DOMINGO
DEDICADO
A
LAS MISIONES
(Sermón
predicado el 24 de octubre de 1999,
en la Sede del
Distrito de América del Sur de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X)
Epístola (Eclesiástico,
36: 1-10, 17-19):
Ten
piedad de nosotros, Dios, Señor de todas las cosas; míranos y muéstranos la luz
de tus misericordias, e infunde tu temor sobre todas las naciones que no te buscan,
para que reconozcan que no hay otro Dios sino Tú y pregonen tus maravillas.
Alza
tu mano sobre las naciones extranjeras, para que vean tu poder. Así como ante
ellas has hecho brillar tu santidad entre nosotros, así ante nosotros muestra
tu grandeza entre ellas, para que te reconozcan, como también nosotros hemos
reconocido que no hay otro Dios fuera de ti, Señor. Renueva tus prodigios y
obra maravillas; glorifica tu mano y tu brazo derecho; excita tu furor y
derrama tu ira; destruye al adversario y aniquila al enemigo.
Acelera
el término y acuérdate de la promesa para que pregonen tus maravillas. Rinde
testimonio a los que desde el principio son tus criaturas, y cumple las
predicciones que anunciaron en tu nombre los antiguos profetas. Premia a los
que en ti esperan, para que se vea la veracidad de tus profetas y oye las
oraciones de tus siervos, conforme a la bendición de Aarón sobre tu pueblo, y
condúcenos por el camino de la justicia, para que todos los habitantes de la
tierra sepan que Tú eres el Dios que contempla los siglos.
Evangelio
(San Mateo, 9: 35-38):
En
aquel tiempo, recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando el Evangelio del Reino y sanando toda dolencia y toda enfermedad.
Y
a la vista de las turbas, se le enternecieron las entrañas, porque andaban
extenuados y abatidos como ovejas sin pastor.
Dijo
entonces a sus discípulos: “La mies es abundante pero los obreros pocos. Rogad,
pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies”.
Este
domingo está dedicado a rezar por las misiones, y este año (1999) coincide
con el inicio de los cinco sacrílegos días que renovarán en el Vaticano el panteón
de Asís, la feria de las religiones... ¡Asís en Roma!
Como
ya saben, por este motivo el Superior General de la Fraternidad ha dispuesto
que el próximo jueves 28 sea un día de ayuno y abstinencia, y que el Santísimo
Sacramento sea expuesto durante toda la jornada en nuestras casas para expiar y
desagraviar a Nuestro Señor ultrajado de esta manera por las mismas autoridades
de la Iglesia.
Domingo
por las misiones... panteón de Asís... encuentro interreligioso en Roma... Hay
algo que no concuerda y muestra a las claras que la Roma actual
ha perdido el espíritu misionero, el espíritu de conquista... Que la Roma
neoprotestante está animada por un espíritu ecumenista, un
espíritu pluralista, un espíritu mundialista...
En
efecto, el ecumenismo actual es la antítesis de la misión: si el "pueblo
de Dios" tiene ahora las dimensiones de la
humanidad, si todo hombre está ya, desde el comienzo, rescatado y justificado —como
dice Juan Pablo II—, si las religiones no católicas e incluso las no
cristianas son medios de salvación, ¿para qué querer convertir a los otros,
para qué intentar atraerlos al seno de la Iglesia Católica?
Si
todos los hombres se pueden salvar en cualquier religión y por medio de
cualquiera de ellas, ¿para qué misionar?, ¿para qué abandonar familia y patria
para sumergirse en medio de una sociedad pagana y hasta salvaje, a la cual,
lejos de aportarle la civilización y el cristianismo, es uno el que va a
recibir de ella su pseudo-cultura a través de la inculturación?
¡Sí!...,
la « ecumenimanía » moderna es la muerte del
espíritu misionero. Son espíritus irreconciliables.
Recorría
Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el
Evangelio del Reino... “La mies es abundante pero los obreros pocos. Rogad,
pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies"...
Jesús
no andaba con ecumenismos... La Iglesia católica no está animada por el ecumenicismo,
sino por el celo apostólico.
Por
eso nos hace rezar de este modo con la colecta de esta Misa:
Oh,
Dios, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad: envía obreros a tu mies, y concédeles el predicar con toda confianza
tu palabra; para que tu doctrina se difunda y sea glorificada, y todos los
hombres te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y al que Tú has enviado,
Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.
Es
lo mismo que pedía el pueblo elegido en el Antiguo Testamento: infunde tu
temor sobre todas las naciones que no te buscan, para que reconozcan que no hay
otro Dios sino Tú y pregonen tus maravillas. Alza tu mano sobre las naciones
extranjeras, para que vean tu poder... para que te reconozcan, como también
nosotros hemos reconocido que no hay otro Dios fuera de ti, Señor.
El
celo apostólico de la Iglesia Católica le inspira no sólo el apostolado misionero
para convertir a los paganos, sino también el celo por el regreso de los cristianos
disidentes a su seno.
Frente
a este celo católico, el ecumenismo se propone un fin netamente distinto: un diálogo
teológico entre la Iglesia Católica y las otras
confesiones cristianas, e incluso con las religiones no católicas.
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¿Cuáles
son, pues los principios que rigen el verdadero celo apostólico y misionero de
la Iglesia?
I.
La identidad absoluta de la Iglesia instituida por Jesucristo con la Iglesia Católica.
Es decir, la Iglesia Católica es
la Iglesia de Jesucristo.
Todo
está aquí, en este principio.
Si
se lo comprende, si se lo admite, se comprende el celo de la Iglesia por el
retorno de los separados.
Si
se lo rechaza, se cae en el falso ecumenismo, cuyo principio fundamental,
enunciado por el Concilio Vaticano II, es que la Iglesia Católica no se
identifica con la Iglesia de Jesucristo, sino que la Iglesia de Jesucristo subsiste
en la iglesia católica, una más entre otras.
II.
La unidad es una nota o propiedad característica de la Iglesia, y consiste en
una unidad sublime de fe, de culto y de gobierno. Jesucristo quiso para su Iglesia
esta unidad como nota, como marca de su esencia divina.
Por
lo tanto, la Iglesia Católica es una y única,
es decir, indivisible en sí misma, y no hay más que una
sola Iglesia verdadera.
III.
El tercer principio se sigue del segundo, y se enuncia así: la Iglesia católica
no puede perder su unidad. Por lo tanto, son aquellos que se separan de la
Iglesia Católica los que pierden la unidad querida por Jesucristo.
IV.
Es un corolario del precedente: la unión de los cristianos (que no es lo mismo
que la unidad de la Iglesia) no puede ser procurada sino favoreciendo el
regreso de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, que ellos
un día desgraciadamente han abandonado.
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Por
lo tanto, el falso ecumenismo, la caricatura de unidad, el ecumenismo lato, es
falso e ilegítimo, puesto que reconoce a las falsas religiones, en cuanto
tales, como medios de salvación, o al menos supone en ellas la virtud o
capacidad salvífica sobrenatural.
Su
expresión en Asís, el 27 de octubre de 1986, es la demostración de su herejía
subyacente: «Asís es el reconocimiento de la divinidad del paganismo»,
declaró sin ambigüedades Su Excelencia Monseñor Antonio de Castro Mayer en
Ecône, el 29 junio de 1988.
En
cuanto al judaísmo y al islam en particular, ¿podemos decir que tenemos el
mismo Dios que los judíos y los musulmanes?
Muchos católicos están turbados en su fe por
afirmaciones tales como “Cristianos, judíos y musulmanes tenemos el mismo
Dios” o “… creemos en el mismo Dios” o “…
adoramos al mismo Dios”...
Esta
frase, lanzada a comienzos del siglo XX por el famoso sacerdote apóstata
Jacinto Loyson, es tema común hoy en día en alocuciones, discursos y diálogos
en los encuentros ecuménicos.
Es
cierto que, objetivamente, existe un solo
verdadero Dios. En ese sentido, tenemos el mismo Dios que los judíos, los
musulmanes; pero de este modo también lo tienen los minerales, las plantas y
los animales…
El
problema es sobre la fe, sobre la creencia. Por eso es necesario afirmar que
existe una sola Revelación de este único y
verdadero Dios, de la cual el hombre no puede hacer abstracción alguna sin caer
en el error.
En
consecuencia, no puede haber más que una única fe en Dios, así como único es el
verdadero Dios y única es su Revelación.
Por
lo tanto, se tiene el mismo Dios cuando se creen las mismas cosas sobre Dios;
y se puede creer en las mismas cosas sobre Dios solamente cuando se cree en su
única Revelación.
Esto
basta para demostrar que no tenemos el mismo Dios que los judíos y los musulmanes.
Existe
una diferencia abismal entre la realidad divina, alcanzada en sí misma en su
verdadera esencia, tal como la luz de la fe nos la revela, y las
representaciones humanas de Dios que proponen las falsas religiones.
Pero
hay algo más todavía: incluso el monoteísmo de judíos y musulmanes, no es el
mismo monoteísmo católico. En efecto, el monoteísmo cristiano
profesa un Dios tal cual es: uno en la naturaleza y trino
en las Personas. En cambio, el monoteísmo judeo-musulmán profesa un dios uno
en naturaleza y uno en persona.
No
podemos decir que el Dios de la Revelación es el mismo dios que el de los
judíos y musulmanes por el solo hecho que tienen en común la unidad de
naturaleza, puesto que judíos y musulmanes no se limitan a afirmar la unidad de
naturaleza, sino que afirman igualmente la unidad de la persona en Dios.
¡Precisamente
esta es la base y el fundamento del deicidio cometido por los judíos!
Monseñor
de Castro Mayer dijo con claridad y firmeza: “Sólo es
monoteísta quien adora a la Santísima Trinidad, porque la Unidad de Dios es
inseparable de la Trinidad de Personas. Es falso decir que los judíos o
musulmanes son monoteístas. No lo son porque no adoran al Único Dios verdadero,
que es Trino. Ellos son monólatras, o sea, que
adoran un solo ídolo supremo. Ellos rechazan la adoración del verdadero Dios
Trino, para inclinarse ante un ser inexistente, un ídolo. Sólo hay una religión
monoteísta: es la Católica, que adora a la Santísima Trinidad”.
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Aquí
me detengo en la condena del falso ecumenismo que está carcomiendo al Cuerpo
Místico de Jesucristo, la Santa Iglesia. Pero hagamos una aplicación a la obra
de la Tradición.
Dijimos
al principio que entre el Domingo por las misiones y el panteón de Asís renovado
por el encuentro inter-religioso en Roma hay algo que no concuerda y que muestra
a las claras que la Roma actual ha perdido el
espíritu misionero, el espíritu de conquista... Afirmamos que la Roma
neoprotestante está animada por un espíritu ecumenista, un
espíritu pluralista, un espíritu mundialista...
Y
nos preguntábamos: si los hombres pueden salvarse en cualquier religión y por
medio de cualquiera de ellas, ¿para qué misionar?, ¿para qué abandonar, familia
y patria para sumergirse en medio de una sociedad pagana y hasta salvaje, a la
cual, lejos de aportarle la civilización y el cristianismo, es uno el que va a
recibir de ella su pseudo-cultura a través de la inculturación?
Pero
ahora, de modo personal pero públicamente,
yo me cuestiono sobre mi propio combate por la Tradición... Y quisiera que cada
uno de ustedes se cuestionase sobre este punto...
Por
lo que a mi toca, ante ustedes, representantes de los fieles a los cuales sirvo
desde hace 16 años en forma más o menos directa (y si les parece oportuno hagan
extensiva mi interpelación al resto de los feligreses), ante ustedes me pregunto
sobre mi decisión tomada hace ya 21 años de embanderarme en el combate
emprendido por Monseñor Lefebvre (de quien me honra haber recibido el sacerdocio
católico, de quien no me avergüenzo y mucho menos de que a los ojos de los que
se dicen católicos pase por rebelde y excomulgado, y yo junto con él), ante
ustedes, pues, me pregunto:
*
si —como dijo nuestro Superior de Distrito (el
Padre Beauvais) en Luján antes de la consagración a la Santísima Virgen— hay
en nosotros un decaimiento en la defensa de los valores morales y espirituales.
Las ideas, los juicios del mundo, la moral simplificada y acomodaticia de los
mundanos, el espíritu esnob, han inundado todo...
*
si nuestro Superior de Distrito se preguntaba en clara
alusión a los tradicionalistas: "¿Católicos de fachada? ¿Caricaturas de
cristianos?"...
*
si —agrego yo de mi cosecha— el espíritu misionero,
el espíritu combativo entre nuestras filas se va perdiendo, no sólo entre los
laicos sino también entre los sacerdotes...
*
si reina un cierto espíritu ecumenista respecto de la «Iglesia
oficial»... un ecumenismo tradicionalista,
diría yo, fruto del cansancio, de la rutina o de una especie de complejo de ser
tradicionalista... Puede haber otras causas; no sé...
*
si presenciamos un coqueteo, flirteo, galanteo, pololeo,
o como le quieran llamar, de nuestros fieles —e incluso a veces de
nuestros sacerdotes— con los llamados católicos de la línea media
o, como los llamo yo, extremistas de centro...
*
si se respira una suerte de espíritu pluralista hasta en
relación a la sociedad, no ya naturalista, mundana, pagana, antes bien
anticristiana y satánica...
*
si todo esto es verdad, entonces —y salvando las distancias
y haciendo un justo balance— : ¿para qué consagrarme a feligreses
animados por ese espíritu?, ¿para qué abandonar familia e «iglesia
conciliar» para sumergirse en un ambiente más o menos
conservador, al cual, lejos de aportarle el tradicionalismo integral, soy yo el
que va a recibir de él, por una extraña inculturación, el extremismo de
centro, cuyo yugo sacudí hace 21 años?...
Nota
en 2012: aquel año 1999 fue el último en que la
Peregrinación de la Tradición a Luján culminó con una entrada al Santuario
alborotada. Desde el año 2000, coincidiendo con la Peregrinación a Roma para el
Jubileo y con los acercamientos a la Roma Conciliar, los peregrinos
tradicionalistas fueron bien recibidos en Luján. Todo un símbolo. ¿Cómo podía
prever esto en mi sermón de octubre de 1999?
+++
Ni
más ni menos es ese mi cuestionamiento... Así de simple...
¡Pero,
no teman!, no es que dude de mi vocación sacerdotal, ni de mi vocación de sacerdote
tradicionalista, ni de mi compromiso con el combate contrarrevolucionario...
Nada
de eso. Gracias a Dios, todavía reconozco como una gran dádiva y experimento
una gran alegría al saber que he sido escogido para librar la gran batalla por
la Tradición en toda su extensión...
No
busco la respuesta a mi interpelación; gracias a Dios y a la Santísima Virgen,
sin soberbia ni pedantería, estoy seguro de conocerla...
Por mi parte sé lo que debo hacer, aunque tal vez no
conozca del todo las circunstancias, ni siempre sea fiel a lo que Nuestro Señor
me exige, ni mucho menos pueda garantizar por mis propias fuerzas que
perseveraré hasta el fin en la Tradición sin cometer las locuras de algunos de
mis cofrades o de mis antiguos feligreses...
¡Pero
eso sí!, y ténganlo por seguro, contando también con la gracia de Dios, estoy
dispuesto a no pactar en lo más mínimo con la «Iglesia oficial»,
ni con los católicos línea media, ni con los
católicos de fachada, ni con el espíritu pluralista, ni con el decaimiento en
la defensa de los valores morales y espirituales, ni con las ideas del mundo,
ni con la moral simplificada y acomodaticia, ni con el espíritu esnob... ¡No
voy a hacer ecumenismo!
¿Qué
sucederá si toda esta situación no es revertida y si las circunstancias no
logran metamorfosearme?... Yo no lo sé..., sólo Dios lo sabe... Tal vez mis
superiores me alejen; tal vez me recluya en un monasterio...
Lo
único que puedo garantizar, contando con mis miserias y debilidades, es:
Primero: que
el combate no lo voy a abandonar..., pero que tampoco voy a deponer las
armas... Tal vez tenga que combatir desde otro puesto o con otras armas...
Segundo: que
con los medios que me proporciona mi sacerdocio, a aquellos feligreses que lo
quieran en serio los ayudaré a cumplir las palabras de nuestro Superior de
Distrito antes de la renovación de la consagración a la Virgen Santísima en Luján,
con las cuales concluyo esta ya larga homilía:
"Esa
consagración nos exige un compromiso cien por ciento católico: en nuestros
pensamientos, en nuestros juicios, en nuestras actitudes, en nuestras relaciones,
en nuestros recreaciones; en fin, en toda nuestra vida, en todo lugar, siempre,
todos los días.
Con
esa única condición opondremos una barrera al mundo pagano, al mundo liberal:
la sólida barrera de una vida vivida integralmente en Cristiandad.
Esta
consagración que vamos a hacer nos exige un compromiso activo en la conquista
de las almas. Y esta consagración a la Santísima Virgen, hecha de manera solemne,
pública, como la haremos, nos compromete a todos: laicos, religiosos y sacerdotes.
Es
la consagración de nuestra Fraternidad, y ella tiene sus exigencias de
fidelidad; y para eso es necesario tomar mayor conciencia de la importancia de
nuestra vida interior, y habrá entonces que luchar, reaccionar, cortar aun y a
veces de manera categórica.
Esta
consagración no admite que permanezcamos tibios, como quizá lo hemos sido; no
puede permitirnos que nos contentemos con una honesta mediocridad en medio de
tantas almas frías.
Existe
un peligro cierto que acecha a nuestro ámbito tradicionalista: caer en la
rutina, quizás en la ilusión o en la tibieza. Es el peligro de formar un
batallón sin convicción.
Despojados
de todo lo superfluo para nuestra vida espiritual, armados con la fortaleza del
Espíritu Santo, inspirados por el temor filial, pongámonos en las manos de
nuestra Buena Madre del Cielo, que quiere la consagración de nuestras vidas.
Colocando a María Santísima en el centro de nuestras actividades, invoquemos su
protección, su ayuda maternal; prometamos no emprender nada que pueda
desagradarle, y conformar nuestra vida a su dirección, a sus deseos.
Por
esta consagración espera de nosotros que sigamos esa lucha que separa el bien
del mal; nos pide permanecer firmes en la fe sin compromisos; nos pide huir de
ese materialismo que nos invade en la búsqueda de una existencia confortable
pero desgraciadamente cerrada a las realidades sobrenaturales.
Muchos
se comprometen, pocos perseveran: no seamos de estos últimos.
Santísima
Virgen, hoy nos consagramos a Ti para perseverar".