lunes, 11 de marzo de 2013

Cuarto de Cuaresma


DOMINGO CUARTO
DE CUARESMA


En aquel tiempo, pasó Jesús a la otra parte del mar de Galilea, que es de Tiberíades. Y le seguía una grande multitud de gente, porque veían los milagros que hacía sobre los enfermos. Subió, pues, Jesús, a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua, día de gran fiesta para los judíos. Y habiendo alzado Jesús los ojos, y viendo que venía a Él una gran multitud, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente? Esto decía por probarle; porque Él sabía lo que había de hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no alcanzan para que cada uno tome un bocado. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: mas ¿qué es esto para tanta gente? Pero Jesús dijo: Haced sentar a esas gentes. En aquel lugar había mucha hierba. Y se sentaron a comer, como en número de cinco mil hombres. Tomó Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los que estaban sentados; y asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado, para que no se pierdan. Y así recogieron y llenaron doce canastos de trozos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres, cuando vieron el milagro que había hecho Jesús, decían: Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo. Y Jesús, notando que habían de venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó otra vez al monte Él sólo.


Llegamos al Domingo Lætare. Se atenúa la gravedad y seriedad del Ciclo Litúrgico. El color morado es sustituido por el rosa; el órgano vuelve a sonar festivo; y el altar aparece adornado de flores.

El Evangelio del día es todo un símbolo: Y estaba cerca la Pascua... dice, recordándonos el motivo de la alegría de hoy.

Mirando en lontananza esa Pascua, prorrumpe ya hoy la Iglesia en gritos de júbilo: Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos los que estuvisteis tristes; para que os saciéis de los consuelos que manan de sus pechos (Introito).

Continuando con nuestro propósito de estudiar durante esta Cuaresma los principales atributos de Nuestro Señor, vmos a reflexionar sobre uno de los más grandes de sus beneficios, dado que, bajo la figura del pan material multiplicado por el poder de Jesús, nuestra fe descubre el Pan de la vida que desciende del Cielo, entregado para la vida del mundo.

La instrucción que recibimos este día va encaminada a recordar el gran beneficio que el Señor nos hizo al instituir la Sagrada Eucaristía, Pan de los Ángeles bajado del Cielo, y de esta forma prepararnos a recibirlo.

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Buena parte de la multitud saciada del pan milagroso pernoctó en el mismo desierto de Betsaida. Al amanecer el día, lo primero que hizo aquella turba fue buscar a Jesús.

Al encontrarse la multitud con Jesús, les reprende porque no les mueven a seguirle motivos espirituales, sino carnales. Entró luego en la sinagoga de la ciudad, y allí pronunció uno de los discursos más trascendentales y, después del de la Cena, quizás el que más descubre los misterios de la vida cristiana.

Pero, sobre todo, es capital la importancia de este fragmento porque en él se nos da la doctrina fundamental de la vivificación sobrenatural del mundo por la manducación de la Carne del Hijo de Dios.

Aunque son varios los conceptos fundamentales desarrollados en el decurso de la oración de Jesús, pueden todos ellos reducirse a esta idea central: Jesucristo es el pan de vida que debe nutrir espiritualmente nuestras almas y vivificarlas.

Podemos considerar en el discurso tres ideas, que se completan a medida que se desarrollan:

1ª) Jesús promete un pan espiritual,

2ª) El pan espiritual es Él mismo,

3ª) La Carne de Jesús es verdadera comida y su Sangre bebida de verdad.


Es digna de ser notada en este discurso la admirable gradación de pensamiento que, desde el pan material, se remonta a las sublimidades de la comunicación de la vida divina al hombre por la comunión eucarística.

Es notable, además, por la unidad fundamental de pensamiento, que no es más que la explicación de la manera de participar la vida divina: ella empieza por la fe, se perfecciona en esta vida por la comunión del Cuerpo del Señor, y se consuma en la vivificación definitiva de la resurrección y glorificación final del hombre.

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PRIMERA PARTE: EL PAN ESPIRITUAL


Le dijeron los judíos: Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio de comer. Y Jesús les dijo: Que no os dio Moisés pan del cielo, mas mi Padre os da el pan verdadero del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo.

Jesús deshace su argumento. Lo que dio Moisés, a pesar de su magnificencia, no es lo que Dios intenta dar al mundo: Moisés no dio pan del cielo, sino una figura del pan del cielo. El verdadero lo da sólo el Padre.

Y contrapone con énfasis, el pan caduco de Moisés al pan de Dios, que viene del mismo trono de Dios, que es divino, y que da una vida divina.

El pan verdadero del cielo es el mismo Jesús, quien se llama a sí mismo pan verdadero  porque lo que principalmente viene significado por el maná es el Unigénito Hijo de Dios, hecho hombre.

Porque maná equivale a ¿qué es esto?; los judíos, al verlo, estupefactos, decían uno al otro: ¿qué es esto? Y el Hijo de Dios humanado es principalmente el maná admirativo; de modo que ante Él cualquiera se pregunta: ¿qué es esto? ¿Cómo el Hijo de Dios es Hijo del hombre? ¿Cómo se unen dos naturalezas a una Persona?

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SEGUNDA PARTE: EL PAN ESPIRITUAL ES EL MISMO JESÚS


Ellos, pues, le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida: el que a mí viene, no tendrá hambre: y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed.


Jesús ha puesto como base de su discurso este pensamiento: Hay un pan espiritual, distinto del que multiplicó el día anterior y del maná de otro tiempo.

Pero los judíos no han entendido la naturaleza de este pan. Como la Samaritana interpretaba en sentido material el agua de que le hablaba Jesús, así ahora los judíos.

El pan que piden a Jesús lo tienen allí presente: es Jesús mismo. Consecuencia de este hecho es: El que a mi viene, no tendrá hambre: y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed; ir a Jesús es creer en Jesús y cumplir lo que manda Jesús; y quien cree en Jesús posee la fuente inagotable de toda suerte de bienes: su apetito descansará en Él.

Empieza aquí Jesús a revelar los altísimos misterios; y el primero de ellos es el de su divinidad.

Jesús, Hombre-Dios, es el pan vivificador de la humanidad, que carecía de vida espiritual sobrenatural.

En Jesús, el Verbo de Dios pudo hablar a los hombres por el órgano de su Humanidad, y de aquí la fe, principio de la vida sobrenatural.

En Jesús, y muriendo Dios en la Humanidad que había tomado, se vivificó el mundo por la oblación de una víctima divina, cuya muerte nos arrebató a la muerte.

En Jesús, y de Jesús, y por Jesús nos ha venido la gracia y los sacramentos, especialmente la Santísima Eucaristía, que la contienen y producen: y la gracia es vida sobrenatural.

En verdad que Jesús es pan, no de nutrición, sino de vida, porque todo lo que estaba muerto ha sido vivificado por Cristo; y no según esta vida corruptible, sino según la eterna.

Aquel que cree en mí tiene vida eterna. Quiso el Señor revelar aquí lo que era, dice San Agustín; por lo cual dice: «En verdad, en verdad os digo que el que me tiene a mí tiene vida eterna.» Como si dijera: «El que cree en mí me tiene a mí.» Y ¿qué es tenerme a mí? Tener la vida eterna. Porque la vida eterna es el Verbo que en el principio existía en Dios, y en el Verbo estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Tomó la vida la muerte para que la vida matara a la muerte.

Incorporémonos a Jesús creyendo en Él, comiéndole a Él, y tendremos vida eterna, porque tendremos su misma vida.

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TERCERA PARTE: LA EUCARISTÍA

Ahora Jesús pasa de la manducación espiritual por la fe en Cristo a un tema más alto y profundo: la manducación eucarística de su Cuerpo.

Empieza Jesús con la misma proposición inicial de la primera parte, bien que situándose en un plano de ideas superior, como aparece de lo que sigue: Yo soy el pan de la vida.

Le compara con el maná, al que habían aludido sus oyentes, para demostrar que le aventaja por dos razones: el maná fue dado a sus padres (con lo que revela Jesús que tiene un Padre distinto de ellos), para conservar la vida del cuerpo, y no obstante murieron.

En cambio, Él es el pan del espíritu, que le da vida inmortal: Este es el pan que desciende del cielo; para que el que comiere de él, no muera.

Aplica luego Jesús a su propia persona lo que ha dicho del pan espiritual, diciendo con énfasis: Yo soy el pan vivo que descendí del cielo.

No sólo es el pan de la vida, sino que es pan vivo, porque tiene substancialmente aquella vida espiritual y eterna.

Y porque es pan vivo, a quien le comiere, comunicará la vida eterna: Si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente.


En este momento, llega Jesús a la idea culminante y sintética de todo el discurso, revelando definitivamente su pensamiento: y el pan que yo daré, es mi carne por la vida del mundo.

Jesús no da todavía este pan maravilloso: lo dará la noche antes de morir. Aparece aquí una relación íntima entre la Sagrada Eucaristía y el Sacrificio de la Cruz: dará su carne por la vida del mundo, redimiéndole con la mactación cruenta de la Cruz; y esta Carne la dará en manducación a los hombres para su vida espiritual.

Mal dispuestos los oyentes contra Jesús, ya no se contentan con murmurar, sino que rechazan de plano el pensamiento expuesto por Jesús.

Nuestro Señor repite la afirmación, no sólo de la posibilidad, sino de la necesidad de comer su Carne y de beber su Sangre para tener la vida sobrenatural y eterna: En verdad, en verdad os digo: Que si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

Seguidamente, la idea que ha expuesto en forma negativa, la emite en forma asertiva. Si el que no come no tiene vida, el que come la tendrá: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Es decir, que la vida espiritual perseverará y aumentará por esta manducación, hasta llegar a la bienaventuranza eterna.

No importa que el cuerpo deba morir: cuerpo y alma gozarán esta vida; para ello resucitará Jesús los cuerpos: Yo le resucitaré en el último día.


La Carne y la Sangre de Jesús son verdadero manjar y verdadera bebida, no imaginarios o figurados o parabólicos: luego la manducación debe ser también verdadera; los efectos serán análogos, aunque en un plano muy superior, a los que en la vida fisiológica del cuerpo producen los verdaderos alimentos: Porque mi carne verdaderamente es comida: y mi sangre verdaderamente es bebida.


Señala luego Jesús el efecto de esta manducación: la unión íntima entre él y el que le come: El que come mi carne y bebe mi sangre, repite insistiendo en la realidad de esta función, en mi mora, y yo en él.

Es tan íntima esta unión, y tan divinos sus efectos, que se compara a la unión del alma al cuerpo por ella vivificado. Esto produce como una divinización de la vida humana, una transformación del hombre en Jesús.

Explica después Jesús la causa y razón de esta vivificación y unión, en una comparación sublime, de gran profundidad teológica: Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, así también el que me come, él mismo vivirá por mí.

El Padre envía al Hijo, y ésta es la razón de que pueda comunicarnos la vida que recibe del Padre. El Padre es viviente por esencia, y por generación eterna comunica a su Hijo la plenitud de su vida divina y esencial; al comer nosotros al Hijo, este divino manjar nos comunica, mediante su Humanidad, en la que mora la plenitud de la vida divina, una participación de esta misma vida.

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La Sagrada Eucaristía es pan en la apariencia, porque en ella subsisten todos los accidentes de pan; pero es Carne en realidad, por las palabras de la transubstanciación.

La Sagrada Eucaristía es vínculo de amor, y el amor junta las vidas. Jesús viene a nosotros con toda la plenitud de su vida, y esta vida se comunica a nuestro espíritu por la virtud del Sacramento.

En este sentido, Jesús mora en nosotros, porque su vida misma se entraña en nosotros. Pero en cuanto la vida de Jesús es más fuerte y poderosa que nuestra vida, queda ésta absorbida por la vida de Jesús, según la medida en que nosotros nos dejemos absorber: y en este sentido nosotros permanecemos en él.

¡Ojalá que absorbiese Jesús, al recibirle, todo lo mortal de nuestra vida, para que fuéramos totalmente transformados en su vida! Sería esto el preludio de aquella transformación definitiva de la gloria, de la que nos habla San Pablo.

El Hijo de Dios viene al mundo para dar a los hombres vida abundante; pero no una vida cualquiera, sino una participación de la misma vida que Él deriva del Padre. Esta vida de Dios llena substancialmente la vida de Jesús, Hombre-Dios. Y esta vida de Jesús viene a nosotros, llenándonos de la vida de Dios según la medida de nuestra caridad, cuando recibimos por la Sagrada Comunión la Carne sacratísima del Hombre-Dios.


Verdaderamente, por este divino banquete, somos levantados al nivel de Dios, participando de su vida. Vivimos nosotros, pero ya no nosotros, dice el Apóstol, sino que es Cristo quien vive en nosotros.

Dispongamos nuestra alma para hacer una buena y santa Comunión Pascual.