FIESTA DE LA
SANTÍSIMA TRINIDAD
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas
las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo
estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”.
En esta Fiesta de la Santísima Trinidad, ante todo se ha de considerar
el primer artículo de nuestra Santa Fe, por el cual confesamos que no hay
más que un solo Dios, sin que sea posible haber muchos dioses.
De suerte que no hay más que un Creador, un Gobernador, un Señor, un primer Principio y un último Fin de todas las
cosas.
Y en esta verdad se fundan los principales mandamientos de nuestra ley.
Porque, primeramente, como Dios es el Bien sumo e infinito, en quien
están encerrados todos los bienes y perfecciones posibles, sin que le pueda
faltar una, porque si una le faltase sería imperfecto, se sigue claramente que
no es más que uno, porque si hubiera dos o muchos dioses le faltaría a cada uno
la bondad y perfección que tienen los otros.
Y en esto se funda mandarnos Dios que le amemos sobre todas las cosas
con todo nuestro corazón, porque es Sumo Bien, todo bien y único bien digno de
ser amado con sumo amor y con único amor.
En segundo lugar, Dios es Soberano y supremo Señor y Gobernador de sus
criaturas, a Quien todas están sujetas, y a cuya voluntad eficaz ninguna puede
resistir, porque si alguna pudiese resistirle sería Dios miserable y no tendría
contento ni paz en su gobierno, ni su reino podría ser durable.
Si existiesen dos o más dioses, habría voluntades y poderes distintos;
y cada uno podría querer y hacer de modo diferente, de modo que habría
conflicto entre ellos.
Por lo tanto, la armonía del Cielo y de la tierra proclama que hay una
sola voluntad suprema que gobierna todas las cosas, un solo Dios a Quien
debemos servir.
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Lo propio de la presente Festividad es considerar el otro artículo
principalísimo de nuestra Fe, es decir, que Dios Nuestro Señor de tal manera es Uno en
Esencia que, juntamente, es Trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En efecto, Dios reúne en Sí mismo todo lo bueno y perfecto que vemos en
las criaturas, sin lo malo e imperfecto que hay en ellas. Y así, tiene lo bueno
de ser uno, sin lo malo que tiene ser solo; y tiene lo perfecto de ser, en
alguna manera, muchos, sin lo imperfecto que tiene ser diverso.
Dios es Uno en la esencia y en la divinidad, Uno en la bondad,
sabiduría, omnipotencia y en todos los demás atributos; y por esto las tres
divinas Personas, como son un solo Dios, tienen un mismo sentir y querer, y un
mismo poder y obrar, sin que haya entre ellas diferencia de pareceres, ni contrariedad
de voluntades, ni contradicción en las obras, porque todas sienten lo mismo,
quieren lo mismo y obran lo mismo fuera de Sí con suma paz y concordia.
Pero son tres Personas distintas, y no una sola, porque no careciese
Dios de la perfección y gozo que trae consigo la comunicación y amistad
perfecta entre iguales, y para que la bondad, sabiduría y potencia de Dios
cumpliesen su deseo de comunicarse infinitamente con modo infinito.
Y así el Padre llena estos deseos, comunicando su divina esencia y toda
su sabiduría y omnipotencia al Hijo; y el Padre y el Hijo comunican lo mismo al
Espíritu Santo; y entre los tres hay infinito amor y amistad perfectísima.
Y las tres divinas Personas son una misma cosa real y verdaderamente en
la sustancia de su divino ser; y en esta comunicación y amistad hay infinito gozo
y alegría, gozándose infinitamente cada Persona del propio ser personal que
tiene la otra.
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De esta consideración hemos de obtener:
a) una grande admiración y profunda reverencia a la majestad de Dios Uno
y Trino, venerando sumamente lo que no alcanzamos, y animándonos, como dice
Isaías, a creerlo para entenderlo; y exclamando como San Pablo: ¡Oh alteza de
las riquezas del ser y sabiduría de Dios!, si tus juicios son incomprensibles y
tus caminos son impenetrables, ¿cuánto más incomprensible, cuánto más impenetrable
será tu deidad?
b) un gran gozo de la perfectísima unidad que tienen entre sí las Tres
divinas Personas, con un entrañable deseo de tener parte en ella e imitarla del
modo que nos sea posible.
Para ello debemos procurar unirnos y hacernos una cosa con Dios por
amor, teniendo un mismo sentir con el suyo en todas las cosas que nos ha revelado,
y un mismo querer en todas las cosas que nos ordena, haciendo todas nuestras obras
del modo que nos las manda, sin apartarnos de su voluntad en cosa alguna,
conformándonos con ella con suma concordia y alegría.
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Profundizando el estudio, se ha de considerar el modo cómo pasa en Dios
este misterio.
Porque la primera Persona, que es el Padre, conociendo y
comprendiéndose a sí mismo y a su divina esencia con infinita claridad, forma
dentro de sí un concepto e imagen viva de sí mismo.
Y este concepto es el Hijo, el cual, como dice San Pablo, es resplandor
de la gloria de su Padre, figura de su sustancia, e imagen invisible suya.
Este es el que llama San Juan Verbo y Palabra de Dios, la cual habla
dentro de sí, expresando en Ella todo cuanto Dios sabe, y por esto se llama su
Sabiduría.
Ahora bien, produciendo el Padre al Hijo, necesariamente le ama y se
agrada en Él con infinito amor y gozo, porque ve en Él su misma bondad infinita.
Y el Hijo, de la misma manera, ama al Padre con infinito amor y gozo por
la infinita bondad que ve en Él y recibe de Él.
Y los dos juntos, por este amor, producen un ímpetu o impulso de su divina
voluntad, que llamamos Espíritu Santo, comunicándole su misma divinidad, y así
es un Dios con ellos.
Y todo esto está en Dios desde su eternidad porque las Tres Personas
son eternas, sin que una sea primero que la otra, ni el Padre es más antiguo que
el Hijo, ni el Hijo que el Espíritu Santo, porque no son padre e hijo como los
de la tierra.
Igualmente, todas Tres son inmensas, sin que puedan apartarse una de la
otra, y dondequiera que está el Padre, está el Hijo y el Espíritu Santo; y las
Tres son iguales, sin que una sea mayor que la otra, porque tanta dignidad es
ser Hijo como ser Padre, y ser Espíritu Santo como ser Hijo.
Y así, las Tres tienen entera y cumplida bienaventuranza con el
conocimiento y amor de sí mismos y de su divinidad, de donde procede estar infinitamente
gozosos y hartos, sin fastidio y sin tener necesidad de cosa alguna fuera de sí
mismos.
Y así, aunque Dios en su eternidad, antes de crear al mundo, estaba
solo sin criaturas, no estaba ocioso ni sin gozo, porque su principal obra es
la interior de conocimiento y de amor, en la cual está su inefable gozo.
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De todas estas consideraciones hemos de sacar grandes afectos de
admiración, amor, gozo y alabanza por las grandezas de cada Persona divina. Y
hemos de decirles:
¡Oh Padre de inmensa majestad, principio sin principio, que de nadie
procedes y de Ti proceden las demás Personas!, me gozo, Señor, de que concibas
dentro de Ti esta Palabra y Verbo eterno, y engendres este Hijo tan semejante a
Ti que sea una misma cosa contigo.
Ninguna falta te hace la muchedumbre de hijos, pues en Éste solo concibes
tu infinita virtud, engendrando de una vez lo sumo que podías engendrar.
¡Oh Padre gloriosísimo!, me alegro de que sea perpetuo el gozo que
tienes en engendrar tal Hijo, pues perpetuamente le estás engendrando y
diciendo: “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré”.
¡Oh eterno hoy que siempre fuiste, eres y serás sin jamás dejar de ser!
¡Oh divina generación, por la cual Tú, Padre soberano, engendraste, engendras y
engendrarás al Hijo que tanto amas!
¡Oh, con cuánta alegría dices en tu eternidad lo que dijiste en el río
Jordán y en el monte Tabor: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas
mis complacencias”!
¡Oh Padre de las lumbres, de quien procede la Luz verdadera, que es tu
Hijo, resplandor de tu infinita gloria!, dame lumbre de viva fe para que
conozca a Ti sólo, Dios verdadero, y al Unigénito que engendraste, Jesucristo,
por cuyo medio te conozca y ame, y sea hijo de la luz en esta vida, y después
alcance la lumbre de la gloria, con que te vea claramente en la vida eterna.
Amén.
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¡Oh Hijo de Dios vivo, que procedes del Padre por la eterna
generación!, me gozo de que por excelencia seas Unigénito, sin que jamás haya
habido ni pueda haber unigénito como Tú.
Tú eres Unigénito porque, en cuanto Dios, procedes del Padre, sin
madre; y eres tan único de tu Padre, que no puede engendrar otro, y de Él sólo
recibes el bien infinito de que gozas, sin que sea posible que el Padre cese de
dártelo ni Tú de recibirlo.
Tú eres Unigénito porque Tú solo eres imagen y figura tan perfecta de
tu Padre, que llegas a ser una cosa con Él; de modo que cual es el Padre, tal
es en todo y por todo el Hijo.
¡Oh igualdad infinita, oh semejanza singular! Tú eres por excelencia Unigénito,
porque Tú solo recibes toda la herencia de tu Padre, las inestimables riquezas
de su divinidad, sin que reserve nada para sí, de modo que seas tan poderoso
como Él.
Tú eres por excelencia Unigénito, que estás en el seno de tu Padre, sin
jamás apartarte de Él. Me gozo del gozo y descanso eterno que tienes en ese
seno, penetrando todos los secretos de la infinita sabiduría de tu Padre.
¡Oh virtud inefable del Hijo, el cual, procediendo de su Padre, junto
con Él mismo produce el Espíritu Santo, tan bueno y poderoso como los dos! Gózome,
Dios mío, del gozo que tenéis en producirle, comunicándole la misma divinidad que
recibís de vuestro Padre con el mismo gozo que el Padre os la comunica a Vos.
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¡Oh Espíritu soberano, que procedes del Padre y del Hijo, como de un principio,
con eterna procesión de amor!, me gozo de que por excelencia seas Espíritu,
recibiendo con sumo gozo todo el espíritu y vida de los dos de quien procedes.
Tú eres Espíritu del Padre, de quien recibes su divinidad y
omnipotencia; y eres Espíritu del Hijo, de quien recibes también su misma
sabiduría; y eres Espíritu de los dos, de quienes recibes el infinito amor con
que se aman, amándolos Tú, con el mismo amor con que eres amado de Ellos, gozándote
tanto de ser amado cuanto Ellos se gozan de amarte, porque los tres sois un Dios,
una bondad y un amor.
Tú eres propiamente Espíritu, porque procedes como ímpetu o impulso de
la voluntad amorosa del Padre y del Hijo, quedándote dentro de Ellos en unidad
de esencia y caridad, uniendo con vínculo de infinita amistad las Personas de
quien procedes.
¡Oh Espíritu divino, que por excelencia eres Santo, porque procedes
como amor, que es la fuente de la santidad, me gozo de la santidad que tienes y
del gozo con que la recibes del Padre y del Hijo, de quien procedes!
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Para una aplicación al Evangelio de la Fiesta, consideremos cómo Cristo
Nuestro Señor, usando de la potestad recibida, mandó a sus Apóstoles que fuesen
por todo el mundo y enseñasen a todas las gentes, predicando el Evangelio a
toda criatura, dando a todos noticia de los artículos de nuestra fe,
particularmente los que pertenecen a la Divinidad y Trinidad.
En lo cual se echa de ver cómo la voluntad de Nuestro Señor es, como
dice San Pablo, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. Porque como la bondad del Padre celestial se muestra en que este sol
corporal nazca para buenos y malos, y la lluvia caiga sobre justos y pecadores,
así la caridad de su Hijo se descubre en que el sol de su Evangelio alumbre a
todos los hombres del mundo, y la lluvia de su doctrina riegue los corazones
humanos de toda la tierra, sin hacer diferencia de unos a otros, y sin hacer acepción
de personas, porque todas son sus criaturas.
Y mandó bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todas las cosas que Él había mandado.
Aquí se ha de considerar cómo Nuestro Señor, después que mandó a sus
Apóstoles que enseñasen las cosas de la fe a todos los hombres, que era como
catequizarles y disponerles para el Bautismo, les mandó otras dos cosas:
La primera, fue que los bautizasen en nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo, con lo cual trocó el rigor de la circuncisión en la blandura
del Bautismo, así como trocó las leyes cuya entrada eran.
Porque la circuncisión era puerta y entrada de la Ley Antigua, que era
ley de temor y de siervos, y así los cauterizaba y señalaba con una señal
exterior, dolorosa y afrentosa.
Pero el Bautismo es puerta y entrada de la Nueva Ley, que es ley de
gracia y de amor, ley de hijos, escrita principalmente en los corazones, y así
los señala con un lavatorio blando de agua, en señal del lavatorio interior del
alma, donde les imprime el carácter o señal del Cristianismo, y les comunica la
gracia y caridad propia de hijos.
De aquí es que este Bautismo se da en nombre de la Santísima Trinidad, porque
las Tres Personas hacen maravillosos efectos en el bautizado:
El Padre le toma por hijo adoptivo, heredero de su Cielo, recibiéndole debajo
de su protección.
El Hijo de Dios le toma por hermano y compañero de su herencia, y de los
merecimientos y frutos de su Pasión, recibiéndole por su discípulo y amigo muy
querido.
El Espíritu Santo toma el alma por esposa suya adornándola con las
dotes de las virtudes sobrenaturales, desposándola consigo en fe y caridad, y
misericordia muy copiosa.
Y toda la Santísima Trinidad la toma por su templo y morada, entrando
dentro de ella con deseo de permanecer para siempre en ella, y de unirla consigo
con unión de amor, a semejanza de la unión que tienen las Tres divinas Personas
en su divina, esencia.
Estos son los nombres gloriosos que Isaías llama nombres nuevos, que pone
Dios al bautizado y al cristiano que está unido con Cristo, y es hijo, amigo,
compañero y discípulo suyo, y su alma esposa de este Dios infinito.
La segunda cosa que les mandó Jesucristo fue que enseñasen a los
bautizados cómo habían de guardar todas las cosas que les había mandado; como
quien dice: No se han de contentar con ser bautizados, sino también han de vivir
vida digna de la fe y gracia que les doy en el Bautismo, guardando, no los
preceptos y ceremonias que mandó guardar Moisés en su ley escrita, porque todo
eso está ya abrogado, sino todas las cosas que Yo os mandé cuando publiqué mi
ley evangélica.
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El que creyere y fuere bautizado, será salvo; el que no creyere,
será condenado. Esta promesa y amenaza añade Cristo Nuestro Señor para alentarnos al
cumplimiento de lo que manda.
No promete ni amenaza bienes o males corporales y temporales, como en
la Antigua Ley, sino bienes o males espirituales y eternos, que son gozar de la
salvación que nos ganó con su Pasión y muerte, o carecer de ella para siempre; que
es decir: el que creyere y fuere bautizado y cumpliere lo demás que os he
mandado, alcanzará perdón de sus pecados, salud espiritual de su alma por mi
gracia, y después la vida eterna; y quien no creyere perderá todo esto; y
asimismo, quien cree con la fe, pero con las obras niega conocer a Dios,
también será condenado; porque no conforma la vida con la creencia, ni cumple
con la obra que prometió en el Bautismo.
También ponderaré la infinita caridad y liberalidad de Nuestro Señor,
que resplandece en no haber dicho: Quien no creyere ni fuere bautizado, se
condenará, sino solamente: quien no creyere, para enseñarnos que, aunque es
verdad que quien deja el Bautismo por desprecio o notable descuido, se
condenará; pero cuando el hombre tiene deseo de recibirle, y sin culpa suya no
puede, no se condenará, si tiene viva fe y dolor de sus pecados, porque ya
espiritualmente está engendrado e incorporado con Cristo en virtud de la
contrición y propósito de Bautismo; y no quiso este Señor estrechar la entrada
en el Cielo a cosa que el hombre capaz de razón, sin culpa suya, no pudiese
recibir.
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¡Bendita sea la Santísima Trinidad y su indivisible Unidad!
Glorifiquémosla, porque hizo resplandecer sobre nosotros su
misericordia.
Concluyamos con la oración de la Iglesia en la santa Liturgia:
Dios todopoderoso y eterno, que por la confesión de la verdadera
fe, diste a tus siervos conocer la gloria de la Eterna Trinidad, y de adorar la
Unidad en el poder de tu majestad soberana; haz, te suplicamos, que,
consolidados por la firmeza de esta misma fe, seamos siempre defendidos contra
todas las adversidades.