FIESTA DE JESUCRISTO
REY
Cuando Jesucristo afirma que es Rey y
cuando establece providencialmente que el título de Rey resplandezca sobre la Cruz,
es claro que desea destacar algunos aspectos de los poderes que pertenecen a su
santa humanidad.
Si el rey es el que manda a todos los súbditos,
el que tiene autoridad sobre todos, el que decreta leyes y las hace cumplir, en
una palabra, si el rey es el que gobierna, Jesucristo, proclamándose Rey, manifiesta
que el poder de gobernar le pertenece propiamente.
Hoy en día, la oscuridad ha ganado
tantas mentes, el orgullo ha alcanzado tales proporciones que fue necesario
establecer una fiesta especial para resaltar esta obvia doctrina.
A las Fiestas de la Epifanía y de la
Ascensión, hubo que agregar la Solemnidad de Cristo Rey para recordar que, si
Cristo es Rey, los efectos de la Revelación y de la santificación que Él nos ofrece
naturalmente se extienden a las leyes civiles, a las instituciones y patrias
terrenales, a pueblos y familias.
Porque es Rey en el secreto de las
almas, Jesucristo debe ser Rey en el orden doméstico y profesional, en el orden
económico y político, en el ámbito artístico y cultural, en el filosófico y
teológico...
Es necesario que las naciones se rijan
por la ley natural... por la ley natural iluminada por la fe. Es necesario, a
pesar de los abusos atroces de innumerables hombres de la Iglesia, que las
patrias terrestres reconozcan la autoridad de la Iglesia.
Ahora bien, en nuestra meditación y reflexión
sobre el misterio de Cristo Rey se puede tropezar contra un doble obstáculo:
- comprender lo esencial
de la Realeza de Jesucristo, pero descuidar la extensión de este Reino;
- comprender la
extensión del Reino de Jesucristo a los valores de la civilización, pero perder
de vista lo esencial de esta Realeza.
Lo esencial de la Realeza de Jesucristo
es convertir las almas y unirlas a su Salvador.
La extensión de esta Realeza es
construir una civilización cristiana; es el aspecto social del Reino de Nuestro
Señor; lo que se llama la Realeza Social de Cristo.
Hay quienes sitúan en su lugar la Realeza
de Jesucristo, pero no ven que este Reino no puede evitar la propagación de sus
beneficios en el orden social de la ciudad.
Otros, en cambio, tienen la evidencia de
que la Realeza de Jesucristo debe estar presente incluso en el orden social,
pero no entienden que esto es por derivación y redundancia.
En efecto, el aspecto social de la
Realeza de Cristo, que es real e innegable, sigue siendo, sin embargo, derivado.
Pero, esta deducción no es artificial, sino que pertenece a la naturaleza misma
de las cosas.
Debido a que es Rey en el interior, Rey
en el secreto de las almas, Jesucristo debe ser el Rey en el orden doméstico y
profesional, en el orden económico y político, en el orden artístico y cultural,
en orden filosófico y teológico...
Aunque pertenezca propiamente al orden interno
de las almas, la Realeza de Jesús no deja de extenderse al dominio terrenal, a las
autoridades temporales, a las familias y pueblos, a toda institución secular.
Esta verdad es proclamada solemnemente
por la Iglesia en la Fiesta de Cristo Rey. Sin embargo, el reinado de Cristo sobre
lo temporal no es el carácter primario de sus prerrogativas reales, es un segundo
aspecto. No decimos secundario, insignificante, prescindible. Decimos aspecto
segundo, derivado; pero también aspecto necesario.
Por lo tanto, Jesús, que es el Rey de
las almas, es necesariamente, por una extensión inevitable, Rey de las familias
y de las naciones. Sin embargo, esta segunda manifestación de Su Majestad se
basa en la primera.
Hablamos de Realeza Social de Nuestro
Señor Jesucristo. Esto es normal y legítimo. Pero esta Realeza sobre la
sociedad civil, no es semejante al señorío de ningún rey o gobernante... Es distinto
al dominio de los grandes de este mundo... Es de naturaleza espiritual, por
necesarios e inevitables que sean sus repercusiones sobre las realidades
temporales.
Cuanto más nos resolvamos combatir las
ideas y las acciones de los que repiten con los judíos incrédulos: "No
queremos que éste reine sobre nosotros", tanto más tenemos
que tratar de convencer a los que van por mal camino, y, por lo mismo, tanto
más debemos vigilar para presentar el verdadero rostro de la Realeza de
Jesucristo.
En resumen, el término de Rey que se
aplica a Nuestro Señor completa el de Sacerdote, añadiendo las nociones no sólo
de universalidad y de la ley de la gracia, sino también la influencia sobre la
sociedad civil.
Tenemos que tener en cuenta el texto
capital, esa respuesta de Jesús a Poncio Pilato, que no deja ninguna duda
acerca de la naturaleza interna del Reino que vino a establecer.
Evidentemente, estas palabras
significan que el Reino de Jesús no es comparable con ningún otro. No está en
el mismo nivel y se encuentra en el interior del hombre, en la profundidad
donde el hombre escucha la verdad que viene de arriba, la palabra de vida que
ofrece la conversión y salva.
¿Debemos sacrificar, entonces, el
edificar o preservar un orden temporal cristiano?
Precisemos la cuestión: si Jesucristo
no quiere un reino político y ha rechazado gozar la potestad del César, un
padre de familia, ¿debería sacar la conclusión de que tiene que formar a sus
hijos en la vida espiritual sin tener que preocuparse acerca de una sociedad
que escandaliza?
¡Dios no lo permita! Ya hemos dicho que
las instituciones deben ser conformes a Jesucristo con el fin de ayudar a su
Reino en el interior de las almas.
La respuesta es que los hombres no son
espíritus desencarnados; la salvación de las almas exige que la Realeza de Jesucristo
se extienda a la sociedad.
Quien aspira al reinado de Jesucristo
en su corazón y en los corazones de sus hermanos no puede quedar tranquilo ante
instituciones y leyes que corrompen y obstaculizan la salvación.
Querer una sociedad que se ajuste a la
ley natural y a la ley cristiana es una consecuencia de la vida interior. El
hombre que acepta la Realeza de Jesús en el interior, cuando ponga su mano en las
actividades seculares, no puede dejar de lado la voluntad de Cristo.
Llevará a cabo sus deberes como padre o
empresario, como poeta o médico, de modo que esas tareas rindan homenaje a
Jesucristo, que vive en él, que es su Rey y su todo.
¿Cómo hará para obtener esto? ¿Cómo va
a demostrar que él reconoce y proclama como Rey a Jesucristo en sus actividades
profanas?
No sólo dándoles un marco religioso,
sino realizando esas tareas conforme al derecho natural y a las leyes del
Evangelio y de la Iglesia.
Por lo tanto, el Reino de Jesucristo
exige, no sólo que las acciones personales se realicen religiosa y
piadosamente, sino también en correspondencia con las leyes naturales, con las buenas
costumbres y con las leyes cristianas.
Es inevitable que el Reino de Jesucristo
sea social; no en el sentido de que sea ejercicio por el mismo Cristo o por los
ministros que Él hubiese establecido, sino en el sentido de que su Realeza orienta
las actividades profanas y tiende a conformar las leyes y costumbres a las del
Evangelio.
Recordemos ese famoso pasaje de la Encíclica
Quas Primas de Pío XI:
No debe haber ninguna diferencia
entre los individuos, las familias y los Estados; porque los hombres no están
menos sujetos a la autoridad de Cristo en su vida colectiva que en su vida
privada. Él es la única fuente de salvación, de las sociedades como de los
individuos: no hay salvación en ningún otro; ningún otro nombre fue dado a los
hombres en el cual puedan salvarse.
"No están menos sujetos", porque la
ley de Cristo y la acción de la gracia los alcanza tanto en su vida privada como
en su vida social.
"No menos", pero de una
manera distinta.
Con respecto a la vida social, es
decir, la política, la cultura y la civilización, la autoridad de Cristo reviste
una fórmula distinta que en el campo de la intimidad de la vida interior.
Es por eso que el Señor se ha negado
rotundamente a ser rey como los reyes de este mundo.
Y, sin embargo, la historia política
demuestra abundantemente, desde el primer anuncio del Evangelio, que la Santa
Iglesia no puede dejar de crear y mantener una cultura y una civilización.
La Iglesia tiende a prolongarse en Cristiandad
en la misma medida en que los miembros de la Iglesia participan en la sociedad
civil y ejercer en ella un cargo, o cumplen una responsabilidad.
La Iglesia de Jesucristo tiende a
imponer las normas constantes del derecho natural, cualesquiera que sean las
vicisitudes de la historia, sumando a él las leyes católicas.
De todo esto podemos fácilmente
entender las consecuencias: mientras que la Realeza de Cristo en el ámbito
religioso, en el orden de la conversión y de la santificación, se realiza
principalmente a través del sacerdocio, la Realeza de Cristo sobre las cosa
profanas se hace principalmente por medio de los laicos. Es la misión propia de
ellos el crear y mantener instituciones temporales según el orden cristiano.
En este trabajo difícil, que no se dejen
llevar por la tentación del liberalismo, del laicismo; hoy hay que
decir de la laicidad positiva...
En el combate actual por conservar la
herencia del pasado y transmitirla en la medida de las posibilidades, que los
laicos no se dejen distraer ni apartar de lo interior, de la vida de oración y de
contemplación.
Esto nos lleva a plantearnos la acuciante cuestión: Y hoy en día... ¿dónde está la Realeza de Cristo?
Sabemos que habrá una victoria infalible
de la Iglesia de Jesucristo; y que, en virtud de esta victoria futura, se
conservará siempre por lo menos un mínimo de orden temporal cristiano.
El reino espiritual del cristiano, es
decir, la Iglesia, siempre mantendrá una parte, por reducida que sea, de Civilización
Cristiana.
El efecto final del poder real de Jesús
será la renovación de todas las cosas en Cristo y por Cristo. Vendrá aquel día en
que el Señor Jesús reinará en su plenitud, tanto sobre las cosas de la
naturaleza como en el orden propio de la gracia.
Sin embargo, incluso entonces, seguirá
siendo cierto que Jesús no reinará en el orden de las cosas del César, ya que
este orden de cosas será transformado: no habrá ni familia mortal, ni nación perecedera;
el presente mundo, el que bajo cierto aspecto pertenece al César, habrá totalmente
terminado; cesarán los reinos, terminarán las civilizaciones.
En cuanto a la recapitulación total de
la naturaleza humana en Jesús y por Jesús, no va a suceder antes del final de
la secuencia completa de las generaciones humanas, y no se hará según el orden
de las mortales generaciones sucesivas.
Dicha recapitulación, la restauración
de todas las cosas en Cristo y por Cristo, será un efecto, el último, de la Segunda
Venida del Redentor en gloria y majestad, su Parusía.
Es en dos fases distintas que Jesús
ejerce sus poderes reales, sea que se trate del desarrollo de la historia, sea
que nos refiramos a su término y supresión.
Tanto en una como en la otra fase.
Jesús es siempre Soberano, y su gobierno alcanza el objetivo con la misma
infalibilidad.
Sin embargo, hasta la Parusía, durante
todo el tiempo de la salvación y santificación, el gobierno del Señor no suprime
la Cruz ni aniquila a los impíos.
Él deja a Satanás y a sus secuaces, a los
malvados y a sus organizaciones, cada día más perfeccionadas y sofisticadas,
una cierta libertad de acción, ya sea para hacer brillar un día la omnipotencia
de su misericordia en la conversión de los impíos y su arrepentimiento, ya sea
para hacer caer sobre ellos los castigos formidables y la solidez de su juicio
y de su justicia.
Si hasta la Parusía, el gobierno del
Rey Jesús parece a veces indefenso o débil, es sólo una apariencia.
Nos ha dado la certeza de que, incluso
en los tiempos en que será dado a la Bestia el poder de hacer la guerra a los
santos y vencerlos, las puertas del infierno no prevalecerán; nada ni nadie
podrá arrebatarle de sus manos las ovejas que el Padre le ha dado.
Y podemos comprobarlo, todos los días,
desde el Concilio Vaticano II, e incluso en la crisis actual de la Obra de
supervivencia de la Tradición.
¡No! No hay debilidad en el gobierno
del Rey Jesús. Él controla el mal. Lo permite, por supuesto, pero sirviéndose para
hacer resplandecer más maravillosamente a su Iglesia, para aumentar la santidad
de sus elegidos, para una demostración de su justicia, que permanece oculta por
ahora.
Cuando todo le haya sido sometido,
entonces también el Hijo remitirá todo a su Padre para que Dios sea todo en
todos.
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos
humildemente postrados delante de tu altar. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y
a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente
nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos,
despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!,
compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón
Santísimo.
Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás
se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz
que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.
Sé Rey de aquellos que, por seducción de falsas
doctrinas o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al
puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo
rebaño bajo un solo Pastor.
Sé Rey de los que permanecen todavía envueltos en las
tinieblas de la idolatría o del islamismo, y dígnate atraerlos a todos a la luz
de tu reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia a los
hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue tu pueblo predilecto: descienda
también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día
contra sí mismos reclamaron.
Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a
tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del
uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el
Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de
gloria por los siglos de los siglos. Amén.