ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Y
ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Al sexto mes fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres. Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El Ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. María respondió al Ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Era la hora de la oración; María, arrodillada, enviaba al Cielo el cántico y los perfumes de su hermosa alma... De pronto, del fondo luminoso de una nube, aparece una figura... Es un Ángel, el mensajero de las grandes noticias, el mismo que apareció a Daniel...
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...
Turbación de la Virgen...; palabras tranquilizadoras del Ángel: No temas, María; has hallado gracia delante de Dios; mira que has de concebir y dar a luz un Hijo. Lo llamarás Jesús. Este será grande, y su nombre el Hijo del Altísimo. El señor Dios lo pondrá en el trono de David su padre; y reinará en Jacob eternamente, pues su reino es sin fin.
María calla...
En este preciso momento el porvenir de la humanidad pende de sus labios... La Encarnación queda en suspenso...
Para que el plan divino se realice, es necesario el asentimiento de una mujer...
Nada de fuerza aquí por parte de Dios... Sólo propone...
Ciertos instantes de la vida, cortísimos momentos, pero decisivos, pueden abarcar un mundo de pensamientos...
María contempla con vasta mirada todo lo que le han manifestado los vaticinios y las luces divinas sobre el Mesías, su excelencia, sus grandezas, su muerte redentora...
Y este Mesías será su Hijo; y ella ha de vivir sus gozos y sus dolores; y no lo ha de recibir de Dios ese Hijo tan querido, más que para ofrecerlo ensangrentado a los hombres...
Alzando su rostro, dice: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra…
Y en el mismo instante se realizó el gran misterio de la Encarnación.
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Celebramos hoy el momento más sublime que vieron los siglos, el día en que la Justicia y la Paz se abrazaron, reconciliándose cielos y tierra.
Día de gloria fue para la Santísima Trinidad aquel dichoso 25 de marzo.
El Padre Eterno que hasta el presente miraba con horror a la humanidad, afeada por el pecado, depone hoy su ira, irradiando complacencia, pues se celebran las bodas de su Hijo con la humanidad.
De la tierra, que apenas exhalaba otra cosa que vapores pestilentes de pecado, recibe hoy un tributo de adoración capaz de apaciguar su cólera y aplacar su justicia; el tributo de valor infinito del Hombre-Dios.
El Hijo, al ofrecerse en el primer instante de su Encarnación al Padre como Víctima de propiciación, ve cumplidas sus ansias de estar con los hijos de los hombres y sus deseos de aplacar la Justicia divina y restaurar el desorden introducido en el mundo por el pecado.
El Espíritu Santo, al producir y derramarse hoy sobre la Sacratísima Humanidad de Cristo, da realidad plena a la fuerza expansiva de la Bondad divina, a la fuerza comunicativa que le impulsa a repartir sus dones entre las criaturas.
Las Tres divinas Personas intervinieron en el acto de la Encarnación. El Padre, enviando a su Hijo al mundo; el Hijo, tomando la naturaleza humana; el Espíritu Santo, prestando fecundidad al seno de una Virgen sin mancilla.
Del resplandor eterno que irradió este milagro, se llenaron los cielos de gloria, y los Ángeles entonaron a la beatísima Trinidad cantos nunca oídos, pequeño vislumbre del gozo que ese día inundó las alturas.
No permanezcamos callados mientras cantan las jerarquías angélicas. Desatemos nuestra lengua y alabemos al Padre por habernos dado a su Hijo; bendigamos al Hijo porque se dignó hacerse hermano nuestro, tomando nuestra naturaleza; glorifiquemos, en fin, al Espíritu Santo, como autor de este milagro excelso.
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Pero, especialmente, bendigamos y glorifiquemos al Hijo de Dios, al Verbo Encarnado, a Nuestro Señor Jesucristo...
A esa palabra breve y sencilla: Yo soy la esclava del Señor, respondió esta otra majestuosa, inmensa: El Verbo se hizo carne; y por el efecto de una palabra tan breve y sencilla, se realizo en un instante el prodigio majestuoso, inmenso.
¿Quién es, pues, este Dios Encarnado? ¿Quién es?... Escuchemos: En el principio, es decir, antes de todo principio, desde toda la eternidad, era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios...
Oh Verbo, Vos no sois sólo la imagen esplendorosa que reverbera las excelencias de Dios, vuestro Padre; no sois sólo la expresión sublime por la que se manifiestan todas las perfecciones de su ser; sois su substancia misma; sois personalmente tan eterno, tan infinito, tan adorable como Él...
Oh Verbo, con vuestro Padre, por amor y sin menoscabar vuestra riqueza, producís un Ser tan grande como Vos, el Espíritu Santo...
Y este nacimiento que recibís del Padre, y esta producción que obráis con Él, se prosiguen a través de la eternidad, siempre antiguas y siempre nuevas, fuente indeficiente de delicias...
Pues bien, mientras que yo contemplo este espectáculo que se manifiesta en las alturas del Cielo, veo de pronto al Verbo descender de esa gloria y venir a encerrarse en un cuerpo y un alma semejante al alma y cuerpo nuestros…
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Día de exultación fue también para María este santo día.
El Verbo del Padre celebra sus bodas con la humanidad, y como tálamo nupcial se escoge el seno de la Doncella purísima de Nazaret.
¿Podría concebirse dicha más inefable, honra más augusta, honor más sublime?
Una pura criatura es elevada a la alteza de Madre de Dios. ¿Cabe dignidad más excelsa?
Con razón la llama el Ángel en su embajada Bendita entre todas las mujeres, ya que el título de Madre de Dios que le transmitía, la colocaba en un lugar no ya preeminente, sino único entre los mortales.
Felicitemos con efusión a la Madre de Dios, sin temer excedernos en sus loores...
Nuestra balbuciente lengua no puede formar notas que suenen armónicamente en los oídos de tan gran Reina.
Pero el Ángel supo dictarnos un saludo, que nosotros hemos aprendido, y ese saludo repetiremos ahora con todo el fervor de nuestro corazón, como nuestra gratulación a la Virgen Santísima en fecha tan señalada: Dios Te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas la mujeres…
Oh María, Madre mía, aun no os aprecio en todo vuestro valor; no he medido todavía todo el alcance de vuestra intervención y papel; no he comprendido aún la importancia de este consentimiento necesario, solicitado por el Señor del Universo…
¡Cuánta honra la vuestra! ¡Cuán grande, vuestro poder! ¡Cuán dichoso me siento al conoceros tan grande, tan próxima a Dios, sobre un orden superior!…
Desde ahora os aprecio más y os amaré mucho más…
Sí, debemos admirar a María, y fomentar este sentimiento cuando recemos el Santo Rosario.
Hemos de recordar este misterio al recitar el Ave María y, sobre todo, al rezar el Ángelus.
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Finalmente, día también de gozo para la humanidad. El 25 de marzo es la fecha en que se reconcilió el mundo con Dios; desde este día el Padre ha de mirar con ojos de agrado a la naturaleza que cuenta entre sus hijos al Objeto de sus complacencias.
Hoy, el Hijo recibió del Padre la nueva orden de obrar nuestra salvación.
Hoy, saliendo de lo más alto del Cielo, se lanzó como gigante para correr su camino, y se encerró en el huerto del vientre virginal.
Hoy, descendió del Cielo la luz verdadera, para alejar y disipar nuestras tinieblas…
Hoy, fueron oídos y tuvieron su cumplimiento los clamores y deseos de los Patriarcas y Profetas...
Este día es el principio y el fundamento de nuestras solemnidades y el comienzo de todo nuestro bien.
Hoy, en fin, comienza la plenitud de los tiempos.
Dice San Buenaventura: “Ya ves cuan admirable es la obra de este día, y cuan festivo es este acontecimiento; todo él es deleitable, todo gozoso, todo deseable y digno de ser recibido con toda devoción, de ser celebrado con todo júbilo, con regocijo y saltos de alegría... Medita, pues, estos misterios, deléitate en ellos, y serás embriagada de placer”.
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Oh Dios, qué quisiste que tu Verbo tomase carne en el seno de la Santísima Virgen María, después de anunciárselo el Ángel; concede a nuestras humildes súplicas, que, pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti con su intercesión.