DECIMOTERCER DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Y aconteció que yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por
medio de Samaria y de Galilea. Y entrando en una aldea, salieron a Él diez
hombres leprosos, que se pararon de lejos. Y alzaron la voz diciendo: Jesús,
maestro, ten misericordia de nosotros. Y cuando los vio,
dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció, que
mientras iban quedaron limpios. Y uno de ellos cuando vio que había quedado
limpio volvió glorificando a Dios a grandes voces. Y se postró en tierra a los
pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano. Y respondió Jesús, y
dijo: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde
están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo:
Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo.
Uno de ellos volvió glorificando a Dios… Causa admiración la
actitud de los nueve leprosos que, luego de curados, no se dignaron volver a
reconocer tamaño beneficio.
Aquí hay mucho más que ese egoísmo, tan arraigado en nuestra
naturaleza, que nos hace acudir a Dios cuando la necesidad nos acucia; pero lo olvidamos
una vez recibido el beneficio…
Se trata de una falta contra la fe; tan fea y abominable a los ojos de
Dios, que al propio Jesús le arranca frases de amarga queja: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y
los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino
este extranjero?
Los nueve faltantes tuvieron confianza en Jesús, pero no creyeron en
su divinidad.
El agradecido era un samaritano, que no practicaba la fe verdadera… Y,
sin embargo, termina confesando y profesando la divinidad de Nuestro Señor por
medio de un acto de adoración: Y se postró en
tierra a los pies de Jesús…
Mientras los otros nueve están junto al sacerdote de la
Antigua Ley…, este neófito está postrado ante el Hijo de Dios, verdadero
Mesías, autor del Nuevo y Eterno Testamento...
Y Nuestro Señor le dijo: Levántate,
vete, que tu fe te ha hecho salvo.
Por esta razón, como particular gracia de esta semana, pide la Iglesia
en la colecta un aumento de fe, junto con la esperanza y la caridad: Omnipotente y
sempiterno Dios, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; y a fin
de que merezcamos obtener tus promesas, haz que amemos lo que nos mandas.
Aumento de la virtud de Fe... Leproso... Milagro de Cristo... Lepra
espiritual... Pérdida de la Fe...
Temas más que interesantes e importantes, máxime en estos momentos...
Daremos algunas indicaciones que sirvan de meditación y proporcionen
materia para buenas resoluciones.
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Ante todo, debemos preguntarnos si las virtudes, particularmente la
virtud de Fe, pueden aumentar.
Santo Tomas nos enseña que, si se considera la virtud por parte del
sujeto que la participa, la virtud puede ser mayor o menor, bien en el mismo
sujeto en tiempos diversos, bien en distintos sujetos, porque uno está mejor
dispuesto que otro, ya sea por la mayor costumbre, ya sea por la mejor
disposición de la naturaleza, o por la mayor perspicacia del juicio de la
razón, o también por el mayor don de gracia concedido a cada uno.
Aplicando esto a la virtud de la Fe, Santo Tomás dice que al ser el
objeto formal de la fe único y simple, es decir, la Verdad primera, la fe no se
diversifica en los creyentes, sino que es específicamente una en todos.
Pero como las verdades materialmente propuestas para creer son muchas,
y se las puede acoger más o menos explícitamente, bajo este aspecto puede uno
creer explícitamente más cosas que otro, en cuyo caso puede ser también mayor
la fe en el sentido de un mayor desarrollo de su objeto.
Considerando la fe según la participación en el sujeto, se ofrece la
desigualdad de dos maneras, porque el acto de fe procede del entendimiento (es
el que asiente a las verdades reveladas) y de la voluntad (es la que impone ese
asentimiento a la inteligencia).
Se puede, por lo tanto, decir que la fe es mayor en uno que en otro:
— sea por parte del entendimiento, a causa de su mayor certeza y
firmeza en el asentimiento;
— sea por parte de la voluntad, a causa de su mayor prontitud,
entrega y confianza con que impera a la inteligencia para que asienta.
Si aplicamos toda esta doctrina a nuestros nueve leprosos que permanecieron
en la Antigua Ley y al que adhirió al verdadero Mesías, resultan muchos puntos
de extremo interés... Dejo esa aplicación a vuestro cargo...
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Viniendo ahora a los leprosos del Evangelio, debeos saber que de los
sacramentos de la antigua ley, unos pertenecían a la santificación general del
pueblo, otros a la especial de los ministros del culto.
A unos y a otros se exigía la remoción de aquellas cosas que impedían
acercarse al culto divino, a saber, las impurezas.
Y así se habían instituido ciertos ritos para purificar al pueblo de
ciertas impurezas exteriores y para expiar los pecados, y asimismo la ablución
de las manos y pies y la rasura del pelo de los sacerdotes y levitas.
Todos estos ritos tenían sus causas racionales, según que se ordenaban
al culto de Dios para aquel tiempo; y las tenían figurativas, en cuanto se
ordenaban a figurar a Cristo.
Ahora bien, del culto exterior alejaban a los hombres ciertas
inmundicias corporales; en primer lugar, de los hombres, y luego, de los
animales, de los vestidos, de las casas y vasos.
En los hombres se reputaba inmundicia algo proveniente de los mismos
hombres y también algo que provenía del contacto con las cosas inmundas.
Se reputaba inmundicia en los hombres cuanto estaba corrompido o
expuesto a corrupción. Y como la muerte es corrupción, el cadáver se
consideraba como inmundo. Igualmente, la lepra, que nace de la corrupción de
los humores que brotan al exterior e infectan a otros, hace al leproso inmundo.
Asimismo, los hombres contraían impureza por el contacto con ciertas
cosas impuras.
Todas estas impurezas tenían razón literal y figurativa.
La razón literal era la reverencia de cuanto pertenece al culto
divino, ya porque los hombres no suelen tocar las cosas preciosas cuando están
manchados, ya porque la dificultad de acercarse a las cosas sagradas hacía a
éstas más venerables.
Como los, hombres raras veces pudieran estar exentos de semejantes
impurezas, raras veces podían acercarse a las cosas santas del culto divino; y
así, cuando se acercaban, lo hacían con más reverencia y humildad de corazón.
Había también en algunos de estos casos otra razón literal: que los
hombres, por asco de algunos enfermos y temor del contagio, por ejemplo, de los
leprosos, temiesen acercarse al culto divino.
En otros casos, era la razón de evitar el culto idolátrico, pues los
gentiles en los ritos de sus sacrificios usaban a veces de la sangre humana y
del semen.
Todas estas impurezas se purificaban, o por sola la aspersión del agua;
o, si eran mayores, por algún sacrificio expiatorio del pecado de que tales
flaquezas provenían.
La razón figurativa de estas impurezas era que por ellas se significaban
diversos pecados.
En efecto, la impureza de los cadáveres significa la del pecado, que es
muerte del alma.
La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya
porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina
hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso
aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana.
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En cuanto a las ceremonias instituidas para la purificación del leproso,
no se ordenaban a curar la impureza de la lepra, pues no se aplicaban sino a
los ya curados de dicha enfermedad.
La lepra ya estaba curada, pero la purificación significaba que, por el
juicio del sacerdote, el sanado era restituido a la sociedad humana y al culto
divino.
Semejante purificación del leproso tenía dos partes: primero, se emitía
el juicio sobre su limpieza; luego, como ya limpio, era restituido a la
sociedad de los hombres y al culto divino.
Esto se hacía pasados siete días.
En la primera purificación ofrecía por sí el leproso curado dos
pájaros, un trozo de cedro, un hilo de púrpura e hisopo, de este modo
dispuestos: con el hilo de púrpura se ataba un pájaro al trozo de cedro y al
hisopo, de tal manera que el cedro hacía de mango, y el hisopo y el pájaro, de
aspersorio, que se mojaba en la sangre del otro pájaro inmolado en agua limpia.
El leproso ofrecía estas cuatro cosas contra los cuatro defectos de la
lepra:
— contra la podredumbre, ofrecía el cedro, que es árbol
incorruptible;
— contra el hedor, el hisopo, que es hierba odorífera;
— contra la insensibilidad, el pájaro vivo;
— contra la fealdad del color, el hilo de púrpura, que tiene
color vivo.
El pájaro vivo se dejaba libre porque el leproso era restituido a su
antigua libertad.
Al octavo día era admitido al culto divino y restituido a la sociedad
de los hombres, aunque primero debía raer el pelo de todo su cuerpo y lavarse
los vestidos, porque la lepra corroe el pelo e infecta los vestidos,
volviéndolos fétidos.
Después ofrecía un sacrificio por su delito, porque muchas veces la lepra
tiene un origen pecaminoso.
Con la sangre del sacrificio se mojaba el extremo de la oreja del que
se purificaba y los pulgares derechos de la mano y del pie, porque en estas
partes es donde la lepra se conoce y se padece primero.
Se añadían a este rito tres líquidos: la sangre, contra la corrupción
de la sangre; el aceite, para designar la curación del mal, y el agua limpia,
para limpiar la suciedad.
La razón figurativa de estos ritos era ésta:
— Por los dos pájaros se significaban la divinidad y humanidad de
Cristo. De aquéllos, uno, la humanidad, era inmolado en una vasija de barro con
agua limpia, pues por la Pasión de Cristo fueron consagradas las aguas del Bautismo;
el otro, que representa la divinidad impasible, quedaba vivo, porque la
divinidad no puede morir.
Se le echaba a volar porque la divinidad no estaba sujeta a la Pasión.
— Y este pájaro vivo, junto con el trozo de cedro, el hisopo y el
hilo de púrpura, es decir, la fe, la esperanza, y la caridad, era mojado en
agua para asperjar, porque somos bautizados en la fe de Cristo Dios y hombre.
— Con las aguas del bautismo y las lágrimas limpia el hombre sus
vestidos, es decir, sus obras, y también su vello, esto es, sus pensamientos.
— Se moja el extremo de la oreja derecha del que se purifica con
la sangre y el aceite para preservar su oído contra las palabras corruptoras;
los pulgares de la mano y del pie derechos, para que sus acciones sean santas.
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Ante la pregunta: ¿debió Cristo hacer milagros? Santo Tomás responde:
Dios concede al hombre el poder de hacer milagros por dos motivos.
Primero, y principalmente, para confirmar la verdad que uno enseña.
Porque, al exceder las cosas de la fe la capacidad humana, no pueden probarse
con razones humanas, sino que es necesario probarlas con argumentos del poder
divino, a fin de que, haciendo uno las obras que solamente puede hacer Dios,
crean que viene de Dios lo que se enseña.
Segundo, para mostrar la presencia de Dios en el hombre por la gracia
del Espíritu Santo, de modo que, al realizar el hombre las obras de Dios, se
crea que el propio Dios habita en él por la gracia.
Y ambas cosas debían ser manifestadas a los hombres acerca de Cristo, a
saber: Que Dios estaba en Él por la gracia, no de adopción sino de unión, y que
su doctrina sobrenatural provenía de Dios.
Y por estos motivos fue convenientísimo que hiciera milagros.
Como era preciso que se creyese que Jesucristo procede del Padre y que
es igual a Él, para mostrar ambas cosas, unas veces hacía los milagros con su
poder, y otras mediante la oración.
En las cosas de poco relieve, por ejemplo la multiplicación de los
panes, mira al Cielo; y en las de mayor trascendencia, que sólo dependen de
Dios, obra con su poder, por ejemplo, cuando perdonó los pecados, o resucitó
los muertos.
Por otra parte, los milagros hechos por Cristo eran suficientes para
dar a conocer su divinidad, por tres motivos:
— Primero, por la calidad de las obras, que superaban todo el
alcance del poder creado y, en consecuencia, no podían ser hechas más que por
el poder divino.
— Segundo, por el modo de hacer los milagros, puesto que los
realizaba como con poder propio, y no orando, como los otros. Por esto se dice
en San Lucas que salía de Él una fuerza que sanaba a todos. Con lo cual se
demuestra, como dice San Cirilo, que no recibía ningún poder ajeno, sino que
manifestaba su propia virtud divina sobre los enfermos.
— Tercero, por la misma doctrina con la que se declaraba Dios, la
cual, de no ser verdadera, no hubiera sido confirmada por milagros hechos con
el poder divino.
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¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y
los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino
este extranjero?
Decíamos al comienzo: Aumento de la virtud de Fe... Leproso... Milagro
de Cristo... Lepra espiritual... Pérdida de la Fe...
Temas más que interesantes e importantes, máxime en estos momentos...
Hemos dado algunas indicaciones para que sirvan de meditación.
Para terminar, proporcionemos materia para buenas resoluciones...
La Iglesia Conciliar se apresta a conmemorar el quincuagésimo
aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II.
¡Triste aniversario!
¿Cómo puede celebrarse un Concilio cuando, cincuenta después, se ven
los resultados de su aplicación por los Obispos que participaron y sus
sucesores?
¿Cómo celebrar este evento a menos de ser ciego respecto de la ruptura
que ha introducido en la vida de la Iglesia?
Vaticano II aparece en ruptura radical con la Tradición católica.
Mientras que la Tradición está centrada en Dios, su alabanza y su
servicio, el Concilio ha sentado las bases de una nueva religión,
principalmente destinada a exaltar la persona humana y para lograr la unidad de
la humanidad fuera de Cristo y contra Cristo.
El Concilio Vaticano II, constituye, pues, un escándalo. Escandaliza...
provoca lepra espiritual, sale de la herejía y conduce a la herejía..., hace
perder la Fe...
¿Cómo se puede guardar silencio ante esto?
Las mismas autoridades de la Tradición guardan silencio... Ya hemos
leído u oído las declaraciones del Primer Asistente de la nueva FSSPX:
“Nos damos cuenta en la carta del 16
de marzo que quieren excomulgarnos porque rechazamos al Romano Pontífice,
porque rechazamos el Magisterio tal como existe. Y es injusto, no es nuestra
posición.
Es por eso el Monseñor Fellay
respondió... nosotros hemos respondido... Hemos dado una Declaración
Doctrinal el 15 de abril.
Se debe entender: Si somos..., si este Papa
no es Papa, si no hay más Magisterio, como dicen, por ejemplo, los
sedevacantistas. Dicen: después de nosotros, el diluvio…
Pero
si el Papa es el Papa. Si se reconoce el Papa, que es Benedicto XVI, ¿se puede
rechazar un acto legítimo del Papa, como dicen?; ¿se tiene el derecho, si el
Papa dice: erijo esta Prelatura, os doy esta etiqueta, ustedes son
católicos, podemos negamos si él es Papa? ¡Esa es la cuestión!
Se
nos reprocha, incluso sacerdotes: es necesario hacer una Profesión de Fe, es
necesario ahora enumerar todos los errores del Concilio. Por supuesto, se
trataría de una declaración de guerra.
Pero
no es esto lo que Roma quiere saber. Roma quiere saber: Para ustedes, ¿el
Papa es Papa? Para ustedes, ¿hay todavía un magisterio, por lo tanto, una
autoridad en la Iglesia, o es que desde 1962, o no sé desde
cuándo, no hay más Iglesia visible?
Si
Monseñor Williamson dice en su blog: la Iglesia de Benedicto XVI no es la
Iglesia Católica; si se dice que no hay más Magisterio, que ese
Concilio Vaticano II no es un Concilio porque él quiso ser sólo un Concilio
pastoral; o si se dice: todas estas personas son modernistas; o si se dice: han
perdido la fe..., se entiende bien que para Roma esto da la
impresión: pero son sedevacantistas, para ellos no hay Papa...
Y
es esto lo que preguntaban en esta carta del 16 de marzo.
Si
se hace una Confesión de Fe, es muy bonito, pero no es esto lo que Roma quiere
saber.
No
quieren saber lo que criticamos del Concilio; quieren saber: ¿aceptan
ustedes aún al Papa, o no? ¿Este Papa es Papa, sí o no? ¿Existe todavía un Magisterio,
es decir, una enseñanza? ¿Existe una autoridad del Papa, de los Obispos?
Se
ha simplificado un poco en los últimos años ─lo siento,
pero es claro─, se ha simplificado en nuestros
Boletines, en nuestra predicación, al menos ciertamente algunos de nosotros…
Se
ha simplificado diciendo: se reniega, se rechaza todo el Concilio. ¿Qué
significa esto? Este Papa, perdió la fe. ¿Qué significa esto?
Ellos
hicieron en los últimos diez años un poco un superdogma del Concilio; y
nosotros, ahora hacemos de él un poco una superherejía”.
Es necesario recordar y aplicar aquí la regla dada por San Gregorio
Magno, y citada por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica: si de la
verdad se origina el escándalo, es preferible mantener el escándalo antes que
abandonar la verdad.
Algunas personas (hoy algunos Superiores..., decimos nosotros)
argumentan que hay que concentrarse en las doctrinas verdaderas, sin tratar los
errores que las distorsionar o contradicen; de este modo se podrían evitar
polémicas innecesarias y una oposición directa a la jerarquía de la Iglesia.
Pero, al no oponerse abiertamente al error, se le da crédito.
No resistir el error, es aprobarlo; y la Verdad es oprimida
cuando es defendida débilmente, decía el Papa Inocencio III.
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Para concluir, tengamos en cuenta estas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre,
del 26 de marzo de 1961:
La
corrupción de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres... el
escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores.
Ellos se difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros.
Por
eso el deber más urgente de sus pastores –que deben enseñarles la verdad–
es diagnosticarles las enfermedades del espíritu, que son los errores.
La
Iglesia no deja de enseñar la verdad y de señalar, por eso mismo, el error.
Pero,
¡desgraciadamente!, hay que reconocer que muchos espíritus, aun entre los
fieles, o no se preocupan de instruirse de las verdades o cierran los oídos a
las advertencias.
Y,
¿cómo no deplorar – como lo hacía ya San Pablo – que algunos de
aquellos que han recibido la misión de predicar la verdad no tienen más el
ánimo de proclamarla, o la presentan de manera tan equívoca que no se sabe más
dónde se encuentra el límite entre la verdad y el error?