sábado, 31 de julio de 2010

Domingo Xº después de Pentecostés


DÉCIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Los textos litúrgicos de este Décimo Domingo de Pentecostés presentan a nuestra consideración una interesante cuestión: la de la armonía en Dios entre la justicia y la misericordia.

En efecto, por una parte, la oración colecta dice así: ¡Oh Dios!, que manifiestas tu omnipotencia sobre todo perdonando y ejerciendo la misericordia, multiplica sobre nosotros tu misericordia… (Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas; multiplica super nos misericordiam tuam…).

Por otra parte, el Evangelio, refiriéndose al publicano, en contraposición con el fariseo, se expresa de este modo: Os digo que éste volvió justificado a su casa, mas no el otro.


La justicia y la misericordia hay que atribuirlas a Dios en grado supremo e infinito. En Él no son propiamente virtudes, sino atributos divinos, totalmente identificados con su propia esencia.

Propiamente hablando Dios no tiene justicia y misericordia, sino que Dios es la misma justicia y misericordia infinitas.

Un análisis superficial arroja que estos dos atributos son dispares y, al parecer, contrarios entre sí; pero un examen a fondo permite descubrir que, en realidad, la justicia y la misericordia no solamente no son contrarias, sino que se armonizan tan maravillosamente en Dios que, como dice Santo Tomás, “la misericordia es la plenitud de la justicia”.


Ninguna otra verdad, quizá, está tan repetida e inculcada en las Sagradas Escrituras como la de que Dios es infinitamente misericordioso y se compadece inmediatamente del pecador que recurre a Él confiado y arrepentido.

Y la Liturgia Sagrada también nos inculca la misma doctrina.

La oración de este Décimo Domingo de Pentecostés, nos dice que Dios manifiesta sobre todo su omnipotencia, no creando mundos y seres que lo habiten, no creando infiernos para los demonios, no desatando tormentas y calamidades o apaciguándolas, sino perdonando y ejerciendo su misericordia.

Una de las oraciones por los difuntos dice: Oh Dios, de quien es propio tener siempre misericordia y perdonar.

Y la oración de la Misa de acción de gracias se expresa así: Oh Dios, cuya misericordia no tiene límites y cuyos tesoros de bondad son infinitos.


¿Cómo se armoniza en Dios la justicia con la misericordia?

* Ante todo, la misericordia no es una relajación de la justicia. Cuando Dios usa de misericordia, no obra contra su justicia, sino que hace algo que está por encima de la justicia (como el que da 200 pesos a un acreedor a quien no debe más que 100). Otro tanto hace Dios al perdonar las ofensas recibidas. Por donde se ve que la misericordia no destruye la justicia, sino que, al contrario, es su plenitud. Y por esto dice el Apóstol Santiago que la misericordia aventaja al juicio.

* Además, en todas las obras de Dios, siempre van juntas la justicia y la misericordia. La justicia, porque Dios distribuye justísimamente a todas sus criaturas lo que les corresponde según la naturaleza que Él mismo les ha dado. Y la misericordia, porque, en esa distribución, la obra de la justicia divina presupone siempre la obra de la misericordia, porque nada se debe a una criatura sino en virtud del ser o de la naturaleza que ha recibido previa y gratuitamente de Dios, por su sola bondad y misericordia.

Por lo tanto, en la raíz de toda obra divina aparece la misericordia, cuya virtud o influjo va más lejos que lo que reclama la justicia, puesto que Dios otorga a las criaturas muchos más beneficios de los que en justa proporción les corresponde.

* En el hecho de que los justos sufran castigos en este mundo aparecen la justicia y la misericordia, por cuanto sus aflicciones les sirven para satisfacer por sus pecados leves y para que, libres de afectos terrenales, se eleven mejor a Dios.

* En la condenación de los réprobos aparece también la misericordia, si no perdonando del todo, mitigando de algún modo las penas, puesto que Dios los castiga menos de lo que merecen.

* En la conversión del pecador aparece también la justicia, por cuanto Dios le perdona sus culpas por el amor que Él mismo, misericordiosamente, le infunde, como leemos de Santa María Magdalena: Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho.


Aquí se plantea un problema exegético. En efecto, Nuestro Señor, aparentemente, tendría que haber dicho: Como se le ha perdonado mucho, ama mucho. Y, sin embargo, dijo: Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho.

¿Quién toma la iniciativa, Dios perdonando, o el hombre amando? En la frase Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho, se da a entender que la iniciativa parte del hombre. La segunda sentencia A quien se le perdona poco, ama poco, sostiene que la iniciativa viene de Dios.

¿Es el perdón otorgado por Dios el que engendra el amor en el hombre; o es el amor del hombre el que obtiene el perdón de los pecados por parte de Dios?

Hemos visto que Santo Tomás dice que en la conversión del pecador aparece también la justicia, por cuanto Dios le perdona sus culpas por el amor que Él mismo, misericordiosamente, le infunde.

Según esto, primero Dios perdona al miserable, previniéndolo con su misericordia; y luego, Dios infunde misericordiosamente su amor, y con este amor el miserable pide perdón y lo obtiene.

Santa María Magdalena (al igual que el publicano del Evangelio de hoy) amó mucho porque se le había perdonado mucho; y su mucho amor obtuvo un perdón mayor.

Simón el leproso, el fariseo (de la misma manera que el del Evangelio de este domingo), no podía recibir un perdón grande, ni pequeño, porque creyéndose justo, pensaba deber poco, o nada; y, claro está, nunca podía llegar a amar mucho.

El fariseo, que cree tener menos pecados (ninguno cree tener), también ama menos… y, lo que es terrible, es menos amado por Dios: Os digo que éste volvió justificado a su casa, mas no el otro.

Nuestro Señor conocía a la Magdalena y al publicano. Les había perdonado mucho. Conforme al amor misericordioso de Jesús, estos penitentes lo amaban mucho.

El amor lleva a la Magdalena (y es de creer que también al publicano) a pedir nuevamente perdón, y esta vez públicamente. La misericordia divina, y el amor que infunde, hace nacer la compunción y el pedir muchas veces perdón.

El verdadero arrepentimiento, la contrición, nace del amor de Dios; y el perdón de los pecados aumenta el amor hacia Dios.

Perdón y amor, amor y perdón, son dos causas recíprocas y pueden invertirse. Bien hubiese podido decir Jesús: Como se le ha perdonado mucho, ama mucho; así como de hecho dijo: Le son perdonados muchos pecados, porque amó mucho.


Santa Teresita del Niño Jesús entendió bien todo esto, y por eso pudo escribir:

“No es mérito mío alguno el no haberme entregado al amor de las criaturas, puesto que fue la misericordia de Dios la que me preservó de hacerlo. Si el Señor me hubiera faltado, reconozco que habría podido caer tan bajo como Santa Magdalena, y las profundas palabras de Nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma.
Lo sé: «Aquel a quien menos se le perdona, menos ama». Pero sé también que Jesús me ha perdonado a mí más que a Santa Magdalena, puesto que me ha perdonado prevenientemente, impidiéndome caer.
(...) Yo soy esta hija, objeto del amor preveniente de un Padre que no ha mandado a su Verbo para rescatar a los justos, sino a los pecadores. Él quiere que yo le ame, porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que le ame mucho como Santa Magdalena, sino que ha querido hacerme saber con qué amor de inefable prevención me ha amado Él, a fin de que yo ahora le ame con locura. He oído decir que no se ha encontrado todavía un alma pura que haya amado más que un alma arrepentida. ¡Ah, cuánto me gustaría desmentir estas palabras!”


Apliquemos esta enseñanza:

- ¿Somos almas privilegiadas, que no han perdido la gracia bautismal? ¡Demos gracias a Dios!…
- ¿Somos pecadores, que al menos una vez hemos perdido la gracia y hemos merecido la condenación, y luego hemos recuperado la gracia? ¡Demos gracias a Dios!…


Es conveniente citar aquí la cuestión planteada por Santo Tomás, cuando pregunta “si está más obligado a dar gracias a Dios el inocente que el penitente”, y responde con una distinción:

* “En razón de la grandeza del beneficio, está más obligado el inocente, que ha recibido mayor y más continuado don.”

* “En razón de la gratuidad del don, está más obligado el penitente, ya que, mereciendo castigo, se le da gratuitamente el perdón”.


Tal vez el pasaje teresiano citado nos desanime, cuando debería ser todo lo contrario. Por lo tanto, escuchemos este otro, que es su complemento y contiene las últimas palabras de su manuscrito, cuando el lápiz cayó de sus manos, ya sin fuerzas para sostenerlo:

“En vez de adelantarme con el fariseo, repito, llena de confianza, la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de Magdalena. Su asombrosa, o mejor, su amorosa audacia, que encanta al Corazón de Jesús, seduce el mío. Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a Él. Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a Él por la confianza y el amor”.


En el mismo sentido escribió a uno de sus hermanos espirituales:

“Usted, hermano, igual que yo, puede cantar las misericordias del Señor, que brillan en usted en todo su esplendor… Usted ama a san Agustín y santa María Magdalena, esas almas a las que «se les han perdonado muchos pecados porque amaron mucho». También yo les amo, amo su arrepentimiento, y sobre todo… ¡su amorosa audacia! Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del Corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación. Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del Corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en la hoguera devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre”.


Es así como justicia y misericordia, misericordia y justicia, se armonizan perfectamente para Teresita:

“Después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna»? Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor… Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferentes alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas. A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor…
¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza".


Y así se explicaba con su otro hermano espiritual:

“Yo sé que hay que estar muy puros para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero sé también que el Señor es infinitamente justo. Y esta justicia, que asusta a tantas almas, es precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza. Ser justo no es sólo ejercer la severidad para castigar a los culpables, es también reconocer las intenciones rectas y recompensar la virtud. Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, «es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles...».


Por lo tanto, lejos de imitar la conducta del fariseo, sigamos el ejemplo del publicano y de Santa María Magdalena; emulemos a Santa Teresita en lo que su doctrina tiene de fundamental, y digamos con la Liturgia Romana: ¡Oh Dios!, que manifiestas tu omnipotencia sobre todo perdonando y ejerciendo la misericordia, multiplica sobre nosotros tu misericordia…

sábado, 24 de julio de 2010

Santoral: 25 de julio


FIESTA DEL APÓSTOL SANTIAGO


Hoy, 25 de julio, es la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España y de numerosas provincias y ciudades de la Hispanidad.

Este año, además, se suma el hecho de ser Jacobeo. En efecto, el Papa Calixto II concedió el privilegio de Año Santo Compostelano o Jacobeo a los años en que la fiesta de Santiago Apóstol coincide en domingo.

Esto sucede con una cadencia regular de 6-5-6-11 años, de modo que cada siglo se celebran catorce Años Santos Jacobeos. De este modo, el último año compostelano fue en 2004, y el próximo sería en 2021.

Este Año Santo otorga, como indulgencia plenaria, el perdón de todos los pecados y sus deudas a los peregrinos que cumplan con todos los requisitos.

Los privilegios concedidos por Calixto II fueron confirmados y aumentados por otros pontífices como Eugenio III, Anastasio IV y Alejandro III, el cual en bula Regis Æterni, del 25 de julio de 1178, declaraba perpetuo el privilegio y lo equiparaba al de Roma y Jerusalén.


Meditemos, hoy, sobre la vida y obra de este gran Apóstol para tratar de sacar algunas enseñanzas prácticas para nuestra vida interior.

Si consideramos la vida del Apóstol Santiago, notaremos en él dos ambiciones bien diferentes: una viciosa, y otra honrosa y santa.

Jesucristo llamó al apostolado a Santiago el Mayor; agradezcamos a Nuestro Señor todo lo que ha hecho por este Apóstol, y recojamos las enseñanzas que nos ofrecen lo bueno y lo imperfecto que hallamos en la vida de éste su feliz discípulo.


Reflexionemos primero sobre la ambición viciosa del apóstol Santiago.

Sabemos que había en la nación judía la preocupación universalmente extendida, de que el Mesías iba a fundar en la tierra un reino temporal. Los padres de Santiago habrían conversado, ciertamente, muchas veces acerca de esto con él y con San Juan, su hermano.

Su madre, siguiendo las inspiraciones del amor maternal, naturalmente ambicioso cuando se trata de sus hijos queridos, vino con ellos a encontrar a Jesucristo y, tal como lo relata el Evangelio de la fiesta, le dijo: Maestro, ordenad que mis dos hijos aquí presentes se sienten en vuestro reino, el uno a vuestra derecha y el otro a vuestra izquierda.

El Salvador dio a los discípulos, de quienes era portavoz la madre, esta respuesta, tan digna de nuestra meditación: no sabéis lo que pedís.

¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Así es, Dios mío; el que pide elevación no sabe lo que pide:

1°) porque querer salir de su condición no es cosa razonable: semejante pretensión, si se generalizase, trastornaría toda la sociedad;
2°) porque cada uno debe respetar el orden de la Providencia: se falta a Dios cuando se quiere salir de este orden, y no podemos contar con su asistencia, sino en cuanto nos mantenemos en la posición en que Él nos coloca;
3°) porque es un error creer que estaremos mejor en donde no estamos;
4°) porque tal imaginación engendra malestar y descontento;
5°) porque en las posiciones elevadas la responsabilidad es mayor, el amor propio más fuerte, el orgullo más ambicioso y los peligros más numerosos;
6°) porque colocar su ambición en cosas de la tierra no es digno del que debe poner más alta su mira y elevarse hasta el Cielo.

“Hijo mío, decía el rey Filipo a Alejandro, mi reino es estrecho para ti: lleva más lejos tu corazón”. Y nosotros, cristianos, debemos decirnos: “La tierra es demasiado baja para nosotros; no apeguemos al polvo un corazón hecho para el cielo”.

“¡Hijo mío!, dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier, despreciad el mundo; sed ambicioso, enhorabuena; pero no tengáis ambición tan baja que se contente con honores pasajeros; no aspiréis sino a los honores inmortales; amad la gloria, si queréis; pero no la gloria que pasa como el humo, sino la gloria sólida del reino de los cielos”.


La petición de la madre de los hijos del trueno genera en los otros discípulos indignación, recelo y división.

Esta situación es aprovechada por el Maestro para corregir, pedagógicamente, los fallos de los discípulos.

Frente al egoísmo de todos, el Maestro pronuncia unas reflexiones sobre el nuevo concepto de la autoridad. Su pensamiento se desarrolla en tres sentencias:

Los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. Jesús coloca el énfasis en la manera como se impone la autoridad en el régimen político de las naciones. Esta manera de ejercer la autoridad no puede ser el modelo de las relaciones entre los discípulos.

El que quiera ser el más grande entre ustedes, sea el servidor. Esta sentencia de Jesús está en paralelo de contraste con los jefes de las naciones que ocupan un puesto de dirección y responsabilidad.
Jesús no quiere una comunidad sin autoridad, pero pone como condición a quienes la ejerzan que han de tener un alma humilde y una actitud de servicio.
El candidato a ser el primero deberá hacerse servidor de todos.

El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Con esta sentencia, Jesús autodefine su misión como servicio y entrega de la propia vida por los demás. Con esto queda claro lo que quiso decir Jesús al hablar de su cáliz.


Consideremos ahora, en segundo lugar, la ambición santa y honrosa del Apóstol Santiago.

Jesucristo, al elevar el pensamiento de estos apóstoles del reino de la tierra al Reino de los Cielos, les dijo: Para llegar a mi reino, es preciso beber el cáliz de dolor y de amargura que Yo beberé: ¿podéis beberlo vosotros?

Sí, Señor, podemos, respondieron; y desde entonces una nueva y santa ambición se apoderó de ellos: la de seguir pobres a un Dios pobre; de acompañarlo en sus viajes, de trabajar durante el día, de velar y de orar durante la noche; de llevar sin cesar la cruz; de olvidarse, de menospreciarse a sí mismos y de sacrificarlo todo por el Evangelio.

Estarán muy cerca de Jesús, pero no por la vía de los privilegios y del reino terreno, sino por el hecho de compartir su suerte… su cáliz…

En este sentido, la muerte de Santiago no es sino una participación en la muerte de Jesús: por la puerta de la entrega de la propia vida, Santiago está sentado con Jesús en su Reino.

La vida del Apóstol Santiago, en efecto, cuenta San Epifanio, era muy austera, y su celo por la conversión de los judíos y de los infieles no conocía límites.

Después de haber evangelizado a España, pasó de nuevo a Jerusalén, y fue el primero de los apóstoles en morir por Jesucristo; el primero de ellos que bañó con su sangre la ciudad santa. Convirtió a su verdugo, dándole un fraternal abrazo, cuando iba al martirio; y su muerte, dando ocasión a la dispersión de los apóstoles, extendió la predicación del Evangelio por toda la tierra.

¡Oh santa ambición! Quedasteis satisfecha; ¡oh gran Apóstol!, bebisteis el cáliz hasta la última gota; y como el Salmista, saboreasteis sus delicias, diciendo con él: ¡Cuán embriagador y bello es mi cáliz!


Debemos advertir que lo que está en juego en este episodio es cómo los discípulos de Jesús nunca entendieron antes de su Pasión lo que se estaba tramando en la vida íntima de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios.

El discutir sobre los primeros puestos, el entender el mesianismo de Jesús como algo social y político, es algo que responde a la historia verdadera de los Apóstoles… y de muchos de los seguidores de Jesús a lo largo de la historia… San Pedro mismo recibe el reproche más fuerte que podamos imaginar, precisamente por no aceptar que el Mesías pudiera sufrir, porque esa no era la opinión oficial del judaísmo que ellos, desde luego, compartían.

El sentido del Reino que Jesús anuncia, queda expresado con lo único que pudo prometerles a los hijos del trueno, a los Doce, y a todos los que quieran ser sus discípulos: beber el cáliz.

Es el anuncio de una prueba dolorosa para Él y para los suyos. Eso es lo que les puede prometer Jesús a Santiago, y a San Juan, y a los Doce… y a nosotros...

Porque ese cáliz es el único que los hombres permiten al profeta del Reino de Dios. Y con ello se deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder…

El mensaje de Jesucristo lleva en su entraña el desposeerse de muchas cosas, pero especialmente el desposeerse de triunfar, o al menos de triunfar venciendo.

Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo, es decir, dando la vida por los otros y por el Reino...


Aprendamos, según esto, dónde debemos colocar nuestra ambición.

Consideradas, pues, estas dos ambiciones y actitudes de Santiago Apóstol, debemos tomar la resolución de no escuchar al amor propio, que nos lleva a elevarnos y hacernos valer; de no tener más ambición en la tierra, que la de sufrir, vivir y morir como Jesucristo y por Jesucristo.


Para completar nuestra meditación, tengamos en cuenta ahora algunas referencias históricas.

Santiago el Mayor, o Santiago el de Zebedeo, hermano de San Juan y Apóstol de Jesús de Nazaret, nació en Betsaida, Galilea. Fue uno de los discípulos más apreciados por Jesucristo; de tal manera que estuvo presente, junto a San Pedro y a su hermano Juan, en la resurrección de la hijita de Jairo, así como en dos circunstancias muy importantes del ministerio del Maestro: la Transfiguración en el monte Tabor y la Agonía en el Huerto de los Olivos.

Según la tradición apostólica, cuando los Apóstoles fueron enviados a la predicación, Santiago tuvo a cargo la evangelización de la Hispania, las actuales España y Portugal. Primero predicó en Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego en la ciudad romana de César Augusto, hoy conocida como Zaragoza.

La Leyenda Áurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas en Zaragoza y que sólo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos son conocidos como los Siete Convertidos de Zaragoza.

Las cosas cambiaron cuando la Santísima Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, manifestación conocida como la de la Virgen del Pilar. Desde entonces, la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. Su pilar es la columna de la Fe

Los Hechos de los Apóstoles nos descubren que Santiago fue el primer apóstol martirizado, y que murió decapitado por orden de Herodes. ¿La causa? Según la opinión del sumo sacerdote, ¡haber llenado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús! La muerte es consecuencia de haber arriesgado la vida por Jesús, de haber abandonado casa, padre y madre para anunciar el Evangelio.

Santiago muere mártir por orden del rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo del año 41, día aniversario de la Encarnación.

La tradición relata que sus discípulos llevaron su cuerpo nuevamente hasta Galicia, donde lo enterraron justamente en Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo VII.


Por otra parte, la tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I, muerto en 850, que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto.

Al fallecer éste, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas), que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I, que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja), no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde, en la víspera de la batalla, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago.

El Apóstol le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas; anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque.

Los cristianos dan batalla al grito de ¡Dios ayuda a Santiago!, y los moros son vencidos.

Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.


Más tarde, en la batalla de Hacinas, entre el Conde Fernán González, muerto en 970, y el caudillo moro Almanzor, aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: Fernando de Castilla, ¡hoy te crece gran bando!

Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de ¡Santiago y cierra!

Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago, y choquemos contra ellos.


La fiesta de Santiago Apóstol supone siempre para España e Hispanoamérica, y para la misma Iglesia, una invitación a volver a los orígenes de su historia más auténtica y a renovarse espiritualmente, descubriendo la riqueza cristiana que encierran sus raíces para, de este modo, poder afrontar las tareas del presente y del futuro con esperanza, con la esperanza que no engaña: la que se funda en la Fe.

Santiago recuerda a España e Hispanoamérica sus orígenes apostólicos y la evangelización de sus gentes, de su cultura y de la sociedad, con una tal hondura de fe, que la ha dejado marcada viva y fielmente en lo esencial, hasta hoy mismo.

Desde aquellos sus primeros Siete Discípulos, en la aurora del catolicismo, se mantuvo la fe a través de las pruebas más formidables, sobre todo la de la dominación islámica, saliendo de ella más purificada y acrisolada.


El culto a Santiago Apóstol se basa en el fundamento del Apocalipsis. En efecto, este libro proclama la Segunda Venida de Cristo al mundo para instaurar el triunfo del pueblo cristiano y el castigo de aquellos que lo persiguen y hacen sufrir. Es un texto de resistencia y de esperanza en la victoria final, redactado para infundir valor a los que sufren las persecuciones.

Este culto se convirtió en una poderosa fuerza galvanizadora de la resistencia cristiana del siglo IX al XII.

Este culto debe ser hoy, más que nunca, la razón de ser de la paciencia cristiana en la inhóspita trinchera a la cual nos ha relegado, por permisión divina, el Dragón infernal…


Nuestra Señora del Pilar, como nos lo ha prometido, conservará nuestra Fe, y nos otorgará la victoria.

¡Dios ayuda a Santiago!

¡Santiago y cierra!

¡Viva la Pilarica!

domingo, 18 de julio de 2010

VIIIº Domingo post Pentecostés


OCTAVO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Decía Jesús a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: “¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.” Se dijo a sí mismo el administrador: “¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas.”
Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?” Respondió: “Cien medidas de aceite.” Él le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.” Después dijo a otro: “Tú, ¿cuánto debes?” Contestó: “Cien cargas de trigo.” Dícele: “Toma tu recibo y escribe ochenta.”
El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.
Yo os digo: Haceos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.
El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.
Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

¿Qué hay que entender, desde el punto de vista moral, por este hombre rico, este administrador y estos bienes?

1) Este hombre rico es Dios, el Creador soberano y Señor de todas las cosas, de todo cuanto hay en el Cielo y en la tierra.

2) El administrador es cada uno de nosotros. Los bienes que disfrutamos, que imaginamos poseer, pertenecen a Dios, y nos fueron prestados o confiados temporalmente; y tendremos que dar cuenta exacta y grave de ellos.

3) Pero estos bienes así confiados no sólo son los bienes temporales y materiales, sino también los bienes espirituales. Éstos son todas las facultades de nuestra alma y de nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestro tiempo, nuestro talento, todos los dones naturales y sobrenaturales, todas las gracias recibidas desde nuestro Bautismo.

He aquí los bienes que debemos hacer fructificar y de los que tendremos que dar cuenta a Dios.

¿Hemos administrado fielmente todos estos bienes?

¿Los hemos conservado y hecho fructificar?

¿Los hemos utilizado conforme a las intenciones y a la voluntad de Dios y para su mayor gloria?

¿Acaso no los hemos disipado o aprovechado para satisfacer nuestras pasiones culpables?

¡Cuántos administradores infieles hay entre los cristianos!

¿Acaso mereceríamos ser acusados por nuestro Soberano Señor?: “¿Qué oigo decir de ti?”

Nuestro buen Ángel Guardián, ¿no nos advierte nada? Nuestra conciencia, ¿no tiene nada que reprocharnos?

No esperemos ese terrible momento, cuando el demonio nos acusará delante del Tribunal de Dios: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda


¿Qué hizo el señor del administrador?

Le dijo: Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.

Este señor obra prudentemente. Pero, ¡qué golpe fulminante para este ecónomo infiel, que, hasta ahora, ha pensado disfrutar, creyéndose al abrigo de cualquier pesquisa!

Esto es lo que va a sucedernos a todos…; pronto quizás…; en el momento que menos lo pensemos...

Vocavit!Lo llamó Se trata de la llamada de Dios…, es la hora de la muerte... Bienaventurados si siempre estamos preparados y bien dispuestos...

Dios nos hará escuchar ante su terrible Tribunal: Dame cuenta de tu administración

Dame cuenta del uso que has hecho todo lo que te he dado para merecer tu salvación: tu cuerpo, tu alma, los bienes espirituales y temporales, tu salud, el tiempo y los medios de santificación he organizado para ti durante el curso de tu vida...

Padres y madres de familia, dadme cuenta de vuestros hijos, el depósito más preciado que os he encomendado. ¿Os habéis aplicado a formar a Jesucristo en ellos, por medio de exhortaciones, ejemplos, advertencias, encomendándolos a maestros cristianos?...

Jóvenes, ¿qué habéis hecho de vuestra inocencia y pureza, de la gracia de vuestro Bautismo y Primera Comunión?

Oh momento terrible aquél en que escucharemos estas palabras: Dame cuenta de tu administración

No esperemos hasta entonces para llevar adelante nuestro negocio; apresurémonos a realizar esa responsabilidad y a descargarnos de ese peso tan oneroso; a reparar rápidamente, mientras tenemos tiempo, nuestras negligencias pasadas…


¿Qué hizo, entonces, el administrador?

Su señor no lo despide inmediatamente; le deja tiempo para ordenar sus asuntos…

Del mismo modo, en su bondad Dios nos advierte de antemano…; a veces por medio de una enfermedad, otras veces por un accidente, otras por la muerte de un ser querido o un amigo…

Debemos tomar esas advertencias para poner en orden nuestro negocio mientras podemos.

Este administrador nos da una lección de prudencia… Obligado por la situación, busca por sí mismo cómo sacar partido de ella…

Trabajar la tierra, no tiene fuerza ni coraje para ello; y sin embargo, sería la única forma de reparar el daño causado por algo honesto.

Mendigar, es vergonzoso para él y no se resuelve a ello.

¿Qué hará, entonces, dado que en su vida de disipación no ha pensado en ahorrar para el futuro?

En este aprieto, trama un proyecto inteligente, sin duda, pero injusto: engañará a su señor, haciéndose amigos a sus expensas, con sus bienes; para encontrar al menos una casa de abrigo cuando haya perdido su trabajo.

Los deudores del Señor son los pobres.


Pero, ¿por qué Nuestro Señor Jesucristo alaba este proceder?

Algunos herejes se han atrevido a decir que el Evangelio disculpa la injusticia y el robo. Pero esto es una impiedad y una falsedad.

El Evangelio cita, simplemente, la reflexión del patrón, que no pudo evitar admirar y alabar, no el robo, del que fue víctima, sino la industria y la habilidad del ecónomo infiel e injusto.

Como si hubiese dicho: es ciertamente un hombre sin conciencia ni probidad; pero tengo que admitir que es un ingenioso pícaro, que ha sabido salir del apuro y proveerse un futuro: El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente Quia prudenter fecisset…

San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: En el administrador que ha sido despedido por su señor y que es alabado luego por haber preparado su futuro, no debemos tomar todo como una regla de conducta a seguir. Debido a que no debemos robar a nuestro señor para utilizar en limosnas el fruto de nuestro hurto; y que los amigos por quienes queremos ser recibidos en las moradas eternas, no deben entenderse quienes son deudores ante el Señor nuestro Dios… Son los Justos y los Santos quienes son figurados aquí, los cuales introducen en la mansión celeste a aquellos que los han ayudado en su necesidad con sus bienes terrenos. Y es de estos que se dice que, si alguien da tan sólo un vaso de agua fría a uno debido a su calidad de discípulo, no perderá su recompensa. Estas parábolas se llaman contradictorias para que comprendamos que, si pudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes, deben agradar a Dios mucho más los que hacen aquellas obras según sus preceptos.


Y Nuestro Señor, agrega con tristeza y énfasis esta reflexión que siempre ha sido cierta y desafortunadamente aún encuentra su aplicación: los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz

Todo esto demuestra que las personas del mundo, los hijos de las tinieblas, de este siglo perverso, son más inteligentes, más astutos, más ardientes y atentos para obtener sus fines, para enriquecerse o para evitar cualquier desgracia, que los hijos de la luz para asegurarse una felicidad eterna.

Sería deseable que los discípulos de Jesucristo, que van por el camino de la salvación, bajo la segura luz del Evangelio, pusiesen tanta solicitud, tanta actividad y tanta prudencia para obtener la posesión de los bienes eternos, como los mundanos en adquirir riquezas y bienes tan vanos como pasajeros.

Por desgracia, ¡no es así!

¡Qué vergüenza para nosotros, hijos de la luz!…, comprobar que los hijos de las tinieblas nos superan en la práctica diaria en inteligencia y sabiduría…

Si diésemos a la obra de nuestra salvación y de nuestra santificación tanta atención, preocupación y aplicación como ellos a sus negocios mundanos, rápidamente seríamos santos…

Nuestro Señor quiere enseñarnos una lección y sacudir nuestro letargo…, para que aportemos a la obra capital de nuestra salvación y de nuestra santificación tanta prudencia y tanto cuidado como este administrador infiel para asegurase el futuro y los mundanos para tener éxito en sus negocios.

Los hijos de la luz deberían tener un objetivo específico: “ganar dinero” para el cielo, garantizar su salvación… ¡Todo está aquí!

Deberían tener un gran entusiasmo, un gran celo para santificarse y para ganarse el Cielo…, utilizar todos los medios apropiados…, orar, asistir a Misa, recibir los Sacramentos, multiplicar sus buenas obras, practicar las virtudes cristianas…, ser fuertes y valientes para superar las dificultades, soportar las pruebas…

Teofilacto enseña de este modo: sucede que en la administración de las cosas humanas disponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en alto grado para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la administración, pero cuando debemos tratar las cosas divinas, no meditamos lo que nos conviene para la vida futura.


Inmediatamente siguen estas palabras misteriosas de Nuestro Señor: Haceos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas

Mirad, pues, esos mundanos, dice el Salvador, y haced por la vida eterna lo que ellos hacen por los bienes perecederos; y lo que ellos hacen cada día para perderse, hacedlo vosotros para salvaros…

Yo os digo, intentad haceros amigos en el Cielo por el uso adecuado de vuestras riquezas, que son falsos bienes y, puede ser, el fruto de vuestras injusticias o la de vuestros antepasados.

Utilizad estos bienes en buenas obras, Dios os los ha confiado y os pedirá cuenta de ellos.

El dinero de iniquidad de que habla aquí Nuestro Señor, no significa bienes mal adquiridos; pues nunca está permitido hacer limosnas con los bienes de los demás.

Dice San Agustín, el señor alabó al mayordomo a quien despedía de su administración, porque había mirado al porvenir. No debemos, sin embargo, imitarlo en todo, porque no debemos defraudar a nuestro prójimo para dar limosnas de lo que le quitemos.

El epíteto de iniquidad, se aplica aquí a la riqueza en general, porque en realidad son normalmente causa, la ocasión o el instrumento de toda clase de iniquidades.

Se adquiere a menudo por medios ilícitos, como la violencia, el fraude, la usura… Sirven al lujo, el placer, la ambición, la lujuria, la pereza y todas las pasiones todos…

El administrador de la parábola no pudo, sin una nueva injusticia, emplear como lo hizo los bienes de su señor para ganarse amigos para el momento de su desgracia.

Pero Dios nos permite, está incluso previsto que utilicemos los bienes que nos dio para hacernos amigos en el Cielo…

En efecto, San Agustín dice que se llaman riquezas de iniquidad las de este mundo porque no son verdaderas, estando llenas de pobreza y siempre expuestas a perderse, pues si fuesen verdaderas te ofrecerían seguridad.
También se llaman riquezas de iniquidad, porque no son más que de los inicuos y de los que ponen en ellas la esperanza y toda su felicidad. Mas cuando son poseídas por los justos, son ciertamente las mismas, pero para ellos no son riquezas más que las celestiales y espirituales.

Y Teofilacto agrega, se llaman riquezas de la iniquidad, todas las que el Señor nos ha concedido para satisfacer las necesidades de nuestros hermanos y semejantes pero que reservamos para nosotros. Debíamos, por tanto, entregarlas a los pobres desde el principio. Pero, como en verdad fuimos administradores de iniquidad, reteniendo inicuamente todo aquello que se nos ha concedido para la necesidad de los demás, no debemos continuar de ningún modo en esta crueldad, sino dar a los pobres para que seamos recibidos de ellos en los tabernáculos celestiales.


¿Que quiénes son estos amigos que estarán en el Cielo?

Ellos son los pobres que generosamente hayamos ayudado; son las almas del Purgatorio que hayamos liberado por nuestra oración y limosna.

Esos pobres, aquellas almas, no son ciertamente los porteros del Cielo; sin embargo, su agradecimiento y sus oraciones suben al trono de Dios, vencen su Corazón y nos atraen su misericordia y sus gracias.

Por otra parte, Nuestro Señor nos asegura que considera como hecha a sí mismo la limosna que damos a uno de estos pequeños, y que abrirá su Cielo a todos sus benefactores.

Nuestro Señor se personifica en los afligidos; y se compromete a pagar al céntuplo en el momento de la muerte y del juicio todo lo que hayamos hecho en su favor.

San Gregorio Magno enseña bellamente que si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres, debemos pensar cuando les damos nuestras limosnas, que más bien las ponemos en manos de nuestros defensores que en las de los necesitados.

Y San Juan Crisóstomo observa que no dijo para que os reciban en sus mansiones, porque no son ellos mismos los que admiten. Por esto cuando dice “haceos amigos”, añade “con las riquezas de la iniquidad”, para manifestar que no nos bastará su amistad si las buenas obras no nos acompañan y si no damos en justicia salida a las riquezas amontonadas injustamente. El arte de las artes es, pues, la limosna bien ejercida. No fabrica para nosotros casas de tierra, sino que nos procura una vida eterna.


El Evangelio de este Domingo no trae la parte final de este pasaje, que termina así: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

De este modo nos abre el Señor los ojos del corazón aclarando lo que había dicho antes. Lo mínimo o menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, las riquezas de la tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo.

Es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de su riqueza a los que sufren la miseria.

Entonces, si en lo pequeño no somos fieles, ¿por qué medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia de las mercedes divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la divinidad?… Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que es vuestro, ¿quién os lo dará?


Bienaventurados aquellos que imitan la prudencia del administrador infiel, y consideran el verdadero futuro en la eternidad, y enviar así por adelantado de sus bienes al seno de Dios, atesorando, es decir, enviando sus tesoros al Cielo… Serán recibidos por Jesús y sus Amigos en las mansiones eternas.

Dispongamos, pues, bien de los bienes de este mundo; administremos bien este patrimonio; sabiendo que en nuestras manos estas riquezas se pierden para siempre; pero que, depositadas en las manos de los pobres y amigos de Nuestro Señor, fructificarán al céntuplo, redimirán nuestros pecados y nos merecerán el Paraíso.

domingo, 11 de julio de 2010

Domingo VIIº post Pentecostés


SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Este pasaje del Evangelio está tomado, una vez más, del famoso y hermoso Sermón de la Montaña, que contiene el resumen de la enseñanza de Nuestro Señor.

El Divino Maestro acaba de decir que es muy estrecha la vía que conduce al Cielo y cuán pocos son los que la encuentran.

Terrible sentencia que, bajo forma metafórica, nos anuncia la condenación de un gran número de almas.

Nuestro Señor nos recomienda, por lo tanto, ocuparnos especialmente de dos cosas:

1ª) evitar a aquellos que buscan llevarnos por el camino equivocado;

2ª) aplicarnos a practicar buenas obras y a cumplir en todo la voluntad de Dios, para poder entrar al Cielo.

Inmediatamente después, Nuestro Señor nos pone en guardia contra los doctores de mentiras: Guardaos de los falsos profetas

Esta palabra profeta significaba entre los judíos todos aquellos que habían recibido o se arrogaban la misión de instruir a otros y de hacer conocer la divina voluntad.

De donde se distingue dos tipos de profetas: los verdaderos, los buenos, los realmente enviados por Dios; y los falsos, los malos, los que no tienen ninguna misión divina.

Los profetas de mentiras siempre han sido más escuchados que los verdaderos profetas. Es, por desgracia, la historia de la humanidad: Adán prefirió escuchar al padre de las mentiras, antes que creer al Dios de toda verdad, a pesar de de sus terribles amenazas.

Los hombres siempre escuchan preferentemente a aquellos que halagan sus pasiones y toleran sus defectos.

Nuestro Señor, en su infinita presciencia, prevé que siempre será así, incluso en su Iglesia. Por eso, como un Buen Pastor, quiere proteger a su rebaño y dice a sus ovejas:

Guardaos de los falsos profetas





Pero, ¿cuáles son estos falsos doctores que tenía en vista Nuestro Señor?

Existen varios tipos, y pertenecen a todos los siglos:

1º) En primer lugar están los herejes, que tan cruelmente, de siglo en siglo, devastaron el rebaño de Cristo y provocaron la ruina de muchas almas.

2º) A continuación, muchos autores de libros impíos y de pestilentes escritos, inspirados por Satanás, que hacen perder la fe y la inocencia de los lectores imprudentes, y que siembran en la sociedad la incredulidad, el espíritu de rebelión, la perversión o corrupción de la moral…

3º) Les siguen los ministros de Jesucristo, a los que más bien deberíamos llamar ministros de Satanás, quienes por su cobardía o su malicia y perversidad, engañan a la almas y las pierden…

En la cátedra, disminuyen las verdades, buscan los elogios o aplausos; o bien por miedo callan cual perros mudos; como negligentes centinelas se duermen o no gritan a la vista del enemigo...

En el Santo Tribunal de la confesión, rechazan a las pobres almas por su dureza y su severidad; asimismo, los médicos tramposos acomodan el Evangelio a las pasiones de los hombres, dejándolos en el vicio, permitiéndoles vivir en la ocasión próxima de pecado…

En su vida privada, estos ministros infieles, encargados de enseñar a otros los preceptos del Señor, ellos mismos no los observan…

4º) Después están los padres que descuidan la educación cristiana de sus hijos, o les dan malos ejemplos, inculcándoles máximas contrarias a las del Evangelio, y confiándolos a maestros sin religión, convirtiéndose así en la causa de su perdición.

5º) Finalmente, los falsos amigos y todos aquellos, en general que de una u otra manera, por insinuaciones pérfidas, promesas, amenazas o malos ejemplos, desvían a los otros de la buena vía, de la práctica de la piedad, de sus deberes, y los llevan por la indiferencia al vicio y a todo tipo de pecados y, por último, al infierno.


Guardaos de los falsos profetas… Ved como son numerosos, en todas partes y en todo momento…


Por las palabras que siguen, vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces; por sus frutos los conoceréis, Nuestro Señor nos da los signos de estos perversos doctores, a fin de que podamos fácilmente discernirlos y rechazarlos.

El primer signo de los herejes y sembradores de impiedad, es que ellos vienen en nombre propio sin misión ni aprobación legítima.

Aparentan exteriormente ser genuinos pastores, pero su voz no es el eco de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, sino el aullido de los lobos rapaces.


El segundo signo, común a la mayoría de los que hemos enumerado, es la hipocresía.

El demonio sabe transformarse en Ángel de la luz, y como fue capaz de seducir a Eva, así también en todos los tiempos induce e inducirá al error a los elegidos, incluso hasta perderlos, si fuese posible.

Sus secuaces, según las circunstancias, asumen actitudes de piedad, de virtud, de celo, para engañar más fácilmente a las almas...


El tercer signo, común a todos, son los frutos malos.

Tienen buen aspecto exterior, son educados, mansos, piadosos, caritativos… Pero esa engañosa presentación no dura mucho, y sus acciones los traicionan.

Sus frutos son el orgullo, la avaricia, la lujuria…

San Pablo los enumera de este modo: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes


Nuestro Señor continúa con su enseñanza y saca conclusiones: ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.

Por estas comparaciones, quiere hacer sensible y palpable, por así decirlo, la verdad que acaba de anunciar y explicar en detalle: por sus frutos los conoceréis

Consideremos la naturaleza: es una ley que cualquier árbol produce frutos según su especie. Si es bueno, los frutos serán buenos; si es malo, serán malos.

Cada hombre es como un árbol moral, que produce algún tipo de fruto. Si debemos juzgarlo o discernirlo, simplemente debemos esperar un poco y tener en cuenta sus frutos; ellos revelarán su naturaleza más íntima.

Sus frutos son sus obras, sus palabras, su conducta...

Notemos, sin embargo, para la inteligencia exacta de estas palabras y para evitar el error de los maniqueos y de los protestantes, que el hombre, ser inteligente y libre, puede mejorar o degenerar de acuerdo con su fidelidad o resistencia a la gracia.

Es su voluntad lo que hace que sea bueno o malo. Por lo cual se puede decir, desde el punto de vista sobrenatural, que mientras es bueno, no puede producir frutos malos; y que mientras es malo, no puede producir buenos frutos.


Sigue esa corta pero aterradora parábola de Nuestro Señor: Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.

San Juan Bautista ya había hecho esta amenaza a los judíos. El Divino Maestro quiere significar aquí que, si se procede así cuando se trata de un árbol malo, con mayor razón será cuando se trate de todos estos doctores de falsedad, que serán condenados al fuego del infierno.

Pero esta frase terrible se aplica no sólo a todos los falsificadores de la doctrina sagrada, sino también a todos nosotros, que estamos destinados a crecer y fructificar, si no producimos buenos frutos.

No es suficiente evitar el mal; es necesario, además, hacer el bien. Desgraciado, dice el Espíritu Santo, el hombre estéril, es decir, el que no hace el bien que debería hacer…

Recordemos el terrible ejemplo de la higuera estéril, que fue maldecida porque no daba ninguna fruta, y se secó inmediatamente...

¿Qué se hace con un árbol rebelde a toda labranza y que no aporta fruto alguno? Excidetur, et in ignem mittetur

Tengamos en cuenta, una vez más, que Nuestro Señor no habla aquí de un árbol totalmente estéril; se refiere a un árbol que da algunas frutas, es cierto, pero infectadas y podridas.

Lección terrible para los hombres vanidosos, de la raza de los fariseos, que hacen buenas obras en apariencia, pero que son realmente amargas, de mal sabor, deterioradas por falta de pureza de intención o realizadas por motivos de interés…

Será a estos, entre otros, a lo que, cuando le digan ¿Acaso no hemos profetizado en tu Nombre?, el Señor responderá Nunca os he conocido, apartaos de Mí, operarios de iniquidad


Por esta razón, Jesucristo concluye con esta sentencia: No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.

Nuestro Señor quiso hacer aún más explícito y más contundente el principio que acababa de expresar, explicándolo detalladamente: la fe es buena y necesaria; pero, sin las obras, no es suficiente para salvar.

¡Cuántos hacen profesión de cristianismo, creen en Jesucristo, rezan unas cuantas oraciones y llevan a cabo muchos actos de devoción…; pero, sin embargo, serán condenados porque no unen a su creencia y a sus oraciones la observancia de los mandamientos de Dios!...

Muchos dicen, Señor, Señor…; pero no obedecen al Señor… Su fe y sus oraciones están muertas… Se encuentran en una ilusión fatídica y bien lejos del camino de la salvación, porque, una vez más, No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos

Las Vírgenes necias eran vírgenes y gritaban: Señor, Señor, ábrenos…; pero, debido a que eran necias les faltaba el aceite de la caridad y de las buenas obras, y recibieron sólo esta respuesta terrible: En verdad, en verdad, os digo: No os conozco


Temamos estar en lugar del árbol malo, de la higuera estéril, de las vírgenes necias.

Hagamos un buen examen de consciencia para comprobar si cumplimos bien los mandamientos de Dios y si observamos en todo su santa voluntad.

Que nos ayude en esto Nuestra Señora, de quien Nuestro Señor dijo: bienaventurados más bien quienes escuchan la Palabra de Dios y la practican.

domingo, 4 de julio de 2010

Domingo 6º post Pentecostés


“EL GRAN BANQUETE
DE LA NATURALEZA”

O
“EL CONVITE DE LA SABIDURIA”


(Notas para el sermón del sexto domingo de Pentecostés,
tomadas de diversas obras del R.P. Castellani;
ver también Cuaderno N°1 en homenaje
al R.P. Sánchez Abelenda: El Opus Dei:
¿un fariseísmo, un saduceísmo, un herodianismo?)



Después de la segunda multiplicación de los panes, Nuestro Señor Jesucristo está en la barca con sus discípulos, y les previene se guarden del fermento phariseorum et sadducaerum et Herodis.

Los fariseos habían rechazado el milagro de Cristo y exigido temerariamente que hiciera otro milagro mayor, un signo del cielo, un signo que demostrase que Él era el Mesías esperado, conforme a su mentalidad farisaica, judaica...

Los Apóstoles no entendieron, y pensaron que hablando del fermento de los fariseos, saduceos y herodianos, los reprendía porque habían olvidado de proveerse de pan. Entonces, Cristo los reprende en serio, recordándoles la Providencia de Dios y las dos multiplicaciones de panes.

Con estas palabras Cristo quiso recomendar en su Iglesia los “medios pobres” frente a los “medios ricos”; y que eso significan las “cifras” que recordó:
7 panes - 4.000 hombres - 7 canastos
5 panes - 5.000 hombres - 12 canastos

Es decir, que con menos panes Cristo alimentó a más gente y sobraron más panes; con más panes, Cristo alimentó a menos gente y sobraron menos panes: ¡en proporción inversa!

Esto concuerda con lo que dice San Pablo dos o tres veces: que Dios para hacer sus hechos prefiere lo menos a lo más. Dios eligió lo débil de este mundo para confundir a lo fuerte.

Los “medios ricos” son las riquezas, el renombre, el poder, la propaganda, la política.

Los “medios pobres” son la fe, la oración, la penitencia.

Ahora bien, a la Iglesia le ha ido mejor cuando se hizo fuerte con los medios pobres; y cuando se ha prevalido de los medios ricos le ha ido como a David con la armadura de Saúl; que no podía ni moverse hasta que bruscamente se desnudó de ella, agarró su honda y cinco piedras del arroyo, y le plantó una en la frente al gigante.

Esto no quiere decir que cuando tengamos legítimamente medios ricos no los debamos usar; quiere decir que han de usarse con recelo, con temblor, con humildad, para no atribuirnos vanamente a nosotros el resultado, que en el orden religioso es sólo de Dios.

Hay que entender bien la función de los “medios ricos” y los “medios pobres” en manos de la Iglesia: Dios ama los medios o instrumentos pobres, para que el hombre no se alce con la gloria, que es de Dios.

Cuando la Iglesia está en posesión de instrumentos ricos o quiere trabajar con ellos (el poder, la influencia, el renombre, la astucia política, la diplomacia, los ejércitos, los nombres ilustres y, en fin, ese útil de útiles que es el dinero) queda herida de esterilidad, o al menos de sequía; tanto que a veces permite Dios que violentamente se los arrebaten o anulen.

Esas son las armas del mundo, y la Iglesia, tentada de mundanidad, se enreda con ellas o se lastima, como David con la armadura de Saúl.


* * - * *

La técnica es propia del hombre. Pero la técnica moderna, que en 150 años ha hecho más inventos que en los 5.000 años anteriores, viene de la aplicación de las Matemáticas a la Física en orden, no al saber, sino al poder, es decir, es el triunfo de la voluntad sobre el intelecto, el aservimiento del intelecto a la voluntad de dominio.

El voluntarismo es contra la natura ordenada, pero por desgracia es conforme a la natura caída: Caín es el primer voluntarista, el primer cultor de la voluntad de poder. Él y sus hijos Tubal y Tubalcaín inventaron la técnica; Nemrod fundó la primera ciudad amurallada; la torre de Babel fue el primer acto de culto tecnolátrico.

El voluntarismo domina la época, empapa toda la Filosofía Moderna y desde allí reina en toda la práctica, desde la técnica hasta la religión: los que mandan hoy día no son los contemplativos sino los prácticos; no los sabios, sino los expertos y astutos; no los más inteligentes, sino los más briosos y dominadores.

La herejía voluntarista nació en la Cristiandad Occidental en los siglos XVI y XVII. Lutero es voluntarista.

Ahora bien, si domina la voluntad, entonces el hombre no es más que el animal (cuyo conocimiento está determinado a la acción, a la acción presente) y la religión es una cuestión de sentimiento, no de verdad ni de error.

Veamos las consecuencias extremas del voluntarismo moderno:

1°- la voluntad de producir a todo costo, antes de ordenar la producción al consumo, el medio al fin: de donde el hombre viene a quedar subordinado a la producción, el hombre es para la producción = el Capitalismo.

2°- la voluntad de planificar para aumentar la producción; que, sin la moderación de la sabiduría, viene a subordinar el hombre al plan en forma férrea y no flexible.

3°- la voluntad de dominar férreamente una nación a otra = los mercados

4°- la voluntad de hacer dinero sin límites = el lucro para aumentar el capital = cuanto más capital más dominio, más producción, más lucro.

5°- la voluntad de destruir la producción para hacer dinero, sea volcando el vino y quemando el maíz, sea por esas grandes destrucciones colectivas que son las guerras.

6°- la voluntad de destruir el dinero para hacer producción = el monopolio arbitrario del dinero, la inflación, la deflación.

7°- la voluntad de destruir y destruirse, que es diabólica; o sea el suicidio.


* * - * *

¿Por qué pues el hombre se entrega de esta manera absoluta y cuasi religiosa a la técnica?

¡Ah!, es que hay aquí también una raíz religiosa = conquistar la tierra es una misión del hombre. Dios puso al hombre en el Jardín del Edén para que lo conquistase con un trabajo suave y humano, y después toda la tierra, que producía ya entonces abrojos y espinas, y la volviese Jardín del Edén.

El hombre abandonó su primera relación, la relación con Dios, para entregarse con furia a su segunda relación, la relación con la tierra y prefirió hacer la torre de Babel. Y lo que él prefirió no le fue negado.

Está a la vista la torre de Babel; creo que en estos días están por terminarla…

Todo deriva de las ideas; porque lo primero que deriva de las ideas son los ideales, y los ideales gobiernan la marcha del hombre.

Pero, la herejía de la acción sin freno, la del voluntarismo, consiste en caminar mucho y pensar poco.

Como ejemplo actual, tenemos las consecuencias de lo que publicó en 1798 el Pastor Protestante inglés Thomas Malthus, su “Ensayo sobre el Principio de la Población”. Allí afirmaba que la población tiende a aumentar en proporción geométrica, mientras que la producción de alimentos avanza en proporción aritmética.

La consecuencia salta a la vista: se impone la limitación de los nacimientos = “El hombre que nace en un mundo ya ocupado no tiene derecho alguno a reclamar una parte cualquiera de alimentación y está de más en el mundo. En el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto para él. La naturaleza le exige que se vaya, y no tardará en ejecutar ella misma tal orden”.

Esta dureza de corazón es diametralmente opuesta a la actitud evangélica hacia los pobres, débiles y sufrientes, a quienes Cristo manda cuidar. Pero no cuidar de cualquier manera.

El Estado también puede cuidar viejitos o cuidar leprosos, esos desechos humanos; darles de comer para prolongarles unos años de miseria, sería una obra humana pero no sería una obra divina.


* * - * *

Cristo tiene preferencia por los enfermos, por los pecadores, por los débiles, por los pobres.

¿Por qué?

¿Amaba Cristo la fealdad, el dolor, la privación, lo que está torcido o roto por sí mismo?

¡No! Cristo es el Creador; y el Creador ama la belleza, la salud, el bien, la armonía, la riqueza, la felicidad.

Todas las cosas buenas que hay en la tierra salieron de Dios.

Cristo ama al enfermo, al ignorante, al pobre, a pesar de sus miserias y para sacarlo de ellas.

Pero si en lugar de tender la mano al desvalido, ahora el fuerte y el astuto procuran exprimirlo o aplastarlo, ello se debe a una mutación ética, y en definitiva, religiosa.

Esta es la Economía protestante, fruto de un profundo cambio en la concepción del hombre y de Dios mismo.

La imagen inmortal e indestructible del Creador ya no es reconocida en la creatura porque el Protestantismo cambió a Dios Padre y Providente por el Dios de la Fatalidad del Paganismo y del Islam. El Protestantismo sustituyó la Providencia por la Fatalidad.

Si bien es cierto que el camino del hombre en la tierra está determinado (un poco, a medias, dos tercios o casi todo) por el determinismo geográfico, la raza, la herencia, la familia, la región, la nación, las circunstancias históricas, el temperamento, los hechos pasados de cada uno, su ambiente o entorno; sin embargo, todo lo que está próximo a Dios excede el orden de la Fatalidad.

De donde cuanto más se aleja uno de la Deidad, más se liga a los lazos del azar; y viceversa.

La sustitución de la Providencia por la Fatalidad significa la “Muerte de Dios” y también la “Muerte del Hombre”, porque el sometimiento total de la vida humana al influjo de las creaturas hace que la libertad humana se quiebre bajo la presión de las circunstancias.

¿Por qué? Porque el carácter favorable o adverso de las circunstancias permite discernir en cada caso si una persona se dirige a la Salvación o a su eterna Perdición. Y para el hombre moderno el signo clarísimo de la buena estrella es el éxito en esta vida, éxito que habitualmente da el Dinero.

El Protestantismo convirtió la Pobreza en el pecado imperdonable, sin remisión en esta vida ni en la otra, porque ella es la señal de cuantos han nacido con mala estrella, de aquéllos a quienes la Fatalidad ha puesto en el infinito número de los “perdedores”.

El pobre es visto entonces como un factor de contaminación ambiental al que es conveniente eliminar, o por lo menos, tener cortito, haciéndolo trabajar como negro… y en negro…

La horrible teología de Calvino, que es la única Teología coherente que produjo el Protestantismo, concibe la predestinación y la reprobación como algo que está, no en la mente divina, fuera del orden temporal, en lo eterno, sino en la naturaleza de los individuos.

Por lo tanto, respecto a los que se han de salvar, ese algo viene a ser en fin de cuentas la prosperidad en esta vida, la prosperidad material… En los países anglosajones la pobreza se ha vuelto de hecho un crimen teológico.

La reintroducción del Demonio pagano de la Fatalidad llevada a cabo por el Protestantismo no es casual: en efecto, el Destino justifica la dedicación humana a las cosas de este mundo; puesto que la salvación no pasa por las obras, sino por la Fe en una arbitraria decisión divina, la actividad humana se desvía ahora hacia los bienes de la tierra y conduce a la apoteosis del trabajo, cuyo fin último es la instalación del hombre en el mundo.

La economía burguesa supone una mentalidad nominalista-voluntarista, que inspiró a la Revolución Protestante y a su perversa teología.

La doctrina malthusiana es expresión cabal de la “ciencia burguesa”, necesariamente relativista, porque su espuela no es el hambre de Verdad sino la voluntad de Poder sobre las cosas y las personas.

El burgués es al mismo tiempo hermético a la Verdad y cerebral en sus procedimientos para reducir al hombre a mero dato estadístico. Y al aborrecer la Verdad pierde la realidad: el egoísmo desvía brutalmente su inteligencia de las cosas del mundo, obra de Dios, y la lanza hacia entidades ideales, que nada significan divorciadas del hombre concreto: el mercado, la oferta y la demanda, la línea ascendente de un gráfico o registros en un archivo electrónico...

En la raíz del genocidio mundial que los usureros hoy llevan a cabo con pretextos científicos hay algo mucho más perverso que la decisión de excluir del “Gran Banquete de la Naturaleza” a cuantos no forman parte del Primer Mundo: está el odio a la Luz, y la pretensión de sustituir su claridad por el brillo del Oro.

Y al margen de la Verdad el hombre no sólo pierde la Libertad sino también la Vida.

La Sabiduría divina, el Verbo de Dios, por el contrario, invita a todos a su Banquete.

Nadie es excluido…

Más aún: hay una sorprendente predilección por la “escoria”: Haz entrar aquí a los pobres y lisiados y ciegos y cojos… Y oblígalos a entrar hasta que se llene mi casa.

Pero, cuantos no aceptan ser liberados por la Verdad y hacen oídos sordos a su convite caen en la ruina que el Evangelio vaticina a los rebeldes.


* * - * *

¡Guardaos del fermentum phariseorum!

¡No exijáis signos del Cielo!, signos que demuestren que Jesús es el Mesías esperado, conforme a la mentalidad farisaica, judaica...

¡Esperad y pedid su Segunda Venida!...

¡Preparaos para el Banquete eterno de la Sabiduría!