domingo, 2 de septiembre de 2012

Domingo 14 post Pentecostés


DECIMOCUARTO DOMINGO
DE PENTECOSTÉS


Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Por lo tanto os digo: No andéis afanados por vuestra alma qué comeréis, ni por vuestro cuerpo qué vestiréis. ¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros discurriendo puede añadir un codo a su estatura?
¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios así lo viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura.
Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta a cada día su propia aflicción.


En este pasaje evangélico, Nuestro Señor Jesucristo nos da una profunda lección sobre la confianza y abandono en la Divina Providencia.

Primero debemos comprender bien cuál sea la solicitud que Cristo nuestro Señor prohíbe en estas palabras. Para ello, tengamos en cuenta que puede ser viciosa por cuatro cosas:

1ª) por no ser de cosas necesarias para la vida o convenientes a su estado, sino superfluas y demasiadas, atesorando codiciosamente bienes de la tierra.

2ª) por ser antes de tiempo y oportunidad, tomando los cuidados que no pertenecen a este tiempo, sino a otro posterior, después de muchos días.

3ª) por ser desordenada en la intención o graduación de las cosas, buscando los bienes temporales primero que los espirituales, o con detrimento de ellos, o por malos medios, o con malos fines, o poniendo en ellos todo su fin y descanso.

4ª) por ser demasiadamente angustiada, aunque sea en cosas necesarias, porque tal congoja procede siempre de demasiada afición de las cosas temporales, y de poca fe en la divina providencia, como si Dios no tuviera cuidado de nosotros, y sólo nosotros hubiésemos de alcanzarlas.

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Agradezcamos la caridad de Nuestro Señor en prohibir esta demasía por nuestro interés y por librarnos del trabajo que anda con ella, y por esto dijo: Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta a cada día su propia aflicción.

Como si dijese: no os carguéis hoy de los trabajos y cuidados que para hoy no son necesarios; tomad hoy los propios de hoy, y mañana tomaréis los de mañana, y pues no sabéis lo que ha de ser mañana, ni si habrá mañana para vosotros, no toméis hoy el cuidado superfluo de lo que está por venir; dejad esto a la Divina Providencia, que abraza todos los tiempos, y en cada tiempo proveerá lo que por entonces conviniere.

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Por todo esto, no prohíbe Jesucristo la solicitud virtuosa, que procura las cosas presentes y previene las que están por venir con moderado cuidado, y se llama diligencia. Esta tiene otras cuatro condiciones contrarias a las sobredichas; es a saber:

1ª) ser de cosas necesarias o convenientes para el cuerpo o alma,

2ª) en su propio tiempo,

3ª) con orden en la intención y en el modo de buscarlas,

4ª) con moderada afición, sin turbación o congoja.


Esta diligencia no es contraria a la Providencia de Dios, sino efecto de ella, y medio o instrumento de que ella usa para alcanzar su fin.

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Consideramos ahora los motivos que tenemos para confiar en la Providencia: ¿Por ventura el alma no es más que la comida, y el cuerpo no es más que el vestido?

Esta sentencia encierra tres verdades admirables y muy provechosas:

1ª) Comida y vestido comprenden todas las riquezas y cosas preciosas del mundo, que se ordenan para sustento de la vida y adorno del cuerpo, y para nuestra habitación y recreación y pompa exterior.

2ª) Dios, por pura gracia, sin nuestros merecimientos y sin nuestra industria, nos dio el alma y cuerpo que tenemos; y por consiguiente, por disposición suya, después que Adán perdió la vestidura de la inocencia, estamos necesitados de manjar para conservar la vida y de vestido para cubrir la desnudez.

3ª) Quien nos dio lo que es más, podrá y querrá darnos lo que es mucho menos. Y Quien crió el alma y cuerpo, sabe, puede y quiere dar también aquello que es menos con que se remedia su necesidad; y la misma bondad que le movió a lo primero le moverá a lo segundo.


De esta doctrina de Nuestro Señor hemos de concluir que solamente debemos tomar lo que fuere conveniente para cuerpo y alma, dejando todo lo que redundare en daño suyo; porque sería intolerable error perder lo que es más por lo que es menos, perdiendo el alma o la del prójimo por adquirir lo que tan poco vale en respecto de ella.


Finalmente, tengamos en cuenta que al decir Dios Nuestro Señor que tiene providencia de nuestra comida y vestido, nos dice también que tiene la de todas las cosas que son necesarias para este sustento; y, por consiguiente, por su Providencia, vienen las lluvias, nieves y vientos, y todos los bienes temporales que ayudan a esto; y así, todos son beneficios de Dios y efectos del cuidado que tiene con nosotros, y si nos fiamos de Él y lo servimos, nos lo dará, pues nos dio lo que es más que todo ello.

Y en esta confianza hemos de perder la solicitud congojosa que nos da la falta de agua, o de viento, o de otra cosa de éstas, arrojando este cuidado en Dios, pues es propio suyo.

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No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas.

Esta sentencia nos prueba el gran deseo que tiene Jesucristo de que sus discípulos pierdan la demasiada solicitud de estas cosas temporales, fiados de que Dios tiene cuidado de ellos.

Y dos son las admirables razones que alega Nuestro Señor para quitar esta demasiada solicitud.

a) La primera es porque todas estas cosas las buscan las gentes del mundo; lo cual equivale decir que es propio de los que niegan la Divina Providencia, o al menos la niegan con las obras o por su corta confianza en ella.

b) La segunda razón manifiesta los tres divinos atributos en que se funda la confianza que debemos tener en su Providencia; es a saber:

- su sabiduría, a quien están manifiestas nuestras necesidades;

- su bondad, que quiere remediarlas por ser Padre,

- y su omnipotencia, que puede ejecutar el remedio.

Siendo esto así, es certísimo que con su providencia paternal proveerá de remedios para todas nuestras necesidades en el grado que nos conviene.

De donde debemos inferir una razón eficacísima para tener paz y consuelo en todo lo que pretendemos, diciendo: o esta cosa que deseo y pretendo me conviene, o no.

Si no me conviene (porque me ha de ser ocasión de daños de cuerpo y/o alma), no la quiero, y espero en Dios que, con su providencia, la impedirá.

Pero si me conviene, cierto estoy que con esta misma providencia me la dará, porque desea mi bien como Padre, y conoce el medio para dármela como sabio, y puede ponerla por obra como todopoderoso.

Con esta consideración quedaremos contentos con cualquier cosa que nos sucediere, cumpliéndose en nosotros lo que dice Salomón: Al justo no le entristecerá cualquier cosa que le suceda, porque sabe que todo viene trazado por la providencia de su Padre celestial.

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Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura.

En esta maravillosa sentencia se declara el orden que debemos tener en la pretensión de nuestras cosas para hacernos dignos de que la Divina Providencia mire por ellas.

Y porque cada palabra tiene especial misterio, consideremos cada una distintamente.

a) La primera es primum, primero, esto es, ante todas cosas y sobre todas las cosas, y en primer lugar, poniendo nuestro primer y principal cuidado en pretenderle, tomando esto por último fin de nuestras intenciones; de modo que ninguna otra cosa hemos de estimar más, ni tanto, ni mezclarla si es ajena de su grandeza.

b) Y no dice: Sed solícitos, sino quærite, buscad, porque la solicitud congojosa, aunque sea buscando este Reino, no agrada a Dios, como está dicho, por estar llena de dudas y desconfianzas de su Providencia.

c) La tercera palabra es regnum Dei, el Reino de Dios; esto es, el reino celestial y eterno, en el cual veremos a Dios y reinaremos con Él para siempre. Y esto sea en primer lugar, no sólo por ser bien nuestro, sino para que el mismo Dios reine en nosotros, y su reino se dilate por el mundo, y su Nombre sea santificado de todos.

d) Pero también hemos de buscar iustitiam eius, su justicia; esto es, la justicia de Dios o de su Reino, que nos hace justos, y abraza todas las virtudes y obras que son títulos y medios para alcanzar este Reino y ganar la corona de justicia.

Y con gran misterio Nuestro Señor no dijo: Buscad en primer lugar el Reino de Dios, y en segundo su justicia, sino juntamente dice que en primer lugar busquemos el uno y la otra, porque no se puede buscar el uno sin la otra; y quien dice que busca el Reino de Dios, si no busca también la justicia y santidad, se engaña a sí mismo; porque poco aprovecha desear ir al Cielo si no se ponen medios para ello.

Por cuanto, la Divina Providencia, como no quiere que seamos demasiadamente solícitos o congojosos, así tampoco no quiere que seamos flojos y descuidados.

e) La última palabra es et hæc omnia adiicientur vobis, y todas estas cosas se os darán por añadidura. En la cual Nuestro Señor, por modo de promesa, asegura a los que buscan primero su Reino y justicia, que tendrá especial providencia de ellos, y les proveerá de todas las cosas necesarias para la vida con más suavidad que a las gentes del mundo, que las buscan con tanta congoja.

Y así lo dice el Rey David: Los ricos tuvieron necesidad y hambre, pero los que buscan al Señor no carecerán de todo bien.

Es decir, aunque los que confían en sus riquezas, vendrán a tener falta de muchas cosas; sin embargo a los que buscan a Dios y en Él ponen su confianza, no les faltará bien alguno, espiritual o corporal, como sea bien para ellos. Y si alguna vez les faltare la comida o vestido del cuerpo, será por otro mayor bien del alma.

f) Pero no deja de tener misterio que Jesucristo no dijo: Buscad en segundo lugar estas cosas temporales… Porque aunque sea lícito buscarlas con cuidado moderado, no quiso decirlo, por alejarnos más de la solicitud que con ello se mezcla; y así, quien las busca ha de ser, como dice San Pablo, como si no las buscase, quitando toda turbación y ocasión de pecado.

Y buscarlas de esta manera es buscar la justicia del reino de Dios, pues Dios manda que pongamos los medios convenientes para buscar lo necesario para no morir.

g) Tampoco dijo Cristo nuestro Señor: Todas estas cosas se os darán, sino: añadirán, para que entendamos que no da Dios a los justos estas cosas temporales por premio principal de sus obras, sino por añadidura y como cosa muy accesoria, en cuanto son medio para vivir.

Y por la misma razón, hemos de tener por gran bajeza servirle por ellas, o pretenderlas por paga principal de nuestras obras, sino generosamente buscar la gloria de este Señor y de su Reino, dejando a su Providencia que añada lo que quisiere de lo temporal, mucho o poco, con determinación de servirle.

Y por este camino, no sólo no perderemos lo temporal, sino que, si nos conviene, lo acrecentaremos; porque quien sirve a Dios, tanto mayor interés alcanza cuanto menos interés propio pretende.

Por lo tanto, y conforme a aquello de Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará, sirvamos a Dios Nuestro Señor y aborrezcamos y despreciemos las riquezas.