miércoles, 6 de enero de 2010

Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo


FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Este sermón fue pronunciado en la Solemnidad de la Epifanía de 2005, en la ciudad de Besançon, Francia. En cuanto a lo esencial, es el mismo; pero como desde entonces ha corrido mucho agua por debajo de puente (elección de Benedicto XVI, visitas papales a sinagogas y mezquitas, Motu proprio humillando la Santa Misa, Decreto levantando las excomuniones y remitiendo la pena, inauguración de discusiones doctrinales…) han sido puntualizadas algunas referencias.

Unos Magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo.
Dios Padre quiso que su Hijo fuese conocido y adorado por los Gentiles. Creó, pues, en Oriente una estrella de un tamaño y de un resplandor maravillosos. Era el signo anunciado a las Naciones por el Profeta Balaam: Una estrella saldrá de Jacob.

Es la vocación de los Reyes Magos, su llamamiento. Aparece por fin la estrella por tanto tiempo esperada. Sus largas vigilias hallan al fin su recompensa: el Mesías anunciado está por nacer...

Pero, ¿en qué parte del mundo? Nada lo indica… Sus miradas se tornan ansiosas, sus manos juntas se vuelven suplicantes; y he ahí que la estrella aparecida se pone en movimiento...

Los Magos se miran; lo han comprendido todo; son felices. Sin vacilar ni más esperar, dejan su reino y bienestar, ya son idos...

La estrella es el llamamiento de Dios, es su voluntad expresa; la conducta de los Magos es la fidelidad a la gracia.

La estrella domina todas las escenas del viaje: llama y orienta, acompaña y guía; a veces, sin embargo, hace como si desapareciera...

Para ir a Jesús no basta distinguir la estrella, hay que seguirla; y, para seguirla, es necesario librarse, como los Magos, de los lazos que atan...

Es esencial, no sólo seguir la voluntad, de Dios, sino fortalecerse con su luz.

Andar a la luz de la estrella hace el camino fácil y suave.

En la gran noche de la historia que nos toca vivir, también Dios hace resplandecer una luz para guiar a sus fieles servidores…: es la Revelación Divina… la Tradición y las Profecías.

Engañado por las mentiras del mundo, el hombre moderno busca una luz que lo oriente. En ocasiones cree verla en teólogos, filósofos, políticos y economistas o en el poder político o tecnológico, pero es bien cierto que no podrá hallarla sino en la Tradición Católica y en las Profecías.

Muchos han comprendido la gran crisis que afecta en el presente a la Civilización Cristiana y a la misma Iglesia; pero pocos toman la resolución de seguir la Verdad, la cual se encuentra en el pasado, la Tradición y en el futuro, las Profecías.

Vemos partir a los Reyes hacia lo desconocido. ¿No vamos también en la tierra hacia lo desconocido?... ¿Llegaré? ¿Lo conseguiré?...

¿Por qué estas preguntas?, y más aún, ¿por qué estas alarmas? Voy a donde Dios me llama. Su estrella ha aparecido; su estrella es su voluntad manifestada.

Lo desconocido para los Magos es la duración del viaje y las vastas regiones que atraviesan: llanuras, montañas, ríos, bosques, desiertos…

Y nunca se dijeron: esto va para largo... ¿cuándo llegaremos? Las diversas intemperies de las estaciones no los desaniman; los obstáculos no los detienen; los peligros no los perturban...

¿Qué pensaríamos de los Magos, si, descuidando mirar la estrella, se hubiesen dejado absorber por los accidentes del camino, el temor de los peligros, la molestia de un viaje que se hace interminable?...

¿Qué debemos, pues, pensar de nosotros? ¿Por qué estas tristezas, estas angustias de espera, estos deseos precipitados, este fondo de inquietud persistente?...

Para aquellos que comprendieron y decidieron seguir este arduo camino, comenzó la gran aventura de la Tradición…

El viaje de la Obra de la Tradición ha sido jalonado por hechos y decisiones gloriosas y memorables: la fundación de Ecône, la supuesta suspensión a divinis, la toma de San Nicolás de Chardonnet, la ayuda a tal o cual sacerdote fiel, la fundación o refundación de diversas Congregaciones religiosas, la apertura de Prioratos, de Centros de Misa y de Escuelas, las Consagraciones Episcopales, las pretendidas excomuniones…

Después de haber andado un largo camino, los Magos se hallan en un país desconocido para ellos. ¿Qué les importa? ¿No va con ellos la estrella? Mas he aquí que súbitamente se les oculta .y la buscan en vano.

Hay un vacío en el cielo... ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? ¡Son forasteros, tan lejos de su patria! ¿A quién confiarse? ¿No pueden temerlo todo? ¿Los habrá Dios abandonado?...

¡No!, ¡No! Los prueba, dejándolos a su iniciativa… ¿Y qué hacen? Desprovistos de su guía divina, recurren a los medios humanos: consultan a los moradores. Son conducidos al rey.

El rey convoca los sacerdotes, y de estos recursos humanos sale la luz: el niño, cuya estrella vieron, debe nacer en Belén; a dos horas de distancia.

Pero, sin embargo, ¿cómo explicar la desaparición de la estrella? ¿Por qué no los ha guiado hasta su término? Preguntas son éstas que su fe vivísima no formula ni plantea. Dios los guiará, sea por una estrella, sea por las indicaciones de los hombres. ¿Qué importa?

Es con frecuencia nuestro caso: después de haber emprendido, merced al llamamiento divino, tal obra o resuelto tal empresa; después de haber caminado largo tiempo al compás de la luz, ésta desaparece de pronto: el presente, el porvenir, todo en tinieblas… hasta el pasado: ¿habré hecho bien en seguir esa estrella? ¿No voy a estrellarme?...

¡Era tan suave dejarse guiar, y tener .a la vista un camino abierto!... Mas hoy hay que buscar y decidirse por sí mismo. A fuerza de dejarse guiar, se ha perdido acaso el espíritu de iniciativa y el valor...

Pobre alma, serénate, es para desarrollar tus cualidades; Dios te ha sometido a tal prueba para que crezcas ejercitándolas...

¿Qué debemos hacer en la prueba, cuando desaparece la estrella?: conservar toda nuestra confianza, emplear todos los medios a nuestro alcance. Hecho esto, quedar persuadidos que la determinación tomada es en verdad la voluntad de Dios.

Ruega, pues, medita, consulta según lo necesites, y luego camina, serena y confiada... Pronto serán recompensados tus esfuerzos...

Así sucedió con los Reyes; luego de un largo camino llegaron a Jerusalén; pero, en el mismo instante, la estrella se ocultó a sus ojos, y quedaron en la aflicción y la tristeza.

Igualmente, muchas estrellas se han ocultado, han caído ante nuestros ojos atónitos; otras muchas han de caer todavía... Momentos de duda, de aflicciones, de tristezas, de prueba…

La Providencia utiliza estos medios para probar la fidelidad y la confianza de sus servidores, y para permitirles practicar virtudes muy importantes, entre otras la prudencia y la simplicidad.

Los Reyes entran, pues, en Jerusalén… la Roma de aquellos tiempos…

El rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén… Herodes y Jerusalén se espantan; el anuncio milagroso de un nuevo Rey debería haber provocado una gran alegría y un inmenso entusiasmo; pero este pueblo infiel se turba y desprecia una gracia que esperaba, es cierto, pero con mucha mayor resonancia y con resplandor más espectacular. Esperaban que el Mesías se anunciase con gloria; estaban impregnados de un mesianismo terreno…

También hoy hay quienes, incluso en Roma…, particularmente en Roma…, pero no sólo en Roma…, se espantan de la Tradición y de las Profecías, y en su lugar presentan o anhelan falsos mesianismos: sea la Civilización del Amor, sea la Restauración de la Cristiandad, sea la Reconquista de algo perdido y que estaba anunciado que sería perdido, sea el Regreso de Roma a no sé qué estado o situación anterior…

Los Reyes, por su parte, entran en Jerusalén y manifiestan una fe grande, creen en lo que no han visto, y dicen a alta voz lo que anunciaron los Profetas; no tienen dudas sobre el hecho, sólo indagan sobre el lugar.

Nosotros, decepcionados del momento presente, nos refugiamos en la Tradición y en las Profecías…

Y, si ellas se han como velado o eclipsado, recurrimos a las autoridades modernistas, ellas, en cuanto autoridades, nos han dicho ya lo enseñado por la Tradición y lo anunciado por las Profecías, lo que nos orienta hacia la Verdad: el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia…, estamos en un período de autodemolición de la Iglesia…, se trata de la apostasía silenciosa… la Barca hace agua por los cuatro costados…

Herodes convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se informó del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, en verdad, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.

Hombres políticos y hombres religiosos; hombres de la política y hombres de la religión; hombres políticamente religiosos y hombres religiosamente políticos… se reúnen para tratar el caso de la Tradición Y responden: No es aquí donde habrán de encontrarlaLa Doctrina y la Liturgia tradicionales están en la Obra de la Tradición

Los doctores judíos no dudaron en responder que era en Belén que debía nacer el Cristo. Pero suprimieron, sin embargo, la segunda parte de la Profecía, que insinúa claramente la divinidad de Jesús: y sus orígenes datarán de tiempos antiguos, de días de la eternidad

De la misma manera, a los que actualmente tienen el cargo y la autoridad para esclarecer a los otros, la malicia y el orgullo les impiden predicar la verdad entera sobre la Tradición y las Profecías, y son igualmente la causa de la muerte de muchos inocentes… El Niño Dios es la ocasión, no la causa de la muerte de los niños asesinados por Herodes…

Es una preciosa lección para muchos eclesiásticos, incluso mitrados, que, encargados por oficio de instruir y de dirigir a los fieles y de mostrarles el camino de la Verdad, viven ellos mismos en la ilusión de falsos mesianismos, sin comprender las Profecías; o, lo que es más grave, si las conocen y las entienden, siendo cobardes y temblando ante la tiranía de la realidad
Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarlo.
¡Qué mofa y sarcasmo!... Meditemos sobre lo aborrecible de esta hipocresía y, echando una ojeada a la historia de la Iglesia, advirtamos en sus perseguidores las mismas tentativas.

¡Qué obcecación! Herodes ve a Dios intervenir por el milagro de la estrella; reconoce por los Profetas la venida cierta del Mesías, y vedlo disponiéndose a disputarle su trono, como si de antemano no hubiera de estar convencido de su derrota.

Pero donde su ceguedad se convierte en aberración, es al imaginarse poder andar con astucias respecto del Quien todo lo ve…

Pronto pasará de la aberración al crimen, al degüello de los Inocentes…

Como bien dicen los Padres de la Iglesia, por lo que ha hecho con los Inocentes, podemos colegir lo que deseaba hacer con Jesús…

Se finge piadoso, pero bajo el manto de piedad afila el cuchillo dando a su crimen el color de humildad, procediendo en esto como todos los criminales, que cuando quieren herir a alguien en secreto, le muestran un afecto que está muy lejos de sentir.

Así fueron siempre los perseguidores de la Iglesia, así los vemos hoy. Sólo las formas cambian según las circunstancias, pero siempre hallamos el mismo fondo de rivalidad y odio; el mismo método de doblez y, si es necesario, de violencia…

Y los resultados son los mismos: Jesús, en su Iglesia, se libra sin cesar de sus enemigos, y por la misma traza...

Para librar a Jesús de Herodes, Dios se guarda de intervenir con estrépito; sería salirse del plan de una oscuridad intencionada. Lo salvará con la huida como se salva a un vencido…

Es el destino de la Iglesia, misteriosamente figurado: Ella tendrá al comienzo las Catacumbas, y en nuestros tiempos el destierro… obligado o voluntario…
Los Magos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño.
Apenas escuchada la respuesta de Herodes, los Reyes partieron de Jerusalén, huyendo de la agitación y de la turbación que reinaban en ella.

Hay que salir de Jerusalén, hay que salir de la Iglesia Conciliar, hay que salir de la Roma anticristo y modernista, sin detenerse a discutir sobre cuestiones suficientemente claras y ya definidas… Los Reyes fueron a Jerusalén; pero ahora es tiempo de ir a Belén. Si pretendiesen convertir a Herodes, se quedarían sin el Niño Jesús…

Salir, pues, de Jerusalén, sin que anhelos desubicados, por legítimos que sean, pero contrarios a la divina voluntad, nos aparten del fin de nuestra misión…

Deseos dislocados serían, por ejemplo, hacer depender nuestra fidelidad del cese de la ceguera de Herodes y Sacerdotes, pretendiendo convencerlos, por medio de discusiones, de que tienen que encaminarse a Belén, al encuentro del Niño Dios para adorarlo...

Causa risa considerar, imaginar tan siquiera, a los Reyes Magos estableciendo con Herodes o los Sacerdotes acuerdos prácticos

Pero el Evangelio tampoco habla de encuentros teóricos para intentar convertirlos… pensando en el bien de muchas almas que vendrían a Belén…

Es cierto, muchas almas permanecerán sin poder reconocer a Jesús, la Tradición… e incluso, como los Inocentes, serán pasados a cuchillo; pero será exclusivamente por culpa de la ceguera y la malicia de las perversas autoridades…

Al igual que los Magos, ¡alejémonos de la confusión y busquemos al Niño allí dónde debemos encontrarlo! ¡No en otra parte!

El sacerdote Roca, canónico apóstata, decía en su obra Glorioso Centenario: El nuevo orden social se inaugurará fuera de Roma, sin Roma, a pesar de Roma, contra Roma (…) Y esta nueva Iglesia, aunque no deba quizá conservar nada de la disciplina escolástica y de la forma rudimentaria de la antigua Iglesia, recibirá, sin embargo, de Roma la Consagración y la Jurisdicción Canónica”.

Por eso, el Padre Francisco de Paula Vallet, fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, tenía como divisa: Siempre por Roma, nunca contra Roma, a veces sin Roma.

Que cada uno reflexione y decida…
Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre.
Donde están Herodes y los Sacerdotes no se ve la estrella; allí donde esta el Niño con la Madre, sí. En Roma ya no resplandecen como antaño ni la Tradición ni las Profecías; allí el Niño no es seguido, más bien perseguido, y la Madre es blasfemada…

En un momento, la estrella se detiene de nuevo, los Magos se hallan en campo despoblado, donde sólo ven, como aplastado por las rocas, un establo derruido. Al ver esto, ¿cuáles serían las impresiones de esos grandes personajes?

¡Cómo! ¿Ese es el palacio del Mesías anunciado ha tantos siglos, del gran Rey que viene a señorear el mundo?

No son esos sus pensamientos. Se dejan guiar por el sentido sobrenatural. Delante del misterio de un Dios pobre y débil, los Magos se prosternan y adoran con fe sincera.

¡Qué lecciones tan fortificantes e instructivas! Fortificantes para nuestra fe, instructivas para nuestra conducta.

Para comprender las cosas de Dios, la mentalidad humana tiene que transformarse.

Mientras que los Magos, rebosando de alegría, contemplan y adoran al Niño Dios, los moradores de Jerusalén yacen en la mayor indiferencia. Aletargados con la práctica rutinaria de sus leyes mal interpretadas, han perdido esa juventud de alma que va siempre a la vanguardia...

Al considerar su conducta, debemos comprobar hasta qué grado de indiferencia lleva el abuso de las gracias.

Al igual que el establo y el pesebre del Niño Dios, nuestras capillas y centros de Misa son muchas veces lugares pequeños y pobres; pero, también nosotros, en medio de nuestras penas y tristezas, tenemos nuestras alegrías: vivimos donde resplandece la Verdad de la Tradición y de las Profecías, donde se administran los verdaderos Sacramentos, allí donde la verdadera Doctrina ilumina nuestras almas.
Y postrándose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
El incienso porque es Dios, el oro porque es Rey, la mirra porque se encarnó para ofrecerse en sacrificio sobre la Cruz.
Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.
Debemos admirar cómo la Divina Providencia cuida de sus servidores fieles, advirtiendo a los Magos lo que deben hacer para salvar al Niño de la persecución de un príncipe ambicioso y cruel, y para prevenirlos a ellos mismos de los malos tratos a los que se expondrían si regresasen a Jerusalén.

No era posible que los que habían venido de Herodes a Cristo, volviesen de Cristo a Herodes.

¿Por qué?

Porque quien ha experimentado el mal en el que ha caído y recuerda el bien que ha perdido, vuelve, sí, con arrepentimiento a Dios.

En cambio, quien habiendo abandonado al diablo, se une a Cristo, no vuelve al diablo, porque mientras se regocija con el bien que ha encontrado y se acuerda de los males de que se libró, sería un despropósito volver al mal.

Debemos aprender esta lección y considerar cuán bienaventurados seremos si nos abandonamos a la Providencia, que nunca dejará de asistirnos en los peligros y apartará de nosotros los males que nos amenazan.

Pero esto será con la condición de seguir sus consejos: no debemos retornar a la Roma neoprotestante y modernista, que ha jurado la muerte de la Tradición y de las Profecías, y ha condenado por adelantado a quienes las sostengan.

No faltará, sin duda, quien diga que Jerusalén (Roma) es indispensable y que, si hay una verdadera solución de la crisis respecto del Niño, ésta no puede venir sino de Jerusalén.

Los Reyes Magos responderían: No aceptamos entrar en la situación de peligro en la que nos hubiésemos encontrado si hubiésemos regresado a Jerusalén. Eso se terminó. Plantearíamos la cuestión de este modo: ¿Aceptan Herodes y los Sacerdotes las grandes profecías anunciadas por todos los Profetas y por el Rey David, sus predecesores? ¿Están de acuerdo con tal o cual profecía? ¿Están en plena comunión con estos Profetas y con este Rey y con sus afirmaciones? ¿Aceptan ofrecer incienso, oro y mirra al Niño Dios, Rey y Sacerdote? ¿Están a favor de ese Niño y de su Realeza? Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es inútil hablar. Mientras no hayan aceptado reformar su falso mesianismo considerando la doctrina de los Profetas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil.

Bien sabemos lo que hubiese sucedido con el Niño y con los Magos si hubiesen regresado a Herodes…

Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño… “O calliditas ficta, o incredulitas impia, o nequitia fraudulenta”, dice San Fulgencio: Oh, astucia artificiosa; oh, impía incredulidad; oh, perversidad fraudulenta. La sangre de los Santos Inocentes, que tú has derramado cruelmente, atestigua lo que has pretendido hacer con este Niño”.

Esta Roma anticristo, anti-tradición, anti-profecías, astuta, impía, infiel, falaz, perversa y cruel, no retrocederá ante un nuevo crimen, y así como ya maltrató a la Fraternidad San Pedro, a Dom Gérard, a Campos y a todos los que regresaron a ella por el camino de la Comisión Ecclesia Dei, de la misma manera tratará a los que aspiran domesticar a la Bestia, dándole cacahuetes, por muy legítimas, e incluso santas, sean sus intenciones…

Entretanto, el Niño Jesús huye a Egipto.

¿Pero cómo el hijo de Dios huye delante de un hombre? ¿Quién se verá libre de enemigos, si el mismo Dios teme a sus adversarios?

Convenía que así sucediese, para que los cristianos no se avergüencen de huir cuando la persecución les obligue a ello.

El Salvador, conducido a Egipto por sus padres, nos enseña que muchas veces los buenos se ven obligados a huir, e incluso también son condenados a un destierro por la perversidad de los malos…

Debemos considerar con la serenidad más perfecta los males que amenazan a la Iglesia. Esta serenidad nuestra es para Dios una honra, y para nosotros una fuerza.

Continuemos, pues, con paz, alegría, confianza, coraje, paciencia, longanimidad, perseverancia y constancia este combate por la Fe, por la Iglesia, por la Santa Tradición, por la Misa de siempre…

Permanezcamos en nuestra inhóspita trinchera, con alma de pie de gallo, genuinos caballeros de la resignación infinita, abandonados a la doliente esperanza en la Segunda Venida

Y Dios nos conducirá allí donde encontraremos al Niño con su Madre, el Arca de la Alianza y la Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas, aplastando una vez más, y definitivamente, la cabeza del dragón infernal…

Ella, mientras tanto, nos indica mirar hacia la Estrella Matutina, su Jesús…

Ella es también nuestra Stella Maris, y nos ayudará a seguir nuestra ruta en paz y alegría, incluso si el camino se hace todavía más impracticable que hoy en día…