domingo, 5 de junio de 2011

Infraoctava de la Ascensión


DOMINGO INFRAOCTAVA DE LA ASCENSIÓN


Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.


El Evangelio de este Domingo es un fragmento de la parte final del Sermón de Despedida o Sermón Testamento de Cristo, pronunciado en la Última Cena.

Sigamos, en líneas generales, los diversos comentarios que hiciera en su momento el Padre Leonardo Castellani, así como los de San Agustín.

Es muy actual este Evangelio, porque trata de la persecución, y la Iglesia ha estado siempre perseguida, de una manera u otra, conforme a la predicción de Cristo: Si a mí me persiguieron, a vosotros os perseguirán; no es el discípulo mayor que el maestro.

Y quizás la Iglesia está hoy más perseguida que nunca en todo el mundo, aunque no lo parezca…

Nuestro Señor, después de prometerles de nuevo, por tercera o cuarta vez, la venida y la asistencia del Espíritu Santo a fin de que pudieran dar testimonio de Él, predice a sus Apóstoles, también por tercera o cuarta vez, la Persecución.

En estos cinco versículos, Cristo encomienda a los Apóstoles la misión de Testigos, y les promete el Espíritu Santo, que será el primer Testigo, el testigo interior que nos hace conocer la verdad de lo que Él dijo: Cuando venga el Paráclito… el Espíritu de la verdad… Él dará testimonio de mí. Y también vosotros daréis testimonio.

Y después les predice las dos formas más terríficas de persecución para que no se escandalizasen ni tropezasen cuando ellas acaeciesen.

Estas dos formas de la persecución son la de adentro y la de afuera.

Primero, la persecución de adentro, que consiste sobre todo en los cismas y en las herejías; y también en los falsos hermanos, de cuya persecución solapada y traidora se queja San Pablo; o sea, los católicos fingidos, que ya existían en tiempo del Apóstol.

Nuestro Señor la caracteriza y resume diciendo: os expulsarán de las sinagogas… seréis excomulgados… seréis echados de la Sinagoga o de la reunión de los creyentes, que equivale a nuestra “excomunión”.

¿Qué daño les resultaba a los Apóstoles de que los expulsaran de las sinagogas, si ellos las habían de dejar aunque nadie los despidiera?, se pregunta San Agustín.

Y responde: Esto quiso decir que los judíos no recibirían a Cristo; porque como no había otro pueblo de Dios sino el que era de la estirpe de Abraham, si éste hubiera reconocido a Cristo, no hubieran existido por un lado Iglesias de Cristo y por otro sinagogas de los judíos. Y por cuanto los judíos no creyeron, ¿qué restaba sino que los que permanecían alejados de Cristo, echaran de la Sinagoga a los que no dejaron a Cristo?


Aplicando esto a la situación actual, podemos parafrasear: ¿Qué daño les resulta a los verdaderos fieles de que los expulsen de la Iglesia Oficial, si ellos la han de dejar aunque nadie los despidiera? Esto quiere decir que la jerarquía oficial se desvió de Cristo; porque si hubiera permanecido rectamente junto a Cristo, no existiría por un lado la Iglesia de Cristo y por otro la Iglesia Conciliar. Y por cuanto la jerarquía oficial no anda rectamente conforme a la verdad del Evangelio, ¿qué resta sino que los que permanecen desviados de Cristo, echen de su Iglesia Conciliar a los que no se desviaron de Cristo?


Después está la persecución de afuera: os matarán; y en los últimos tiempos, os matarán y creerán con eso hacer un servicio a Dios; es decir, os matarán como a criminales, como a perros rabiosos…

He aquí, según San Agustín, el sentido de estas palabras: “Ellos os echarán de las sinagogas, pero no temáis la soledad, porque separados de la comunión de ellos reuniréis tan gran número de creyentes en mi Nombre, que temerosos ellos de que quede desierto su templo y abandonado todo lo de la antigua Ley, os maten creyendo prestar un servicio a Dios, llevados de celo indiscreto por la gloria de Dios y no según la sabiduría.
Si bien los testigos, esto es, los mártires de Cristo, fueron muertos por los gentiles, no creyeron éstos, sin embargo, que ofrecían un homenaje a Dios, sino a sus dioses falsos. Pero los judíos, cuando matan a los predicadores de Cristo, creen prestar un homenaje a Dios, juzgando que los que se convierten a Cristo apostatan del Dios de Israel. Estos, pues, poseídos del fanatismo, no guiados por la sabiduría, mataban a los creyentes, pensando hacer un servicio a Dios”.


Podemos preguntarnos, ¿qué relación hay entre testigo, testimonio en las persecuciones, y martirio? En griego, testigo equivale a mártir… De allí, dar testimonio por la propia sangre… testimoniar a través del martirio…


Jesucristo, después de haber prometido el Espíritu Santo a sus Apóstoles, cuya participación los convertiría en testigos, mártires, añadió: Esto os he dicho para que no os escandalicéis.

Cuando la caridad de Dios es infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado, nace mucha paz en los que aman la ley de Dios, para que en ellos no haya escándalo.


Nuestro Señor continúa: Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho… Por lo tanto, es deber del cristiano tener en cuenta la persecución.

Ese fenómeno histórico de la persecución es una cosa digna de que un filósofo ponga sus ojos en ello y lo considere.

La persecución que Cristo predijo a los suyos viene de cualquier parte; a veces de donde menos se piensa.

La fe en Cristo Crucificado no invita a perseguir a nadie; invita a soportar la persecución.

Pero la fe en Jesucristo existe en este mundo mezclada con la cizaña del mundo; y así existirá hasta el fin del mundo.

Nuestro Señor predice a sus Apóstoles la persecución inevitable. Ya antes les había dicho: No es el discípulo mayor que el Maestro: si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán.

Esta predicción de Cristo se cumplió, de diferentes maneras, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, y se hará cada vez más solapada a medida que nos acerquemos al fin: Los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, ni siquiera parecerán ser mártires… E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios


Por eso Jesucristo, antes de hacer el terrible anuncio, apuntala fuertemente los ánimos de los discípulos; justamente Paráclito, el nombre del Espíritu Santo, significa en griego puntal; la Vulgata traduce el Consolador.

Cinco veces les promete el Espíritu Santo en este discurso; y como consecuencia de su venida y morada en nosotros, la eficacia de nuestras oraciones y el gozo que nadie nos podrá quitar.


La Iglesia siempre ha tenido persecuciones; sea declaradas, sea encubiertas, con hierro o con trampas; o bien las dos cosas; pero nunca han estado dentro mismo de la Iglesia, o bien han estado poco tiempo, hasta que la herejía descubierta era condenada y la rama seca era limpiamente serruchada del tronco vivo.

Escribía al Padre Castellani en los primeros momentos de la confusión conciliar: Ahora muchos dicen (sacerdotes incluso) que ellos los progresistas o postconciliares son los verdaderos cristianos y los demás son chanfaina; y los otros, llamados integristas o preconciliares, dicen lo mismo de los otros; y averígüese usted, si puede. Entre las dos posiciones existe toda clase de grados intermedios; no existe un tajo seco. ¿Se hará el tajo seco? No lo sé.


La Persecución es la ley de la Iglesia: es la carga que debemos llevar, y debemos hoy mirarla de frente.

Ella muestra que la Iglesia es una cosa sobrenatural; de otro modo no se entendería que hombres honrados, buenos y aun santos, lo mejor que hay en la Humanidad, sean odiados con tan extraña saña, a veces hasta el asesinato, a veces de adentro de la Iglesia y no solamente de afuera, como vemos en el curso de veinte siglos.


Así que hemos de mirar de frente nuestro destino: todos los que quieran ser buenos cristianos, toparán contrastes y dificultades en el mundo por el hecho de ser cristianos; porque van a contracorriente de la correntada del mundo.


Apenas resucitado Jesucristo, se desencadena la persecución en Jerusalén: el protomártir San Esteban y los dos Santiagos fueron muertos cruelmente por los judíos.

Poco después suceden las diez sangrientas y satánicas persecuciones romanas, donde fueron muertos, casi siempre con exquisitas torturas, millones de fieles; no miles sino millones…

Y hoy día existe en el mundo la persecución más grande que ha existido nunca…


La historia de la Iglesia prueba estas palabras de Cristo, pues la historia nos muestra siempre vigente la persecución a los buenos cristianos…

¿Es un crimen ser cristiano? Para el mundo, ser cristiano es una agresión y una molestia.

De alguna manera u otra, el verdadero cristiano es resistido por el mundo.

Todo aquel que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirá persecución, escribe San Pablo a Timoteo. No dijo: “Todos los bautizados”; dijo: “Todos los piadosos”.


En los modernos países apóstatas liberales, otrora católicos, la persecución está velada, pero existe; y aunque no sea sangrienta, es muy perniciosa, porque ataca las almas.

Esta es persecución de la peor especie; y esta persecución hipócrita puede traer la otra, la persecución abierta.


En estas circunstancias, ciertos espíritus filantrópicos pretenden reducir a puros malentendidos todo lo que sucede en este mundo.

Según ellos, Jesucristo fue crucificado y los Apóstoles condenados a muerte por un simple equívoco…

Estos mismos hombres, en la hora en que el martirio retorna para la Iglesia, tienden a reducir todo a un juego de incomprensiones…

Así, por ejemplo, aprueban calurosamente a quienes buscan “tender puentes entre la Iglesia y las logias masónicas que trabajan por las causas de la humanidad, como la paz mundial y la defensa de los derechos del hombre”.


La supuesta amplitud de espíritu hace que estos “cristianos” consideren triunfos las derrotas de quienes defienden la fe.


En cuanto a nosotros, no debemos esperar el éxito inmediato de nuestros esfuerzos y trabajos.

Lo que sembremos ahora fructificará dentro de dos o tres generaciones —o nunca: porque “uno siembra, otro riega, y después viene otro y recoge”, dice San Pablo—; y Dios no nos pide que venzamos sino que no seamos vencidos.

Lo que nos pide Nuestro Señor Jesucristo es que demos testimonio de la Verdad.

Puede ser que venga a nuestro espíritu el sentimiento de fracaso… He aquí una palabra que suena muy amarga… Pero es un error profundo.

Es porque miramos con ojos mundanos, mientras que Jesús nos enseña a juzgar con “un justo juicio”, el que se aprende en el Evangelio, donde Él mismo, Maestro y Modelo, se nos presenta como signo de contradicción. Más, aún, como ejemplo de fracaso. De sumo fracaso, como que, terminó rechazado y condenado a muerte como criminal.

Hay más todavía: también en adelante será Jesús un fracasado”; pues Él advierte muchas veces a sus discípulos que padecerán persecuciones, y anuncia que aun al final, cuando Él vuelva, en lugar de verlos triunfantes, siquiera entonces, será todo lo contrario, no habrá fe en la tierra; se habrán impuesto la apostasía y el Anticristo; y Él tendrá que venir, dice el Salmo 109, en el día de su ira a destrozar a los reyes, a llenarlo todo de ruinas, a estrellar las cabezas de muchos por el suelo…

Entonces sí terminará el “fracaso” de Cristo y de su Cuerpo Místico.

El citado Salmo 109 concluye, lo mismo que hallamos en San Pablo: por el camino bebió agua del torrente. Por eso levanta erguida su cabeza.


¿Y nosotros? ¿Fracasados? ¡No!, vive Dios, sino sometidos y con gozo a la ley que Cristo siguió y enseñó, según la cual si la semilla caída en tierra no se pudre y muere, queda sola y sin fruto.

Los aplausos no son deseables, ni aceptables, puesto que Jesús los destina para los falsos profetas.

El triunfo es siempre al final, como lo expresa el proverbio, pero mucho mejor la Sagrada Escritura: “Llorando iban cuando echaban la semilla. Pero ahora vienen exultantes de gozo, trayendo las gavillas”.

He ahí la prueba del cristiano: esperar la cosecha.

La naturaleza, dice Jesús, nos da el ejemplo con la semilla que al principio parecía perdida entre la tierra y luego brota sola, sin necesidad de nosotros. Y también declara Jesús la verdad del proverbio hebreo que dice: “Uno es el que siembra y otro el que recoge”.

Si no vemos el fruto, tanto mejor; pues eso sí que se llama vivir de fe y negarse a sí mismo; o sea tener el sello más auténtico de los que son de Cristo.

¡Esperar! La vid parece un palo seco en invierno, y nos da ganas de quitarla por fea e inútil. Pero el que sabe la vida escondida que hay en ella, espera, y un día la halla verde, y otro día cargada de racimos.

La corona está prometida al que cree hasta la muerte, es decir, aunque le cueste la vida. San Pablo promete la corona “a los que aman su Venida”; esto es, a los creyentes que lo esperan con gozo porque saben que todos los bienes nos vendrán con Él.

¡Fracasados! Así nos dirá el mundo y aun quizás algunos de nuestros amigos.

¡Fracasados no!; vive Cristo… Triunfantes, pero solamente con Aquel que es nuestra vida.

No queremos triunfar solos mientras Él es rechazado, mientras nuestros hermanos son enviados “como ovejas al matadero”, sino cuando triunfe con Él la Santa Iglesia.


También vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio…