domingo, 18 de julio de 2010

VIIIº Domingo post Pentecostés


OCTAVO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Decía Jesús a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: “¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.” Se dijo a sí mismo el administrador: “¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas.”
Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?” Respondió: “Cien medidas de aceite.” Él le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.” Después dijo a otro: “Tú, ¿cuánto debes?” Contestó: “Cien cargas de trigo.” Dícele: “Toma tu recibo y escribe ochenta.”
El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.
Yo os digo: Haceos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.
El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.
Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

¿Qué hay que entender, desde el punto de vista moral, por este hombre rico, este administrador y estos bienes?

1) Este hombre rico es Dios, el Creador soberano y Señor de todas las cosas, de todo cuanto hay en el Cielo y en la tierra.

2) El administrador es cada uno de nosotros. Los bienes que disfrutamos, que imaginamos poseer, pertenecen a Dios, y nos fueron prestados o confiados temporalmente; y tendremos que dar cuenta exacta y grave de ellos.

3) Pero estos bienes así confiados no sólo son los bienes temporales y materiales, sino también los bienes espirituales. Éstos son todas las facultades de nuestra alma y de nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestro tiempo, nuestro talento, todos los dones naturales y sobrenaturales, todas las gracias recibidas desde nuestro Bautismo.

He aquí los bienes que debemos hacer fructificar y de los que tendremos que dar cuenta a Dios.

¿Hemos administrado fielmente todos estos bienes?

¿Los hemos conservado y hecho fructificar?

¿Los hemos utilizado conforme a las intenciones y a la voluntad de Dios y para su mayor gloria?

¿Acaso no los hemos disipado o aprovechado para satisfacer nuestras pasiones culpables?

¡Cuántos administradores infieles hay entre los cristianos!

¿Acaso mereceríamos ser acusados por nuestro Soberano Señor?: “¿Qué oigo decir de ti?”

Nuestro buen Ángel Guardián, ¿no nos advierte nada? Nuestra conciencia, ¿no tiene nada que reprocharnos?

No esperemos ese terrible momento, cuando el demonio nos acusará delante del Tribunal de Dios: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda


¿Qué hizo el señor del administrador?

Le dijo: Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.

Este señor obra prudentemente. Pero, ¡qué golpe fulminante para este ecónomo infiel, que, hasta ahora, ha pensado disfrutar, creyéndose al abrigo de cualquier pesquisa!

Esto es lo que va a sucedernos a todos…; pronto quizás…; en el momento que menos lo pensemos...

Vocavit!Lo llamó Se trata de la llamada de Dios…, es la hora de la muerte... Bienaventurados si siempre estamos preparados y bien dispuestos...

Dios nos hará escuchar ante su terrible Tribunal: Dame cuenta de tu administración

Dame cuenta del uso que has hecho todo lo que te he dado para merecer tu salvación: tu cuerpo, tu alma, los bienes espirituales y temporales, tu salud, el tiempo y los medios de santificación he organizado para ti durante el curso de tu vida...

Padres y madres de familia, dadme cuenta de vuestros hijos, el depósito más preciado que os he encomendado. ¿Os habéis aplicado a formar a Jesucristo en ellos, por medio de exhortaciones, ejemplos, advertencias, encomendándolos a maestros cristianos?...

Jóvenes, ¿qué habéis hecho de vuestra inocencia y pureza, de la gracia de vuestro Bautismo y Primera Comunión?

Oh momento terrible aquél en que escucharemos estas palabras: Dame cuenta de tu administración

No esperemos hasta entonces para llevar adelante nuestro negocio; apresurémonos a realizar esa responsabilidad y a descargarnos de ese peso tan oneroso; a reparar rápidamente, mientras tenemos tiempo, nuestras negligencias pasadas…


¿Qué hizo, entonces, el administrador?

Su señor no lo despide inmediatamente; le deja tiempo para ordenar sus asuntos…

Del mismo modo, en su bondad Dios nos advierte de antemano…; a veces por medio de una enfermedad, otras veces por un accidente, otras por la muerte de un ser querido o un amigo…

Debemos tomar esas advertencias para poner en orden nuestro negocio mientras podemos.

Este administrador nos da una lección de prudencia… Obligado por la situación, busca por sí mismo cómo sacar partido de ella…

Trabajar la tierra, no tiene fuerza ni coraje para ello; y sin embargo, sería la única forma de reparar el daño causado por algo honesto.

Mendigar, es vergonzoso para él y no se resuelve a ello.

¿Qué hará, entonces, dado que en su vida de disipación no ha pensado en ahorrar para el futuro?

En este aprieto, trama un proyecto inteligente, sin duda, pero injusto: engañará a su señor, haciéndose amigos a sus expensas, con sus bienes; para encontrar al menos una casa de abrigo cuando haya perdido su trabajo.

Los deudores del Señor son los pobres.


Pero, ¿por qué Nuestro Señor Jesucristo alaba este proceder?

Algunos herejes se han atrevido a decir que el Evangelio disculpa la injusticia y el robo. Pero esto es una impiedad y una falsedad.

El Evangelio cita, simplemente, la reflexión del patrón, que no pudo evitar admirar y alabar, no el robo, del que fue víctima, sino la industria y la habilidad del ecónomo infiel e injusto.

Como si hubiese dicho: es ciertamente un hombre sin conciencia ni probidad; pero tengo que admitir que es un ingenioso pícaro, que ha sabido salir del apuro y proveerse un futuro: El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente Quia prudenter fecisset…

San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: En el administrador que ha sido despedido por su señor y que es alabado luego por haber preparado su futuro, no debemos tomar todo como una regla de conducta a seguir. Debido a que no debemos robar a nuestro señor para utilizar en limosnas el fruto de nuestro hurto; y que los amigos por quienes queremos ser recibidos en las moradas eternas, no deben entenderse quienes son deudores ante el Señor nuestro Dios… Son los Justos y los Santos quienes son figurados aquí, los cuales introducen en la mansión celeste a aquellos que los han ayudado en su necesidad con sus bienes terrenos. Y es de estos que se dice que, si alguien da tan sólo un vaso de agua fría a uno debido a su calidad de discípulo, no perderá su recompensa. Estas parábolas se llaman contradictorias para que comprendamos que, si pudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes, deben agradar a Dios mucho más los que hacen aquellas obras según sus preceptos.


Y Nuestro Señor, agrega con tristeza y énfasis esta reflexión que siempre ha sido cierta y desafortunadamente aún encuentra su aplicación: los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz

Todo esto demuestra que las personas del mundo, los hijos de las tinieblas, de este siglo perverso, son más inteligentes, más astutos, más ardientes y atentos para obtener sus fines, para enriquecerse o para evitar cualquier desgracia, que los hijos de la luz para asegurarse una felicidad eterna.

Sería deseable que los discípulos de Jesucristo, que van por el camino de la salvación, bajo la segura luz del Evangelio, pusiesen tanta solicitud, tanta actividad y tanta prudencia para obtener la posesión de los bienes eternos, como los mundanos en adquirir riquezas y bienes tan vanos como pasajeros.

Por desgracia, ¡no es así!

¡Qué vergüenza para nosotros, hijos de la luz!…, comprobar que los hijos de las tinieblas nos superan en la práctica diaria en inteligencia y sabiduría…

Si diésemos a la obra de nuestra salvación y de nuestra santificación tanta atención, preocupación y aplicación como ellos a sus negocios mundanos, rápidamente seríamos santos…

Nuestro Señor quiere enseñarnos una lección y sacudir nuestro letargo…, para que aportemos a la obra capital de nuestra salvación y de nuestra santificación tanta prudencia y tanto cuidado como este administrador infiel para asegurase el futuro y los mundanos para tener éxito en sus negocios.

Los hijos de la luz deberían tener un objetivo específico: “ganar dinero” para el cielo, garantizar su salvación… ¡Todo está aquí!

Deberían tener un gran entusiasmo, un gran celo para santificarse y para ganarse el Cielo…, utilizar todos los medios apropiados…, orar, asistir a Misa, recibir los Sacramentos, multiplicar sus buenas obras, practicar las virtudes cristianas…, ser fuertes y valientes para superar las dificultades, soportar las pruebas…

Teofilacto enseña de este modo: sucede que en la administración de las cosas humanas disponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en alto grado para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la administración, pero cuando debemos tratar las cosas divinas, no meditamos lo que nos conviene para la vida futura.


Inmediatamente siguen estas palabras misteriosas de Nuestro Señor: Haceos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas

Mirad, pues, esos mundanos, dice el Salvador, y haced por la vida eterna lo que ellos hacen por los bienes perecederos; y lo que ellos hacen cada día para perderse, hacedlo vosotros para salvaros…

Yo os digo, intentad haceros amigos en el Cielo por el uso adecuado de vuestras riquezas, que son falsos bienes y, puede ser, el fruto de vuestras injusticias o la de vuestros antepasados.

Utilizad estos bienes en buenas obras, Dios os los ha confiado y os pedirá cuenta de ellos.

El dinero de iniquidad de que habla aquí Nuestro Señor, no significa bienes mal adquiridos; pues nunca está permitido hacer limosnas con los bienes de los demás.

Dice San Agustín, el señor alabó al mayordomo a quien despedía de su administración, porque había mirado al porvenir. No debemos, sin embargo, imitarlo en todo, porque no debemos defraudar a nuestro prójimo para dar limosnas de lo que le quitemos.

El epíteto de iniquidad, se aplica aquí a la riqueza en general, porque en realidad son normalmente causa, la ocasión o el instrumento de toda clase de iniquidades.

Se adquiere a menudo por medios ilícitos, como la violencia, el fraude, la usura… Sirven al lujo, el placer, la ambición, la lujuria, la pereza y todas las pasiones todos…

El administrador de la parábola no pudo, sin una nueva injusticia, emplear como lo hizo los bienes de su señor para ganarse amigos para el momento de su desgracia.

Pero Dios nos permite, está incluso previsto que utilicemos los bienes que nos dio para hacernos amigos en el Cielo…

En efecto, San Agustín dice que se llaman riquezas de iniquidad las de este mundo porque no son verdaderas, estando llenas de pobreza y siempre expuestas a perderse, pues si fuesen verdaderas te ofrecerían seguridad.
También se llaman riquezas de iniquidad, porque no son más que de los inicuos y de los que ponen en ellas la esperanza y toda su felicidad. Mas cuando son poseídas por los justos, son ciertamente las mismas, pero para ellos no son riquezas más que las celestiales y espirituales.

Y Teofilacto agrega, se llaman riquezas de la iniquidad, todas las que el Señor nos ha concedido para satisfacer las necesidades de nuestros hermanos y semejantes pero que reservamos para nosotros. Debíamos, por tanto, entregarlas a los pobres desde el principio. Pero, como en verdad fuimos administradores de iniquidad, reteniendo inicuamente todo aquello que se nos ha concedido para la necesidad de los demás, no debemos continuar de ningún modo en esta crueldad, sino dar a los pobres para que seamos recibidos de ellos en los tabernáculos celestiales.


¿Que quiénes son estos amigos que estarán en el Cielo?

Ellos son los pobres que generosamente hayamos ayudado; son las almas del Purgatorio que hayamos liberado por nuestra oración y limosna.

Esos pobres, aquellas almas, no son ciertamente los porteros del Cielo; sin embargo, su agradecimiento y sus oraciones suben al trono de Dios, vencen su Corazón y nos atraen su misericordia y sus gracias.

Por otra parte, Nuestro Señor nos asegura que considera como hecha a sí mismo la limosna que damos a uno de estos pequeños, y que abrirá su Cielo a todos sus benefactores.

Nuestro Señor se personifica en los afligidos; y se compromete a pagar al céntuplo en el momento de la muerte y del juicio todo lo que hayamos hecho en su favor.

San Gregorio Magno enseña bellamente que si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres, debemos pensar cuando les damos nuestras limosnas, que más bien las ponemos en manos de nuestros defensores que en las de los necesitados.

Y San Juan Crisóstomo observa que no dijo para que os reciban en sus mansiones, porque no son ellos mismos los que admiten. Por esto cuando dice “haceos amigos”, añade “con las riquezas de la iniquidad”, para manifestar que no nos bastará su amistad si las buenas obras no nos acompañan y si no damos en justicia salida a las riquezas amontonadas injustamente. El arte de las artes es, pues, la limosna bien ejercida. No fabrica para nosotros casas de tierra, sino que nos procura una vida eterna.


El Evangelio de este Domingo no trae la parte final de este pasaje, que termina así: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?

De este modo nos abre el Señor los ojos del corazón aclarando lo que había dicho antes. Lo mínimo o menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, las riquezas de la tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo.

Es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de su riqueza a los que sufren la miseria.

Entonces, si en lo pequeño no somos fieles, ¿por qué medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia de las mercedes divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la divinidad?… Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que es vuestro, ¿quién os lo dará?


Bienaventurados aquellos que imitan la prudencia del administrador infiel, y consideran el verdadero futuro en la eternidad, y enviar así por adelantado de sus bienes al seno de Dios, atesorando, es decir, enviando sus tesoros al Cielo… Serán recibidos por Jesús y sus Amigos en las mansiones eternas.

Dispongamos, pues, bien de los bienes de este mundo; administremos bien este patrimonio; sabiendo que en nuestras manos estas riquezas se pierden para siempre; pero que, depositadas en las manos de los pobres y amigos de Nuestro Señor, fructificarán al céntuplo, redimirán nuestros pecados y nos merecerán el Paraíso.