domingo, 26 de agosto de 2012

Domingo 13º de Pentecostés


DECIMOTERCER DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Y aconteció que yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por medio de Samaria y de Galilea. Y entrando en una aldea, salieron a Él diez hombres leprosos, que se pararon de lejos. Y alzaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten misericordia de nosotros. Y cuando los vio, dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció, que mientras iban quedaron limpios. Y uno de ellos cuando vio que había quedado limpio volvió glorificando a Dios a grandes voces. Y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano. Y respondió Jesús, y dijo: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo.


Uno de ellos volvió glorificando a Dios… Causa admiración la actitud de los nueve leprosos que, luego de curados, no se dignaron volver a reconocer tamaño beneficio.

Aquí hay mucho más que ese egoísmo, tan arraigado en nuestra naturaleza, que nos hace acudir a Dios cuando la necesidad nos acucia; pero lo olvidamos una vez recibido el beneficio…

Se trata de una falta contra la fe; tan fea y abominable a los ojos de Dios, que al propio Jesús le arranca frases de amarga queja: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero?

Los nueve faltantes tuvieron confianza en Jesús, pero no creyeron en su divinidad.

El agradecido era un samaritano, que no practicaba la fe verdadera… Y, sin embargo, termina confesando y profesando la divinidad de Nuestro Señor por medio de un acto de adoración: Y se postró en tierra a los pies de Jesús

Mientras los otros nueve están junto al sacerdote de la Antigua Ley…, este neófito está postrado ante el Hijo de Dios, verdadero Mesías, autor del Nuevo y Eterno Testamento...

Y Nuestro Señor le dijo: Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo.

Por esta razón, como particular gracia de esta semana, pide la Iglesia en la colecta un aumento de fe, junto con la esperanza y la caridad: Omnipotente y sempiterno Dios, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; y a fin de que merezcamos obtener tus promesas, haz que amemos lo que nos mandas.

Aumento de la virtud de Fe... Leproso... Milagro de Cristo... Lepra espiritual... Pérdida de la Fe...

Temas más que interesantes e importantes, máxime en estos momentos...

Daremos algunas indicaciones que sirvan de meditación y proporcionen materia para buenas resoluciones.

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Ante todo, debemos preguntarnos si las virtudes, particularmente la virtud de Fe, pueden aumentar.

Santo Tomas nos enseña que, si se considera la virtud por parte del sujeto que la participa, la virtud puede ser mayor o menor, bien en el mismo sujeto en tiempos diversos, bien en distintos sujetos, porque uno está mejor dispuesto que otro, ya sea por la mayor costumbre, ya sea por la mejor disposición de la naturaleza, o por la mayor perspicacia del juicio de la razón, o también por el mayor don de gracia concedido a cada uno.

Aplicando esto a la virtud de la Fe, Santo Tomás dice que al ser el objeto formal de la fe único y simple, es decir, la Verdad primera, la fe no se diversifica en los creyentes, sino que es específicamente una en todos.

Pero como las verdades materialmente propuestas para creer son muchas, y se las puede acoger más o menos explícitamente, bajo este aspecto puede uno creer explícitamente más cosas que otro, en cuyo caso puede ser también mayor la fe en el sentido de un mayor desarrollo de su objeto.

Considerando la fe según la participación en el sujeto, se ofrece la desigualdad de dos maneras, porque el acto de fe procede del entendimiento (es el que asiente a las verdades reveladas) y de la voluntad (es la que impone ese asentimiento a la inteligencia).

Se puede, por lo tanto, decir que la fe es mayor en uno que en otro:

— sea por parte del entendimiento, a causa de su mayor certeza y firmeza en el asentimiento;

— sea por parte de la voluntad, a causa de su mayor prontitud, entrega y confianza con que impera a la inteligencia para que asienta.

Si aplicamos toda esta doctrina a nuestros nueve leprosos que permanecieron en la Antigua Ley y al que adhirió al verdadero Mesías, resultan muchos puntos de extremo interés... Dejo esa aplicación a vuestro cargo...

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Viniendo ahora a los leprosos del Evangelio, debeos saber que de los sacramentos de la antigua ley, unos pertenecían a la santificación general del pueblo, otros a la especial de los ministros del culto.

A unos y a otros se exigía la remoción de aquellas cosas que impedían acercarse al culto divino, a saber, las impurezas.

Y así se habían instituido ciertos ritos para purificar al pueblo de ciertas impurezas exteriores y para expiar los pecados, y asimismo la ablución de las manos y pies y la rasura del pelo de los sacerdotes y levitas.

Todos estos ritos tenían sus causas racionales, según que se ordenaban al culto de Dios para aquel tiempo; y las tenían figurativas, en cuanto se ordenaban a figurar a Cristo.

Ahora bien, del culto exterior alejaban a los hombres ciertas inmundicias corporales; en primer lugar, de los hombres, y luego, de los animales, de los vestidos, de las casas y vasos.

En los hombres se reputaba inmundicia algo proveniente de los mismos hombres y también algo que provenía del contacto con las cosas inmundas.

Se reputaba inmundicia en los hombres cuanto estaba corrompido o expuesto a corrupción. Y como la muerte es corrupción, el cadáver se consideraba como inmundo. Igualmente, la lepra, que nace de la corrupción de los humores que brotan al exterior e infectan a otros, hace al leproso inmundo.

Asimismo, los hombres contraían impureza por el contacto con ciertas cosas impuras.

Todas estas impurezas tenían razón literal y figurativa.

La razón literal era la reverencia de cuanto pertenece al culto divino, ya porque los hombres no suelen tocar las cosas preciosas cuando están manchados, ya porque la dificultad de acercarse a las cosas sagradas hacía a éstas más venerables.

Como los, hombres raras veces pudieran estar exentos de semejantes impurezas, raras veces podían acercarse a las cosas santas del culto divino; y así, cuando se acercaban, lo hacían con más reverencia y humildad de corazón.

Había también en algunos de estos casos otra razón literal: que los hombres, por asco de algunos enfermos y temor del contagio, por ejemplo, de los leprosos, temiesen acercarse al culto divino.

En otros casos, era la razón de evitar el culto idolátrico, pues los gentiles en los ritos de sus sacrificios usaban a veces de la sangre humana y del semen.

Todas estas impurezas se purificaban, o por sola la aspersión del agua; o, si eran mayores, por algún sacrificio expiatorio del pecado de que tales flaquezas provenían.

La razón figurativa de estas impurezas era que por ellas se significaban diversos pecados.

En efecto, la impureza de los cadáveres significa la del pecado, que es muerte del alma.

La impureza de la lepra es la impureza de la doctrina heretical, ya porque la herejía es contagiosa como la lepra, ya porque ninguna falsa doctrina hay que no lleve alguna verdad mezclada, como también en el cuerpo del leproso aparecen manchas de lepra en medio de la carne sana.

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En cuanto a las ceremonias instituidas para la purificación del leproso, no se ordenaban a curar la impureza de la lepra, pues no se aplicaban sino a los ya curados de dicha enfermedad.

La lepra ya estaba curada, pero la purificación significaba que, por el juicio del sacerdote, el sanado era restituido a la sociedad humana y al culto divino.

Semejante purificación del leproso tenía dos partes: primero, se emitía el juicio sobre su limpieza; luego, como ya limpio, era restituido a la sociedad de los hombres y al culto divino.

Esto se hacía pasados siete días.

En la primera purificación ofrecía por sí el leproso curado dos pájaros, un trozo de cedro, un hilo de púrpura e hisopo, de este modo dispuestos: con el hilo de púrpura se ataba un pájaro al trozo de cedro y al hisopo, de tal manera que el cedro hacía de mango, y el hisopo y el pájaro, de aspersorio, que se mojaba en la sangre del otro pájaro inmolado en agua limpia.

El leproso ofrecía estas cuatro cosas contra los cuatro defectos de la lepra:

— contra la podredumbre, ofrecía el cedro, que es árbol incorruptible;
— contra el hedor, el hisopo, que es hierba odorífera;
— contra la insensibilidad, el pájaro vivo;
— contra la fealdad del color, el hilo de púrpura, que tiene color vivo.

El pájaro vivo se dejaba libre porque el leproso era restituido a su antigua libertad.

Al octavo día era admitido al culto divino y restituido a la sociedad de los hombres, aunque primero debía raer el pelo de todo su cuerpo y lavarse los vestidos, porque la lepra corroe el pelo e infecta los vestidos, volviéndolos fétidos.

Después ofrecía un sacrificio por su delito, porque muchas veces la lepra tiene un origen pecaminoso.

Con la sangre del sacrificio se mojaba el extremo de la oreja del que se purificaba y los pulgares derechos de la mano y del pie, porque en estas partes es donde la lepra se conoce y se padece primero.

Se añadían a este rito tres líquidos: la sangre, contra la corrupción de la sangre; el aceite, para designar la curación del mal, y el agua limpia, para limpiar la suciedad.

La razón figurativa de estos ritos era ésta:

— Por los dos pájaros se significaban la divinidad y humanidad de Cristo. De aquéllos, uno, la humanidad, era inmolado en una vasija de barro con agua limpia, pues por la Pasión de Cristo fueron consagradas las aguas del Bautismo; el otro, que representa la divinidad impasible, quedaba vivo, porque la divinidad no puede morir.

Se le echaba a volar porque la divinidad no estaba sujeta a la Pasión.

— Y este pájaro vivo, junto con el trozo de cedro, el hisopo y el hilo de púrpura, es decir, la fe, la esperanza, y la caridad, era mojado en agua para asperjar, porque somos bautizados en la fe de Cristo Dios y hombre.

— Con las aguas del bautismo y las lágrimas limpia el hombre sus vestidos, es decir, sus obras, y también su vello, esto es, sus pensamientos.

— Se moja el extremo de la oreja derecha del que se purifica con la sangre y el aceite para preservar su oído contra las palabras corruptoras; los pulgares de la mano y del pie derechos, para que sus acciones sean santas.

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Ante la pregunta: ¿debió Cristo hacer milagros? Santo Tomás responde:

Dios concede al hombre el poder de hacer milagros por dos motivos.

Primero, y principalmente, para confirmar la verdad que uno enseña. Porque, al exceder las cosas de la fe la capacidad humana, no pueden probarse con razones humanas, sino que es necesario probarlas con argumentos del poder divino, a fin de que, haciendo uno las obras que solamente puede hacer Dios, crean que viene de Dios lo que se enseña.

Segundo, para mostrar la presencia de Dios en el hombre por la gracia del Espíritu Santo, de modo que, al realizar el hombre las obras de Dios, se crea que el propio Dios habita en él por la gracia.

Y ambas cosas debían ser manifestadas a los hombres acerca de Cristo, a saber: Que Dios estaba en Él por la gracia, no de adopción sino de unión, y que su doctrina sobrenatural provenía de Dios.

Y por estos motivos fue convenientísimo que hiciera milagros.


Como era preciso que se creyese que Jesucristo procede del Padre y que es igual a Él, para mostrar ambas cosas, unas veces hacía los milagros con su poder, y otras mediante la oración.

En las cosas de poco relieve, por ejemplo la multiplicación de los panes, mira al Cielo; y en las de mayor trascendencia, que sólo dependen de Dios, obra con su poder, por ejemplo, cuando perdonó los pecados, o resucitó los muertos.


Por otra parte, los milagros hechos por Cristo eran suficientes para dar a conocer su divinidad, por tres motivos:

— Primero, por la calidad de las obras, que superaban todo el alcance del poder creado y, en consecuencia, no podían ser hechas más que por el poder divino.

— Segundo, por el modo de hacer los milagros, puesto que los realizaba como con poder propio, y no orando, como los otros. Por esto se dice en San Lucas que salía de Él una fuerza que sanaba a todos. Con lo cual se demuestra, como dice San Cirilo, que no recibía ningún poder ajeno, sino que manifestaba su propia virtud divina sobre los enfermos.

— Tercero, por la misma doctrina con la que se declaraba Dios, la cual, de no ser verdadera, no hubiera sido confirmada por milagros hechos con el poder divino.

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¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero?

Decíamos al comienzo: Aumento de la virtud de Fe... Leproso... Milagro de Cristo... Lepra espiritual... Pérdida de la Fe...

Temas más que interesantes e importantes, máxime en estos momentos...

Hemos dado algunas indicaciones para que sirvan de meditación.

Para terminar, proporcionemos materia para buenas resoluciones...

La Iglesia Conciliar se apresta a conmemorar el quincuagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II.

¡Triste aniversario!

¿Cómo puede celebrarse un Concilio cuando, cincuenta después, se ven los resultados de su aplicación por los Obispos que participaron y sus sucesores?

¿Cómo celebrar este evento a menos de ser ciego respecto de la ruptura que ha introducido en la vida de la Iglesia?

Vaticano II aparece en ruptura radical con la Tradición católica.

Mientras que la Tradición está centrada en Dios, su alabanza y su servicio, el Concilio ha sentado las bases de una nueva religión, principalmente destinada a exaltar la persona humana y para lograr la unidad de la humanidad fuera de Cristo y contra Cristo.

El Concilio Vaticano II, constituye, pues, un escándalo. Escandaliza... provoca lepra espiritual, sale de la herejía y conduce a la herejía..., hace perder la Fe...

¿Cómo se puede guardar silencio ante esto?

Las mismas autoridades de la Tradición guardan silencio... Ya hemos leído u oído las declaraciones del Primer Asistente de la nueva FSSPX:

“Nos damos cuenta en la carta del 16 de marzo que quieren excomulgarnos porque rechazamos al Romano Pontífice, porque rechazamos el Magisterio tal como existe. Y es injusto, no es nuestra posición.

Es por eso el Monseñor Fellay respondió... nosotros hemos respondido... Hemos dado una Declaración Doctrinal el 15 de abril.

Se debe entender: Si somos..., si este Papa no es Papa, si no hay más Magisterio, como dicen, por ejemplo, los sedevacantistas. Dicen: después de nosotros, el diluvio

Pero si el Papa es el Papa. Si se reconoce el Papa, que es Benedicto XVI, ¿se puede rechazar un acto legítimo del Papa, como dicen?; ¿se tiene el derecho, si el Papa dice: erijo esta Prelatura, os doy esta etiqueta, ustedes son católicos, podemos negamos si él es Papa? ¡Esa es la cuestión!

Se nos reprocha, incluso sacerdotes: es necesario hacer una Profesión de Fe, es necesario ahora enumerar todos los errores del Concilio. Por supuesto, se trataría de una declaración de guerra.

Pero no es esto lo que Roma quiere saber. Roma quiere saber: Para ustedes, ¿el Papa es Papa? Para ustedes, ¿hay todavía un magisterio, por lo tanto, una autoridad en la Iglesia, o es que desde 1962, o no sé desde cuándo, no hay más Iglesia visible?

Si Monseñor Williamson dice en su blog: la Iglesia de Benedicto XVI no es la Iglesia Católica; si se dice que no hay más Magisterio, que ese Concilio Vaticano II no es un Concilio porque él quiso ser sólo un Concilio pastoral; o si se dice: todas estas personas son modernistas; o si se dice: han perdido la fe..., se entiende bien que para Roma esto da la impresión: pero son sedevacantistas, para ellos no hay Papa...

Y es esto lo que preguntaban en esta carta del 16 de marzo.

Si se hace una Confesión de Fe, es muy bonito, pero no es esto lo que Roma quiere saber.

No quieren saber lo que criticamos del Concilio; quieren saber: ¿aceptan ustedes aún al Papa, o no? ¿Este Papa es Papa, sí o no? ¿Existe todavía un Magisterio, es decir, una enseñanza? ¿Existe una autoridad del Papa, de los Obispos?

Se ha simplificado un poco en los últimos años lo siento, pero es claro, se ha simplificado en nuestros Boletines, en nuestra predicación, al menos ciertamente algunos de nosotros…

Se ha simplificado diciendo: se reniega, se rechaza todo el Concilio. ¿Qué significa esto? Este Papa, perdió la fe. ¿Qué significa esto?

Ellos hicieron en los últimos diez años un poco un superdogma del Concilio; y nosotros, ahora hacemos de él un poco una superherejía”.


Es necesario recordar y aplicar aquí la regla dada por San Gregorio Magno, y citada por Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica: si de la verdad se origina el escándalo, es preferible mantener el escándalo antes que abandonar la verdad.

Algunas personas (hoy algunos Superiores..., decimos nosotros) argumentan que hay que concentrarse en las doctrinas verdaderas, sin tratar los errores que las distorsionar o contradicen; de este modo se podrían evitar polémicas innecesarias y una oposición directa a la jerarquía de la Iglesia.

Pero, al no oponerse abiertamente al error, se le da crédito.

No resistir el error, es aprobarlo; y la Verdad es oprimida cuando es defendida débilmente, decía el Papa Inocencio III.

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Para concluir, tengamos en cuenta estas palabras de Monseñor Marcel Lefebvre, del 26 de marzo de 1961:

La corrupción de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres... el escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Ellos se difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros.
Por eso el deber más urgente de sus pastores –que deben enseñarles la verdad– es diagnosticarles las enfermedades del espíritu, que son los errores.
La Iglesia no deja de enseñar la verdad y de señalar, por eso mismo, el error.
Pero, ¡desgraciadamente!, hay que reconocer que muchos espíritus, aun entre los fieles, o no se preocupan de instruirse de las verdades o cierran los oídos a las advertencias.
Y, ¿cómo no deplorar – como lo hacía ya San Pablo – que algunos de aquellos que han recibido la misión de predicar la verdad no tienen más el ánimo de proclamarla, o la presentan de manera tan equívoca que no se sabe más dónde se encuentra el límite entre la verdad y el error?