domingo, 13 de febrero de 2011

Domingo 6º post Epifanía


SEXTO DOMINGO DE EPIFANÍA


Semejante es el Reino de los Cielos a un grano de mostaza… Semejante es el Reino de los Cielos a un poco de levadura…

La Doctrina Cristiana, la Iglesia Católica, es como el grano de mostaza: muy pequeña en su comienzo, tan insignificante que apenas fue tenida en cuenta; y sin embargo llegó a convertirse en la más grande, gloriosa e importante de las instituciones.

La Doctrina Cristiana, la Iglesia Católica, es también semejante a un poco de levadura, pues con su acción transforma los individuos, las familias, las naciones y la sociedad toda entera.

Para sacar algún provecho espiritual, resumamos la historia de esa semilla y de esa medida de levadura.

1º) Durante la primera edad de la Iglesia tuvo lugar la impetuosa predicación apostólica. La semilla se sembró a manos llenas y la levadura se mezcló con prodigalidad. Riquísima en “obras, trabajos y paciencia” fue la Iglesia de los tiempos apostólicos, que se difundió en poco más de un siglo por todo el Imperio.


2º) Le siguió la edad de las Persecuciones, desde Nerón a Diocleciano.
La persecución atroz sobrellevada por Cristo es la riqueza de la Iglesia de los mártires.

Las persecuciones fueron de carácter satánico: crueldad superhumana, iniquidad, para hacer renegar de la fe; pero esparcieron la semilla y mezclaron la levadura: la sangre de los mártires es simiente de cristianos…

En las Actas de los Mártires podemos leer los testimonios de aquellos cristianos que derramaron su sangre por Cristo, vencieron a los paganos y convirtieron el mundo.


3º) Llegamos a la Iglesia de los Doctores y de las herejías.

La fuerza del paganismo era su violencia y su cultura. La Iglesia se enfrenta en esta época con una prueba no menos peligrosa y más sutil: la pululación de las herejías.
Ella está sosteniendo el nombre de Cristo en el corazón mismo del paganismo; y lo que es más de notar, arrebatándole a Satán sus arsenales: la cultura y las letras, que los Apologistas y Doctores convierten, purificándolas; trabajos que culminan en la genial obra de la sabiduría cristiana que es la Ciudad de Dios, de San Agustín.


4º) Todo esto fue preparando la Iglesia del dominio, desde Carlomagno hasta el Emperador de la Contrarreforma, Carlos V.

La Iglesia Católica llega entonces a su apogeo; son los años de la Alta Edad Media, de las Cruzadas, de las Catedrales, de las Universidades, de la Suma Teológica y la Divina Comedia, de la Reconquista de España, de los grandes descubrimientos y conquistas.

Realmente, la Iglesia engrandece y sus obras se magnifican. Los Santos, doctores, misioneros, reyes cristianos y la caballería fundan la Cristiandad Europea, detienen al Islam, crean las modernas naciones católicas, fijan la Doctrina y el Culto y, al fin, difunden la Fe en el Nuevo Mundo y la hacen arribar a Asia y África.

Todas las actividades del hombre y todas las instituciones humanas, cual pájaros del cielo, recurrieron a las ramas de la Iglesia para anidar en ellas, para encontrar en esa doctrina y en esa institución un lugar de refugio y de progreso.

Gracias a la Iglesia Católica y a la levadura de su doctrina todo cambió en el mundo: la teología, el dogma, la moral, las costumbres, la filosofía, el derecho, la política, la ciencia, las artes (literatura, música, pintura, escultura, arquitectura), la educación, la economía... todo, toda la vida del hombre quedó transformada…

Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados, dice concisa y magníficamente León XIII…

Hubo un tiempo en que la doctrina católica iluminaba toda la vida del hombre y dirigía todas sus empresas.

De este modo llegó a forjarse la Civilización Cristiana.

Pensemos… confesores, sacerdotes, fundadores y reformadores de Órdenes, monjes y religiosas, misioneros, reyes y padres de familia, intelectuales y simples campesinos, catedráticos y amas de casa, hombres de armas y artistas, mujeres ejemplares, vírgenes y viudas, jóvenes y ancianos, niños y adultos…

Así se fundó, se construyó, se conservó y llegó a su apogeo la Ciudad Católica, la Civilización Cristiana.

Pero la Iglesia Medieval tuvo su veneno: el cesaropapismo de los reyes, que se hacían pontífices o profetas; y el poder feudal de los eclesiásticos, que originó muchas veces lascivias, mundanismo, prepotencias, perjurios y simonía.

Esa fue la llaga que realmente deshizo la Cristiandad, ocasionando primero y nutriendo luego la gran rebelión religiosa del protestantismo, precedida de muchas otras rebeliones parciales, como la virulentísima de los albigenses.

El siglo XIV sufrió una gran tribulación: guerras nacionales, cisma de Occidente, guerras feudales, conflictos eclesiásticos, corrupción del clero, divisiones en las familias, amenazas de los turcos, epidemias, hambres, sediciones…

Así, pues, contra esa Sociedad Católica se levantó la Revolución Anticristiana, el proceso revolucionario: Humanismo - Renacimiento - Protestantismo - Masonería - Filosofismo - Revolución Francesa - Siglo Estúpido - Revolución Comunista - Modernismo - Concilio Vaticano II… Y aquí estamos…

¿Qué hacer, entonces? Solamente, guardad bien lo que tenéis, hasta que Yo venga.

La Tradición, lo que tenéis, conservadlo, reforzadlo, hacedlo fuerte.

El Concilio de Trento fija las instituciones de la Iglesia Medieval, y desde entonces no se deben hacer cambios, en el sentido de reformas, reestructuraciones, creaciones.

La consigna de la Iglesia desde aquel momento es conservar, no crear nada nuevo. Y de hecho la Iglesia desde entonces así procede; mira hacia atrás y aspira a una restauración. No crea nada nuevo.

La Iglesia Antigua y la Iglesia Medieval conforman el culto, la liturgia, el derecho canónico, las costumbres cristianas, la monarquía católica…: de todo eso, definitivamente dado, vivimos nosotros.

Esta recomendación de aferrarse a lo tradicional se repite en forma más apremiante y dramática más tarde.

Ante el proceso revolucionario anticristiano que se iniciara hace seis siglos y que hoy parece arrasar y aniquilar todo, sólo se opone aquella fértil semilla y aquella transformante levadura, que apenas son percibidas, sí, pero que perdurarán hasta el fin de los tiempos y obrarán la restauración final, a más tardar cuando Cristo venga a instaurar su Reino, precedido por el Reino del Corazón Inmaculado de María.

Todo aquello que entendemos por el nombre de Tradición Occidental, toda la herencia de Occidente, que podríamos llamar Romanidad (el Obstáculo al Anticristo), a partir del Renacimiento comienza a ir a la muerte; y el esfuerzo de la Iglesia debe emplearse en fortalecerlo.

“Con todo, tienes en Sardes algunos pocos hombres…” Los hombres verdaderamente religiosos comienzan a ser una minoría en medio de multitudes mundanizadas.

Hay una notable constelación o pléyade de Santos que comienza a fines del siglo XIV y termina en el siglo XVIII. Su predicación y penitencia impidieron que la Cristiandad fuese borrada ya del Libro de la vida y que viniese entonces el Anticristo.

La semilla y la levadura son conservadas en los que son verdaderamente cristianos, genuinos católicos, auténticos hijos de la Iglesia y discípulos de Nuestro Señor Jesucristo.

Éstos se asemejan a aquellos que forjaron la Civilización Cristiana.

Como dice el Padre Castellani: “Tenemos que luchar por todas las cosas buenas que han quedado hasta el último reducto, prescindiendo de si esas cosas serán todas integradas de nuevo en Cristo, como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza incontrolable de la Segunda Venida de Cristo”.

Debemos resistir con los mismos ideales, con los mismos principios, con el mismo programa, con idéntico estilo de vida de católicos de todos los tiempos, con la consigna propia dada para nuestro tiempo.

Así como la semilla y la levadura del Evangelio transformaron el mundo pagano, y fundaron las universidades, y edificaron las catedrales, y organizaron las cruzadas… del mismo modo, también hoy, aquella semilla y aquella levadura pueden resistir contra el mundo posmoderno, apóstata y neopagano…

También hoy pueden resistir… fundando escuelas y universidades, mientras se pueda…

También hoy pueden resistir… construyendo capillas u oratorios, mientras se pueda…

También hoy pueden resistir… organizando una moderna cruzada contra los enemigos del nombre cristiano; cruzada no ya de arremetida, sino de trinchera… y esto siempre se puede…

También hoy pueden resistir, levantando un baluarte en el hogar y contrarrestando la mala influencia de la teología, filosofía, ciencia, moral, costumbres, derecho, política, artes, economía…

También hoy pueden resistir atrincherándose contra las instituciones, el poder, las modas, la enseñanza, los espectáculos, la prensa, la radio, la televisión, el cine, la atmósfera de la calle…

En una palabra, también hoy pueden resistir contra la arremetida infernal que influye sobre la vida toda entera, sin olvidar la muerte y la forma de morir…


Pero, para esto hacen falta sembradores y mezcladores, es decir idénticos cristianos… católicos como los primeros mártires… cristianos con los mismos principios de los hombres y mujeres de la Edad Media…, católicos con espíritu de cruzados… hijos de la Iglesia como los vendeanos de Francia, los carlistas y requetés de España y los cristeros de México… católicos enamorados de la Iglesia, de Cristo y de la Civilización Cristiana…

El espíritu del Evangelio, la vida de Cristo conocida y vivida, el ideal cristiano hecho carne, sigue siendo aún hoy en día una semilla capaz de germinar y una levadura con virtud de transformar las almas y las costumbres…

Sólo se trata de conservar esa semilla e ir sembrándola dónde y cuándo se pueda en buena tierra y regándola con la oración y los Sacramentos.

Sembrarla en tierra espaciosa, en almas grandes, magnánimas, no en macetas, no en la mezquindad y la pusilanimidad… porque el resultado es un cristianismo en bandeja, es decir, un bonsai del Evangelio…

No hay más que mezclar esa levadura con los buenos sentimientos e ideales de un alma sedienta de nobleza, de honor, de decoro, de orden, de jerarquía, de valor…, en fin, de todos esos valores que hacen grande una sociedad.

Si estamos dispuestos a conservar esa semilla y esa levadura; si nuestro propósito es sembrar esa semilla y mezclar esa levadura dónde y cuándo podamos, entonces estarán dadas las condiciones humanas para un resurgimiento del espíritu cristiano, para un florecimiento de la Iglesia y para una restauración de la Cristiandad…

Estarán dadas las condiciones humanas y, si Dios dispone otra cosa, al menos nuestros hogares no habrán sido vencidos y así habrán cumplido la consigna de la cual nos habla el Padre Castellani: "Mas nosotros, defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos. Es decir, sabiendo que si somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces Cristo dijo verdad, Y entonces el acabamiento es prenda de resurrección”.


Si no estamos dispuestos a conservar la semilla y la levadura; si no queremos sembrarla y mezclarla ni siquiera en nuestras familias…, pues entonces, poco a poco, lo que aún queda de catolicidad irá desapareciendo y hará su irrupción el hijo de perdición…

Que María Santísima, vencedora de todas las batallas de la Cristiandad, nos conceda las gracias de la fidelidad y de la perseverancia.