sábado, 7 de agosto de 2010

Domingo XIº post Pentecostés


UNDÉCIMO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



El Evangelio de hoy comienza por indicar el lugar del milagro: Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.

Jesús no está en Judea; y los nombres de los lugares enumerados en el Evangelio del día indican que la gentilidad se convirtió en el escenario de la salvación.

Es allí donde tendrá lugar la curación del sordomudo: Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.

Evidentemente se trata de una enfermedad muy triste; porque el sordo no escucha nada de lo que se dice alrededor de él; y además, como consecuencia, por no haber podido aprender a hablar correctamente, sólo puede comunicar sus pensamientos y sus deseos con mucha dificultad; de modo tal que, viviendo en medio de los hombres, en gran medida se siente frustrado al no poder participar de los beneficios de la sociedad.

Como suele suceder con los milagros de Nuestro Señor, esta dolencia natural representa otra discapacidad mucho más grave, deplorable y peligrosa, a saber, la sordera y el mutismo espirituales.


La sordera espiritual es el estado de un alma que no escucha la Palabra de Dios, de cualquier manera que llegue a ella, ya sea por las inspiraciones del Espíritu Santo, ya por la voz de la conciencia, ya por los avisos del confesor o las exhortaciones del predicador.

Y cuando esta sordera es totalmente voluntaria y afectada, ¡qué desgracia para el alma! Es propiamente un pecado contra el Espíritu Santo, es el endurecimiento del corazón.


El mutismo espiritual normalmente sigue a la sordera, y la hace más culpable, peligrosa y, frecuentemente, incurable.


Jesús hubiese podido realizar esta curación por medio de una sola palabra, y su poder hubiese sido manifestado más maravillosamente.

Pero este milagro esconde un misterio; y Jesucristo, queriendo principalmente instruirnos, subordina el ejercicio de su poder al objetivo educativo que procura.

Así pues, ¿quién es este hombre que traen al Salvador y cuya miseria arrancó suspiros al Verbo divino?

¿Qué representa este sordomudo?

¿Qué significan las inusuales circunstancias con las que se opera su curación?

Los Santos Doctores nos enseñan que este hombre representa la humanidad fuera del pueblo judío: Tiro, Sidón, la Decápolis indican la gentilidad.

Esta gentilidad, abandonada desde hace cuatro mil años en las regiones donde reinaba el Príncipe del mundo, sentía los efectos desastrosos del olvido en que la había dejado su Creador y Padre como consecuencia del pecado original y de sus pecados personales.

Satanás, cuyas artimañas engañosas habían obtenido hacer expulsar al hombre del Paraíso, habiéndose apoderado de los gentiles, superó y perfeccionó la elección de los medios para asegurar su conquista.

La astuta tiranía del opresor redujo a su esclavo a la sordera y al mutismo para estrechar mejor las cadenas de su imperio.

Sordo para escuchar a Dios, mudo para suplicarle, se cierran los dos caminos que podrían conducirlo a su liberación.

El adversario de Dios y del hombre, Satanás, puede alegrarse de su trabajo…


Jesucristo gime ante la miseria extrema de esos pueblos. ¿Y cómo no había de gemir a la vista de la devastación ejercida por el enemigo en esta obra tan bella, para la cual había servido de modelo a la adorable Trinidad al comienzo del mundo?


Tiro, Sidón, la Decápolis… la gentilidad…, tenemos ejemplos palpables de esta miseria espiritual en los pueblos que conocieron los misioneros al llegar a las tierras americanas.

Tienen de qué vanagloriarse los indigenistas en la sordera y el mutismo espirituales, culturales y sociales…

Nosotros nos honramos de cultura greco-romana, y agradecemos la misericordia, la gracia, la cultura y la civilización cristianas aportadas por los santos misioneros.


Decimos que Nuestro Señor quiere, por medio de esta curación milagrosa, dar una enseñanza más que demostrar su divino poder. Él quiere revelar las realidades invisibles producidas por su gracia en el misterio de los Sacramentos.

Por eso, aparta lejos a este hombre que le presentan; lejos de esta tumultuosa muchedumbre de pasiones y de vanos pensamientos que lo habían vuelto sordo y mudo para el Cielo: apartándolo de la gente, a solas.

¿Qué lograría con curarlo, si no fuesen removidas las causas de la enfermedad? Recaería inmediatamente en ella…

Vemos en esto el por qué de tanto paganismo, e incluso tanto salvajismo, en nuestra sociedad, otrora cristiana… Así como se hace hediendo el perro que vuelve a su vómito, de la misma manera causa repulsión la moderna sociedad, apóstata, que regresa al paganismo, se degrada y se torna salvaje…

La causa está en la apostasía de las naciones, y en el retorno del fuerte armado con sus siete demonios peores que él… los siete pecados capitales que dominan a la humanidad alejada de Jesucristo y de su Iglesia…

Pueden vanagloriarse los revolucionarios del estercolero que han forjado…

Nosotros tratamos de mantener los restos de la Civilización Cristiana legada por la España católica, mientras esperamos la restauración final de todas las cosas en Cristo y por Cristo.


Garantizados los frutos futuros de la curación, Jesús pone en los oídos de carne del sordo sus dedos sagrados, que tienen la virtud restauradora del Espíritu Santo y que penetra hasta los oídos del corazón.

Más misteriosamente, porque la verdad a manifestar es más profunda, toca con la saliva de su boca divina la lengua hecha impotente para la confesión y la alabanza.


Dicen los Santos Padres: Le metió los dedos en las orejas, pudiendo curarlo sólo con su voz, para manifestar que su cuerpo, unido a la Divinidad, estaba enriquecido con el poder divino, así como sus obras. Esto demuestra que todos los miembros de su sagrado cuerpo son santos y divinos, como la saliva con que dio flexibilidad a la lengua del mudo.


Por último, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: Ephpheta, que quiere decir: ¡Abríos!

Los Padres de la Iglesia enseñan que alzó los ojos al cielo, para enseñarnos que es de allí de donde el sordo debe esperar el oído, el mudo el habla y todos los enfermos la salud.

Levanta, pues, los ojos al cielo, busca y ve el beneplácito del Padre a las intenciones compasivas de su misericordia; y ejerciendo el uso de ese poder creativo que hizo originalmente perfectas todas las cosas, pronuncia, como Verbo divino, la palabra todopoderosa de restauración: Ephpheta!

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.

La nada, o mejor dicho aquí, algo peor que la nada, la ruina, la degradación, obedece a esta voz conocida.

El oído desafortunado se abre con placer a las enseñanzas pródigas de la ternura triunfante del Salvador…

Y la fe, que penetra al mismo tiempo, produce su efecto: la lengua encadenada se suelta y reanuda el cántico de alabanza a Dios, interrumpido durante siglos por el fatídico pecado…


Aquí se ven de un modo manifiesto las dos distintas naturalezas de Cristo, enseñan los Santos Doctores; porque alzando los ojos al cielo como hombre, ruega a Dios gimiendo y, en seguida, con divino poder y majestad cura con una sola palabra.


Hemos dicho que Jesucristo quería enseñar simbólicamente por esta curación las realidades invisibles producidas por su gracia en los sacramentos.

Por estos símbolos deseaba que comprendiésemos:
  • cuán difícil es la curación de la sordera y del mutismo espirituales,
  • qué tremenda es la situación del pecador endurecido,
  • cuán peligroso es el demonio sordo y mudo, que nos hace sordos a la voz de Dios y que cierra nuestra boca para evitar descubrir nuestra alma herida.

Al mismo tiempo pretendía enseñarnos cuánto respeto y reverencia merecen todas las ceremonias que la Iglesia ha establecido para la administración de los Sacramentos, especialmente del Bautismo, en el cual encontramos las acciones y las palabras que Nuestro Señor utilizó para curar al sordomudo, imagen del alma y de las sociedades todavía no regeneradas por la divina gracia y aún presas bajo el poder del demonio.


De este modo, el Ministro de la Iglesia, antes de la ablución bautismal, impone sobre la lengua del catecúmeno la sal de la sabiduría y le unge sus oídos con su saliva repitiendo la palabra de Cristo: Ephpheta, es decir, abríos.


En la Epístola de este domingo, San Pablo nos dice: Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué. Si no, ¡habríais creído en vano!

Es en primer lugar por el bautismo que el hombre recibe el oído espiritual y la palabra de la fe, que prepara para recibir la prédica evangélica.

Antes del Bautismo éramos sordomudos; no podíamos hablar a Dios en la oración porque no teníamos la fe; no podíamos escuchar la voz de Dios.

Pero por el Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, recibimos la gracia santificante.

¡Atención!... Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué. Si no, ¡habríais creído en vano!


La Palabra del Salvador produce inmediatamente su efecto: el enfermo está curado, se abren sus oídos, su lengua se suelta.

El sordo escucha la voz de su divino Médico y el mudo habla con una facilidad que sorprende y encanta a todos los testigos de este gran milagro, a punto tal que Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

La admiración y la gratitud arrancan a la multitud una apología noble y bella del Redentor, opuesta a los murmullos y calumnias de los fariseos: Él ha hecho bien todas las cosas…

Este elogio es una alabanza maravillosa, digna solamente de Dios. Bene omnia fecit… ¡elogio admirable!

Debemos recordarlo y repetirlo a menudo. Dios es infinitamente sabio; infinitamente bueno e infinitamente poderoso: Bene omnia fecit…


Después del Credo, vamos a recitar la oración del Ofertorio: Te alabaré, Señor, porque clamé hacia Ti y Tú me has sanado.

¡Sí!, Señor, Tú has hecho y haces bien todas las cosas…