sábado, 24 de abril de 2010

IIIº post Pascha


TERCER DOMINGO DE PASCUA

En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.

El Evangelio de este Tercer Domingo después de Pascua nos presenta la última parábola de Jesucristo, La mujer cuando va a dar a luz.

Antes de esta pequeña parábola, Nuestro Señor había dicho a los Apóstoles el proverbio hebreo que ellos no comprendieron bien: Aún un poco de tiempo, y ya no me veréis; y aún un poco de tiempo, y me volveréis a ver, porque voy a mi Padre.

¿Cuáles fueron las reflexiones de los Apóstoles? No comprendieron la misteriosa palabra del Maestro y se decían el uno al otro: ¿Qué es lo que nos dice: “Aún un poco de tiempo, y ya no me veréis; y aún un poco de tiempo, y me volveréis a ver”?… ellos decían: ¿Qué quiere decir? ¿Aún un poco de tiempo? No sabemos lo que dice.

Jesús, que sabe todo, conoció que querían preguntarle; y como un buen padre lleno de ternura para sus hijos, previene su pedido y explica su pensamiento: En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

Nuestro Señor no define la duración de este “poco tiempo”, repetido dos veces, y que intrigaba tanto a los Apóstoles; pero especifica claramente los dos períodos designados.

Les anuncia que una gran tristeza llenará su corazón, pero que será seguida de una alegría más viva.

Así pues, al mismo tiempo que los prepara para el dolor, les ofrece por adelantado la consolación que seguirá.

Quiere hacerles entender que su vida aquí abajo será un tiempo de pruebas y de tribulaciones, mientras que los mundanos sólo soñarán placeres. Pero pronto los roles se intercambiarán y ellos estarán en la alegría y la felicidad.


¿Qué significan, pues, estas palabras del Salvador: Aún un poco de tiempo, y ya no me veréis; y aún un poco de tiempo, y me volveréis a ver, porque voy a mi Padre?

Estas palabras misteriosas son susceptibles de dos significados: uno más limitado, relativo solamente a los Apóstoles; otro más amplio y moral, aplicándose a todo el conjunto de los fieles de todas las épocas, y más concretamente a los fieles de los últimos tiempos.


En el primer sentido, el sentido literal, las palabras del Maestro se refieren a su Pasión, a su Sepultura y a su Resurrección. Esta expresión, “aún un poco de tiempo”, designa un reducido número de horas o días: es decir, aún algunas horas, y seré crucificado, muerto y sepultado, y dejaréis de verme; y aún un poco de tiempo, y me veréis, es decir, al tercer día resucitaré, y me volveréis a ver con una alegría sin par.

En el otro significado, el sentido moral, estas mismas palabras pueden aplicarse a todos los fieles, y nos recuerdan que la duración de esta vida, por muy larga que pueda ser, es muy poco en comparación con la eternidad.

“Aún un poco de tiempo” es el de la vida presente, donde no podemos ver sino a través de los velos misteriosos de la Fe; es el tiempo de las persecuciones, de las aflicciones, de los sufrimientos… Y “Aún un poco de tiempo, y me volveréis a ver” será el tiempo de la eternidad, donde veremos a Dios, donde no habrá ya ni llantos, ni tristeza, sino una alegría inefable, que nadie podrá quitarnos.


Estas palabras, por lo tanto, significan al mismo tiempo la Pasión y la Resurrección de Cristo, y también la ausencia de Jesús del mundo y su Segunda Venida.


Aplicando Él mismo esta comparación a los Apóstoles, el Salvador añade con amor: Es así como estáis ahora en la tristeza, como si estuvieseis en los trabajos del parto, porque ha llegado el tiempo de mi Pasión; pero a continuación os volveré a ver, y entonces vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará vuestra alegría.

Obviamente, pronto tuvieron que sufrir persecuciones, tormentos y la muerte en testimonio de su Divino Maestro; pero sostenidos por la esperanza de resucitar con Él y volverlo a ver en el Cielo, se alegraban, considerando como una gloria y una felicidad sufrir por su amor.


Jesucristo habló para los Apóstoles y para nosotros; habló para la Iglesia; para la Iglesia que estaba allí representada por los Apóstoles. Esta parábola del Salvador se aplica a todos los fieles, porque es necesario ir hacia las alegrías eternas a través de las lágrimas y de las aflicciones de este tiempo presente.

La condición de los verdaderos cristianos es sufrir en este lugar de exilio; llevar su cruz en este valle de lágrimas tras el Divino Maestro; de gemir y llorar sobre sus propias miserias y sobre las del prójimo.


¿Qué significa, por lo tanto, la comparación de Nuestro Señor: La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo?

Esta comparación, tomada de la vida doméstica, nos representa de maravillas la rápida transformación de la tristeza de los Apóstoles en la alegría más viva.

La mujer está condenada a alumbrar en el dolor; pero, cuando ve en sus brazos al niño que acaba de poner en el mundo, saborea una alegría inefable; es feliz y está orgullosa; y su felicidad presente, su noble título de madre, le hace lanzar el velo del olvido sobre sus últimos sufrimientos, por los cuales ha debido conquistar su dignidad presente.


Esta mujer es la figura de la Iglesia y de los hombres apostólicos, que dan a luz a los fieles en medio de los sufrimientos y a través de dolores y penas; y que se alegran cuando así han dado nuevos hijos a Dios; sobre todo cuando ven salvarse estas almas, engendradas y santificadas con tanto dolor.


Es así para todos los justos: lo que los sostiene y los anima en medio de las pruebas y de las persecuciones que tienen que sufrir es el pensamiento del Cielo, donde Dios los recibirá por la eternidad, donde sus lágrimas se enjugarán, y donde no conocerán ya ni la muerte, ni el luto, ni los gemidos, ni los dolores.


La parábola de la Mujer que da a luz, Nuestro Señor la emplea en otro lugar para designar su Parusía. Es decir, que la Parusía será un dolor relacionado con una alegría definitiva.

Ciertamente esta imagen elocuente se refiere a la opresión que sufrirán los Apóstoles; pero también a la de toda la Iglesia hasta su Segunda Venida.

La Iglesia es, eminentemente, la Mujer que da a luz; y Jesucristo es el Hombre que nace en el mundo y para el mundo.


En la vida corriente, la mujer no se goza porque ha venido al mundo un hombre, sino porque a ella le ha nacido un hijo. Y es claro, puesto que si ella se alegrase por lo primero, entonces nada impediría que incluso las que no dan a luz se gozasen que otras parieran.

¿Por qué habló así Jesús? Porque tomó el ejemplo únicamente para aclarar que el dolor es temporal, pero el gozo es perpetuo; y que la muerte es un traslado a la vida; y que de esos dolores, como de parto, se sigue un fruto grande.

Y no dijo: Porque ha nacido un niño para ella; sino: Porque ha nacido un hombre en el mundo. Con lo cual da a entender su propia resurrección; y que al dar así a luz no engendraría para la muerte, sino para el Reino.

Jesucristo es el Hijo del Hombre encarnado para el mundo, y que debe nacer de nuevo para el mundo; nacer la Cabeza con todos los que son sus miembros. Y esto sucederá en su Segunda manifestación, gloriosa y definitiva.

El encuentro de los miembros con la Cabeza es la Recapitulación.

Todas las criaturas gimen con dolores de parto, hasta esta restauración suprema, porque ahora están cautivas de la mortalidad. Pero un día todas las cosas serán sometidas a los hijos de Dios, y los hombres serán sometidos a Cristo, y Cristo entregará todas las cosas al Padre. Y todo esto, hoy completamente dividido, rasgado, será realmente un conjunto, un uni-verso: un Cosmos en vez de un Caos.

Jesucristo hace alusión, no a una alegría particular, sino a una alegría cósmica.


En esta coyuntura, Jesucristo anuncia a los Apóstoles una derrota y una victoria: vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo

Jesucristo comparó la vida espiritual con un parto. Esta parábola es un signo del optimismo fundamental del cristianismo (que parece tan duro y sombrío a la impiedad contemporánea); signo de optimismo porque Cristo afirma, simplemente, que la llegada de un hombre al mundo es un bien, perfectamente consciente de los dolores de la madre y de los dolores que ese hombre deberá sufrir; pero dolores que deberán pasar.

Estas dos cosas, dolor y gozo, no son separables para el cristiano; porque para él el Momento presente se inserta continuamente en la Eternidad.

¿Qué es esta alegría que nadie puede quitar? ¿Qué es esta mezcla de dolores y gozo, de derrota y victoria, de ver y no ver? Eso es la Esperanza.

La Esperanza es triste porque lo que se espera no se posee aún; y la Esperanza es gozosa, porque aquel que espera no desespera.

La vida espiritual es un camino que no carece de altos y bajos, de zarzas y espinas, de sombras y accidentes; pero el sentimiento de estar en el buen camino compensa y domina todo eso; con la ventaja, en ese caso, que el término del camino, que es el amor de Dios, ya se gusta en cada una de sus partes.

Si no hubiese una cosa invisible y misteriosa que equilibre todo este peso, los cristianos no hubiesen podido resistir hasta ahora. Esta cosa es la Caridad, fruto de la Fe y de la Esperanza.

Los frutos del amor de Dios son la voluntad de no ceder a las tentaciones, la confianza en la Providencia y la alegría en el Espíritu Santo. Porque el fruto del amor es el dolor y el gozo… y el Amor es más poderoso que la muerte…


Una Mujer en el trabajo y los dolores del parto aparece nuevamente en el Apocalipsis; y San Juan la declara Gran Señal, Signum Magnum…: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, revestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con las ansiedades de dar a luz.

El hijo que Ella debe alumbrar designa, indudablemente, a Cristo… Esta Gran Señal significa los dos nacimientos de Cristo, como tipo y antitipo; y principalmente su Segundo Nacimiento, místico integral, con todo su Cuerpo en el fin del siglo, que es la Parusía.

Es la Iglesia de los últimos tiempos, sometida a la persecución del Anticristo. La Mujer queda a salvo de ella, aislada en el desierto, mas “el resto de sus hijos” soporta el ataque del Dragón.

San Agustín dice: “La Iglesia está gestando a Cristo continuamente, aunque el Dragón pelea contra ella”.


La mujer al dar a luz se acongoja. Con frecuencia usaron los profetas de esta parábola, comparando la tristeza con los dolores de parto. Quiere decir el Señor: Os invadirán dolores como de parto, pero los dolores de parto son causa de alegría.

Reafirma así la verdad de la futura resurrección, y declara que el partir de este mundo es equivalente a salir del vientre a la espléndida luz. Como si dijera: No os admiréis de que por medio de los dolores os conduzca Yo a la gloria, pues también las mujeres, mediante esos dolores, llegan a ser madres.

Pero, además, indica aquí un misterio, o sea, que Él ha destruido el dolor de la muerte y ha cuidado de engendrar al hombre nuevo.

No dijo únicamente que la tristeza sería pasajera, sino que ni siquiera la menciona: tan grande es el gozo que ha de venir.

Cuando la Iglesia hubiere dado a luz, esto es, cuando victoriosa de los trabajos de la pelea alcanzare la palma del triunfo, ya no se acordará de los apuros pasados por el gozo de la recompensa recibida.

Así como la mujer se alegra de haber dado un hombre al mundo, así la Iglesia se llenará de gozo cuando nazca para el Cielo el pueblo fiel.

No debe asombrar el que se dé el nombre de nacido al que deja el peregrinar terreno, porque así como se acostumbra a llamar nacido al que saliendo del seno materno entra en la luz de este mundo, así también puede llamarse nacido al que libre de los lazos de la carne se eleva a la luz eterna; por esta razón las solemnidades de los santos no se llaman muerte, sino nacimiento.

En consecuencia, encontramos así el único fin que puede satisfacernos, porque será eterno, ya que ningún fin puede llenarnos plenamente sino el que se refiere a Aquel que no tiene fin.

Por esta razón lo único que nos satisface es lo que oportunamente oímos: “Nadie os quitará vuestro gozo”.

En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
Vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.

Por esto la Sagrada Escritura concluye con esta frase:

Dice el que da testimonio de todo esto: “Sí, vengo pronto”. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!

sábado, 17 de abril de 2010

Domingo IIº después de Pascua


DOMINGO DEL BUEN PASTOR


(Sermón pronunciado el 21 de abril de 1985)


El Segundo Domingo después de Pascua es llamado ancestralmentedel Buen Pastora causa de su Evangelio, tomado del capítulo décimo de San Juan, en el cual Jesucristo se revela y declara Buen Pastor por excelencia: Yo soy el Buen Pastor; y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí.

Habitualmente el predicador aprovecha esta ocasión para encomiar las cualidades del Buen Pastor, así como resaltar también la importancia del sacerdocio por Él instituido y, por lo mismo, la necesidad de las vocaciones sacerdotales.

Hoy deseo extender la noción de buen pastor a toda persona que tiene a su cargo un alma, una oveja: padres y madres de familia, maestros y profesores, dirigentes políticos, militares, sacerdotes y religiosos…

Para ello me serviré de una imagen


Cuánta niebla suele haber en estos tiempos de cambio de estación…

Niebla espesa, sucia, pegajosa…, silenciosa, impalpable, emboscada, hipócrita…

Niebla que paraliza la vida…, como un somnífero…, como un veneno lento y letal…

La niebla no vibra, no sacude; no es una pasión violenta, arrebatadora; no es una manifestación de vida, aunque más no sea trágica… Es un silencio, una cosa gris, una negación, una nada sin nervio…, una indeterminación; ni luz, ni tiniebla… ni cielo sereno, ni tempestad… sólo tedio y hastío…

Es terrible, precisamente, por esta misma falta de fuerza, por esa falta de sólida resistencia.

Incluso la misma luz se enturbia y se vuelve pastosa en la refracción… La luz deslumbra en la niebla, pero no ilumina; y se agrupa en un halo mortecino y triste…

Solamente el sonido traspasa y vence la niebla…

Por eso, cuando hay niebla, se tocan durante largo rato las campanas, sea en el mar, sea en la montaña, sea en el valle, sea en el bosque…

El sonido se difunde como un anuncio de vida, escondida pero real…, presencia de vida en medio de una muerte aparente y transitoria que todo lo invade.

El repique de las campanas orienta a los extraviados en aquella lechosa ceguera. No se ve nada…, pero se siente que la realidad y la vida existen.

Si las campanas callaran, el miedo y el extravío podrían convertir esa muerte aparente en real; el precipicio y el choque se esconden amenazadores en la niebla…

¡Cuánta niebla en estos tiempos de cambio de estación!

Se presenta como un signo y un símbolo externo de una tremenda niebla moral, de un cambio espiritual, en las inteligencias y las voluntades…

Niebla moral que nos envuelve, mientras se enfría la caridad y la apostasía universal congela la sociedad moderna…

No debemos temer tanto la violenta tempestad, la abierta persecución que derrumba los altares y las iglesias… hemos de temer más la niebla y la confusión que enceguece y conduce al precipicio…

Debemos temer esa mezcla de Cristianismo y paganismo… ese Credo en los labios con la incredulidad en la mente… ese Credo en las mentes con la sensualidad en el corazón… ese Cristianismo en las fórmulas con el materialismo en la vida…

Temer este monstruoso, repugnante connubio…, adulterio entre Cristo y Luzbel…, entre catolicismo profesado en los censos y ateísmo proclamado en la práctica cotidiana, individual, familiar y social…

Temer esta desorientación de ideas… este querer y poder ser simultáneamente católicos y laicistas, católicos y oportunistas, practicantes y liberales…

Temer ese desenvuelto, pacífico, tranquilo tránsito de la iglesia al cine insulso, cuando no vulgar, grosero… de la Misa al baile… cuando no del baile a la Misa…, del Rosario a la televisión… de la Comunión al espíritu mundano…

Temer esta indiferencia, este tedio, este hastío que vacía los espíritus y diezma las filas católicas contrarrevolucionarias…

No tenemos apóstoles… no tenemos mártires… no tenemos santos… Todo es tibio, turbio, sucio, pegajoso, somnoliento… ¡Como la niebla!

Un hastío, un cansancio, una inacción… un Cristianismo de bostezos y de pasatiempo, de salón y de superficialidad… un Catolicismo de irresponsabilidad…

Contra esta niebla nada vale…, ni la luz horrible de dos guerras mundiales, ni las llamas guerrilleras encendidas por la revolución bolchevique, ni los resplandores de guerras y rumores de guerras…, como tampoco el preanuncio de un incendio mucho peor…

Después de un breve esclarecimiento, vuelve a echarse encima…, lenta, tenaz, espesa, invulnerable, la neblina de un Cristianismo bastardo, inerte e ineficaz…

¡Nada valió! y ¡nada vale!… No valen la persecución marxista y los martirios de Rusia…, las traiciones vaticanas y las cobardías argentinas…

Sentimos que el Cristianismo agoniza junto a nosotros… y seguimos jugando…

En la hora de los martirios, solemos vivir indiferentes y alegres…

No debemos temer un Cristianismo perseguido, ensangrentado…, porque los mártires renacen multiplicados… Nos debe dar miedo, ¡sí!, un Cristianismo sepultado en la niebla… un Catolicismo que se pudre en el lodo…


¡Qué silencio tan amenazador en el que se han sumergido tantos sectores de la sociedad!… signo de una fe vacía, exterior, desviada…

Este es el panorama de nuestro Occidente, otrora cristiano… de nuestras sociedades gobernadas por falsos pastores, civiles y religiosos.

Este es el cuadro patológico de la Cristiandad agonizante, mientras las banderas rojas flamean allí donde antes se levantaban cristianas cruces.

Esta es la descripción de la Iglesia actual que, renunciando a su mensaje y misión divinos, predica el culto del hombre y la religión universal masónica.

Este es el estado de los hogares modernos que, conculcando las leyes santas del matrimonio, se precipitan en el control de la natalidad, cuando no en el onanismo, el aborto, la infidelidad, el divorcio.

Esta es la situación de los dirigentes políticos que, no queriendo pastorear en nombre de Dios y respetando sus santas leyes, lo hacen en nombre del pueblo y en contra del Dios tres veces Santo…

Este es el estado de las Fuerzas Armadas que, renunciando a poner la espada al servicio de la Cruz y en lugar de señalar como objetivo defender los supremos valores de la religión y de la virtud, siguen los dictámenes foráneos para caer en el libertinaje, el dinero y el sexo…


¡Qué silencio!… ¡Qué angustiante silencio en medio de la niebla de nuestros días!

¡Qué necesidad tenemos de pastores!

¡Cómo necesitamos campanas que orienten!

Estamos desorientados… Emprendemos muchos caminos… Seguimos mil pistas… Escuchamos millones de sonidos, que contrastan, pero no orientan…

No sabemos ya ni dónde andamos, ni qué queremos. La niebla y la bruma que la Revolución han sembrado no nos dejan ver… Estamos confundidos…, desorientados…, perdidos… camino al precipicio…


Pero…, por misericordia de Dios…, entre la niebla repican aún algunas campanas…

Campanas que amonestan…, que exhortan…, que advierten…, que indican…

Campanas que confortan…, que animan y dan esperanza…

Tañer de vida, de orientación, de llamamiento, de alarma, de reacción…

Sonido neto, inconfundible…, idéntico a través del tiempo y del espacio…


Es el sonido del Catolicismo, de la gran campana de la Cristiandad, del espíritu Cristiano hecho vida y encarnado…, de la religión practicada por sacerdotes, religiosos y religiosas, por jóvenes y ancianos, en la escuela y en el hogar, en la política y en la milicia, en la educación y en el trabajo, en las artes y en la economía…


¡Sí! En medio de la niebla de la sociedad postmoderna, se oye aún el tañer de cristianas campanas…

Los católicos fieles, y especialmente los servidores de Nuestra Señora, tienen una misión muy especial en estos días de apostasía… Están llamados custodiar y a restablecer, en la medida de lo posible, los principios eternos de Dios…

Ellos deben guardar ese patrimonio heredado de la tradición bi-milenaria…

Deben salvaguardar el sacerdocio católico, el hogar católico, la escuela católica, la universidad católica, la política católica, la milicia católica, las artes católicas… en una palabra, mantener a su alrededor el Reino de Dios, anhelando el Advenimiento de Jesús para la restauración definitiva de todas las cosas en Cristo y por Cristo…


En medio de la niebla revolucionaria anticristiana…, sumergida la sociedad postmoderna en esa bruma traidora, enceguecido el hombre contemporáneo por la nube densa de la apostasía corrupta y corruptora… el sonido y el tañer de campanas católicas constituye un punto de referencia y una esperanza…

Todo no está muerto…, todo no está terminado…, todo no está traicionado y entregado… Existe una Contra-Revolución…


¡Campanas católicas que se echen al vuelo para orientar los pobres rebaños!

¡Campanas que llamen al buen sendero y orienten al verdadero camino!


¡Qué necesidad tenemos de sacerdotes y religiosos enamorados de la gloria de Dios y la salvación de las almas!

¡Cuánto necesitamos de padres y madres concientes de su noble vocación de engendrar hijos y educarlos para el cielo!

¡Qué falta nos hacen jóvenes y chicas puros en sus almas, valientes y esforzadas para decir no al mundo traicionero y seguir a Cristo, único camino!

¡Cuánta necesidad de santos dirigentes, que imitando a San Luís y San Fernando, hagan de su misión política un apostolado!

¡Necesitamos maestros católicos!

¡Cómo escasean los santos militares! ¡No precisamos héroes…, sino santos, que empuñen la espada para restablecer las cruces derribadas!…


¡Si! Necesitamos urgentemente esos buenos pastores esas campanas… Porque la niebla se hace cada vez más densa y cae la noche… Porque la Revolución es cada día más fuerte… Porque la apostasía avanza y la traición acecha…


¡Campanas al vuelo!…, porque los lobos han entrado en el rebaño.

¡Campanas a tañer!…, porque la herejía se desliza entre el pueblo.

¡Campanas a sonar!…, porque el materialismo corrompe las mentes y los corazones.

¡Campanas a tocar!…, porque los hogares se corrompen con las ideas nuevas.

¡Campanas a repique!…, porque los jóvenes se pudren en los boliches, festivales o simplemente en sus casas ante la televisión y la computadora.

¡Campanas a rebato!…, porque la política se envenena de más en más con los falsos dogmas de la soberanía popular y la partidocracia.


¡Campanas a redoble!…, porque la niebla se espesa, la tempestad avanza, la persecución nos asedia y no estamos preparados ni por la fe en la mente ni por la caridad en el corazón.

¡Campanas a vuelo!…, porque faltan pastores, faltan sacerdotes…, las vocaciones defeccionan…, los seminarios quedan vacíos…

¡Campanas a tocar!…, porque escasean los padres y madres católicos…, los dirigentes plenamente cristianos…


¡Campanas a tañer!…, para que se ruegue, se implore al Señor:

¡Señor!, envíanos tus pastores… danos tus testigos… tus sacerdotes…

¡Señor!, danos tus pastores en los hogares, en las escuelas, en los talleres y fábricas, en los cuarteles y en las clases dirigentes…

¡Señor!, envíanos tus pastores; muchos… puros, celosos, santos…


Y Tú, ¡Virgen Santísima!… ¡Divina Pastora!…, acelera el triunfo de tu Corazón Inmaculado y prepara la implantación del Reino de tu Divino Hijo…

sábado, 10 de abril de 2010

Domingo de Quasimodo


DOMÍNICA IN ALBIS


Desde la antigüedad, la Iglesia tuvo sumo interés en prolongar durante una semana entera la solemnidad del día de Pascua. Estas ceremonias permitían a los neófitos saborear la alegría de su Bautismo y dar gracias a Dios por el insigne beneficio que acababan de recibir.

Pero esta liturgia de la Semana de Pascua no interesaba solamente a los neófitos; sino que brindaba también la ocasión de renovarse en la gracia de su Bautismo a todos los que habían tenido la dicha de nacer a la vida de Cristo resucitado.

Los textos litúrgicos de la Semana Pascual han sido seleccionados y compuestos para todos los fieles; y la semana in albis mantiene el recuerdo de nuestro Bautismo; lo cual nos ayuda a profundizar en la significación de la fiesta de Pascua y nos permite revivir más profunda y extensamente este misterio.

Hubo una época en que cada día de esta Semana los neófitos y numerosos fieles de Roma se reunían en uno u otro de los santuarios más venerables de la ciudad.

Los neófitos asistían con la vela bautismal y vestidos con las túnicas blancas que recibieran el día de su Bautismo.

Por la mañana se dirigían a la Basílica Estacional para la Misa solemne; por la tarde, después del tercer salmo de las Vísperas iban al baptisterio de Letrán, de manera procesional como el día de Pascua, para rendir los honores a la Pila Bautismal.

El sábado, último día de la semana, la estación tenía lugar en el santuario en que siete días antes los neófitos se habían convertido en hijos de Dios. Este mismo sábado, a la salida de Vísperas y después de una estación en el baptisterio, los neófitos se reunían en una dependencia de la basílica de Letrán para despojarse, en una ceremonia conmovedora, la túnica blanca que habían revestido al salir de la piscina sagrada.

De ahí que los antiguos Sacramentarios titulen al sábado de la Semana Pascual Sabbatum in albis deponendis, sábado de la deposición de las túnicas blancas.

La Semana, en efecto, había comenzado para ellos antes que para otros fieles; ya que era en la Vigilia Pascual que se habían regenerado, y que se los había revestido con esta toga, símbolo de la pureza de sus almas.

Era, pues, la noche del Sábado siguiente, después del Oficio de las Vísperas, que la dejaban o deponían.


Asistamos a la imponente ceremonia: la Estación se desarrolla en la Basílica de Letrán, la Iglesia Madre y Maestra, en cuyo Baptisterio, allí mismo donde Constantino recibió la gracia divina, los neófitos habían recibido ocho días antes el don de la regeneración.

La Basílica que los recibe hoy es aquélla en la cual asistieron por primera vez a la celebración entera del Sacrificio del Altar. Ninguna otra basílica romana convenía mejor para la Estación de este día. En efecto, en el momento de regresar a la vida común, las impresiones de aquella noche debían conservarse perdurables en el corazón de los neófitos.

La santa Iglesia, en las últimas horas en que sus neonatos se reúnen en torno a ella, como alrededor de una madre, los contempla con complacencia.

En el momento de ver expirar la Semana Pascual, la Iglesia pide al Señor, en la Colecta, que las alegrías que sus hijos han saboreado en estos días les abran el camino a las alegrías aún mayores de la Pascua Eterna: Te suplicamos, Dios todopoderoso, hagas que quienes celebraron religiosamente estas fiestas pascuales merezcan llegar por ellas a las alegrías de la eternidad.

Como cada uno de los días de esta semana, el Oficio de las Vísperas se realiza con la misma solemnidad del Domingo de Pascua. El pueblo fiel llena la Basílica y acompaña con sus miradas, su interés fraternal y su oración a este blanco rebaño de neófitos que avanza tras el Pontífice para honrar una vez más aún la fuente santa que los ha dado a luz para la Fe.

Este día la afluencia es aún mayor, ya que un nuevo rito va a realizarse. Los neófitos, al dejar la túnica que ostenta exteriormente la pureza del Bautismo, van a asumir el compromiso de conservar internamente esta inocencia, cuyo símbolo ya no les es necesario: su propia vida debe manifestar su Fe.

Una vez concluido el Oficio de las Vísperas, los neófitos pasan delante de la Cruz del Arco Triunfal y son conducidos a una de las salas contiguas a la Basílica.

El Obispo, sentado sobre una sede de honor, dirige con emoción a estos jóvenes corderos de Cristo un discurso en el cual expresa la alegría del Pastor a la vista del aumento del rebaño.

Llegado el momento de la deposición de la túnica bautismal, los amonesta y exhorta paternalmente a velar por ellos mismos y a nunca manchar esta blancura del alma, de la cual la de la túnica no es más que la tenue imagen.

Luego, después de haber dirigido a Dios sus acciones de gracias, pronuncia esta hermosa oración:


Visita, Señor, a tu pueblo en tus designios de salvación; míralo todo iluminado por las alegrías pascuales; pero dígnate conservar en nuestros neófitos lo que has operado, para que sean salvos. Haz que al despojarse de estas túnicas blancas, el cambio sólo sea en ellos un cambio exterior; que la invisible blancura de Cristo sea siempre inherente a sus almas; que no la pierdan nunca; y que tu gracia les ayude a obtener por las buenas obras esta vida inmortal a la cual nos obliga el misterio de la Pascua.


Tras este rezo, ayudados por sus padrinos, los neófitos se despojan de sus túnicas blancas, y se revisten a continuación con sus ropas ordinarias.

Finalmente, postrados a los pies del Pontífice, reciben de su mano el símbolo pascual, la imagen en cera del Cordero divino, el Agnus Dei.
El último vestigio de esta emotiva ceremonia es la distribución de los Agnus Dei que el Papa hace en Roma, el primer año de su pontificado y luego cada siete años.

Los Agnus Dei son unos medallones hechos con la cera sobrante del Cirio Pascual del año anterior, bendecidos y ungidos por el Papa con el Santo Crisma, y marcados con la efigie del Cordero, símbolo expresivo de Jesucristo, Redentor y Salvador del mundo.


Como vimos, el Septenario Bautismal se terminaba el Sábado in albis; pero pareció útil y conveniente transformarlo en verdadera Octava, añadiendo el domingo. Los más antiguos Sacramentarios convierten ya al Domingo que sigue a la Semana in albis en día Octava de Pascua.

Esta Octava, privilegiada entre todas las demás, termina, pues, con el Domingo in Albis o de Quasimodo, llamado así por las primeras palabras del Introito, que se presenta como una especie de complemento o colofón del Septenario Bautismal.

Este domingo se llama Domínica in albis en recuerdo de lo que sucedía con los neófitos, que habiendo depuesto sus vestimentas blancas se presentaban al templo con sus hábitos normales y se agregaban al núcleo de fieles.

A partir de ese día debían comportarse como verdaderos cristianos, conforme a la Fe recibida, en medio de un mundo hostil al cristianismo.

Por ese motivo, la Santa Iglesia los amonestaba y exhortaba utilizando los mismos textos que acabamos de leer: “estos milagros han sido narrados para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis la vida en su Nombre”.

El que cree en el Nombre del Hijo de Dios, posee la vida eterna… ¿Queréis tener la vida eterna? Creed en Jesús… No temáis al mundo ni lo que hay en el mundo, porque “quien nace de Dios, vence al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra Fe. El que vence al mundo es el que cree que Jesús es el Hijo de Dios”.

Por ese motivo, también la liturgia hace pedir con la oración colecta: “Concédenos que los que hemos celebrado las fiestas pascuales continuemos viviéndolas con nuestra vida y costumbres”.


Si hemos prestado atención, podemos comprender que toda la liturgia de la Octava de Pascua tiene por finalidad confirmar en la Fe y exhortar a una vida del todo nueva y fervorosa, tanto a los neófitos como a todos los fieles.

La Misa del Domingo de Quasimodo es también una misa Estacional, pero la ceremonia litúrgica, en vez de celebrarse en una de las grandes Basílicas, tiene lugar en un modesto santuario de la Via Aurelia que se edificó en el siglo IV sobre la tumba de un pequeño mártir de catorce años, San Pancracio, testigo de la Fe.

Su padre había muerto martirizado; la madre recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir, la guardó en un relicario de oro y le dijo al niño: “Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre”.

Un día, Pancracio regresó a la casa muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: “Es que me declaré fiel de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los Apóstoles: En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo”.

Al oír esto, la buena madre tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: “Muy bien, ya eres digno seguidor de tu valiente padre”.

Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su fiel seguidor, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel, lo condenaron y decretaron la pena de muerte contra él. Al llegar al sitio determinado, Pancracio exhortó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros; se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo. Allí mismo se levantó un templo en su honor, que sirve de Estación para la Domínica in albis.


Según el Ritual, la primera pregunta que hace el sacerdote al catecúmeno o a sus padres es ésta: ¿Qué pides a la Iglesia de Dios?

El catecúmeno debe responder, o si se trata de un infante, el padrino responde en su nombre: La Fe.

La Iglesia, pues, como lo hacía San Agustín, identifica el Bautismo y la Fe.

Ya Tertuliano llamaba al Bautismo Signo de Fe, y también Sello de la Fe.

Según la expresión tradicional empleada por San Agustín, y frecuentemente repetida por Santo Tomás, el Bautismo es el Sacramento de la Fe.

En efecto, por el Bautismo el cristiano entra en comunión de Fe con la Iglesia, se adhiere perfectamente a Cristo, del que se convierte en miembro vivo, se compromete en su servicio. En consecuencia, solamente merece el nombre de fiel aquel cuya vida sea conforme a este compromiso.

La santa liturgia de la Iglesia ofrece durante la Octava pascual a todos los cristianos una ocasión favorable para renovarse en su Fe. Con la Antífona de la Comunión, tomada del Evangelio del día, la Misa del Domingo Quasimodo termina precisamente con esta recomendación: No seas incrédulo, sino creyente.


Cada año, la fiesta de Pascua merece ser considerada como el punto de partida de una nueva vida, no solamente para los neófitos que acaban de nacer a la vida de Cristo resucitado, sino para todos los cristianos que han participado en la celebración de la solemnidad pascual renovándose en la gracia de su bautismo. De unos y otros se puede decir con toda verdad que deben vivir una nueva vida.

Y para responder fielmente a las exigencias del Bautismo, es necesario guardar la pureza de la Fe.


Todo católico, a lo largo de su vida, debe constantemente hacer prueba de su Fe, manifestarla y, de ese modo, vencer al mundo.

Para todo católico cada día es como una Domínica in albis: “concédenos que los que hemos celebrado las fiestas pascuales continuemos viviéndolas con nuestra vida y costumbres…”

¿Cuál debería ser, hoy, la actitud de un neófito que acaba de deponer su túnica blanca y que recibió la amonestación y la exhortación de la Iglesia?

¿Cómo debería comportarse ante la crisis actual de la sociedad en general y de la Iglesia en particular?

Más concretamente, ¿cuál debe ser nuestra actitud, hoy, ante esta crisis?

¿Cuál debe ser nuestro comportamiento de católicos y manifestar nuestra Fe y vencer al mundo?


El mundo moderno, apóstata y anticristiano, judaico y judaizante, ha renegado del antiguo boceto de unidad llamado Cristiandad y, abominándolo, pretende edificar una unidad mundial sobre un diseño elaborado en las logias masónicas judías, preludio del reinado del anticristo.

La supresión de las naciones y de las familias sólo son pasos para lograr ese proyecto diabólico.

A nosotros nos toca defender esas parcelas naturales de la humanidad: Patria y hogar… para entregárselos, consagrados, a Cristo Rey y a su Madre Santísima, Reina de nuestras familias y de nuestras Patrias.

La consigna no es la de vencer, sino la de no ser vencidos…


Así entendidas todas las cosas, llegamos a la conclusión de que nos encontramos frente a un desastre nacional e internacional.

Los desastres sirven para purificar. Dejarse probar y salir probados…

Pero sólo el hombre religioso es capaz de esto, sólo él tiene vocación de verdadero martirio.

Ante este desastre y frente a nuestra vocación de católicos, de mártires, hagamos profesión de nuestra fe y venzamos al mundo: “Quien nace de Dios, vence al mundo. Y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”.


San Pancracio, ruega a Dios e intercede por nosotros, particularmente por nuestra juventud, pues existen tantos peligros que acechan nuestra Fe.

domingo, 4 de abril de 2010

Domingo de Pascua de Resurrección


SOBRE LA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL


El misterio de la Resurrección es un misterio de alegría, de esperanza y de gloria; esta es la razón por la que la Iglesia nos invita alegrarnos en el Señor.

Jesucristo, nuestro ejemplar, nuestra primicia, como dice San Pablo, había muerto, y ahora vive, y vivirá por los siglos de los siglos.

Este misterio nos ilumina y fortifica; santifica y conforta nuestra vida aquí en la tierra.

Es el fundamento de nuestra fe, la verdadera forma de la vida cristiana y el gaje de nuestra resurrección futura.

La resurrección de Nuestro Señor es el más grande de todos sus milagros; sólo Dios puede resucitarse a sí mismo: Tengo el poder de entregar la vida y el poder de recuperarla cuando quiera.

Ella prueba que Nuestro Señor es verdaderamente Dios todopoderoso. Por eso se puede decir, con el Apóstol, que toda la doctrina cristiana, toda nuestra santa Religión, se basa en este gran hecho, atestado públicamente, comprobado, certificado…

Esta es la razón por la que, el día de Pentecostés, San Pedro y los Apóstoles, encargados de predicar a todos y por todas partes a Jesucristo y su doctrina, se basan en primer lugar en este único hecho: dan prueba que su Maestro ha resucitado de entre los muertos.

Si Jesucristo no resucitó, dice San Pablo, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe…, no hay Redentor, ni Redención; no hay justificación, ni vida futura; ¡las Escrituras son falsas, y el mismo Dios nos habría engañado…

Pero, al contrario, si Jesucristo resucitó, es Dios omnipotente; su doctrina es verdadera y celestial, y la debemos creer; sus preceptos son divinos y debemos someternos a ellos…

Escuchemos aún el Apóstol: Nosotros, que hemos sido bautizados en Cristo, lo fuimos en su muerte; ya que, por el bautismo, se nos enterró con él en la muerte, de modo que, así como Jesucristo resucitó para la gloria de su Padre, del mismo modo, marchemos en una verdadera novedad de vida. Muertos con Él, debemos vivir con Él una nueva vida, como la suya, imperecedera… Ya que Cristo resucitado no muere más. Considerémonos, pues, como realmente muertos al pecado, y también como vivos para Dios, viviendo divinamente con Jesucristo.

Jesucristo, el verdadero Cordero pascual, nos redimió y justificó por su muerte; pero, por su resurrección, es el modelo de nuestra conversión y de nuestra santificación.

Ya que, así como al resucitar pasó de una vida pasible y mortal a una nueva vida, gloriosa e inmortal, así debemos convertirnos en nuevas criaturas, de verdad resucitados con él.

Purificaos de la vieja levadura, es decir del pecado, dice San Pablo, con el fin de ser una nueva pasta, como panes ázimos, es decir, puros y santos.



¿En qué consiste la resurrección espiritual?


Consiste en pasar del estado de pecado el estado de gracia, es decir, según la palabra misma de resurrección, de la muerte a la vida, del estado de tibieza e imperfección al de fervor y perfección.

El pecado mortal da la muerte a nuestra alma: Jesús la resucita y le devuelve la vida por la virtud del sacramento de la Penitencia.

El pecado venial la debilita y la entibia; Jesús la consolida por su gracia, sobre todo en el sacramento de la Eucaristía.

Dice San Pablo, así como Jesucristo resucitó de entre los muertos para la gloria de su Padre, así debemos resucitar y marchar en una nueva vida; una digna vida de Dios, avanzando continuamente por el camino de la virtud y de la santidad.

Esta resurrección espiritual consiste pues en el cambio de nuestra antigua vida en una nueva vida…

Buscáis a Jesús crucificado, dijo el Ángel a las santas mujeres, resucitó, no está ya aquí…

Si hemos resucitado espiritualmente de verdad, es necesario que se pueda decir así mismo de nosotros: Se convirtió este hombre, ha cambiado, no es ya el mismo hombre….

Buscáis a aquel avaro, se volvió liberal y caritativo; a aquel orgulloso e iracundo, se volvió perfectamente humilde y mano; a aquel cristiano flojo, tibio, negligente en sus deberes, se volvió fiel, entusiasta y generoso.

¡Cuántas resurrecciones espirituales llenan de alegría el Corazón de Jesús, a su Iglesia y a todos los Ángeles del cielo!



¿Cuáles son las cualidades de la resurrección espiritual?


Pero, para que la resurrección espiritual lleve a la gloria, es necesario que tenga algunas cualidades: que sea pronta, verdadera, manifiesta y constante.


Pronta. Como la de Jesús: valde mane.

Sabemos que la gracia de Dios no acepta ni plazos, ni retrasos… Ahora bien, es sobre todo en este tiempo de Pascua que Jesús viene a llamar a la puerta de nuestros corazones para que nos convirtamos.

Si descuidamos esta gracia, ella escapará quizá para siempre… No pretextemos que no estamos dispuestos… Eso depende sólo de nosotros; ¿y si no estamos preparados ahora, cuándo lo estaremos?…


Verdadera y sincera. ¡Cualidad esencial! Consideremos a Jesucristo Surrexit vere, ¡y qué pruebas!… Desgraciadamente, entre los cristianos, en este santo tiempo de Pascua, ¡qué de conversiones aparentes, superficiales, falsas, imaginarias! ¡qué de conversiones espléndidas en palabras, lamentables en la práctica!…

La triste tumba del pecado permanece cerrada y sellada… El corazón no cambia, sigue con la misma vida que antes: mismos desórdenes, odios, resentimientos, injusticias, escándalos… ¡Se miente a Dios, no se resucita de verdad!…, peor Estado que el precedente.


Manifiesta y pública. Para glorificar a Dios y edificar el próximo, como la de Jesucristo que se manifestaba sus Apóstoles para hablarles del Reino de Dios, enseñarles y consolidarlos… No es suficiente convertirse, es necesario que la conversión se manifieste a los ojos de todo el mundo.

Deben mostrar nuestro cambio de vida:

En primer lugar, por el honor de Dios, ofendido y afligido por nuestras infidelidades y negligencias…

A continuación para la edificación del próximo, contristado por nuestras faltas, y a quien debemos dar pruebas de nuestra conversión…

Es necesario que se pueda decir de nosotros: Estaba muerto y resucitó… Resucitó, no esta más aquí… Ved el lugar donde lo habían puesto… Ved estos lugares de desórdenes, donde perdía su tiempo y su alma; … no está más, ahora se aplica seriamente a sus deberes.


Constante y perseverante. Contemplemos a Jesucristo: Ya no muere, la muerte no domina más sobre Él…

Que sea así para nosotros; nunca más esas alternativas de confesiones y recaídas voluntarias y deliberadas; más graves y cuyo último estado es peor que el primero…

Hagamos un examen: ¿por qué tantas resurrecciones espirituales dudosas? ¿Por qué tantas recaídas? Es porque no se toman las precauciones debidas… no se huye de las ocasiones peligrosas… se omiten la oración y los Sacramentos… se descuidan y violan las buenas resoluciones…

Además, por cobardía o mala voluntad, se omite hacer las reparaciones exigidas por la justicia, la caridad o la penitencia…

Tengamos, pues, mucho cuidado con todo esto…



¿Cuáles son los signos de la verdadera resurrección espiritual?


San Pablo nos indica tres:

1º Morir a la vida sensual. Era necesario que Cristo sufriera y muriera, para resucitar y entrar en su gloria. Del mismo modo, sólo resucitaremos espiritualmente por la muerte a nosotros mismos, al pecado, al hombre viejo, a todas nuestras codicias… Los que son de Cristo, han crucificado sus vicios y concupiscencias, dice San Pablo.


2º Morir a las cosas y a las miserables bagatelas de este mundo: Muertos a las criaturas, a los bienes, a las riquezas, a los honores, a todos los placeres y diversiones peligrosas.

Llevar una vida oculta en Dios con Jesucristo, es rechazar y olvidar el mundo, no pensar más que en Dios, que en agradarlo y glorificarlo.


3º Buscar y desear las cosas del cielo. Sólo tener gusto por ellas… “Si consurrexistis cum Christo, quae sursum sunt quaerite,… quae sursum sunt sapite”… Es decir, poner todas las esperanzas, todos los tesoros en los bienes del Cielo, no trabajar más que para la eternidad…

Gustar las cosas celestiales, la Palabra de Dios, los Sacramentos, la oración, las lecturas piadosas… “¡Qué despreciable me parece la tierra cuando contemplo el Cielo!”, decía un Santo…



Meditemos, pues, todas estas hermosas y grandes verdades…

Resucitemos realmente con Jesús, vivamos de su vida, vivamos según su espíritu, según sus enseñanzas… Una vida angélica, divina aquí abajo en la tierra, para que Él nos haga participar de su vida gloriosa en el Cielo.