sábado, 28 de noviembre de 2009

Dom. Iº Adviento


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO


La Iglesia, encargada por Dios de santificarnos, estableció en su Ciclo Litúrgico un método de santificación.

Por esa razón, la Iglesia ha dividido el año eclesiástico en distintos tiempos que corresponden a los diferentes acontecimientos y a los diversos períodos de la vida de Jesucristo.

Cada tiempo litúrgico representa una fase de la vida del Salvador y posee para la santificación de nuestra alma una eficacia que le es propia.

Que nos baste para convencernos recorrer el Misal; y observaremos, en efecto, que la Iglesia pide las gracias que corresponden a las fiestas que celebra.

Es muy importante, por lo tanto, que conozcamos el espíritu que caracteriza cada tiempo del año litúrgico, con el fin de ponernos siempre en las disposiciones requeridas para dar a Dios la gloria propia del misterio celebrado y beneficiarnos de su eficacia particular.

La lectura meditada de los textos litúrgicos que utiliza la Iglesia durante las cuatro semanas del Tiempo del Adviento nos descubre claramente la intención de hacernos compartir el pensamiento y el espíritu de los Patriarcas y Profetas de Israel que deseaban el Advenimiento del Mesías en su doble Venida: la de gracia y la de gloria.

La Iglesia hace desfilar cada año delante de nuestros ojos la espléndida comitiva que precede a Jesús a lo largo del curso de los siglos.

Y así contemplamos a Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Joel, Zacarías, Habacuc, Ageo, Malaquías, pero sobre todo Isaías, San Juan Bautista, San José, y la Bienaventurada Virgen María, que resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas, puesto que es de su Fiat que depende su realización.

Todas estas almas santas aspiraban la Venida del Salvador; y llevados de sus encendidos deseos, suplicaban acelerar su llegada.

Recorriendo las distintas partes de las Misas y del Oficio Divino del Adviento, es imposible no dejarse conmover por estas súplicas, apremiantes, urgentes y repetidas:

  • Ven, Señor, no tardes ya.
  • Ven, Señor, para salvarnos.
  • Haz aparecer tu poder, Señor, y ven.

El Mesías esperado es el Hijo de Dios, el gran Rey liberador que superará a Satanás, que reinará eternamente sobre su pueblo y a quien todas las Naciones servirán.

Y porque la misericordia divina se extiende no sólo a Israel sino también a todos los Gentiles, debemos hacer nuestro este Veni… ¡Ven!...

Hora bien, esta Venida de Cristo, anunciada por los Profetas y esperada por todo el pueblo de Dios es doble:

Venida de misericordia, cuando el Divino Redentor apareció sobre la tierra en la humilde condición de su existencia humana.

Venida de justicia, cuando aparecerá, lleno de gloria y de majestad, al final del mundo, como juez y supremo Remunerador de los hombres.

Los Profetas del Antiguo Testamento no separaron estas dos Venidas; por eso la liturgia del Adviento, que nos enseña con sus palabras proféticas, habla a su vez de una y otra.

Nuestro Señor, por su parte, en el relato del Evangelio de este Domingo Primero del Adviento, por ejemplo, pasa sin transición de su primera Venida a la segunda.

¿Acaso estas dos Venidas no tienen el mismo objetivo? Ya que si el Hijo de Dios se humilló y rebajó hasta nosotros haciéndose hombre en su Primera Venida, es para hacernos ascender hasta su Padre en el Cielo por medio de su Segunda Venida.

Y la sentencia que el Hijo del Hombre pronuncie cuando venga por segunda vez, dependerá de la recepción que habrán hecho los hombres de su primera Venida.

El juicio final dependerá, pues, de la aceptación del misterio de Cristo, es decir, del misterio de la Encarnación con todas sus consecuencias.

Se comprende por lo tanto el papel del Adviento.

Este Tiempo nos proporciona, por una parte, las disposiciones que debemos tener para recibir a Jesucristo en su Primera Venida (puesto que las fiestas de Navidad son para la Iglesia el aniversario oficial de la llegada del Salvador y una aplicación actual de las gracias de la Encarnación).

E incluso, por otra parte, el Adviento nos prepara a incorporarnos al número de los benditos del Padre cuando Jesucristo regrese en su Segunda Venida.

La liturgia del Adviento nos hace, pues, prever al mismo tiempo las dos Venidas, para que las deseemos y las anhelemos con la misma confianza:

la Venida del Niño de Belén que va a nacer aún más en nosotros por las gracias de la Navidad.

la Venida de Nuestro Señor para instaurar su Reino.

Un poco al contrario de los Judíos, que no quisieron admitir sino la venida de gloria del Mesías, podríamos ser tentados de preocuparnos en esta época solamente de su venida de misericordia.

Por es importante dar a las fórmulas litúrgicas del Adviento toda su amplitud, con el fin de garantizarles toda su eficacia, y digamos con la Iglesia: Veni, Domine…

Con todos los Patriarcas y los Profetas pongo en Tí, Señor, toda mi esperanza…

Per adventum tuum, libera nos, Domine.

¡Qué benéfica es la liturgia de este Tiempo!, que nos prepara de este modo a celebrar la primera Venida de Jesús en función de la segunda, de modo que al recibir las gracias del Redentor no tengamos que temer los castigos del Juez.

Haz, Señor, pide la Iglesia, que recibiendo con alegría a tu sus Hijo único que viene a redimirnos, podamos igualmente contemplarlo con seguridad cuando venga a juzgarnos.

El Adviento nos muestra, pues, que Jesús es el centro de la historia del mundo.

Es, a partir de Adán, con la espera de su Venida de gracia que la historia comenzó; y es con la realización de su Venida de gloria que se terminará.

Y la liturgia aplica un papel a todos los fieles en este plan divino; ya que, si fue respondiendo a la llamada de los justos del Antiguo Testamento que Jesús vino sobre la tierra, es respondiendo a la llamada que hacen oír, de generación en generación, las almas fieles que viene siempre en ellas por su gracia en las fiestas de Navidad; y será por fin respondiendo a la llamada de los últimos cristianos, que serán perseguidos por el Anticristo al final de los tiempos, que acelerará su Venida para salvarlos.

El papel que el rezo desempeña en el plan de la Providencia es demasiado esencial como para que no cooperemos en esta doble Venida del gran Salvador: Veni, Domine, et noli tardare…

Y así como en su eternidad, Dios oyó, simultáneamente, todas estas súplicas, la Iglesia en su liturgia suprime los conceptos de tiempo y de distancia y hace contemporáneas a todas las generaciones.

Por ello nuestras aspiraciones hacia Jesucristo son idénticamente las mismas que las de los Patriarcas y Profetas. Por eso el Breviario y el Misal pueden poner sobre nuestros labios las mismas palabras que ellos dijeron antes.

Durante los siglos, uno solo es el clamor de fe, de esperanza y de amor que se eleva hacia Dios y a su Divino Hijo.

Compartamos, pues, los deseos entusiastas y las ardientes súplicas de un Isaías, de un Juan Bautista y de la Bienaventurada Virgen María, estas tres figuras que resumen perfectamente el espíritu del Tiempo de Adviento…

La preparación a la doble Venida de Jesús es para cada uno nosotros tanto más necesaria cuanto que una y otra son cercanas. La primera, es la fiesta de Navidad, que nos recuerda su última Venida y nos aplica las gracias de la misma; la segunda, es el momento de nuestra muerte, donde ya se aplicará a nuestra alma la sentencia de la Venida futura.

Si el tiempo de Adviento nos hace aspirar a la doble Venida del Hijo de Dios, el Tiempo de Navidad nos hace celebrar el aniversario de su nacimiento en Belén y nos prepara a su Venida como Juez al fin de los tiempos.

Confesemos, pues, siempre con fe, y más concretamente hoy, estas grandes y santas verdades de nuestro símbolo = creo en Jesucristo:

nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios nacido de Dios, consubstancial al Padre;

quien descendió de los Cielos, por nosotros los hombres y para nuestra salvación;

quien se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María, y se hizo hombre.

La Iglesia espera en la alegría la doble llegada del Redentor, que salva a su pueblo de sus pecados.

Nuestra ciencia debe ser acordarnos que el Señor vendrá.

Y es la Venida del Hijo de Dios en su primera Venida que nos da esta luz con respecto a su segunda Venida.

Contemplemos hoy sobre la tierra las maravillas de la misericordia del Señor en su Encarnación, con el fin de poder contemplar mañana al supremo Rey en su gloria.

Preparemos, pues, con una santa alegría la Venida del Hijo de Dios…


Oración de la Vigilia de Navidad:

Oh Dios que nos colmas de alegría cada año
por la espera de nuestra redención,
haz que recibiendo con alegría a tu Hijo único
que viene a redimirnos,
podamos también contemplarlo con seguridad
cuando venga a juzgarnos.


sábado, 21 de noviembre de 2009

Ult dom. de Pentecostés y 1º de Adviento


EL SERMÓN ESCATOLÓGICO
(San Mateo XXIV, San Marcos XIII, San Lucas XXI)

O

UN POCO DE EXÉGESIS
PARA CONSOLIDAR NUESTRA ESPIRITUALIDAD

(En base a la enseñanza del R.P. Leonardo Castellani)


LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO
Y EL FIN DE LOS TIEMPOS

Jesús profetizó la ruina de la ciudad santa:

“¡Jerusalén!, ¡Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! Pues bien, he aquí que os quedará desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (S. Mt. 23: 37-39).


Era el Martes Santo, tres días antes del deicidio. Salió Jesús del Templo, íbase para no volver más a él.

Las últimas palabras pronunciadas por Jesús impresionaron profundamente a los discípulos. Por eso se le acercaron para hacerle contemplar las magníficas construcciones del Templo herodiano; y uno de ellos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué construcciones!

El llamado de atención admirativo de los Apóstoles estaba justificado: un contraste profundo se presentaba en sus espíritus entre la visión de aquel portento de riqueza y de arte, y la imagen que debían esforzarse por forjar sobre la tremenda ruina que esperaba a la ciudad santa, según la profecía que terminaba de hacer el Maestro.

Mas Jesús, lejos de cambiar lo esencial de su vaticinio, respondió afirmando solemnemente la destrucción de aquella maravillosa obra: ¿Veis todo esto? Yo os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”.

La respuesta del Maestro se clavó fijamente en la mente de los discípulos; atravesaron la ciudad y el torrente Cedrón, ascendieron por la ladera del Monte de los Olivos, llegaron a un punto desde el cual se domina la ciudad y el Templo, y allí Jesús se sentó.

Los discípulos aprovecharon la oportunidad para escudriñar el pensamiento del Señor sobre la gran catástrofe que había anunciado; y le preguntaron:Dinos, ¿cuándo sucederá eso?, y ¿cuál será la señal de tu venida y de la consumación de los siglos?

En realidad, las preguntas son dos, y ambas apremiantes. Los Apóstoles acaban de oír la predicción de la ruina del Templo; para un judío esto equivalía a la ruina del mundo.

Según la opinión de los judíos, el Reino del Mesías y el fin del mundo actual, precedido de una catástrofe general, eran dos acontecimientos que debían suceder en la misma época.

Los Tiempos del Mesías eran anunciados por los Profetas como los Últimos Tiempos.

Los judíos no distinguían entre el comienzo del Reino mesiánico y su consumación o fin del mundo.

Para ellos, destrucción del Templo, catástrofe universal, fin del mundo actual y Reino del Mesías formaban parte de una sola y misma realidad futura, constituida por hechos conexos y simultáneos.

Por eso los Apóstoles acumulan preguntas que se refieren a sucesos totalmente distintos, como son la destrucción de Jerusalén, el advenimiento del Hijo del hombre para juzgar el mundo y el fin o ruina del mismo.

Nosotros debemos distinguir entre Reino Mesiánico ya comenzado (con la reprobación de Israel y la destrucción del Templo) y Reino Mesiánico consumado (con la catástrofe general y el Fin de los Tiempos).


EL DISCURSO ESCATOLÓGICO

Como respuesta a los Apóstoles Jesús pronuncia el importantísimo discurso escatológico.

Primero hay como una especie de digresión en que Jesús no responde directamente a las preguntas de sus discípulos, sino que les da documentos relativos a toda la duración de los tiempos.

Para ello se sirve de una serie de señales (más de quince en total), que se repetirán, con mayor o menor exactitud y amplitud, a lo largo de la historia antes de cada crisis (falsos Cristos y falsos profetas, guerras, terremotos, hambrunas, pestes, fenómenos en el cielo, etc.).

Esta repetición ha provocado más de una vez la ocasión de plantear el tema del fin de los tiempos, cuando en realidad se trataba del fin de una era.

Luego de esa digresión general, Jesús comienza a responder directamente a la primera pregunta: ¿Cuándo sucederán estas cosas?”, teniendo como en un telón de fondo la segunda: ¿Qué señales habrá de tu venida?

Pero, ¿cómo? ¿Jesús responde todo junto? Sí... Hay que tener en cuenta que toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo (al cual se llama typo), y otro remoto (denominado antitypo).

Simplemente Jesucristo habló de los dos sucesos a la vez, a la moda de los Profetas.

Se trata de ver en un suceso próximo otro más remoto y arcano, Y así Jesucristo vio, por transparencia, en la “ruina de Jerusalén” el “fin del siglo”.

El typo es el juicio y la ruina de Jerusalén, seguido del triunfo relativo y momentáneo de Cristo en el mundo por medio de su Iglesia.

El antitypo es el juicio de la Naciones y la ruina del mundo, seguido del triunfo absoluto y definitivo de Cristo.

Jesucristo habló de los dos sucesos juntamente; pero no de los dos idénticamente, lo cual no es posible, sino analógicamente; de modo que algunas frases se aplican a uno de los sucesos literalmente, y al otro figuradamente.

El typo y el antitypo no coinciden siempre del todo (ni podrían, pues la Historia no suele repetirse literalmente) sino sólo en general, el primero alumbra al otro.

En la profecía escatológica de Cristo algunos rasgos se aplican al desastre de Jerusalén que no convienen del todo al fin del mundo; y viceversa.

Lo importante para nosotros es saber que estos dos grandes sucesos predichos son análogos y que eso es natural pues los dos designan una misma cosa: el Advenimiento de Cristo y su Reino.

Hubiese sido muy cómodo para nosotros que Cristo respondiera: “Estáis equivocados; primero sucederá la destrucción de Jerusalén y, después de un largo intersticio, el fin del mundo; ahora voy a daros las señales del fin de Jerusalén y después las del fin del mundo”.

Pero Cristo no lo hizo así; comenzó un largo discurso en que dio, conjuntamente, los signos precursores de los dos grandes Sucesos, de los cuales el Uno es figura del Otro.

En la respuesta de Jesús, los signos precursores y las descripciones de la ruina se aplican en parte a Jerusalén y en parte al fin de los tiempos, siendo la ruina de Jerusalén la imagen o figura de la ruina final.

Las dos situaciones son análogas, pues Reino Mesiánico vale aquí por la Primera y la Segunda Venida de Jesucristo, porque la Segunda es el complemento y consecuencia de la Primera, que sin aquella quedaría incompleta y frustrada.

Por lo tanto, todos los rasgos principales se darán en el suceso todavía futuro para nosotros, como se dieron en el ya pasado, todavía futuro para los Apóstoles.

Dichos rasgos principales se presentaron también antes de cada gran crisis, para despertar a los hombres de buena voluntad y mantenerlos en vigilia y oración, esperando la Segunda Venida de Nuestro Señor.

Jesucristo describió los sucesos incomprensibles e indescriptibles del fin de los tiempos a partir de sucesos cercanos, más fáciles de comprender y de describir, especialmente para nosotros que ya los conocemos.

Jesús bosquejó los fenómenos del fin de los tiempos sobre la ruina de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío.

Eso fue lo que precisamente le preguntaron los discípulos, creídos que las dos cosas habían de ser simultáneas.

Jesús respondió a la vez a las dos cosas y describió en un mismo cuadro la ruina de una edad y el final de todas las edades.

¡Atención! La primera profecía se cumplió, precedida de las señales…

Por lo tanto, cuando se den las señales de la segunda, también esta profecía se cumplirá…

La condición del mundo cuando vuelva Jesucristo será análoga a la que tenía cuando lo dejó.

El Rey de los Profetas, para ver el mundo futuro, desde aquel montículo de Jerusalén desde el cual veía el Templo (y, ¡ay!, también el Calvario), no tuvo más que mirar su propia situación presente, ponderarla con amargura y ampliarla en todas direcciones.

Por eso el Maestro, al profetizar la Gran Tribulación Final, incluyó en la profecía parusíaca, como núcleo y typo de ella, la predicción previa de la caída de la Sinagoga y del Templo, abreviado fin del mundo judaico

Vio las dos cosas juntas, en la misma perspectiva, aunque en diversos planos, ¡no lo olviden!


EL INTERSTICIO

Jesucristo distinguió claramente los dos sucesos: el juicio de Jerusalén y el juicio de las Naciones; e indicó lo que llaman el Intersticioentre ambos; que es un intervalo bastante largo, más de dos mil años: el patente versículo de San Lucas XXI, 24, donde se predice la matanza y la dispersión de los judíos por todo el mundo, y que Jerusalén será pisoteada por los Gentiles hasta que llegue el tiempo (el Juicio) de las Naciones”.

Este versículo indica con claridad un intersticio o intervalo entre los dos sucesos (Pre-Parusía y Parusía). Claridad que resulta meridiana, si se repara en que el versículo alude a la Profecía de las 70 Semanas de David, donde paladinamente se predice la destrucción de Jerusalén y su Santuario por un Príncipe y su ejército, y después la “Abominación de la desolación” que durará sobre la Ciudad Santa y Deicida “hasta que el mismo Devastador (el Imperio Romano, la Romanidad) sea a su vez devastado”; que es lo que está pasando ahora.

Cuando los sucesos se encargaron en mostrar que aquella raya de la cual Esta Generación no pasará se aplicaba solamente a la Pre-Parusía (el fin de la Sinagoga) y no a la Parusía, entonces los cristianos prestaron atención a los varios rasgos que indican el Intersticio en los Evangelios.

Por lo tanto, uno fue el Juicio de Israel, otro será el Juicio de Las Naciones. Dos sucesos separados, pero contemplados como en uno solo.

Este versículo 24 del capítulo 21 de San Lucas aclara también otro versículo: Primero será predicado este Evangelio en todo el mundo, y entonces vendrá el fin (S. Mt. 24:14; S. Mc. 13: 10).


LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Después de responder a la primera pregunta: ¿Cuándo sucederán estas cosas?”; Jesús emprende la respuesta directa a la segunda: “¿Qué señales habrá de tu venida?”, sin dejar en ningún momento la referencia a la primera, conforme a lo ya explicado más arriba.

La destrucción de la capital judía ocurrirá antes que pase la generación contemporánea de Jesús; el fin de los tiempos llegará de improviso, y nadie sabe cuándo sucederá, sino el Padre.

En resumen, y como enseñanza bien práctica para nosotros, debemos tener bien en claro que la cuestión de los signos de los tiempos”, o sea la de las señales del Reino Mesiánico, era una controversia bien debatida en la antigüedad, como lo es en nuestros días.

Las ideas que los fariseos se habían forjado sobre el Reino Mesiánico, con un triunfo material y terreno (falso mesianismo farisaico), les impidió verlo venir, y los llevó a la ruina.

Imaginemos por un instante lo que aconteció con el rechazo de Jesucristo, y más tarde al no reconocer los signos de la destrucción de Jerusalén...

Las señales valen también para nosotros, para la Segunda Venida.

¡Atención!, entonces… Porque puede suceder que también nosotros, como los judíos farisaicos, sostengamos la opinión de que la Iglesia Católica, la Cristiandad Medieval, la Ciudad Católica, el Reino Social de Jesucristo, el Reino Mesiánico, … son una misma cosa y, por lo mismo, es algo eterno y no tendrá fin…

¡Hay algo de cierto en todo esto!... Pero, el establecimiento definitivo de ese Reino será precedido de una catástrofe universal, y solamente entonces todas las cosas serán restablecidas definitivamente en Cristo y por Cristo…

Por lo tanto, si no vigilamos, nos puede pasar exactamente lo mismo que a los fariseos...

¿Qué sucedería si no distinguiésemos los signos y nos quedásemos al interior de la ciudad antes de que se cierre al sitio?...


LA PARUSÍA

La Segunda Venida, el Retorno, la Parusía, el Fin de este Siglo, el Juicio Final o como quieran llamarle, es un dogma de fe, y está en la Escritura y en el Credo; es un dogma bastante olvidado hoy día, bastante poco meditado; pero bien puede ser que cuanto más olvidado esté más cerca nunca.

El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida o Encarnación.

Si no se lo entiende, no se entiende nada de la Sagrada Escritura, ni de la historia de la Iglesia; porque el término de un proceso da sentido a todo el proceso.

La palabra Parusía aparece por primera vez en el Capítulo 24 de San Mateo, y después es usada varias veces por San Pablo.

Para los griegos, Parusía significaba la llagada de un Rey a una ciudad, la llegada inesperada especialmente.

Literalmente no significa eso, por cierto, pero tal era el uso entonces.

Literalmente significa la presencia justiciera de Cristo en la historia humana.

El gran mal del mundo moderno es pensar que Jesucristo no vuelve más... o, lo que equivale en la práctica, no pensar que vuelve...

En consecuencia, el hombre moderno no entiende lo que le pasa; dice que el cristianismo ha fracasado; inventa sistemas para salvar a la humanidad; ha dado a luz una nueva religión; quiere construir otra torre de Babel; quiere reconquistar el Edén con las solas fuerzas humanas.

La gran herejía de hoy consiste en negar la Segunda Venida de Cristo; y con esta negación, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios; es ateísmo radical, revestido de las formas de la religiosidad...

La nueva religión ecuménica, que responde al Nuevo Orden Mundial, retiene todo el aparato externo del cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios como si fuese Dios.

La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; es decir, el fondo satánico de todas las herejías, ahora sintetizadas y destiladas al estado puro.

Todos los que no creen o no piensan en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a esta nueva religión y ella les hará creer en la venida del Otro, el Anticristo.

Esto es muy importante porque, si las palabras de la profecía de Jesús sobre el fin del mundo son verdaderas (como de hecho se ha verificado que lo fueron las del fin de Jerusalén), la Parusía no puede estar lejos.

Pero los hombres de hoy no recuerdan la promesa de Cristo; y viven como si el mundo hubiese de durar siempre.

Lo que tiene que ser, será. El tiempo no vuelve atrás. La creación madura. El drama de la humanidad pecadora, redimida y predestinada, tiene que tener su desenlace.

El Bien y el Mal han ido creciendo en tensión desde el principio del mundo, como dos campos eléctricos; y algún día tendrá que saltar la chispa.

Ese día no es un día perdido en la lejanía de lo ilimitado, porque Cristo pronunció categóricamente que sería (relativamente) pronto, y recomendó que estemos ojos abiertos para verlo venir.

Las primeras generaciones cristianas vivieron en la ansiosa expectativa de la Parusía, conducidas a ello por el versículo oscuro y ambivalente de cuya dificultad hemos hablado; mas no es verdad lo que dicen los racionalistas actuales, que se “han equivocado” propiamente, pues una cosa es temer, otra es afirmar.

Nosotros debemos estar atentos, vigilantes, y prepararnos para la Segunda Venida de Nuestro Señor.


VUELVO PRONTO

Y aquí se presenta la dificultad grave que hay en este discurso: por un lado se nos dice que no sabremos jamás el día ni la hora del Gran Derrumbe, el cual será repentino; y por otro lado se pone Cristo muy solícito a dar señales y signos para marcarlo, encargando a los suyos de que anden ojos abiertos y sepan conocer los signos de los tiempos”.

¿En qué quedamos? Si no se puede saber, ¿para qué dar señales?

La respuesta está en las mismas palabras divinas:

Ni el día ni la hora”; eso es lo que no podemos saber.

Que está cerca”, eso lo podemos saber.

No podremos conocer nunca con exactitud la fecha de la Parusía, pero podremos conocer su inminencia y su proximidad. No es lo mismo saber el día y la hora, que saber que el tiempo no está lejos.

Pero, dirá alguno, si uno sabe que está cerca, entonces más o menos uno puede saber el día y la hora... ¡No! Puede estar evidentemente cerca, y luego alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al borde del precipicio (y eso se puede ver), y después alejarse de nuevo (y eso no se puede saber), pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios puede conocer.

Así ahora, patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya el instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y, sin embargo, podría darse un vuelco.

Claro que algún día va a ser de veras. Y también es claro que ese día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en el Apocalipsis dijo no menos de siete veces: Vuelvo pronto”.

El Cardenal Newman dijo: “Jesucristo nos pone en guardia, expresamente, contra una seguridad orgullosa. Si bien es cierto que los cristianos lo han esperado sin que El viniese; es también totalmente cierto que cuando El venga realmente, el mundo no lo esperará; el mundo no verá los signos de su Venida cuando ellos se presenten. Por lo tanto: más vale creer mil veces que El viene, cuando no viene; que una sola vez creer que no viene, cuando en realidad El viene... Ahora bien, tarde o temprano, El debe venir, y vendrá”.

Los más grandes doctores y escritores católicos de los últimos dos siglos han vislumbrado el parecido de muchos fenómenos modernos con las "señales" que están en el Discurso escatológico y en el Apocalipsis.

Entre ellos debemos citar los Sumos Pontífices Gregorio XVI, Pío IX, San Pío X y Pío XII; además el gran teólogo ruso Solovief, y los grandes filósofos Donoso Cortés, Joseph Pieper y Jacques Maritain joven; podemos agregar a esta lista el nombre de Monseñor Marcel Lefebvre (ver los dos sermones pronunciado en Ecône el 29 de junio de 1987 y en París el 19 de noviembre de 1989, así como el artículo intitulado Tiempo de Tinieblas).

Ellos han creído observar que los Signos se cumplen. Pueden no estar en lo cierto. Pueden equivocarse; pero mucho más seguramente se equivocan “los progresistas”, que dicen que la Parusía está todavía de aquí a miles o millones de años (si es que creen en la Parusía…) y que vamos hacia un tiempo de gran prosperidad y felicidad. Para ellos, siempre la situación será que no pensarán que El viene, cuando en realidad viene. Cristo dijo: Vuelvo pronto”.

Estos impíos de hoy día se parecen a esos viajeros que se empiezan a entristecer cuando el tren está por llegar. Y puede que ellos tengan sus motivos para entristecerse; pero el cristiano no los tiene.

Yo no sé cuando será el fin del mundo; pero esos incrédulos que lo niegan o postergan arbitrariamente, saben mucho menos que yo.

¿Verá el bebe que ha nacido hoy el mundo convertido en un vergel y un paraíso por obra de la Ciencia Moderna? Ciertamente que no.

Si lo ve convertido en un vergel, será después de destruido por la ciencia moderna, y refaccionado por el poder del Creador en la Segunda Venida del Verbo Encarnado.

¡Atención!, porque la herejía contemporánea cierra los ojos y levanta cortinas de humo… En suma, es un entibiamiento de la fe, que tiene como consecuencia desvirtuar la Sagrada Escritura; lo cual, por otra parte, también está profetizado y constituye otro de los signos precursores del fin del mundo.

La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro.

La historia del mundo hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la “plenitud de los tiempos”; y el mismo tiempo de ella fue profetizado con exactitud por el profeta Daniel con una cifra exacta de años; pero no así la Segunda Venida.

Después de la Primera Venida, la historia del mundo sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la Parusía, pero de tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que será “pronto”.

Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; atentos a los Signos, a las persecuciones, a los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y vivir vigilantes.

Varias veces la Cristiandad (siglo IV, siglo X, siglo XIV) ha pensado estar ya delante de “la hora temida” y del “día definitivo”, como decía San Jerónimo en el año 409. Se trataba del fin de una era; pero algún día se tratará del fin de todas las eras.

El autor del Apocalipsis afirma que la Parusía (o sea la presencia justiciera de Cristo en la historia humana) está cerca. Desde el comienzo, en que titula al libro “Revelación del que está cerca”, hasta el final, donde dice ‘‘Vengo pronto”.

¿Vengo pronto? Esta expresión desconcertante, piedra de tropiezo de los incrédulos de hoy, se verifica de tres maneras: trascendental, mística y literal.


Trascendentalmente

El período histórico de los últimos días (o sea el tiempo de la revelación cristiana entre la Primera y la Segunda Venida) será muy breve, comparado con la duración total del mundo.

Así, pues, en un sentido trascendental Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.


Místicamente

Todos los hombres, no menos que las naciones, estamos cerca del Juicio a causa de la muerte, la cual puede sobrevenir en cualquier momento. La pedagogía de Cristo en todo el Evangelio es alertar continuamente al hombre acerca de la muerte inminente e imprevista.

Lo sensato, pues, es pensar el fin siempre cercano, porque de hecho puede ser hoy mismo. Debemos pensarlo cerca, pero no como cosa cierta (lo cual paralizaría la actividad humana, como les pasó a los Tesalonicenses), sino como cosa posible, prevista, esperada y también santamente deseada. ¡Ven, Señor Jesús!


Literalmente

Se cumplió en seguida la profecía con la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio étnico, los dos typos del fin del siglo, o sea del término del ciclo: se cumplió en su primera fase para los oyentes del Mesías; y se cumplirá quizás en su forma completa para nosotros, que pensamos menos en el Fin del Mundo que los primeros cristianos. ¡Y sin duda estamos más cerca que ellos!


El drama de la historia se desenvuelve en planos escalonados, como todo drama se desenvuelve en escenas que contienen todas la misma idea fundamental, a desplegar en el desenlace.

Y así todas las grandes caídas de los imperios perseguidores de la Iglesia, las grandes resurrecciones triunfales del cristianismo y las grandes barreduras que hace Dios de razas enteras apóstatas o degeneradas, se pueden considerar como realizaciones parciales y figurativas de la Presencia (Parusía) de Cristo en la historia y de su Revelación (Apocalipsis) definitiva.

Todo texto profético es fatalmente oscuro, y solo se vuelve claro al cumplirse la profecía. Es natural que habiendo pasado 2000 años de la Primera Venida, estando nosotros más cerca de su cumplimiento, estemos más capacitados, por nuestra pura situación en el tiempo, para entender algunas cosas de ella.


COBRAD ÁNIMO

Es muy de notar que toda esta predicción de cosas tremendas, no esté hecha para hacer tremer”, sino para consolar, como concluye Cristo: “alegraos entonces porque vuestra redención esta cerca”.

No hay una sola nota de ternura en todo este recitado, pero todo él está penetrado de solicitud hacia las suyos, como un padre que previniera a sus hijos de sucesos terribles venideros, para que no los derroten o desesperen, pues son preludio y prenda de un gran bien; el cual no puede fallar.

Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra redención”.

Las dos grandes catástrofes, cuya causa es la mala voluntad de los hombres, son seguidas del triunfo de Cristo.

Puede decirse lo mismo de cada catástrofe parcial a lo largo de la historia: cada una de ellas fue seguida de un triunfo momentáneo de la Iglesia y de la Cristiandad.

Pero, la embriaguez de la fiesta provocó una nueva crisis… y así continuarán la historia de la humanidad y de la Iglesia hasta la crisis final, que no será reconocida en sus signos precursores sino por los fieles discípulos de Jesús.

Es muy importante destacar, pues, que toda esta predicción de cosas tremendas, no está dada para hacer desesperar, sino para consolar.

El fin no es un desastre y una destrucción total, sino un nacimiento, la restauración final de todas las cosas en y por Jesucristo.

Por lo tanto:

“Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”.


25º Domingo desp. de Pentecostés


CIVILIZACIÓN CRISTIANA
Y REVOLUCIÓN

A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS
DEL GRANO DE MOSTAZA
Y DEL FUERTE ARMADO

INTRODUCCIÓN

La parábola del grano de mostaza (S. Mateo 13: 31; S. Marcos 4: 30; S. Lucas13: 18) se refiere a las características de la institución que Nuestro Señor Jesucristo estaba por fundar, de la Iglesia que se estaba gestando, y de la repercusión e influencia sobre la sociedad.

Esta parábola indica una expansión o desarrollo lento, hasta alcanzar la plenitud.
Hay que observar el crecimiento lento del árbol, es decir, el tiempo que iba a tardar la Iglesia en ser universal.

A pesar de llevar en germen esa capacidad de catolicidad, de adaptarse a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes, y de ofrecerles la posibilidad de incorporarlos a su seno, la propagación sería parsimoniosa.

Por lo mismo, esta parábola sale al encuentro de las ideas protestantes (antiguas y modernas), que pretenden que Jesucristo nunca pensó en fundar una sociedad visible; así como también enfrenta las concepciones racionalistas y modernistas (pasadas y actuales), que divulgan (incluso hoy entre las filas tradicionalistas) que Jesucristo y sus Apóstoles enseñaron que el fin del mundo era inminente, y que, por lo tanto, se equivocaron.

Esta parábola, por el contrario, indica, no una catástrofe próxima y la reconstrucción instantánea del mundo, sino la fundación de una sociedad visible que exige un período extenso y un crecimiento lento, como un árbol, que da sombra y en cuyas ramas cantan los pájaros; lo cual no quita que sea un desarrollo sorprendente, y, si se quiere, maravilloso.

El pensamiento de Nuestro Señor es que aquel grupito de hombres que lo rodeaba, insignificante hasta lo invisible en un rincón del enorme Imperio Romano, se iba a agigantar paulatinamente, hasta cubrir con su sombra el mundo entero.

Este grano de mostaza es la Iglesia de Jesucristo. ¿Qué institución más pequeña y más humilde en sus principios, sea por el número, sea por la calidad de las personas que la componían?

Vedla en Jerusalén, luego en Roma, en los primeros años que siguieron a la Ascensión del Salvador. Era bien pequeña y bien pobre; parecía deber disminuir más bien que crecer. Todo parecía condenarla a perecer: el escándalo de la Cruz, la severidad de su moral, las herejías nacientes, las terribles persecuciones que la sitiaron durante varios siglos, las sombrías y extensas herejías que siguieron a su instalación...

Pero, ¡oh maravilla! Este pequeño grano de mostaza se desarrolló admirablemente de siglo en siglo y se convirtió en un árbol frondoso, extendiendo sus ramas hasta las extremidades de la tierra, cubriendo el mundo entero con su sombra y ofreciendo su bienhechora influencia a todo hombre, toda familia, toda institución, toda sociedad…

Los príncipes y el pueblo, los grandes y los pequeños, los sabios y los ignorantes, los ricos y los pobres…, todos encuentran en ella su descanso y su comida, las luces y las fuerzas necesarias para perfeccionarse en la tierra y después llegar al cielo.


DOS COSMOVISIONES

Puede presentarse aquí la objeción que plantea la situación actual, no sólo de la Civilización Cristiana (la Ciudad Católica edificada por la Iglesia), sino también el estado crítico de la misma sociedad instituida por Nuestro Señor Jesucristo.

En efecto, ¿qué queda hoy de la esplendorosa y magnífica construcción de la Iglesia? ¿No está, acaso, casi desaparecida la propia Iglesia, sin ejercer influencia alguna sobre los destinos de las naciones, de las familias, e incluso de la gran masa de los individuos?

Para responder a esta neta dificultad debemos destacar, en primer lugar, que esta parábola no es la única que predicó Jesucristo. En efecto, ésta también, entre otras, la del trigo y la cizaña (S. Mateo 13: 24).

Además, Nuestro Señor anunció una crisis final; del mismo modo los Apóstoles escribieron sobre la apostasía, el Hijo de perdición y el reino del Anticristo… (S. Mateo 24: 21; S. Marcos 13: 19; S. Lucas 18: 8; II Tess. 2: 3; Apocalipsis 12: 17; 13: 1-17).

Pero, lo más importante, esta parábola contiene la cosmovisión de Cristo, la manera católica de concebir la vida y la misión del hombre en la tierra, contrapuesta a la cosmovisión mundana.

Hay sólo dos cosmovisiones: la de la impiedad y la de la Iglesia.

Es decir, la cosmovisión del ateísmo, que promete el progreso indefinido de la humanidad; y la cosmovisión del catolicismo, que señala un comienzo, un apogeo, un declinar y un punto final para la sociedad humana.

Jesucristo caracterizó el Reino de Dios en la tierra con la imagen de una cosa viva, que tiene un principio, un desarrollo hasta alcanzar un punto culminante, un proceso de degradación y un desenlace.

Al igual que todas las cosas vivas, el Reino de Dios en la tierra ha sido establecido para crecer, desarrollarse, llegar a su plenitud, y luego decaer, para terminar, no en la extinción y la nada, sino en una transfiguración y transformación final, pero sin desarrollo indefinido o evolución hasta el infinito.

La cosmovisión del cristiano esta resumida en la frase de San Pablo: “no tenemos aquí patria permanente, sino que luchamos por la futura”.

Enfrentada con esta manera de concebir nuestra vida aquí en la tierra esta la cosmovisión del impío y la de todos los falsos mesianismos, incluso los rociados con agua bendita, y que se concretiza en la expresión: “aquí abajo está nuestra patria permanente; el fin de la humanidad es el progreso, la evolución”.

Según esta concepción impía, estamos en un momento decisivo de la evolución del hombre, que consiste en la creación de un gobierno mundial.

Ahora bien, en la Sagrada Escritura no hay ni rastro de este gobierno mundial democrático… Por el contrario, sí está profetizado el gobierno mundial del Anticristo, sobre la base de la socialdemocracia, con el apoyo de una falsa religión y, después de su derrota, el gobierno universal y sobrenatural de Jesucristo.

De este modo, la Civilización inspirada por el catolicismo:

- tuvo su inicio, su crecimiento lento, su desarrollo;

- en el medioevo, llegó en el siglo XIII al apogeo máximo que pudo alcanzar en las actuales condiciones de la humanidad herida por el pecado;

- a partir de 1303 comenzó su declinar, que no se detendrá hasta llegar a un término intrahistórico catastrófico;

- finalmente, tendrá un fin glorioso meta histórico, es decir la restauración final de todas las cosas en Cristo y por Cristo.

Consideremos rápidamente este desarrollo.


LA CRISTIANDAD

La Iglesia conoció un espléndido desarrollo, en el tiempo de los Apóstoles y de los Mártires; luego en los siglos de los grandes Pastores y Doctores de Oriente y Occidente. Así se separó de la Sinagoga judía y se abrió a los Gentiles. Soportó las persecuciones del Imperio pagano hasta el tiempo señalado de su conversión.

La Iglesia a resplandeció mil de años por una incomparable soberanía sobre los emperadores, los reyes y los príncipes, mientras que Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora inspiraban el pensamiento y las leyes, la literatura y las artes, toda la vida de la Cristiandad, desgraciadamente obstruida y amenazada por el cisma de los Bizantinos y las fulminantes proyecciones del Islam.

Es en el siglo XIII que, llegada a la mitad de su curso, dio el espectáculo del poder y de la magnificencia del Espíritu Santo, prefiguración de lo que será la Jerusalén celestial, al regreso de su Señor.

La Iglesia realizó, pues, esa hermosa Sociedad Cristiana, que se llamó la Edad Media y que sería mejor denominar la Cristiandad.

Por supuesto, todo no era perfecto en esa época; siempre habrá pecado y pecadores, trigo y cizaña; pero en esa sociedad se tenía consciencia de que el hombre ha sido puesto sobre la tierra por Dios para honrarlo, alabarlo y servirlo; especialmente se sabía que todo lo creado ha sido puesto a disposición del hombre para que éste pueda amar y servir a Dios, su Creador y Salvador.

La Cristiandad es, pues, un modelo, una referencia. La Iglesia va incluso más lejos, y nos enseña que no puede haber otro modelo que éste en el cual todo, absolutamente todo, se oriente hacia Dios, nuestro Padre, para la mayor felicidad de los hombres.


EL “FUERTE ARMADO” Y SU RETORNO

¿Como explicar, pues, la situación actual de la sociedad? Cabe aquí recordar la parábola del “Fuerte armado” y su aplicación:

“Cuando el hombre fuerte y bien armado custodia la entrada de su casa, sus bienes están seguros. Pero si sobreviene uno más fuerte que él, lo vence, le arranca las armas en que confiaba y reparte su despojos.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, yerra por los lugares áridos, buscando el descanso; pero no lo encuentra. Dice entonces: “Volveré a la casa de dónde salí”. A su llegada, la encuentra barrida y adornada. Entonces se va a tomar otros siete espíritus más perversos que él. Entran juntos en la residencia y se establecen. Y el último estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”.

En esta parábola Jesucristo hizo algo más que una simple refutación “ad hominem” de la acusación de los fariseos; dijo que el diablo en la tierra es el Fuerte Armado y que defendía su casa; es decir que el Reino del Diablo estaba fuertemente fortificado en el mundo; y que Él había venido para vencerlo y desarmarlo.

Jesucristo apellidó sin exageraciones al diablo el Fuerte”, el Príncipe de este Mundo”, el Poder o el Monarca de las Tinieblas”; y ese poder lo sintió en sí mismo.

San Agustín siempre expone el misterio de la Redención del hombre de este modo: “Por el pecado el demonio adquirió poder mortífero sobre la raza de Adán; y lo perdió porque hizo dar muerte injustamente a un hombre sin pecado. La Pasión de Cristo fue una batalla en la que el más fuerte, hecho a prima faz más débil, saqueó la casa del Fuerte”.

Este hombre fuerte y bien armado es, pues, el demonio, que ejercía desde el pecado de Adán una autoridad casi absoluta sobre los hombres.

Sus armas, son todas sus astucias y las de los espíritus diabólicos, con todas las especies de pecado.

Su casa, su palacio, es el mundo, la tierra entera, donde dominaba como amo incontestado hasta la llegada del Salvador; por eso se creyó con derecho a ofrecérselo, al precio de un acto de adoración: “Todo esto es mío y te lo daré, si postrado me adorares”.

Satanás había usurpado realmente el imperio del mundo. No solamente había reducido a los hombres a la esclavitud del pecado, desnudándolos así de sus derechos y de sus esperanzas legítimas, sino que, además, tenía de mil de maneras hundida la sociedad en la degradación, suministrándole la corrupción de las costumbres, la oscuridad intelectual, las miserias sociales y a todas las crueldades que acompañan la corrupción. En lugar de la verdad había erigido el error en principio y había hecho rendirse a sí mismo un culto, manchado por torpezas y abominaciones sin nombre.

El “más fuerte” que vino es el Mesías prometido, es Jesucristo, bajado del cielo para vencerlo y retirarle sus armas y repartir sus despojos; es decir, volver en contra suya todo aquello que mantenía en la esclavitud y de lo cual se servía como de instrumento para sembrar por todas partes el mal y el desorden.

Por lo tanto, lejos actuar como “Ministro de Satanás”, Nuestro Señor es, al contrario, su adversario, mucho más fuerte que él, que vino para destruir su poder y arrebatarle su presa.

Esta parábola tiene una aplicación directa a los judíos; Nuestro Señor argumenta en forma de alegoría y contesta la acusación de sus enemigos, probándoles que son ellos quienes poseen el demonio.

En efecto, por la Ley los judíos fueron liberados de la tiranía del demonio, y éste, expulsado de la nación elegida, se había refugiado en los gentiles.

Pero más tarde, por su obstinación, su endurecimiento, su malicia y por la práctica de las supersticiones paganas, abrieron nuevamente la puerta al demonio y se sometieron a su poder. Finalmente, por el crimen terrible de deicidio, del cual se hicieron pronto culpables crucificando a su verdadero Mesías, se convirtieron en los enemigos más encarnizados de Dios. Desde su deicidio, el estado de este pueblo es peor que al principio.

San Jerónimo, comentando esta parábola dice: “El espíritu impuro, expulsado de en medio de los Judíos, cuando recibieron la Ley, se fue a los gentiles, que eran como extensos desiertos donde no descendía el vivificante rocío de la gracia. Pero cuando los gentiles se convirtieron, Satanás no encontrando allí más descanso, volvió de nuevo, con todos los defectos de los paganos, al pueblo judío abandonado de Dios. Y el estado de este pueblo se volvió peor que antes de recibir la Ley. Su último crimen lo puso enteramente a disposición de Satanás”.

Esta parábola es también la lamentable historia de la Cristiandad. El “espíritu impuro” salió de la sociedad pagana cuando, por el santo bautismo, la Iglesia le hizo renunciar a Satanás, a sus pompas, a sus obras y a sus cultos idolátricos, y así se convirtió en hija de Dios.

La sociedad pagana, por medio de un humilde acto de renuncia a Satanás, quemó todo aquello que hasta ese momento había adorado, y, por un fervoroso acto de fe, adoró todo lo que hasta allí había perseguido y combatido.

Nuestro Señor, adversario mucho más fuerte que Satanás, destruyó su poderío y le arrebató su presa. Así lo hizo este divino y todopoderoso Liberador, tanto en el orden de la religión (culto y teología), como en el orden de la verdad (filosofía y ciencias), en el orden del bien común (política), en el orden de la belleza (bellas artes, artes liberales y artesanías), e incluso en el orden del bien simplemente útil (economía y trabajos serviles).

Esta sociedad, así consagrada a Dios, vivía en paz, en la paz de Cristo en el Reino de Cristo. Pero el demonio, furioso y celoso, no soportó que sus dominios le hubiesen sido usurpados y no descansó hasta intentar reconquistarlos, con la autorización divina y en cumplimiento de altísimos planes de la Providencia que escapan a nuestra comprensión.

Aprovechando la negligencia y la tibieza donde se dejan ir demasiado a menudo los hombres y las sociedades, tomó siete espíritus más perversos que él, y por medio de todos estos “ministros” tornó a ser “Príncipe” de su presa, entrando en plena posesión de esta pobre sociedad moderna, cuyo estado es, a ciencia cierta y a simple vista, peor que antes de su conversión y cristianización.

Así como las recaídas en las enfermedades son mucho más peligrosas para el cuerpo, del mismo modo, las recaídas en el pecado tienen consecuencias espantosas y desastrosas en el orden espiritual: cuanto más se aleja una sociedad de Dios, después de haberlo conocido y servido, más se consolida su inclinación al mal, menos gracias recibe y mayores y nuevos obstáculos encuentra para practicar la virtud.

Leamos en la segunda Epístola de San Pedro, capítulo dos, el triste cuadro que hace este Apóstol de las almas ingratas que, teniendo la felicidad de conocer a Jesús, lo abandonan a continuación para tornar al pecado, y apliquemos esa enseñanza a lo sucedido con la sociedad, otrora cristiana:

“Porque si los que se desligaron de las contaminaciones del mundo desde que conocieron al Señor y Salvador Jesucristo se dejan de nuevo enredar en ellas y son vencidos, su postrer estado ha venido a ser peor que el primero. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que renegar, después de conocer el santo mandato que les fue transmitido. En ellos se ha cumplido lo que expresa con verdad el dicho: “Un perro que vuelve a lo que vomitó” y “una puerca lavada que va a revolcarse en el fango””.

Lamentable estado de la sociedad moderna, peor que el primero. Se manifiesta en ella la verdad de ese antiguo Proverbio: ¡regresó al vómito del paganismo y al fango de la idolatría!

Junto con el odio a Dios, a Jesucristo y a su Iglesia, lo que más desagradaba a sus enemigos era la Civilización fundada sobre la base de la santa religión.

Esa Sociedad Cristiana, esa Ciudad Católica, es lo que el demonio atacó y lo que, con una serie de sucesivos golpes, va llevando a su destrucción...

Una vez acabada con ella, la apostasía será completa, y todo estará preparado para la irrupción del “hijo de perdición”.

¿Cómo se las ingenió, pues, el demonio? Tomó siete espíritus más perversos que ély los fue introduciendo en la sociedad hasta llevarla al estado actual:

1) Humanismo y Renacimiento.
2) Protestantismo.
3) Masonería.
4) Revolución Francesa.
5) Liberalismo y Capitalismo.
6) Socialismo y Comunismo.
7) Modernismo y Vaticano II.


EL PROCESO REVOLUCIONARIO
DE LA CONTRA-IGLESIA


UNA LARGA DECADENCIA

En la consideración de la historia, la Edad Media aparece como un apogeo, sin omitir, sin embargo, las miserias y los errores propios de esta época.

A partir de 1303 comenzó el proceso de una larga decadencia:

  • el desencadenamiento de las fuerzas satánicas con el Nominalismo y el Humanismo pagano que reaparece.
  • el Protestantismo y sus guerras impías.
  • la Masonería y la filosofía de las Luces.
  • la Revolución Francesa.
  • las conquistas inexorables del Laicismo.
  • el Liberalismo que conduce al Capitalismo.
  • el espíritu revolucionario universal.
  • el Socialismo y el Comunismo.
  • el Modernismo.
  • hasta que los hombres de la Iglesia prestaron su apoyo al Nuevo Orden Mundial por su democracia religiosa, coronada por el Vaticano II y el ilegítimo connubio de la Iglesia Conciliar con la Revolución...

La particularidad del “período moderno” es una lenta descomposición, metódica y progresiva, del tejido sobrenatural e incluso del natural.

Este diagnóstico parece tremendo… El cuadro puede parecer apocalíptico.

Pues bien, el término es exacto.

No es una jeremiada suplementaria para compadecerse de las desdichas del tiempo presente.

Somos hombres de Fe; conocemos nuestro Evangelio y nuestro Nuevo Testamento; y en ellos el misterio de iniquidadse anuncia con toda claridad.

Con la pacífica lucidez de los “hijos de la Luz” somos capaces de discernir la marca del enemigo antiguo del género humano y la lucha perpetua de la Sinagoga contra la Iglesia.

Sin embargo, la historia la escribe la Providencia divina guiada por su Predestinación y Misericordia.

Ahora bien, en la Sagrada Escritura y en los escritos de los Santos no existe un hilo conductor más claro.

Pero, ¡atención!, no existe un fatalismo de la historia, sino un sentido cristiano de la historia”…

Lo mismo debemos afirmar cuando se considera lo que ha sido profetizado sobre los últimos tiempos.


¿QUÉ PODEMOS HACER?

Y aquí se plantea la consabida pregunta: ante el mundo tal como es en su actual realidad concreta, ante lo que está anunciado y profetizado, ¿qué podemos hacer?, ¿qué soluciones particulares tenemos?

A la luz del desarrollo providencial de la historia de la humanidad, es cierto que nuestro período no es como los de otras épocas.

Nuestros combates son más violentos porque están más cerca del fin de los tiempos, porque el Príncipe de las tinieblas tiene un permiso para ejercer un mayor imperio sobre las cosas, poder que se irá incrementando a medida que nos acerquemos al “tiempo de las naciones”.

No obstante, en este período concreto, el de nuestra salvación, la redención continúa. Nuestro deber es, pues, santificarnos y ayudar a redimir nuestro medio ambiente, sabiendo que tenemos los medios, cualquiera sea el tiempo: Dios es fiel, y nunca permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas”.

Debemos trabajar en nuestro lugar y tiempo para colaborar a la implantación del Reino de Jesucristo.

Es normal que soñemos con un mundo mejor, un regreso a la Cristiandad, una restauración de la Iglesia...

Pero Dios, en su Providencia, nos puso en un mundo concreto, en un momento preciso de la historia de la humanidad y de la Iglesia. Es Dios quien escribe la Historia; con un itinerario cuyo secreto sólo El conoce y por el cual lleva a cabo su inmenso plan de Amor para completar el número de los elegidos.

No podemos hacer abstracción de la consideración de este plan.

Ahora bien, desde el comienzo, Dios nos muestra el enfrentamiento de dos razas: por un lado, la del justo Abel, fiel hasta la muerte, ofreciendo los primeros sacrificios agradables a Dios; en frente, la de Caín, aferrada al éxito terrestre, a los bienes de este mundo, persiguiendo al justo.

Esta Historia se prolonga por la elección de Abraham en medio de un mundo completamente impío. Libre elección divina que se continúa en Isaac, hijo de Sara, la mujer libre; a quien se opone Ismael, hijo de Agar, la esclava. San Pablo comenta largamente este episodio:El hijo según la carne perseguía al hijo según el espíritu; y aún es así en el presente”.

En efecto, la historia de todo el Antiguo Testamento es la lucha entre dos razas de hombres, sea en el mundo, sea incluso en el seno del pueblo elegido.

Ahora bien, si se estudian los textos escriturarios que anuncian y describen el futuro, se comprueba que el establecimiento del Reino de Dios debe realizarse según esos mismos criterios.

Pueden leerse los textos evangélicos (capítulos 24 de San Mateo, 13 de San Marcos, 21 de San Lucas), el capítulo 2 de la segunda epístola a los Tesalonicenses, el Apocalipsis… Allí Se anuncian acontecimientos, tribulaciones, traiciones, revocaciones que tamizan a los elegidos como el trigo…, prolongación de este inmenso combate entre las dos razas.

Se anuncian períodos en que el mundo entero escuchará hablar de Jesucristo; otros de apostasía… bajo formas diversas...

A la luz de la Revelación, comprendamos nuestro lugar y nuestra vocación en el mundo moderno.

Ante todo, no podemos abandonar un combate que debe llevarse a cabo. En este combate gigantesco, debemos tornar nuestros ojos hacia el Evangelio. ¿No es acaso éste el combate anunciado hasta el final de los tiempos, y especialmente durante el fin de los tiempos?

Ahora bien, Nuestro Señor Jesucristo estigmatizó a los artesanos contemporáneos de la Revolución, los fariseos. Los acusó de haber desviado la verdadera religión en beneficio propio; de utilizar el destino del hombre para su propia llegada… arribismo… humanismo…

Ese falso mesianismo responde hoy a los nombres de Progresismo Cristiano… Civilización del Amor…

Conforme a las profecías, esta situación debe durar hasta que se revele el hombre de iniquidad”.

Podemos inventar día a día recetas para intentar reparar lo irreparable... Pero, no serán más que recetas… Debemos ir a la fuente de toda verdad, que no puede en su amor haber abandonado a los hijos de los últimos tiempos sin los medios adecuados.

Sabemos que lucha entre el diablo y la Ciudad Santa durará hasta la Parusía. Esta lucha no está reabsorbiéndose progresivamente. Si nos referimos al Evangelio, tenemos que en el Reino siempre se encontrará el buen grano mezclado con la cizaña; y no que contará con un trigo superior, cuyas variedades irían mejorando de siglo en siglo. Del mismo modo, el Apocalipsis no nos muestra una domesticación progresiva de la famosa Bestia.

El diablo, incluso si está vencido, continúa con las manos en la obra, y propone los falsos mesianismos de toda especie, y sabe luchar mejor en ese campo a medida que nuestro mundo se acelera hacia su fin, perfeccionando sus métodos y organizando más sabiamente su espantosa contra-iglesia. Tanto que Jesús nos dice: Cuando el Hijo del hombre vuelva, ¿encontrará aún Fe sobre la tierra?


Y MIENTRAS TANTO, ¿QUÉ HACEMOS?

Mientras tanto, con las armas de la religión católica tenemos que defender los bienes de la cultura, de la nacionalidad y de la tradición cristiana; pero sin apoyarse demasiado en ellos, como quien ve que son cosas perecederas y que acaso Dios las ha condenado desde ya a perecer; sabiendo que Dios nos pide que luchemos, pero no nos pide que venzamos, sino que no seamos vencidos.

En suma, hay que desarrollar e irradiar la propia actividad beneficiosa de tal modo que el mal que nos infieren, en vez de sofocarnos, quede como sofocado o, al menos, amortiguado en la correntada segura y pacifica de nuestro propio raudal de vida.


El Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza.

Jesucristo caracterizó el Reino de Dios en la tierra con la imagen de una cosa viva, que tiene un principio, un desarrollo hasta alcanzar un punto culminante, un proceso de degradación y un desenlace.

Al igual que todas las cosas vivas, el Reino de Dios en la tierra ha sido establecido para crecer, desarrollarse, llegar a su plenitud, y luego decaer, para terminar, no en la extinción y la nada, sino en una transfiguración y transformación final.

Recemos y trabajemos por mantener y extender ese Reino, sin desesperar, pero esperando solamente la transfiguración y la transformación final…