LA SAGRADA FAMILIA
Para todo hombre reflexivo, hay en Jesucristo una repartición de su vida que causa profundo asombro.
Alrededor de treinta y tres años vivió Jesucristo en este mundo. Y, Él, el Infinitamente Sabio, que no se puede equivocar, el Infinitamente Bueno, que ha de elegir lo más conveniente, hace una singular repartición de los treinta y tres años de su vida mortal.
En efecto, alrededor de tres años dedica a comunicar a los hombres su doctrina. Los otros treinta años, se oculta en la vida del hogar.
Y debemos reconocer, en esto como en otras cosas, que no estamos de acuerdo con la elección realizada por Nuestro Señor. Lo que pasa es que no somos lo suficientemente cristianos... no tenemos bien arraigado el espíritu cristiano...
Pudo Jesucristo, como lo hizo con otras materias, dedicar unos temas de su predicación a la vida de familia. Hubiesen los evangelistas recogido en unas líneas el extracto de esa prédica, y con ellas como guía hubieran los cristianos tenido la norma de su vida familiar.
Pudo hacer eso Jesucristo, pero no lo hizo; ¡pero hizo mucho más!... Gran dignación suya hubiese sido el dedicar algo de su predicación a la recta institución de la vida familiar, ¡pero fue aún mayor la fineza de Jesucristo!: por treinta años seguidos se nos ofrece viviendo vida de hogar...
Hizo esto para que cuando la humanidad entera, en el decurso de los siglos, contemplase la vida del Dios-Hombre, no pudiera menos de verle treinta años seguidos viviendo vida familiar.
Por eso, al hombre reflexivo se le impone la trascendencia enorme que debe encerrar esa enseñanza de Jesucristo, repetida durante treinta años con el ejemplo de su propio vivir y de su personal conducta.
Vamos nosotros a meditar en las enseñanzas contenidas en esa vida de Jesucristo en el hogar y ambiente de Nazareth.
La Infinita Sabiduría puso en su propia vida de hogar el modelo de las virtudes que deben presidir toda vida familiar.
Como Dios, conoció Jesucristo las tres raíces de donde iban a arrancar la desgracia y la desarticulación de la vida familiar.
Vio Jesucristo cómo en el decurso de los siglos se iba a atentar contra la familia, infiltrando en su vida, máximas y conductas de vida que, de ser aceptadas y puestas en práctica, acabarían con aquel hogar santo y digno, elevado por Él y consagrado con la Gracia en el Sacramento del matrimonio.
Y contra esas tres raíces, puso Jesucristo en su misma vida de hogar las tres virtudes antagónicas que, practicadas, serán la salvaguardia de la Institución familiar.
Las tres principales raíces demoledoras del hogar son:
Primera, espíritu de insubordinación y de independencia;
Segunda, ansia de sobresalir y de exhibirse;
Tercera, espíritu rebuscado de placer, con horror al trabajo y a la sujeción.
Contra ellas, Jesucristo, en su propia vida, organizó la vida de su hogar:
Primero, en base a la obediencia;
Segundo, mediante una vida oculta en la intimidad de la familia;
Tercero, con una vida continua de trabajo.
Vemos, en primer lugar, como el espíritu de insubordinación y de independencia ha invadido el mundo. Estamos viviendo tiempos cuya esencia es “la crisis de la autoridad”.
El mundo entero está estallando en volcanes de revolución: revoluciones nacionales, con derrumbamientos de regímenes; revoluciones sociales, con anulación de todo pasado; atentados y rebeldías; indisciplinas e independencia...; todo fruto de la crisis de autoridad e indicio, a su vez, del espíritu de insubordinación.
Y esta crisis de autoridad va invadiendo la familia. En el hogar va penetrando, de la atmósfera social que le rodea, la indisciplina y la independencia.
Indisciplina que empieza con la práctica de una vida independiente, y acaba por concretarse en principios y máximas que la cohonestan y la legitiman.
Porque, lo peor del caso no es la conducta, sino la defensa de esa conducta. Y lo bochornoso es que no son ya los hijos, lo cual es en parte comprensible, quienes quieren defender y enmascarar su conducta, sino que son los mismos padres los que ven muy natural ese espíritu de independencia.
Es decir, estamos ante la abdicación de la autoridad por los mismos encargados por Dios de representarlo y ejercerla en la familia.
Y en el hogar donde falta autoridad y no hay jerarquía, ¿qué extraño que suceda lo que tristísimamente tenemos que lamentar?
Por eso, como antídoto contra ese espíritu de insubordinación e independencia, vivió Jesucristo su vida familiar teniendo como base la obediencia.
“Et erat subditus illis”... Y estaba sujeto a sus padres... He aquí lo que el Evangelio nos dice de la vida de Jesucristo en su hogar de Nazareth. ¡Sublime misterio y profundísima enseñanza!
Sublime misterio el que Jesucristo, Dios verdadero, viviese treinta años sujeto en vida de obediencia. Sublime misterio que José fuese el que mandara a María Santísima y a Jesús.
¡José!, que, aunque Santo, en santidad y gracia está a gran distancia de su Esposa, la Inmaculada y la llena de Gracia... ¡José y María!, que, a su vez, estaban a distancia infinita de Jesús, como que ellos eran criaturas limitadas y Jesús Dios infinito en infinitas perfecciones...
Sublime misterio, mandar el que menos vale y obedecer el que es infinito. Sublime misterio, treinta años obedeciendo el Creador omnipotente a la limitada criatura...
Y gran enseñanza. La enseñanza de lo que vale y lo que es el cristiano obedecer.
El obedecer cristiano, que no es servilismo ni es inferioridad, sino nobleza que engrandece.
El obedecer cristiano, que no es obedecer al superior por sus intrínsecas cualidades, ni por la superioridad de sus dotes, sino porque en el que manda se ve al representante de Dios, que es a quien se obedece al obedecer al superior.
Si uno obedeciese por las cualidades o talentos del superior, o porque considera razonable lo mandado, no habría obediencia alguna, sino que uno seguiría su propia razón...
El obedecer cristiano es honrar a Dios, acatando su autoridad suprema, encarnada en su representante que manda.
El obedecer cristiano es la alquimia sobrenatural que eleva el valor de nuestras acciones a un orden supraterreno; y nos enseña que el mérito de nuestras obras no está en su materialidad aparente, sino en que sean ejecutadas por cumplir en ellas la voluntad de Dios, que es lo más santo y perfecto que aun en Dios mismo puede existir.
Treinta años obedeciendo Jesucristo, con alegría, con cariño. Grande enseñanza la de Jesucristo a la humanidad, la de enseñarle en su Persona divina la dignidad y nobleza del obedecer cristiano.
Treinta años viviendo Jesucristo vida de sujeción y de obediencia en el hogar, para inculcar la necesidad de la obediencia en la familia y en la sociedad.
¡Si implantaseis esa vida de obediencia en vuestro hogar!...
Pero de obediencia cristiana, no de despotismo pagano... Vosotros, padres, mandaríais; pero como representantes de Dios, sin ira, sin malos modos, sin egoísmos; con cariño, con dulzura, para el bien de todos.
Pero de obediencia cristiana, no de vil servilismo... Vosotros, hijos, obedeceríais; pero no como reclusos encadenados, sino como quien ve en sus padres a los legítimos representantes de Dios: con prontitud, con alegría, con cariño; firmemente persuadidos que en el obedecer cristiano está la mayor elevación de las acciones del hombre.
Estamos viviendo los tiempos de "la crisis de la autoridad"; no hay, pensadlo, no hay otra solución que la de la obediencia cristiana, en la familia y en la sociedad.
En segundo lugar, nacida del borbotear pasional, secundada por el espíritu de independencia, va deshaciendo la familia y desmoronando el hogar el ansia de sobresalir y de exhibirse.
Hoy va desapareciendo la vida de hogar. Aquel hogar, nido caliente de amores santos, representado muy bien por el hogar, la chimenea, que alumbra y calienta sólo a los que están cerca de él...
El padre, que sale del hogar, pero dejando el corazón entre aquellos seres que son tan suyos... Sale, porque tiene que salir, para su negocio, su ejercicio profesional; pero vuelve, cumplida su misión, al centro de sus cariños: su mujer y sus hijos.
¡La madre!, la que tuvo hijos; la que por sí misma los crió; la que por sí misma los fajó; la que por sí misma los lavó; la que por sí misma los cuidó; la que por sí misma los corrigió; la que por sí misma los veló; la que por sí misma les enseñó a rezar; la que lloró por sus extravíos; la que rogó por su vuelta al buen camino; la que se sacrificó...
Se sacrificó porque tan cristiana y verdaderamente los amó; que eso es ser madre cristiana: la que se olvida de sí para del todo entregarse al bien de su esposo y de sus hijos.
¡La madre!, heroína de sacrificio y de abnegación en aras de su purísimo y santo amor. La que, por eso mismo, es la reina del hogar y el centro de los corazones...
¡Y pensar que hoy las mujeres sienten vergüenza de decir que son “amas de casa”!, como si eso fuese una humillación y no algo, ¡como en realidad es!, que dignifica y ennoblece...
¡Dichosos los hijos de madres macizamente cristianas!, que puedan decir al recordarla: "mi santa madre"...
Santa, porque la maternidad cristiana, con el cumplimiento heroico de todos sus deberes, es santidad y santifica...
Madres santas que se van... Madres santas que escasean... Generación desgraciada en la que vivimos...
¡Desgraciados tantos hijos de los de hoy!, cuando el día de mañana recuerden la conducta de los padres que los engendraron...
Esa madre, que se disgustó al tener hijos; que ella no los amamantó, ni de ellos nunca cuidó; la que jamás los veló, ni por ellos se molestó, ni sufrió; la que encargó a advenedizas personas asalariadas el cuidado de sus hijos; la que los excluyó de su habitación para que no la perturbasen; la que no los sentó de niñitos a su mesa junto a ella, para que no la molestasen...
¡Desgraciados tantos niños de la generación en que vivimos! ¡Ah!..., cuando, adolescentes y mayorcitos, sufran las consecuencias de esas represiones afectivas propias de los hijos que no han vivido vida de familia...
¡De estos traumas no haban los psicólogos modernos!..., porque ellos saben que son los únicos verdaderos traumas...; los otros complejos, los que inventan ellos, no son otra cosa que la consecuencia del orden cristiano de la familia y de la sociedad...
Estamos viviendo momentos trágicos, con la falta de vida de hogar. Ya se tocan no pocas tristísimas consecuencias. No es hacer profecía alguna, el decir que no tardarán en conocerse sus irremediables desgracias.
De ese padre, de esa madre y de esos hijos que toman al hogar como un hotel; donde se vive para comer y vestirse, para retirarse y dormir, y esto a prisa y no siempre; de ese padre, de esa madre y de esos hijos, dispersos, huyendo del hogar como de una cárcel que aprisiona, y volando al juego, al baile y a saciar su vida pasional... de ese hogar ¡no es hacer profecía el decir que vendrán frutos de amores desgraciados y de degradaciones inconfesables!
Y lo que digo sobre la falta de intimidad y calor del hogar muy bien puede aplicarse a esa incomunicación que produce la televisión, la computadora y los aparatos para escuchar música... Que cada uno haga una aplicación al caso...
Por eso Jesucristo, con su conducta personal, quiso vivir tantos años seguidos oculto en su hogar de Nazareth. En pueblecito pequeño; y no en la casa de los principales, sino en la casa del carpintero del pueblo, vivió vida oculta el Señor de la Gloria y Criador de lo existente.
Jesucristo, para su Madre Santísima y su padre adoptivo, escogió la vida oculta en un pueblecito y en la casita del obrero artesano, sin ostentación y sin la vida de sibaritismo y de orgía, de juegos y de mundo que se vivía en Grecia y en Roma.
Profunda enseñanza, la enseñanza de que la paz, el sosiego, el goce puro y santo de las almas, el que las hace felices, no se encuentra en la dispersión y en la alocada fuga fuera del recinto del hogar.
La enseñanza dada por Dios, con su conducta personal, de que la felicidad del hogar está en la intimidad de la vida de familia.
La familia que con reverencia llamamos “Sagrada”, esa “Sagrada Familia”, integrada por Jesús, María y José, fue la familia de los goces santos, de los amores purísimos, de la felicidad verdadera. Y fue la familia que, en sí misma, en su vida religiosa internamente vivida, en su vida doméstica cariñosamente guardada, se nos ha propuesto por Jesucristo, como el único verdadero modelo de los hogares felices.
Si se viviese esa vida cristiana e íntima en los hogares de hoy, ¡cuántas enormes desgracias desaparecerían!, y ¡cuánto raudal de felicidad verdadera y noble se derramaría en ellos!
A la insubordinación e independencia, a la falta de vida de hogar y a la dispersión familiar, medios esencialmente destructores de la familia, hay que añadir, en tercer lugar, el espíritu de placer rebuscado y el horror al trabajo.
Es signo de degradación y de decadencia en toda sociedad la pérdida de la fortaleza y de la austeridad y la exaltación de la sensualidad hasta el refinamiento morboso, por la búsqueda del placer.
Esto le pasó a Roma y a toda civilización o sociedad. Llegada a una cierta perfección y poder, la opulencia la sumergió en el placer... y ello la llevó a la degradación y destrucción...
Y a eso se está llegando en el mundo actual, mundo decadente y afeminado, mundo en que, como en todo hombre degenerado, se sustituyen las virtudes del trabajo por las diversiones y juegos; en que la virtud de la sobriedad austera es reemplazada por el despilfarro del irresponsable; en que la virtud de la fortaleza es desplazada por la crueldad refinada.
Mundo que vive convulsivo entre las estridencias del rock y los alaridos de la danza negra, símbolos del retroceso de la civilización cristiana a las inferioridades más degradadas del hombre salvaje.
Y es necesario advertirlo una vez más: esa música rock que escuchan vuestros hijos proviene del tam tam africano. Vuestros hijos bailan al ritmo de la danza negra africana...
Y luego en las escuelas les enseñan que provienen del mono... No hay tan mentada evolución. El hombre no desciende del mono. Pero lo que sí existe hoy es una impresionante regresión: ¡el hombre se está convirtiendo en orangután!
Sigan permitiendo que sus hijos e hijas escuchen esa música endemononiada, ¡y ya verán qué lindos gorilas y orangutanas gestarán!... ¡Especialmente muy monas ellas!...
Mundo que se revuelca en el placer, en contorsiones y ademanes histéricos. Mundo que, con convulsiones de epiléptico, quiere desembarazarse de todo trabajo y deber.
Espíritu y vida del mundo actual no cristiano, que también quiere infiltrarse en la vida del hogar. Gozar, divertirse, placer: he aquí el fin de tanto hogar. Tasar el trabajo; porque no se ve la manera posible de suprimirlo. Trabajar a la fuerza y con hastío; lo que necesariamente da un rendimiento defectuoso en calidad y en cantidad.
Lujo de vestir; aun a costa de descuidar obligaciones esenciales, incluso la del pagar lo debido.
Diversiones y juegos, que consumen dinero que falta para necesidades imperiosas del hogar.
Sibaritismo refinado, en bebidas y en caprichos, en modas y en snobismos. Diversión, orgía, despilfarro.
Hogares que se desentrañan divirtiéndose, y que, en su concepto sensualista de la vida, la degradan.
¡Cómo se levanta la figura de Jesucristo dignificando y tonificando el hogar con su trabajo!
Misterio grande, pero realidad histórica, El Dios Creador de cuanto existe con el “Fiat” omnipotente de su palabra; ese Dios humanado, que pudo, en su omnipotencia, tener en su propio hogar todas las comodidades y refinamientos del goce; ese Jesucristo vivió los años de su vida familiar, hasta treinta de los treinta y tres de su vida, la vida de trabajo, de trabajo diario, de trabajo necesario.
Misterio grande, pero realidad histórica. Jesucristo trabajó, para ayudar a sus padres, y luego para sostener con su trabajo a su Madre y a su hogar.
Pudo Jesucristo haber tenido electricidad y haber inventado máquinas eléctricas para su taller de carpintero; pudo haber instalado un aserradero modelo, con una red de mueblerías en las principales ciudades del Imperio... ¡Pero no lo hizo!
El trabajo, ennoblecido, y santificado por Jesucristo. Porque es una ley dada por Dios al hombre, aun antes de su caída. Y es, además, un castigo impuesto por Dios, en pena de la trasgresión de su ley.
Y quiso Jesucristo con el ejemplo de su conducta de vida real de obrero, que comió el pan y sustentó su hogar con el trabajo de sus manos y el gotear sudoroso de su frente divina, sernos modelo y estímulo para aceptar el trabajo.
En la vida social y de familia, no quedan más que dos soluciones: o la concepción cristiana, o la concepción anticristiana de la vida.
O la concepción anticristiana de la vida, con su espíritu de insubordinación e independencia, con sus ansias de sobresalir y de exhibirse, con su espíritu de rebuscado placer y de horror al trabajo...; o la concepción cristiana de la vida, teniendo como base la obediencia, la vida íntima de hogar, y la vida de austeridad y de trabajo.
O la concepción anticristiana, con las consecuencias que habéis visto, la de la regresión al salvajismo sin moral ni autoridad...; o la concepción cristiana, que da por frutos la paz, el orden, la dignidad y la santificación de la vida.
Sois católicos, sois hombres reflexivos...: ¡implantad, pues, vuestra vida familiar según la doctrina de la Infinita Verdad y Sabiduría!