sábado, 16 de enero de 2010

Las Bodas de Caná


SEGUNDO DOMINGO
DESPUÉS DE EPIFANÍA


Bibliografía utilizada:
Mystère de Marie, del Rdo. Padre Marie-Dominique Philippe, O.P.
La Vocación de la Mujer, del Profesor Gustavo Corçao


El Evangelio de este segundo Domingo después de Epifanía presenta a nuestra meditación el conocido milagro acontecido en las Bodas de Caná.

San Juan asienta la sorprendente respuesta de Nuestro Señor ante la intervención de Nuestra Señora en favor de los esposos que se quedaban sin vino para su fiesta.

Más allá de las diversas versiones, la réplica es inesperada: sea que se refiera al asunto en sí mismo: ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, Mujer? o Mujer, ¿qué nos da a mí ni a ti?; sea que verse sobre la relación entre Nuestro Señor y Nuestra Señora: ¿Qué tengo yo contigo, Mujer? o Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?


No menos pasmoso es el comportamiento de Nuestra Señora: Dijo su Madre a los que servían: Haced cuanto Él os dijere.


Parece un diálogo de sordos…

Como mi propósito se ordena a esclarecer este punto, es conveniente recordar la no menos inesperada respuesta de Nuestro Señor, acaecida diez y ocho años antes, en el Templo de Jerusalén, según lo relata San Lucas en el Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia, que celebramos el domingo pasado: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

Recordemos que San Lucas señala que San José y la Santísima Virgen no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas estas palabras en su corazón… Antes había dicho que Ella retenía todas estas palabras, ponderándolas en su corazón.


Observemos cómo María, mujer prudentísima, Madre de la verdadera Sabiduría, es discípula de este Niño, oyéndolo, no como a un niño o como a un hombre, sino como a Dios.

Después meditaba sus divinas palabras y sus obras sin perder ni una sola de ellas, y así como había concebido al Divino Verbo en sus entrañas, así ahora también recibía todas sus acciones y todas sus palabras en su Corazón, y en él las fomentaba.

Unas veces contemplaba el presente en sí misma, otras veces esperaba que el porvenir lo revelase todo con más claridad, haciendo de esto la regla y la ley de toda su vida.


Consideremos, pues, la respuesta de Jesús y la reacción de Nuestra Señora durante las Bodas en Caná a la luz de la respuesta del Niño Jesús en el Templo.


El misterio de la pérdida de Jesús en el Templo nos muestra la primera separación de la Virgen María de su Hijo; separación tanto más cruel cuanto inesperada e imprevisible.

Esta ausencia de Jesús es sentida más violentamente en el Corazón de Nuestra Señora porque resulta como incomprensible.

¿Cómo pudo ser que Jesús dejara a su Madre sin avisarle ni indicarle el plazo, entregándola a todas las angustias de buscarlo infructuosamente y a la idea aterradora de que acaso era perdido para siempre?

María y José, ¿no eran amados por Jesús ausente? ¿No los seguía en su dolor con una mirada más compasiva, más tierna que nunca?...

Es en el Templo donde encuentra a su Jesús, en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos a su vez.

La Virgen María y San José, al encontrarlo en aquel lugar y en aquella compañía, quedaron sorprendidos. Y Nuestra Señora no pudo dejar de decirle lo que pesaba tan angustiosamente sobre su Corazón de Madre; no pudo ocultar a su Hijo estos tres días de angustia, de penas, de tristeza: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo te andábamos buscando angustiados.

He ahí la pregunta más normal de una made que ha sufrido a causa de su hijo y que no comprende cómo ese hijo tan querido ha podido actuar de un modo tan inesperado.

Ella no lo reprende, porque es la Esclava del Señor; pero lo interroga con tristeza.

Es la primera interrogación de María a Jesús que el Espíritu Santo nos ha revelado.

Es una plegaria que expresa todo el profundo dolor de su alma, y brota como el fruto inmediato de estos tres días de sufrimiento y de angustia.


A la pregunta de su Madre, Jesús no responde directamente, sino que interroga a su vez, y descubre dos cosas:
1) La relación íntima de su vida con el Padre.

2) Las exigencias de la gracia de la Maternidad Divina.

Meditemos ambas.

1) La relación íntima de su vida con el Padre


A la primera pregunta de su Madre corresponde la primera respuesta de Jesús. Mas esta respuesta no es la de un niño normal a su madre cuando esta le ha mostrado todo el dolor que acaba de causarle y le pide una explicación: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

Tal respuesta no puede ser sino una respuesta divina, la del Hijo bienamado del Padre que quiere instruir a María; es verdaderamente, la primera enseñanza de Jesús a su Madre.

Jesús, al decirle ¿Por qué me buscabais?, no hace ningún reproche a su Madre. María ha obrado bien dejándolo todo para buscarlo durante tres días.

Pero Jesús no quiere que su Madre se contente con su presencia visible; quiere arrastrarla más lejos en su vida contemplativa, quiere que su fe se purifique todavía más.


Al dirigirse en realidad a la Hija del Padre le quiere revelar, en primer lugar, los lazos sustanciales que existen entre Él, el Hijo, y su Padre: ¿Acaso no sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi padre?

El Hijo, en cuanto Hijo, está necesariamente todo entero junto al Padre y no puede estar sino allí.

Para Él, la única autoridad es el Padre. Ha venido para esto; así, todo lo que el Padre quiere es verdaderamente su bien.


Ante esta reflexión de Jesús, algunas almas se sienten turbadas y como desconcertadas…

¡Pues, qué! ¿María había de desconocer hasta ese punto el plan divino, que ignorara la misión de Jesús respecto de su Padre?

¿Acaso no le concedemos un conocimiento profundo desde su primera infancia, creciendo con sus méritos y su elevada contemplación en el templo...; luego, tomando de repente un vuelo inaudito por su alianza con el Espíritu de toda verdad, por la venida del Verbo y su vida íntima con Él por nueve meses; en fin, por su maternidad divina y sus relaciones cotidianas por doce años continuos?

Que las luces de María en la hora de esta prueba fueran tan cortas y tan vagas, que merezca la corrección de no entender la misión de su Hijo, ¡esto es inadmisible!

Cuando se considera que este suceso es el único que se nos ha transmitido de toda la larga vida oculta de Jesús en Nazaret…

Cuando sabemos que en un silencio de treinta años es la única palabra que se oye…

Cuando vemos el gran cuidado con que en este pasaje hace notar el Evangelio la docilidad de Jesús con sus padres…

Cuando, sobre todo, pensamos, por una parte, en la delicadeza de su proceder lleno siempre de consideración, respeto y confianza filial, y, por otra, la conducta de María y José que no merecían ninguna corrección…

En fin, cuando conocemos las luces sobrenaturales que les descubrían los secretos de Dios, especialmente a María, llega uno a la conclusión de que aquí hay un gran misterio…

Pero, ¿cuál es, pues, el hecho tan saliente, la necesidad tan imperiosa para merecer esta única excepción?


2) Las exigencias de la gracia de la Maternidad Divina

La respuesta es dura… tan dura que no dará enseguida la luz que esconde.

Jesús deja entrever que la Virgen María y San José pueden conocer la verdad, descubrir el misterio; es más, que en realidad lo conocen.

Pero el dolor es tan grande y la angustia era tal que no comprendieron entonces: Y ellos no comprendieron lo que les dijo.

María conservó todo esto en su Corazón, meditándolo; y solamente más tarde comprenderá.

Ella conocía la misión extraordinaria de su Hijo, sabía que era el Hijo de Dios y que pertenecía más a Dios Padre que a Ella misma.

Pero no entrevió sino oscuramente las exigencias misteriosas de la gracia, que hacía de Ella la Madre de un Dios Redentor.

Lo que Nuestra Señora no llega a comprender de inmediato es el motivo por el cual debe desprenderse así de su Hijo para que Él esté ocupado en las cosas de su Padre. ¿Por qué debe ocuparse Él de las cosas del Padre sin Ella?


María conoce una prueba misteriosa… Si su Jesús, sobre la Cruz, hubo de sufrir el abandono del Padre, era necesario que Ella conociese los sufrimientos del abandono del Hijo, de la separación sensible y física de su único tesoro.

Una noche amarga embarga su Corazón. Le parece que es indigna de su misión, que es rechazada por su Hijo.

Esta impresión la sumerge en la agonía. Gusta por anticipado la desolación con la que será más tarde probado Nuestro Señor.

Por anticipado ha podido decir: Hijo mío, Hijo mío, ¿por qué me habéis abandonado?

Esta noche cerrada se irá esclareciendo por una gran luz, que iluminará el misterio. Y la Virgen María comprenderá la vía singular por la cual es conducida; no es que su Hijo dude de Ella o la abandone; al contrario, la abandona sensiblemente para asociarla más estrechamente a la desolación y la agonía por las cuales es necesario se cumpla la Redención.


Y ellos no comprendieron lo que les dijo… Y su Madre guardaba todas estas cosas en su Corazón… Guarda en su Corazón esta palabra de su Hijo como palabra de Dios; aceptando no comprender toda su significación.

Notemos bien esta actitud totalmente divina de María. Es la palabra de Dios la que guarda en su Corazón, y la guarda en tanto que palabra de Dios.

Entonces, ¡¿qué le importa comprenderla o no comprenderla?! Ella sabe muy bien que eso no es esencial.

Llegará el momento en que comprenderá hasta las últimas consecuencias las exigencias de la gracia de su Maternidad Divina...


Nos encontramos, ahora, dieciocho años más tarde, en Caná de Galilea, en unas Bodas.

Y el Evangelio nos hace saber que, si María Santísima no hubiese mediado con su petición, la hora fijada desde toda eternidad para la inauguración del ministerio público de su Jesús no hubiese sido avanzada.

Jesús quiere que María sepa que, desde toda la eternidad, la hora de su Pasión depende de Ella y que es adelantada en previsión de su intercesión.

María está próxima a su Hijo por los lazos del amor; pero al mismo tiempo el sufrimiento de la separación sensible continúa aumentando.

Avanzar la hora en Caná es avanzar la hora suprema de la Pasión.

El vino de Caná es signo del vino del Cenáculo, de la Sangre del Calvario y da cada Cáliz de cada Misa hasta el fin de los tiempos...


Cabe, pues, recordar las diferentes versiones de la sorprendente respuesta de Jesús.

Dijimos que se puede referir al asunto en sí mismo, como si dijera ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, Mujer? o Mujer, ¿qué nos da a mí ni a ti?

Pero también puede versar sobre la relación entre Nuestro Señor y Nuestra Señora: ¿Qué tengo yo contigo, Mujer? o Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?


Personalmente me inclino más por esta segunda interpretación, evocando el incidente en el Templo y como expresando: ¿Has entendido ya lo que pregunté hace dieciocho años? ¿Comprendes ahora el alcance de tu Fiat en Nazaret? ¿Quieres que comience mi hora? ¿Quieres que comience mi Obra, la Obra que el Padre me encargó? ¿Ha llegado mi hora? ¿Quieres acompañarme? ¿Estás preparada para asistirme, asociándote a mi Pasión?


Haced cuanto Él os dijere…

La respuesta de María es el eco de su Fiat… eco del Fiat con el que comenzó la Creación… eco del Fiat que inauguró la Redención…


Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus milagros. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos…


Fue durante las bodas de Caná de Galilea, cuando la Madre de Dios volvió a hablar.

Y he aquí lo que dijo a su Hijo: ¡No tienen vino!

La buena madre se inquieta al ver los vasos vacíos…

Es el amor la orden que lleva a pedir la intervención de su Hijo. El instinto oculto se manifiesta. Ya es tarde para retener, ahora es tiempo de dar. Y entonces llama a su Hijo: ¡Están sin vino!

El misterio virginal desemboca en el misterio maternal. Ella también quiere dar. Mas a fin de cuentas lo que quiere es guardar. Guardar los hijos. Por eso se inquieta e intercede: ¡No tienen vino...!

Después dice a los criados: Haced cuanto Él os dijere.

Es aquí donde reside la verdadera y esencial generosidad reclamando vino y enseñando la obediencia perfecta. Quería más bien guardar que dar; después lo que enseña es la perfecta oblación.

En cada uno de los términos de aquel binomio aparece el paradojal misterio de la virginidad maternal que concilia, en una armonía de alto nivel, la humildad que retiene y la generosidad que entrega.


El Hijo parece apartar la súplica. Dice que su hora todavía no ha llegado, que aún no se alcanzó la plena medida que hay entre los dos, algo que dé a María el derecho a pedir más vino.


En aquel tercer día de las Bodas de Cana estamos oyendo el rumor naciente de las aguas de la vida en su propia fuente…

Y las palabras son muy sencillas, muy misteriosas también…

Dice la Mujer: ¡No tienen vino!

Responde el Hijo: Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo? Mi hora aún no ha llegado.

Y la Mujer replica: Haced cuanto Él os dijere.

Y el Hijo, que parecía negarse, obedece a Aquella que es la propia obediencia...


Dios, que sabe cómo está hecha la mujer, sabe que su dedicación no se manifiesta en dádivas fragmentadas de una extrínseca filantropía; sabe que su manera de dar es darse toda, hasta la vida, hasta la sangre…

Por eso, cuando la Virgen Madre le hace aquella súplica de vino como Mujer, Jesús vio por la primera vez, anticipadamente, el vino transformado en sangre…

Ella, la Madre de Dios y de los hombres, se adelantaba…

Ella deja escapar, ahí en la fiesta, en aquel tercer día de las Bodas de Caná, antes de tiempo, el secreto de los dos…

Ella pide vino…

Él dice: Mi hora, la hora de la Sangre, aún no ha llegado…

La Madre se adelanta, evidentemente. Intercede antes de tiempo…

Y no quedaba como salida para la misericordia de Dios, así tomada por sorpresa, sino dos cosas, casi contradictorias en relación a la petición: detenerla y obedecerla.

Y todos los convidados se admiraron de que el dueño de casa hubiese dejado para el final su mejor vino…

Y se asombran porque no saben que el verdadero dueño y la verdadera dueña de casa, en aquel corto y exquisito diálogo, habían dejado para el final otro vino, infinitamente mejor…

La Mujer, cuando da, da cosas muy próximas y muy vitales…

En el vino que abundó en las Bodas de Caná vemos las primeras señales de la Sangre de la Pasión de Jesús…


Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?

¿Qué hay de común entre tú y yo, Mujer?

¿Quieres que comience mi hora?

¿Estás preparada para asistirme, asociándote a mi Pasión?

Haced cuanto Él os dijere…

Tú reservaste el buen vino para el final…