domingo, 6 de noviembre de 2011

Domingo 21º post Pentecostés

DOMINGO VIGESIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

De la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (6, 10-17): Hermanos: fortaleceos en el Señor y en el poder de su virtud. Revestíos de la armadura de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal, que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad, y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

A la luz radiante de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, bajo la protección y amparo de María Reina, y animados por las palabras de San Pablo de la Epístola de hoy, reflexionemos sobre la hora presente.

El catolicismo está empeñado en la lucha más vasta y más dura que haya tenido que enfrentar jamás.

Por fuera, un asedio de pseudo teología, de sistemas filosóficos, de errores, de inmoralidad y corrupción se abate sobre sus murallas...

Al interior, una ligereza, una indiferencia, un cansancio, cuando no la traición o las herejías que socavan la fortaleza...

¡Esta es la tremenda realidad de la hora actual!

Todos somos conscientes y todos estamos en angustiosa espera de lo que ha de suceder... porque la historia tiene su lógica y las ideas y las costumbres tienen una fuerza ineludible...

Todos los hombres y todas las instituciones, incluso sin que les interese la respuesta, aunque más no sea preocupados por sus intereses temporales, se hacen a sí mismos una idéntica pregunta: ¿Hacia dónde vamos?... ¿Qué pasa?...

Los políticos, los economistas, los militares, los moralistas, los psicólogos y psicoanalistas..., incluso los artistas, los deportistas... se preguntan: ¿A dónde vamos?... ¿Qué pasa?...

¿A dónde vamos?... ¿Qué pasa?... se preguntan políticos, economistas, patronos, obreros, maestros, alumnos, ancianos, jóvenes, hombres y mujeres...

Y aunque no han podido responder con certeza, sino tan sólo con el encogimiento de hombros de la incertidumbre o la duda, todos ellos se aprestan con diligencia a tomar posiciones y a preparar el ataque o la defensa.

Todos, con calor, con prisa, sin reparar en medios ni en riesgos, se preparan para la lucha.

Pero, como la lucha que tan inquieto y convulso tiene al mundo contemporáneo no es un pleito meramente político, económico o social, sino que más que todo eso y fundamentalmente es un problema religioso, también los hombres religiosos se preguntan: ¿Qué pasa?... Pero, ¿a dónde vamos?...

¡Sí!, también los hombres verdaderamente religiosos, a los que la religión les interesa realmente, aunque practiquen una falsa religión, sean budistas, judíos, musulmanes, protestantes, ortodoxos..., se preguntan: ¿Qué pasa?... Pero, ¿a dónde vamos?...

Mas, precisamente, porque el problema es religioso, porque es asunto de dogma y moral, de si hay o no Dios, de si Jesucristo es o no el Rey de reyes y el Señor de los señores, de si la Iglesia Católica es o no la única verdadera y la única que puede con su doctrina conducir al hombre a la felicidad eterna..., solamente el católico tiene la respuesta al interrogante que tanto conmueve al mundo...

Y aquí es donde debemos detenernos para reflexionar...

Ante esta pobre sociedad que se desmorona y que no sabe si avanza o retrocede; ante esta humanidad envilecida por el dinero, el sexo, el alcohol, la droga...; ante estos hombres y mujeres temerosos del presente y desanimados por el futuro... ¿sabemos dar respuesta a la cuestión planteada?

No nos sorprenda la pregunta. A pesar del desprecio con que, no sólo esa pobre sociedad, sino también incluso los pastores y hombres de Iglesia parecen prescindir del catolicismo genuino en la solución de la enfermedad... en definitiva, solamente el católico tiene la respuesta al interrogante que tanto conmueve al mundo..., sólo la religión católica es la única que puede darle la solución de una manera eficaz...

Como la esencia del problema es de índole dogmático y moral, la solución tendrán que tratarla: de un lado, el catolicismo verdadero, único depositario de una doctrina divina e infalible; y del otro lado, los secuaces de la Revolución, estén fuera o dentro de los límites visibles de la Iglesia de Cristo...

La Hermana Lucía constantemente se refería al tema de la desorientación diabólica, especialmente entre la Jerarquía Católica:

“La desorientación es diabólica”, escribió Sor Lucía el 29 de diciembre de 1969.

La desorientación es doctrinal: “en estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas”, escribió el 12 de abril de 1970.

“¡Es doloroso ver tanta desorientación, y en tantas personas que ocupan cargos de responsabilidad! Son como ciegos guiando a otros ciegos”, escribió el 16 de septiembre de 1970.

Sólo hay una barrera sólida que detenga la avalancha, la invasión del mal: Dios y su Cristo; Cristo y su Iglesia.

Sólo una idea divina puede contener y vencer una idea diabólica..., las armas, la ciencia, la política, la economía, sin la religión, ¡jamás!

Por eso en la hora presente, vale la pena ser católico.

En nuestros días, el martirio es silencioso, más largo, más lento, más refinado; no tiene el contrapeso ni el consuelo de la comprensión dentro de los umbrales de la Iglesia; no tiene siquiera el alivio de pensar que el verdugo es un extraño, un pagano, un bárbaro, porque ahora es un cristiano, un apóstata, un traidor...

¡Católicos!, herederos del tesoro de la Cristiandad... ¡Católicos!, descendientes de la Europa cristiana... ¡Católicos!, sucesores de los conquistadores y misioneros de la hidalga Hyspania, Dios nos ha puesto frente a un dilema: o ser santos, o desaparecer...

En la hora presente, quien quiera ser católico en serio, debe tener alma de héroe y de santo... o si no se hundirá en el fracaso, en la apostasía y en la traición.

Quien quiere practicar hoy el catolicismo verdadero, se adelanta no sólo para ser fiel a un llamamiento divino, sino como quien lanza una protesta contra el catolicismo tibio, neutral, despreocupado...

Quien quiera impregnar toda su actividad de catolicismo, lo hace por caballerosidad hacia su Rey desterrado... Lo hace por lanzar un desafío a la sociedad sensual, muelle, servil... Lo hace atraído por esa vida única que merece el nombre de tal: desinteresada, llena de ideales, que configura con Cristo...

Todo esto constituye la más soberana de las hermosuras. Pero al mismo tiempo constituye una responsabilidad.

Por lo cual, debemos prepararnos por la oración, la mortificación, la práctica de las virtudes, para esa hora cuyo peso únicamente los arcángeles podrán llevar sobre sus hombros.

Como escribió Santa Teresa:

Todos los que militáis

debajo desta bandera,

ya no durmáis, no durmáis,

pues que no hay paz en la tierra.

Y como capitán fuerte

quiso nuestro Dios morir,

comencémosle a seguir,

pues que le dimos la muerte.

¡Oh, qué venturosa suerte

se le siguió desta guerra!

Ya no durmáis, no durmáis,

pues Dios falta de la tierra.

Con grande contentamiento

se ofrece a morir en cruz,

por darnos a todos luz

con su grande sufrimiento.

¡Oh glorioso vencimiento!

¡Oh dichosa aquesta guerra!

Ya no durmáis, no durmáis,

pues Dios falta de la tierra.

No haya ningún cobarde,

aventuremos la vida,

pues no hay quien mejor la guarde

que el que la da por perdida.

Pues Jesús es nuestro guía,

y el premio de aquesta guerra;

ya no durmáis, no durmáis,

porque no hay paz en la tierra.

Ofrezcámonos de veras

a morir por Cristo todos.

Y en las celestiales bodas

estaremos placenteros;

sigamos estas banderas,

pues Cristo va en delantera,

no hay que temer, no durmáis,

porque no hay paz en la tierra.

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Aunque sean tantos y tan graves los males que sufrimos, y tal vez mayores aún los que nos aguardan, no decaiga nuestro ánimo... Tenemos como Patrona y Abogada a la Santísima Virgen.

María interviene en favor de la Iglesia y en Ella hemos de fundar la razón de toda nuestra esperanza. La Cristiandad no ha dado un paso hacia el bien sin María.

Basta ir recorriendo las páginas más salientes de la historia de la Iglesia para convencerse de la eficaz protección de la Virgen Madre de Dios, que acompañó todos los hechos más importantes del cristianismo.

¿Por qué dudar, entonces, que también en la actualidad intervendrá con su poder y patrocinio, si le hacemos humildes y constantes súplicas?

Confiemos en la Santísima Virgen María. Ella, la Madre y Reina de todas y cada una de las naciones católicas; Ella Soberana de la Europa cristiana, de la Cristiandad; Ella la Reina de Méjico y la Emperatriz de América; Ella, al igual que en el Pilar, Guadalupe, Lourdes y Fátima..., y en cada uno de nuestros santuarios, continúa aplastando la cabeza del dragón infernal y nos ha prometido que al fin su Corazón Inmaculado triunfará.

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San Luis María nos enseña que «Por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él. Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. Principalmente en estos últimos tiempos, María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla».

Y el Santo se pregunta: «¿Cuándo vendrá este tiempo feliz en el que la divina María será establecida Dueña y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús? ¿Cuándo vendrá ese tiempo feliz y ese siglo de María, en el que muchas almas elegidas y obtenidas por María del Altísimo, sumergiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, llegarán a ser copias vivientes de María, para amar y glorificar a Jesucristo?» Y responde: «Este tiempo vendrá sólo cuando se conozca y se practique la devoción que enseño» Y concluye de modo categórico: «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ»...

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Cabe recordar aquí lo que Sor Lucía de Fátima dijo al Padre Agustín Fuentes en diciembre de 1957:

Padre, el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen; y como sabe qué es lo que más ofende a Dios y lo que, en menos tiempo, le hará ganar mayor número de almas, está tratando de ganar a las almas consagradas a Dios, ya que de esta manera también deja el campo de las almas desamparado, y el demonio más fácilmente se apodera de ellas.

Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo; ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos cada uno en su diócesis; ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No; ya Nuestro Señor usó muchas veces estos medios, y el mundo no le ha hecho caso.

Por eso, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual; que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino...

Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos del mundo, pero me lo dio a demostrar por tres motivos:

El primero, porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen y una batalla decisiva, es una batalla final en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora, o somos de Dios, o somos del demonio; no hay término medio.

Lo segundo, porque me dijo, tanto a mis primos como a mí, que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo; el Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Y, al ser los últimos remedios, quiere decir que son los últimos, que ya no va a haber otros.

Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios; y cuando ha visto que el mundo no le ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación, su Santísima Madre.

Mire Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que estamos viviendo, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario. De tal manera que ahora no hay problema, por más difícil que sea, sea temporal o sobre todo espiritual, que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros; o a la vida de nuestras familias, sean familias del mundo o Comunidades Religiosas; o la vida de los pueblos y naciones.

No hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario.

Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. Y luego, la devoción al Corazón Inmaculado de María, Santísima Madre, poniéndonosla como sede de la clemencia, de la bondad y el perdón; y como puerta segura para entrar al cielo. Esta es la primera parte del Mensaje referente a Nuestra Señora de Fátima; y la segunda parte, que, aunque es más breve, no es menos importante, se refiere al Santo Padre.

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Recemos, pues, nosotros e imploremos: ¡Oh, María!, Reina y Soberana Nuestra, escucha nuestra plegaria y acelera el triunfo de tu Corazón Inmaculado. Amén.

¡Para que advenga el Reino de tu Hijo divino, advenga el Reino de tu Corazón Inmaculado!

Y como decía Hernán Cortés:

"Adelante, compañeros, que Dios y Santa María están con nosotros".