SOLEMNIDAD DE
SANTA JUANA DE ARCO
Nacida el 6 de enero de 1412, en Domrémy, se cumplieron
seisicentos años del día en que vio la luz Santa Juana de Arco, llamada la Doncella
de Orléans.
Si bien su fiesta es el 30 de mayo, en este segundo
domingo del mes se la solemniza para conmemorar la liberación de Orléans,
ocurrida un domingo 8 de mayo de 1429.
Santa Juana es una figura emblemática en la historia de
Francia; ella condujo victoriosamente las tropas francesas contra las fuerzas
inglesas, levantando el sitio de Orléans; llevó al Delfín Carlos VII de Francia
a la coronación en Reims y ayudó a cambiar el rumbo de la Guerra de los Cien
Años.
Finalmente capturada por los borgoñones en Compiègne, fue
vendida a los ingleses y condenada a la hoguera en 1431 después de un proceso
infame por herejía.
Manchado por numerosas y graves irregularidades, este
proceso fue deshecho por el Papa Calixto III en 1456.
Santa Juana fue beatificada en 1909 por San Pío X y
canonizada en 1920. Junto con Santa Teresita, es una de las Santas Patronas Secundarias
de Francia.
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Santa Juana de Arco fue suscitada por Dios para lograr la
salvación de Francia, comenzando esta obra de reparación por sus hazañas, y
consumándola por sus reveses, tribulaciones y muerte.
En otras palabras, tenemos en Santa Juana de Arco, por un
lado el brazo de Dios, que abate a los enemigos de Francia, y por
otra parte una víctima, que desarma ese mismo brazo de Dios.
Estos dos puntos constituyen el tema y las divisiones de la
homilía de hoy.
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Santa Juana de Arco, brazo de Dios, que derroca a
los enemigos de Francia
Niña ingenua y tímida pastora de Domrémy, el Santo patrono
del pueblo la espera en el altar de Reims, al cual debe conducir al heredero de
Clovis.
La Corte no ha visto jamás tanta dulzura y coraje, tanta
sencillez y nobleza, tanto ardor y modestia, tanta desenvoltura y piedad.
Orléans, el último bastión y el postremo recurso de
Carlos VII iba a caer en las manos inglesas, y ya nada podría detener la marcha
triunfal y devastadora del invasor.
"Hija de Dios, ¡ve! ¡ve! ¡ve! ¡Yo seré tu ayuda!
¡Ve!" Y la hija de Dios se levanta y va...
Ella parte, y Orléans, reconfortada y como ya liberada
por la virtud celestial que brilla en este ángel mortal, saluda, acoge y lleva
en triunfo a la que viene en el Nombre del Señor.
Orléans apenas había tenido tiempo para contemplar y
bendecir a su libertadora, y ella ya se enfrenta a nuevos peligros.
Juana avanza de triunfo en triunfo. ¡Den paso al Delfín,
que la Doncella conduce a la victoria! Que Reims abra sus puertas al sucesor de
Clodoveo… Que el Pontífice le haga subir hasta el altar, derrame el aceite de
la santa ampolla y pose la corona sobre la cabeza del Lugarteniente de
Jesucristo…
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Santa Juana es la heroína cristiana por excelencia. Lo
que los fieles admiran en ella es lo que Dios bendice y corona.
Valiente como la espada, ella es casta como los Ángeles.
Ardiente como un león, es tierna y sensible como un cordero.
¿Quién más intrépido que Juana? Su mano apostando la
escalera a las paredes de los castillos bajo una lluvia de flechas casi todas
dirigidas contra ella…
Conducía con gracia su caballo y tenía un conocimiento
innato de la estrategia militar…
¡Cuántas veces despertó el ardor adormecido de sus
compañeros de armas! Ella era el alma de esta gran lucha. Sin ella, todo languidecía,
mientras que todo revivía por ella y se obtenía el triunfo.
Los brazos y armas de todo un ejército se vieron
impulsados por la voz de una mujer… Pero su fuerza era sin violencia…
Tímida e ingenua, como una pobre pastora ignorante.
Inexperta en todo lo terreno, cuando el Cielo le habla tiene toda la sublimidad
del genio, todo el poder de la inspiración.
Finalmente, lanzada en medio de los campamentos y en la arena
de la guerra, es piadosa y recogida como una carmelita. Tanta santidad, unida a
tanta valentía, ejerce una fascinación sobre los corazones.
Modelo para ofrecer a toda clase de cristiano: a la hija
de pastores y a la de reyes; a la mujer del mundo y la virgen del monasterio; a
sacerdotes y guerreros; a los felices y a los que sufren; a los grandes y a los
pequeños… Modelo tan completo como variado, tanto desde el punto de vista de la
religión y como del de la patria.
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Santa Juana de Arco, víctima que se desarma el
brazo de Dios
Pero la misión de restauradora de Juana no se ha
completado; ha comenzado su obra en la gloria…, será terminada en el dolor.
La esposa de Jesús debe beber hasta las heces el cáliz de
su Esposo. Juana pasará del Tabor al Calvario, y su muerte será más fructífera
que su vida.
La antigua sabiduría había entrevisto cuán noble
espectáculo es el de un justo en lucha contra la adversidad. Sin embargo, sólo la
doctrina cristiana puede hacernos comprender ese misterio de expiación, que fundamenta
todo su poder en la Cruz.
Se ha dicho, y se repite a menudo, que la misión de Santa
Juana de Arco expiró a los pies del Altar de Reims, y que su deber era dejar el
ejército y regresar a su cabaña, de deponer la espada y retomar la cocina y las
agujas.
Y porque a partir de ese momento entró en la carrera de
la desgracia, se le acusa de haber salido del camino que el Señor le había trazado.
¡Ah!… No seamos de aquellos que no descansan hasta
encontrar faltas en los que caen en la adversidad, y que culpan siempre de errores
a las desgracias. La teología de los amigos de Job no es la de los discípulos
de la Cruz…
El cristianismo se basa enteramente en la doctrina de la
expiación, de la redención a través del dolor. Un cristiano que sufre, es Jesús
que aún está sufriendo en los miembros de su Cuerpo, y que así completa su obra
de redención.
Además, en el balance divino, para la salvación de un
pueblo, un mártir pesa más que un héroe.
Si la fase gloriosa de su vida no es ajena al dolor, ¿qué
será ahora cuando entra en el período de sus angustias?…, ¿cuándo cesa la
acción y comienza la pasión?…
¡Oh Juana! Te admiramos y amamos triunfante; pero no te
amamos menos, y te veneramos más en tus desgracias…
Has sido juzgada digna, no sólo de ser el instrumento de
Dios, sino también de serle ofrecida en holocausto por su gloria y por el bien
de la Patria…
A Dios no le faltan brazos y armas para derramar sangre
en el combate… pero víctimas puras, cuya sangre sea derramada en un sacrificio
agradable a sus ojos… ¡eso es lo que Dios busca!
Este ha sido desde ese momento el doloroso papel de Juana
de Arco.
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Y aquí, nuevamente, hay que admirar la delicadeza y la
santidad de la Providencia, que dirigió personalmente a la guerrera, dejando caminar
sola a la víctima…
Cuando Juana voló hacia la victoria, Dios la condujo del
brazo; cuando se encaminó hacia la hoguera, Dios se ocultó por un tiempo y le
retiró su apoyo.
Sin embargo, a las voces del cielo que la
sostenían, hay quienes oponen la voz de la Iglesia…, ¡como si
algunas almas corrompidas fuesen la Iglesia…!
¡La Iglesia! Ella hablará un día, y sabremos lo que Ella pensaba
sobre este gran expediente…
En un mismo suplicio, debemos ver el triunfo de la fe y
el triunfo de Juana.
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El triunfo de la Fe
En la invasión de Francia por Inglaterra, la nacionalidad
francesa no era lo único que peligraba. Dios, que guía todos sus consejos para
la preservación de la Fe y de su Santa Iglesia, apercibía otra amenaza mayor. Francia
tenía un tesoro mucho más precioso que la independencia, era su fe católica, su
ortodoxia intacta… Y era este tesoro el que corría el riesgo de perder.
Ocasión memorable. Ante el Tribunal del Supremo Juez de
las naciones, Inglaterra, al dictar la sentencia de Juana de Arco, firmaba, con
cien años de anticipación, su propia condena…
Hereje, apóstata, cismática, maldiciente de la Fe de
Jesucristo, estas son las acusaciones registradas por parte de Inglaterra sobre
la cabeza de Juana.
No desgarremos esta preciosa inscripción; entreguémosla a
la historia; ella podrá servir pronto para marcar la frente de otro culpable, un
reo mayor…
Es desde este punto de vista que la misión de Santa Juana
se agiganta y toma proporciones inmensas.
Si Francia se hubiese convertido en propiedad inglesa, un
siglo más tarde hubiese dejado de ser católica; o, si se resistía a su dominadora,
se precipitaba, al igual que Irlanda, a luchas y calamidades sin fin.
No nos sorprenda, pues, si la misión de la liberación de
Francia termina con un gran y memorable sacrificio.
Al mal que amenazaba a Francia, había que oponer un
remedio sobrenatural…; cuando la religión del divino crucificado está en juego,
los prodigios de valor no son suficientes…; hacen falta portentos de sufrimiento
y de sacrificio.
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El triunfo de Juana
El tormento y suplicio de Juana eran necesarios para su misma gloria.
Si la
heroína, después de la coronación en Reims, hubiese regresado a la
tranquilidad de Domrémy y hubiese terminado
sus días en la oscuridad de la
vida campestre, Juana de Arco sería para la posteridad, sería para nosotros, católicos, un problema insoluble.
Incluso desde el punto de vista puramente humano, no había para Juana otra salida que el claustro o el martirio…
Si ella hubiese
regresado a su terruño, tendríamos, ¡sí!, la heroína
de Francia…, ¡pero
no tendríamos la Santa de Francia y de la Iglesia
Católica!…
Santa Juana había llegado a Rouen como una prisionera, no
para el triunfo que humanamente hubiéramos deseado para ella…, sino para un
triunfo, sin embargo, más hermoso…, ¡el más bello de todos!
Nuestro Señor, que había dado a Francia una salvadora
sobre la tierra, quería prepararle una protectora en el Cielo. Quien la condujo
a Reims para la coronación de un rey, la llevó a Rouen para su propia coronación…,
¿acaso no es el sufrimiento la unción real de las almas?
Para Santa
Teresita del Niño Jesús, Patrona Secundaria de Francia junto con Santa Juana de
Arco, no es en la victoria y la
gloria que San Juana se perfeccionó y triunfó, sino en la traición,
el calabozo y la hoguera, porque es allí que ella se identificó con Jesús…
Para Teresa,
la cumbre y corona de la epopeya de Juana no está ni Orléans
ni en Reims, sino en Rouen, en la pira…
Dice Teresita: No son las victorias de Juana las que queremos
celebrar este día; como sabemos, sus
verdaderas glorias son sus
virtudes, su amor… En los
combates, Juana salvó a Francia; pero era
necesario que sus grandes virtudes
fuesen estampadas con el sello del
sufrimiento, el monograma divino de
su Esposo Jesús.
Quiero una cruz…, decía
Juana mientras era conducida a la hoguera. La tendréis
bien enarbolada en frente mío hasta que
muera. Quiero ver la Cruz,
de donde pendió Dios, hasta mi muerte...
Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz
y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mi causa, la hallará…
Santa Teresa del Niño Jesús dirá: En
esta tierra, donde todo cambia,
hay una sola cosa que se mantiene estable: es la conducta del Rey del Cielo para con sus amigos. Desde que Él ha elevado
el estandarte de la Cruz, es a su
sombra que todos debemos combatir y triunfar.
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Santa Juana de Arco nos dejó un legado valioso: el de su fe, su piedad,
sus virtudes suaves y amables.
La religión no tiene un modelo más atractivo que ofrecer que esta Santa
libertadora de Francia.
Que en estos momentos, en que no sólo
Francia sino toda la Cristiandad han caído en la apostasía, Santa Juana se encuentre siempre viva, que respire todavía
en muchos pechos católicos amurallados en una inhóspita trinchera, para salvar
la Fe y la Religión.
Sigamos sus pasos…
Seguir sus pasos significa caminar por la senda del honor, ¡sí!; pero también es transitar la senda estrecha
que conduce al Cielo…, y ella está marcada por el sacrificio y el martirio…