lunes, 26 de marzo de 2012

La Anunciación

ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Y

ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Al sexto mes fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres. Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El Ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. María respondió al Ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Era la hora de la oración; María, arrodillada, enviaba al Cielo el cántico y los perfumes de su hermosa alma... De pronto, del fondo luminoso de una nube, aparece una figura... Es un Ángel, el mensajero de las grandes noticias, el mismo que apareció a Daniel...

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...

Turbación de la Virgen...; palabras tranquilizadoras del Ángel: No temas, María; has hallado gracia delante de Dios; mira que has de concebir y dar a luz un Hijo. Lo llamarás Jesús. Este será grande, y su nombre el Hijo del Altísimo. El señor Dios lo pondrá en el trono de David su padre; y reinará en Jacob eternamente, pues su reino es sin fin.

María calla...

En este preciso momento el porvenir de la humanidad pende de sus labios... La Encarnación queda en suspenso...

Para que el plan divino se realice, es necesario el asentimiento de una mujer...

Nada de fuerza aquí por parte de Dios... Sólo propone...

Ciertos instantes de la vida, cortísimos momentos, pero decisivos, pueden abarcar un mundo de pensamientos...

María contempla con vasta mirada todo lo que le han manifestado los vaticinios y las luces divinas sobre el Mesías, su excelencia, sus grandezas, su muerte redentora...

Y este Mesías será su Hijo; y ella ha de vivir sus gozos y sus dolores; y no lo ha de recibir de Dios ese Hijo tan querido, más que para ofrecerlo ensangrentado a los hombres...

Alzando su rostro, dice: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra

Y en el mismo instante se realizó el gran misterio de la Encarnación.

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Celebramos hoy el momento más sublime que vieron los siglos, el día en que la Justicia y la Paz se abrazaron, reconciliándose cielos y tierra.

Día de gloria fue para la Santísima Trinidad aquel dichoso 25 de marzo.

El Padre Eterno que hasta el presente miraba con horror a la humanidad, afeada por el pecado, depone hoy su ira, irradiando complacencia, pues se celebran las bodas de su Hijo con la humanidad.

De la tierra, que apenas exhalaba otra cosa que vapores pestilentes de pecado, recibe hoy un tributo de adoración capaz de apaciguar su cólera y aplacar su justicia; el tributo de valor infinito del Hombre-Dios.

El Hijo, al ofrecerse en el primer instante de su Encarnación al Padre como Víctima de propiciación, ve cumplidas sus ansias de estar con los hijos de los hombres y sus deseos de aplacar la Justicia divina y restaurar el desorden introducido en el mundo por el pecado.

El Espíritu Santo, al producir y derramarse hoy sobre la Sacratísima Humanidad de Cristo, da realidad plena a la fuerza expansiva de la Bondad divina, a la fuerza comunicativa que le impulsa a repartir sus dones entre las criaturas.

Las Tres divinas Personas intervinieron en el acto de la Encarnación. El Padre, enviando a su Hijo al mundo; el Hijo, tomando la naturaleza humana; el Espíritu Santo, prestando fecundidad al seno de una Virgen sin mancilla.

Del resplandor eterno que irradió este milagro, se llenaron los cielos de gloria, y los Ángeles entonaron a la beatísima Trinidad cantos nunca oídos, pequeño vislumbre del gozo que ese día inundó las alturas.

No permanezcamos callados mientras cantan las jerarquías angélicas. Desatemos nuestra lengua y alabemos al Padre por habernos dado a su Hijo; bendigamos al Hijo porque se dignó hacerse hermano nuestro, tomando nuestra naturaleza; glorifiquemos, en fin, al Espíritu Santo, como autor de este milagro excelso.

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Pero, especialmente, bendigamos y glorifiquemos al Hijo de Dios, al Verbo Encarnado, a Nuestro Señor Jesucristo...

A esa palabra breve y sencilla: Yo soy la esclava del Señor, respondió esta otra majestuosa, inmensa: El Verbo se hizo carne; y por el efecto de una palabra tan breve y sencilla, se realizo en un instante el prodigio majestuoso, inmenso.

¿Quién es, pues, este Dios Encarnado? ¿Quién es?... Escuchemos: En el principio, es decir, antes de todo principio, desde toda la eternidad, era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios...

Oh Verbo, Vos no sois sólo la imagen esplendorosa que reverbera las excelencias de Dios, vuestro Padre; no sois sólo la expresión sublime por la que se manifiestan todas las perfecciones de su ser; sois su substancia misma; sois personalmente tan eterno, tan infinito, tan adorable como Él...

Oh Verbo, con vuestro Padre, por amor y sin menoscabar vuestra riqueza, producís un Ser tan grande como Vos, el Espíritu Santo...

Y este nacimiento que recibís del Padre, y esta producción que obráis con Él, se prosiguen a través de la eternidad, siempre antiguas y siempre nuevas, fuente indeficiente de delicias...

Pues bien, mientras que yo contemplo este espectáculo que se manifiesta en las alturas del Cielo, veo de pronto al Verbo descender de esa gloria y venir a encerrarse en un cuerpo y un alma semejante al alma y cuerpo nuestros…

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Día de exultación fue también para María este santo día.

El Verbo del Padre celebra sus bodas con la humanidad, y como tálamo nupcial se escoge el seno de la Doncella purísima de Nazaret.

¿Podría concebirse dicha más inefable, honra más augusta, honor más sublime?

Una pura criatura es elevada a la alteza de Madre de Dios. ¿Cabe dignidad más excelsa?

Con razón la llama el Ángel en su embajada Bendita entre todas las mujeres, ya que el título de Madre de Dios que le transmitía, la colocaba en un lugar no ya preeminente, sino único entre los mortales.

Felicitemos con efusión a la Madre de Dios, sin temer excedernos en sus loores...

Nuestra balbuciente lengua no puede formar notas que suenen armónicamente en los oídos de tan gran Reina.

Pero el Ángel supo dictarnos un saludo, que nosotros hemos aprendido, y ese saludo repetiremos ahora con todo el fervor de nuestro corazón, como nuestra gratulación a la Virgen Santísima en fecha tan señalada: Dios Te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas la mujeres…

Oh María, Madre mía, aun no os aprecio en todo vuestro valor; no he medido todavía todo el alcance de vuestra intervención y papel; no he comprendido aún la importancia de este consentimiento necesario, solicitado por el Señor del Universo…

¡Cuánta honra la vuestra! ¡Cuán grande, vuestro poder! ¡Cuán dichoso me siento al conoceros tan grande, tan próxima a Dios, sobre un orden superior!…

Desde ahora os aprecio más y os amaré mucho más…

Sí, debemos admirar a María, y fomentar este sentimiento cuando recemos el Santo Rosario.

Hemos de recordar este misterio al recitar el Ave María y, sobre todo, al rezar el Ángelus.

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Finalmente, día también de gozo para la humanidad. El 25 de marzo es la fecha en que se reconcilió el mundo con Dios; desde este día el Padre ha de mirar con ojos de agrado a la naturaleza que cuenta entre sus hijos al Objeto de sus complacencias.

Hoy, el Hijo recibió del Padre la nueva orden de obrar nuestra salvación.

Hoy, saliendo de lo más alto del Cielo, se lanzó como gigante para correr su camino, y se encerró en el huerto del vientre virginal.

Hoy, descendió del Cielo la luz verdadera, para alejar y disipar nuestras tinieblas…

Hoy, fueron oídos y tuvieron su cumplimiento los clamores y deseos de los Patriarcas y Profetas...

Este día es el principio y el fundamento de nuestras solemnidades y el comienzo de todo nuestro bien.

Hoy, en fin, comienza la plenitud de los tiempos.

Dice San Buenaventura: “Ya ves cuan admirable es la obra de este día, y cuan festivo es este acontecimiento; todo él es deleitable, todo gozoso, todo deseable y digno de ser recibido con toda devoción, de ser celebrado con todo júbilo, con regocijo y saltos de alegría... Medita, pues, estos misterios, deléitate en ellos, y serás embriagada de placer”.

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Oh Dios, qué quisiste que tu Verbo tomase carne en el seno de la Santísima Virgen María, después de anunciárselo el Ángel; concede a nuestras humildes súplicas, que, pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti con su intercesión.

domingo, 25 de marzo de 2012

Domingo Iº de Pasión

DOMINGO DE PASIÓN

Decía Jesús a los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios.

Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que estás endemoniado?

Jesús respondió: Yo no tengo demonio, mas honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. Y yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue. En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá la muerte para siempre.

Los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes al demonio. Abraham murió y los profetas: y tú dices: el que guardare mi palabra, no gustará la muerte para siempre. ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y los profetas, que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?

Jesús les respondió: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios, y no le conocéis, mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros. Mas le conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día: le vio y se gozó.

Y los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?

Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy.

Tomaron entonces piedras para tirárselas; mas Jesús se escondió y salió del templo.

Ningún día del año recibe el cristiano impresión más profunda, al entrar en el templo, que el Domingo de Pasión.

El altar aparece cubierto con velos morados, la Cruz y las imágenes de los Santos esconden sus rostros a las miradas del público... La Iglesia viste de luto; se dispone a llorar la muerte del Amado...

El fiel conocedor de la Liturgia advierte aún algo más: nota que se suprime el Gloria Patri... Es que el luto es tan riguroso, que prohíbe cualquier muestra de regocijo.

La Santa Iglesia dedica las dos semanas que nos separan de Pascua a la conmemoración de los dolores del Redentor.

Ella no quiere que sus hijos lleguen al día de la inmolación del Cordero divino, sin haber preparado sus almas por la compasión por el sufrimiento que tuvo que soportar en su lugar.

El tono de las oraciones, la elección de las lecturas, el significado de todas las santas fórmulas nos advierten que la Pasión de Cristo constituye, a partir de hoy, el pensamiento único de la Iglesia.

Desde hace tiempo el alegre Aleluya fue desterrado de sus canciones, y se elimina desde ahora la exclamación del Gloria dedicada a la adorable Trinidad. A menos que se celebre la memoria de algún Santo, ya no se dice en la primera parte de la Misa, y pronto se suprimirá por completo.

Cuando llegue el Viernes Santo, se cubrirá de color negro, como los que lloran la muerte de un ser querido, pues su Esposo murió realmente ese día. Los pecados de los hombres y los rigores de la justicia divina han caído sobre Él, y entregó su alma a su Padre, en los horrores de la agonía.

En la expectativa de esta hora terrible, la Santa Iglesia manifiesta sus dolorosos presagios velando por anticipación la imagen de su divino Esposo. La Cruz deja de estar a la vista de los fieles. Las imágenes de los Santos ya no son visibles; es lógico que la imagen del siervo se esfume cuando la gloria del Señor se eclipsa…

Los intérpretes de la Sagrada Liturgia nos enseñan que esta costumbre austera de velar la Cruz en el momento de la Pasión expresa la humillación del Redentor, reducido a la clandestinidad para evitar ser apedreado por los judíos, como leemos en el Evangelio: mas Jesús se escondió y salió del templo...

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La Sagrada Liturgia está llena de misterios en estos días en que la Iglesia celebra acontecimientos tan maravillosos.

Tres temas eran de interés especial para la Iglesia durante la Cuaresma: la Pasión del Redentor; la preparación de los catecúmenos para el Bautismo que debe conferirse en la Vigilia de Pascua; la reconciliación de los penitentes públicos, a los cuales la Iglesia volvía a abrir su seno el Jueves de la Cena del Señor.

Cada día que pasaba, hacía más vivos estas tres preocupaciones de la Santa Iglesia. Pero, una vez que lloró por los pecados de sus hijos, ahora llora enlutada por la muerte de su Esposo celestial.

El título de este Domingo expresa ya que hemos entrado en un nuevo estadio en el período de preparación a la Pascua.

Este domingo se llama Domingo de Pasión, porque la Iglesia comienza a centrarse específicamente en los sufrimientos del Redentor.

También es llamado Judica me, por las primeras palabras del Introito de la Misa, palabras del Salmo que se suprime en las oraciones al pie del altar.

Finalmente, se le da el nombre de Domingo de la Nueva Luna o Novilunio, por caer siempre después de la Luna Nueva que servirá para determinar la Fiesta de Pascua, primer Domingo después de la Luna Llena posterior al 21 de marzo.

Tiempo de Pasión se llama, y comprende dos semanas.

La primera está dedicada a meditar la Pasión interna de Jesús, que tiene por verdugo principal la inquina de los judíos; por eso todas las Misas de esta semana, menos la del jueves, nos hablan del odio del judaísmo oficial contra el Redentor.

Al entrar en la segunda semana de Pasión, Semana Santa, la Liturgia expondrá a nuestra consideración el cuadro de la Pasión externa del Divino Maestro.

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Para abrir la serie de meditaciones de este Santo Tiempo, la Iglesia nos presenta en el Evangelio un cuadro de dolor, una imagen del divino Paciente.

Contemplemos atentamente. Veamos a Jesús insultado por la canalla judía como samaritano y endemoniado; considerémosle, además, hecho objeto de la ira popular, la cual estalla en un tumulto, que hubiera acabado con la vida del Salvador, de no haberle amparado su divinidad.

Leemos en el Evangelio que el Hijo de Dios estaba a punto de ser lapidado como blasfemo, pero su hora no había llegado todavía. Tuvo que huir y esconderse…

Es para tratar de expresarnos esta humillación sin precedentes del Hijo de Dios que la Iglesia ha cubierto la Cruz. ¡Un Dios que se oculta para evitar la ira de los hombres! ¡Qué cambio terrible!

Jesús se esconde... ¿Es debilidad… miedo a la muerte…? Pensarlo sería una blasfemia. Y pronto lo veremos salir al cruce de sus enemigos y enfrentarlos.

En este momento, evade la rabia de los judíos porque todo lo que se predijo de Él aún no se ha cumplido todavía.

Además, no será bajo los golpes de las piedras que debe expirar, sino sobre el Árbol de la maldición, que luego se convertirá en el Árbol de la Vida.

Humillémonos viendo al Creador del Cielo y de la tierra obligado a evadir la mirada de los hombres, para escapar de su furia.

Pensemos en aquel día triste del primer crimen, cuando Adán y Eva, culpables, se ocultaron también, porque se sentían desnudos...

Jesús vino para asegurar el perdón; y ahora se esconde, no porque esté desnudo, sino porque se ha hecho débil para darnos fortaleza.

Nuestros primeros padres estaban tratando de escapar de la mirada de Dios…

Jesús se oculta a los ojos humanos, pero no siempre será así. El día llegará en que los pecadores, a los que parece hoy velarse, implorarán a las rocas y a las montañas, pidiendo que caigan sobre ellos y los escondan de la vista del Juez; pero su deseo será estéril, y ellos verán al Hijo del hombre sentado sobre las nubes del cielo, en majestad poderosa y soberana.

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La historia de la Pasión del Hijo de Dios nos dará más de una lección sobre los tristes secretos del corazón humano y sus bajas pasiones. No podía ser de otra manera, porque lo que sucede en Jerusalén, se renueva en el corazón del hombre pecador.

Este corazón es un Calvario en el que, según las palabras del Apóstol, Jesucristo es crucificado con renovada frecuencia. Incluso la ingratitud, incluso la ceguera, incluso la rabia..., con la diferencia de que el pecador, cuando es iluminado por la luz de la fe, sabe que lo crucifica nuevamente...

Enfervorizado nuestro espíritu con estas consideraciones, despertemos ante todo vivos sentimientos de tierna compasión hacia Jesús, nuestro Dios, que se dispone ya a cargar con la cruz de nuestros pecados.

Luego, admiremos la mansedumbre sin nombre del Señor. Parece insensible a los insultos.

Lo motejan de Samaritano, agravio el más injurioso que podía dirigirse a un judío, y ni siquiera se da por aludido.

Sólo vuelve por su honra frente a los que le decían endemoniado, porque este insulto iba directamente contra la obra mesiánica que el Padre le encomendara.

Bien pudo decir sin escrúpulo: Yo no busco mi gloria.

¡Cuán diferente es nuestra conducta de la del Salvador! Aprendamos a perdonar las injurias.

En tercer lugar, consideremos que las blasfemias que brotaron este día de los labios judíos, son muy contadas en comparación de las que el mundo arroja hoy al rostro de Cristo a todas horas.

¿Acaso no hemos contribuido con nuestros pecados a esa cruz de agravios, que vienen a estallar en el Corazón de Jesús? Por ellos quiso purgar ya el Señor entonces.

Doblemos, pues, las rodillas en desagravio de nuestras ofensas, y con verdaderas muestras de contrición, pronunciemos con humildad las palabras del publicano: Apiádate, Señor, de mí, que soy un pobre pecador.

Finalmente, dirijamos a nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera hecho yo de estar presente en aquella terrible escena? ¿No hubiese salido al momento en defensa del Señor? El corazón salta de puro contento y emoción al imaginarnos entre los que escucharon las palabras del Salvador, y le asegura mil veces que ciertamente hubiera salido por sus derechos.

Pues bien, eso que tanto anhelamos, nos es dado hacer aún ahora. Podemos reparar con nuestros sacrificios las ofensas dirigidas a nuestro Salvador.

Por medio de fervientes actos de amor podemos detener dichos insultos, evitando a Jesús tamaño dolor.

Siendo, pues, esto así, ¿dejarás a Jesús solo en medio de tanto enemigo? No espera seguramente tu amable Salvador tamaña inconsideración del que se llama su amigo. Acredita este título, y consuela al Divino paciente con un fervoroso coloquio y la práctica de las virtudes.

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Ambientémonos debidamente. Vivamos estos días de las serias y profundas realidades que la Liturgia nos ofrece.

No perdamos de vista a Jesús paciente. Tratemos de penetrar en el secreto de su Alma, de adivinar sus sufrimientos. Formemos el cortejo de sus íntimos.

Vayamos también nosotros y muramos con Él. Estas palabras del Apóstol Santo Tomás pueden y deben servirnos de lema para las dos semanas que comenzamos.

La Iglesia se ha cubierto con el velo de la viudez, ¿y tú te atreverás a reír con el mundo?

La Iglesia tiene el pensamiento puesto en el martirio de su Esposo, ¿y tú andarás distraído y ocupado en cosas vanas?

La Iglesia sube con Jesús la penosa cuesta del Calvario, ¿y tú mirarás con indiferencia esa escena de dolor, sin dignarte tomar la cruz con tu Señor?

Que no se diga de ti tal bajeza.

Agota más bien las posibilidades de santificación que te ofrece la Liturgia.

Examina cómo andan los ejercicios de piedad y penitencia con que comenzaste la Cuaresma.

No te canses de escuchar este consejo: el espíritu está pronto, mas la carne es tan flaca...

Si te hubieses entibiado, cuida de renovar tu primitivo fervor, conforme a la invitación que te dirige la Iglesia en los Maitines: Hoy, si oyereis la voz de Dios, no queráis endurecer vuestros corazones.

Esta buena Madre, a fin de animarnos más y más a llevar a buen término la ascensión del monte santo, nos recuerda además con toda solemnidad, que no quedan más que catorce días hasta la gran fiesta ida Pascua.

¡Qué contentos recibiremos ese día, si hemos sido fieles en acompañar a Jesús hasta la cumbre del Calvario!

Si así lo haces, te será concedido participar de la alegría de la Resurrección de Cristo, y podrás entonar de hecho y con derecho el Aleluya pascual.

Pues bien, si el fin te entusiasma, pon en práctica los medios que al mismo conducen; forma serios propósitos para estas dos semanas.

¡Adelante! ¡Emprende con nuevos bríos la ascensión al collado de la mirra!

Vayamos también nosotros con Jesús y muramos con Él, si es que con Él queremos resucitar...

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Pensamiento para la Comunión: Este es el Cuerpo que por vosotros será entregado...

Con gran tino presenta hoy la Iglesia la Eucaristía como memorial de la Pasión. Cuantas veces recibas este Sacramento en estos días, recuerda, alma cristiana, que se renueva aquel acto augusto de la noche del Jueves Santo, y que la Hostia que se te ofrece, es un despojo divino del Sacrificio de la Cruz perpetuado en los altares.

¡Qué sentimientos tan tiernos despertará en ti esta consideración!

Atiéndenos y defiéndenos con perpetuos auxilios, oh Señor Santísimo, Padre Todopoderoso, Dios eterno; Tú que pusiste la salvación del género humano en el Árbol de la Cruz, para que de donde salió la muerte, de ahí renaciese la vida, y el que en un árbol venció, en un árbol fuese vencido, por Cristo nuestro Señor. Amén.

domingo, 18 de marzo de 2012

Domingo de Lætare

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

En aquel tiempo, pasó Jesús a la otra parte del mar de Galilea, que es de Tiberíades. Y le seguía una grande multitud de gente, porque veían los milagros que hacía sobre los enfermos. Subió, pues, Jesús, a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, día de gran fiesta para los judíos. Y habiendo alzado Jesús los ojos, y viendo que venía a Él una gran multitud, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente? Esto decía por probarle; porque Él sabía lo que había de hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no alcanzan para que cada uno tome un bocado. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: mas ¿qué es esto para tanta gente? Pero Jesús dijo: Haced sentar a esas gentes. En aquel lugar había mucha hierba. Y se sentaron a comer, como en número de cinco mil hombres. Tomó Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los que estaban sentados; y asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado, para que no se pierdan. Y así recogieron y llenaron doce canastos de trozos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres, cuando vieron el milagro que había hecho Jesús, decían: Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo. Y Jesús, notando que habían de venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó otra vez al monte Él sólo.

El Domingo Lætare es para la Cuaresma lo que el Domingo Gaudete fue para Adviento.

En uno y otro día se atenúa la gravedad y seriedad del Ciclo Litúrgico. El color morado es sustituido por el rosa; el órgano vuelve a sonar festivo; y el altar aparece adornado de flores.

La razón de ser de ese preludio de la alegría pascual es porque hemos llegado ya a la mitad de la Cuaresma, y nuestra bondadosa Madre quiere reanimarnos con este día de descanso espiritual para que continuemos con bríos la carrera emprendida.

El Evangelio del día es todo un símbolo: Y estaba cerca la Pascua… dice, recordándonos el motivo de la alegría de hoy. Y como la Eucaristía es uno de los Sacramentos pascuales, la Santa Liturgia nos propone en el milagro de la multiplicación de los panes, en aquella pequeña Pascua que el Señor celebró en el desierto, la figura de nuestra Pascua, la imagen del verdadero milagro pascual.

Mirando en lontananza esa Pascua, prorrumpe ya hoy la Iglesia en gritos de júbilo: Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos los que estuvisteis tristes; para que os saciéis de los consuelos que manan de sus pechos (Introito).

Nosotros contestamos al requerimiento de la Iglesia: Sí, sobremanera nos regocijamos, cuando se nos dijo: Iremos a la casa de Dios.

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La Estación en Roma es hoy la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, una de las siete basílicas principales de la ciudad santa. Ella fue enriquecida con las reliquias más preciosas por Santa Elena, que quería hacer de ella la Jerusalén de Roma.

Con este pensamiento, hizo trasladar una gran cantidad de tierra tomada en el Monte Calvario, y colocó en el santuario, entre otros monumentos de la Pasión de Cristo, la inscripción que figuraba sobre su cabeza durante el suplicio.

El nombre de Jerusalén dado a la Basílica llevó desde los tiempos más antiguos a los Pontífices escogerla como estación en este Domingo Lætare. En efecto, Jerusalén es nombre que despierta y aviva todas las esperanzas de los cristianos, ya que recuerda la Patria Celestial, que es la verdadera Jerusalén, respecto de la cual todavía estamos en el exilio…

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Ahora tenemos que hablar de otro nombre que se le dio al Cuarto Domingo de Cuaresma, y que se refiere a la lectura del Evangelio que la Iglesia nos ofrece hoy. Este Domingo es designado en varios documentos antiguos como el Domingo de los cinco panes; y el milagro que este título recuerda, al mismo tiempo que completa el ciclo de las instrucciones de Cuaresma, se añade a la alegría de este día.

Perdemos de vista por un momento la próxima Pasión del Hijo de Dios, para reflexionar sobre uno de los más grandes de sus beneficios; dado que, bajo la figura del pan material multiplicado por el poder de Jesús, nuestra fe descubre el Pan de la vida que desciende del Cielo, dado para la vida del mundo.

La instrucción que recibimos este día va encaminada a recordar el gran beneficio que el Señor nos hizo al instituir la Sagrada Eucaristía, Pan de los Ángeles bajado del Cielo, que se multiplica al conjuro de la palabra del sacerdote, y de esta forma prepararnos a recibirlo.

Y aunque participemos diariamente de esa mesa celestial, no obraríamos según el espíritu de la Liturgia, si mirásemos la Comunión Pascual como otra comunión cualquiera, y no como convite especialísimo.

Las mismas comuniones de los días ordinarios de cuaresma deben tener la finalidad de disponernos al gran convite pascual, que hemos de celebrar con ácimos de sinceridad y de verdad.

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La Pascua está cerca, dice el Evangelio, dentro de pocos días el propio Salvador nos dirá: Yo he deseado con gran deseo comer esta Pascua con vosotros.

Antes de pasar de este mundo al Padre, quiere satisfacer a la multitud, y para ello tiene que recurrir a todo su poder. Con razón admiramos este poder creativo, para quien cinco panes y dos peces bastan para alimentar a cinco mil hombres, de modo que después de la fiesta sobren restos suficientes como para llenar doce canastos.

Un prodigio tan brillante prueba suficientemente la misión divina de Jesús. Sin embargo, no veamos aquí sino una prueba de su poder, una figura de lo que está a punto de hacer, no ya una o dos veces, sino todos los días hasta el fin de los siglos; no para cinco mil personas, sino para la innumerable multitud de sus fieles.

Contemos sobre la superficie de la tierra los millones de católicos que ocuparon, ocupan y ocuparán lugar en el Banquete Pascual; Jesús, el mismo Hijo de Dios Encarnado, les sirvió de alimento, y este divino sustento no se consumirá jamás.

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Reconcentrémonos, pues, y fieles al espíritu de la Liturgia, fijemos la mirada en la blanca Hostia, recordando el infinito milagro que realiza allí Cristo con el fin de alimentar nuestra vida espiritual.

Repasemos en la memoria los inmensos beneficios que en ese Sacramento nos comunica el bondadosísimo Jesús…

Bajo las apariencias de pan y vino se esconde el Verbo humanado, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, hecha carne en las purísimas entrañas de María.

Y como las tres Personas tienen una indivisible naturaleza, con el Hijo vemos allí al Padre y al Espíritu Santo. Todo el Cielo se encierra en la blanca Hostia.

En la Eucaristía continua Jesús su obra redentora; nos enseña, como fiel Maestro, el que es la Luz del mundo; nos cuida, como sabio médico, el que pasó por este mundo curando toda dolencia; nos alimenta, cual bondadoso padre, el que se llamó a sí mismo Buen Pastor, ganando nuestro sustento con sudor de Sangre y con su muerte en Cruz.

En la cárcel del Sagrario hallamos encerrado al mismo Jesús que anduvo por la campiña judía, dándonos ejemplo de las más raras virtudes: Paciente frente a sus enemigos; indulgente con los pecadores; todo amor con los suyos; humilde hasta anonadarse y perder incluso la forma externa de hombre; tan obediente, que a la voz de un sacerdote, sea digno o indigno, deja el trono augusto del Cielo y desciende al altar; tan bondadoso y liberal, que no anhela más que hallar almas que le reciban, para consumirlas en el fuego de amor en que arde.

Por la Comunión purifica el Señor nuestra alma con su Sangre, aplicándole los méritos de la Cruz; atiende a nuestra santificación, derramando a raudales la gracia que mereció en el Calvario; nos fortifica contra las tentaciones con ese Pan maravilloso; infunde, en fin, en nuestra alma un germen de vida eterna que obrará en nosotros la resurrección.

¡Qué devotos afectos podemos encender, al calor de estas consideraciones! Reflexionemos...

No nos cansemos de volver sobre el mismo asunto. Cantemos con la Iglesia: Alabad al Señor, porque es benigno; cantad himnos a su nombre, porque es suave. Todas cuantas cosas quiso, hizo así en el cielo como en la tierra.

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Pero nótese que fue en el desierto que Jesús alimentó a los hombres que son figura de los cristianos. Todas esas personas dejaron el bullicio de la ciudad para seguir a Jesús y escuchar su palabra; no han tenido miedo ni del hambre ni del cansancio; y su valentía fue recompensada.

Del mismo modo, el Señor coronará el trabajo de nuestro ayuno y abstinencia al final de esta carrera, de la cual ya hemos recorrido más de la mitad.

Alegrémonos, pues, y pasemos este día en la confianza de nuestra inminente llegada al final. Llega un momento en que nuestra alma, saciada de Dios, no se quejará más de la fatiga del cuerpo, que, unida a la compunción del corazón, le han obtenido un lugar de honor en el Banquete Inmortal.

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A la vista del prodigio obrado por el Salvador en el desierto al multiplicar los panes, pretendieron los judíos proclamarle Rey. ¿Y nosotros? ¿Acaso no hemos sido hecho partícipes por la Comunión de un beneficio infinitamente mayor? ¿No vale inmensamente más este Pan del Cielo que el Señor multiplica en nuestro favor, que el pan de cebada con que dio a comer a la multitud hambrienta?

No seamos, pues, menos generosos que los judíos. Elijamos por Rey de nuestra alma a Aquél que la apacienta con su propia vida.

Jesús no se nos escapará como hizo con los judíos en el desierto. Al contrario, sabiendo que todo nuestro bien está en reconocer su reinado, espera con mirada anhelante a que le invitemos a tomar posesión del trono de nuestro corazón.

No le hagamos esperar; aclamémosle ya; consagrémonos como sus vasallos perpetuos; que servir a tan gran Señor es reinar.

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Recordemos el misterio que nos propone la Epístola de hoy, el de Sara y Agar, de las cuales la una engendra libres y la otra siervos.

Por estas dos madres se entiende los dos Testamentos: la libre significa el Nuevo, y la esclava el Antiguo. Porque es doble la Ciudad de Dios: la una terrena, a saber, la Jerusalén terrenal; y la otra espiritual, o sea, la Jerusalén celeste.

Los hijos de Jerusalén terrenal aman lo terreno, y por las cosas temporales son esclavos bajo el pecado.

La Jerusalén celeste, en cambio, es aquella por la cual somos engendrados, la cual es la Iglesia militante, y también aquella en la que nacemos hijos, la cual es la Iglesia triunfante.

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Santo Tomás explica que también ahora los carnales persiguen en la Iglesia a los varones espirituales, aun materialmente: los que buscan la gloria y las temporales ganancias en la Iglesia. Por lo cual se dice en la Glosa: Cuantos en la Iglesia esperan del Señor el poder terreno, a Ismael pertenecen.

Estos son los que contradicen a los que adelantan en lo espiritual, y los infaman, y usan de lenguaje malvado, con lengua mentirosa y engañosa.

Pero, dice San Pablo, echa fuera a esta esclava y a su hijo. En lo cual se da a entender que los perseguidores de la fe cristiana, y también los cristianos carnales y perversos serán excluidos del reino celestial.

En este mundo, los buenos están mezclados con los malos, y los malos con los buenos; pero en la Patria Eterna no habrá sino buenos.

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Como ya dijimos, no hagamos esperar a Nuestro Señor; aclamémosle ya; consagrémonos como sus vasallos perpetuos; porque servir a tan gran Señor es reinar.

La verdadera libertad la tenemos por Cristo. De aquí que San Pablo dice: con la libertad con la que Cristo nos liberó. Puesto que Cristo nos dio libertad, se sigue que no debemos sujetarnos de nuevo al yugo de la servidumbre.

Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis…