domingo, 24 de junio de 2012

Actualización del 24 de junio


SAN JUAN BAUTISTA


Hoy, 24 de junio, ocupa nuestra atención y meditación la figura de un gran santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia da la humanidad.

Me refiero al gran San Juan Bautista, elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar la llegada de la luz del mundo al pueblo que estaba sumergido en las tinieblas: “Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.

Con motivo de esta fiesta podemos considerar tres cosas:

1ª) la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó.

2ª) lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado.

3ª) la persona misma del Heraldo o Precursor.

1ª) En cuanto al momento en que se manifiesta San Juan, la sociedad a la cual predica se caracterizaba por la tibieza y las tinieblas.

Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos. “Sombras de muerte”, dice el pasaje evangélico que enmarca su misión.

2ª) Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que “El era la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”.

Y el mismo Jesucristo dirá: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida… Mientras estoy en el mundo, soy la luz de este mundo… Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas”.

Y más enérgica y significativamente agregará: “¡Fuego he venido a echar sobre la tierra, y cuánto deseo que ya esté encendido!”.

“¡Fuego!”, es decir: calor y luz… Ardor que calienta la tibieza…, y claridad que disipa las tinieblas.

El Verbo anunciado por San Juan Bautista era Vida, era Luz y era Calor, para un mundo, una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas… “sombras de muerte”.


3ª) “Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz”.

Con estas palabras caracteriza San Juan Evangelista al Precursor: testigo de la Luz… ¡Todo un programa!

Nuestro Señor dirá de su heraldo: “Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz…”.

Testimonio magnífico da Nuestro Señor de San Juan: “Él era antorcha ardiente y luciente”.

San Bernardo enseña que el lucir o brillar solamente, es vano… El arder solamente, es poco… ¡Arder y lucir es lo perfecto!

El ardor interno del santo luce fuera. Y, si no le es permitido ambas cosas, escogerá más bien el arder; a fin de que su Padre que ve en lo secreto, le recompense.

“Él era antorcha ardiente y luciente”. No dice “luciente y ardiente”, porque el esplendor de San Juan procedía del fervor, no el ardor del resplandor.

¿Queréis saber cómo ardió y lució San Juan?

Ardía:
en sí mismo, con la austeridad;
para con Dios, con íntimo fervor de piedad;
para con el prójimo, con una constante lucha contra el pecado.

Lucía:
con el ejemplo, para la imitación;
con el índice, señalando al Verbo, sol de justicia y luz del mundo;
con la palabra, alumbrando con ellas la obscuridad de los entendimientos.


Y podemos preguntarnos ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo?

Pues bien, el santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:

«La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron»

«Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció»

«Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron»…, dice el santo Evangelio…

Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la luz de esa sociedad.

«La luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas».


Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.

Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte.

Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque nada en los placeres y el confort... o los codicia, si no los tiene...

Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la oscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones...

Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios…

Iguales males, con el agregado de veinte siglos de cristianismo. El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo… Es una apostasía…

Pero es importante y necesario saber que esto no siempre fue así.

Cuando llegaron aquí los conquistadores y los misioneros, encontraron una sociedad desprovista de Cristo y con esas enfermedades morales ya indicadas. Faltaba la Vida, la Luz y el Calor…

Con la llegada de los misioneros, las antorchas ardientes y lucientes, se iluminaron estas tierras, recibieron calor y cobraron vida…

Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida. Una densa oscuridad moral vuelve a cubrir estas tierras benditas por el paso de Jesús y María.

Esta mezcla de Cristianismo y Paganismo… Este credo en los labios con la incredulidad en la mente… Este Credo en las mentes con la sensualidad en el corazón… Este Cristianismo en las fórmulas con el materialismo en la vida…

Contra estas tinieblas nada vale… Ni la luz siniestra de dos guerras que han enrojecido la bóveda del cielo, ni la amenaza de una guerra peor aún, ni la guerrilla que iluminó con atentados el cielo patrio…

Es invulnerable la tiniebla de un cristianismo inerte, pobre, tibio… Sentimos que la religión agoniza junto a nosotros y seguimos jugando... En la hora de los martirios sabemos vivir indiferentes y alegres... Estamos desorientados, emprendemos mil caminos, escuchamos millares de voces que contrastan... No sabemos ya ni dónde andamos ni qué queremos...

En medio de esta crisis, que afecta principalmente a la religión y, correlativamente, a la sociedad temporal, Dios envió nuevamente algunos hombres, heraldos, antorchas ardientes y lucientes…

Y esos hombres, obispos, sacerdotes, religiosos, filósofos, intelectuales…, iluminaron, dieron calor a la sociedad; su acción llegó a casi todos los países del mundo, y la vida cristiana perseveró a su alrededor…, conforme a la consigna apocalíptica: Mantén lo que tienesGuarda lo que has recibido

¡Sí!, al igual que San Juan Bautista, de la misma manera que los Apóstoles y los misioneros, ellos anunciaron al Verbo de Dios hecho carne y se presentaron como antorchas para que el Cristianismo perseverase…

Es necesario que esas antorchas, ardientes y lucientes, no se extingan, sino que continúen guiando hacia Jesús, el Salvador y Redentor del mundo.

Son necesarias antorchas para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…

Necesitamos otros San Juan Bautista que como antorchas ardientes y lucientes nos guíen hacia Jesús...

¡Señor!, concédenos, por la intercesión de María Santísima, Estrella de la mañana, arder con el fuego de tu Caridad y lucir con la luz de tu Verdad…

¡Señor!, en esta hora trágica de la Iglesia y de la sociedad, no permitas que seamos tibios y temerosos; concédenos el fervor de San Juan Bautista; haznos arder con el fuego de tu Espíritu Santo a fin de que iluminemos a las almas… ¡y conservemos lo que hemos recibido!… ¡danos el coraje de ser santos!

¡Antorchas a encender, para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…!

domingo, 17 de junio de 2012

Infraoctava Sagrado Corazón


DOMINGO INFRAOCTAVA
DEL SAGRADO CORAZÓN


De la Ia Carta del Apóstol San Pedro, 5:6-11 = Humillaos bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A él el poder por los siglos de los siglos. Amén.


Decíamos el viernes pasado, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que la Iglesia es la primera de todas las obras que han brotado de ese Sacratísimo Corazón.

¡Sí!, la Iglesia brotó del Corazón de Cristo. No es pura metáfora; es la expresión de un pensamiento tradicional que arranca de los mismos orígenes del Cristianismo.

Y también dijimos que no habrá otra Iglesia, porque no habrá otra Redención.

Y terminamos nuestra exposición diciendo que, enamorados santamente de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, hemos de poner, sin temor y con abnegación, todo nuestro esfuerzo en fomentar sus intereses, porque son los mismos del Corazón Santísimo del Hijo de Dios. Máxime cuando, hoy, nuestra Santa Madre está más atacada de fuera y traicionada de dentro que nunca.

Este es el tema de la homilía de hoy: Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos.

Voy a utilizar, primero, textos del Padre Calmel, fallecido en 1975; es decir, que no ha conocido ni a Juan Pablo II ni a Benedicto XVI; ni a un Pontífice en visitas a sinagogas o mezquitas, ni organizando encuentros en Asís...

Y luego vendrán los textos del Padre Castellani, bien conocido por nosotros.

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Decía el Padre Calmel que la prueba actual de la Iglesia es profunda y universal. Tanto es así que los prelados y los sacerdotes, ayer increíblemente muy optimistas, comienzan a evidenciar cierta preocupación en sus conversaciones, sus prédicas, sus conferencias, sus artículos o sus cartas.

Sin duda, la Iglesia, nacida del costado abierto de Jesús en la Cruz y asistida por el Espíritu Santo, no puede ser abolida; por otra parte, la miseria de la época, la debilidad de los hombres, la ira del diablo no impiden que, aún hoy en día, pueda germinar en cualquier lugar una vida verdaderamente santa.

Sin embargo, la prueba de la Iglesia nos llega hasta el fondo del alma, nos duele, nos hiere.

La fe, el coraje, la decisión para perseverar en la Tradición recibida de los Apóstoles, nada de todo esto elimina la pena, a veces la angustia...

¡¿Cuántos clérigos, engañados, se atreven a expresar claramente lo que insinúan con gran renuencia?! Que proclamen, ¡si tienen el coraje!, que hagan cantar y recitar un credo actualizado, y digan: Yo creo en una iglesia mutante, que necesita ponerse al día en relación con la historia y convertirse de sus pecados.

Nosotros, insertados en la Tradición de dos mil años, seguimos creyendo en la Santa Iglesia; una a través del tiempo, no culpable de faltas y no teniendo de qué convertirse; pero, no dejando nunca de hacer más eficaz la conversión de aquellos a los que Ella ha dado a luz a la vida sobrenatural; una Iglesia cuyo movimiento y marcha no están determinados por la historia, sino por el Espíritu de Dios.

A veces sucede que los cristianos, que se quejaban ayer de esclerosis y de abuso, se encuentran ahora impotentes y desamparados en presencia de reformas erosionadas por la subversión, como el órgano por el cáncer que le devora. ¿Van a perder pie, ceder al vértigo de la duda o, tal vez, de la desesperación?

Que retomen, más bien, ánimo y confianza, y nosotros con ellos, afirmando nuestra fe en la Iglesia santa e indefectible; recordando que Ella tiene todo lo necesario para defendernos hoy de las falsas reformas, como nos protegió ayer de la esclerosis y de la rutina...

Ella nos defendía; pero nuestro corazón no siempre fue lo suficientemente puro como para darse cuenta...

La protección de la Iglesia, hoy como ayer, se hará efectiva para nosotros, si aseguramos primero una reforma interior, si mantenemos con amor el depósito inalienable que nos fue transmitido.

Esto es lo que corresponde responder, conforme al artículo del Credo: et Unam, Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam.

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¿Qué sería de una Iglesia que, por razones pastorales, no diese a las almas la misma verdad a lo largo de los siglos o los hiciese participar en un culto diferente?, como si las almas no fuesen ni debiesen ser esclarecidas por los mismos dogmas y santificadas por la misma religión...

¿Cómo ver todavía a la Esposa de Cristo, viviente depositaria de su verdad, en una iglesia que llamase luz a las tinieblas y oscuridad a la luz?

Si ahora, para justificar los cambios introducidos, se argumenta con los movimientos de la historia, entonces me pregunto: ¿quién es el guía e inspirador de la Iglesia?, ¿el porvenir de la humanidad o el Espíritu Santo dado a los Apóstoles en Pentecostés?

Una ruptura, una escisión, la dislocación, se están produciendo; y se agravan, poco a poco, entre los que creen en la Iglesia de siempre y los que, de buena o mala voluntad, han aceptado revisar y rectificar el artículo del Credo relativo a la Iglesia.

El debate no se desarrolla principalmente sobre la pastoral; en realidad, es la fe en la Iglesia lo que se halla en la base de la disputa presente.

Para algunos, entre los que nos contamos, gracias a Dios, está admitido para siempre que la Iglesia fundada por el Señor nunca ha fallado en su misión; al contrario, ha mantenido la pureza inviolable del depósito confiado, ha cumplido con su carga pastoral.

Sin embargo, otros cristianos empezaron a dudar de la perfección de la Iglesia. Según ellos, ofrece en todos los sectores pruebas manifiestas de sus deficiencias e incapacidades. Para remediar esta situación, tratan de provocar cambios, siempre sujetos a revisión, para crear un mundo mejor.

En realidad, no creen en una Iglesia libre e independiente en relación a la historia, y que trasciende y juzga al mundo con la finalidad de salvarlo.

Ellos creen en una historia que se impone a la Iglesia, que la domina y la transforma.

La Iglesia no tiene una nueva doctrina que aprender, ni nuevos medios de salvación por descubrir.

Esta es nuestra fe en la Iglesia: una, santa, sin mancha ni arruga, sin envejecimiento ni lentitud, sin complicidad con el error ni componendas con el pecado, sin tonterías en presencia de los sofismas capciosos de las organizaciones ocultas de una falsa iglesia, de una iglesia aparente.

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¿Qué hacer en medio de este desorden? Ante todo, perseverar en la fe que nos ha sido transmitida, con sus definiciones y anatemas.

Luego, buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que el resto, incluyendo la fuerza de perseverar, será concedido por añadidura.

¡Estamos comprometidos con la fe de todos los tiempos! ¡Y tenemos responsabilidades que asumir!

Por último, la tercera actitud, en presencia de una reforma que pasó a las manos de la subversión, reside en mantener una fidelidad viva a la herencia secular de la Iglesia.

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Hasta aquí, nos guió el Padre Calmel; desde ahora nos esclarecerá sobre el futuro el Padre Castellani.

Ante todo nos anuncia que la Cristiandad será pisoteada:

La Iglesia creó la Cristiandad Europea, sobre la base del Orden Romano. La Fe irradió poco a poco en torno suyo y fue penetrando sus dentornos: la familia, las costumbres, las leyes, la política.

Hoy día todo eso está cuarteado y contaminado, cuando no netamente apostático, como en Rusia; un día será «pisoteado por los gentiles» del nuevo paganismo. Ése es el atrio del Templo.

Quedará el santuario, es decir, la Fe pura y oscura, dolorosa y oprimida; el recinto medido por el profeta con la «caña en forma de vara», que es la esperanza doliente en el Segundo Advenimiento, la caña que dieron al Ecce Homo y la vara de hierro que le dio su Padre para quebrantar a todas las gentes.

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No sólo la Cristiandad, sino también la Iglesia cederá en su armazón externo:

La presión enorme de las masas descreídas y de los gobiernos, o bien maquiavélicos o bien hostiles, pesará horriblemente sobre todo lo que aún se mantiene fiel; la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles «tendrán que refugiarse» volando «en el desierto» de la Fe.

Sólo algunos contados, «los que han comprado», con la renuncia a todo lo terreno, «colirio para los ojos y oro puro afinado», mantendrán inmaculada su Fe (...) Esos pocos «no podrán comprar ni vender», ni circular, ni dirigirse a las masas por medio de los grandes vehículos publicitarios, caídos en manos del poder político; y, después, del Anticristo: por eso serán pocos.

Las situaciones de heroísmo, sobre todo de heroísmo sobrehumano, son para pocos; y si esos días no fuesen abreviados, no quedaría ni uno.

Pero la Iglesia no está por hacerse, ya está hecha; hoy está construida, inmensa catedral de piedra y barro, con una luz adentro. No desaparecerá como si fuese de humo: quedarán los muros, quedarán al menos los escombros, y en los altares dorados y honrados con huesos de mártires se sentará un día el Hijo de Perdición, el Injusto, cuya operación será en todo poder de Satanás, para perdición de los que no se asieron a la verdad mas consintieron con la iniquidad.

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Mientras tanto, a los que no quieren ver, a los que ven pero no aman bastante la verdad, a los católicos de cartelito, se les suministra una religión y una moral de repuesto:

Es para llorar el espectáculo que presenta el país, mirado espiritualmente. El liberalismo ha suministrado a la pobre gente —no a toda, sino a la que no ama bastante la verdad— una religión y una moral de repuesto, sustitutivas de las verdaderas; un simulacro vano de las cosas, envuelto a veces en palabras sacras.

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La religión y la moral de repuesto, que en 1957 podían malinterpretarse solamente como un afán puesto en lo temporal, irrumpieron luego con la avasalladora fuerza de lo estrictamente religioso; a punto tal que la clásica opción entre los dos señores del Evangelio, los dos amores y las dos ciudades de San Agustín, las dos banderas de San Ignacio, se presenta claramente en la alternativa de Revolución o Tradición:

No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos.

El uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo.

El otro, que se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo del Apokalypsis: «conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas».

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No faltan quienes entre las alternativas o posibilidades de los últimos tiempos esperan un reflorecimiento de la Cristiandad Medieval. A lo largo y a lo ancho de su comentario novelado del Apocalipsis, el Padre Castellani ya nos advertía sobre la ilusión de ese período de triunfo de la Iglesia:

No habrá una «Nueva Cristiandad»: ni la de Solovieff y sus discípulos Berdiaeff y Rozanof, ni la de Maritain, ni la de Pemán, ni la del padre Lombardi y don Sturzo. Esas son ilusiones vanas de un mundo que teme morir. El Imperio Romano es el último de los grandes imperios, después del cual seguirá el del Anticristo.

Sin embargo, no desaparecerá la Cristiandad: será profanada. Ni quedará intacta la Iglesia visible: dentro de ella habrá santuario y atrio. Habrá fieles, clero, religiosos, doctores, profetas que serán pisoteados, que cederán a la presión, que tomarán la marca de la Bestia.

La Cristiandad será aprovechada: los escombros del derecho público europeo, los materiales de la tradición cultural, los mecanismos e instrumentos políticos y jurídicos serán aprovechados en la continuación de la nueva Babel: la gran confederación mundial impía.

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Y llegamos al punto culminante de la cuestión planteada:

¿Qué podemos hacer nosotros, si todo esto depende de una serie de destrucciones sucesivas y forma parte de una destrucción que avanza? «Conserva las cosas que han quedado, las cuales son perecederas», le manda decir Jesucristo al Ángel de la Iglesia de Sardes, la quinta Iglesia del Apokalipsis; lo cual quiere decir «atente a la tradición», que es lo que ha hecho la Iglesia desde el Concilio de Trento. Pero el texto griego dice un poco diferente y más enérgico: «robustece lo que ha quedado, que de todas maneras ha de perecer».

El Padre se anticipa a la objeción que plantea la humana debilidad y la temerosa postura demasiado terrenal:

Pero esto es inhumano, se nos manda luchar por una cosa que va a perecer, luchar sin esperanza de victoria, lo cual es imposible al hombre. Es imposible al hombre que está en el plano ético, cuyo signo es la lucha y la victoria; pero no al hombre que está en el plano religioso, el cual lucha por Dios, y sabe que la victoria de Dios es segura, y que él ha nacido para ser usado, quizá para ser derrotado, ¿qué importa? ¡Hemos nacido para ser usados! ¿Por quién? ¡No por el Estado, sino por el Padre que está en los cielos! «Porque sabes que no llegarás, por eso eres grande», dijo un poeta, que por cierto no se puso nunca en este plano, nunca fue grande.

Y termina por señalar la estrategia querida por Dios:

Tenemos que luchar por todas las cosas buenas que han quedado hasta el último reducto, prescindiendo de si esas cosas serán todas «integradas de nuevo en Cristo», como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza incontrolable de la Segunda Venida de Cristo. Dios no nos dice que venzamos, Dios nos pide que no seamos vencidos...

Destaquemos en el texto citado que, según el Padre Castellani, el «Omnia instaurare in Christo» no necesariamente debe ser realizado por nuestras propias fuerzas y antes de la Parusía, sino que todas las cosas pueden ser integradas de nuevo en Cristo por la fuerza incontrolable de su la Segunda Venida.

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Finalmente, el Padre Castellani nos da algunas consignas:

1ª) Atenerse al mensaje esencial del cristianismo:

Mis amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma (...) Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que, para un verdadero cristiano, dentro de poco no haya nada que hacer en el orden de la cosa pública. Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo. En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente (...) Los primeros cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino con todas sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder del diablo sobre el hombre.


2ª) Un pesimismo constructivo:

«Hay que trabajar como si el mundo hubiera de durar siempre; pero hay que saber que el mundo no va a durar siempre». Esta actitud, aparentemente contradictoria o imposible, ha sido siempre la consigna de los espíritus religiosos en todas las grandes crisis de la historia. Los dos términos parecen inconciliables; y lo serían si no fuera por el misterioso catalítico que es la fe.

El talante del Cristianismo no es Pesimismo; menos aún es el Optimismo beato de la filosofía iluminística, el famoso "Progreso Indefinido". La Profecía cristiana nos da una posición que está por encima desos dos extremos simplistas, en donde caen hoy todos "los que no tienen el sello de Dios en sus frentes". El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una transposición de la vida del mundo en un trasmundo; y del Tiempo en un Supertiempo; en el cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino —como es digno de Dios— transfiguradas ellas por entero, sin perder uno solo de sus elementos.


3ª) La verdadera consigna:

La unión de las naciones en grandes grupos, primero, y después en un solo Imperio Mundial (sueño potente y gran movimiento del mundo de hoy) no puede hacerse sino por Cristo o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios (y que hará al final, según creemos, conforme está prometido), el mundo moderno intenta febrilmente construirlo sin Dios; apostatando de Cristo, abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la naturaleza humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias. Mas nosotros, defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos. Es decir, sabiendo que si somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces Cristo dijo verdad. Y entonces el acabamiento es prenda de resurrección.

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Estos textos implican toda una espiritualidad. Nada mejor que expresarla poéticamente, tal como lo hiciera el mismo Padre Leonardo Castellani en Los Papeles de Benjamín Benavides:

Corazón, tente en pie sin doblegarte
de la injusta opresión a la insolencia;
aunque estoy loco, tengo yo mi arte:
"Nam furor sæpe fit læsa patientia".
[En efecto, muchas veces la ira lesiona la paciencia]

Luchando sin más armas que mi triste
corazón contra el mal peor que existe
¿no hago yo nada? Lucho,
sangro y no caigo al suelo.
No hago mucho,
pero hago más de lo que puedo...
Centinela aterido,
no dejo sospechar que estoy herido,
ni dejo conocer que tengo miedo...
Herido, helado, aguanto la bandera;
no deserto la inhóspita trinchera.
Y aunque sé que la muerte me ha podido,
estoy de pie y estoy ante ella erguido,
marcando el SOS de la brega
a un auxilio que no me llegará
sino un momento tarde, si es que llega,
y que muerto de pie me encontrará...
La otra mitad la hará sobre mi tumba
otro infeliz, después que yo sucumba...
¡Corazón!, ¡tu mitad se ha hecho ya!

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Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos.

viernes, 15 de junio de 2012

Sagrado Corazón

SAGRADO CORAZÓN

DE JESÚS


Y los judíos, porque era la Parasceve, a fin de que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquél sábado era el grande día, rogaron a Pilatos que les quebrasen las piernas y que fuesen quitados. Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y al otro que fue crucificado con Él. Mas cuando llegaron a Jesús, viéndole ya muerto, no le quebrantaron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y salió luego sangre y agua. Y el que lo vio, dio testimonio, y verdadero es el testimonio suyo. Y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ni uno de sus huesos. Y también dice otra Escritura: Pondrán los ojos en aquel a quien traspasaron.


Jesucristo ha muerto. Como la de todo ser humano, la muerte de Jesús consistió en la separación de alma y cuerpo.

¿Qué fue del Cuerpo y del Alma del Redentor, después de su muerte? Digamos ante todo que ambos quedaron unidos a la divinidad; la Persona divina del Verbo mantuvo, constantemente, su relación sustancial con el Cuerpo y con el Alma de que constaba su Humanidad y que, aun separados por la muerte, debieron llamarse Cuerpo y Alma de un Hombre-Dios.

El Alma de Jesucristo bajó al Limbo. El hecho forma parte del depósito de la Revelación y es dogma de fe que profesamos en el Credo: Muerto y sepultado, bajó a los infiernos... Este lugar era llamado por los judíos el Seno de Abraham, donde se hallaban las almas de cuantos anteriormente al Sacrificio del Calvario habían muerto en gracia de Dios y habían ya expiado sus pecados. Jesucristo les anuncia su próxima liberación.

¿Y el Cuerpo sacratísimo de Jesucristo? Colgado de la Cruz ha quedado después de su muerte. Es Cuerpo de Dios, porque es el Cuerpo humano hipostáticamente unido al Verbo de Dios.

¡Qué grandeza inmensa en medio de aquella semisoledad en que ha quedado el divino Crucificado!

El centurión y su cohorte, cumplida su misión, han regresado a la ciudad. Lo mismo ha hecho la multitud de judíos que se fueron de allí golpeándose el pecho al ver lo que ocurría. Quedaban todavía dos grupos, uno de hombres, todos los conocidos de Jesús, dice el Evangelista; y otro de mujeres, de las que nombra algunas el Evangelio.

Al pie de la Cruz, dispuesta a no separarse del Sacratísimo Cuerpo de su Hijo hasta su sepelio, seguía María, su Madre, única criatura que podía penetrar en los tremendos y consoladores misterios que se estaban realizando.

La ley romana permitía que quedaran los cuerpos de los ajusticiados clavados en cruz hasta su total descomposición, o hasta que fueran devorados por los chacales o las aves de rapiña. La ley judía no consentía pasaran los cadáveres de los crucificados una sola noche en su patíbulo; de otro modo hubiera quedado manchada toda la Tierra Santa.

El caso de Jesús es más urgente. Con la puesta del sol va a comenzar la gran fiesta pascual, y no pueden quedar los cuerpos en las cruces. Serían las cuatro de la tarde cuando tuvo lugar el episodio que nos refiere lacónicamente San Juan en el texto que sirve de Evangelio para la fiesta de hoy.

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Dos hechos notabilísimos se consignan en esta sucinta narración: que al divino Crucificado no se le rompiera ningún hueso y que se rasgara su pecho en la forma insólita que el Evangelista refiere.

Tal importancia les da el escritor sagrado, que para ambos apela al testimonio de las antiguas Escrituras y al propio testimonio.

En cuanto al primero, el tipo más representativo del futuro Mesías era el cordero; por esto era animal sagrado, al que se trataba con el máximo miramiento en su aspecto o función sacrificial. Su Valor máximo de figura o símbolo mesiánico lo lograba el día solemne de la Pascua. Su comida, que acompañaba al sacrificio, estaba regulada por varias ceremonias. Una de ellas prescribía que no se quebrara al cordero un solo hueso.

Es rito y profecía. Dios había prescrito el rito hacía mil quinientos años: durante esta serie de siglos se celebró escrupulosamente el mandato. El Viernes Santo está presente Dios en el Calvario para que en el divino Cordero se cumpla el gran vaticinio. San Juan está allí, al pie de la Cruz, para dar fe del rito y del cumplimiento de la profecía. El mundo tendrá una prueba más de la mesianidad de Jesucristo.

El segundo hecho encierra un misterio más profundo aún: uno de los soldados, a quien la tradición ha dado el nombre de Longinos, le abrió el costado con una lanza; y al punto salió sangre y agua.

En esta percusión del costado y en la herida del Corazón de Jesús, que denuncian la sangre y el agua que salieron, se fundamenta el culto y la devoción al Sacratísimo Corazón.

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Toda la tradición cristiana ha visto en el hecho extraordinario la figuración de algo más sublime.

Lo indica el mismo Evangelista San Juan. Él vio con sus propios ojos cómo el soldado asestaba el golpe al pecho de Jesús; vio producirse la profunda herida; contempló cómo manaba el doble licor; curaría con el bálsamo, a la hora del sepelio, la tremenda abertura. A través de ella, tal vez vería el mismo divino Corazón.

Sin duda, antes de las revelaciones a Santa Margarita de Alacoque, San Juan, y más aún la Santísima Madre de Jesús, pudieron interpretar toda la profundidad de estas palabras que Jesús dirá a su sierva siglos más tarde: He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha dejado de hacer para testimoniarles su amor.

Las palabras con que termina el Evangelista este relato revelan desde la desolada escena del Calvario una profunda visión espiritual y proyectan una claridad divina sobre los siglos futuros: Y también dice otra Escritura: Pondrán los ojos en aquel a quien traspasaron.

Las palabras son del Profeta Zacarías, y contienen dos vaticinios: el de la transfixión del futuro Mesías y el de la confianza y reverencia con que muchos levantarán los ojos y el espíritu al divino Traspasado.

Levantemos, pues, los ojos y el espíritu a este Corazón y veamos las maravillas que de Él ha hecho brotar el amor inagotable del Hijo de Dios.

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El Corazón de Jesucristo es como el órgano y el símbolo de su amor. Y como el amor es el que en el hombre lo propulsa todo, diríamos que del Corazón de Jesucristo han salido las grandes obras, producidas en el mundo por el amor del Verbo hecho hombre.

¿Qué obras han brotado del Corazón de Jesucristo?

La primera de todas es la Iglesia, es decir, esta sociedad religiosa, una, santa, católica y apostólica que reconoce por Fundador a Jesucristo.

La Iglesia brotó del Corazón de Cristo. No es pura metáfora; es la expresión de un pensamiento tradicional que arranca de los mismos orígenes del Cristianismo.

La primera mujer, dice san Agustín, fue formada del costado de Adán dormido y fue llamada vida y madre de los vivientes. Es que fue el tipo representativo de un gran bien antes del grande mal de la prevaricación. Este Adán segundo, inclinada la cabeza, durmióse en la cruz para que de allí se le formara su Esposa, que brotó de su costado.

El Magisterio de la Iglesia consagra oficialmente esta creencia tradicional cuando, al condenar el error de Pedro Juan Olivi, dice: El mismo Verbo de Dios, en la naturaleza humana que tomó, entregado ya su espíritu, quiso que fuera traspasado su costado, para que con la corriente del agua y de la sangre que de él manaron se formara la única e inmaculada, virgen y santa Madre Iglesia. Esposa de Cristo, como del costado de Adán dormido se le formó su esposa Eva.

Este pensamiento tradicional quedó concretado en los hermosos versos del himno de Vísperas de la Fiesta del Sagrado Corazón: Del Corazón rasgado nace la Iglesia, Esposa de Cristo.

Así lo canta la Iglesia: Abrióse esta puerta en el costado del Arca para la salvación del mundo; el Arca de salvación es la Iglesia, que brota del costado de Jesucristo.

Jesucristo se llama a sí mismo Esposo del género humano que ha redimido; es el Esposo de sangre de la Iglesia, porque con ella se la conquistó inmaculada, sin mancha ni arruga.

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¡Misterio profundo el de Jesucristo y su Iglesia! Del primer connubio bendecido por Dios en el Paraíso nacieron todos los hombres a la vida natural; de este sagrado connubio de Cristo con la Iglesia nacen todos cuantos deben nacer a la vida sobrenatural.

El esposo Adán fue el jefe y cabeza de Eva su esposa, su tutela y auxilio; tal es Cristo para con la Iglesia, que dirige, defiende y nutre con su propio Cuerpo y Sangre. De Cristo le viene a la Iglesia la unidad, el movimiento y la vida.

Y ¡qué obra ésta del amor de Jesucristo! Contemplad esta Esposa que sale, como de su tálamo nupcial, del Corazón del Rey: no hay sociedad humana que pueda compararse con esta sociedad verdaderamente divina.

El orden admirable de la jerarquía; la luz infinita de los dogmas; la eficacia divina de los sacramentos; los esplendores del culto; la fecundidad de sus obras; las maravillas del arte en todas sus manifestaciones; y, sobre todo, escondido, como fermento divino, en el seno de tanta grandeza, el mismo Corazón de Jesucristo, vivo, que late sobre nuestros altares, que lo vivifica y agranda y hermosea todo...

¡Esta es la Iglesia! Y esta es obra nacida del Corazón Sacratísimo de Jesucristo.

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¡Qué necios los hombres que sueñan con la utopía de un progreso indefinido! Es inútil aguardar que la historia, al revelar sus secretos a las generaciones futuras, las sorprenda con una obra social más hermosa que nuestra Santa Iglesia. ¡No!; Jesucristo ayer, y hoy, el mismo por los siglos.

El Corazón de Jesucristo será perpetuamente el Corazón de la humanidad perfecta; no habrá otra Iglesia, porque no habrá otra Redención.

Pero la Iglesia, viva y eterna, como el pensamiento vivo y eterno de Dios que la informa y fecunda con la misma fecundidad del Espíritu Santo que lleva en sus entrañas, es capaz de incorporarse todo progreso de orden natural, que reconozca el mismo principio que a Ella la vivifica; pero, sobre todo, es capaz de injertar la vida divina en toda obra y en toda actividad humana sana y darle crecimientos que sólo Dios puede dar.

No puede darse progreso verdadero más que en Jesucristo: instituido por Dios Cabeza y Corazón de la humanidad, no crecerán sino los pueblos que piensen con Él y que, con la Iglesia, estén injertados en su Corazón.

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Nosotros, que nos decimos hijos del Corazón de Jesús, amemos a la Iglesia, que es nuestra Madre, porque es la Esposa del Corazón de Jesucristo, padre de todos los redimidos con su Sangre.

Él vino al mundo para congregar en una gran unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos: la Iglesia es la reunión de los hijos de Dios y, al mismo tiempo, el órgano oficial, divino, para concebir, gestar y dar a luz los hijos de Dios.

Los derechos de la Iglesia, sus prestigios, su acción, sus preceptos, pongámoslos sobre nuestras cabezas y dentro de nuestro corazón agradecido.

Sobre nuestras cabezas cayó el agua del costado de Cristo; nuestro corazón, síntesis de nuestra vida moral, ha sido regenerado por la Sangre que brotó del suyo.

Enamorados santamente de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, pongamos, sin temor y con abnegación, todo nuestro esfuerzo en fomentar sus intereses, porque son los mismos del Corazón Santísimo del Hijo de Dios.

Máxime cuando hoy nuestra Santa Madre está más atacada de fuera y traicionada de dentro que nunca.

Pero esto será, Dios mediante, el tema de la homilía del domingo próximo.