EL SERMÓN ESCATOLÓGICO
(San Mateo XXIV, San Marcos XIII, San Lucas XXI)
O
UN POCO DE EXÉGESIS
PARA CONSOLIDAR NUESTRA ESPIRITUALIDAD
(En base a la enseñanza del R.P. Leonardo Castellani)
(San Mateo XXIV, San Marcos XIII, San Lucas XXI)
O
UN POCO DE EXÉGESIS
PARA CONSOLIDAR NUESTRA ESPIRITUALIDAD
(En base a la enseñanza del R.P. Leonardo Castellani)
LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO
Y EL FIN DE LOS TIEMPOS
Y EL FIN DE LOS TIEMPOS
Jesús profetizó la ruina de la ciudad santa:
Era el Martes Santo, tres días antes del deicidio. Salió Jesús del Templo, íbase para no volver más a él.
Las últimas palabras pronunciadas por Jesús impresionaron profundamente a los discípulos. Por eso se le acercaron para hacerle contemplar las magníficas construcciones del Templo herodiano; y uno de ellos le dijo: “Maestro, ¡mira qué piedras y qué construcciones!”
El llamado de atención admirativo de los Apóstoles estaba justificado: un contraste profundo se presentaba en sus espíritus entre la visión de aquel portento de riqueza y de arte, y la imagen que debían esforzarse por forjar sobre la tremenda ruina que esperaba a la ciudad santa, según la profecía que terminaba de hacer el Maestro.
Mas Jesús, lejos de cambiar lo esencial de su vaticinio, respondió afirmando solemnemente la destrucción de aquella maravillosa obra: “¿Veis todo esto? Yo os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”.
La respuesta del Maestro se clavó fijamente en la mente de los discípulos; atravesaron la ciudad y el torrente Cedrón, ascendieron por la ladera del Monte de los Olivos, llegaron a un punto desde el cual se domina la ciudad y el Templo, y allí Jesús se sentó.
Los discípulos aprovecharon la oportunidad para escudriñar el pensamiento del Señor sobre la gran catástrofe que había anunciado; y le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo sucederá eso?, y ¿cuál será la señal de tu venida y de la consumación de los siglos?”
En realidad, las preguntas son dos, y ambas apremiantes. Los Apóstoles acaban de oír la predicción de la ruina del Templo; para un judío esto equivalía a la ruina del mundo.
Según la opinión de los judíos, el Reino del Mesías y el fin del mundo actual, precedido de una catástrofe general, eran dos acontecimientos que debían suceder en la misma época.
Los Tiempos del Mesías eran anunciados por los Profetas como los Últimos Tiempos.
Los judíos no distinguían entre el comienzo del Reino mesiánico y su consumación o fin del mundo.
Para ellos, destrucción del Templo, catástrofe universal, fin del mundo actual y Reino del Mesías formaban parte de una sola y misma realidad futura, constituida por hechos conexos y simultáneos.
Por eso los Apóstoles acumulan preguntas que se refieren a sucesos totalmente distintos, como son la destrucción de Jerusalén, el advenimiento del Hijo del hombre para juzgar el mundo y el fin o ruina del mismo.
Nosotros debemos distinguir entre Reino Mesiánico ya comenzado (con la reprobación de Israel y la destrucción del Templo) y Reino Mesiánico consumado (con la catástrofe general y el Fin de los Tiempos).
Como respuesta a los Apóstoles Jesús pronuncia el importantísimo discurso escatológico.
Primero hay como una especie de digresión en que Jesús no responde directamente a las preguntas de sus discípulos, sino que les da documentos relativos a toda la duración de los tiempos.
Para ello se sirve de una serie de señales (más de quince en total), que se repetirán, con mayor o menor exactitud y amplitud, a lo largo de la historia antes de cada crisis (falsos Cristos y falsos profetas, guerras, terremotos, hambrunas, pestes, fenómenos en el cielo, etc.).
Esta repetición ha provocado más de una vez la ocasión de plantear el tema del fin de los tiempos, cuando en realidad se trataba del fin de una era.
Luego de esa digresión general, Jesús comienza a responder directamente a la primera pregunta: “¿Cuándo sucederán estas cosas?”, teniendo como en un telón de fondo la segunda: “¿Qué señales habrá de tu venida?”
Pero, ¿cómo? ¿Jesús responde todo junto? Sí... Hay que tener en cuenta que toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo (al cual se llama typo), y otro remoto (denominado antitypo).
Simplemente Jesucristo habló de los dos sucesos a la vez, a la moda de los Profetas.
Se trata de ver en un suceso próximo otro más remoto y arcano, Y así Jesucristo vio, por transparencia, en la “ruina de Jerusalén” el “fin del siglo”.
El typo es el juicio y la ruina de Jerusalén, seguido del triunfo relativo y momentáneo de Cristo en el mundo por medio de su Iglesia.
El antitypo es el juicio de la Naciones y la ruina del mundo, seguido del triunfo absoluto y definitivo de Cristo.
Jesucristo habló de los dos sucesos juntamente; pero no de los dos idénticamente, lo cual no es posible, sino analógicamente; de modo que algunas frases se aplican a uno de los sucesos literalmente, y al otro figuradamente.
El typo y el antitypo no coinciden siempre del todo (ni podrían, pues la Historia no suele repetirse literalmente) sino sólo en general, el primero alumbra al otro.
En la profecía escatológica de Cristo algunos rasgos se aplican al desastre de Jerusalén que no convienen del todo al fin del mundo; y viceversa.
Lo importante para nosotros es saber que estos dos grandes sucesos predichos son análogos y que eso es natural pues los dos designan una misma cosa: el Advenimiento de Cristo y su Reino.
Hubiese sido muy cómodo para nosotros que Cristo respondiera: “Estáis equivocados; primero sucederá la destrucción de Jerusalén y, después de un largo intersticio, el fin del mundo; ahora voy a daros las señales del fin de Jerusalén y después las del fin del mundo”.
Pero Cristo no lo hizo así; comenzó un largo discurso en que dio, conjuntamente, los signos precursores de los dos grandes Sucesos, de los cuales el Uno es figura del Otro.
En la respuesta de Jesús, los signos precursores y las descripciones de la ruina se aplican en parte a Jerusalén y en parte al fin de los tiempos, siendo la ruina de Jerusalén la imagen o figura de la ruina final.
Las dos situaciones son análogas, pues Reino Mesiánico vale aquí por la Primera y la Segunda Venida de Jesucristo, porque la Segunda es el complemento y consecuencia de la Primera, que sin aquella quedaría incompleta y frustrada.
Por lo tanto, todos los rasgos principales se darán en el suceso todavía futuro para nosotros, como se dieron en el ya pasado, todavía futuro para los Apóstoles.
Dichos rasgos principales se presentaron también antes de cada gran crisis, para despertar a los hombres de buena voluntad y mantenerlos en vigilia y oración, esperando la Segunda Venida de Nuestro Señor.
Jesucristo describió los sucesos incomprensibles e indescriptibles del fin de los tiempos a partir de sucesos cercanos, más fáciles de comprender y de describir, especialmente para nosotros que ya los conocemos.
Jesús bosquejó los fenómenos del fin de los tiempos sobre la ruina de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío.
Eso fue lo que precisamente le preguntaron los discípulos, creídos que las dos cosas habían de ser simultáneas.
Jesús respondió a la vez a las dos cosas y describió en un mismo cuadro la ruina de una edad y el final de todas las edades.
¡Atención! La primera profecía se cumplió, precedida de las señales…
Por lo tanto, cuando se den las señales de la segunda, también esta profecía se cumplirá…
La condición del mundo cuando vuelva Jesucristo será análoga a la que tenía cuando lo dejó.
El Rey de los Profetas, para ver el mundo futuro, desde aquel montículo de Jerusalén desde el cual veía el Templo (y, ¡ay!, también el Calvario), no tuvo más que mirar su propia situación presente, ponderarla con amargura y ampliarla en todas direcciones.
Por eso el Maestro, al profetizar la Gran Tribulación Final, incluyó en la profecía parusíaca, como núcleo y typo de ella, la predicción previa de la caída de la Sinagoga y del Templo, abreviado fin del mundo judaico…
Vio las dos cosas juntas, en la misma perspectiva, aunque en diversos planos, ¡no lo olviden!
Jesucristo distinguió claramente los dos sucesos: el juicio de Jerusalén y el juicio de las Naciones; e indicó lo que llaman el “Intersticio” entre ambos; que es un intervalo bastante largo, más de dos mil años: el patente versículo de San Lucas XXI, 24, donde se predice la matanza y la dispersión de los judíos por todo el mundo, y que “Jerusalén será pisoteada por los Gentiles hasta que llegue el tiempo (el Juicio) de las Naciones”.
Este versículo indica con claridad un intersticio o intervalo entre los dos sucesos (Pre-Parusía y Parusía). Claridad que resulta meridiana, si se repara en que el versículo alude a la Profecía de las 70 Semanas de David, donde paladinamente se predice la destrucción de Jerusalén y su Santuario por un Príncipe y su ejército, y después la “Abominación de la desolación” que durará sobre la Ciudad Santa y Deicida “hasta que el mismo Devastador (el Imperio Romano, la Romanidad) sea a su vez devastado”; que es lo que está pasando ahora.
Cuando los sucesos se encargaron en mostrar que aquella raya de la cual “Esta Generación no pasará” se aplicaba solamente a la Pre-Parusía (el fin de la Sinagoga) y no a la Parusía, entonces los cristianos prestaron atención a los varios rasgos que indican el Intersticio en los Evangelios.
Por lo tanto, uno fue el Juicio de Israel, otro será el Juicio de Las Naciones. Dos sucesos separados, pero contemplados como en uno solo.
Este versículo 24 del capítulo 21 de San Lucas aclara también otro versículo: “Primero será predicado este Evangelio en todo el mundo, y entonces vendrá el fin” (S. Mt. 24:14; S. Mc. 13: 10).
Después de responder a la primera pregunta: “¿Cuándo sucederán estas cosas?”; Jesús emprende la respuesta directa a la segunda: “¿Qué señales habrá de tu venida?”, sin dejar en ningún momento la referencia a la primera, conforme a lo ya explicado más arriba.
La destrucción de la capital judía ocurrirá antes que pase la generación contemporánea de Jesús; el fin de los tiempos llegará de improviso, y nadie sabe cuándo sucederá, sino el Padre.
En resumen, y como enseñanza bien práctica para nosotros, debemos tener bien en claro que la cuestión de los “signos de los tiempos”, o sea la de las señales del Reino Mesiánico, era una controversia bien debatida en la antigüedad, como lo es en nuestros días.
Las ideas que los fariseos se habían forjado sobre el Reino Mesiánico, con un triunfo material y terreno (falso mesianismo farisaico), les impidió verlo venir, y los llevó a la ruina.
Imaginemos por un instante lo que aconteció con el rechazo de Jesucristo, y más tarde al no reconocer los signos de la destrucción de Jerusalén...
Las señales valen también para nosotros, para la Segunda Venida.
¡Atención!, entonces… Porque puede suceder que también nosotros, como los judíos farisaicos, sostengamos la opinión de que la Iglesia Católica, la Cristiandad Medieval, la Ciudad Católica, el Reino Social de Jesucristo, el Reino Mesiánico, … son una misma cosa y, por lo mismo, es algo eterno y no tendrá fin…
¡Hay algo de cierto en todo esto!... Pero, el establecimiento definitivo de ese Reino será precedido de una catástrofe universal, y solamente entonces todas las cosas serán restablecidas definitivamente en Cristo y por Cristo…
Por lo tanto, si no vigilamos, nos puede pasar exactamente lo mismo que a los fariseos...
¿Qué sucedería si no distinguiésemos los signos y nos quedásemos al interior de la ciudad antes de que se cierre al sitio?...
La Segunda Venida, el Retorno, la Parusía, el Fin de este Siglo, el Juicio Final o como quieran llamarle, es un dogma de fe, y está en la Escritura y en el Credo; es un dogma bastante olvidado hoy día, bastante poco meditado; pero bien puede ser que cuanto más olvidado esté más cerca nunca.
El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida o Encarnación.
Si no se lo entiende, no se entiende nada de la Sagrada Escritura, ni de la historia de la Iglesia; porque el término de un proceso da sentido a todo el proceso.
La palabra “Parusía” aparece por primera vez en el Capítulo 24 de San Mateo, y después es usada varias veces por San Pablo.
Para los griegos, “Parusía” significaba la llagada de un Rey a una ciudad, la llegada inesperada especialmente.
Literalmente no significa eso, por cierto, pero tal era el uso entonces.
Literalmente significa la presencia justiciera de Cristo en la historia humana.
El gran mal del mundo moderno es pensar que Jesucristo no vuelve más... o, lo que equivale en la práctica, no pensar que vuelve...
En consecuencia, el hombre moderno no entiende lo que le pasa; dice que el cristianismo ha fracasado; inventa sistemas para salvar a la humanidad; ha dado a luz una nueva religión; quiere construir otra torre de Babel; quiere reconquistar el Edén con las solas fuerzas humanas.
La gran herejía de hoy consiste en negar la Segunda Venida de Cristo; y con esta negación, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios; es ateísmo radical, revestido de las formas de la religiosidad...
La nueva religión ecuménica, que responde al Nuevo Orden Mundial, retiene todo el aparato externo del cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios como si fuese Dios.
La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; es decir, el fondo satánico de todas las herejías, ahora sintetizadas y destiladas al estado puro.
Todos los que no creen o no piensan en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a esta nueva religión y ella les hará creer en la venida del Otro, el Anticristo.
Esto es muy importante porque, si las palabras de la profecía de Jesús sobre el fin del mundo son verdaderas (como de hecho se ha verificado que lo fueron las del fin de Jerusalén), la Parusía no puede estar lejos.
Pero los hombres de hoy no recuerdan la promesa de Cristo; y viven como si el mundo hubiese de durar siempre.
Lo que tiene que ser, será. El tiempo no vuelve atrás. La creación madura. El drama de la humanidad pecadora, redimida y predestinada, tiene que tener su desenlace.
El Bien y el Mal han ido creciendo en tensión desde el principio del mundo, como dos campos eléctricos; y algún día tendrá que saltar la chispa.
Ese día no es un día perdido en la lejanía de lo ilimitado, porque Cristo pronunció categóricamente que sería (relativamente) pronto, y recomendó que estemos ojos abiertos para verlo venir.
Las primeras generaciones cristianas vivieron en la ansiosa expectativa de la Parusía, conducidas a ello por el versículo oscuro y ambivalente de cuya dificultad hemos hablado; mas no es verdad lo que dicen los racionalistas actuales, que se “han equivocado” propiamente, pues una cosa es temer, otra es afirmar.
Nosotros debemos estar atentos, vigilantes, y prepararnos para la Segunda Venida de Nuestro Señor.
Y aquí se presenta la dificultad grave que hay en este discurso: por un lado se nos dice que no sabremos jamás “el día ni la hora” del Gran Derrumbe, el cual será repentino; y por otro lado se pone Cristo muy solícito a dar señales y signos para marcarlo, encargando a los suyos de que anden ojos abiertos y sepan conocer los “signos de los tiempos”.
¿En qué quedamos? Si no se puede saber, ¿para qué dar señales?
La respuesta está en las mismas palabras divinas:
“Ni el día ni la hora”; eso es lo que no podemos saber.
“Que está cerca”, eso lo podemos saber.
No podremos conocer nunca con exactitud la fecha de la Parusía, pero podremos conocer su inminencia y su proximidad. No es lo mismo saber el día y la hora, que saber que el tiempo no está lejos.
Pero, dirá alguno, si uno sabe que está cerca, entonces más o menos uno puede saber el día y la hora... ¡No! Puede estar evidentemente cerca, y luego alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al borde del precipicio (y eso se puede ver), y después alejarse de nuevo (y eso no se puede saber), pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios puede conocer.
Así ahora, patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya el instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y, sin embargo, podría darse un vuelco.
Claro que algún día va a ser de veras. Y también es claro que ese día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en el Apocalipsis dijo no menos de siete veces: “Vuelvo pronto”.
El Cardenal Newman dijo: “Jesucristo nos pone en guardia, expresamente, contra una seguridad orgullosa. Si bien es cierto que los cristianos lo han esperado sin que El viniese; es también totalmente cierto que cuando El venga realmente, el mundo no lo esperará; el mundo no verá los signos de su Venida cuando ellos se presenten. Por lo tanto: más vale creer mil veces que El viene, cuando no viene; que una sola vez creer que no viene, cuando en realidad El viene... Ahora bien, tarde o temprano, El debe venir, y vendrá”.
Los más grandes doctores y escritores católicos de los últimos dos siglos han vislumbrado el parecido de muchos fenómenos modernos con las "señales" que están en el Discurso escatológico y en el Apocalipsis.
Entre ellos debemos citar los Sumos Pontífices Gregorio XVI, Pío IX, San Pío X y Pío XII; además el gran teólogo ruso Solovief, y los grandes filósofos Donoso Cortés, Joseph Pieper y Jacques Maritain joven; podemos agregar a esta lista el nombre de Monseñor Marcel Lefebvre (ver los dos sermones pronunciado en Ecône el 29 de junio de 1987 y en París el 19 de noviembre de 1989, así como el artículo intitulado Tiempo de Tinieblas).
Ellos han creído observar que los Signos se cumplen. Pueden no estar en lo cierto. Pueden equivocarse; pero mucho más seguramente se equivocan “los progresistas”, que dicen que la Parusía está todavía de aquí a miles o millones de años (si es que creen en la Parusía…) y que vamos hacia un tiempo de gran prosperidad y felicidad. Para ellos, siempre la situación será que no pensarán que El viene, cuando en realidad viene. Cristo dijo: “Vuelvo pronto”.
Estos impíos de hoy día se parecen a esos viajeros que se empiezan a entristecer cuando el tren está por llegar. Y puede que ellos tengan sus motivos para entristecerse; pero el cristiano no los tiene.
Yo no sé cuando será el fin del mundo; pero esos incrédulos que lo niegan o postergan arbitrariamente, saben mucho menos que yo.
¿Verá el bebe que ha nacido hoy el mundo convertido en un vergel y un paraíso por obra de la Ciencia Moderna? Ciertamente que no.
Si lo ve convertido en un vergel, será después de destruido por la ciencia moderna, y refaccionado por el poder del Creador en la Segunda Venida del Verbo Encarnado.
¡Atención!, porque la herejía contemporánea cierra los ojos y levanta cortinas de humo… En suma, es un entibiamiento de la fe, que tiene como consecuencia desvirtuar la Sagrada Escritura; lo cual, por otra parte, también está profetizado y constituye otro de los signos precursores del fin del mundo.
La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro.
La historia del mundo hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la “plenitud de los tiempos”; y el mismo tiempo de ella fue profetizado con exactitud por el profeta Daniel con una cifra exacta de años; pero no así la Segunda Venida.
Después de la Primera Venida, la historia del mundo sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la Parusía, pero de tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que será “pronto”.
Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; atentos a los Signos, a las persecuciones, a los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y vivir vigilantes.
Varias veces la Cristiandad (siglo IV, siglo X, siglo XIV) ha pensado estar ya delante de “la hora temida” y del “día definitivo”, como decía San Jerónimo en el año 409. Se trataba del fin de una era; pero algún día se tratará del fin de todas las eras.
El autor del Apocalipsis afirma que la Parusía (o sea la presencia justiciera de Cristo en la historia humana) está cerca. Desde el comienzo, en que titula al libro “Revelación del que está cerca”, hasta el final, donde dice ‘‘Vengo pronto”.
¿Vengo pronto? Esta expresión desconcertante, piedra de tropiezo de los incrédulos de hoy, se verifica de tres maneras: trascendental, mística y literal.
Trascendentalmente
El período histórico de los últimos días (o sea el tiempo de la revelación cristiana entre la Primera y la Segunda Venida) será muy breve, comparado con la duración total del mundo.
Así, pues, en un sentido trascendental Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.
Místicamente
Todos los hombres, no menos que las naciones, estamos cerca del Juicio a causa de la muerte, la cual puede sobrevenir en cualquier momento. La pedagogía de Cristo en todo el Evangelio es alertar continuamente al hombre acerca de la muerte inminente e imprevista.
Lo sensato, pues, es pensar el fin siempre cercano, porque de hecho puede ser hoy mismo. Debemos pensarlo cerca, pero no como cosa cierta (lo cual paralizaría la actividad humana, como les pasó a los Tesalonicenses), sino como cosa posible, prevista, esperada y también santamente deseada. ¡Ven, Señor Jesús!
Literalmente
Se cumplió en seguida la profecía con la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio étnico, los dos typos del fin del siglo, o sea del término del ciclo: se cumplió en su primera fase para los oyentes del Mesías; y se cumplirá quizás en su forma completa para nosotros, que pensamos menos en el Fin del Mundo que los primeros cristianos. ¡Y sin duda estamos más cerca que ellos!
El drama de la historia se desenvuelve en planos escalonados, como todo drama se desenvuelve en escenas que contienen todas la misma idea fundamental, a desplegar en el desenlace.
Y así todas las grandes caídas de los imperios perseguidores de la Iglesia, las grandes resurrecciones triunfales del cristianismo y las grandes barreduras que hace Dios de razas enteras apóstatas o degeneradas, se pueden considerar como realizaciones parciales y figurativas de la Presencia (Parusía) de Cristo en la historia y de su Revelación (Apocalipsis) definitiva.
Todo texto profético es fatalmente oscuro, y solo se vuelve claro al cumplirse la profecía. Es natural que habiendo pasado 2000 años de la Primera Venida, estando nosotros más cerca de su cumplimiento, estemos más capacitados, por nuestra pura situación en el tiempo, para entender algunas cosas de ella.
Es muy de notar que toda esta predicción de cosas tremendas, no esté hecha para hacer “tremer”, sino para consolar, como concluye Cristo: “alegraos entonces porque vuestra redención esta cerca”.
No hay una sola nota de ternura en todo este recitado, pero todo él está penetrado de solicitud hacia las suyos, como un padre que previniera a sus hijos de sucesos terribles venideros, para que no los derroten o desesperen, pues son preludio y prenda de un gran bien; el cual no puede fallar.
Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra redención”.
Las dos grandes catástrofes, cuya causa es la mala voluntad de los hombres, son seguidas del triunfo de Cristo.
Puede decirse lo mismo de cada catástrofe parcial a lo largo de la historia: cada una de ellas fue seguida de un triunfo momentáneo de la Iglesia y de la Cristiandad.
Pero, la embriaguez de la fiesta provocó una nueva crisis… y así continuarán la historia de la humanidad y de la Iglesia hasta la crisis final, que no será reconocida en sus signos precursores sino por los fieles discípulos de Jesús.
Es muy importante destacar, pues, que toda esta predicción de cosas tremendas, no está dada para hacer desesperar, sino para consolar.
El fin no es un desastre y una destrucción total, sino un nacimiento, la restauración final de todas las cosas en y por Jesucristo.
Por lo tanto:
“¡Jerusalén!, ¡Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! Pues bien, he aquí que os quedará desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (S. Mt. 23: 37-39).
Era el Martes Santo, tres días antes del deicidio. Salió Jesús del Templo, íbase para no volver más a él.
Las últimas palabras pronunciadas por Jesús impresionaron profundamente a los discípulos. Por eso se le acercaron para hacerle contemplar las magníficas construcciones del Templo herodiano; y uno de ellos le dijo: “Maestro, ¡mira qué piedras y qué construcciones!”
El llamado de atención admirativo de los Apóstoles estaba justificado: un contraste profundo se presentaba en sus espíritus entre la visión de aquel portento de riqueza y de arte, y la imagen que debían esforzarse por forjar sobre la tremenda ruina que esperaba a la ciudad santa, según la profecía que terminaba de hacer el Maestro.
Mas Jesús, lejos de cambiar lo esencial de su vaticinio, respondió afirmando solemnemente la destrucción de aquella maravillosa obra: “¿Veis todo esto? Yo os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”.
La respuesta del Maestro se clavó fijamente en la mente de los discípulos; atravesaron la ciudad y el torrente Cedrón, ascendieron por la ladera del Monte de los Olivos, llegaron a un punto desde el cual se domina la ciudad y el Templo, y allí Jesús se sentó.
Los discípulos aprovecharon la oportunidad para escudriñar el pensamiento del Señor sobre la gran catástrofe que había anunciado; y le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo sucederá eso?, y ¿cuál será la señal de tu venida y de la consumación de los siglos?”
En realidad, las preguntas son dos, y ambas apremiantes. Los Apóstoles acaban de oír la predicción de la ruina del Templo; para un judío esto equivalía a la ruina del mundo.
Según la opinión de los judíos, el Reino del Mesías y el fin del mundo actual, precedido de una catástrofe general, eran dos acontecimientos que debían suceder en la misma época.
Los Tiempos del Mesías eran anunciados por los Profetas como los Últimos Tiempos.
Los judíos no distinguían entre el comienzo del Reino mesiánico y su consumación o fin del mundo.
Para ellos, destrucción del Templo, catástrofe universal, fin del mundo actual y Reino del Mesías formaban parte de una sola y misma realidad futura, constituida por hechos conexos y simultáneos.
Por eso los Apóstoles acumulan preguntas que se refieren a sucesos totalmente distintos, como son la destrucción de Jerusalén, el advenimiento del Hijo del hombre para juzgar el mundo y el fin o ruina del mismo.
Nosotros debemos distinguir entre Reino Mesiánico ya comenzado (con la reprobación de Israel y la destrucción del Templo) y Reino Mesiánico consumado (con la catástrofe general y el Fin de los Tiempos).
EL DISCURSO ESCATOLÓGICO
Como respuesta a los Apóstoles Jesús pronuncia el importantísimo discurso escatológico.
Primero hay como una especie de digresión en que Jesús no responde directamente a las preguntas de sus discípulos, sino que les da documentos relativos a toda la duración de los tiempos.
Para ello se sirve de una serie de señales (más de quince en total), que se repetirán, con mayor o menor exactitud y amplitud, a lo largo de la historia antes de cada crisis (falsos Cristos y falsos profetas, guerras, terremotos, hambrunas, pestes, fenómenos en el cielo, etc.).
Esta repetición ha provocado más de una vez la ocasión de plantear el tema del fin de los tiempos, cuando en realidad se trataba del fin de una era.
Luego de esa digresión general, Jesús comienza a responder directamente a la primera pregunta: “¿Cuándo sucederán estas cosas?”, teniendo como en un telón de fondo la segunda: “¿Qué señales habrá de tu venida?”
Pero, ¿cómo? ¿Jesús responde todo junto? Sí... Hay que tener en cuenta que toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo (al cual se llama typo), y otro remoto (denominado antitypo).
Simplemente Jesucristo habló de los dos sucesos a la vez, a la moda de los Profetas.
Se trata de ver en un suceso próximo otro más remoto y arcano, Y así Jesucristo vio, por transparencia, en la “ruina de Jerusalén” el “fin del siglo”.
El typo es el juicio y la ruina de Jerusalén, seguido del triunfo relativo y momentáneo de Cristo en el mundo por medio de su Iglesia.
El antitypo es el juicio de la Naciones y la ruina del mundo, seguido del triunfo absoluto y definitivo de Cristo.
Jesucristo habló de los dos sucesos juntamente; pero no de los dos idénticamente, lo cual no es posible, sino analógicamente; de modo que algunas frases se aplican a uno de los sucesos literalmente, y al otro figuradamente.
El typo y el antitypo no coinciden siempre del todo (ni podrían, pues la Historia no suele repetirse literalmente) sino sólo en general, el primero alumbra al otro.
En la profecía escatológica de Cristo algunos rasgos se aplican al desastre de Jerusalén que no convienen del todo al fin del mundo; y viceversa.
Lo importante para nosotros es saber que estos dos grandes sucesos predichos son análogos y que eso es natural pues los dos designan una misma cosa: el Advenimiento de Cristo y su Reino.
Hubiese sido muy cómodo para nosotros que Cristo respondiera: “Estáis equivocados; primero sucederá la destrucción de Jerusalén y, después de un largo intersticio, el fin del mundo; ahora voy a daros las señales del fin de Jerusalén y después las del fin del mundo”.
Pero Cristo no lo hizo así; comenzó un largo discurso en que dio, conjuntamente, los signos precursores de los dos grandes Sucesos, de los cuales el Uno es figura del Otro.
En la respuesta de Jesús, los signos precursores y las descripciones de la ruina se aplican en parte a Jerusalén y en parte al fin de los tiempos, siendo la ruina de Jerusalén la imagen o figura de la ruina final.
Las dos situaciones son análogas, pues Reino Mesiánico vale aquí por la Primera y la Segunda Venida de Jesucristo, porque la Segunda es el complemento y consecuencia de la Primera, que sin aquella quedaría incompleta y frustrada.
Por lo tanto, todos los rasgos principales se darán en el suceso todavía futuro para nosotros, como se dieron en el ya pasado, todavía futuro para los Apóstoles.
Dichos rasgos principales se presentaron también antes de cada gran crisis, para despertar a los hombres de buena voluntad y mantenerlos en vigilia y oración, esperando la Segunda Venida de Nuestro Señor.
Jesucristo describió los sucesos incomprensibles e indescriptibles del fin de los tiempos a partir de sucesos cercanos, más fáciles de comprender y de describir, especialmente para nosotros que ya los conocemos.
Jesús bosquejó los fenómenos del fin de los tiempos sobre la ruina de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío.
Eso fue lo que precisamente le preguntaron los discípulos, creídos que las dos cosas habían de ser simultáneas.
Jesús respondió a la vez a las dos cosas y describió en un mismo cuadro la ruina de una edad y el final de todas las edades.
¡Atención! La primera profecía se cumplió, precedida de las señales…
Por lo tanto, cuando se den las señales de la segunda, también esta profecía se cumplirá…
La condición del mundo cuando vuelva Jesucristo será análoga a la que tenía cuando lo dejó.
El Rey de los Profetas, para ver el mundo futuro, desde aquel montículo de Jerusalén desde el cual veía el Templo (y, ¡ay!, también el Calvario), no tuvo más que mirar su propia situación presente, ponderarla con amargura y ampliarla en todas direcciones.
Por eso el Maestro, al profetizar la Gran Tribulación Final, incluyó en la profecía parusíaca, como núcleo y typo de ella, la predicción previa de la caída de la Sinagoga y del Templo, abreviado fin del mundo judaico…
Vio las dos cosas juntas, en la misma perspectiva, aunque en diversos planos, ¡no lo olviden!
EL INTERSTICIO
Jesucristo distinguió claramente los dos sucesos: el juicio de Jerusalén y el juicio de las Naciones; e indicó lo que llaman el “Intersticio” entre ambos; que es un intervalo bastante largo, más de dos mil años: el patente versículo de San Lucas XXI, 24, donde se predice la matanza y la dispersión de los judíos por todo el mundo, y que “Jerusalén será pisoteada por los Gentiles hasta que llegue el tiempo (el Juicio) de las Naciones”.
Este versículo indica con claridad un intersticio o intervalo entre los dos sucesos (Pre-Parusía y Parusía). Claridad que resulta meridiana, si se repara en que el versículo alude a la Profecía de las 70 Semanas de David, donde paladinamente se predice la destrucción de Jerusalén y su Santuario por un Príncipe y su ejército, y después la “Abominación de la desolación” que durará sobre la Ciudad Santa y Deicida “hasta que el mismo Devastador (el Imperio Romano, la Romanidad) sea a su vez devastado”; que es lo que está pasando ahora.
Cuando los sucesos se encargaron en mostrar que aquella raya de la cual “Esta Generación no pasará” se aplicaba solamente a la Pre-Parusía (el fin de la Sinagoga) y no a la Parusía, entonces los cristianos prestaron atención a los varios rasgos que indican el Intersticio en los Evangelios.
Por lo tanto, uno fue el Juicio de Israel, otro será el Juicio de Las Naciones. Dos sucesos separados, pero contemplados como en uno solo.
Este versículo 24 del capítulo 21 de San Lucas aclara también otro versículo: “Primero será predicado este Evangelio en todo el mundo, y entonces vendrá el fin” (S. Mt. 24:14; S. Mc. 13: 10).
LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
Después de responder a la primera pregunta: “¿Cuándo sucederán estas cosas?”; Jesús emprende la respuesta directa a la segunda: “¿Qué señales habrá de tu venida?”, sin dejar en ningún momento la referencia a la primera, conforme a lo ya explicado más arriba.
La destrucción de la capital judía ocurrirá antes que pase la generación contemporánea de Jesús; el fin de los tiempos llegará de improviso, y nadie sabe cuándo sucederá, sino el Padre.
En resumen, y como enseñanza bien práctica para nosotros, debemos tener bien en claro que la cuestión de los “signos de los tiempos”, o sea la de las señales del Reino Mesiánico, era una controversia bien debatida en la antigüedad, como lo es en nuestros días.
Las ideas que los fariseos se habían forjado sobre el Reino Mesiánico, con un triunfo material y terreno (falso mesianismo farisaico), les impidió verlo venir, y los llevó a la ruina.
Imaginemos por un instante lo que aconteció con el rechazo de Jesucristo, y más tarde al no reconocer los signos de la destrucción de Jerusalén...
Las señales valen también para nosotros, para la Segunda Venida.
¡Atención!, entonces… Porque puede suceder que también nosotros, como los judíos farisaicos, sostengamos la opinión de que la Iglesia Católica, la Cristiandad Medieval, la Ciudad Católica, el Reino Social de Jesucristo, el Reino Mesiánico, … son una misma cosa y, por lo mismo, es algo eterno y no tendrá fin…
¡Hay algo de cierto en todo esto!... Pero, el establecimiento definitivo de ese Reino será precedido de una catástrofe universal, y solamente entonces todas las cosas serán restablecidas definitivamente en Cristo y por Cristo…
Por lo tanto, si no vigilamos, nos puede pasar exactamente lo mismo que a los fariseos...
¿Qué sucedería si no distinguiésemos los signos y nos quedásemos al interior de la ciudad antes de que se cierre al sitio?...
LA PARUSÍA
La Segunda Venida, el Retorno, la Parusía, el Fin de este Siglo, el Juicio Final o como quieran llamarle, es un dogma de fe, y está en la Escritura y en el Credo; es un dogma bastante olvidado hoy día, bastante poco meditado; pero bien puede ser que cuanto más olvidado esté más cerca nunca.
El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida o Encarnación.
Si no se lo entiende, no se entiende nada de la Sagrada Escritura, ni de la historia de la Iglesia; porque el término de un proceso da sentido a todo el proceso.
La palabra “Parusía” aparece por primera vez en el Capítulo 24 de San Mateo, y después es usada varias veces por San Pablo.
Para los griegos, “Parusía” significaba la llagada de un Rey a una ciudad, la llegada inesperada especialmente.
Literalmente no significa eso, por cierto, pero tal era el uso entonces.
Literalmente significa la presencia justiciera de Cristo en la historia humana.
El gran mal del mundo moderno es pensar que Jesucristo no vuelve más... o, lo que equivale en la práctica, no pensar que vuelve...
En consecuencia, el hombre moderno no entiende lo que le pasa; dice que el cristianismo ha fracasado; inventa sistemas para salvar a la humanidad; ha dado a luz una nueva religión; quiere construir otra torre de Babel; quiere reconquistar el Edén con las solas fuerzas humanas.
La gran herejía de hoy consiste en negar la Segunda Venida de Cristo; y con esta negación, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios; es ateísmo radical, revestido de las formas de la religiosidad...
La nueva religión ecuménica, que responde al Nuevo Orden Mundial, retiene todo el aparato externo del cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios como si fuese Dios.
La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; es decir, el fondo satánico de todas las herejías, ahora sintetizadas y destiladas al estado puro.
Todos los que no creen o no piensan en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a esta nueva religión y ella les hará creer en la venida del Otro, el Anticristo.
Esto es muy importante porque, si las palabras de la profecía de Jesús sobre el fin del mundo son verdaderas (como de hecho se ha verificado que lo fueron las del fin de Jerusalén), la Parusía no puede estar lejos.
Pero los hombres de hoy no recuerdan la promesa de Cristo; y viven como si el mundo hubiese de durar siempre.
Lo que tiene que ser, será. El tiempo no vuelve atrás. La creación madura. El drama de la humanidad pecadora, redimida y predestinada, tiene que tener su desenlace.
El Bien y el Mal han ido creciendo en tensión desde el principio del mundo, como dos campos eléctricos; y algún día tendrá que saltar la chispa.
Ese día no es un día perdido en la lejanía de lo ilimitado, porque Cristo pronunció categóricamente que sería (relativamente) pronto, y recomendó que estemos ojos abiertos para verlo venir.
Las primeras generaciones cristianas vivieron en la ansiosa expectativa de la Parusía, conducidas a ello por el versículo oscuro y ambivalente de cuya dificultad hemos hablado; mas no es verdad lo que dicen los racionalistas actuales, que se “han equivocado” propiamente, pues una cosa es temer, otra es afirmar.
Nosotros debemos estar atentos, vigilantes, y prepararnos para la Segunda Venida de Nuestro Señor.
VUELVO PRONTO
Y aquí se presenta la dificultad grave que hay en este discurso: por un lado se nos dice que no sabremos jamás “el día ni la hora” del Gran Derrumbe, el cual será repentino; y por otro lado se pone Cristo muy solícito a dar señales y signos para marcarlo, encargando a los suyos de que anden ojos abiertos y sepan conocer los “signos de los tiempos”.
¿En qué quedamos? Si no se puede saber, ¿para qué dar señales?
La respuesta está en las mismas palabras divinas:
“Ni el día ni la hora”; eso es lo que no podemos saber.
“Que está cerca”, eso lo podemos saber.
No podremos conocer nunca con exactitud la fecha de la Parusía, pero podremos conocer su inminencia y su proximidad. No es lo mismo saber el día y la hora, que saber que el tiempo no está lejos.
Pero, dirá alguno, si uno sabe que está cerca, entonces más o menos uno puede saber el día y la hora... ¡No! Puede estar evidentemente cerca, y luego alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al borde del precipicio (y eso se puede ver), y después alejarse de nuevo (y eso no se puede saber), pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios puede conocer.
Así ahora, patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya el instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y, sin embargo, podría darse un vuelco.
Claro que algún día va a ser de veras. Y también es claro que ese día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en el Apocalipsis dijo no menos de siete veces: “Vuelvo pronto”.
El Cardenal Newman dijo: “Jesucristo nos pone en guardia, expresamente, contra una seguridad orgullosa. Si bien es cierto que los cristianos lo han esperado sin que El viniese; es también totalmente cierto que cuando El venga realmente, el mundo no lo esperará; el mundo no verá los signos de su Venida cuando ellos se presenten. Por lo tanto: más vale creer mil veces que El viene, cuando no viene; que una sola vez creer que no viene, cuando en realidad El viene... Ahora bien, tarde o temprano, El debe venir, y vendrá”.
Los más grandes doctores y escritores católicos de los últimos dos siglos han vislumbrado el parecido de muchos fenómenos modernos con las "señales" que están en el Discurso escatológico y en el Apocalipsis.
Entre ellos debemos citar los Sumos Pontífices Gregorio XVI, Pío IX, San Pío X y Pío XII; además el gran teólogo ruso Solovief, y los grandes filósofos Donoso Cortés, Joseph Pieper y Jacques Maritain joven; podemos agregar a esta lista el nombre de Monseñor Marcel Lefebvre (ver los dos sermones pronunciado en Ecône el 29 de junio de 1987 y en París el 19 de noviembre de 1989, así como el artículo intitulado Tiempo de Tinieblas).
Ellos han creído observar que los Signos se cumplen. Pueden no estar en lo cierto. Pueden equivocarse; pero mucho más seguramente se equivocan “los progresistas”, que dicen que la Parusía está todavía de aquí a miles o millones de años (si es que creen en la Parusía…) y que vamos hacia un tiempo de gran prosperidad y felicidad. Para ellos, siempre la situación será que no pensarán que El viene, cuando en realidad viene. Cristo dijo: “Vuelvo pronto”.
Estos impíos de hoy día se parecen a esos viajeros que se empiezan a entristecer cuando el tren está por llegar. Y puede que ellos tengan sus motivos para entristecerse; pero el cristiano no los tiene.
Yo no sé cuando será el fin del mundo; pero esos incrédulos que lo niegan o postergan arbitrariamente, saben mucho menos que yo.
¿Verá el bebe que ha nacido hoy el mundo convertido en un vergel y un paraíso por obra de la Ciencia Moderna? Ciertamente que no.
Si lo ve convertido en un vergel, será después de destruido por la ciencia moderna, y refaccionado por el poder del Creador en la Segunda Venida del Verbo Encarnado.
¡Atención!, porque la herejía contemporánea cierra los ojos y levanta cortinas de humo… En suma, es un entibiamiento de la fe, que tiene como consecuencia desvirtuar la Sagrada Escritura; lo cual, por otra parte, también está profetizado y constituye otro de los signos precursores del fin del mundo.
La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro.
La historia del mundo hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la “plenitud de los tiempos”; y el mismo tiempo de ella fue profetizado con exactitud por el profeta Daniel con una cifra exacta de años; pero no así la Segunda Venida.
Después de la Primera Venida, la historia del mundo sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la Parusía, pero de tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que será “pronto”.
Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; atentos a los Signos, a las persecuciones, a los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y vivir vigilantes.
Varias veces la Cristiandad (siglo IV, siglo X, siglo XIV) ha pensado estar ya delante de “la hora temida” y del “día definitivo”, como decía San Jerónimo en el año 409. Se trataba del fin de una era; pero algún día se tratará del fin de todas las eras.
El autor del Apocalipsis afirma que la Parusía (o sea la presencia justiciera de Cristo en la historia humana) está cerca. Desde el comienzo, en que titula al libro “Revelación del que está cerca”, hasta el final, donde dice ‘‘Vengo pronto”.
¿Vengo pronto? Esta expresión desconcertante, piedra de tropiezo de los incrédulos de hoy, se verifica de tres maneras: trascendental, mística y literal.
Trascendentalmente
El período histórico de los últimos días (o sea el tiempo de la revelación cristiana entre la Primera y la Segunda Venida) será muy breve, comparado con la duración total del mundo.
Así, pues, en un sentido trascendental Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.
Místicamente
Todos los hombres, no menos que las naciones, estamos cerca del Juicio a causa de la muerte, la cual puede sobrevenir en cualquier momento. La pedagogía de Cristo en todo el Evangelio es alertar continuamente al hombre acerca de la muerte inminente e imprevista.
Lo sensato, pues, es pensar el fin siempre cercano, porque de hecho puede ser hoy mismo. Debemos pensarlo cerca, pero no como cosa cierta (lo cual paralizaría la actividad humana, como les pasó a los Tesalonicenses), sino como cosa posible, prevista, esperada y también santamente deseada. ¡Ven, Señor Jesús!
Literalmente
Se cumplió en seguida la profecía con la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio étnico, los dos typos del fin del siglo, o sea del término del ciclo: se cumplió en su primera fase para los oyentes del Mesías; y se cumplirá quizás en su forma completa para nosotros, que pensamos menos en el Fin del Mundo que los primeros cristianos. ¡Y sin duda estamos más cerca que ellos!
El drama de la historia se desenvuelve en planos escalonados, como todo drama se desenvuelve en escenas que contienen todas la misma idea fundamental, a desplegar en el desenlace.
Y así todas las grandes caídas de los imperios perseguidores de la Iglesia, las grandes resurrecciones triunfales del cristianismo y las grandes barreduras que hace Dios de razas enteras apóstatas o degeneradas, se pueden considerar como realizaciones parciales y figurativas de la Presencia (Parusía) de Cristo en la historia y de su Revelación (Apocalipsis) definitiva.
Todo texto profético es fatalmente oscuro, y solo se vuelve claro al cumplirse la profecía. Es natural que habiendo pasado 2000 años de la Primera Venida, estando nosotros más cerca de su cumplimiento, estemos más capacitados, por nuestra pura situación en el tiempo, para entender algunas cosas de ella.
COBRAD ÁNIMO
Es muy de notar que toda esta predicción de cosas tremendas, no esté hecha para hacer “tremer”, sino para consolar, como concluye Cristo: “alegraos entonces porque vuestra redención esta cerca”.
No hay una sola nota de ternura en todo este recitado, pero todo él está penetrado de solicitud hacia las suyos, como un padre que previniera a sus hijos de sucesos terribles venideros, para que no los derroten o desesperen, pues son preludio y prenda de un gran bien; el cual no puede fallar.
Termina Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra redención”.
Las dos grandes catástrofes, cuya causa es la mala voluntad de los hombres, son seguidas del triunfo de Cristo.
Puede decirse lo mismo de cada catástrofe parcial a lo largo de la historia: cada una de ellas fue seguida de un triunfo momentáneo de la Iglesia y de la Cristiandad.
Pero, la embriaguez de la fiesta provocó una nueva crisis… y así continuarán la historia de la humanidad y de la Iglesia hasta la crisis final, que no será reconocida en sus signos precursores sino por los fieles discípulos de Jesús.
Es muy importante destacar, pues, que toda esta predicción de cosas tremendas, no está dada para hacer desesperar, sino para consolar.
El fin no es un desastre y una destrucción total, sino un nacimiento, la restauración final de todas las cosas en y por Jesucristo.
Por lo tanto:
“Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”.