domingo, 4 de abril de 2010

Domingo de Pascua de Resurrección


SOBRE LA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL


El misterio de la Resurrección es un misterio de alegría, de esperanza y de gloria; esta es la razón por la que la Iglesia nos invita alegrarnos en el Señor.

Jesucristo, nuestro ejemplar, nuestra primicia, como dice San Pablo, había muerto, y ahora vive, y vivirá por los siglos de los siglos.

Este misterio nos ilumina y fortifica; santifica y conforta nuestra vida aquí en la tierra.

Es el fundamento de nuestra fe, la verdadera forma de la vida cristiana y el gaje de nuestra resurrección futura.

La resurrección de Nuestro Señor es el más grande de todos sus milagros; sólo Dios puede resucitarse a sí mismo: Tengo el poder de entregar la vida y el poder de recuperarla cuando quiera.

Ella prueba que Nuestro Señor es verdaderamente Dios todopoderoso. Por eso se puede decir, con el Apóstol, que toda la doctrina cristiana, toda nuestra santa Religión, se basa en este gran hecho, atestado públicamente, comprobado, certificado…

Esta es la razón por la que, el día de Pentecostés, San Pedro y los Apóstoles, encargados de predicar a todos y por todas partes a Jesucristo y su doctrina, se basan en primer lugar en este único hecho: dan prueba que su Maestro ha resucitado de entre los muertos.

Si Jesucristo no resucitó, dice San Pablo, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe…, no hay Redentor, ni Redención; no hay justificación, ni vida futura; ¡las Escrituras son falsas, y el mismo Dios nos habría engañado…

Pero, al contrario, si Jesucristo resucitó, es Dios omnipotente; su doctrina es verdadera y celestial, y la debemos creer; sus preceptos son divinos y debemos someternos a ellos…

Escuchemos aún el Apóstol: Nosotros, que hemos sido bautizados en Cristo, lo fuimos en su muerte; ya que, por el bautismo, se nos enterró con él en la muerte, de modo que, así como Jesucristo resucitó para la gloria de su Padre, del mismo modo, marchemos en una verdadera novedad de vida. Muertos con Él, debemos vivir con Él una nueva vida, como la suya, imperecedera… Ya que Cristo resucitado no muere más. Considerémonos, pues, como realmente muertos al pecado, y también como vivos para Dios, viviendo divinamente con Jesucristo.

Jesucristo, el verdadero Cordero pascual, nos redimió y justificó por su muerte; pero, por su resurrección, es el modelo de nuestra conversión y de nuestra santificación.

Ya que, así como al resucitar pasó de una vida pasible y mortal a una nueva vida, gloriosa e inmortal, así debemos convertirnos en nuevas criaturas, de verdad resucitados con él.

Purificaos de la vieja levadura, es decir del pecado, dice San Pablo, con el fin de ser una nueva pasta, como panes ázimos, es decir, puros y santos.



¿En qué consiste la resurrección espiritual?


Consiste en pasar del estado de pecado el estado de gracia, es decir, según la palabra misma de resurrección, de la muerte a la vida, del estado de tibieza e imperfección al de fervor y perfección.

El pecado mortal da la muerte a nuestra alma: Jesús la resucita y le devuelve la vida por la virtud del sacramento de la Penitencia.

El pecado venial la debilita y la entibia; Jesús la consolida por su gracia, sobre todo en el sacramento de la Eucaristía.

Dice San Pablo, así como Jesucristo resucitó de entre los muertos para la gloria de su Padre, así debemos resucitar y marchar en una nueva vida; una digna vida de Dios, avanzando continuamente por el camino de la virtud y de la santidad.

Esta resurrección espiritual consiste pues en el cambio de nuestra antigua vida en una nueva vida…

Buscáis a Jesús crucificado, dijo el Ángel a las santas mujeres, resucitó, no está ya aquí…

Si hemos resucitado espiritualmente de verdad, es necesario que se pueda decir así mismo de nosotros: Se convirtió este hombre, ha cambiado, no es ya el mismo hombre….

Buscáis a aquel avaro, se volvió liberal y caritativo; a aquel orgulloso e iracundo, se volvió perfectamente humilde y mano; a aquel cristiano flojo, tibio, negligente en sus deberes, se volvió fiel, entusiasta y generoso.

¡Cuántas resurrecciones espirituales llenan de alegría el Corazón de Jesús, a su Iglesia y a todos los Ángeles del cielo!



¿Cuáles son las cualidades de la resurrección espiritual?


Pero, para que la resurrección espiritual lleve a la gloria, es necesario que tenga algunas cualidades: que sea pronta, verdadera, manifiesta y constante.


Pronta. Como la de Jesús: valde mane.

Sabemos que la gracia de Dios no acepta ni plazos, ni retrasos… Ahora bien, es sobre todo en este tiempo de Pascua que Jesús viene a llamar a la puerta de nuestros corazones para que nos convirtamos.

Si descuidamos esta gracia, ella escapará quizá para siempre… No pretextemos que no estamos dispuestos… Eso depende sólo de nosotros; ¿y si no estamos preparados ahora, cuándo lo estaremos?…


Verdadera y sincera. ¡Cualidad esencial! Consideremos a Jesucristo Surrexit vere, ¡y qué pruebas!… Desgraciadamente, entre los cristianos, en este santo tiempo de Pascua, ¡qué de conversiones aparentes, superficiales, falsas, imaginarias! ¡qué de conversiones espléndidas en palabras, lamentables en la práctica!…

La triste tumba del pecado permanece cerrada y sellada… El corazón no cambia, sigue con la misma vida que antes: mismos desórdenes, odios, resentimientos, injusticias, escándalos… ¡Se miente a Dios, no se resucita de verdad!…, peor Estado que el precedente.


Manifiesta y pública. Para glorificar a Dios y edificar el próximo, como la de Jesucristo que se manifestaba sus Apóstoles para hablarles del Reino de Dios, enseñarles y consolidarlos… No es suficiente convertirse, es necesario que la conversión se manifieste a los ojos de todo el mundo.

Deben mostrar nuestro cambio de vida:

En primer lugar, por el honor de Dios, ofendido y afligido por nuestras infidelidades y negligencias…

A continuación para la edificación del próximo, contristado por nuestras faltas, y a quien debemos dar pruebas de nuestra conversión…

Es necesario que se pueda decir de nosotros: Estaba muerto y resucitó… Resucitó, no esta más aquí… Ved el lugar donde lo habían puesto… Ved estos lugares de desórdenes, donde perdía su tiempo y su alma; … no está más, ahora se aplica seriamente a sus deberes.


Constante y perseverante. Contemplemos a Jesucristo: Ya no muere, la muerte no domina más sobre Él…

Que sea así para nosotros; nunca más esas alternativas de confesiones y recaídas voluntarias y deliberadas; más graves y cuyo último estado es peor que el primero…

Hagamos un examen: ¿por qué tantas resurrecciones espirituales dudosas? ¿Por qué tantas recaídas? Es porque no se toman las precauciones debidas… no se huye de las ocasiones peligrosas… se omiten la oración y los Sacramentos… se descuidan y violan las buenas resoluciones…

Además, por cobardía o mala voluntad, se omite hacer las reparaciones exigidas por la justicia, la caridad o la penitencia…

Tengamos, pues, mucho cuidado con todo esto…



¿Cuáles son los signos de la verdadera resurrección espiritual?


San Pablo nos indica tres:

1º Morir a la vida sensual. Era necesario que Cristo sufriera y muriera, para resucitar y entrar en su gloria. Del mismo modo, sólo resucitaremos espiritualmente por la muerte a nosotros mismos, al pecado, al hombre viejo, a todas nuestras codicias… Los que son de Cristo, han crucificado sus vicios y concupiscencias, dice San Pablo.


2º Morir a las cosas y a las miserables bagatelas de este mundo: Muertos a las criaturas, a los bienes, a las riquezas, a los honores, a todos los placeres y diversiones peligrosas.

Llevar una vida oculta en Dios con Jesucristo, es rechazar y olvidar el mundo, no pensar más que en Dios, que en agradarlo y glorificarlo.


3º Buscar y desear las cosas del cielo. Sólo tener gusto por ellas… “Si consurrexistis cum Christo, quae sursum sunt quaerite,… quae sursum sunt sapite”… Es decir, poner todas las esperanzas, todos los tesoros en los bienes del Cielo, no trabajar más que para la eternidad…

Gustar las cosas celestiales, la Palabra de Dios, los Sacramentos, la oración, las lecturas piadosas… “¡Qué despreciable me parece la tierra cuando contemplo el Cielo!”, decía un Santo…



Meditemos, pues, todas estas hermosas y grandes verdades…

Resucitemos realmente con Jesús, vivamos de su vida, vivamos según su espíritu, según sus enseñanzas… Una vida angélica, divina aquí abajo en la tierra, para que Él nos haga participar de su vida gloriosa en el Cielo.