La Iglesia, encargada por Dios de santificarnos, estableció en su Ciclo Litúrgico un método de santificación.
Por esa razón, la Iglesia ha dividido el año eclesiástico en distintos tiempos que corresponden a los diferentes acontecimientos y a los diversos períodos de la vida de Jesucristo.
Cada tiempo litúrgico representa una fase de la vida del Salvador y posee para la santificación de nuestra alma una eficacia que le es propia.
Que nos baste para convencernos recorrer el Misal; y observaremos, en efecto, que la Iglesia pide las gracias que corresponden a las fiestas que celebra.
Es muy importante, por lo tanto, que conozcamos el espíritu que caracteriza cada tiempo del año litúrgico, con el fin de ponernos siempre en las disposiciones requeridas para dar a Dios la gloria propia del misterio celebrado y beneficiarnos de su eficacia particular.
La lectura meditada de los textos litúrgicos que utiliza la Iglesia durante las cuatro semanas del Tiempo del Adviento nos descubre claramente la intención de hacernos compartir el pensamiento y el espíritu de los Patriarcas y Profetas de Israel que deseaban el Advenimiento del Mesías en su doble Venida: la de gracia y la de gloria.
La Iglesia hace desfilar cada año delante de nuestros ojos la espléndida comitiva que precede a Jesús a lo largo del curso de los siglos.
Y así contemplamos a Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Joel, Zacarías, Habacuc, Ageo, Malaquías, pero sobre todo Isaías, San Juan Bautista, San José, y la Bienaventurada Virgen María, que resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas, puesto que es de su Fiat que depende su realización.
Todas estas almas santas aspiraban la Venida del Salvador; y llevados de sus encendidos deseos, suplicaban acelerar su llegada.
Recorriendo las distintas partes de las Misas y del Oficio Divino del Adviento, es imposible no dejarse conmover por estas súplicas, apremiantes, urgentes y repetidas:
El Mesías esperado es el Hijo de Dios, el gran Rey liberador que superará a Satanás, que reinará eternamente sobre su pueblo y a quien todas las Naciones servirán.
Y porque la misericordia divina se extiende no sólo a Israel sino también a todos los Gentiles, debemos hacer nuestro este Veni… ¡Ven!...
Hora bien, esta Venida de Cristo, anunciada por los Profetas y esperada por todo el pueblo de Dios es doble:
• Venida de misericordia, cuando el Divino Redentor apareció sobre la tierra en la humilde condición de su existencia humana.
• Venida de justicia, cuando aparecerá, lleno de gloria y de majestad, al final del mundo, como juez y supremo Remunerador de los hombres.
Los Profetas del Antiguo Testamento no separaron estas dos Venidas; por eso la liturgia del Adviento, que nos enseña con sus palabras proféticas, habla a su vez de una y otra.
Nuestro Señor, por su parte, en el relato del Evangelio de este Domingo Primero del Adviento, por ejemplo, pasa sin transición de su primera Venida a la segunda.
¿Acaso estas dos Venidas no tienen el mismo objetivo? Ya que si el Hijo de Dios se humilló y rebajó hasta nosotros haciéndose hombre en su Primera Venida, es para hacernos ascender hasta su Padre en el Cielo por medio de su Segunda Venida.
Y la sentencia que el Hijo del Hombre pronuncie cuando venga por segunda vez, dependerá de la recepción que habrán hecho los hombres de su primera Venida.
El juicio final dependerá, pues, de la aceptación del misterio de Cristo, es decir, del misterio de la Encarnación con todas sus consecuencias.
Se comprende por lo tanto el papel del Adviento.
Este Tiempo nos proporciona, por una parte, las disposiciones que debemos tener para recibir a Jesucristo en su Primera Venida (puesto que las fiestas de Navidad son para la Iglesia el aniversario oficial de la llegada del Salvador y una aplicación actual de las gracias de la Encarnación).
E incluso, por otra parte, el Adviento nos prepara a incorporarnos al número de los benditos del Padre cuando Jesucristo regrese en su Segunda Venida.
La liturgia del Adviento nos hace, pues, prever al mismo tiempo las dos Venidas, para que las deseemos y las anhelemos con la misma confianza:
• la Venida del Niño de Belén que va a nacer aún más en nosotros por las gracias de la Navidad.
• la Venida de Nuestro Señor para instaurar su Reino.
Un poco al contrario de los Judíos, que no quisieron admitir sino la venida de gloria del Mesías, podríamos ser tentados de preocuparnos en esta época solamente de su venida de misericordia.
Por es importante dar a las fórmulas litúrgicas del Adviento toda su amplitud, con el fin de garantizarles toda su eficacia, y digamos con la Iglesia: Veni, Domine…
Con todos los Patriarcas y los Profetas pongo en Tí, Señor, toda mi esperanza…
Per adventum tuum, libera nos, Domine.
¡Qué benéfica es la liturgia de este Tiempo!, que nos prepara de este modo a celebrar la primera Venida de Jesús en función de la segunda, de modo que al recibir las gracias del Redentor no tengamos que temer los castigos del Juez.
Haz, Señor, pide la Iglesia, que recibiendo con alegría a tu sus Hijo único que viene a redimirnos, podamos igualmente contemplarlo con seguridad cuando venga a juzgarnos.
El Adviento nos muestra, pues, que Jesús es el centro de la historia del mundo.
Es, a partir de Adán, con la espera de su Venida de gracia que la historia comenzó; y es con la realización de su Venida de gloria que se terminará.
Y la liturgia aplica un papel a todos los fieles en este plan divino; ya que, si fue respondiendo a la llamada de los justos del Antiguo Testamento que Jesús vino sobre la tierra, es respondiendo a la llamada que hacen oír, de generación en generación, las almas fieles que viene siempre en ellas por su gracia en las fiestas de Navidad; y será por fin respondiendo a la llamada de los últimos cristianos, que serán perseguidos por el Anticristo al final de los tiempos, que acelerará su Venida para salvarlos.
El papel que el rezo desempeña en el plan de la Providencia es demasiado esencial como para que no cooperemos en esta doble Venida del gran Salvador: Veni, Domine, et noli tardare…
Y así como en su eternidad, Dios oyó, simultáneamente, todas estas súplicas, la Iglesia en su liturgia suprime los conceptos de tiempo y de distancia y hace contemporáneas a todas las generaciones.
Por ello nuestras aspiraciones hacia Jesucristo son idénticamente las mismas que las de los Patriarcas y Profetas. Por eso el Breviario y el Misal pueden poner sobre nuestros labios las mismas palabras que ellos dijeron antes.
Durante los siglos, uno solo es el clamor de fe, de esperanza y de amor que se eleva hacia Dios y a su Divino Hijo.
Compartamos, pues, los deseos entusiastas y las ardientes súplicas de un Isaías, de un Juan Bautista y de la Bienaventurada Virgen María, estas tres figuras que resumen perfectamente el espíritu del Tiempo de Adviento…
La preparación a la doble Venida de Jesús es para cada uno nosotros tanto más necesaria cuanto que una y otra son cercanas. La primera, es la fiesta de Navidad, que nos recuerda su última Venida y nos aplica las gracias de la misma; la segunda, es el momento de nuestra muerte, donde ya se aplicará a nuestra alma la sentencia de la Venida futura.
Si el tiempo de Adviento nos hace aspirar a la doble Venida del Hijo de Dios, el Tiempo de Navidad nos hace celebrar el aniversario de su nacimiento en Belén y nos prepara a su Venida como Juez al fin de los tiempos.
Confesemos, pues, siempre con fe, y más concretamente hoy, estas grandes y santas verdades de nuestro símbolo = creo en Jesucristo:
nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios nacido de Dios, consubstancial al Padre;
quien descendió de los Cielos, por nosotros los hombres y para nuestra salvación;
quien se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María, y se hizo hombre.
La Iglesia espera en la alegría la doble llegada del Redentor, que salva a su pueblo de sus pecados.
Nuestra ciencia debe ser acordarnos que el Señor vendrá.
Y es la Venida del Hijo de Dios en su primera Venida que nos da esta luz con respecto a su segunda Venida.
Contemplemos hoy sobre la tierra las maravillas de la misericordia del Señor en su Encarnación, con el fin de poder contemplar mañana al supremo Rey en su gloria.
Preparemos, pues, con una santa alegría la Venida del Hijo de Dios…
Por esa razón, la Iglesia ha dividido el año eclesiástico en distintos tiempos que corresponden a los diferentes acontecimientos y a los diversos períodos de la vida de Jesucristo.
Cada tiempo litúrgico representa una fase de la vida del Salvador y posee para la santificación de nuestra alma una eficacia que le es propia.
Que nos baste para convencernos recorrer el Misal; y observaremos, en efecto, que la Iglesia pide las gracias que corresponden a las fiestas que celebra.
Es muy importante, por lo tanto, que conozcamos el espíritu que caracteriza cada tiempo del año litúrgico, con el fin de ponernos siempre en las disposiciones requeridas para dar a Dios la gloria propia del misterio celebrado y beneficiarnos de su eficacia particular.
La lectura meditada de los textos litúrgicos que utiliza la Iglesia durante las cuatro semanas del Tiempo del Adviento nos descubre claramente la intención de hacernos compartir el pensamiento y el espíritu de los Patriarcas y Profetas de Israel que deseaban el Advenimiento del Mesías en su doble Venida: la de gracia y la de gloria.
La Iglesia hace desfilar cada año delante de nuestros ojos la espléndida comitiva que precede a Jesús a lo largo del curso de los siglos.
Y así contemplamos a Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Joel, Zacarías, Habacuc, Ageo, Malaquías, pero sobre todo Isaías, San Juan Bautista, San José, y la Bienaventurada Virgen María, que resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas, puesto que es de su Fiat que depende su realización.
Todas estas almas santas aspiraban la Venida del Salvador; y llevados de sus encendidos deseos, suplicaban acelerar su llegada.
Recorriendo las distintas partes de las Misas y del Oficio Divino del Adviento, es imposible no dejarse conmover por estas súplicas, apremiantes, urgentes y repetidas:
- Ven, Señor, no tardes ya.
- Ven, Señor, para salvarnos.
- Haz aparecer tu poder, Señor, y ven.
El Mesías esperado es el Hijo de Dios, el gran Rey liberador que superará a Satanás, que reinará eternamente sobre su pueblo y a quien todas las Naciones servirán.
Y porque la misericordia divina se extiende no sólo a Israel sino también a todos los Gentiles, debemos hacer nuestro este Veni… ¡Ven!...
Hora bien, esta Venida de Cristo, anunciada por los Profetas y esperada por todo el pueblo de Dios es doble:
• Venida de misericordia, cuando el Divino Redentor apareció sobre la tierra en la humilde condición de su existencia humana.
• Venida de justicia, cuando aparecerá, lleno de gloria y de majestad, al final del mundo, como juez y supremo Remunerador de los hombres.
Los Profetas del Antiguo Testamento no separaron estas dos Venidas; por eso la liturgia del Adviento, que nos enseña con sus palabras proféticas, habla a su vez de una y otra.
Nuestro Señor, por su parte, en el relato del Evangelio de este Domingo Primero del Adviento, por ejemplo, pasa sin transición de su primera Venida a la segunda.
¿Acaso estas dos Venidas no tienen el mismo objetivo? Ya que si el Hijo de Dios se humilló y rebajó hasta nosotros haciéndose hombre en su Primera Venida, es para hacernos ascender hasta su Padre en el Cielo por medio de su Segunda Venida.
Y la sentencia que el Hijo del Hombre pronuncie cuando venga por segunda vez, dependerá de la recepción que habrán hecho los hombres de su primera Venida.
El juicio final dependerá, pues, de la aceptación del misterio de Cristo, es decir, del misterio de la Encarnación con todas sus consecuencias.
Se comprende por lo tanto el papel del Adviento.
Este Tiempo nos proporciona, por una parte, las disposiciones que debemos tener para recibir a Jesucristo en su Primera Venida (puesto que las fiestas de Navidad son para la Iglesia el aniversario oficial de la llegada del Salvador y una aplicación actual de las gracias de la Encarnación).
E incluso, por otra parte, el Adviento nos prepara a incorporarnos al número de los benditos del Padre cuando Jesucristo regrese en su Segunda Venida.
La liturgia del Adviento nos hace, pues, prever al mismo tiempo las dos Venidas, para que las deseemos y las anhelemos con la misma confianza:
• la Venida del Niño de Belén que va a nacer aún más en nosotros por las gracias de la Navidad.
• la Venida de Nuestro Señor para instaurar su Reino.
Un poco al contrario de los Judíos, que no quisieron admitir sino la venida de gloria del Mesías, podríamos ser tentados de preocuparnos en esta época solamente de su venida de misericordia.
Por es importante dar a las fórmulas litúrgicas del Adviento toda su amplitud, con el fin de garantizarles toda su eficacia, y digamos con la Iglesia: Veni, Domine…
Con todos los Patriarcas y los Profetas pongo en Tí, Señor, toda mi esperanza…
Per adventum tuum, libera nos, Domine.
¡Qué benéfica es la liturgia de este Tiempo!, que nos prepara de este modo a celebrar la primera Venida de Jesús en función de la segunda, de modo que al recibir las gracias del Redentor no tengamos que temer los castigos del Juez.
Haz, Señor, pide la Iglesia, que recibiendo con alegría a tu sus Hijo único que viene a redimirnos, podamos igualmente contemplarlo con seguridad cuando venga a juzgarnos.
El Adviento nos muestra, pues, que Jesús es el centro de la historia del mundo.
Es, a partir de Adán, con la espera de su Venida de gracia que la historia comenzó; y es con la realización de su Venida de gloria que se terminará.
Y la liturgia aplica un papel a todos los fieles en este plan divino; ya que, si fue respondiendo a la llamada de los justos del Antiguo Testamento que Jesús vino sobre la tierra, es respondiendo a la llamada que hacen oír, de generación en generación, las almas fieles que viene siempre en ellas por su gracia en las fiestas de Navidad; y será por fin respondiendo a la llamada de los últimos cristianos, que serán perseguidos por el Anticristo al final de los tiempos, que acelerará su Venida para salvarlos.
El papel que el rezo desempeña en el plan de la Providencia es demasiado esencial como para que no cooperemos en esta doble Venida del gran Salvador: Veni, Domine, et noli tardare…
Y así como en su eternidad, Dios oyó, simultáneamente, todas estas súplicas, la Iglesia en su liturgia suprime los conceptos de tiempo y de distancia y hace contemporáneas a todas las generaciones.
Por ello nuestras aspiraciones hacia Jesucristo son idénticamente las mismas que las de los Patriarcas y Profetas. Por eso el Breviario y el Misal pueden poner sobre nuestros labios las mismas palabras que ellos dijeron antes.
Durante los siglos, uno solo es el clamor de fe, de esperanza y de amor que se eleva hacia Dios y a su Divino Hijo.
Compartamos, pues, los deseos entusiastas y las ardientes súplicas de un Isaías, de un Juan Bautista y de la Bienaventurada Virgen María, estas tres figuras que resumen perfectamente el espíritu del Tiempo de Adviento…
La preparación a la doble Venida de Jesús es para cada uno nosotros tanto más necesaria cuanto que una y otra son cercanas. La primera, es la fiesta de Navidad, que nos recuerda su última Venida y nos aplica las gracias de la misma; la segunda, es el momento de nuestra muerte, donde ya se aplicará a nuestra alma la sentencia de la Venida futura.
Si el tiempo de Adviento nos hace aspirar a la doble Venida del Hijo de Dios, el Tiempo de Navidad nos hace celebrar el aniversario de su nacimiento en Belén y nos prepara a su Venida como Juez al fin de los tiempos.
Confesemos, pues, siempre con fe, y más concretamente hoy, estas grandes y santas verdades de nuestro símbolo = creo en Jesucristo:
nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios nacido de Dios, consubstancial al Padre;
quien descendió de los Cielos, por nosotros los hombres y para nuestra salvación;
quien se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María, y se hizo hombre.
La Iglesia espera en la alegría la doble llegada del Redentor, que salva a su pueblo de sus pecados.
Nuestra ciencia debe ser acordarnos que el Señor vendrá.
Y es la Venida del Hijo de Dios en su primera Venida que nos da esta luz con respecto a su segunda Venida.
Contemplemos hoy sobre la tierra las maravillas de la misericordia del Señor en su Encarnación, con el fin de poder contemplar mañana al supremo Rey en su gloria.
Preparemos, pues, con una santa alegría la Venida del Hijo de Dios…
Oración de la Vigilia de Navidad:
Oh Dios que nos colmas de alegría cada año
por la espera de nuestra redención,
haz que recibiendo con alegría a tu Hijo único
que viene a redimirnos,
podamos también contemplarlo con seguridad
cuando venga a juzgarnos.
Oh Dios que nos colmas de alegría cada año
por la espera de nuestra redención,
haz que recibiendo con alegría a tu Hijo único
que viene a redimirnos,
podamos también contemplarlo con seguridad
cuando venga a juzgarnos.