una cierta perfección y poder, la opulencia la sumergió en el placer... y ello la llevó a la degradación y destrucción...

Y a eso se está llegando en el mundo actual, mundo decadente y afeminado, mundo en que, como en todo hombre degenerado, se sustituyen las virtudes del trabajo por las diversiones y juegos; en que la virtud de la sobriedad austera es reemplazada por el despilfarro del irresponsable; en que la virtud de la fortaleza es desplazada por la crueldad refinada.

Mundo que vive convulsivo entre las estridencias del rock y los alaridos de la danza negra, símbolos del retroceso de la civilización cristiana a las inferioridades más degradadas del hombre salvaje.

Y es necesario advertirlo una vez más: esa música rock que escuchan vuestros hijos proviene del tam tam africano. Vuestros hijos bailan al ritmo de la danza negra africana...

Y luego en las escuelas les enseñan que provienen del mono... No hay tan mentada evolución. El hombre no desciende del mono. Pero lo que sí existe hoy es una impresionante regresión: ¡el hombre se está convirtiendo en orangután!

Sigan permitiendo que sus hijos e hijas escuchen esa música endemononiada, ¡y ya verán qué lindos gorilas y orangutanas gestarán!... ¡Especialmente muy monas ellas!...

Mundo que se revuelca en el placer, en contorsiones y ademanes histéricos. Mundo que, con convulsiones de epiléptico, quiere desembarazarse de todo trabajo y deber.

Espíritu y vida del mundo actual no cristiano, que también quiere infiltrarse en la vida del hogar. Gozar, divertirse, placer: he aquí el fin de tanto hogar. Tasar el trabajo; porque no se ve la manera posible de suprimirlo. Trabajar a la fuerza y con hastío; lo que necesariamente da un rendimiento defectuoso en calidad y en cantidad.

Lujo de vestir; aun a costa de descuidar obligaciones esenciales, incluso la del pagar lo debido.

Diversiones y juegos, que consumen dinero que falta para necesidades imperiosas del hogar.

Sibaritismo refinado, en bebidas y en caprichos, en modas y en snobismos. Diversión, orgía, despilfarro.

Hogares que se desentrañan divirtiéndose, y que, en su concepto sensualista de la vida, la degradan.

¡Cómo se levanta la figura de Jesucristo dignificando y tonificando el hogar con su trabajo!

Misterio grande, pero realidad histórica, El Dios Creador de cuanto existe con el “Fiat” omnipotente de su palabra; ese Dios humanado, que pudo, en su omnipotencia, tener en su propio hogar todas las comodidades y refinamientos del goce; ese Jesucristo vivió los años de su vida familiar, hasta treinta de los treinta y tres de su vida, la vida de trabajo, de trabajo diario, de trabajo necesario.

Misterio grande, pero realidad histórica. Jesucristo trabajó, para ayudar a sus padres, y luego para sostener con su trabajo a su Madre y a su hogar.


Pudo Jesucristo haber tenido electricidad y haber inventado máquinas eléctricas para su taller de carpintero; pudo haber instalado un aserradero modelo, con una red de mueblerías en las principales ciudades del Imperio... ¡Pero no lo hizo!

El trabajo, ennoblecido, y santificado por Jesucristo. Porque es una ley dada por Dios al hombre, aun antes de su caída. Y es, además, un castigo impuesto por Dios, en pena de la trasgresión de su ley.

Y quiso Jesucristo con el ejemplo de su conducta de vida real de obrero, que comió el pan y sustentó su hogar con el trabajo de sus manos y el gotear sudoroso de su frente divina, sernos modelo y estímulo para aceptar el trabajo.


En la vida social y de familia, no quedan más que dos soluciones: o la concepción cristiana, o la concepción anticristiana de la vida.

O la concepción anticristiana de la vida, con su espíritu de insubordinación e independencia, con sus ansias de sobresalir y de exhibirse, con su espíritu de rebuscado placer y de horror al trabajo...; o la concepción cristiana de la vida, teniendo como base la obediencia, la vida íntima de hogar, y la vida de austeridad y de trabajo.

O la concepción anticristiana, con las consecuencias que habéis visto, la de la regresión al salvajismo sin moral ni autoridad...; o la concepción cristiana, que da por frutos la paz, el orden, la dignidad y la santificación de la vida.

Sois católicos, sois hombres reflexivos...: ¡implantad, pues, vuestra vida familiar según la doctrina de la Infinita Verdad y Sabiduría!

miércoles, 6 de enero de 2010

Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo


FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Este sermón fue pronunciado en la Solemnidad de la Epifanía de 2005, en la ciudad de Besançon, Francia. En cuanto a lo esencial, es el mismo; pero como desde entonces ha corrido mucho agua por debajo de puente (elección de Benedicto XVI, visitas papales a sinagogas y mezquitas, Motu proprio humillando la Santa Misa, Decreto levantando las excomuniones y remitiendo la pena, inauguración de discusiones doctrinales…) han sido puntualizadas algunas referencias.

Unos Magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo.
Dios Padre quiso que su Hijo fuese conocido y adorado por los Gentiles. Creó, pues, en Oriente una estrella de un tamaño y de un resplandor maravillosos. Era el signo anunciado a las Naciones por el Profeta Balaam: Una estrella saldrá de Jacob.

Es la vocación de los Reyes Magos, su llamamiento. Aparece por fin la estrella por tanto tiempo esperada. Sus largas vigilias hallan al fin su recompensa: el Mesías anunciado está por nacer...

Pero, ¿en qué parte del mundo? Nada lo indica… Sus miradas se tornan ansiosas, sus manos juntas se vuelven suplicantes; y he ahí que la estrella aparecida se pone en movimiento...

Los Magos se miran; lo han comprendido todo; son felices. Sin vacilar ni más esperar, dejan su reino y bienestar, ya son idos...

La estrella es el llamamiento de Dios, es su voluntad expresa; la conducta de los Magos es la fidelidad a la gracia.

La estrella domina todas las escenas del viaje: llama y orienta, acompaña y guía; a veces, sin embargo, hace como si desapareciera...

Para ir a Jesús no basta distinguir la estrella, hay que seguirla; y, para seguirla, es necesario librarse, como los Magos, de los lazos que atan...

Es esencial, no sólo seguir la voluntad, de Dios, sino fortalecerse con su luz.

Andar a la luz de la estrella hace el camino fácil y suave.

En la gran noche de la historia que nos toca vivir, también Dios hace resplandecer una luz para guiar a sus fieles servidores…: es la Revelación Divina… la Tradición y las Profecías.

Engañado por las mentiras del mundo, el hombre moderno busca una luz que lo oriente. En ocasiones cree verla en teólogos, filósofos, políticos y economistas o en el poder político o tecnológico, pero es bien cierto que no podrá hallarla sino en la Tradición Católica y en las Profecías.

Muchos han comprendido la gran crisis que afecta en el presente a la Civilización Cristiana y a la misma Iglesia; pero pocos toman la resolución de seguir la Verdad, la cual se encuentra en el pasado, la Tradición y en el futuro, las Profecías.

Vemos partir a los Reyes hacia lo desconocido. ¿No vamos también en la tierra hacia lo desconocido?... ¿Llegaré? ¿Lo conseguiré?...

¿Por qué estas preguntas?, y más aún, ¿por qué estas alarmas? Voy a donde Dios me llama. Su estrella ha aparecido; su estrella es su voluntad manifestada.

Lo desconocido para los Magos es la duración del viaje y las vastas regiones que atraviesan: llanuras, montañas, ríos, bosques, desiertos…

Y nunca se dijeron: esto va para largo... ¿cuándo llegaremos? Las diversas intemperies de las estaciones no los desaniman; los obstáculos no los detienen; los peligros no los perturban...

¿Qué pensaríamos de los Magos, si, descuidando mirar la estrella, se hubiesen dejado absorber por los accidentes del camino, el temor de los peligros, la molestia de un viaje que se hace interminable?...

¿Qué debemos, pues, pensar de nosotros? ¿Por qué estas tristezas, estas angustias de espera, estos deseos precipitados, este fondo de inquietud persistente?...

Para aquellos que comprendieron y decidieron seguir este arduo camino, comenzó la gran aventura de la Tradición…

El viaje de la Obra de la Tradición ha sido jalonado por hechos y decisiones gloriosas y memorables: la fundación de Ecône, la supuesta suspensión a divinis, la toma de San Nicolás de Chardonnet, la ayuda a tal o cual sacerdote fiel, la fundación o refundación de diversas Congregaciones religiosas, la apertura de Prioratos, de Centros de Misa y de Escuelas, las Consagraciones Episcopales, las pretendidas excomuniones…

Después de haber andado un largo camino, los Magos se hallan en un país desconocido para ellos. ¿Qué les importa? ¿No va con ellos la estrella? Mas he aquí que súbitamente se les oculta .y la buscan en vano.

Hay un vacío en el cielo... ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? ¡Son forasteros, tan lejos de su patria! ¿A quién confiarse? ¿No pueden temerlo todo? ¿Los habrá Dios abandonado?...

¡No!, ¡No! Los prueba, dejándolos a su iniciativa… ¿Y qué hacen? Desprovistos de su guía divina, recurren a los medios humanos: consultan a los moradores. Son conducidos al rey.

El rey convoca los sacerdotes, y de estos recursos humanos sale la luz: el niño, cuya estrella vieron, debe nacer en Belén; a dos horas de distancia.

Pero, sin embargo, ¿cómo explicar la desaparición de la estrella? ¿Por qué no los ha guiado hasta su término? Preguntas son éstas que su fe vivísima no formula ni plantea. Dios los guiará, sea por una estrella, sea por las indicaciones de los hombres. ¿Qué importa?

Es con frecuencia nuestro caso: después de haber emprendido, merced al llamamiento divino, tal obra o resuelto tal empresa; después de haber caminado largo tiempo al compás de la luz, ésta desaparece de pronto: el presente, el porvenir, todo en tinieblas… hasta el pasado: ¿habré hecho bien en seguir esa estrella? ¿No voy a estrellarme?...

¡Era tan suave dejarse guiar, y tener .a la vista un camino abierto!... Mas hoy hay que buscar y decidirse por sí mismo. A fuerza de dejarse guiar, se ha perdido acaso el espíritu de iniciativa y el valor...

Pobre alma, serénate, es para desarrollar tus cualidades; Dios te ha sometido a tal prueba para que crezcas ejercitándolas...

¿Qué debemos hacer en la prueba, cuando desaparece la estrella?: conservar toda nuestra confianza, emplear todos los medios a nuestro alcance. Hecho esto, quedar persuadidos que la determinación tomada es en verdad la voluntad de Dios.

Ruega, pues, medita, consulta según lo necesites, y luego camina, serena y confiada... Pronto serán recompensados tus esfuerzos...

Así sucedió con los Reyes; luego de un largo camino llegaron a Jerusalén; pero, en el mismo instante, la estrella se ocultó a sus ojos, y quedaron en la aflicción y la tristeza.

Igualmente, muchas estrellas se han ocultado, han caído ante nuestros ojos atónitos; otras muchas han de caer todavía... Momentos de duda, de aflicciones, de tristezas, de prueba…

La Providencia utiliza estos medios para probar la fidelidad y la confianza de sus servidores, y para permitirles practicar virtudes muy importantes, entre otras la prudencia y la simplicidad.

Los Reyes entran, pues, en Jerusalén… la Roma de aquellos tiempos…

El rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén… Herodes y Jerusalén se espantan; el anuncio milagroso de un nuevo Rey debería haber provocado una gran alegría y un inmenso entusiasmo; pero este pueblo infiel se turba y desprecia una gracia que esperaba, es cierto, pero con mucha mayor resonancia y con resplandor más espectacular. Esperaban que el Mesías se anunciase con gloria; estaban impregnados de un mesianismo terreno…

También hoy hay quienes, incluso en Roma…, particularmente en Roma…, pero no sólo en Roma…, se espantan de la Tradición y de las Profecías, y en su lugar presentan o anhelan falsos mesianismos: sea la Civilización del Amor, sea la Restauración de la Cristiandad, sea la Reconquista de algo perdido y que estaba anunciado que sería perdido, sea el Regreso de Roma a no sé qué estado o situación anterior…

Los Reyes, por su parte, entran en Jerusalén y manifiestan una fe grande, creen en lo que no han visto, y dicen a alta voz lo que anunciaron los Profetas; no tienen dudas sobre el hecho, sólo indagan sobre el lugar.

Nosotros, decepcionados del momento presente, nos refugiamos en la Tradición y en las Profecías…

Y, si ellas se han como velado o eclipsado, recurrimos a las autoridades modernistas, ellas, en cuanto autoridades, nos han dicho ya lo enseñado por la Tradición y lo anunciado por las Profecías, lo que nos orienta hacia la Verdad: el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia…, estamos en un período de autodemolición de la Iglesia…, se trata de la apostasía silenciosa… la Barca hace agua por los cuatro costados…

Herodes convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se informó del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, en verdad, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.

Hombres políticos y hombres religiosos; hombres de la política y hombres de la religión; hombres políticamente religiosos y hombres religiosamente políticos… se reúnen para tratar el caso de la Tradición Y responden: No es aquí donde habrán de encontrarlaLa Doctrina y la Liturgia tradicionales están en la Obra de la Tradición

Los doctores judíos no dudaron en responder que era en Belén que debía nacer el Cristo. Pero suprimieron, sin embargo, la segunda parte de la Profecía, que insinúa claramente la divinidad de Jesús: y sus orígenes datarán de tiempos antiguos, de días de la eternidad

De la misma manera, a los que actualmente tienen el cargo y la autoridad para esclarecer a los otros, la malicia y el orgullo les impiden predicar la verdad entera sobre la Tradición y las Profecías, y son igualmente la causa de la muerte de muchos inocentes… El Niño Dios es la ocasión, no la causa de la muerte de los niños asesinados por Herodes…

Es una preciosa lección para muchos eclesiásticos, incluso mitrados, que, encargados por oficio de instruir y de dirigir a los fieles y de mostrarles el camino de la Verdad, viven ellos mismos en la ilusión de falsos mesianismos, sin comprender las Profecías; o, lo que es más grave, si las conocen y las entienden, siendo cobardes y temblando ante la tiranía de la realidad
Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarlo.
¡Qué mofa y sarcasmo!... Meditemos sobre lo aborrecible de esta hipocresía y, echando una ojeada a la historia de la Iglesia, advirtamos en sus perseguidores las mismas tentativas.

¡Qué obcecación! Herodes ve a Dios intervenir por el milagro de la estrella; reconoce por los Profetas la venida cierta del Mesías, y vedlo disponiéndose a disputarle su trono, como si de antemano no hubiera de estar convencido de su derrota.

Pero donde su ceguedad se convierte en aberración, es al imaginarse poder andar con astucias respecto del Quien todo lo ve…

Pronto pasará de la aberración al crimen, al degüello de los Inocentes…

Como bien dicen los Padres de la Iglesia, por lo que ha hecho con los Inocentes, podemos colegir lo que deseaba hacer con Jesús…

Se finge piadoso, pero bajo el manto de piedad afila el cuchillo dando a su crimen el color de humildad, procediendo en esto como todos los criminales, que cuando quieren herir a alguien en secreto, le muestran un afecto que está muy lejos de sentir.

Así fueron siempre los perseguidores de la Iglesia, así los vemos hoy. Sólo las formas cambian según las circunstancias, pero siempre hallamos el mismo fondo de rivalidad y odio; el mismo método de doblez y, si es necesario, de violencia…

Y los resultados son los mismos: Jesús, en su Iglesia, se libra sin cesar de sus enemigos, y por la misma traza...

Para librar a Jesús de Herodes, Dios se guarda de intervenir con estrépito; sería salirse del plan de una oscuridad intencionada. Lo salvará con la huida como se salva a un vencido…

Es el destino de la Iglesia, misteriosamente figurado: Ella tendrá al comienzo las Catacumbas, y en nuestros tiempos el destierro… obligado o voluntario…
Los Magos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño.
Apenas escuchada la respuesta de Herodes, los Reyes partieron de Jerusalén, huyendo de la agitación y de la turbación que reinaban en ella.

Hay que salir de Jerusalén, hay que salir de la Iglesia Conciliar, hay que salir de la Roma anticristo y modernista, sin detenerse a discutir sobre cuestiones suficientemente claras y ya definidas… Los Reyes fueron a Jerusalén; pero ahora es tiempo de ir a Belén. Si pretendiesen convertir a Herodes, se quedarían sin el Niño Jesús…

Salir, pues, de Jerusalén, sin que anhelos desubicados, por legítimos que sean, pero contrarios a la divina voluntad, nos aparten del fin de nuestra misión…

Deseos dislocados serían, por ejemplo, hacer depender nuestra fidelidad del cese de la ceguera de Herodes y Sacerdotes, pretendiendo convencerlos, por medio de discusiones, de que tienen que encaminarse a Belén, al encuentro del Niño Dios para adorarlo...

Causa risa considerar, imaginar tan siquiera, a los Reyes Magos estableciendo con Herodes o los Sacerdotes acuerdos prácticos

Pero el Evangelio tampoco habla de encuentros teóricos para intentar convertirlos… pensando en el bien de muchas almas que vendrían a Belén…

Es cierto, muchas almas permanecerán sin poder reconocer a Jesús, la Tradición… e incluso, como los Inocentes, serán pasados a cuchillo; pero será exclusivamente por culpa de la ceguera y la malicia de las perversas autoridades…

Al igual que los Magos, ¡alejémonos de la confusión y busquemos al Niño allí dónde debemos encontrarlo! ¡No en otra parte!

El sacerdote Roca, canónico apóstata, decía en su obra Glorioso Centenario: El nuevo orden social se inaugurará fuera de Roma, sin Roma, a pesar de Roma, contra Roma (…) Y esta nueva Iglesia, aunque no deba quizá conservar nada de la disciplina escolástica y de la forma rudimentaria de la antigua Iglesia, recibirá, sin embargo, de Roma la Consagración y la Jurisdicción Canónica”.

Por eso, el Padre Francisco de Paula Vallet, fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, tenía como divisa: Siempre por Roma, nunca contra Roma, a veces sin Roma.

Que cada uno reflexione y decida…
Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre.
Donde están Herodes y los Sacerdotes no se ve la estrella; allí donde esta el Niño con la Madre, sí. En Roma ya no resplandecen como antaño ni la Tradición ni las Profecías; allí el Niño no es seguido, más bien perseguido, y la Madre es blasfemada…

En un momento, la estrella se detiene de nuevo, los Magos se hallan en campo despoblado, donde sólo ven, como aplastado por las rocas, un establo derruido. Al ver esto, ¿cuáles serían las impresiones de esos grandes personajes?

¡Cómo! ¿Ese es el palacio del Mesías anunciado ha tantos siglos, del gran Rey que viene a señorear el mundo?

No son esos sus pensamientos. Se dejan guiar por el sentido sobrenatural. Delante del misterio de un Dios pobre y débil, los Magos se prosternan y adoran con fe sincera.

¡Qué lecciones tan fortificantes e instructivas! Fortificantes para nuestra fe, instructivas para nuestra conducta.

Para comprender las cosas de Dios, la mentalidad humana tiene que transformarse.

Mientras que los Magos, rebosando de alegría, contemplan y adoran al Niño Dios, los moradores de Jerusalén yacen en la mayor indiferencia. Aletargados con la práctica rutinaria de sus leyes mal interpretadas, han perdido esa juventud de alma que va siempre a la vanguardia...

Al considerar su conducta, debemos comprobar hasta qué grado de indiferencia lleva el abuso de las gracias.

Al igual que el establo y el pesebre del Niño Dios, nuestras capillas y centros de Misa son muchas veces lugares pequeños y pobres; pero, también nosotros, en medio de nuestras penas y tristezas, tenemos nuestras alegrías: vivimos donde resplandece la Verdad de la Tradición y de las Profecías, donde se administran los verdaderos Sacramentos, allí donde la verdadera Doctrina ilumina nuestras almas.
Y postrándose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
El incienso porque es Dios, el oro porque es Rey, la mirra porque se encarnó para ofrecerse en sacrificio sobre la Cruz.
Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.
Debemos admirar cómo la Divina Providencia cuida de sus servidores fieles, advirtiendo a los Magos lo que deben hacer para salvar al Niño de la persecución de un príncipe ambicioso y cruel, y para prevenirlos a ellos mismos de los malos tratos a los que se expondrían si regresasen a Jerusalén.

No era posible que los que habían venido de Herodes a Cristo, volviesen de Cristo a Herodes.

¿Por qué?

Porque quien ha experimentado el mal en el que ha caído y recuerda el bien que ha perdido, vuelve, sí, con arrepentimiento a Dios.

En cambio, quien habiendo abandonado al diablo, se une a Cristo, no vuelve al diablo, porque mientras se regocija con el bien que ha encontrado y se acuerda de los males de que se libró, sería un despropósito volver al mal.

Debemos aprender esta lección y considerar cuán bienaventurados seremos si nos abandonamos a la Providencia, que nunca dejará de asistirnos en los peligros y apartará de nosotros los males que nos amenazan.

Pero esto será con la condición de seguir sus consejos: no debemos retornar a la Roma neoprotestante y modernista, que ha jurado la muerte de la Tradición y de las Profecías, y ha condenado por adelantado a quienes las sostengan.

No faltará, sin duda, quien diga que Jerusalén (Roma) es indispensable y que, si hay una verdadera solución de la crisis respecto del Niño, ésta no puede venir sino de Jerusalén.

Los Reyes Magos responderían: No aceptamos entrar en la situación de peligro en la que nos hubiésemos encontrado si hubiésemos regresado a Jerusalén. Eso se terminó. Plantearíamos la cuestión de este modo: ¿Aceptan Herodes y los Sacerdotes las grandes profecías anunciadas por todos los Profetas y por el Rey David, sus predecesores? ¿Están de acuerdo con tal o cual profecía? ¿Están en plena comunión con estos Profetas y con este Rey y con sus afirmaciones? ¿Aceptan ofrecer incienso, oro y mirra al Niño Dios, Rey y Sacerdote? ¿Están a favor de ese Niño y de su Realeza? Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es inútil hablar. Mientras no hayan aceptado reformar su falso mesianismo considerando la doctrina de los Profetas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil.

Bien sabemos lo que hubiese sucedido con el Niño y con los Magos si hubiesen regresado a Herodes…

Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño… “O calliditas ficta, o incredulitas impia, o nequitia fraudulenta”, dice San Fulgencio: Oh, astucia artificiosa; oh, impía incredulidad; oh, perversidad fraudulenta. La sangre de los Santos Inocentes, que tú has derramado cruelmente, atestigua lo que has pretendido hacer con este Niño”.

Esta Roma anticristo, anti-tradición, anti-profecías, astuta, impía, infiel, falaz, perversa y cruel, no retrocederá ante un nuevo crimen, y así como ya maltrató a la Fraternidad San Pedro, a Dom Gérard, a Campos y a todos los que regresaron a ella por el camino de la Comisión Ecclesia Dei, de la misma manera tratará a los que aspiran domesticar a la Bestia, dándole cacahuetes, por muy legítimas, e incluso santas, sean sus intenciones…

Entretanto, el Niño Jesús huye a Egipto.

¿Pero cómo el hijo de Dios huye delante de un hombre? ¿Quién se verá libre de enemigos, si el mismo Dios teme a sus adversarios?

Convenía que así sucediese, para que los cristianos no se avergüencen de huir cuando la persecución les obligue a ello.

El Salvador, conducido a Egipto por sus padres, nos enseña que muchas veces los buenos se ven obligados a huir, e incluso también son condenados a un destierro por la perversidad de los malos…

Debemos considerar con la serenidad más perfecta los males que amenazan a la Iglesia. Esta serenidad nuestra es para Dios una honra, y para nosotros una fuerza.

Continuemos, pues, con paz, alegría, confianza, coraje, paciencia, longanimidad, perseverancia y constancia este combate por la Fe, por la Iglesia, por la Santa Tradición, por la Misa de siempre…

Permanezcamos en nuestra inhóspita trinchera, con alma de pie de gallo, genuinos caballeros de la resignación infinita, abandonados a la doliente esperanza en la Segunda Venida

Y Dios nos conducirá allí donde encontraremos al Niño con su Madre, el Arca de la Alianza y la Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas, aplastando una vez más, y definitivamente, la cabeza del dragón infernal…

Ella, mientras tanto, nos indica mirar hacia la Estrella Matutina, su Jesús…

Ella es también nuestra Stella Maris, y nos ayudará a seguir nuestra ruta en paz y alegría, incluso si el camino se hace todavía más impracticable que hoy en día…