SEGUNDO DOMINGO
DE PASCUA
Continuamos con nuestro comentario del Libro del
Apocalipsis durante el Ciclo Litúrgico de Pascua.
Antes o después de las pruebas
y las sanciones, casi siempre tiene lugar una visión para reconfortar.
Esta visión nos hace ver el
Lugar de las decisiones divinas, el trono de la majestad divina. Consideremos
algunos pasajes que nos hacen contemplar este magnífico esplendor.
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Vi un
trono erigido en el cielo, y Uno sentado en el trono. El que estaba sentado era
de aspecto semejante al jaspe y al sardónico; y un arco iris alrededor del
trono, de aspecto semejante a la esmeralda. Vi veinticuatro tronos alrededor
del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras
blancas y coronas de oro sobre sus cabezas. Del trono salían relámpagos, voces
y truenos; delante del trono había siete lámparas de fuego encendidas, que son
los siete Espíritus de Dios. Delante del trono como un mar de vidrio, semejante
al cristal. En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de
ojos por delante y por detrás. El primer Viviente era semejante a un león; el
segundo Viviente, semejante a un becerro; el tercer Viviente con rostro como de
hombre; el cuarto viviente semejante a un águila que vuela. Los cuatro Vivientes
tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y
repiten sin descanso día y noche: Santo,
Santo, Santo, el Señor Dios, el Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a
venir. Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias
al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los
veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran
al que vive por los siglos de los siglos, y deponen sus coronas delante del
trono diciendo: Eres digno, Señor y Dios
nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado todas
las cosas; por tu voluntad tuvieron ser y fueron creadas (IV, 2-11).
La segunda visión que tuvo San
Juan se abre con lo que llamaban los judíos "la
gloria de Dios", o sea el Trono de la Deidad rodeado de símbolos mayestáticos.
El
escenario terrenal ahora cambia a un escenario celestial.
Esta visión permanece como
trasfondo durante todo el curso de la profecía, marcando su carácter: son los
sucesos del mundo a la luz del gobierno divino. Para poder entender la profecía, uno necesita la perspectiva celestial.
Constituye
como un prólogo o introducción para el resto del libro. Era necesario que San Juan
vislumbrara el trono de Dios en el Cielo, antes de presenciar en las visiones
los terribles juicios venideros que acontecerían en la tierra. Él necesitaba
una perspectiva celestial para poder soportar las escenas devastadoras que
había de sucederse.
Este
es el objeto central de todo el libro, es el fondo de toda la acción que toma
lugar en la tierra y en el Cielo. El propósito de mostrar un trono
es declarar que habrá un juicio. El libro empieza y termina con un trono.
Pronto, este trono celestial va a sacudir los inestables poderes terrenales;
como dice el Profeta Daniel, desmenuzará
y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.
El
trono de Dios es el punto central alrededor del cual giran todos los pormenores
de las visiones. Es el origen de toda autoridad y poder.
Uno
sentado, es Dios Padre. El apóstol
es arrebatado al cielo, donde contempla a Dios, sobre un trono de gobierno,
rodeado del arco iris.
San
Juan trata de explicar la belleza de aquel Ser. Lo que el Apóstol describe no
es a Dios mismo, sino su fulgor, su esplendor, porque a Él no se le puede
describir. En la visión se le representa como rodeado de lustre
resplandeciente, simbolizando la santidad de Dios.
Le
rodea un arco iris, como una aureola luminosa, indicando que Él es
misericordioso aun en medio del juicio. Aunque Él va a purificar al mundo por
medio de los terribles azotes de la tribulación, no lo va a destruir, sino que
va a prepararlo para la venida de Su Hijo. En el Génesis, el arco iris aparece
después del diluvio universal; pero en el Apocalipsis aparece antes de una
tempestad, para asegurar a todos que el juicio está bajo el absoluto control de
Aquel que se ha dispuesto a juzgar al mundo rebelde.
En los Ancianos han visto los
Santos Padres a los Doce Patriarcas y los Doce Apóstoles, los representantes y Reyes
de la historia religiosa del mundo.
El mar
de vidrio produce un fuerte reflejo de la gloria de Dios. Este mar
celestial no está agitado, ni turbio, todo lo contario, indica solidez, transparencia,
estabilidad, tanto de la santidad de Dios, que nunca cambia, como la de sus
juicios.
Los Animales o Vivientes
aparecen como seres celestiales, semejantes a aquellos que vieron los Profetas
como Serafines y Querubines. Los innumerables ojos significan su sabiduría; las
alas la prontitud con que cumplen la voluntad de Dios. Más tarde se comenzó a
tomarlos como símbolos de los cuatro Evangelistas; sus rostros se acomodan al
inicio de sus respectivos Evangelios.
Repiten sin descanso día y noche: Santo, Santo,
Santo... Aquí se encuentra la primera
de veinte alabanzas proclamadas por distintos grupos angélicos durante el
desarrollo de la profecía.
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Entonces
vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un
Cordero como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete
Espíritus de Dios, enviados en misión por toda la tierra. Y se acercó y tomó el
libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.
Cuando
tomó el libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron
delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes,
que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo diciendo: Eres digno de tomar el libro y abrir sus
sellos porque fuiste inmolado y compraste para Dios con tu sangre hombres de
toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un
Reino de Sacerdotes, y reinarán sobre la tierra. Y en la visión oí la voz
de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los
Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían
con fuerte voz: Digno es el Cordero que
fue inmolado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el
honor, la gloria y la alabanza. Y toda criatura, del cielo, de la tierra,
de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que
respondían: Al que está sentado en el
trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y el imperio por los siglos de los
siglos. Y los cuatro Vivientes decían: Amén;
y los Ancianos se postraron para adorar (V, 6-14).
En la visión anterior fue
presentado el trono y su ocupante; en la presente, la atención recae sobre un
libro y su receptor. La visión anterior termina con el culto de latría al
Creador, la actual con la adoración del Redentor.
El Cordero abre los Sellos, y revela
el futuro. Con esta ceremonia latréutica inaugura San Juan la lectura del
Libro, la Revelación.
Este Cordero es digno de
abrir los sellos que desatan los juicios divinos; y el mundo incrédulo,
trastornado por tales azotes, no podrá producir una bella canción de alabanza,
sino una estridente disonancia de blasfemias y dolor.
Mientras tanto, los
Santos entonan su cántico nuevo, que se
resume en estos rasgos: el precio de la Redención, la Sangre divina; el gran poder
del Sacrificio; la muchedumbre de redimidos que van a reinar sobre la tierra, irrefutable
promesa milenaria que no se puede alegorizar.
Las visiones de San Juan
tienen un prólogo en el Cielo, el más solemne y repicado que se pueda imaginar;
su procedencia es directa de Dios; su alcance es universal.
Desde el comienzo de la
apertura de los Sellos hasta la nueva Jerusalén, se van a desenvolver símbolos
de sucesos trascendentes, que realmente comprometen al Cielo con la Tierra.
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Después
de esto mire, y había una gran muchedumbre que nadie podía contar, de entre
todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, que estaban de pie ante el trono
y ante el Cordero, vestidos de túnicas blancas, con palmas en sus manos; y
clamaban a gran voz diciendo: La salud es
de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero. Y todos los
Ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los
cuatro vivientes cayeron sobre sus rostros ante el trono y adoraron a Dios,
diciendo: Amen, la alabanza, la gloria,
la sabiduría, la gratitud, el honor, el poder y la fuerza a nuestro Dios por
los siglos de los siglos. Amen (VII, 9-12).
Los Elegidos de todas las
Tribus de Israel son los perseverantes de los últimos días. Cristo dice en su
Sermón Escatológico que la Gran Apostasía haría caer, si fuera posible, incluso
a los Elegidos. Dulcísima palabra, pues implica que eso no será.
La visión preliminar de los
Sellos, ceremoniosa y adoratoria, se cierra con la Visión del Cielo y la
añadidura de todas las almas salvadas y revestidas de la gracia divina. La
promesa final se repite como ya cumplida al terminar el Apocalipsis.
La gloria del Cielo, último
destino del hombre, abre y cierra el Libro. Los júbilos son religiosos y
santos; las amenazas no son sino predicciones de hechos que han de suceder,
traídos por la malicia de los hombres, y no por la voluntad directa de Dios,
sino por la permisiva.
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Tocó la
trompeta el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que
decían: El imperio del mundo ha pasado a
nuestro Señor y a su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos. Y los
veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se
postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era
porque has asumido tu inmenso poder y has empezado a reinar. Las naciones se
habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos
sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los
santos y a los que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que
destruyeron la tierra. Y se abrió el Templo de Dios en el cielo, y apareció
el Arca de su Alianza en el Templo, y se produjeron relámpagos, y voces, y
truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada (IX, 15-19).
Suena la Séptima Trompeta y
sigue la descripción de la Parusía vista desde el Cielo, como triunfo de Dios
sobre el mal, más que como catástrofe de la tierra.
Resonancia de victoria en el Cielo: Entonces
sonaron en el cielo fuertes voces que decían: El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y reinará
por los siglos de los siglos.
Cristo, por
primera vez en el libro, se usa el título del Mesías, anticipando su glorioso
reinado. Después que se cumpla el preámbulo histórico del reinado del Mesías,
su reino se unirá al dominio eterno de Dios y continuará por los siglos de los
siglos.
Respuesta de la Iglesia: Y los
veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se
postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era
porque has asumido tu inmenso poder y has empezado a reinar. Las naciones se
habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos
sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los
santos y a los que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que
destruyeron la tierra.
El Profeta llama aquí a Cristo
"Aquel que es y que era" y
no ya "El que viene",
puesto que aquí ya es venido. El Pantocrátor o Todopoderoso es Jesucristo, cuya
divinidad San Juan no se cansa de enunciar.
El aviso celestial es reconocido por la adoración celestial, pero es rechazado
por la antipatía mundial y respaldado por el Arca actual.
Los ancianos dan un resumen gráfico de los eventos prontos a acontecer.
Abarca el resto de la tribulación hasta el final del milenio.
En el Arca del Testamento ven
algunos intérpretes a María Santísima (Fœderis
Arca) visible en la tierra en los últimos tiempos por sus apariciones, su
devoción recrecida, la definición dogmática de sus glorias y privilegios. Esta
imagen ciertamente significa que se ve algo de Dios que antes no se veía.
+++
Vi en el cielo otra señal grande y sorprendente:
siete Ángeles con siete plagas, las postreras, porque en ellas el furor de Dios
queda consumado. Y vi como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los
triunfadores que escaparon de la bestia y de su estatua y del número de su
nombre, en pie sobre el mar de cristal, llevando cítaras de Dios. Y cantaban el
cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y sorprendentes son tus obras, oh Señor,
Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de las naciones.
¿Quién no te temerá, Señor, y no glorificará tu Nombre?, pues solo Tú eres santo;
y todas las naciones vendrán, y se postrarán delante de Ti, porque los actos de
tu justicia se han hecho manifiestos (XV, 1-4).
San Juan tiene otra visión con un tema nuevo: los últimos juicios pronto serán desatados.
Pero en los primeros cuatro versículos hay un intermedio de bendición y
alabanza. Dios, una vez más, asegura y tranquiliza a su pueblo fiel.
Estos versículos son un breve paréntesis que presenta la alegría de los
mártires que están en la presencia del Señor.
Antes de que el juicio empiece los santos, que se hallan en la escena,
son vistos en un lugar seguro. Vencieron los poderes, al parecer irresistibles,
que controlaban todo el mundo. Ahora se ve la firmeza y seguridad de los
mártires, a pesar de la agitación del mundo caótico.
San Juan describe la escena con la música resonando en los oídos. Son
cánticos conocidos, el cántico de Moisés…
La primera canción en la Biblia presenta la redención de Israel cuando
acababa de cruzar el Mar Rojo; la última canción registrada en la Biblia se
encuentra en el presente capítulo, cuyo tema es también la redención, no sólo
de los redimidos entre Israel, sino también los gentiles salvados durante la
tribulación que cantan el cántico de Cristo.
El cántico del Cordero, debido a que el Cordero era figura de
Cristo sacrificado.
En la presencia de Dios, los mártires se olvidan de sí mismos, sus
pensamientos son absorbidos por las nuevas maravillas que les rodean.
La gloria de Dios y el gran cúmulo de cosas, de las que sus propios
sufrimientos y victoria forman una parte ínfima, se abren delante de ellos.
Comienzan a ver el gran tema del drama mundial y escuchamos la
doxología con la que saludan la primera visión clara de Dios y sus obras: Grandes y sorprendentes
son tus obras, oh Señor, Dios Todopoderoso...
+++
Después
de esto oí en el cielo como una gran voz de copiosa muchedumbre que decía: ¡Aleluya! La salvación y la gloria y el
poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos; porque
ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha
vengado sobre ella la sangre de sus siervos. Y por segunda vez dijeron: ¡Aleluya! La humareda de la Ramera se
eleva por los siglos de los siglos. Entonces los veinticuatro Ancianos y los
cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono,
diciendo: ¡Amén! ¡Aleluya! Y salió
una voz del trono, que decía: Alabad a
nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes. Y
oí una voz como de gran muchedumbre y como estruendo de muchas aguas y como
estampido de fuertes truenos, que decía: ¡Aleluya!
Porque ha establecido el reinado el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso.
Regocijémonos y saltemos de júbilo, y démosle gloria, porque han llegado las
bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse
de lino finísimo, espléndido y limpio; porque el lino finísimo significa la
perfecta justicia de los santos (XIX, 1-8).
La Celebración del Cielo sirve de puente entre los
terrores de la tribulación y las maravillas del milenio, seguida por la
Ceremonia en el Cielo.
Es dramático el contraste
entre el mundo, que se lamenta por la caída de Babilonia, y el Cielo, que se
llena de la máxima exultación, lo cual se explica pues esa caída va a facilitar
y acelerar el establecimiento universal del Reino de Dios.
Distinto del turbulento ámbito que le rodea, el tono de
este pasaje es de alabanza y de adoración. Los redimidos se dan cuenta que Dios
controla todo y que su victoria es segura.
Los Santos alaban la justicia
y la veracidad de Dios, al ver que se cumple cuanto Él avisó.
¡Cuántas veces diremos que el
Apocalipsis no es un libro hecho para dar miedo, sino para consolar y
corroborar a aquellos que estos miedos tenían y tienen delante y encima!
¡Aleluya!...
¡Alabad a Yahvé! porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado
a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado
sobre ella la sangre de sus siervos...
Parece una anomalía que una palabra de alabanza al Señor
se use para expresar alegría sobre la calamidad de alguien. Pero ese malvado
sistema babilónico ha sido un rebelde desafiante contra el programa y el
gobierno de Dios desde su principio.
Voces celestiales cantan la
toma de posesión por el Señor de su Reino Universal y Eterno al igual que en
las Bodas del Cordero. Este hermoso pasaje sirve de transición entre la ruina
de Babilonia y la derrota del Anticristo y Satanás.
La desposada se prepara para
celebrar las nupcias con su divino Esposo. San Juan deja entrever las Bodas del
Cordero y de la Iglesia, que se celebrarán en la Parusía.
El Reino de Dios puede ahora reemplazar al demolido
poder mundial que ha dominado la tierra en oposición al Reino de Dios durante
tanto tiempo.
Dios ha estado reinando sobre el trono celestial, pero
ahora está por conquistar los tronos de la tierra al igual que el reino de
Satanás y la Bestia.
En su soberanía, Él ha permitido a gente mala y ángeles
malos hacer lo peor, pero ahora el tiempo ha llegado para que se haga la
voluntad de Dios en la tierra como en el Cielo.
+++
Asociémonos a los adoradores del Trono real en el Cielo,
recitando la oración que nos enseñó el Cordero, Cristo Rey:
Padre Nuestro, que estás en los Cielos:
Santificado sea tu Nombre, así en la tierra como en el
Cielo...
Venga a nosotros tu Reino, así en la tierra como en el
Cielo...
Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo...
Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus
Deus Sabaoth.
Pleni sunt cœli et terra gloria
tua. Hosanna in excelsis.
Tu solus Sanctus, Tu solus Dominus,
Tu solus Altissimus, Jesu Christe.
Cum Sancto Spiritu, in gloria Dei
Patris.
PRIMER DOMINGO
DE PASCUA
Desde el comienzo, el Libro del Apocalipsis se expresa en
términos claros y firmes:
Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras
de esta profecía y guardan las cosas escritas en ella, pues el momento está
cerca.
A causa de la bienaventuranza
aquí expresada, el Librito de San Juan, juntamente con el Evangelio, era en
tiempos de fe viva un libro de cabecera de los cristianos.
La Santa Liturgia lo pone
en los labios y el corazón de los sacerdotes y religiosos, obligados al rezo
del Santo Oficio, durante la tercera semana de Pascua.
Para formarse una idea de
la veneración en que era tenido por la Iglesia, bastará saber lo que el IV
Concilio de Toledo ordenó en el año 633: "La autoridad de muchos concilios
y los decretos sinodales de los santos Pontífices romanos prescriben que el
Libro del Apocalipsis es de Juan el Evangelista, y determinaron que debe ser
recibido entre los Libros divinos; pero muchos son los que no aceptan su
autoridad y tienen a menos predicarlo en la Iglesia de Dios. Si alguno, desde
hoy en adelante, o no lo reconociera, o no lo predicara en la Iglesia durante
el tiempo de las Misas, desde Pascua a Pentecostés, tendrá sentencia de
excomunión".
Por lo dicho, durante los
cinco Domingos de Pascua de este año predicaré sobre este Libro Canónico.
+++
Hoy lo consagraré a la
meditación de los diversos títulos de Nuestro Señor Jesucristo.
El Apocalipsis atribuye
veinticinco títulos a Cristo; doce hablan de su divinidad, de su humanidad y de
la unión de estas dos naturalezas; otros cinco títulos se refieren a su oficio;
ocho, finalmente, señalan su relación con el tiempo y con los acontecimientos,
muy especialmente con la Redención.
Nos detendremos en algunos de ellos para tratar de sacar
algún provecho espiritual.
+++
El primer título se presenta en una frase que dice: Gracia a
vosotros y paz de Aquel que es, y que era, y que viene (I, 4).
San Juan designa a Jesucristo con tres palabras griegas
intraducibles exactamente al castellano (un verbo y dos participios activos
sustantivados) y que designan:
— su Divinidad = Aquel
que es (el Siendo).
— su Humanidad = Aquel
que era (el Era).
— su futura Venida = Aquel
que viene (el Viniéndose).
En otros lugares se retoma la fórmula, hasta que en el
capítulo once, versículo diecisiete, se dice Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso,
Aquel que es y que era, suprimiendo que
viene, porque el Advenimiento se da por realizado.
+++
San Juan sigue con la declinación de los títulos de
Cristo Mesías: de
parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el
Príncipe de los reyes de la tierra (I, 5).
Los tres títulos, Testigo
fiel, Primogénito, Príncipe, sirven de resumen
cronológico de la obra de Cristo:
En el pasado, como Profeta,
Cristo era el testigo fiel, punto de contacto entre el presente y el futuro. Si
Cristo fue fiel durante su ministerio en el mundo, por supuesto lo será en su
presente ministerio celestial al impartir a San Juan esta Revelación, y lo será
en el futuro cumplimiento de la misma.
En el presente, es el primogénito
entre los muertos, lo cuan señala prioridad de Cristo en cuanto a la
resurrección corporal. Es el primero que logró una victoria completa sobre la
muerte. Después de su Resurrección Jesucristo ascendió al Cielo para empezar su
ministerio actual como Sacerdote en el Templo de Dios.
En el futuro, vendrá sobre
las nubes como Rey de reyes, lo cual confirma que la gran consumación de toda
profecía es la Segunda Venida Cristo.
De este modo, vemos que en el
pasado, el Verbo creó todas las cosas; en el presente, Cristo gobierna todas
las cosas; en el futuro, Cristo restaurará todas las cosas recapitulando todo
en Él.
+++
Es tan hermosa como profunda la definición que el
Salvador da de sí mismo en el versículo 8 de este capítulo: Yo soy el Alfa
y la Omega, el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso.
En Éxodo III, 14 leemos: Dijo
Dios a Moisés: Yo soy el que soy.
En Apocalipsis I, 17 se dice: Soy yo,
el Primero y el Último.
Y en el capítulo XXII, 13: Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el
Fin.
La denominación de "Cristo
Pantocrátor" se vulgarizó como apelativo de Cristo en la Iglesia
Oriental, y significa el que todo lo
manda, el Omnipotente, el
Todopoderoso.
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Los versículos 12-18 del
capítulo primero presentan una imagen de Nuestro Señor llena de contenido:
Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete
candelabros de oro, y, en medio de los candelabros, alguien como Hijo de
hombre, vestido de ropaje talar, ceñido el pecho con un ceñidor de oro. Su
cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos
como llama de fuego; sus pies semejantes a bronce bruñido al rojo vivo como en
una fragua; su voz como voz de muchas aguas. Tenía en su mano derecha siete
estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su aspecto era
como el sol cuando brilla con toda su fuerza.
Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso diestra sobre mí
y me dijo: “No temas; Yo soy el Primero y
el Ultimo, y el viviente; estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos,
y tengo las llaves de la muerte y del abismo”.
San Juan traza una figura sobrehumanamente imponente de
Nuestro Señor; tanto que a él lo derriba.
Este emblema representa el poder y la majestad del Hijo
del Hombre, a cuya autoridad soberana atribuye los mensajes que dirige
a las Siete Iglesia de Asia y, proféticamente, a las siete épocas de la Iglesia
Universal.
Además, muestra la presencia y la acción incesante del Salvador
en medio de esta Iglesia y su Sacerdocio eterno.
Hijo del Hombre.
En los Evangelios, este título revela que algún día el Verdadero Hombre
recuperará lo que Adán perdió en la caída y reinará sobre el mundo. El libro de
Apocalipsis indica los pasos que Él tomará para realizar esta meta divina.
El hábito talar indica su
posición, autoridad y dignidad de Juez.
Sigue una séptuple
descripción de Cristo:
Su cabeza y sus cabellos.
Mientras las canas en el ser humano indican decaimiento en una edad avanzada,
en esta escena, el color blanco referente a Cristo, indica cuatro cualidades:
señorío, superioridad, sobriedad y santidad.
Sus ojos.
Durante su vida terrenal, los ojos del Señor indicaron sus reacciones frente a diversas
situaciones: perturbación, ternura, búsqueda de alguien, tristeza, observación
de una mala acción...
Como llama de fuego.
En el último juicio no habrá escapatoria de la mirada penetrante del Juez. Sus
ojos penetrantes sondean todo, poniéndolo al descubierto.
Sus pies.
El hecho de pisotear algo habla de desdén y victoria... y lo que hará Cristo en
su Segunda Venida, como lo indica más adelante el Apocalipsis (19, 15).
Semejantes al bronce
bruñido. Manifiesta la pureza, cuando el metal ha sido
trabajado en el crisol. El color y el calor del bronce indican que el juicio de
Cristo será irresistible.
Su voz.
Estridente, sobresale por encima de todas las demás como el ruido de una
catarata poderosa.
Todas estas imágenes nos
hacen ver sus poderes divinos: omnisciencia (ojos...); omnipresencia (pies...);
omnipotencia (voz...).
He aquí un contraste
entre la humillación del Hijo del Hombre y su presente exaltación...
En su diestra.
Especifica particularmente la mano derecha porque esta indica soberanía, autoridad
y seguridad. Allí las iglesias, representadas por las estrellas, se encuentran
en el lugar favorecido.
Espada aguda.
La Palabra de Dios se muestra aquí más bien en su carácter de castigar que en el
de convertir. ¡Este Juez lleva armamento! Esta espada es blandida cinco veces
en el libro ejecutando los juicios devastadores de Dios.
Su rostro era como el sol.
En su Primera Venida no había nada destacado en la apariencia de Cristo; sólo
en el Monte de la Transfiguración manifestó su gloria velada. Ahora, glorioso,
su preeminencia es vista en su rostro, distintivo central de su persona.
El primero y el último.
Lo cual indica la Divinidad.
El viviente.
El que está viviendo. El Padre ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.
Vivo por los siglos de
los siglos. Cristo venció a la muerte y ya no muere más. Tiene
soberano control sobre la muerte física y sobre el Hades.
+++
Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: el que
abre y nadie cerrará; que cierra y nadie abre (III, 7).
Jesucristo invoca aquí no
solamente su conocimiento y veracidad de Profeta, sino también su poder
discriminatorio: goza del poder supremo. Esta expresión reviste sentido
mesiánico y está tomada de Isaías; Jesucristo nos es presentado ejerciendo las
funciones de Primer Ministro en el Reino de Dios; tiene el poder y la autoridad
suprema para admitir o excluir a cualquiera de la nueva ciudad de David y de la
Nueva Jerusalén.
Más abajo el texto
explicitará: Esto dice el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio
de la creación de Dios (III, 14).
Es decir, la Verdad
misma. Cristo es el Confidente, el Amén de Dios, el testigo fiel y verdadero.
Él es digno de toda confianza.
En estos últimos tiempos,
el mundo está saturado de intrigas políticas, de doble lenguaje, de pactos
rotos, de ecumenismo y sectas... Cristo es el único Verdadero. Delante de
Pilato dijo: para esto he venido al
mundo, para dar testimonio a la verdad.
Jesucristo no sólo es el
Creador de todas las cosas, sino también el principio, fin y consumación de la
creación.
+++
Mira: el León de la tribu de Judá,
la raíz de David, ha triunfado, de suerte que abra el libro y sus siete sellos (V, 5).
La imagen de un león
es de dignidad, de soberanía, de valor y de victoria.
El título Raíz
de David implica sus antecedentes y que Él produjo a David. En cuanto a
su humanidad, Jesús tenía sus raíces en David; pero, en cuanto a su divinidad,
Jesús es la raíz de David.
Y vi que en medio delante del trono y de los cuatro
vivientes y de los ancianos estaba de pie un Cordero como degollado, que tenía
siete cuernos y siete ojos (V, 6).
San Juan sustituye la apelación de Cristo Hijo del hombre, por la de Cordero muerto y resucitado: la
Redención ya fue operada.
El Cordero y el Libro Sellado significan el dominio
profetal de Cristo sobre los acontecimientos históricos, y su triunfo y Reino
final.
San Juan había visto un
León en su majestad, ahora ve un Cordero en su mansedumbre. Sólo un compositor
inspirado por el Espíritu Santo habría pensado en el uso de un Cordero como
símbolo de Cristo en la gloria.
Cuando los grandes del
mundo quieren simbolizar potencias, pintan fuertes fieras o aves rapaces. Sólo
el Reino de Dios se atreve a usar como su símbolo de poder, no al León, sino a
un manso Cordero, a uno que había muerto.
Como Cordero, Cristo eliminó
el pecado por medio del sufrimiento. Como León, durante la última tribulación,
lo va a eliminar por medio de la destrucción.
Entre el presente
versículo y el resto del libro, hasta el capítulo 19, 9, Cristo siempre se
muestra como un Cordero; pero, cuando regrese al mundo para juzgarlo
personalmente y establecer su Reino milenario, Él se manifestará como el Hijo
de Dios, identificado con los títulos que ya veremos más abajo.
Sus siete cuernos son símbolo del Poder perfecto; los
ojos de la total Sabiduría.
Siete,
el número de lo completo habla de la omnipotencia de Cristo.
Cuernos,
una metáfora bíblica de fortaleza.
Ojos,
indican la plenitud de inteligencia y de sabiduría. Cristo es también
omnisciente.
Cristo tiene todo poder y
toda percepción.
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Entonces vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco: el que lo
monta es el que se llama «Fiel» y «Veraz»; que juzga y combate con justicia.
Sus ojos son llama de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas; lleva
escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él; viste un manto empapado en
sangre, y su nombre es: el Verbo de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos
de finísimo lino blanco y puro, le siguen sobre caballos blancos. De su boca
sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; él las regirá con
cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el
Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y
Señor de Señores (XIX, 11-16).
En estos versículos hay
una séptuple descripción de Cristo: dos nombres, hechos, ojos, cabeza, otro
nombre, ropa, otro nombre.
Los cuatro nombres de
Cristo son dados en cuatro intervalos que demuestran la universalidad de su
reinado.
Estos versículos
describen el maravilloso y deslumbrante regreso de Jesucristo a la tierra con
poder y gloria para inaugurar su Reinado de paz, justicia y santidad.
Caballo blanco. Habla
de un guerrero victorioso. Lejos de ser un revés, su muerte fue seguida por la
Resurrección y ahora, con su regreso, muestra a sus enemigos que reinará como
Rey.
Fiel
y Verdadero, que
ya hemos visto; el mismo Jesucristo, representación y poderío del Rey. Cristo,
Juez del mundo, vendrá como Rey a derrotar a sus enemigos. Su triunfo,
anunciado desde las primeras páginas del Libro Sellado, va ahora a manifestarse
ante todo contra el Anticristo.
El Anticristo será infiel
y mentiroso.
Cristo probó sus características
durante su ministerio terrenal: Quién de
vosotros me redarguye de pecado. Estas dos palabras llevan el concepto de
confiabilidad y exactitud.
Muchas diademas; más que el dragón. Poderío inconmensurable el de
Jesucristo, porque el Nombre que lleva sobre su frente es su Deidad; y los
Nombres que los hombres podemos conocer, los cuales añade enseguida San Juan,
derivan de Ella.
Nombre que ninguno conoce...
Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre. Habla de la relación entre los
miembros de la Trinidad que va más allá del alcance del entendimiento humano.
Sólo Cristo entiende su
verdadera esencia y unidad en la Trinidad.
Lo más sensato es
entender que se refiere a un nombre de intimidad secreta, quizás un apelativo
sólo conocido entre las Personas de la Santísima Trinidad.
Siempre habrá un aura de
misterio acerca de Cristo, que la mente finita, aun en la gloria, jamás podrá
entender.
Sus vestidos están salpicados, sea de su propia Sangre,
lo cual indica su naturaleza humana y los méritos de su Pasión y Muerte; sea de
la vendimia de sus enemigos.
La espada de doble filo, que sale de su boca, es la
Palabra de Dios.
La vara de hierro y el lagar del agrio vino designan la
Parusía y la gran guerra que la precede.
El Verbo de Dios.
Cristo, como el Verbo de Dios, lleva hasta la consumación perfecta todos los
propósitos de Dios Padre.
Rey de reyes.
Anticipa su soberano reinado milenario. El título que no fue plenamente
entendido por Pilato, ahora es ampliado para abarcar el mundo entero, Señor
de señores.
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Sólo Jesús es el centro de los corazones, el único
y supremo fin de la creación y el principio de todas las cosas.
Sólo Jesús es el manantial de la vida, la fuente
de la gracia, el sol que debe iluminar a todo hombre que viene a este mundo.
Jesucristo es el Alfa y Omega, el principio y el
fin de todas las cosas...
Sólo en Él habita toda la plenitud de la Divinidad
y de la gracia, de la perfección y de las virtudes...
Él es el único Maestro que debe enseñamos, el
único Señor de quien debemos depender, el único Modelo a que debemos
conformarnos, el único Médico que debe curarnos, el único Pastor que nos debe
alimentar, el único Camino que debe conducirnos, la única Verdad que debemos
creer, la única Vida que nos debe vivificar, y nuestro único Todo, que en todas
las cosas nos debe bastar.
Porque no hay bajo el cielo otro nombre sino el de
Jesús, por el cual nos podernos salvar. Dios no nos ha dado otro fundamento
para nuestra salvación, perfeccionamiento y gloria, que a Jesucristo.
DOMINGO DE
RESURRECCIÓN
Pasado el sábado, María Magdalena, María, madre de
Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy de
madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, fueron al sepulcro.
Se decían unas otras: ¿Quién nos retirará
la piedra de la puerta del sepulcro? Y levantando los ojos ven que la
piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro
vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y
se asustaron. Pero él les dice: No
temáis. Buscáis a Jesús de Nazaret crucificado; ha resucitado, no está aquí.
Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que
os precederá en Galilea; allí le veréis, como os lo dijo.
Todos estos días pasados,
la Iglesia estaba de luto. Hoy se alegra y canta Aleluya ! Hæc dies quam
fecit Dominus, exultemus et lætemur in ea. Este es el día que ha hecho el Señor,
exultemos y alegrémonos en él.
La resurrección de
Jesucristo es, en efecto, la fiesta solemne entre todas... es el misterio más
glorioso para Él, y el más consolador para nosotros.
Nuestro Señor fue
entregado a la muerte por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra
justificación. Hoy vence a la muerte, vuelve a la vida, pero una vida inmortal
y eterna: Christus resurgens ex mortuis iam
non moritur...
Y es para nosotros un
motivo y una fuente de júbilo, de satisfacción y de esperanza para la vida
eterna.
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¿Cómo sucedió la
Resurrección de Nuestro Señor? Resumamos las narraciones de los Evangelistas.
Nuestro Señor murió el Viernes,
a las tres de la tarde; poco después, José, de Arimatea y Nicodemo descendieron
el Cuerpo de la Cruz, lo ungieron y lo enterraron...
El Sábado, los Sumos
Sacerdotes, por recelos impíos y ridículos en contra de su resurrección y
temiendo un robo, hacen sellar la tumba y poner guardias junto a ella... Testimonio
singularmente precioso que ellos proporcionan, involuntariamente, tanto de la
muerte y sepultura de Jesús, como de la imposibilidad de robar su Cuerpo y, por
lo mismo, prueba de su resurrección...
Tantos más esfuerzos hacen
contra Él, mayores servicios prestan a los creyentes.
Una vez más, Nuestro Señor
sorprende y confunde a los sabios de este mundo en su propia astucia sibilina,
haciéndolos caer en la propia trampa que habían preparado.
Antes del amanecer del Domingo,
que era el tercer día después de su muerte, el Alma de Jesús, por su propio
poder divino, remonta del Limbo y viene a reunirse con su Cuerpo, comunicándole,
junto con la vida, sus cualidades gloriosas, haciendo de él un cuerpo resucitado
glorioso, inmortal, impasible, luminoso, sutil y ágil.
Y Jesús, glorioso e
inmortal, sale de la tumba sin romper los sellos ni la piedra, como había
salido con ese mismo Cuerpo, aunque mortal entonces, de las purísima entrañas
de María Virgen.
Se produjo en ese momento
un gran temblor de tierra. Así como la
muerte del Señor fue señalada por un terremoto, del mismo modo su resurrección.
El cataclismo es la manifestación del poder, del señorío, de la gloria de Dios.
Cuando Jesús resucitó, la tierra, conmoviéndose, rindió pleitesía al poder y
magnificencia de su Dios.
Un Ángel del Señor, brillante
como un relámpago, deslizó la piedra que cerraba el sepulcro y se sentó sobre
ella...
Convenía
que se abriera de par en par la boca del sepulcro para que todo el mundo viera
que estaba vacío; Dios quiso que esto fuera realizado por ministerio de un Ángel,
del mismo modo que anunciaron su concepción y su nacimiento, y le confortaron
en el desierto y en Getsemaní.
A su vista, los guardias,
aterrorizados, quedaron como muertos.... y luego huyeron para ir a los Sumos Sacerdotes
y contarles lo maravilloso que había sucedido.
La mentira de estos fue tan
sin sentido e inútil como lo habían sido el día anterior sus medidas de
precaución. La mentira es iniquidad para consigo misma. Dice San Agustín: Dormientes testes adhibes; vere tu ipse
dormisti: ¿Presentas testigos que están durmiendo? Ciertamente, eres tú el
que dormiste.
El
amor devoto hizo que las santas mujeres madrugaran, y el santo coraje las llevó
hacia el lugar del entierro, sin temor a los judíos. Pero una preocupación las
embargaba durante el camino: la piedra que cerraba la tumba era pesadísima, y
ellas eran débiles mujeres y se decían unas otras: ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?
María Magdalena, al ver abierto el sepulcro y la
falta del Cuerpo del Señor, echó a correr y llegó
donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no
sabemos dónde le han puesto.
Mientras
tanto, las otras mujeres, venciendo el natural recelo que les inspiraba el
hecho misterioso, resolvieron entrar en la tumba y vieron a un joven sentado en
el lado derecho, vestido con una túnica blanca. Era un Ángel en forma humana;
vestía blanca túnica, señal de la gran fiesta.
Las
mujeres se asustaron. Pero él les respondió con un discurso vibrante y emotivo:
No os asustéis. Buscáis a Jesús de
Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le
pusieron. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Recordad cómo os
habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: "Es necesario que el
Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al
tercer día resucite". Y ahora id
enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.
Mientras
tanto tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre Divina...
Luego se manifestará a
Santa María Magdalena, a las Santas Mujeres, a San Pedro, a los dos discípulos
de Emaús, a los apóstoles en el Cenáculo estando ausente Santo Tomás...
¿Quién podrá expresar la
alegría de los Ángeles... el gozo y el consuelo de la Santísima Virgen... el
estupor, admiración y renacida fe y esperanza de todos los discípulos?...
Resurrexit sicut dixit,
aleluya ! Hæc dies quam fecit Dominus, exultemos et lætemur in ea !
Cabe preguntarse, ¿por qué
Nuestro Señor ha resucitado? Consideremos las misteriosas razones de este gran
milagro de la Resurrección de Nuestro Señor.
En primer lugar fue para
honrar y glorificar su Cuerpo, que había sufrido tanto. Dicho premio y
recompensa le eran bien debido.
Recordemos a qué fue reducido
durante su dolorosa Pasión, y veámoslo hoy: ¡qué maravilloso cambio! Antes de
ayer, este divino Salvador fue humillado, despreciado, burlado, azotado,
coronado de espinas, cruelmente clavado en la cruz entre dos ladrones... y
murió sobre el patíbulo, y fue enterrado con prisa...
Pero hoy, helo aquí resucitado
y triunfante, para siempre vencedor de la muerte... Ese Cuerpo, maltrecho e
irreconocible, se convirtió en resplandeciente y radiante como el sol, goza de
sutileza y agilidad, penetra por todas partes y se desplaza de un lugar a otro
con la rapidez de la mirada...
Jesús, en este día es
glorificado delante de su Padre, delante de Ángeles, ante los poderes del
infierno y sus lacayos terrenos, y ante sus discípulos...
***
Nuestro Señor resucitó para
excitar y fortalecer nuestra fe. La resurrección de Jesús es realmente el
fundamento y el triunfo de nuestra fe, ya que demuestra claramente la divinidad
y la omnipotencia del Señor.
Un hombre de Dios, que participa
del poder divino, bien puede hacer milagros, incluso resucitar los muertos;
pero pertenece absoluta y solamente a Dios resucitarse a sí mismo: Potestatem
habeo ponendi animam meam, et potestatem habeo iterum sumendi eam...
De este modo había repetidamente
predicho su resurrección, y es el mismo signo que prometió a los judíos de su
divinidad: Non dabitur nisi signum Jonæ prophetæ...
Es también el argumento principal
y sólido por el cual los Apóstoles han probado y demostrado que Jesús es Dios,
y con él han convertido al mundo. Si Cristo no ha resucitado, dijo San Pablo,
nuestra predicación es vana, vuestra fe es vana. Pero si Jesucristo verdaderamente
ha resucitado, Él es Dios, y su religión es verdadera, su doctrina y los
mandamientos de su Iglesia son verdaderos y divinos.
En este sentido, la
incredulidad de los Apóstoles en un primer momento, y la gran pertinacia de Santo
Tomás después, son un gran don de la Sabiduría divina. En efecto, dice San
Gregorio Magno: Si los discípulos
tardaron en creer en la Resurrección, no fue tanto un acto de debilidad en
ellos como un camino preparado para nosotros para fortalecer nuestra fe; porque
su negativa para creer les valió una gran cantidad de pruebas, y nosotros, con
la lectura de ellas, retiramos gran provecho de las dudas de los Apóstoles y
sobre ellas afianzamos nuestra fe sobre un apoyo más sólido. La infidelidad de
Santo Tomás nos ha servido más que la fe de los otros discípulos, pues por la
fe de Tomás, recuperada al tocar el cuerpo de Jesús, es expulsada todo duda de
nuestro corazón y nuestra fe se fortalece.
***
Jesucristo resucitó para
fortalecer nuestra esperanza en nuestra propia resurrección.
Hablamos, por supuesto, de
la resurrección de los elegidos, de los santos predestinados, de cuya salvación
es signo la fe en el Verbo Encarnado Redentor así como el propósito de cumplir
sus mandamientos y hacer penitencia por las culpas pasadas.
Si los pecadores
obstinados e impenitentes quieren entender y aplicarse esta gran doctrina, que
primero se conviertan, porque, si mueren en sus pecados, es de fe que también
resucitarán, pero como presa de una desesperación terrible y eterna...
La Resurrección de
Nuestro Señor es una prenda segura de que también vamos a resucitar un día:
Christus resurrexit a mortuis primitiæ dormientium... Exspectantes beatam spem...
Él nos lo ha prometido, y
Él es fiel en sus promesas... Primero Cristo, dice el Apóstol, después los que
son de Cristo... Porque Él es nuestra Cabeza y exige a sus miembros seguir su
condición y conformarse a Él.
Es esta esperanza la que desde
muchos siglos antes fue el consuelo del santo justo Job: Credo quod Redemptor meus vivit, et in carne mea videbo Deum Salvatorem
meum...
Esperamos, pues, en nuestra
propia resurrección, en virtud de la Resurrección de Nuestro Señor. Como dice
el Prefacio de Difuntos: In quo nobis spes beatæ Resurrectionis effulsit, ut eosdem
consoletur futuræ immortalitatis promissio...
Nuestros cuerpos sujetos a
las enfermedades, a la muerte, a la corrupción, serán un día rehabilitados de
esta suprema humillación y revestidos de gloria y de inmortalidad, siempre y
cuando vivamos de una manera digna de Dios.
Dice San Gregorio Magno: Nuestro Señor sufrió la muerte, para que no
tengamos miedo a morir; y resucitó para que tengamos también la confianza de
resucitar.
Muriendo, destruyó nuestra muerte; y resucitando, restauró nuestra vida,
dice el hermoso Prefacio de Pascua.
***
El Catecismo Romano da otra
razón: Por su muerte, Jesucristo nos ha
liberado de nuestros pecados; pero por su resurrección, nos ha devuelto los
principales bienes que el pecado nos había hecho perder. De allí esta sentencia
del Apóstol: Jesucristo ha sido entregado a la muerte por nuestros pecados, y ha
resucitado para nuestra justificación. Para que nada faltase a la redención de
los hombres, debía resucitar, como había de morir.
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Consideremos, finalmente,
los frutos de la Resurrección de Nuestro Señor.
Ella no sólo es el
fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, sino también el fundamento de
nuestra resurrección espiritual: Ut
quomodo Christus surrexit a mortuis, ita et nos in novitate vitæ ambulemus.
Esto hace decir a los
Santos Padres: Un pecador convertido y reconciliado por la gracia debe ser un
resumen, una copia de la resurrección del Salvador.
Esta vida consiste, pues,
en dejar el pecado, morir a todos nuestros vicios, y vivir como Jesús. Cambio
de vida verdadero y completo.
Dice San Pablo: renunciando
a la impiedad y a los deseos mundanos, para vivir en este mundo presente con
templanza, justicia y piedad, en la expectativa de la dichosa bienaventuranza que
esperamos.
Es lo que el mismo
Apóstol llama también saborear las cosas de arriba, no las cosas de la tierra...
despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo...
Es necesario que, muertos
al pecado, vivamos la vida de Jesús.
Esta vida santa, una vida
de penitencia, de mortificación, de trabajo, es para nosotros una condición
esencial para la resurrección espiritual y para la vida eterna.
¡Qué programa de consuelo
y de aliento para nosotros!
¡Qué maravillas ha hecho hacer
a los mártires y a los santos esta esperanza!
Por el contrario, desgraciados
aquellos que, a pesar de la Pasión y de Resurrección de Nuestro Señor,
continúan utilizando sus almas, sus cuerpos y las criaturas para el pecado y se
niegan a arrepentirse y convertirse. Lejos de resucitar para la vida eterna, volverán
a la vida para ir al infierno y sufrir el tormento eterno.
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Si queremos resucitar para
la vida eterna, si deseamos tener parte en la gloriosa Resurrección de
Jesucristo, debemos tomar los medios: vivir ahora para Él, tener sumo cuidado en
observar todos sus mandamientos.
Vivamos, pues, de una
manera digna de Dios, haciendo en todas las cosas lo que le agrada,
fructificando en toda buena obra.
Es así que podemos esperar
resucitar gloriosamente e ir al Cielo para reinar eternamente con el Señor, el
Cordero Pascual, que muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró
nuestra vida.