domingo, 27 de noviembre de 2011

Domingo Iº de Adviento

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y se abatirán las gentes en la tierra, por la confusión del rugido del mar y de las olas; quedando los hombres yertos por el temor y expectación de lo que sobrevendrá a todo el universo; porque las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre que vendrá sobre una nube con gran poder y majestad.

Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

Y les dijo una semejanza: Mirad la higuera y todos los árboles: Cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío.

Así también vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.

Comenzamos un nuevo Ciclo o Año Litúrgico. Y la Santa Iglesia, por medio de su Liturgia, nos presenta los acontecimientos postreros. Al prepararnos para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo, nos hace meditar en la Segunda o Parusía...

En este Primer Domingo de Adviento deseo detenerme solamente a considerar estas palabras del Sermón Escatológico: Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

San Gregorio Magno nos dice que Jesucristo habla para consuelo de sus escogidos. Como diciendo: Cuando las plagas abrumen al mundo, levantad vuestras cabezas, esto es, alegrad vuestros corazones, porque mientras el mundo (de quien en realidad no sois amigos) se acaba, se aproxima vuestra redención, que tanto habéis buscado.

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Termina, pues, Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: cuando veáis que empieza a trastornarse en forma insólita la máquina del mundo, mirad, alzad los ojos y tras ellos los ánimos... Después de la universal conmoción y del juicio, llega el premio indefectible y eterno que Dios os tiene preparado.

Cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas... ¿Qué cosa? Algo bueno, sin duda: El Reino de Dios.

San Lucas, Evangelista de la misericordia divina, nos ha conservado aquí las palabras de aliento de Jesús a sus Discípulos...

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Contemplemos este magnífico cuadro tal como nos lo pinta San Juan en su Apocalipsis. Iremos contemplando y meditando las escenas apocalípticas que, lejos de inspirar terror, consuela, animan, reconfortan...

Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra. A Aquel que nos ama, y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para el Dios y Padre suyo, a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, incluso los que le traspasaron, y por Él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso.

San Juan describe los títulos de Cristo Mesías, que Viene con las nubes. Esta ratificación fue la presentada a Caifás, y aquí agrega que verán al que han traspasado...

Así lo vemos también en el capítulo 14, 14, a diferencia del 19, 11, donde le veremos montado en el caballo blanco para el juicio de las naciones.

Es magnífica la definición que el Salvador da de sí mismo en el versículo 8°: Yo soy el alfa y la omega. Algunos manuscritos agregan: El Principio y el Fin; y es porque después de Cristo no habrá otro; Él es el mismo, ayer, hoy y por siempre, como dice San Pablo…, el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso...

La denominación de Cristo Pantocrátor se vulgarizó como apelativo de Cristo en la Iglesia Oriental; y significa El que todo la manda, El Omnipotente.

San Juan designa a Cristo con tres palabras griegas intraducibles exactamente en castellano (un verbo y dos participios activos sustantivados) y que designan:

‑ su Divinidad = "Aquel que es" (el Siendo).

‑ su Humanidad = "que era" (el Era).

‑ su futura Venida = "que viene" (el Viniéndose).

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Ahora bien, el Pantocrátor hace escribir a la Iglesia de Filadelfia:

Por cuanto has guardado la palabra de la paciencia mía también, Yo también te guardaré de la hora de la prueba, esa hora que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra.

Vengo pronto; guarda con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate la corona.

Del vencedor haré una columna en el templo de mi Dios, del cual no saldrá jamás; y sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo.

Por cuanto has guardado la palabra de la paciencia mía, es decir, mi consigna de paciencia, la paciente esperanza en la venida de Cristo… Este versículo abre las perspectivas de la vasta persecución de las dos Bestias de que trata el capítulo 13 del Apocalipsis.

Según Monseñor Straubinger, este período es semejante al nuestro y a él se refieren las grandes promesas hechas a los que guardan la Palabra de Dios en medio del olvido general de ella.

Vengo pronto, la palabra que abre y cierra el Apocalipsis.

Guarda firmemente lo que tienes para que nadie te arrebate la corona… Mantén lo que tienes, otra vez, al igual que a las Iglesias de Tiatira y Sardes, la consigna del Tradicionalismo. No es tiempo ya de progreso, cambio o evolución... pero tampoco de diálogos ni fornicación con los poderes de la tierra, sean políticos o religiosos, porque son terrenales, precisamente.

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Después de esto tuve una visión. Vi un trono erigido en el cielo, y Uno sentado en el trono. El que estaba sentado era de aspecto semejante al jaspe y al sardónico; y un arco iris alrededor del trono, de aspecto semejante a la esmeralda.

Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas.

Del trono salían relámpagos, voces y truenos; delante del trono había siete lámparas de fuego encendidas, que son los siete Espíritus de Dios.

Delante del trono como un mar de vidrio, semejante al cristal.

En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Viviente era semejante a un león; el segundo Viviente, semejante a un becerro; el tercer Viviente con rostro como de hombre; el cuarto viviente semejante a un águila que vuela.

Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: “Santo, Santo, Santo, el Señor Dios, el Todopoderoso, Aquel que era, y que es y que viene”.

Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y deponen sus coronas delante del trono diciendo: “Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad tuvieron ser y fueron creadas.”

Esta visión se abre con lo que llamaban los judíos "La gloria de Dios", o sea el Trono de la Deidad, rodeado de símbolos mayestáticos.

Esta visión permanece como trasfondo durante todo el curso de la Profecía, marcando su carácter: son los sucesos del mundo a la luz del gobierno divino. Y es de este modo que nosotros debemos consideran todo lo que acontece en el mundo, especialmente las postrimerías.

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Después del majestuoso escenario, San Juan pone en dramático movimiento su visión, y el León triunfante de la tribu de Judá abrirá el Libro sellado:

Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados en misión por toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.

El Libro contiene los planes de Dios sobre el mundo. El Ángel que tantas veces intervendrá es el espíritu de profecía.

El Cordero y el Libro Sellado significan el dominio profetal de Cristo sobre los acontecimientos históricos, y su triunfo y Reino final.

San Juan describe a continuación la ceremonia de adoración:

Cuando hubo tomado el libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo diciendo: “Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste inmolado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinarán sobre la tierra.” Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: “Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.” Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y el imperio por los siglos de los siglos.” Y los cuatro Vivientes decían: “Amén”; y los Ancianos se postraron para adorar.

Con esta ceremonia latréutica, inaugura San Juan la lectura del Libro, la Revelación. El Apocalipsis.

Un cántico nuevo... ¡Y tan nuevo!, como que celebra no ya solamente la obra de la Redención, sino también la plena glorificación del Redentor en la tierra, vanamente esperada desde que Él retornó al seno del Padre.

El Cordero abre los Sellos, y revela el futuro. Los Siete Sellos significan la ascensión de la Iglesia desde los Apóstoles, y su brusca caída en los tiempos parusíacos. Ellos representan la Iglesia Escatológica, explicada por sus causas próximas, que son la Institución, la Propagación, la Crisis, la Persecución y el Desenlace.

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El Sexto Sello es la Parusía comenzada. Es el Advenimiento:

Y vi cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto; y el sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como la higuera suelta sus brevas al ser sacudida por un viento fuerte; y el cielo fue cediendo como un rollo que se envuelve, y todas las montañas y las islas fueron removidas de sus lugares; y los reyes de la tierra y los magnates y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo esclavo o libre se ocultaron en las cuevas y en los peñascos de las montañas. Y decían a las montañas y los peñascos: “Caed sobre nosotros y ocultadnos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de la ira de ellos y ¿quién podrá estar en pie?"

Todos los Profetas, incluyendo al máximo de ellos, Nuestro Señor Jesucristo, usan esa simbología meteorológica para designar la Parusía.

El sol ennegrecido significa la doctrina ofuscada por la herejía y la apostasía. La luna sangrienta son las falsas doctrinas. Las estrellas del cielo designan los doctores de la Iglesia, muchos de los cuales aquí caen. Los montes e ínsulas son los reinos y naciones sacudidos y desplazados.

Nada impide que esas señales se den también literalmente en el fin del mundo.

Añádase a esto el término técnico de la Escritura el Día Magno del Señor, usado muchas veces por los Profetas para significar la Parusía; no menos que la expresión la ira de Dios.

San Juan recapitula, interpone dos visiones celestes de consuelo (signación de los elegidos y el silencio de media hora), y cuando retoma el séptimo sello es para abrirlo en la nueva visión de las Siete Trompetas.

Las Siete Tubas representan el curso de las cosas temporales y las mutaciones de la historia humana: son como siete grandes catástrofes que determinan cada una un nuevo evo, una época nueva en la historia. Y esas catástrofes son de índole religiosa: son grandes herejías.

La tierra existe por causa de los justos: la verdadera historia es la historia de la Iglesia. Por eso, las mutaciones grandes de la historia humana vienen por causa de las herejías; porque son las ideas las que gobiernan los sucesos; y las ideas más hondas, o la raíz de todas nuestras ideas, son las afirmaciones religiosas, las creencias. Las herejías cambian las creencias.

Toda la historia del mundo se desenvuelve en función de Cristo. Después de su Primera Venida, todo gira en torno de su Iglesia y de su Segunda Venida.

Las Tubas significan, pues, siete grandes hitos heréticos con todas sus calamidades y matanzas, que terminan en la última, el Anticristo.

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Luego de la sexta trompeta, hay una interrupción y San Juan asiste al anuncio del término de la presente dispensación y el comienzo de la consumación, del cumplimiento de los anuncios escatológicos:

Entonces el Ángel que yo había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra, alzó su mano derecha hacia el cielo, y juró por Aquel que vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo, sino que en los días de la voz del séptimo Ángel, cuando él vaya a tocar la trompeta, el misterio de Dios quedará consumado según la buena nueva que Él anunció a sus siervos los profetas.

El misterio de Dios es la Parusía, el último Trueno. El tiempo mortal ha de tener fin así como tuvo principio.

El misterio de Dios quedará consumado; el momento de la consumación será marcado por la séptima trompeta, que introduce todo el período final.

Este período verá el advenimiento efectivo y reconocido de la soberanía divina. Satanás y sus agentes serán destruidos.

Plan grandioso llamado, en razón de su carácter secreto, el misterio de Dios.

El plan divino comporta la unificación de todas las cosas bajo el Cristo que las reúne; es la recapitulación.

El término de la historia será una catástrofe, pero el objetivo divino de la historia será alcanzado en una metahistoria, que no será una nueva creación, sino una transposición; pues "nuevos cielos y nueva tierra" significa renovadas todas las cosas de acuerdo a su prístino patrón divino.

El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una transposición de la vida del mundo en un trasmundo, y del tiempo en un supertiempo; en el cual nuestras vidas van a ser transfiguradas por entero.

No hay más tiempo... Es, en suma, el final de un ciclo humano, y el comienzo de otro, tras el cual no hay más ciclos, es el Reino de mil años... Y su Reino no tendrá fin...

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Tocó la trompeta el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos.” Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder y has empezado a reinar. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyeron la tierra.”

Después que suena la Trompeta sigue la descripción de la Parusía vista desde el Cielo: como triunfo de Dios sobre el mal, más que como catástrofe de la tierra.

El Profeta llama aquí a Cristo Aquel que es y que era, y no ya El que viene, puesto que aquí es ya venido: el Pantocrátor o Todopoderoso, Jesucristo, cuya divinidad San Juan no se cansa de enunciar, y nosotros no debemos dejar de glorificar y adorar.

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Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento.

La Visión de la Gloriosa Parturienta pertenece a la Séptima Trompeta. El Hijo Varón, levantado al Trono de Dios, es sin duda Jesucristo; y por cierto, no el Cristo del Calvario, sino el de la Parusía, que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro.

La Visión designa, indudablemente, los tiempos parusíacos: la cifra típica de 1260 días, 42 meses, 3 años y medio, tanto en San Juan repetidamente, como en Daniel, marca el período del Anticristo.

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Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la salvación, el poderío y el reinado de nuestro Dios y el imperio de su Cristo, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos. Por eso, regocijaos, oh cielos, y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo".

Se trata de la Parusía: la lucha misteriosa de los últimos tiempos, a la cual alude San Luis María Grignon de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción.

El Acusador redobla su poder en la tierra y en el mar, o sea en el mundo mundano; porque le queda poco tiempo.

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Después de la visión de las dos Bestias, la del mar y la de la tierra, el poder político y el poder religioso a su servicio, San Juan contempla una portentosa señal:

Luego vi en el cielo otra señal grande y sorprendente: siete Ángeles, que llevaban siete plagas, las postreras, porque en ellas se consuma el furor de Dios. Y vi también como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie sobre el mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos designios.”

En el cántico del Cordero señalan los expositores un verdadero mosaico bíblico, inspirado en los Salmos, los Profetas y los libros históricos del Antiguo Testamento.

Comenta Monseñor Straubinger que el Apocalipsis tiene, en sus 404 versículos, 518 citas del Antiguo Testamento, y que llama la atención de los comentadores el hecho de que, no obstante la coincidencia de la escatología apocalíptica con la del Evangelio y las Epístolas, y haber escrito San Juan 30 años más tarde, no haya referencia expresa al Nuevo Testamento, ni a las instituciones eclesiásticas nacidas de él, ni a los diáconos, presbíteros u obispos de la Iglesia. Esto confirma, sin duda, su carácter estrictamente escatológico.

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Finalmente, San Juan asiste a la venida del Reyes de reyes en persona y contempla su triunfo, anunciado desde las primeras páginas del Libro Sagrado:

Entonces vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco: el que lo monta es el que se llama Fiel y Veraz; que juzga y combate con justicia. Sus ojos son llama de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas; lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él mismo; viste un manto empapado en sangre, y su nombre es: el Verbo de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos de finísimo lino blanco y puro, le siguen sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; él las regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores.

Fiel y veraz, el mismo Jesucristo, representación y poderío de Cristo Rey.

Cristo, Juez del mundo, vendrá como Rey a derrotar a sus enemigos. Su triunfo va a manifestarse ante todo contra el Anticristo, tal como nos lo anunciara San Pablo en el capítulo segundo de su segunda Carta a los Tesalonicenses.

La batalla final es el advenimiento triunfante de Jesucristo para juzgar al mundo, y representa la resolución definitiva de la secular lucha del Bien y del Mal en este mundo.

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Por lo tanto: Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.