DECIMOCUARTO DOMINGO
DE PENTECOSTÉS
Ninguno puede servir a dos señores,
porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro
despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Por lo tanto os digo: No andéis
afanados por vuestra alma qué comeréis, ni por vuestro cuerpo qué vestiréis.
¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo que no
siembran, ni siegan, ni amontonan en graneros; y vuestro padre celestial las
alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros
discurriendo puede añadir un codo a su estatura?
¿Y por qué andáis acongojados por el
vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os
digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos.
Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios así
lo viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
No os acongojéis, pues, diciendo:
¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los gentiles
se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de
todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas se os darán por añadidura.
Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el
día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta a cada día su propia aflicción.
En
este pasaje evangélico, Nuestro Señor Jesucristo nos da una profunda lección
sobre la confianza y abandono en la Divina Providencia.
Primero debemos comprender bien cuál sea la solicitud que Cristo
nuestro Señor prohíbe en estas palabras. Para ello, tengamos en cuenta que puede
ser viciosa por cuatro cosas:
1ª) por no ser de cosas necesarias para la vida o convenientes
a su estado, sino superfluas y demasiadas, atesorando codiciosamente bienes de
la tierra.
2ª) por ser antes de tiempo y oportunidad, tomando los
cuidados que no pertenecen a este tiempo, sino a otro posterior, después de
muchos días.
3ª) por ser desordenada en la intención o graduación de las
cosas, buscando los bienes temporales primero que los espirituales, o con detrimento
de ellos, o por malos medios, o con malos fines, o poniendo en ellos todo su
fin y descanso.
4ª) por ser demasiadamente angustiada, aunque sea en cosas
necesarias, porque tal congoja procede siempre de demasiada afición de las
cosas temporales, y de poca fe en la divina providencia, como si Dios no
tuviera cuidado de nosotros, y sólo nosotros hubiésemos de alcanzarlas.
+++
Agradezcamos la caridad de Nuestro Señor en prohibir esta demasía por
nuestro interés y por librarnos del trabajo que anda con ella, y por esto dijo:
Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí
mismo se traerá su cuidado: le basta a cada día su propia aflicción.
Como si dijese: no os carguéis hoy de los trabajos y cuidados que para
hoy no son necesarios; tomad hoy los propios de hoy, y mañana tomaréis los de
mañana, y pues no sabéis lo que ha de ser mañana, ni si habrá mañana para
vosotros, no toméis hoy el cuidado superfluo de lo que está por venir; dejad
esto a la Divina Providencia, que abraza todos los tiempos, y en cada tiempo
proveerá lo que por entonces conviniere.
+++
Por todo esto, no prohíbe Jesucristo la solicitud virtuosa, que procura
las cosas presentes y previene las que están por venir con moderado cuidado, y
se llama diligencia. Esta tiene otras cuatro condiciones contrarias a las sobredichas;
es a saber:
1ª) ser de cosas necesarias o convenientes para el cuerpo o
alma,
2ª) en su propio tiempo,
3ª) con orden en la intención y en el modo de buscarlas,
4ª) con moderada afición, sin turbación o congoja.
Esta diligencia no es contraria a la Providencia de Dios, sino efecto
de ella, y medio o instrumento de que ella usa para alcanzar su fin.
+++
Consideramos ahora los motivos que tenemos para confiar en la Providencia:
¿Por ventura el alma no es más que la comida, y el cuerpo no es más que el
vestido?
Esta sentencia encierra tres verdades admirables y muy provechosas:
1ª) Comida y vestido comprenden todas las riquezas y cosas
preciosas del mundo, que se ordenan para sustento de la vida y adorno del
cuerpo, y para nuestra habitación y recreación y pompa exterior.
2ª) Dios, por pura gracia, sin nuestros merecimientos y sin
nuestra industria, nos dio el alma y cuerpo que tenemos; y por consiguiente,
por disposición suya, después que Adán perdió la vestidura de la inocencia,
estamos necesitados de manjar para conservar la vida y de vestido para cubrir
la desnudez.
3ª) Quien nos dio lo que es más, podrá y querrá darnos lo que
es mucho menos. Y Quien crió el alma y cuerpo, sabe, puede y quiere dar también
aquello que es menos con que se remedia su necesidad; y la misma bondad que le
movió a lo primero le moverá a lo segundo.
De esta doctrina de Nuestro Señor hemos de concluir que solamente debemos
tomar lo que fuere conveniente para cuerpo y alma, dejando todo lo que
redundare en daño suyo; porque sería intolerable error perder lo que es más por
lo que es menos, perdiendo el alma o la del prójimo por adquirir lo que tan
poco vale en respecto de ella.
Finalmente, tengamos en cuenta que al decir Dios Nuestro Señor que
tiene providencia de nuestra comida y vestido, nos dice también que tiene la de
todas las cosas que son necesarias para este sustento; y, por consiguiente, por
su Providencia, vienen las lluvias, nieves y vientos, y todos los bienes
temporales que ayudan a esto; y así, todos son beneficios de Dios y efectos del
cuidado que tiene con nosotros, y si nos fiamos de Él y lo servimos, nos lo
dará, pues nos dio lo que es más que todo ello.
Y en esta confianza hemos de perder la solicitud congojosa que nos da
la falta de agua, o de viento, o de otra cosa de éstas, arrojando este cuidado
en Dios, pues es propio suyo.
+++
No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o
con qué nos cubriremos? Porque los gentiles se afanan por estas cosas, y
vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas.
Esta sentencia nos prueba el gran deseo que tiene Jesucristo de que sus
discípulos pierdan la demasiada solicitud de estas cosas temporales, fiados de
que Dios tiene cuidado de ellos.
Y dos son las admirables razones que alega Nuestro Señor para quitar
esta demasiada solicitud.
a) La primera es porque todas estas cosas las buscan las gentes
del mundo; lo cual equivale decir que es propio de los que niegan la Divina Providencia,
o al menos la niegan con las obras o por su corta confianza en ella.
b) La segunda razón manifiesta los tres divinos atributos en
que se funda la confianza que debemos tener en su Providencia; es a saber:
- su sabiduría, a quien están manifiestas nuestras
necesidades;
- su bondad, que quiere remediarlas por ser Padre,
- y su omnipotencia, que puede ejecutar el remedio.
Siendo esto así, es certísimo que con su providencia paternal proveerá
de remedios para todas nuestras necesidades en el grado que nos conviene.
De donde debemos inferir una razón eficacísima para tener paz y
consuelo en todo lo que pretendemos, diciendo: o esta cosa que deseo y pretendo
me conviene, o no.
Si no me conviene (porque me ha de ser ocasión de daños de cuerpo y/o
alma), no la quiero, y espero en Dios que, con su providencia, la impedirá.
Pero si me conviene, cierto estoy que con esta misma providencia me la
dará, porque desea mi bien como Padre, y conoce el medio para dármela como
sabio, y puede ponerla por obra como todopoderoso.
Con esta consideración quedaremos contentos con cualquier cosa que nos
sucediere, cumpliéndose en nosotros lo que dice Salomón: Al justo no le entristecerá
cualquier cosa que le suceda, porque sabe que todo viene trazado por la providencia de
su Padre celestial.
+++
Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas
se os darán por añadidura.
En esta maravillosa sentencia se declara el orden que debemos tener en
la pretensión de nuestras cosas para hacernos dignos de que la Divina Providencia
mire por ellas.
Y porque cada palabra tiene especial misterio, consideremos cada una distintamente.
a) La primera es primum, primero, esto es, ante todas cosas
y sobre todas las cosas, y en primer lugar, poniendo nuestro primer y principal
cuidado en pretenderle, tomando esto por último fin de nuestras intenciones; de
modo que ninguna otra cosa hemos de estimar más, ni tanto, ni mezclarla si es
ajena de su grandeza.
b) Y no dice: Sed solícitos, sino quærite, buscad, porque la solicitud
congojosa, aunque sea buscando este Reino, no agrada a Dios, como está dicho,
por estar llena de dudas y desconfianzas de su Providencia.
c) La tercera palabra es regnum Dei, el Reino de Dios; esto es, el reino
celestial y eterno, en el cual veremos a Dios y reinaremos con Él para siempre.
Y esto sea en primer lugar, no sólo por ser bien nuestro, sino para que el
mismo Dios reine en nosotros, y su reino se dilate por el mundo, y su Nombre
sea santificado de todos.
d) Pero también hemos de buscar iustitiam eius, su justicia; esto es, la justicia de
Dios o de su Reino, que nos hace justos, y abraza todas las virtudes y obras
que son títulos y medios para alcanzar este Reino y ganar la corona de justicia.
Y con gran misterio Nuestro Señor no dijo: Buscad en primer lugar el Reino
de Dios, y en segundo su justicia, sino juntamente dice que en primer lugar busquemos
el uno y la otra, porque no se puede buscar el uno sin la otra; y quien dice
que busca el Reino de Dios, si no busca también la justicia y santidad, se engaña
a sí mismo; porque poco aprovecha desear ir al Cielo si no se ponen medios para
ello.
Por cuanto, la Divina Providencia, como no quiere que seamos demasiadamente
solícitos o congojosos, así tampoco no quiere que seamos flojos y descuidados.
e) La última palabra es et hæc omnia adiicientur vobis, y todas estas cosas se
os darán por añadidura. En la cual Nuestro Señor, por modo de promesa, asegura a
los que buscan primero su Reino y justicia, que tendrá especial providencia de
ellos, y les proveerá de todas las cosas necesarias para la vida con más
suavidad que a las gentes del mundo, que las buscan con tanta congoja.
Y así lo dice el Rey David: Los ricos tuvieron necesidad y hambre,
pero los que buscan al Señor no carecerán de todo bien.
Es decir, aunque los que confían en sus riquezas, vendrán a tener falta
de muchas cosas; sin embargo a los que buscan a Dios y en Él ponen su confianza,
no les faltará bien alguno, espiritual o corporal, como sea bien para ellos. Y
si alguna vez les faltare la comida o vestido del cuerpo, será por otro mayor
bien del alma.
f) Pero no deja de tener misterio que Jesucristo no dijo: Buscad
en segundo lugar estas cosas temporales… Porque aunque sea lícito buscarlas con
cuidado moderado, no quiso decirlo, por alejarnos más de la solicitud que con
ello se mezcla; y así, quien las busca ha de ser, como dice San Pablo, como
si no las buscase, quitando toda turbación y ocasión de pecado.
Y buscarlas de esta manera es buscar la justicia del reino de Dios, pues Dios manda que pongamos
los medios convenientes para buscar lo necesario para no morir.
g) Tampoco dijo Cristo nuestro Señor: Todas estas cosas se
os darán,
sino: añadirán, para que entendamos que no da Dios a los justos estas cosas
temporales por premio principal de sus obras, sino por añadidura y como cosa
muy accesoria, en cuanto son medio para vivir.
Y por la misma razón, hemos de tener por gran bajeza servirle por ellas,
o pretenderlas por paga principal de nuestras obras, sino generosamente buscar la
gloria de este Señor y de su Reino, dejando a su Providencia que añada lo que
quisiere de lo temporal, mucho o poco, con determinación de servirle.
Y por este camino, no sólo no perderemos lo temporal, sino que, si nos
conviene, lo acrecentaremos; porque quien sirve a
Dios, tanto mayor interés alcanza cuanto menos interés propio pretende.
Por lo tanto, y conforme a aquello de Ninguno
puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al
uno sufrirá y al otro despreciará,
sirvamos a Dios Nuestro Señor y aborrezcamos y despreciemos las riquezas.