domingo, 16 de enero de 2011

Domingo IIº post Epifanía


SEGUNDO DOMINGO DE EPIFANÍA


Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, le dice a Jesús su Madre: “No tienen vino”. Jesús le responde: “¿Qué nos importa a tí ni a mí de este asunto, Mujer?. Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su Madre a los sirvientes: “Haced todo cuanto Él os diga”…

Terminada la vida privada de Nazaret, da Jesús comienzo a su vida pública… y la primera manifestación milagrosa de ella fue el prodigio realizado en Caná por intercesión…, casi podemos decir, por mandato de su Madre


No se sabe a punto fijo quiénes fueron aquellos dichosos esposos…; parecen ser unos parientes de la Santísima Virgen, con los que sin duda tenía Ella grande y estrecha relación, pues le pareció conveniente aceptar la invitación de asistir a sus bodas.


Notemos bien cómo la invitación, en primer lugar, fue hecha a la Santísima Virgen… Jesús lo fue a causa de su Madre…, esto es, fue invitado por ser Hijo de María.


Nunca olvidemos esta circunstancia: siempre le gusta a Jesús aparecer acompañado de su Madre Santísima.



Y entonces llegó a faltar el vino.


Preocupados con lo que comían y bebían, seguramente nadie cayó en la cuenta de que el vino escaseaba.


Fue Nuestra Señora la que enseguida lo advirtió… ¡Qué mirada la suya! ¡Tan fina y penetrante!… ¡Nada se le escapa!…


Seguramente que los criados disimulaban, para que no se notara la falta; pero para los ojos maternales de María no hay nada encubierto.


También Jesús lo supo; pero no hizo ni dijo nada…, dejó obrar a su Madre…, quería que fuese cosa suya.


Las bodas de Caná son como el pórtico de la Nueva Alianza. Y está muy bien, espléndidamente bien, que allí el Señor haya cedido a Nuestra Señora la palabra de iniciativa en la obra de su bondad.


Y el Corazón maternal de María no lo pudo sufrir… Ella, invitada por aquellos esposos, ¿no iba a hacer nada por ellos, pudiendo socorrerlos en aquel apuro?…


¡Qué Corazón el suyo!… Nadie le dice nada; y es Ella, la que al ver un sufrimiento y un disgusto, se lanza a remediarlo.


Reconozcamos las delicadezas, las bondades y las misericordias de María…; y, en la misma medida, confiemos en Ella, pues también con nosotros obrará del mismo modo.



Y entonces, volviéndose a Jesús, le dice: No tienen vino


¡Qué palabras!… ¡Qué sencillas! ¡Y cuánto encierran!…


No son un mandato… Ni siquiera una súplica… Sólo encierran la exposición de una necesidad…


No tienen vino Ella no duda de que Jesús lo solucionará. No es necesario que pida y ordene. Basta que dé a entender su deseo, y Él lo comprenderá.


El deseo del Corazón de la Madre, es ley y mandato para el Corazón del Hijo…


El tono expuesto en las palabras de la Virgen a Jesús no es ni de orden ni de súplica. Es el tono de una súplica que equivale a una orden; el tono de quien posee poder legítimo eminente para hacerse escuchar, y derecho absoluto a ser escuchado. Se trata de una mediación soberana.



Jesús, sin embargo, parece rechazarla en esta ocasión y le contesta: ¿Qué nos importa a tí ni a mí de este asunto?


Como si dijera: “Nosotros no damos el banquete; y por lo mismo no es cosa nuestra; allá se arreglen ellos”.


Además, esto parece una pequeñez…, que falte el vino cuando todos han bebido hasta saciarse…, a última hora…; ¡si hubiera sido al principio!…; y tratándose de una cosa puramente material, sin provecho espiritual de ninguna clase… ¿a qué venía ahora el empeño de hacer milagros?…



Y como si fuera esto poco, Jesús añade: Aún no ha llegado mi hora No es éste el momento propicio…, ni la hora determinada por mi Padre para hacer milagros y manifestarme con prodigios…



Todo esto debería haber acobardado a María. Había fracasado en su primer intento. Las dificultades que Jesús oponía eran tales, que lo mejor era callar.


Así parece que hubiéramos juzgado, vista la cosa con ojos humanos…


Pero María no lo entendió así; y como si Jesús hubiera respondido de modo completamente favorable, demostrando estar dispuesto a todo lo que Ella quería, se pone a mandar, llamando a los criados, y les dice: Haced cuanto mi Hijo os diga



Y con esto Jesús queda comprometido…; ya no tiene más remedio que hacer algo…, y por voluntad de su Madre obra su primer y gloriosísimo milagro…



Muy grande fue el milagro del agua transformada en vino; pero mayor aún es este milagro del poder de María… el de la omnipotencia suplicante de María

Parece que Dios no se propuso otra cosa, en esta ocasión, que el de demostrarnos la fuerza de este poder de María.


Todo lo que Jesús dice…, todas las dificultades que opone, no sirven más que para enseñarnos clarísimamente esto mismo.


Sobre todo aquello de No ha llegado aún mi hora Y hasta los planes de Dios parecen cambiarse a voluntad de María…


La omnipotencia suplicante de la Virgen es un don divino. Correlativo a la gracia de la Maternidad Divina, es el mayor poder que se haya dado a una simple criatura.


Dios, al conferir esta gracia a María Santísima, ha vinculado para siempre a ella la omnipotencia creadora.


¡Qué cosa más admirable!… ¡¿Qué será María delante de Dios cuando tanto es su poder?!



La hora de la Encarnación se aceleró por las súplicas fervorosas de María…; en Caná se adelanta la hora de su manifestación pública… pero también el de su Pasión…


Por eso dijimos que las bodas de Caná son como el pórtico de la Nueva Alianza.


Si el Verbo de Dios se encarna, es en María…; si nace, es del seno de María…; si vive treinta años oculto, está escondido en y con María…; si empieza su vida pública y obra su primer milagro, es cuando quiere María…


La Virgen Madre oteaba el horizonte, cargado de signos, en espera de ver el suyo… Una corazonada maternal infalible se lo mostró, de pronto, en el percance de las bodas.


Y descubrió en él su designio providencial: de que Ella anunciara, públicamente, que ya estaba entre los hombres el Redentor.


De ahí el tono y el tenor de su mandato a los servidores. Haced todo lo que Él os diga



Ya no es la voz que se escuchó cuando hablaba a su Hijo, deprecatoria, al mismo tiempo que autoritaria.


Ahora, dirigiéndose a los hijos, su autoridad materna es resueltamente ejecutiva.


Habla la Mujer, la mujer por excelencia, Nuestra Señora, reina del universo…



¿Qué es esto que nada se hace por el Hijo de Dios sin María?… ¿No nos espanta y admira esta disposición de Dios de asociar a María a todas sus obras?…

Pues si así es, nuestra misma salvación y santificación de Ella dependen…, de Ella han de venir…, a Ella se las debemos confiar.


Y ¡con cuánta seguridad debemos confiárselo todo a Ella!



Consideremos la seguridad con que Ella confía en su Hijo… Era el primer milagro…, incluso nunca lo había visto hacer prodigios, y, no obstante, ¡qué fe!…, ¡qué confianza la suya!…, ¡con qué seguridad llama y manda a los criados!

Lancémonos sin miedo en brazos de Madre tan poderosa…; expongámosle nuestras miserias…, nuestras necesidades…; que la que no sufrió la falta de vino en unas bodas, menos sufrirá la falta de virtudes en nuestro corazón, si a Ella acudimos y si a Ella le pedimos el remedio.



Vengamos ahora a una aplicación práctica, concreta para nuestros tiempos…


La Madre de Dios, por su Inmaculada Concepción y su Maternidad virginal, aplasta la cabeza del dragón infernal.


Ella domina como Soberana todos los tiempos de nuestra historia, y sobre todo el más formidable para las almas: el momento de la llegada del Anticristo y de su Falso Profeta, así como aquellos tiempos de la preparación de éstos dos por sus diabólicos precursores.


María Santísima se manifiesta no sólo como la Virgen que consuela en las horas de angustia para la sociedad terrena, sino que Ella se presenta como la Virgen poderosa, fuerte como un ejército en orden de batalla, en los períodos de devastación de la Iglesia y de agonía espiritual para sus hijos.


Ella es la Reina de toda la historia de la humanidad; no sólo en momentos de angustia, sino principalmente para el fin de los tiempos, los tiempos particularmente apocalípticos.


Incluso cuando el Anticristo y su Falso Profeta irrumpan en el interior mismo de la ciudad Santa, la Iglesia no cesará de ser la Santa Iglesia: ciudad bien amada, inexpugnable para el diablo y sus secuaces; ciudad pura e intachable, cuya Reina es Nuestra Señora.


Ella es la Reina Inmaculada, que hará abreviar los sombríos días del Anticristo. También, y especialmente, durante este período, Ella obtendrá la perseverancia y la santificación para sus hijos.


Su presencia, desde Caná hasta el Calvario, para cuando se reservó el Vino de mayor calidad, nos prueba su fidelidad. Unida estrechamente a la Hora de su Hijo, a su sacrificio redentor, Ella obtiene las gracias de adopción para sus hijos, miembros del Cuerpo Místico.


Su mediación obtiene todas las gracias; las gracias para enfrentar las tentaciones y las tribulaciones ordinarias, pero también las necesarias para perseverar y santificarse, resistiendo en el peor de los momentos de la Iglesia de Jesucristo, el de la autodestrucción.


La Virgen Madre nos hace comprender, sin dar lugar a la más mínima duda, que Ella será capaz de sostener a sus hijos mediante una intercesión maternal omnipotente.



La ocupación de la Iglesia, los puestos de mando usurpados por el modernismo en todos los niveles de la jerarquía, sin excluir el más elevado, es un drama sin precedentes; pero las gracias obtenidas por la Madre del Hijo de Dios son más profundas que esta tragedia.

Todos aquellos a los cuales Nuestro Señor Jesucristo, por una singular muestra de honor, convoca a una mayor fidelidad en la lucha contra los precursores del Anticristo y de su Falso Profeta introducidos en la Iglesia, debemos confirmar y robustecer nuestra fe y esperanza en la divinidad de Jesús, en la Maternidad divina de María y en su Maternidad espiritual.


Recurramos a Nuestra Señora en nuestra calidad de hijos suyos; y a continuación experimentaremos que los tiempos del Anticristo y de su Falso Profeta son tiempos de Victoria: victoria de la plena redención de Jesucristo y de la soberana intercesión de María.



Entretanto, debemos estar muy atentos a las palabras de la Madre de Jesús, y Nuestra Madre, en razón de que en varias ocasiones se ha manifestado para advertirnos sobre la gravedad de la hora que vivimos.

La Virgen Inmaculada, en efecto, siempre presente junto a sus hijos, nos ha visitado más especialmente en los últimos tiempos.


Es siempre la misma Virgen María Inmaculada, y siempre es el gran drama de la redención de los hombres. La única diferencia es que los siglos han pasado y el drama ha tomado ribetes de mayor gravedad; por eso Nuestra Madre y Reina interviene, insistiendo para hacerse escuchar.


A pesar de los nuevos peligros que amenazan a la Iglesia; sea lo que fuere de la organización de la contra-Iglesia y de los preparativos y progresos del Anticristo y de su Falso Profeta, la Virgen María está siempre presente en medio de sus hijos, potente e invencible, como en Caná, Ella nos guarda en su oración y en su Corazón.



Nuestra Madre nos ha recordado la gravedad del momento histórico, que es nuestra historia; Ella intervino específicamente para ello. Nuestro combate no es contra la carne y la sangre, sino contra los ángeles malos en persona, que quieren adueñarse de la historia.

Son ellos los que han sugerido a los hombres la idea sacrílega de organizar el mundo no sólo para perder las almas, sino también para neutralizar las posibles reacciones y poder convertir al mundo en una cómoda antecámara del infierno eterno.


Hace tres siglos la humanidad elaboró un proyecto de apostasía general; hoy en día podemos comprobar que ese designio demoníaco se ha realizado.


¿Cómo no invocar a Nuestra Señora y decirle, con una súplica humilde y vehemente, que lo que nos pide nos supera; pero también que tenemos una confianza ilimitada en su intervención?: ad Te clamamus exsules filii Evae… eia ergo, Advocata nostra, illos tuos misericordes oculos ad nos converte…



Mujer, he aquí a tu hijo Que estas últimas palabras de Jesús agonizante, válidas para todos los hombres de todos los siglos, tengan cumplida cuenta para nosotros y para nuestra hora aciaga…, para la gloria de Jesucristo, para el honor de la Virgen Inmaculada…, para las salvación de nuestras almas.



Para que esto sea realidad, tengamos en cuenta aquellas otras palabras:


He aquí a tu Madre Demuestra, pues, que eres un buen hijo…



Haced todo cuanto Él os diga


Y el vino de la última hora resultará ser el de mayor calidad, tal cual nunca hubo otro…