CUARTO DOMINGO
DE PASCUA
Contemplaremos hoy en el Apocalipsis la Providencia
especial de Dios sobre los elegidos, eco de la divina promesa de
Nuestro Señor: Porque habrá entonces una
gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el
presente ni volverá a haberla. Y si aquellos días no se abreviasen, no se
salvaría nadie; pero en atención a los
elegidos se abreviarán aquellos días.
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Y cuando abrió el quinto sello, vi
debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y
por el testimonio que mantuvieron. Y clamaron a gran voz: ¿Hasta cuándo, oh Señor, Santo y Veraz, tardas en juzgar y vengar
nuestra sangre en los habitantes de la tierra? Entonces se le dio a cada
uno una túnica blanca y se les dijo que descansasen todavía por poco tiempo,
hasta que se completase el número de sus consiervos y de sus hermanos que
habían de ser matados como ellos (VI, 9-11).
El Quinto Sello prolonga el
cuadro anterior de la persecución ya por venir, pues «las almas debajo del altar» son los mártires que están por venir
de la gran persecución.
En efecto, incluso durante la tribulación magna, el mundo
presenciará el testimonio de los fieles. Recordemos que testigo significa
mártir…
Los que den testimonio durante la tribulación sufrirán
terriblemente por su fe.
Debajo del altar, porque allí corría la sangre de los sacrificios; y los hebreos
creían que en la sangre estaba el alma. En nuestros altares hay reliquias de
mártires…
Los cuerpos están diseminados por el mundo, pero las almas
están en la presencia del Señor.
La causa de su martirio, el testimonio que mantuvieron,
es haber predicado y enseñado con audacia las cosas de Dios. La consecuencia de
su martirio es que han sido justificados delante de Dios.
¿Hasta cuándo…? La voz de Abel, primer mártir en el
mundo, clama desde hace más de seis mil años, sin ser resuelto su reclamo… Sin
embargo, esto no indica indiferencia de parte de Dios.
Los mártires están reclamando justa venganza; no piden
misericordia; su plegaria es una imprecación.
Jesucristo enseñó a sus discípulos a rogar por sus
enemigos; Él mismo sobre la Cruz pidió a su Padre que perdonase a quienes lo
hacían crucificar; el primer mártir siguió su ejemplo: Señor, no les tomes en cuenta este pecado.
Pero el tiempo de la misericordia ha terminado, y los
mártires del Señor tienen derecho de pedir una justa represalia contra sus verdugos.
Los testigos fieles no son reprochados por su actitud,
sino que reciben el consuelo de su martirio, vestiduras blancas, reales, que
les cubrían hasta los pies y les servían como muestra de la rectitud de su
reclamo.
Como su testimonio público les costó la vida, el Señor
les da su pública aprobación en forma de estas vestiduras, símbolo de la gloria actual de los
decapitados, la aureola de la que hablan exégetas y teólogos.
Y se les da una respuesta apaciguada y consoladora:
Descansasen, no estén ansiosos en cuanto a la venganza merecida.
¡Gócense de la presencia del Señor!
Hasta que…
La espera descarta
la impaciencia y frustración, e infunde gran confianza porque, a su debido
tiempo, el Juez del universo pondrá orden conforme a su perfecta justicia.
Sin embargo, para los creyentes sobrevivientes de la
tribulación, tal espera no será tan fácil… han de dar testimonio por la sangre,
serán mártires al igual que sus hermanos que los precedieron…
El mundo no está mejorando, como afirman algunos
ingenuos… La Bestia no será domesticada a fuerza de cacahuetes… La Sagrada
Escritura indica una creciente violencia, que recrudecerá a antes del
establecimiento del Reino.
Pero los mártires recibirán consuelo y compensación
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Vi a otro Ángel
que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y clamó a gran voz a los
cuatro Ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar:
No causéis daño ni a la tierra ni al mar
ni a los árboles, hasta que hayamos sellado la frente de los siervos de nuestro
Dios. Y oí el número de los marcados con el sello: 144.000 sellados, de
todas las tribus de los hijos de Israel (...) Después miré y
había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, tribus,
pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con túnicas
blancas y con palmas en sus manos (...) Uno de los
Ancianos tomó la palabra y me preguntó: Estos
que están vestidos de túnicas blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?
Yo le respondí: Señor mío, tú lo sabes.
Me respondió: Estos son los que vienen de
la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le adoran día y
noche en su Templo; y el que está sentado en el trono fijará su morada con
ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni ardor
alguno; porque el Cordero que está en medio, frente al trono, los apacentará y
los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda
lágrima de sus ojos (VII).
En el texto de este capítulo
hay dos visiones distintas, separadas por la frase Después de esto vi… La primera visión toma lugar en la tierra,
mientras que la segunda es una escena celestial.
Los Elegidos de todas las
Tribus de Israel son los perseverantes de los últimos días; y todos los
salvados son añadidos a los mártires de los últimos tiempos.
Hay un paréntesis entre el sexto y el séptimo juicio que
explica el sellamiento de los 144.000 creyentes que testificarán durante la
tribulación. Sufrirán, pero serán protegidos divinamente durante los difíciles
años de testimonio. No pueden ser martirizados, el duro aguante será su suerte.
El sello del Dios
vivo es la señal de elección y salvación contra las calamidades de la
tierra y del mar, del Falso Profeta y del Anticristo. Contrasta con la marca
blasfema de la Bestia, así como con los dioses falsos, muertos.
¿Quiénes
son? Dios quiere que sean
debidamente reconocidos. Dios descorre el velo del futuro, pasa por alto los
terribles sucesos de esos días y muestra a San Juan para animarlo, y animarnos,
aquella gran multitud que será salvada. Habiendo visto esta gloriosa visión de
los redimidos, ya seguros después de la tribulación, el Apóstol ahora estará
fortalecido para considerar las agonías contenidas en el transcurso de la persecución.
El hecho de emblanquecer ropa por medio de lavarla en sangre es una paradoja sorprendente.
Lo que provee vestidos blancos es el sacrificio de Cristo. Este simbolismo es
una manera de describir su fe en Él.
Jesucristo será su Pastor, que los llenará de bienes,
los apartará de todo mal y los conducirá a la misma fuente de la vida, que es la
visión pura de Dios.
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Y miré, y he aquí que el Cordero
estaba de pie sobre el monte Sión, y con Él 144.000 que llevaban escrito en la
frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre.
Y oí una voz del cielo, semejante a la
voz de muchas aguas, y como el estruendo de un gran trueno; y la voz que oí se
parecía a la de citaristas que tañen sus cítaras. Y cantaban un cántico nuevo
delante del trono, y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos. Y nadie
podía aprender el cántico, sino los 144.000 rescatados de la tierra. Estos son
los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que
siguen al Cordero a dondequiera que vaya. Estos han sido rescatados de entre
los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. Y en su boca no se
encontró mentira; son inmaculados (XIV, 1-5).
Este cuadro
o signo deja ver el triunfo del Cordero, destinado a fortificar a los creyentes, que
podrían desanimarse por las terribles perspectivas descritas en los capítulos
XII y XIII.
Las visiones consoladoras de este género no faltan jamás en el
Apocalipsis, a continuación de predicciones sombrías.
Como
de costumbre, después de habernos mostrado los males tramados por el Demonio,
San Juan nos hace elevar los ojos al Cielo para contemplar un espectáculo
reconfortante: Cristo Rey y sus conquistas. A las dos Bestias prosigue el
Cordero, de pie, rodeado de 144.000 almas.
El Cordero no está ya
aquí como en el capítulo quinto, como un Cordero
degollado, sino como un Rey glorioso
entre su corte resplandeciente.
San Juan
escucha como una orquesta vasta y potente, y un coro interpretando un cántico
que nunca se oyó sobre la tierra.
San Juan los escucha cantar.
Por la multitud, habría creído oír el rumor del océano y miles de olas, o la
tempestad rugiendo; pero, por la dulzura, se trata de un concierto de infinidad
de citaristas que, al mismo tiempo que interpretan sus instrumentos, cantan un
cántico nuevo.
Cantaban al mismo tiempo que
interpretaban; cantaban por su amor e interpretaban por su acción, de pie, ante
el Trono, los cuatro Animales y los veinticuatro Ancianos.
¿De dónde les venía esta
alegría expresada tan dulce como fuertemente? De Jesús y de ellos mismos. De
Jesús, sin el cual ellos no pueden nada; y de ellos mismos, sin los cuales
Jesús no quiso hacer nada.
Jesús los había comprado sobre
el Calvario; y desde entonces se habían convertido en sus miembros, primicias
de una cosecha que se acabará al fin de los tiempos.
Son los
mártires de los últimos tiempos los más mártires de todos, dice San Hipólito. «Vírgenes» e «Inmaculados» los llama San Juan porque se guardaron de la
apostasía y de la idolatría del Anticristo, la cual en las Escrituras es
llamada "fornicación".
No se
ensuciaron con mujeres, es decir, con la «Mujer»
que aparecerá más tarde, la Meretriz Magna, fautora de la religión falsificada.
Varones los pinta el Profeta, no porque no haya mujeres entre ellos, sino en
señal de fortaleza.
Sobre la tierra, ellos han
evitado toda mancha: la mancha del cuerpo, por la castidad virginal o conyugal;
la mancha del espíritu, por la virginidad de la fe, la sinceridad y la
franqueza.
Ahora, como recompensa, siguen
al Cordero, su Esposo, dondequiera que vaya.
San Agustín
comenta: “Jesucristo dice de sus servidores que le seguirán adonde quiera que
fuere y que estarán en donde Él estuviere. Pero, ¿adónde le han de seguir y a
qué? A gozarse con Cristo, de Cristo y en Cristo, por Cristo y sin perder a
Cristo”.
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En esto está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Y oí una voz del cielo que decía: Escribe: ¡Bienaventurados desde ahora los
muertos que mueren en el Señor! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus
trabajos, pues sus trabajos siguen con ellos (XIV, 13).
El Heraldo comienza por destacar que los
pecados de los malos constituyen el heroísmo de los justos.
Los creyentes de la última etapa de la
tribulación van a necesitar más que nunca la virtud de paciencia para poder
resistir sin abandonar la lucha espiritual contra la presión del Anticristo.
El Cielo hace ver que la recompensa será sin
demora, pero después de la muerte.
Finalmente, el Espíritu Santo concluye
asegurando que el Paraíso es el salario exigido por las obras de los justos.
Observemos las dos condiciones de salvación
impuestas a los hombres: la práctica de los mandamientos y la fe en Jesús.
También destaquemos los dos caracteres de la
recompensa: ella es inmediata y, por la misericordia de Dios, un salario
debido.
El aparente ilimitado dominio del Anticristo
sobre los santos sobrevivientes será muy desalentador para éstos. Pero esta
bienaventuranza les asegura que su muerte física los va a conducir al descanso
y a la recompensa.
En
contraste con los rebeldes que se han buscado su propia condenación tenemos a
los pacientes escogidos de Dios, quienes claman ser librados del adversario.
La
doble marca del remanente fiel en un período de inigualable tribulación es el
guardar los mandamientos de Dios y mantenerse en la fe de Jesús. Ahora su fe y
su paciencia son recompensadas abundantemente.
¡Qué
agradable alivio el que trae esta bienaventuranza! Viene como una tregua en
medio de tanto juicio y tormento.
Aunque
el mensaje que San Juan escuchó tiene aplicación para todos los santos,
tiene una relación muy especial con aquellos que han de ser martirizados por su
fe.
En esta
bienaventuranza se tiene en consideración una clase especial de Santos Mártires
en un período particular de la historia humana.
Desde ahora
es una expresión que indica un fin inminente, y que se está a punto de entrar a
la bienaventuranza expresa.
El tema
central es el martirio bajo la Bestia.
Todos los que mueran en el
Señor, es que estaban dispuestos a morir por
el Señor.
Pero
después de todas estas torturas que sólo la Bestia es capaz de infringir a aquellos
que no le quieran rendir adoración, vendrá el descanso. Llegará a través de la
muerte; para los que sean fieles hasta la muerte, habrá vida y descanso eterno.
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Vi en el cielo otra señal grande y sorprendente: siete Ángeles
con siete plagas, las postreras, porque en ellas el furor de Dios queda
consumado. Y vi como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los triunfadores
que escaparon de la bestia y de su estatua y del número de su nombre, en pie
sobre el mar de cristal, llevando citaras de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés,
siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y sorprendentes son tus obras, oh Seno, Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de las naciones. ¿Quién no te
temerá, Señor, y no glorificará tu Nombre?, pues sólo Tú eres santo; y todas
las naciones vendrán, y se postrarán delante de Ti, porque los actos de tu
justicia se han hecho manifiestos (XV, 1-4).
De repente, hay un cambio completo, San Juan
ve otra visión con un tema distinto: los últimos juicios pronto serán
desatados.
El capítulo proporciona una especie de
preámbulo para los hechos que tendrán lugar luego.
En los primeros cuatro versículos hay un
intermedio de bendición y alabanza. Dios una vez más asegura y tranquiliza a su
pueblo fiel; son un breve paréntesis que presenta la alegría de los mártires
que están en la presencia del Señor.
Antes de que el juicio empiece, los Santos
que se hallan en la escena son vistos en un lugar seguro. La presencia de ellos
en este momento testifica que el castigo inminente es merecido.
Es un cuadro de su rescate de la feroz
persecución del Anticristo, aunque su redención es por la muerte física.
Conquistaron al ser vencidos; este es un enigma insoluble al mundo.
Tuvieron que resistir la persona del
Anticristo, la imagen que tenía la facultad de matar, la marca de la bestia,
sin la cual uno no podía negociar.
Vencieron los poderes, al parecer,
irresistibles que controlaban todo el mundo. Se ve la firmeza y seguridad de
los mártires, a pesar de la agitación del mundo caótico.
San Juan describe la escena con la música
resonando en los oídos. Son cánticos conocidos: el Cántico de Moisés y el
Cántico del Cordero.
La primera canción en la Biblia presenta la
redención de Israel cuando acababa de cruzar el Mar Rojo. La última canción
registrada en la Biblia se encuentra en el presente capítulo, cuyo tema es
también la redención; los salvados durante la tribulación, que cantan el
cántico de Cristo.
En la presencia de Dios, los mártires se
olvidan de sí mismos, sus pensamientos son absorbidos por las nuevas maravillas
que les rodean. La gloria de Dios y el gran cúmulo de cosas de las que sus
propios sufrimientos y victoria forman una parte ínfima, se abren delante de
ellos. Comienzan a ver el gran tema del drama mundial y escuchamos la doxología
con la que saludan la primera visión clara de Dios y sus obras.
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Y vi tronos; y sentáronse en ellos, y les fue dado juzgar, y vi
a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y
a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a
su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y
vivieron y reinaron con Cristo mil años.
Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta que se
cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección.
¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera
resurrección! Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán
sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán los mil años (XX, 4-6).
Esta visión nos permite
conocer el destino de los vencedores de la batalla precedente, uniendo el
Quinto Sello (el pedido de venganza de los elegidos [VI: 9-11]) y el Quinto
Cuadro (el Cordero y los 144.000 vírgenes [XIV: 1-5]).
Las persecuciones forjaron
mártires, las herejías promovieron confesores. Mártires y confesores habían
defendido la Revelación de Dios y el Testimonio de Cristo; ellos rechazaron la
idolatría y se negaron al alistamiento en las herejías. ¿Cuál es su recompensa?
Vivir la vida eterna en la gloria y sentarse sin demora con Cristo por mil
años, es decir, durante el tiempo que el diablo será encadenado.
San Juan dice que los santos serán sacerdotes de Dios y de
Cristo, con el cual reinarán los mil años.
Se ve en
esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, a quienes
corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el
peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los
demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como
regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado
hasta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo.
Sobre este punto se ha
debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o
interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo,
coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo
como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y
general la mencionada en los vv. 12-13 para el juicio final del v. 11.
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Resumamos:
Las almas de los degollados debajo del
altar por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que mantuvieron…
Estos son los
que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero…
Los 144.000 rescatados de la tierra.
Estos son los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los
que siguen al Cordero a dondequiera que vaya…
Los triunfadores que escaparon de la bestia y de su estatua y
del número de su nombre, en pie sobre el mar de cristal, llevando citaras de
Dios…
¡Bienaventurados desde ahora los muertos
que mueren en el Señor! Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos,
pues sus trabajos siguen con ellos…
Y vi tronos; y sentáronse en ellos, y les fue dado juzgar, y vi
a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y
a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a
su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y
vivieron y reinaron con Cristo mil años…
¡Qué cuadros más consoladores!
¡Qué magnífica y dulce Providencia especial de Dios
sobre los elegidos!