domingo, 28 de octubre de 2012

Cristo Rey


FIESTA DE JESUCRISTO REY


Cuando Jesucristo afirma que es Rey y cuando establece providencialmente que el título de Rey resplandezca sobre la Cruz, es claro que desea destacar algunos aspectos de los poderes que pertenecen a su santa humanidad.

Si el rey es el que manda a todos los súbditos, el que tiene autoridad sobre todos, el que decreta leyes y las hace cumplir, en una palabra, si el rey es el que gobierna, Jesucristo, proclamándose Rey, manifiesta que el poder de gobernar le pertenece propiamente.

Hoy en día, la oscuridad ha ganado tantas mentes, el orgullo ha alcanzado tales proporciones que fue necesario establecer una fiesta especial para resaltar esta obvia doctrina.

A las Fiestas de la Epifanía y de la Ascensión, hubo que agregar la Solemnidad de Cristo Rey para recordar que, si Cristo es Rey, los efectos de la Revelación y de la santificación que Él nos ofrece naturalmente se extienden a las leyes civiles, a las instituciones y patrias terrenales, a pueblos y familias.

Porque es Rey en el secreto de las almas, Jesucristo debe ser Rey en el orden doméstico y profesional, en el orden económico y político, en el ámbito artístico y cultural, en el filosófico y teológico...


Es necesario que las naciones se rijan por la ley natural... por la ley natural iluminada por la fe. Es necesario, a pesar de los abusos atroces de innumerables hombres de la Iglesia, que las patrias terrestres reconozcan la autoridad de la Iglesia.

Ahora bien, en nuestra meditación y reflexión sobre el misterio de Cristo Rey se puede tropezar contra un doble obstáculo:

- comprender lo esencial de la Realeza de Jesucristo, pero descuidar la extensión de este Reino;

- comprender la extensión del Reino de Jesucristo a los valores de la civilización, pero perder de vista lo esencial de esta Realeza.


Lo esencial de la Realeza de Jesucristo es convertir las almas y unirlas a su Salvador.

La extensión de esta Realeza es construir una civilización cristiana; es el aspecto social del Reino de Nuestro Señor; lo que se llama la Realeza Social de Cristo.

Hay quienes sitúan en su lugar la Realeza de Jesucristo, pero no ven que este Reino no puede evitar la propagación de sus beneficios en el orden social de la ciudad.

Otros, en cambio, tienen la evidencia de que la Realeza de Jesucristo debe estar presente incluso en el orden social, pero no entienden que esto es por derivación y redundancia.

En efecto, el aspecto social de la Realeza de Cristo, que es real e innegable, sigue siendo, sin embargo, derivado. Pero, esta deducción no es artificial, sino que pertenece a la naturaleza misma de las cosas.

Debido a que es Rey en el interior, Rey en el secreto de las almas, Jesucristo debe ser el Rey en el orden doméstico y profesional, en el orden económico y político, en el orden artístico y cultural, en orden filosófico y teológico...

Aunque pertenezca propiamente al orden interno de las almas, la Realeza de Jesús no deja de extenderse al dominio terrenal, a las autoridades temporales, a las familias y pueblos, a toda institución secular.

Esta verdad es proclamada solemnemente por la Iglesia en la Fiesta de Cristo Rey. Sin embargo, el reinado de Cristo sobre lo temporal no es el carácter primario de sus prerrogativas reales, es un segundo aspecto. No decimos secundario, insignificante, prescindible. Decimos aspecto segundo, derivado; pero también aspecto necesario.


Por lo tanto, Jesús, que es el Rey de las almas, es necesariamente, por una extensión inevitable, Rey de las familias y de las naciones. Sin embargo, esta segunda manifestación de Su Majestad se basa en la primera.

Hablamos de Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es normal y legítimo. Pero esta Realeza sobre la sociedad civil, no es semejante al señorío de ningún rey o gobernante... Es distinto al dominio de los grandes de este mundo... Es de naturaleza espiritual, por necesarios e inevitables que sean sus repercusiones sobre las realidades temporales.

Cuanto más nos resolvamos combatir las ideas y las acciones de los que repiten con los judíos incrédulos: "No queremos que éste reine sobre nosotros", tanto más tenemos que tratar de convencer a los que van por mal camino, y, por lo mismo, tanto más debemos vigilar para presentar el verdadero rostro de la Realeza de Jesucristo.

En resumen, el término de Rey que se aplica a Nuestro Señor completa el de Sacerdote, añadiendo las nociones no sólo de universalidad y de la ley de la gracia, sino también la influencia sobre la sociedad civil.


Tenemos que tener en cuenta el texto capital, esa respuesta de Jesús a Poncio Pilato, que no deja ninguna duda acerca de la naturaleza interna del Reino que vino a establecer.

Evidentemente, estas palabras significan que el Reino de Jesús no es comparable con ningún otro. No está en el mismo nivel y se encuentra en el interior del hombre, en la profundidad donde el hombre escucha la verdad que viene de arriba, la palabra de vida que ofrece la conversión y salva.


¿Debemos sacrificar, entonces, el edificar o preservar un orden temporal cristiano?

Precisemos la cuestión: si Jesucristo no quiere un reino político y ha rechazado gozar la potestad del César, un padre de familia, ¿debería sacar la conclusión de que tiene que formar a sus hijos en la vida espiritual sin tener que preocuparse acerca de una sociedad que escandaliza?

¡Dios no lo permita! Ya hemos dicho que las instituciones deben ser conformes a Jesucristo con el fin de ayudar a su Reino en el interior de las almas.

La respuesta es que los hombres no son espíritus desencarnados; la salvación de las almas exige que la Realeza de Jesucristo se extienda a la sociedad.

Quien aspira al reinado de Jesucristo en su corazón y en los corazones de sus hermanos no puede quedar tranquilo ante instituciones y leyes que corrompen y obstaculizan la salvación.

Querer una sociedad que se ajuste a la ley natural y a la ley cristiana es una consecuencia de la vida interior. El hombre que acepta la Realeza de Jesús en el interior, cuando ponga su mano en las actividades seculares, no puede dejar de lado la voluntad de Cristo.

Llevará a cabo sus deberes como padre o empresario, como poeta o médico, de modo que esas tareas rindan homenaje a Jesucristo, que vive en él, que es su Rey y su todo.

¿Cómo hará para obtener esto? ¿Cómo va a demostrar que él reconoce y proclama como Rey a Jesucristo en sus actividades profanas?

No sólo dándoles un marco religioso, sino realizando esas tareas conforme al derecho natural y a las leyes del Evangelio y de la Iglesia.

Por lo tanto, el Reino de Jesucristo exige, no sólo que las acciones personales se realicen religiosa y piadosamente, sino también en correspondencia con las leyes naturales, con las buenas costumbres y con las leyes cristianas.

Es inevitable que el Reino de Jesucristo sea social; no en el sentido de que sea ejercicio por el mismo Cristo o por los ministros que Él hubiese establecido, sino en el sentido de que su Realeza orienta las actividades profanas y tiende a conformar las leyes y costumbres a las del Evangelio.


Recordemos ese famoso pasaje de la Encíclica Quas Primas de Pío XI:

No debe haber ninguna diferencia entre los individuos, las familias y los Estados; porque los hombres no están menos sujetos a la autoridad de Cristo en su vida colectiva que en su vida privada. Él es la única fuente de salvación, de las sociedades como de los individuos: no hay salvación en ningún otro; ningún otro nombre fue dado a los hombres en el cual puedan salvarse.


"No están menos sujetos", porque la ley de Cristo y la acción de la gracia los alcanza tanto en su vida privada como en su vida social.

"No menos", pero de una manera distinta.

Con respecto a la vida social, es decir, la política, la cultura y la civilización, la autoridad de Cristo reviste una fórmula distinta que en el campo de la intimidad de la vida interior.

Es por eso que el Señor se ha negado rotundamente a ser rey como los reyes de este mundo.

Y, sin embargo, la historia política demuestra abundantemente, desde el primer anuncio del Evangelio, que la Santa Iglesia no puede dejar de crear y mantener una cultura y una civilización.

La Iglesia tiende a prolongarse en Cristiandad en la misma medida en que los miembros de la Iglesia participan en la sociedad civil y ejercer en ella un cargo, o cumplen una responsabilidad.

La Iglesia de Jesucristo tiende a imponer las normas constantes del derecho natural, cualesquiera que sean las vicisitudes de la historia, sumando a él las leyes católicas.

De todo esto podemos fácilmente entender las consecuencias: mientras que la Realeza de Cristo en el ámbito religioso, en el orden de la conversión y de la santificación, se realiza principalmente a través del sacerdocio, la Realeza de Cristo sobre las cosa profanas se hace principalmente por medio de los laicos. Es la misión propia de ellos el crear y mantener instituciones temporales según el orden cristiano.

En este trabajo difícil, que no se dejen llevar por la tentación del liberalismo, del laicismo; hoy hay que decir de la laicidad positiva...


En el combate actual por conservar la herencia del pasado y transmitirla en la medida de las posibilidades, que los laicos no se dejen distraer ni apartar de lo interior, de la vida de oración y de contemplación.

Esto nos lleva a plantearnos la acuciante cuestión: Y hoy en día... ¿dónde está la Realeza de Cristo?

Sabemos que habrá una victoria infalible de la Iglesia de Jesucristo; y que, en virtud de esta victoria futura, se conservará siempre por lo menos un mínimo de orden temporal cristiano.

El reino espiritual del cristiano, es decir, la Iglesia, siempre mantendrá una parte, por reducida que sea, de Civilización Cristiana.


El efecto final del poder real de Jesús será la renovación de todas las cosas en Cristo y por Cristo. Vendrá aquel día en que el Señor Jesús reinará en su plenitud, tanto sobre las cosas de la naturaleza como en el orden propio de la gracia.

Sin embargo, incluso entonces, seguirá siendo cierto que Jesús no reinará en el orden de las cosas del César, ya que este orden de cosas será transformado: no habrá ni familia mortal, ni nación perecedera; el presente mundo, el que bajo cierto aspecto pertenece al César, habrá totalmente terminado; cesarán los reinos, terminarán las civilizaciones.

En cuanto a la recapitulación total de la naturaleza humana en Jesús y por Jesús, no va a suceder antes del final de la secuencia completa de las generaciones humanas, y no se hará según el orden de las mortales generaciones sucesivas.

Dicha recapitulación, la restauración de todas las cosas en Cristo y por Cristo, será un efecto, el último, de la Segunda Venida del Redentor en gloria y majestad, su Parusía.

Es en dos fases distintas que Jesús ejerce sus poderes reales, sea que se trate del desarrollo de la historia, sea que nos refiramos a su término y supresión.

Tanto en una como en la otra fase. Jesús es siempre Soberano, y su gobierno alcanza el objetivo con la misma infalibilidad.

Sin embargo, hasta la Parusía, durante todo el tiempo de la salvación y santificación, el gobierno del Señor no suprime la Cruz ni aniquila a los impíos.

Él deja a Satanás y a sus secuaces, a los malvados y a sus organizaciones, cada día más perfeccionadas y sofisticadas, una cierta libertad de acción, ya sea para hacer brillar un día la omnipotencia de su misericordia en la conversión de los impíos y su arrepentimiento, ya sea para hacer caer sobre ellos los castigos formidables y la solidez de su juicio y de su justicia.

Si hasta la Parusía, el gobierno del Rey Jesús parece a veces indefenso o débil, es sólo una apariencia.

Nos ha dado la certeza de que, incluso en los tiempos en que será dado a la Bestia el poder de hacer la guerra a los santos y vencerlos, las puertas del infierno no prevalecerán; nada ni nadie podrá arrebatarle de sus manos las ovejas que el Padre le ha dado.

Y podemos comprobarlo, todos los días, desde el Concilio Vaticano II, e incluso en la crisis actual de la Obra de supervivencia de la Tradición.

¡No! No hay debilidad en el gobierno del Rey Jesús. Él controla el mal. Lo permite, por supuesto, pero sirviéndose para hacer resplandecer más maravillosamente a su Iglesia, para aumentar la santidad de sus elegidos, para una demostración de su justicia, que permanece oculta por ahora.

Cuando todo le haya sido sometido, entonces también el Hijo remitirá todo a su Padre para que Dios sea todo en todos.


CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO A CRISTO REY

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postrados delante de tu altar. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo.

Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.

Sé Rey de aquellos que, por seducción de falsas doctrinas o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Sé Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo, y dígnate atraerlos a todos a la luz de tu reino.

Mira, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue tu pueblo predilecto: descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí mismos reclamaron.

Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.