miércoles, 2 de junio de 2010

Corpus Christi


NOTAS PARA LA HOMILÍA
DE CORPUS CHRISTI


La Eucaristía es un Sacrificio y un Sacramento.

El sacrificio, en general, es la ofrenda exterior de una cosa sensible con el fin de reconocer de una manera particular al soberano dominio de Dios.

El sacrificio existió desde el principio del mundo, y su uso fue universal. Se lo encuentra en todos los pueblos y con algunos caracteres uniformes.

La práctica de los sacrificios sangrientos no pudo ser conocida sino por una revelación positiva: el hombre nunca habría podido encontrarlo por sí mismo.

Los sacrificios de la Antigua Ley sólo eran agradables a Dios porque eran figuras del Sacrificio de su Hijo, el Sacrificio de la Cruz.

Se encuentran en el Sacrificio de la Cruz todas las condiciones del sacrificio propiamente dicho:

la ofrenda exterior de una cosa sensible,
la ofrenda hecha solamente a Dios,
el ministro legítimo,
la destrucción de la cosa ofrecida,
y el final principal del sacrificio, que es el reconocimiento del soberano dominio de Dios.

El Sacrificio de la Cruz es el único verdadero sacrificio, porque es el único que rinde a Dios un digno honor a su Majestad Soberana.

El Sacrificio de la Cruz debía continuarse también sobre la tierra.

Es necesario, en efecto, al hombre un sacrificio exterior y sensible; esta es la razón por la cual Jesucristo dejó a su Iglesia el Santo Sacrificio de la Misa, que perpetúa el Sacrificio sangriento de la Cruz.

El Sacrificio de la Misa es el Sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, ofrecido a Dios bajo las especies del pan y del vino.

La esencia del Sacrificio de la Misa consiste en la doble Consagración, ya que es en ella que Jesucristo padece sacramentalmente el sufrimiento que se requiere para el sacrificio. No obstante, el ofertorio y la comunión del sacerdote son partes integrales del sacrificio.

El Sacrificio Eucarístico es esencialmente el mismo que el de la Cruz; sólo difiere en la manera en que se ofrece.

Hay entre los dos Sacrificios estas tres diferencias:

1) sobre la Cruz, la muerte de Jesucristo fue real; en la Misa, su estado de muerte sólo es aparente, sacramental por la doble Consagración de las especies de pan y vino;

2) sobre la Cruz, Jesucristo se ofreció inmediatamente; en la Misa, se ofrece por el ministerio del Sacerdote y de manera sacramental;

3) sobre la Cruz, Jesucristo mereció de una vez por todas y pagó también una vez para siempre toda la deuda de la humanidad caída; en la Misa, aplica sus satisfacciones y sus méritos.

El Sacrificio de la Misa produce, en el grado supremo, todos los efectos figurados por los sacrificios de la Ley Antigua: es latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, es decir, sacrificio de adoración, de acción de gracias, de propiciación y de súplica.

Estos cuatro efectos responden, del modo más perfecto a los fines mismos del sacrificio.

El Sacrificio de la Misa tiene un valor infinito, como el propio Sacrificio de la Cruz; no obstante, como sacrificio de propiciación y súplica, se ve limitado en su aplicación por las disposiciones personales del alma por quien se ofrece.

El Sacrificio de la Misa sólo se ofrece a Dios, porque es el acto de adoración por excelencia.

Se ofrece por los vivos y para los muertos.

La asistencia a la Misa es una de las prácticas más ventajosas de la vida cristiana.

Se recomienda mantenerse atento y recogido; excitando en sí un gran arrepentimiento de sus pecados; proponiéndose una intención particular; ofreciéndose con Jesucristo y por Jesucristo; comulgar, al menos espiritualmente si no se puede hacerlo sacramentalmente.

La Sagrada Eucaristía no es solamente un Sacrificio, es también un Sacramento, el Santísimo Sacramento del Altar.

La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies sacramentales del pan y del vino.

En el Antiguo Testamento, la Sagrada Eucaristía fue figurada principalmente por el sacrificio de Melquisedec, por los sacrificios de la Antigua Ley, por el Maná y, sobre todo, por el Cordero Pascual.

En el Nuevo Testamento, el mismo Jesucristo nos dio dos figuras importantes de la Eucaristía: en el cambio del agua en vino en las bodas de Caná y en la multiplicación de los panes.

También la prometió en Cafarnaum, diciendo: Soy el pan vivo, que descendió del cielo…; el pan que daré, es mi carne para la vida del mundo.

El Jueves Santo, víspera de su Pasión, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, Jesucristo instituyó la Sagrada Eucaristía.

A punto de retirar su presencia visible, quiso permanecer bajo las Especies Sacramentales; quiso dejar un monumento perpetuo de su Pasión, porque sin la fe en su Pasión no hay salvación.

Nuestro Señor Jesucristo eligió el pan y el vino para que fuesen la materia de la Sagrada Eucaristía con el fin de hacernos entender mejor que este Sacramento es el alimento de nuestra alma.

Cuando el sacerdote, en la Santa Misa, pronuncia sobre el pan y el vino las palabras de la Consagración, se realiza la Transustanciación, con la consecuente presencia verdadera, real y sustancial de Nuestro Señor.

La Transustanciación es el cambio de toda la sustancia del pan en el Cuerpo Sacratísimo de Jesucristo, y de toda la sustancia del vino en su Preciosísima Sangre.

Tras la Consagración, sólo quedan las especies o apariencias del pan y del vino.

En virtud de las palabras de la Consagración y por una natural concomitancia, Jesucristo está presente bajo las especies del pan, y presente todo entero bajo las especies del vino.

Es de fe que, si se parten las santas especies en varias partes, cualquiera sea el número, Jesucristo está todo entero en cada parcelita de la Sagrada Hostia y todo entero en cada gotita de la Sangre Preciosísima.

Nuestro Señor Jesucristo está presente en la Sagrada Eucaristía mientras no se corrompan las santas especies.

La Divina Eucaristía es el Sacramento por excelencia, el Santísimo Sacramento del Altar. Es, en efecto, superior a los otros Sacramentos, no solamente respecto de la Materia, de la Forma, por la virtud santificadora y la duración y alcance de la misma, sino también y por sobre todo por contener al Autor mismo de la Gracia.

Las perfecciones divinas se manifiestan en la Sagrada Eucaristía con un resplandor particular:

la Bondad divina colma todos sus dones y gracias, porque el mismo Jesucristo se entrega en Ella completamente;

la Sabiduría divina, porque Dios hizo de este Santísimo Sacramento el centro de todos los misterios, y porque Nuestro Señor, por esta maravillosa institución, encontró el medio de permanecer en el mundo al partir hacia el Cielo;

la Omnipotencia divina, porque la Eucaristía es una acumulación de portentos.

Ahora bien, ¿cuáles son las disposiciones para recibir la Santa Comunión? La Comunión pide dos clases de preparativos: las del alma y las del cuerpo.

Para el alma, las disposiciones consisten:

en el estado de gracia, es decir, en la exención actual de todo pecado mortal;
en un gran deseo unirse a Jesucristo;
deseo acompañado de los sentimientos de fe viva, de humildad profunda, de plena confianza y de caridad generosa.

Para el cuerpo, las disposiciones consisten:

en el ayuno eucarístico, es decir, en la abstención de todo alimento sólido y de toda bebida alcohólica desde tres horas antes, y de bebidas no alcoholizadas desde una hora antes;
además, prendas de vestir decentes y limpias;
una postura conveniente, de rodillas, salvo que la salud no lo permita;
y un comportamiento modesto y recogido.

La Sagrada Eucaristía produce dos clases de efectos: espirituales y corporales.

Para la vida del alma, los efectos pueden resumirse a estos principales:

la nutrición espiritual del alma;
el perdón de los pecados veniales;
la fortaleza para preservar del pecado mortal;
la unión inefable con Jesucristo.
es un gaje precioso de la vida eterna.

Los efectos corporales de la Eucaristía son:

el debilitamiento de la concupiscencia;
y también la prenda de la gloria futura para el cuerpo.

¿Cuáles son nuestros deberes para con la Eucaristía? Para saldar nuestras deudas con Jesús en la divina Eucaristía, debemos:

1º) esforzarnos por vivir cada vez más de la vida de Jesucristo, es decir, tener un gran horror del pecado, cumplir sobrenaturalmente los deberes de nuestro estado, animarse de un celo ardiente por la salvación de las almas;

2º) dar pruebas a Jesucristo de una piadosa devoción, por la Comunión frecuente, por las visitas al Santísimo Sacramento, por la asistencia regular al Santo Sacrificio de la Misa, por la Comunión espiritual y por el celo en propagar la devoción hacia la Santísima Eucaristía.

Pidamos todas estas gracias a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. En el Cenáculo y en la casa de San Juan, fue la primera adoradora de Jesús Sacramentado.

Pidamos a Ella nos enseñe adorar y amar el Santísimo Sacramento del Altar; que nos ayude a conservar preciosamente el Santo Sacrificio de la Misa en su digno Rito Sacrosanto, tal como la Iglesia nos lo transmitió.