domingo, 21 de octubre de 2012

Domingo de las Misiones


DOMINGO DEDICADO
A LAS MISIONES

(Sermón predicado el 24 de octubre de 1999,
en la Sede del Distrito de América del Sur de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X)


Epístola (Eclesiástico, 36: 1-10, 17-19):

Ten piedad de nosotros, Dios, Señor de todas las cosas; míranos y muéstranos la luz de tus misericordias, e infunde tu temor sobre todas las naciones que no te buscan, para que reconozcan que no hay otro Dios sino Tú y pregonen tus maravillas.
Alza tu mano sobre las naciones extranjeras, para que vean tu poder. Así como ante ellas has hecho brillar tu santidad entre nosotros, así ante nosotros muestra tu grandeza entre ellas, para que te reconozcan, como también nosotros hemos reconocido que no hay otro Dios fuera de ti, Señor. Renueva tus prodigios y obra maravillas; glorifica tu mano y tu brazo derecho; excita tu furor y derrama tu ira; destruye al adversario y aniquila al enemigo.
Acelera el término y acuérdate de la promesa para que pregonen tus maravillas. Rinde testimonio a los que desde el principio son tus criaturas, y cumple las predicciones que anunciaron en tu nombre los antiguos profetas. Premia a los que en ti esperan, para que se vea la veracidad de tus profetas y oye las oraciones de tus siervos, conforme a la bendición de Aarón sobre tu pueblo, y condúcenos por el camino de la justicia, para que todos los habitantes de la tierra sepan que Tú eres el Dios que contempla los siglos.

Evangelio (San Mateo, 9: 35-38):

En aquel tiempo, recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y sanando toda dolencia y toda enfermedad.
Y a la vista de las turbas, se le enternecieron las entrañas, porque andaban extenuados y abatidos como ovejas sin pastor.
Dijo entonces a sus discípulos: “La mies es abundante pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies”.


Este domingo está dedicado a rezar por las misiones, y este año (1999) coincide con el inicio de los cinco sacrílegos días que renovarán en el Vaticano el panteón de Asís, la feria de las religiones... ¡Asís en Roma!

Como ya saben, por este motivo el Superior General de la Fraternidad ha dispuesto que el próximo jueves 28 sea un día de ayuno y abstinencia, y que el Santísimo Sacramento sea expuesto durante toda la jornada en nuestras casas para expiar y desagraviar a Nuestro Señor ultrajado de esta manera por las mismas autoridades de la Iglesia.

Domingo por las misiones... panteón de Asís... encuentro interreligioso en Roma... Hay algo que no concuerda y muestra a las claras que la Roma actual ha perdido el espíritu misionero, el espíritu de conquista... Que la Roma neoprotestante está animada por un espíritu ecumenista, un espíritu pluralista, un espíritu mundialista...

En efecto, el ecumenismo actual es la antítesis de la misión: si el "pueblo de Dios" tiene ahora las dimensiones de la humanidad, si todo hombre está ya, desde el comienzo, rescatado y justificado —como dice Juan Pablo II—, si las religiones no católicas e incluso las no cristianas son medios de salvación, ¿para qué querer convertir a los otros, para qué intentar atraerlos al seno de la Iglesia Católica?

Si todos los hombres se pueden salvar en cualquier religión y por medio de cualquiera de ellas, ¿para qué misionar?, ¿para qué abandonar familia y patria para sumergirse en medio de una sociedad pagana y hasta salvaje, a la cual, lejos de aportarle la civilización y el cristianismo, es uno el que va a recibir de ella su pseudo-cultura a través de la inculturación?

¡Sí!..., la « ecumenimanía » moderna es la muerte del espíritu misionero. Son espíritus irreconciliables.


Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino... “La mies es abundante pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies"...

Jesús no andaba con ecumenismos... La Iglesia católica no está animada por el ecumenicismo, sino por el celo apostólico.

Por eso nos hace rezar de este modo con la colecta de esta Misa:

Oh, Dios, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad: envía obreros a tu mies, y concédeles el predicar con toda confianza tu palabra; para que tu doctrina se difunda y sea glorificada, y todos los hombres te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.

Es lo mismo que pedía el pueblo elegido en el Antiguo Testamento: infunde tu temor sobre todas las naciones que no te buscan, para que reconozcan que no hay otro Dios sino Tú y pregonen tus maravillas. Alza tu mano sobre las naciones extranjeras, para que vean tu poder... para que te reconozcan, como también nosotros hemos reconocido que no hay otro Dios fuera de ti, Señor.

El celo apostólico de la Iglesia Católica le inspira no sólo el apostolado misionero para convertir a los paganos, sino también el celo por el regreso de los cristianos disidentes a su seno.

Frente a este celo católico, el ecumenismo se propone un fin netamente distinto: un diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las otras confesiones cristianas, e incluso con las religiones no católicas.

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¿Cuáles son, pues los principios que rigen el verdadero celo apostólico y misionero de la Iglesia?


I. La identidad absoluta de la Iglesia instituida por Jesucristo con la Iglesia Católica. Es decir, la Iglesia Católica es la Iglesia de Jesucristo.

Todo está aquí, en este principio.

Si se lo comprende, si se lo admite, se comprende el celo de la Iglesia por el retorno de los separados.

Si se lo rechaza, se cae en el falso ecumenismo, cuyo principio fundamental, enunciado por el Concilio Vaticano II, es que la Iglesia Católica no se identifica con la Iglesia de Jesucristo, sino que la Iglesia de Jesucristo subsiste en la iglesia católica, una más entre otras.


II. La unidad es una nota o propiedad característica de la Iglesia, y consiste en una unidad sublime de fe, de culto y de gobierno. Jesucristo quiso para su Iglesia esta unidad como nota, como marca de su esencia divina.

Por lo tanto, la Iglesia Católica es una y única, es decir, indivisible en sí misma, y no hay más que una sola Iglesia verdadera.


III. El tercer principio se sigue del segundo, y se enuncia así: la Iglesia católica no puede perder su unidad. Por lo tanto, son aquellos que se separan de la Iglesia Católica los que pierden la unidad querida por Jesucristo.


IV. Es un corolario del precedente: la unión de los cristianos (que no es lo mismo que la unidad de la Iglesia) no puede ser procurada sino favoreciendo el regreso de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, que ellos un día desgraciadamente han abandonado.

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Por lo tanto, el falso ecumenismo, la caricatura de unidad, el ecumenismo lato, es falso e ilegítimo, puesto que reconoce a las falsas religiones, en cuanto tales, como medios de salvación, o al menos supone en ellas la virtud o capacidad salvífica sobrenatural.

Su expresión en Asís, el 27 de octubre de 1986, es la demostración de su herejía subyacente: «Asís es el reconocimiento de la divinidad del paganismo», declaró sin ambigüedades Su Excelencia Monseñor Antonio de Castro Mayer en Ecône, el 29 junio de 1988.


En cuanto al judaísmo y al islam en particular, ¿podemos decir que tenemos el mismo Dios que los judíos y los musulmanes?

Muchos católicos están turbados en su fe por afirmaciones tales como “Cristianos, judíos y musulmanes tenemos el mismo Dios” o “… creemos en el mismo Dios” o “… adoramos al mismo Dios”...

Esta frase, lanzada a comienzos del siglo XX por el famoso sacerdote apóstata Jacinto Loyson, es tema común hoy en día en alocuciones, discursos y diálogos en los encuentros ecuménicos.

Es cierto que, objetivamente, existe un solo verdadero Dios. En ese sentido, tenemos el mismo Dios que los judíos, los musulmanes; pero de este modo también lo tienen los minerales, las plantas y los animales…


El problema es sobre la fe, sobre la creencia. Por eso es necesario afirmar que existe una sola Revelación de este único y verdadero Dios, de la cual el hombre no puede hacer abstracción alguna sin caer en el error.

En consecuencia, no puede haber más que una única fe en Dios, así como único es el verdadero Dios y única es su Revelación.

Por lo tanto, se tiene el mismo Dios cuando se creen las mismas cosas sobre Dios; y se puede creer en las mismas cosas sobre Dios solamente cuando se cree en su única Revelación.

Esto basta para demostrar que no tenemos el mismo Dios que los judíos y los musulmanes.

Existe una diferencia abismal entre la realidad divina, alcanzada en sí misma en su verdadera esencia, tal como la luz de la fe nos la revela, y las representaciones humanas de Dios que proponen las falsas religiones.

Pero hay algo más todavía: incluso el monoteísmo de judíos y musulmanes, no es el mismo monoteísmo católico. En efecto, el monoteísmo cristiano profesa un Dios tal cual es: uno en la naturaleza y trino en las Personas. En cambio, el monoteísmo judeo-musulmán profesa un dios uno en naturaleza y uno en persona.

No podemos decir que el Dios de la Revelación es el mismo dios que el de los judíos y musulmanes por el solo hecho que tienen en común la unidad de naturaleza, puesto que judíos y musulmanes no se limitan a afirmar la unidad de naturaleza, sino que afirman igualmente la unidad de la persona en Dios.

¡Precisamente esta es la base y el fundamento del deicidio cometido por los judíos!

Monseñor de Castro Mayer dijo con claridad y firmeza: “Sólo es monoteísta quien adora a la Santísima Trinidad, porque la Unidad de Dios es inseparable de la Trinidad de Personas. Es falso decir que los judíos o musulmanes son monoteístas. No lo son porque no adoran al Único Dios verdadero, que es Trino. Ellos son monólatras, o sea, que adoran un solo ídolo supremo. Ellos rechazan la adoración del verdadero Dios Trino, para inclinarse ante un ser inexistente, un ídolo. Sólo hay una religión monoteísta: es la Católica, que adora a la Santísima Trinidad”.

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Aquí me detengo en la condena del falso ecumenismo que está carcomiendo al Cuerpo Místico de Jesucristo, la Santa Iglesia. Pero hagamos una aplicación a la obra de la Tradición.

Dijimos al principio que entre el Domingo por las misiones y el panteón de Asís renovado por el encuentro inter-religioso en Roma hay algo que no concuerda y que muestra a las claras que la Roma actual ha perdido el espíritu misionero, el espíritu de conquista... Afirmamos que la Roma neoprotestante está animada por un espíritu ecumenista, un espíritu pluralista, un espíritu mundialista...

Y nos preguntábamos: si los hombres pueden salvarse en cualquier religión y por medio de cualquiera de ellas, ¿para qué misionar?, ¿para qué abandonar, familia y patria para sumergirse en medio de una sociedad pagana y hasta salvaje, a la cual, lejos de aportarle la civilización y el cristianismo, es uno el que va a recibir de ella su pseudo-cultura a través de la inculturación?


Pero ahora, de modo personal pero públicamente, yo me cuestiono sobre mi propio combate por la Tradición... Y quisiera que cada uno de ustedes se cuestionase sobre este punto...

Por lo que a mi toca, ante ustedes, representantes de los fieles a los cuales sirvo desde hace 16 años en forma más o menos directa (y si les parece oportuno hagan extensiva mi interpelación al resto de los feligreses), ante ustedes me pregunto sobre mi decisión tomada hace ya 21 años de embanderarme en el combate emprendido por Monseñor Lefebvre (de quien me honra haber recibido el sacerdocio católico, de quien no me avergüenzo y mucho menos de que a los ojos de los que se dicen católicos pase por rebelde y excomulgado, y yo junto con él), ante ustedes, pues, me pregunto:

* si —como dijo nuestro Superior de Distrito (el Padre Beauvais) en Luján antes de la consagración a la Santísima Virgen— hay en nosotros un decaimiento en la defensa de los valores morales y espirituales. Las ideas, los juicios del mundo, la moral simplificada y acomodaticia de los mundanos, el espíritu esnob, han inundado todo...

* si nuestro Superior de Distrito se preguntaba en clara alusión a los tradicionalistas: "¿Católicos de fachada? ¿Caricaturas de cristianos?"...

* si —agrego yo de mi cosecha— el espíritu misionero, el espíritu combativo entre nuestras filas se va perdiendo, no sólo entre los laicos sino también entre los sacerdotes...

* si reina un cierto espíritu ecumenista respecto de la «Iglesia oficial»... un ecumenismo tradicionalista, diría yo, fruto del cansancio, de la rutina o de una especie de complejo de ser tradicionalista... Puede haber otras causas; no sé...

* si presenciamos un coqueteo, flirteo, galanteo, pololeo, o como le quieran llamar, de nuestros fieles —e incluso a veces de nuestros sacerdotes— con los llamados católicos de la línea media o, como los llamo yo, extremistas de centro...

* si se respira una suerte de espíritu pluralista hasta en relación a la sociedad, no ya naturalista, mundana, pagana, antes bien anticristiana y satánica...

* si todo esto es verdad, entonces —y salvando las distancias y haciendo un justo balance— : ¿para qué consagrarme a feligreses animados por ese espíritu?, ¿para qué abandonar familia e «iglesia conciliar» para sumergirse en un ambiente más o menos conservador, al cual, lejos de aportarle el tradicionalismo integral, soy yo el que va a recibir de él, por una extraña inculturación, el extremismo de centro, cuyo yugo sacudí hace 21 años?...


Nota en 2012: aquel año 1999 fue el último en que la Peregrinación de la Tradición a Luján culminó con una entrada al Santuario alborotada. Desde el año 2000, coincidiendo con la Peregrinación a Roma para el Jubileo y con los acercamientos a la Roma Conciliar, los peregrinos tradicionalistas fueron bien recibidos en Luján. Todo un símbolo. ¿Cómo podía prever esto en mi sermón de octubre de 1999?

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Ni más ni menos es ese mi cuestionamiento... Así de simple...

¡Pero, no teman!, no es que dude de mi vocación sacerdotal, ni de mi vocación de sacerdote tradicionalista, ni de mi compromiso con el combate contrarrevolucionario...

Nada de eso. Gracias a Dios, todavía reconozco como una gran dádiva y experimento una gran alegría al saber que he sido escogido para librar la gran batalla por la Tradición en toda su extensión...

No busco la respuesta a mi interpelación; gracias a Dios y a la Santísima Virgen, sin soberbia ni pedantería, estoy seguro de conocerla... Por mi parte sé lo que debo hacer, aunque tal vez no conozca del todo las circunstancias, ni siempre sea fiel a lo que Nuestro Señor me exige, ni mucho menos pueda garantizar por mis propias fuerzas que perseveraré hasta el fin en la Tradición sin cometer las locuras de algunos de mis cofrades o de mis antiguos feligreses...

¡Pero eso sí!, y ténganlo por seguro, contando también con la gracia de Dios, estoy dispuesto a no pactar en lo más mínimo con la «Iglesia oficial», ni con los católicos línea media, ni con los católicos de fachada, ni con el espíritu pluralista, ni con el decaimiento en la defensa de los valores morales y espirituales, ni con las ideas del mundo, ni con la moral simplificada y acomodaticia, ni con el espíritu esnob... ¡No voy a hacer ecumenismo!

¿Qué sucederá si toda esta situación no es revertida y si las circunstancias no logran metamorfosearme?... Yo no lo sé..., sólo Dios lo sabe... Tal vez mis superiores me alejen; tal vez me recluya en un monasterio...


Lo único que puedo garantizar, contando con mis miserias y debilidades, es:

Primero: que el combate no lo voy a abandonar..., pero que tampoco voy a deponer las armas... Tal vez tenga que combatir desde otro puesto o con otras armas...

Segundo: que con los medios que me proporciona mi sacerdocio, a aquellos feligreses que lo quieran en serio los ayudaré a cumplir las palabras de nuestro Superior de Distrito antes de la renovación de la consagración a la Virgen Santísima en Luján, con las cuales concluyo esta ya larga homilía:

"Esa consagración nos exige un compromiso cien por ciento católico: en nuestros pensamientos, en nuestros juicios, en nuestras actitudes, en nuestras relaciones, en nuestros recreaciones; en fin, en toda nuestra vida, en todo lugar, siempre, todos los días.
Con esa única condición opondremos una barrera al mundo pagano, al mundo liberal: la sólida barrera de una vida vivida integralmente en Cristiandad.
Esta consagración que vamos a hacer nos exige un compromiso activo en la conquista de las almas. Y esta consagración a la Santísima Virgen, hecha de manera solemne, pública, como la haremos, nos compromete a todos: laicos, religiosos y sacerdotes.
Es la consagración de nuestra Fraternidad, y ella tiene sus exigencias de fidelidad; y para eso es necesario tomar mayor conciencia de la importancia de nuestra vida interior, y habrá entonces que luchar, reaccionar, cortar aun y a veces de manera categórica.
Esta consagración no admite que permanezcamos tibios, como quizá lo hemos sido; no puede permitirnos que nos contentemos con una honesta mediocridad en medio de tantas almas frías.
Existe un peligro cierto que acecha a nuestro ámbito tradicionalista: caer en la rutina, quizás en la ilusión o en la tibieza. Es el peligro de formar un batallón sin convicción.
Despojados de todo lo superfluo para nuestra vida espiritual, armados con la fortaleza del Espíritu Santo, inspirados por el temor filial, pongámonos en las manos de nuestra Buena Madre del Cielo, que quiere la consagración de nuestras vidas. Colocando a María Santísima en el centro de nuestras actividades, invoquemos su protección, su ayuda maternal; prometamos no emprender nada que pueda desagradarle, y conformar nuestra vida a su dirección, a sus deseos.
Por esta consagración espera de nosotros que sigamos esa lucha que separa el bien del mal; nos pide permanecer firmes en la fe sin compromisos; nos pide huir de ese materialismo que nos invade en la búsqueda de una existencia confortable pero desgraciadamente cerrada a las realidades sobrenaturales.

Muchos se comprometen, pocos perseveran: no seamos de estos últimos.

Santísima Virgen, hoy nos consagramos a Ti para perseverar".