domingo, 30 de enero de 2011

Domingo IVº post Epifanía


CUARTO DOMINGO DE EPIFANÍA


Subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos lo despertaron diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Díceles: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.

¿Qué figuran esta barca y esta tormenta?

Esta barca es una de las más sorprendentes imágenes de la Iglesia, que transporta sobre el mar de este mundo a los discípulos de Jesús.

¡Qué de veces, desde hace veinte siglos, la Iglesia ha visto las tormentas y las tempestades amenazar su existencia!


¡Cuántas persecuciones!… A veces sangrientas y abiertas, a veces sordas e hipócritas…


¡Qué de herejías y de cismas!


Pero la Iglesia conoce el poder de Aquel en que se basa su destino, que vela cuando parece dormir, y que le hiciera esta promesa infalible: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.



En los asaltos y los combates del mundo, la Iglesia se purifica, y se consolida.

Sus pruebas le obtienen más gloria y fuerza, porque permanece firme e inquebrantable en la Fe, ya que sabe que Jesús está allí, con Ella, y que las puertas del infierno no prevalecerán nunca contra ella; que ninguna tormenta la hará extinguirse, y que, a pesar de una travesía dura y arriesgada, llegará por fin, sana y segura, con todos los pasajeros fieles, a la orilla de la eternidad bienaventurada.


Pero, sin embargo, debiendo ser la Iglesia semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá, antes del final del mundo, una prueba suprema, que será una verdadera Pasión.

La Iglesia, como Nuestro Señor, será entregada sin defensa a los verdugos, que la crucificarán en todos sus miembros. Pero no será permitido romperle los huesos… La prueba se limitará, será abreviada a causa de los elegidos…



A pesar de todas estas tristezas, la Iglesia no perderá ni el valor ni la confianza. Será sostenida por la promesa del Salvador: esos días se abreviarán debido a los elegidos, y se salvará, y los electos serán salvados.

La Iglesia tendrá medios de conservación proporcionados al tamaño del peligro.


Finalmente, la prueba se terminará por un triunfo inaudito de la Iglesia, comparable a una resurrección.


Continúo con unas explanaciones muy luminosas de los Padres Emmanuel y de Chivré:

Observemos que Nuestro Señor nos avisó sobre los males que nos amenazan. Se nos informó, nada deberá sorprendernos.

Si nos sorprendiésemos de algo, habríamos carecido o de fe, o por lo menos de atención a la Palabra de Nuestro Señor.


Nuestro Señor nos anunció los males que tendríamos que sufrir en general; y he aquí que la Virgen María nos informa sobre los males muy particulares del tiempo presente.


Nos es necesario, pues, entrar en la inteligencia de las intenciones de Dios sobre nosotros, adorar en todas las cosas su conducta, a la vez justa y compasiva.


Luego, en todas las cosas, conducirnos como cristianos decididos y fieles; después de lo cual no tendremos sino una cosa que hacer: permanecer en paz, hasta que la justicia de Dios y la injusticia de los hombres hayan pasado.



El estado al cual somos invitados, es el de la conformidad cristiana.

Este asentimiento cristiano no es la actitud guindada de los estoicos frente al dolor, sino un abandono sumiso a las intenciones de Dios…; intenciones conocidas y desconocidas…

Para entrar más seguramente en este estado, la Iglesia nos da una instrucción. Esta enseñanza se encuentra en estas palabras del Evangelio de hoy.

En este contexto, probablemente hemos escuchado decir que los días se suceden y no se parecen Pero, a menudo las horas se parecen, aunque no se sucedan

Por eso, un determinado día, a una determinada hora, las tinieblas reinaban sobre la tierra, y hombres de tinieblas realizaban una obra lóbrega.

Y Nuestro Señor les dijo: ¡He aquí vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas!


Esta hora ha pasado ya desde hace muchos siglos, y con todo, la hora presente no deja de tener semejanzas con ella.

Entonces era la hora de traición: en la actualidad, es la hora de mentira.

Quien tuviera ojos para ver eso, vería cosas que provocan miedo.

Sin querer entrar en ningún detalle, compruebo el hecho. Es suficiente…

La hora presente es la hora cuando la fe se calla.

Escuchamos hablar a charlatanes, fraseólogos; prestamos atención, el oído más atento, para escuchar la palabra de la fe…, y no llega nada nosotros…

Cuando la palabra pertenece a la mentira, la verdad parece muda...

Las tinieblas de la hora presente nos hacen desear vivamente los esclarecimientos de la luz de lo alto…, y no aparece nada…

El sol dista mucho de nosotros, la luna es eclipsada, las estrellas se opacan, bambolean y caen del cielo… ¡Es la noche…!

La hora se volvió propicia para la tentación; las dudas, los cansancios, las tibiezas, como un enjambre de desdichas alrededor de nuestro corazón, bordonean los aires fúnebres de su desaliento: “es demasiado duro, es demasiado largo, es demasiado doloroso, es demasiado doloroso”

Es en la paciencia que es necesario poseer su alma; y los tres cuartos de los cristianos lo olvidaron; y esto explica las traiciones y las defecciones…

Sustinere sostener, soportar; con alegría, en la esperanza y con la sonrisa de la alegría.


El Sacramento de la Confirmación puso en nuestra inteligencia razones de soportar la vida; razones de dominarla.

El cristiano soporta con suavidad. En las condiciones más irritantes para su temperamento, continúa con su deber.

El fuerte soporta con bondad mientras Dios quiera; y esta valentía da a su alma su libertad de acción.

El fuerte no habla de sus miserias sino a Dios; ve más allá de la prueba; su mirada llega mucho más allá de sus lágrimas; nublado por los llantos, pero encendido por la fe, posee esta indefinible expresión de suavidad muda y de indomable energía: se confirma en la paciencia…

Pero muy pocos comprenden eso, muy pocos; y por eso es que muchos son llamados a espléndidas santidades, pero pocos son los elegidos.

- Allí donde vemos de razones para detenernos, el Espíritu Santo ve razones para seguir…

- Allí donde buscamos razones para huir de nosotros mismos, el Espíritu Santo ve razones para permanecer…

- Allí donde quisiéramos encontrar razones para ceder, el Espíritu Santo ve razones para resistir…
- Allí donde el sufrimiento clama a la rebelión, el Espíritu de amor convoca a la aceptación…


No tengáis miedo pequeño rebaño Continuidad sosteniendo los derechos de Dios, reprimid todo temor, reprimid todo miedo; antes que vosotros, yo conocí eso de puños alzados en torno mío en el Calvario, escuché el “tolle… tolle” de las burlas, de las injurias…


Defended la verdad, y que vuestra fuerza de alma alcance su plena medida, aceptando los golpes de la adversidad.


No desconozcáis las legítimas audacias al servicio de las legítimas defensas.


Las exigencias de los derechos de la Verdad reclaman de vuestra parte el valor y el coraje que arremete cuando es necesario defenderlos.


Pero, una vez cumplido este deber, no desechéis la valentía, el temple y la impavidez que soporta…


Teniendo en cuenta lo que me hemos contemplado hace dos semanas, en las bodas de Caná, me preguntaréis seguramente, ¿qué hace Nuestra Señora en la hora presente?

En la presente hora, Nuestra Señora relee su historia en un viejo libro. ¿En qué libro? En el libro de Job. Es en el capítulo XII, versículo 5, en estas palabras: Lampas contempta apud cogitationes divitum, parata ad tempus statutum.

Traduzco: Es una lámpara despreciada en los pensamientos de los ricos, y con todo, está allí preparada para un tiempo señalado.

Explico: Es una lámpara, nada es más necesario para las horas de la noche.

Conocemos y experimentamos ¡qué noche atravesamos ahora!… Demos gracias a Dios que nos dio esta lámpara.


Despreciada Algunos, en efecto, tienen para con Ella tan poco aprecio, que ni siquiera podrían pronunciar su nombre.

Sigo: Preparada; ustedes comprenden: Elle espera, preparada para el tiempo señalado.

Este tiempo no es aquel tiempo; esta hora no es aquella hora.

Esta hora pasará, aquella hora vendrá…

Paciencia para este tiempo y para esta hora, esperanza para aquel tiempo y para aquella hora.

Entonces Jesús se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza