sábado, 5 de febrero de 2011

Domingo Vº post Epifanía


QUINTO DOMINGO DE EPIFANÍA


El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” Él les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto”. Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero”.


Hace tres meses, el 7 de noviembre pasado, tuve que comentar este mismo Evangelio; y lo hice siguiendo a los Padres de la Iglesia.

Me parece oportuno, hoy, hacer una aplicación práctica a nuestros días, teniendo como perspectiva los veinte siglos que han pasado desde que Nuestro Señor pronunciara esta parábola, y diese personalmente su explicación (cfr. San Mateo, 13: 24-30 y 36-43).

¿Cómo se verifica, hoy, esta parábola? ¿En qué punto concreto nos encontramos de esta mezcla perversa de buen trigo y cizaña? ¿Prevalece el trigo? ¿La cizaña está asfixiando casi por completo al buen grano?

El misterio de la iniquidad está en marcha desde ahora, le escribía San Pablo a la joven cristiandad de Tesalónica, hace ya veinte siglos, dando el significado y la aplicación de la parábola de la mala hierba: Porque el ministerio de la iniquidad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.

Santo Tomás, comentando estas palabras dice así: “El Apóstol explica la causa de la demora del Anticristo. Y este texto tiene muchas interpretaciones, porque misterio puede estar en nominativo o en acusativo.
En el primer caso, el sentido es éste: digo que a su tiempo se dará a conocer, porque incluso el misterio, esto es, figuradamente ocultado, ya está obrando en los hipócritas, que parecen buenos y, en realidad son malos, y están haciendo el oficio del Anticristo, «mostrando, sí, apariencia de piedad, pero renunciando a su espíritu» (2 Tm 3, 5).
En el segundo caso, o en acusativo, se interpreta así: porque el diablo, con cuyo poder vendrá el Anticristo, ya empezó ocultamente a perpetrar sus iniquidades, por medio de los tiranos y engañadores; porque las persecuciones a la Iglesia de este tiempo presente son figura de esa última persecución contra todos los buenos; y, en comparación con aquélla, son como una copia imperfecta respecto del original”.

Es evidente que, al comprobar el poder de la apostasía, universalmente invasora, que se aplica por tantos medios a corromper las instituciones, y finalmente ha penetrado hasta en el seno mismo de la Iglesia de Dios, es fácil desanimarse, perder el equilibrio y dejarse abatir.

Sea que consideremos el misterio de iniquidad como obrando ya en los hipócritas, que están haciendo el oficio del Anticristo…, sea que atendamos a las persecuciones a la Iglesia de este tiempo presente como figura de aquella última persecución…, hay motivos de preocupación…

¿Qué podemos hacer para no caer en el desánimo, para permanecer de pie y poder hacer frente a la acción del cizañero?

Debemos meditar los datos que nos proporcionan la Sagrada Escritura y la Tradición; así como también las enseñanzas de la Teología respecto de la historia de la Iglesia, dejándonos esclarecer y fortalecer por esa viva luz.

Ahora bien, esta doctrina de la Revelación y de la Teología nos suministra datos claros y precisos.

Un primer punto se refiere a las realidades que se encuentran comprometidas, las sociedades que entran en juego.

Primero, la Ciudad de Dios, tal como Jesús la ha instituido para siempre: santa, inmaculada, invencible; pero destinada a serle configurada por la Cruz; destinada a llevar la Cruz todo el tiempo que dure su peregrinación; y, por lo mismo, igualmente segura de su victoria.

Por otro lado, su enemiga irreductible, la ciudad de Satanás, con sus falsas doctrinas y su prestigio mundano y sus complicidades eclesiásticas. Ella se ensaña contra la Ciudad de Dios, pero sus tentativas siempre terminan en fracasos.

La explicación de la parábola, hecha por Nuestro Señor a sus Apóstoles, nos descubre esta realidad: el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo.

Si aceptamos esta realidad, si reconocemos el estado de hecho de la Iglesia, con esa mezcla de trigo y cizaña hasta el fin, estaremos inmunizados contra la ilusión que espera un tiempo en que la Iglesia no contará más con pecadores, al abrigo de los traidores, sin tener que cargar con la Cruz junto con su Divino Esposo.

Tampoco podemos esperar una época en que la sociedad temporal se transforme en un nuevo y renovado paraíso terrenal…

Siempre, de una u otra manera, la Iglesia y la Sociedad estarán inficionadas por los venenos diabólicos, la cizaña, a pesar de que la Iglesia, incansablemente, se esfuerce por contrarrestarlos, no cesando de inspirar su restauración en Cristo y por Cristo.

La lucha entre el demonio y la Ciudad Santa durará hasta la Parusía… No podemos soslayarlo ni olvidarlo…

Esta lucha no se aplacará ni endulzará progresivamente… No hay reconciliación posible…

Siempre la cizaña intentará sofocar y oprimir al trigo, aunque se organicen muchos Congresos Interreligiosos de Asís y muchas Jornadas Internacionales por la Paz…, menos aún si la estructura y disposición de éstos es irreverente, sacrílega y blasfema…, simple y pura cizaña…

En cuanto a la Iglesia en sí misma, el Evangelio nos enseña que, lejos de encontrar un trigo de calidad superior, que iría mejorando de siglo en siglo, por el contrario, siempre se encontrará mezclada con el buen grano la cizaña, la cual, a medida que nos vayamos acercando del fin, crecerá en poder y malignidad, a punto de sofocar completamente al trigo…

Del mismo modo que el Evangelio, el Apocalipsis no nos descubre una domesticación progresiva de las famosas Bestias…

Resulta gracioso, pero al mismo tiempo grotesco, observar a ciertos clérigos y seglares arrojando cacahuetes a los orangutanes apocalípticos con la intención de aplacarlos, incluso civilizarlos…

El Diablo, la Bestia y su Falso Profeta, a medida que nos acercamos del fin de los tiempos, perfeccionan sus métodos, mejoran su cizaña y organizan más inteligente y eficazmente su terrible contra-Iglesia…

El Diablo ataca la Iglesia desde fuera y desde el interior. San Pablo lo dice: peligro de bandidos y peligro de compatriotas..., peligro de los paganos y peligro de los falsos hermanos…

La lucha que se lleva a cabo desde afuera consiste especialmente en pervertir la Sociedad temporal para organizar la contra-Iglesia.

La lucha desde el interior radica en la autodestrucción de la Iglesia.

Esto es lo que nos enseñan la Revelación y la Teología… lo que la simple experiencia y observación atenta de la realidad nos muestra…

Algunos encuentran decepcionante, pesimista y negativa esta prédica…

Nosotros, incluso en ese período en que todo se fundirá ante el avance irresistible de las fuerzas del mal, debemos recordar que el Señor estará presente, a pesar de las apariencias… Tal vez durmiendo, como en la barca en medio de la tormenta…

Lo que Él nos pide es que permanezcamos unidos a Él, para hacer todo lo posible para ayudar a la perseverancia o a la conversión de nuestros compañeros de lucha y de infortunio.

Cuando la soldadesca de Caifás y Pilato conducía a Nuestro Señor al Calvario, a la Cruz, a la muerte…, no les fue pedido a los Apóstoles ni a las Santas mujeres impedir un suplicio en ese momento inevitable, ni oponerse a la apostasía de un pueblo sumido en la anarquía…

Pero sí se le pidió a los fieles del rebañito no temer, conservar la fe, perseverar en la caridad, sostenerse mutuamente, confesar la misión divina del Crucificado...

Debemos continuar nuestro pequeño servicio, por muy limitado que sea.

Santa Verónica no se encerró en su casa; ella se escurrió entre la multitud y los soldados, para enjugar el Divino Rostro. Tal vez, este sea el único gesto que pueda llevar a cabo el cristiano en ciertos períodos de la historia…

¡Que lo realice, pues, cuando su vocación sea la de avanzar audazmente y dar testimonio!

Esta actitud, este estado de alma, es posible, si tenemos en cuenta que la historia dura propter electos; si la consideramos en relación a Jesucristo y a la eternidad, y no en primer lugar en relación a este mundo; si comprendemos que, incluso en la gran apostasía del fin de los tiempos, el Señor viene, y nada ni nadie puede impedirle que reúna a sus elegidos.

En efecto, ¿por qué la duración de los tiempos? ¿Por qué la sucesión de los siglos? ¿Por qué la continuación de la historia, de las pruebas y de las victorias de la Iglesia, de los esfuerzos de la cristiandad y de las traiciones cizañeras?

La respuesta es simple, pero tan profunda como difícil de digerir: en vista del perfeccionamiento del Cuerpo Místico, para el bien de los elegidos, propter electos.

A fin de que la Santa Iglesia alcance su perfección última por el número y el mérito de sus hijos; a fin de que los dones inagotables del Corazón de Jesús sean participados por los Santos hasta el día deseado en que, ante la fidelidad de la Iglesia, consumida en las tribulaciones del fin de los tiempos, el Señor haga cesar la historia, introduciendo a su Esposa en la Jerusalén celestial, encierre al demonio y a sus secuaces en el lago eterno de fuego y de azufre, en el lugar de la segunda muerte… el trigo recogedlo en mi granero…

Así lo enseña Nuestro Señor, al dar la explicación de la parábola: la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

¡Sí!… El que tenga oídos, que oiga…

La finalidad suprema de la historia, aquella a la cual todo le está subordinado, no es temporal sino eterna: es la manifestación, por la Iglesia, de la gloria de Cristo y del poder de su Cruz en todos los Santos y en todos los espíritus bienaventurados.

Porque el Señor quiso darnos la luz acerca de los últimos días y de las circunstancias extraordinarias que los ponen aparte, no podemos prescindir ni posponer el considerarlas de frente.

Más allá del carácter incomprensible y temible de estos tiempos del ocaso definitivo, lo que debe conmovernos es su carácter común con los siglos que los han precedido hasta el Medioevo y con los que los han preparado desde el siglo XIV.

Estos últimos tiempos se injertan en la plenitud de los tiempos, como todos los demás siglos de la era cristiana desde la Encarnación.

El don que ha sido hecho al mundo por la Encarnación del Verbo no será retirado; el poder con el cual está revestido Cristo no será atenuado; el jinete del Apocalipsis que se lanzó como vencedor montando un corcel blanco seguirá recorriendo la tierra y reportando la victoria.

Es por un designio de amor que el Señor quiere que su Esposa, la Santa Iglesia, sea configurada a su Pasión, que pase, en cierta medida, por la experiencia de las tinieblas y de la agonía del Huerto de Getsemaní.

La Iglesia debe sentir, en su medida, el alcance misterioso de este sinite usque huc que Jesús pronunciara en su Santa Agonía.

Si el Señor quiso para su Esposa, al fin de los tiempos, una experiencia más profunda de la Agonía de Getsemaní, conforme al dejad haced hasta el fin, es también porque quiso darle pruebas todavía más profundas de la eficacia de su poder y de la intensidad de su caridad.

La Iglesia no deja de compartir la Pasión de su Esposo… ¡Ni tampoco de su victoria!

El día del regreso del Señor está cerca. Después de este día, el Diablo no tendrá más la manera de acechar el talón de las murallas de la Ciudad Santa para intentar seducir y corromper.

Cristo obtuvo la victoria por la Cruz, en unión con la Iglesia su Esposa, que es custodiada en oración junto a la Virgen Inmaculada.

En sus luchas, la Santa Iglesia no cesa de ser asistida por la Santísima Virgen, que desde el momento de su Inmaculada Concepción ha aplastado cabeza de la serpiente y por su Compasión ha obtenido la gracia de interceder universalmente por los hombres.

Y en la medida que el demonio, desde hace casi cuatro siglos, redobla su acción y su violencia, la Santísima Virgen nos da pruebas más vivas de su intercesión. Incluso por sus apariciones en Rue du Bac, Lourdes, Fátima… nos da pruebas milagrosas.

Además, estos mensajes se reducen a una sola cosa: reactualizar el mensaje inmutable del Evangelio en las luchas de nuestro tiempo.

Si en lugar de soñar con ilusionadas restauraciones o en quiméricos triunfos temporales de la Iglesia, escuchásemos con plena docilidad las solicitudes de la Virgen Santísima, seríamos mucho más fuertes para aplastar con Ella la cabeza de la serpiente.

Nosotros creemos y confiamos en que la Virgen Inmaculada, Reina de los Mártires, nos rodea con una ternura tanto más fuerte, tanto más atenta, cuanto más y más seamos hostigados por los enemigos.

La Virgen del Huerto y del Calvario, es la misma que la de las grandes visitas milagrosas sobre nuestra tierra miserable… Ella es la Virgen victoriosa de todas las batallas de Dios, como la llamara Pío XII.

Que estas reflexiones sobre la historia humana en presencia de Jesucristo, que es el Soberano Señor de ella, nos persuadan de que somos amados y custodiados por Dios.

Que, a través de todas las contingencias de la vida y las vicisitudes del mundo, nos sea dado el ser vencedores en Jesucristo por su Cruz, junto a su Santísima Madre.

El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre…