QUINTO DOMINGO
DE PASCUA
Llegamos ya al término de
nuestros comentarios pascuales sobre el Apocalipsis.
Después de haber considerado
los principales Títulos de Nuestro Señor
Jesucristo, el Trono de las
decisiones divinas, las Dos Mujeres
del Apocalipsis, la Providencia
especial sobre los elegidos, concluiremos hoy, como digno colofón,
contemplando la Jerusalén Celestial.,
deteniéndonos en dos pasajes del capítulo vigésimo primero del Librito de San
Juan.
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Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y
la primera tierra habían pasado, y el mar no existía más.
Y vi la ciudad, la santa, la Jerusalén nueva, descender del
cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono, que decía: He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos,
y les enjugará toda lágrima de sus ojos; y la muerte no existirá más; no habrá
más lamentación, ni dolor, porque las cosas primeras pasaron.
Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, Yo hago todo nuevo. (XXI, 1-5).
(…)
Y vino uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas
llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo diciendo: "Ven acá, te mostraré la novia, la
esposa del Cordero."
Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la
ciudad santa Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de
Dios; su luminar era semejante a una piedra preciosísima, cual piedra de jaspe
cristalina.
Tenía muro grande y alto, y doce puertas, y a las puertas doce
Ángeles, y nombres escritos en ellas, que son los de las doce tribus de los
hijos de Israel: tres puertas al oriente, tres puertas al septentrión, tres
puertas al mediodía, tres puertas al occidente.
El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce
nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y el que hablaba conmigo tenía como medida una vara de oro, para
medir la ciudad, sus puertas y su muro.
La ciudad se asienta en forma cuadrada, siendo su longitud igual
a su anchura. Y midió la ciudad con la vara: doce mil estadios; la longitud y
la anchura y la altura de ella son iguales.
Midió también su muro: ciento cuarenta y cuatro codos, medida de
hombre, que es también medida de Ángel.
El material de su muro es jaspe, y la ciudad es oro puro,
semejante al cristal puro.
Los fundamentos del muro de la ciudad están adornados de toda
suerte de piedras preciosas.
El primer fundamento es jaspe; el segundo, zafiro; el tercero,
calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardónice; el sexto, cornalina; el
séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el nono, topacio; el décimo, crisopraso;
el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.
Y las doce puertas son doce perlas; cada una de las puertas es
de una sola perla, y la plaza de la ciudad de oro puro, transparente como
cristal.
No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios
Todopoderoso, así como el Cordero.
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren,
pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero.
Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra
llevan a ella sus glorias.
Sus puertas nunca se cerrarán de día —ya que noche allí no
habrá— y llevarán a ella las glorias y la honra de las naciones.
Y no entrará en ella cosa vil, ni quien obra abominación y
mentira, sino solamente los que están escritos, en el libro de vida del Cordero
(XXI, 9-27).
Esta última
Visión pone ante nuestros
ojos la recompensa eterna, que consta de tres cualidades que infunden tanto firme confianza como grandes deseos:
la novedad, la certeza y la excelencia.
En cuanto a la novedad, las cosas que
hemos visto hasta ahora nos
han decepcionado tanto, sea por su amargura, sea por su
transitoriedad, que anhelamos otra cosa…
Todo va a ser renovado… El cielo y
la tierra serán renovados…
La Nueva
Jerusalén, toda espiritual,
bien ordenada será tan hermosa como una novia el día de
su boda.
El nuevo mundo es planeado como una nueva
creación.
Nueva en carácter y cualidad, no en
sustancia. El universo físico no pierde su identidad, sino que es transformado
y renovado.
Como la primera creación fue hecha para el
primer Adán, habrá una nueva creación preparada para el honor del Segundo Adán.
La corrupción de la primera creación empezó con personas, luego, el mundo
material fue afectado. En la segunda creación, Dios ha preparado personas
redimidas, luego, prepara un medio ambiente limpio en el cual vivirán.
La entrada del pecado y de la muerte
corrompió la antigua creación y la convirtió en un lugar de rebelión y
alienación, un territorio ocupado por el enemigo. Es una necesidad su reemplazo
con un completo nuevo orden de vida, sin muerte, ni luto, ni llanto ni dolor.
Respecto de
la certeza, hemos sido hasta ahora tan
a menudo engañados en nuestras esperanzas, que aguardamos el objeto de nuestra Esperanza.
Dios quiere que quede consignado, porque se ha comprometido y es fiel.
Por último,
la tercera magnífica cualidad es la excelencia; hemos tenido hasta ahora alegrías tan superficiales y tan frágiles, que suspiramos por aquella
que colme nuestros deseos.
El
Padre Castellani comenta de este modo:
La Nueva Jerusalén es simplemente el mundo
de los Resucitados.
La historia de la humanidad se mueve entre
la confusión de Babel y la armonía perfecta de la Nueva Jerusalén: que están en
el primero y último de los Libros (aspiración indeleble de la creación, que no
por nada procede de un UnoTrino).
La gloria del Cielo es de suyo inefable:
Cristo la designó simplemente con la metáfora campesina de un banquete de
bodas; y Juan, después de haber gastado esa metáfora de "las Bodas del Cordero" y "la cena de Dios”, emprende ahora a describirla como una
ciudad suntuosa, un poco por demás "metálica" para el gusto de
algunos; pero ella es viviente, está edificada "ex vivis et electis lapidibus", como dice San Pedro, de
electos y vivientes sillares, cada una de las almas en su lugar componiendo una
armonía perfecta.
Hay dos Jerusalenes nuevas, la celestial y
la terrena, madre de todos nosotros.
La Jerusalén celestial es la actual
congregación de los salvados; o sea lo que llamamos el Cielo, hállese donde se
halle. El Profeta los ve debajo del altar, clamando venganza contra el poderío
injusto y homicida del infierno y el mundo.
El Cielo es la visión de Dios y la posesión
fusionante y unitiva del alma con la deidad. Pero las almas beatas claman en
cierto modo por sus cuerpos, cuyas son formas sustanciales.
Pero esta Jerusalén celeste, que ya
funciona desde que Cristo "bajó a los infiernos" el día de su muerte,
no es la Jerusalén terrestre que ve bajar ahora el Profeta "adornada como
una esposa para el varón". Estotra es "un cielo nuevo y una tierra
nueva". Es el "tabernáculo de Dios con los hombres, para que desde
ahora vivan juntos; porque yo [dice Dios] renuevo ahora todas las cosas".
No es la esposa de Dios, sino la prometida
del Cordero, que desciende del cielo a la tierra con la claridad del cristal y
el fulgor del crisólito y el jaspe.
Aquí dice Monseñor Straubinger que Ella
viene aún como novia, no obstante haberse anunciado desde el capítulo 19 las
Bodas del Cordero. ¿Encierra esto tal vez un nuevo misterio de unidad total, en
que habrán de fundirse las bodas de Cristo con la Iglesia y las bodas de Yahvé
con Israel? He aquí ciertamente el punto más avanzado, donde se detiene toda
investigación escatológica y que esconde la clave de los misterios quizá
postapocalípticos del Cantar de los Cantares.
Es una ciudad cercada y medida, con doce
puertas y doce fundamentos, en forma de cubo perfecto. El sol que la ilumina no
es otro que el Cordero, la surca un río de agua viva, y hay en ella doce
árboles que dan el fruto de la vida y tienen hojas que curan todo mal.
El Profeta la describe con términos
corporales y la promete para los últimos tiempos, para después de la Segunda
Venida. Es un error exegético, por tanto, identificarla con el cielo de las
almas y con la bienaventuranza definitiva. Están descritas de diferente manera,
la celeste y la terrena.
La Novia se convierte en una Ciudad, como
en el Libro IV de Esdras.
San Juan la describe en términos de
luminosidad ("lux perpetua luceat
eis", canta la Iglesia, y "locum
refrigerii, lucis et pacis ut admittas deprecamur") llevando la
claridad de Dios, que es un nombre propio.
Las piedras preciosas que prodiga San Juan
no la hacen ciertamente "una ciudad
mineral, una fría ciudad metálica", como piensa monseñor Pitaluga;
pues son los vivos colores y no la dureza lo que mira San Juan: una especie de
iris con los más brillantes y delicados matices del Universo.
Hay en ella no solamente luz prismática
sino también árboles y fuentes. Y sus piedras son vivientes. Los "nombres" de los Doce
Apóstoles son simplemente los Doce Apóstoles.
Como quiera fuere, yo creo San Juan apunta
simplemente a la perfección del mundo nuevo resurgido: el doce, y más aún el doce
por doce, es el número ritual de la perfección y el acabamiento.
Si habrá una perfecta ciudad real y física
después de la Resurrección, es cosa que no puedo saber: puede que sí, puede que
no, puede que quién sabe.
Puede sorprender y sorprende ver
representada por San Juan la gloria del cielo como una Ciudad; pero en realidad
es un símbolo propio de la unidad del hombre restaurado. Es el orden de la
criatura no poder representar la unidad
soberana de que surgió sino por una unión múltiple.
En el Universo redevenido Paraíso, no
terrestre solamente ni celeste solamente, más superterrestre, se realiza la
suspirada siempre reunión de la humanidad en el unimúltiple Adán; el cual, si
introdujo en ella la división por el pecado, la separación, y hoy día la
pulverización en individuos huraños; sin embargo en el Génesis es llamado el "fecundo", el "multiplicado", el "llenador y dominador de la
tierra".
Ningún otro símbolo que la firme contexión
de una arquitectura puede significar mejor la Unidad o reunión armónica de la
Humanidad trasfigurada en trasposición celeste.
Aquí se podría filosofar un poco sobre la
integración de la Humanidad en el Nuevo Adán, y en consecuencia la integración
del Universo en las manos de Dónde salió; con la apokatástasis, la anákefaleosis,
y demás palabronas del repertorio; pero resulta que todo eso es más accesible
en la forma fabulosa e imaginera en que San Juan lo puso, que no en las
abstracciones de los "sophiólogos", incluso San Agustín.
Aparentemente lo que interesa al Profeta en
su figuración es el arcoíris de los colores más exquisitos de la tierra.
San Juan describe aquí la resurrección del
Paraíso Terrenal. Todas esas gemas que ingenuamente enumera, los antiguos atribuían
a cada una dellas una propiedad medicinal; como apuntará más tarde San Juan,
pero atribuyéndolas a los árboles del Paraíso.
Dije arriba que puede existir una Jerusalén
triunfante real y física o puede no. Si la teoría del Reino de Mil años es justa,
cierto deberá existir esa Jerusalén; cuya resurrección gloriosa predicen
tantísimas veces los antiguos Profetas.
Estas palabras del final Capítulo XXI
parecen corroborar esa teoría; pues los Reyes de la tierra le llevan su
homenaje, y el honor y la gloria de las Gentes.
Mas si hay una sola y subitánea
resurrección de la carne, seguida del Juicio Final y la Eternidad —como quieren
acérrimamente los alegoristas— ya no hay Gentes, ni Reyes, ni honores ni
homenajes ni nada por el estilo; ni hombres que necesiten de medicinas.
Crampón lo considera simplemente como una
nueva creación, algo que no está ya expuesto a un "fracaso" como el de Adán, y comenta: Es una renovación de este mundo donde vivió
la humanidad caída, el cual desembarazado al fin de toda mancha, será
restablecido por Dios en un estado igual y aún superior a aquel en que fuera
creado; renovación que la Escritura llama en otros lugares palingenesia, a sea
regeneración (Mat. 19, 28) y apocatástasis
pántoon, esto es, la restitución de todas las cosas en su estado primitivo.
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Así como la
historia de los siete castigos
termina con la descripción de la ruina
de Babilonia, la gran prostituta; de la misma
manera, las siete visiones de consuelo terminan
con la descripción de la Nueva Jerusalén,
la Novia fiel.
La Santa Ciudad combina elementos de
Jerusalén, el Templo y el Huerto del Edén.
En su Evangelio, Juan siempre emplea el
término griego ciudad, usado en el sentido político. En Apocalipsis, él se
sirve de la palabra hebrea, usada en el sentido religioso.
Consideremos algunos temas
sobre esta Nueva Jerusalén:
¿Dónde está ubicada?
San Juan es transportado a una
montaña grande y elevada, sobre la cual se encuentra asentada Jerusalén, la
Ciudad Santa.
Esta ciudad
es la Iglesia, vista tanto es sus combates terrenos
como en su gloria eterna. La Iglesia, de hecho, domina toda la historia y todas
las instituciones y se encuentra protegida por Dios, que monta guardia a su
alrededor.
San Juan dice dos cosas sobre
ella: que desciende del cielo y que tiene la gloria de Dios. Desciende del cielo
porque es toda espiritual, lo que la separa de la carnal Babilonia, que viene
de abajo, inmersa en sus pantanos. Ella recibe toda su gloria de Dios, porque
así como la cortesana acapara toda la gloria humana, la Esposa del Verbo recibe
la gloria de Dios, que la irradia como el sol sobre una ciudad.
Plano arquitectónico de la ciudad
Doce puertas dan acceso a la
ciudad; doce Ángeles montan guardia y doce nombres están escritos sobre ellas;
doce piedras fundamentales sostienen el muro.
Las doce puertas son las doce
tribus de Israel, la religión judía que, abriéndose a la voz de Cristo a los
cuatro puntos cardinales, se convierte en católica, es decir, universal. Si
enfrenta cada punto cardinal con tres puertas es para significar que es predicando
el misterio de Dios en Tres Personas que ella adquiere esta catolicidad.
El muro de la ciudad posee doce
cimientos, es decir, los doce Apóstoles, fundamentos de la Iglesia. Como hay una
piedra fundamental, que es Jesús, Él está en los doce y los doce se encuentran
en Él.
Un Ángel mide la ciudad con
un metro de oro. Las cifras y líneas son perfectas. Esto puede significar
simplemente una ciudad perfectamente ordenada, que tiene una longitud
que abarca todos los siglos, una anchura que domina el universo
entero, una profundidad que agota todas las filosofías, y una altura
que supera todos los ideales.
Materiales con que está construida
Si en el despliegue de la
Iglesia las líneas son perfectas, los materiales no son menos ricos en
detalles. Vemos, en efecto, piedras preciosas, perlas, oro y cristal.
Debido al hecho que el idioma humano no
puede expresar, ni tampoco la imaginación humana es capaz de percibir el plano
del mundo espiritual, San Juan usa el lenguaje metafórico para describir las
glorias del mundo eterno.
a) La mampostería es de jaspe.
Representación maravillosa de la fe, que tiene el papel de la mampostería en el
orden espiritual. Es ella la que porta y soporta todo el resto. Pero, además,
da brillo a todas las virtudes, como el jaspe presenta la armonía y la luminosidad
de todos los colores. Finalmente, la fe es la misma fuerza, que refleja la
opacidad del jaspe.
b) En cuanto al revestimiento, es de oro
puro. Entre las virtudes, hay una que las vivifica, las embellece y las supera
a todas, tomando en la joyería espiritual el rol del oro: es la caridad.
La caridad es esencialmente soportada
por la fe, como el revestimiento por la mampostería. Si la fe es necesaria a la
caridad, la caridad lo es mucho más a la fe, porque la fe que no es vivificada
por las obras de la caridad, está muerta en sí misma.
c) Las piedras fundamentales, que como
ya sabemos son doce, son muy hermosas, constituida cada una por una piedra
preciosa diferente.
Contrariamente a los principios de la
arquitectura, que hacen indispensable el hecho de esconder el fundamento, ésta
es la parte más destacada de la nueva Jerusalén. La nueva Jerusalén jamás será
sacudida.
Ya es bastante notable que la
parte del edificio que requiere menor belleza, las fundaciones o cimientos, estén
constituidos por lo más hermoso de la creación material, las piedras preciosas.
Pero es necesario que sea así para significar que los Apóstoles, que son los doce
fundamentos de la Iglesias, han sido prodigios de santidad, al mismo tiempo que
difieren entre ellos. ¡Qué variadas son las riquezas de Dios!
d) Respecto de las doce puertas, son
doce perlas. La perla blanca, nacarada e iridiscente, no se excluye del mundo
de las virtudes.
Así como la perla material se
hace por una secreción de un molusco que se protege contra un intruso, del
mismo modo la perla moral es la protección dada por el alma contra el diablo y
el mundo: el recogimiento, la contemplación, el cerrar las puertas del alma...
e) Las calles y plazas son necesarias
en una ciudad geográfica, porque permiten la circulación; y la circulación es
la vida.
La calle, plateia, significa "plaza" o "lugar
espacioso". Debido a que la calle será continua aun cuando cambie de
dirección o se una con otra avenida que proceda de otra puerta, es solamente
una calle, no muchas.
La circulación en la vida
moral de la ciudad es la caridad, porque ella es el movimiento de las almas, mientras
que el egoísmo es la inercia y la muerte. Por eso las calles y plazas de
Jerusalén son de oro puro, transparente como el cristal; lo que simboliza la
caridad; como no es el egoísmo, no debe ser opaco, sino la transparencia.
¿Monumentos?
El mundo espiritual, que está
más allá del espacio, no tiene monumentos. En la
Jerusalén celestial, no habrá un edificio designado como templo, tal como
existía en la Jerusalén terrenal. El santuario o templo será la inconmensurable
totalidad del Cielo. La presencia de Dios Todopoderoso en su plenitud, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, lo llenará todo de manera que no habrá necesidad de que
exista en el Cielo un lugar designado como templo.
El templo de los elegidos es Dios.
Indica la presencia de Dios en el nuevo mundo. Desde el tabernáculo en
el cielo salió la ira de Dios sobre la gente no arrepentida; ahora, el
tabernáculo mismo desciende desde el cielo para bendecir a los redimidos con la
presencia de Dios mismo.
Jesús, en cuanto hombre, es
también el lugar de los electos, porque es por Él y en Él que Dios se da a los
hombres. De ahí las palabras de San Juan: No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios
Todopoderoso, así como el Cordero.
La ciudad divina, que no
pertenece al espacio y no conoce sus necesidades, no requiere ser iluminada por
el sol ni la luna. Y sin embargo, debe ser iluminada. Lo será por Dios, que
irradia sobre ella: La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren,
pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero.
San Pablo dijo lo mismo a los
corintios: Dios, que dijo que la luz
resplandezca en las tinieblas, brilla en nuestros corazones.
Una vez encendida, la Iglesia
ilumina el mundo, exponiendo a los charlatanes que engañan.
Jesús dijo a sus Apóstoles: Yo soy la luz del mundo; Vosotros sois la
luz del mundo.
Iluminados por la Iglesia, los
hombres podrán caminar, es decir, hacer actos buenos y alcanzar su fin.
En contrapartida, jefes y
reyes le presentarán su homenaje y reconocimiento como mensajera de Dios.
Sus numerosas puertas,
enfrentando los cuatro puntos cardinales, no se cerrarán nunca a causa de la
afluencia; ni de día ni de noche, porque sin intervalo pedirán entrar. Multitudes
innumerables aportarán su admiración y dedicación.
No todos los hombres accederán.
Instintivamente se alejarán de ella los amantes del placer, los adoradores de
sí mismo, los mentirosos..., los que tengan miedo de la pureza, de la humildad
y de la verdad.
De hecho entrarán en la Iglesia
aquellos cuyos nombres estén en el Libro de la Vida del Cordero.
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¡Oh,
qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa del Señor!
¡Ya
estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalén!
Jerusalén,
construida cual ciudad de compacta armonía…
¡Qué
amables tus moradas, oh Señor de los Ejércitos!
Anhela
mi alma y languidece tras de los atrios del Señor, mi corazón y mi carne gritan
de alegría hacia el Dios vivo.
Hasta
el pajarillo ha encontrado una casa, y para sí la golondrina un nido donde
poner a sus polluelos: ¡Tus altares, oh Señor de los Ejércitos, rey mío y Dios
mío!
Dichosos
los que moran en tu casa, te alaban por siempre.