NOVENO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Y cuando llegó cerca, al ver la
ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Ah si tú reconocieses siquiera en este
tu día lo que puede traerte la paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos.
Porque vendrán días contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y
te pondrán cerco, y te estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra,
y a tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra;
por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación. Y habiendo
entrado en el templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban
en él. Diciéndoles: Escrito está: mi casa de oración es. Mas vosotros la
habéis hecho cueva de ladrones. Y cada día enseñaba en el templo.
Esta
homilía data de 1984. Ya la hemos publicado en Radio Cristiandad.
Como
consideramos que es de suma actualidad y no todos la han leído, la exponemos
nuevamente.
Cierto
día, entre clamores de entusiasmo y vítores de gloria, cuando todos aclamaban a
Jesús y nada parecía oponerse a su poder, un jovencito de unos quince años
descubrió que el Señor lloraba.
Asombrado
por la paradojal escena que presenciaba, no alcanzando a comprender el motivo
de la tristeza de Jesús, que sólo él en su sencillez había detectado, preguntó
dulcemente al Señor:
—
Jesús, Maestro, ¿por qué lloras mientras todos te aclaman como Rey?
Admirado
de que alguien hubiese advertido su dolor, mientras enjugaba sus lágrimas y se
daba un respiro, acariciando los desordenados rizos rubios del joven y
ensayando una forzada sonrisa, Jesús le dijo:
—
Eres muy chico para entenderlo... No creo que valga la pena que intente
explicártelo... De todos modos, tu interés y la ternura de tus palabras ya han
suavizado en parte mi dolor...
El
muchacho, mucho más maduro que lo aparentado por su baja estatura y la realidad
de sus quince años, no satisfecho con la respuesta del Señor, exclamó:
—
¡No creas que no pueda comprenderte! Bien sabes que, por lo general,
somos nosotros los que te comprendemos mejor. Es más, los mayores ni se han
dado cuenta de que llorabas... He sido el único que reparó en tu llanto y
descubrió que un misterio se encierra en tus lágrimas...
E
insistió:
—
¡Explícame el misterio!
Nuestro
Señor ponderó la exactitud de la respuesta y celebró la sensatez y profundidad
de las palabras. Animado por ellas, y como buscando desahogo en aquella alma
pura, aunque sin esperar ser comprendido totalmente, dijo al perspicaz
jovencito:
—
A pesar de esta entrada triunfal en Jerusalén y del recibimiento como
hijo de David que el pueblo me hace; no obstante el reconocimiento como Mesías
que hoy se me tributa, de aquí a pocos días seré negado, traicionado,
abandonado. Este pueblo ha sido engañado por sus dirigentes y, si bien en su
inocencia me reconoce como Rey y Mesías, terminará dentro de poco por
rechazarme.
El
motivo de mi llanto, el dolor que embarga mi corazón y arranca lágrimas a mis
ojos es la ceguera de los Jefes religiosos de nuestro pueblo. Ellos han
pervertido nuestra religión y encaminan a las pobres ovejas hacia el
precipicio. Mira lo que han hecho del Templo: parece una cueva de ladrones... Todo
esto será terriblemente castigado. Esta sociedad marcha hacia la
autodestrucción. La religión será arrebatada a este pueblo y de esta ciudad no
quedará piedra sobre piedra. Por no haber querido recibir la visita de su Dios,
se hará de él un pueblo pérfido...
El
jovencito, que seguía con atención el discurso del Maestro, con ojos
chispeantes, sin demasiada cara de asombro, con aire travieso y demostrando
entender el tema, interrumpió al Señor y le dijo:
—
En verdad, mis maestros me han dicho que algo semejante a lo que dices
está anunciado por los Profetas. Comprendo tu dolor; lo que significa el amor
no correspondido, tanta solicitud, tanta dedicación, esa elección amorosa y que
ahora sea tan mal pagada... Comprendo todo esto y te acompaño en tu pesar,
pero, si me permites una reflexión, pienso que debe paliarse con el pensamiento
del establecimiento del Reino de Dios que anuncias. La Nueva Alianza
reemplazará a la Antigua y serás el fundador de un nuevo movimiento espiritual
que perfeccionará la religión de Moisés. Con el tiempo, como Tú enseñas en las
parábolas del grano de mostaza y de la levadura, llegará a ser una gran
Institución e impregnará todas las actividades humanas... Toda la sociedad se
verá influenciada por tu doctrina... Así como esta traición y su castigo están
anunciados, del mismo modo los Profetas han visto el surgimiento de una nueva y
fecunda religión. Ellos te han profetizado como el fundador de una sociedad
perfecta, que debe reemplazar la imperfección de la Sinagoga.
El
adolescente interrumpió su monólogo para contemplar el rostro radiante de Jesús
y su mirada, brillante, perdida en los siglos venideros...
Tal
vez Jesús pensaba en San León Magno, San Benito, San Agustín, San Gregorio
Magno, San Gregorio VII, San Francisco, Santo Domingo, San Buenaventura y Santo
Tomás de Aquino.
Quizás
el Señor contemplaba los monasterios benedictinos, las cruzadas, las catedrales
góticas, los conventos de monjes mendicantes, las universidades medievales, los
reyes católicos, las familias cristianas y todas las actividades humanas
puestas al abrigo de las alas de la Iglesia y de la sombra de la Cruz.
El
joven continuó sin estar seguro de que Jesús lo escuchaba:
—
Pienso que todo este dolor presente, el mismo llanto de hoy, son como el
presagio del triunfo de mañana. Bien lo has dicho Tú mismo: «si el grano de
trigo no muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto»... Era necesaria
esta purificación para que lo imperfecto llegara a lo perfecto. Tiempo vendrá
en que tu Iglesia, la que hoy comienza a gestarse, llegará al esplendor y
dominará sobre la sociedad. La filosofía, las artes, la política, el derecho,
las ciencias y la educación, toda la vida del hombre estará impregnada de tu
doctrina y serás reconocido como único Soberano de esa sociedad...
Nuestro
Señor, como volviendo en sí después de su viaje por el tiempo, estaba más y más
admirado por la sabiduría, profundidad y cierto profetismo del muchacho. Sin
embargo, dejo escapar un gesto de desaliento y la tristeza del principio volvió
a ensombrecer su semblante...
Sorprendido
nuevamente el muchacho, al mismo tiempo que detectaba otra vez lágrimas en los
ojos de Jesús, preguntó sobre la causa de este repentino dolor.
Jesús,
recuperando un poco la calma, le explicó:
—
Todo lo que acabas de decirme es bien cierto. Eso que tú llamas
«influenciar todo con mi doctrina» será el fundamento de la Civilización
Cristiana, de mi Realeza Social, del triunfo social y público de mi Evangelio,
del Cristianismo. La filosofía evangélica gobernará los Estados. La energía
propia de mi sabiduría, de mi divina virtud compenetrarán las leyes, las
instituciones y las costumbres de los pueblos, impregnando todas las capas
sociales y todas las manifestaciones de la vida de las Naciones... Todo eso me
consuela y anima en estos momentos para continuar y llegar al término de mi
misión, tal como Isaías lo ha profetizado. Bien valen la pena estos dolores de
parto para gestar y dar a luz esa futura sociedad... Pero...
La voz
de Señor se hizo entrecortada y no pudo continuar. Con mayor asombro aún, su
interlocutor insistió sobre el motivo de la tristeza:
—
No alcanzo a comprender -le dijo- cómo, una vez
más, entre gloria y triunfo, puede mezclarse la angustia y el llanto...
Respetando
el dolor de Jesús lo interrogó con delicadeza:
—
¿Qué se esconde detrás de esta reiterada congoja? ¿Por qué esta tristeza
cuando hablamos del esplendor de tu Iglesia y de la gloria de esa Civilización
por Ella inspirada?
Jesús,
seguro ya de hallar comprensión en el jovencito, le expresó el motivo de su
quebranto:
—
Toda esa gloria irá, poco a poco, oscureciéndose. Esa sociedad, esa
Civilización Cristiana, por una serie de golpes mortíferos, se irá destruyendo.
El enemigo irá sembrando ideas y costumbres revolucionarias y, golpe tras
golpe, una doctrina corrosiva irá reemplazando mi Evangelio y mi Moral de las
diferentes partes de la sociedad y de las Instituciones hasta llegar a la misma
apostasía. Se instalará así una sociedad con signo revolucionario, anticristiano...
Del
mismo modo que será destruida Jerusalén dentro de pocos años, así será
destruida la Civilización Cristiana. En la moderna sociedad que la reemplazará,
Yo no seré el Soberano absoluto, mi Iglesia y su doctrina ya no serán
consideradas como las únicas verdaderas, Dios será expulsado de su seno. Las
inteligencias y las voluntades de los individuos, las familias y las naciones
ya no se regirán por las leyes de la Iglesia por mi fundada. Todas las falsas
religiones serán reconocidas. Ese magnífico edificio, que a lo largo de los
siglos se irá construyendo, será, al igual que el Templo que tienen ante tu
vista, completamente destruido. Ese campo fértil, en el cual será sembrada la
semilla de mi Evangelio y que tan buenos frutos producirá, será devastado,
asolado, y allí ya no crecerán sino cardos y espinas, los frutos de la nueva
civilización, la sociedad del hombre, el humanismo...
Conteniendo
el llanto, y con la mirada perdida en el tiempo que proféticamente contemplaba,
dijo al muchacho:
—
¿Comprendes mi dolor y mi llanto?...
El
jovenzuelo respondió con seguridad:
—
¡Sí!, entiendo perfectamente. Podríamos decir que lo que hoy ven nuestros
ojos no es más que una figura de lo que en realidad sucederá con la sociedad
que tu doctrina edificará...
En
este momento, el rostro del adolescente cobró una seriedad propia de un adulto
sabio y prudente, y añadió:
—
Ciertamente, de no habérmelo predicho, no podría imaginar un desenlace
tan funesto. Los Profetas nos han hablado de esto, pero, según tengo entendido,
tu futura Iglesia no tendrá fin. A pesar de todo, pienso que no debes apenarte
demasiado, puesto que, si bien tu enseñanza no tendrá ya preponderancia en las
costumbres y en las ideas que dirijan la sociedad, sin embargo tu Iglesia, como
enseñan los Profetas y Tú mismo prometiste a tus Apóstoles, será indefectible,
se conservará contra todas las embestidas del enemigo hasta el fin de los
tiempos...
Estas
palabras del jovencito fueron como si una espada se hubiese clavado en el
Corazón de Jesús. El muchacho, cuya intención había sido tranquilizar y alentar
al Señor, se dio cuenta del efecto de sus palabras y, sin salir de su nuevo
asombro, una vez más interrogó a Jesús sobre el motivo de este aún más
sorpresivo dolor.
En
efecto, no alcanzaba a comprender lo que sucedía. Entendió lo de la destrucción
de Jerusalén; penetró el misterio de la destrucción de la Cristiandad; pero no
se explicaba cómo la idea de una Iglesia indestructible, sobre la cual no
podrán prevalecer las puertas del Infierno, se concilia con un dolor y tristeza
tan grandes en el fundador de esa Institución tan gloriosa... Por eso, no sin
temor y con gran dulzura y ternura, insistió:
—
Jesús, Maestro, dime, ¿acaso también algo terrible espera a tu Iglesia?
¿Es que todo esto también es figura de lo que ha de suceder con Ella?
Aquí
Jesús no pudo contener el llanto...
Con
mayor intención de consolarlo que de descubrir el misterio, el muchacho
preguntó una vez más:
—
¿Acaso lloras por la Iglesia, tu Cuerpo Místico?
—
¡Sí! -respondió Jesús- Lloro por mi Iglesia, mi Esposa
Inmaculada. En los últimos tiempos se desatará una crisis enorme y la fe de
muchos se perderá en fábulas; se enfriará la caridad y, si esos días no fuesen
abreviados, incluso los elegidos se perderían.
Llegará
un tiempo en que falsos pastores conducirán el rebaño a la apostasía. Veo ante
Mí a profanadores, traidores, mercenarios.
Lloro
pues una última herejía invadirá mi Iglesia y la llevará, por una
autodemolición, casi hasta la extinción. Las autoridades de mi Iglesia serán
agentes de corrupción. Se desintegrará la doctrina; la moral será rebajada al
nivel de los paganos más incultos. Todas las religiones serán puestas en un
mismo nivel de igualdad. El culto del verdadero y único Dios, mi Padre, será
reemplazado por el culto del hombre.
Mi
propio Vicario propagará una religión mundial, la fraternidad universal de
todos los hombres, sin dogmas, sin preceptos. Mis templos serán cuevas de
ladrones peores que la que han establecido los fariseos y sanedritas en el
Templo que contemplas. Lo más grave de todo es que miles y miles de almas se
condenarán.
Los
verdaderos pastores y las ovejas fieles serán perseguidos por esas autoridades
y llegará el día en que al matarlos pensarán estar haciendo un servicio grato a
mi Padre...
El
jovencito creyó encontrar en las últimas palabras de Jesús una última
posibilidad de alentarlo, y por eso le dijo:
—
Pero entonces, verdaderamente tu Iglesia será indefectible y, aunque más
no sea en un pequeño número, tu doctrina y tu moral, toda tu enseñanza se
conservará íntegra. Si comprendo bien lo que dices, en medio de una crisis
espantosa, un reducido número de pastores y feligreses permanecerán fieles a
los principios que trasmites y que con el tiempo edificarán lo que has llamado
la Civilización Cristiana... En ellos se conservará la capacidad de la semilla
de mostaza de llegar a ser árbol frondoso y la potencia de levadura para
transformar toda la masa de la sociedad...
Jesús,
cada vez más maravillado de la capacidad del muchacho y de su interés,
receptividad y asimilación, avanzando nuevamente en el tiempo, le explicó:
—
En efecto, un pequeño rebañito, como he llamado a mis Apóstoles,
permanecerá fiel en los últimos tiempos, en medio de la apostasía generalizada.
Algunos obispos y sacerdotes irán agrupando a las ovejas dispersas y se
formarán aquí y allá grupitos que conservarán la doctrina, la moral y los
Sacramentos. Precisamente esos serán los perseguidos por las autoridades de mi
Iglesia...
El
joven, con gran cautela y como previendo otra causa de dolor para Jesús, se
animó a preguntar:
—
Señor, ¿también en esos reducidos grupos de resistencia habrá quienes
darán motivos de angustia, de tristeza y de llanto para Ti?
La
respuesta se hizo esperar. Jesús se tomó su tiempo para respirar profundamente
y con la voz cargada comenzó a contestar:
—
¡Sí!... También en los grupos y movimientos que se llamarán tradicionales
habrá de parte de los sacerdotes y de los feligreses más de una ocasión en que,
al igual que sobre Jerusalén tendré que derramar lágrimas...
Aquí
Jesús fue interrumpido por las exclamaciones del pueblo:
—
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Gloria al hijo de
David! ¡Hosanna!...
La
turba llegaba para proclamar Rey a Jesús...
—
¡Hijo! ¡Hijito!... Vamos, ya es hora de levantarse...
Luis
-este era su nombre- se despertó sobresaltado por el llamado de su madre
entremezclado con los vítores de gloria del pueblo entusiasmado...
¡Todo
era un sueño!... Y Luis regresaba a la realidad de un nuevo día...
Mientras
desayunaba, Luisito contó a su madre lo que había soñado. Luego de escucharlo,
la buena señora, que no concurría con mucha frecuencia al Priorato como para
detenerse a reflexionar sobre el sueño de su hijo -¡y qué sueño!-, le dijo:
—
Tranquilízate y no des tanto crédito a los sermones un poco exagerados
del Prior, que siempre ve conjuras contra la Iglesia por todas partes. Escucha
más bien lo que dice el Párroco de nuestra capilla del barrio. El dice que la
religión católica es una religión de amor y de comprensión; que todos los
hombres son buenos y han de amarse; que el Papa que tenemos es el mejor de toda
la historia de la Iglesia y que nunca se han hechos tantos esfuerzos para
establecer la unidad entre todos los hombres. Los otros días dijo que la misma Santísima
Virgen realiza apariciones que confirman el buen accionar del Papa, de los
Obispos y de los Sacerdotes, e incluso desmienten lo que algunos exaltados
pretenden hacerle decir en Fátima... Trabaja más bien en favor del hombre y de
la paz, esfuérzate por construir la Civilización del Amor... Bueno, vamos,
vamos, que llegarás tarde a la clase...
Luisito
no se fue al colegio esa mañana demasiado convencido de que lo que había soñado
no respondiese a la realidad histórica y, además, de que el futuro no le
deparase aún mayores coincidencias. Es más, pensó que su madre no tenía razón
al decir que su Prior y confesor era un exagerado... Las conversaciones de su
padre con algunos amigos y con sacerdotes que visitaban su casa, a las cuales
algunas veces tenía permitido asistir en silencio, confirmaban lo soñado.
Su
sueño desmentía no sólo a su madre, sino también al Párroco modernista y a
aquellos católicos conservadores que su padre y amigos llamaban "línea
media"...
Por
eso, Luisito decidió estudiar mucho sobre el tema y prepararse para estar a la
altura de las circunstancias cuando llegase el momento.
Además,
para aliviar el dolor de Jesús, para acompañarlo en su llanto, tomó la
resolución de consolarlo con su compañía, con su amor, con su oración, con su penitencia
y con su fidelidad...
Se
comprometió a rezar y hacer sacrificios por la Iglesia, por la Cristiandad, por
las naciones cristianas, por las familias católicas, por los grupos de
resistencia tradicionales.
Así
concluye este episodio de la vida de Luis. Pero, ¿para cuántos de nuestros
contemporáneos e incluso de entre nosotros, la triste realidad que vivimos no
es más que un sueño?
¡Cuántas
veces nosotros, al igual que la mamá de Luisito, no prestamos atención a la
realidad, pensamos que todo lo que sucede a nuestro alrededor es una fantasía y
nos inventamos una realidad fantasmagórica para evitar tomar resoluciones
acordes con los hechos!
Mientras
tanto, Jesús sigue llorando y se apresta a purificar el Templo...
¿No
habrá llegado ya la hora de despertarnos y sacudir nuestra pereza? ¿No habrá
llegado por lo menos el momento de consolar a Jesús y acompañarlo en su
Getsemaní con nuestro amor, nuestra oración y nuestra penitencia?... De este
modo recibiremos de El la fortaleza necesaria para permanecer fieles...