FIESTA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
He aquí una fiesta que nos debería ser muy apreciada y que
tendría que excitar en nuestra alma grandes sentimientos de gratitud y de amor,
porque nos recuerda que Nuestro Señor nos amó, y hasta tal punto que derramó
toda su Sangre por nosotros, ofreciéndola a su Padre en expiación por nuestros
pecados...
Y, lo que es más aún, este amor incomprensible e infinito
se manifestó cuando éramos enemigos de Dios, lo cual se suma a la bondad
excesiva del Salvador para con nosotros.
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Figuras de la Preciosísima Sangre
Una de las más llamativas, sin duda, es la sangre del
Cordero Pascual, que fue la salvación de los hebreos...
El Ángel encargado de exterminar a los primogénitos de los
egipcios dejó a salvo, por orden de Dios, las casas de los hebreos, cuya puerta
estaba marcada con esa sangre protectora...
¡Y bien!, exclama San Juan Crisóstomo, ¿qué virtud
podría tener aquella sangre? Ninguna... Pero ella figuraba la sangre del
Salvador, el verdadero Cordero de Dios...
La sangre de las víctimas cruentas de la Antigua Ley es
otra figura, muy expresiva, de la Sangre de Nuestro Señor...
Desde la caída de Adán, el hombre había entendido que para
expiar era necesario sangre, es decir, la destrucción o la inmolación de un ser
destinado para su uso, especialmente en el mantenimiento de su vida; y entre
todos los seres, animales domésticos e inocentes..., de modo que la sustitución
por este ser fuese más evidente.
Y fue Dios mismo quien había legislado esta sustitución: Sin
derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados..., dice San Pablo.
Es por eso que se sacrificaban e inmolaban víctimas
inocentes, y se ofrecía su sangre al Señor... Está claro que su sangre, como la
del Cordero Pascual, no tenía por sí misma ningún valor o virtud de satisfacer,
sino que prefigura la Sangre de Nuestro Señor, que habría de expiar nuestros
pecados.
Efusión y derramamiento de la sangre de las víctimas, he
aquí otras tantas imágenes proféticas y simbólicas de la Sangre del Salvador,
cuyas ondas sagradas eliminan por completo los pecados de la humanidad, desde el
pecado de Adán hasta el del último hombre en el último día...
La sangre de Abel, derramada por Caín; la de los Profetas,
derramada por los Judíos incrédulos, también es símbolo y figura de la
Sangre de Jesucristo, que tuvo
que ser derramada por la mano de
los impíos...
Pero la sangre
de Abel clamó venganza, y la de los Profetas resuena
en el cielo, mientras
que la de Jesús, clama misericordia y perdón..., la redención del género humano...
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Excelencia y precio de la Sangre
de Nuestro Señor
Como desde
toda la eternidad Dios vio la mísera y lamentable caída del
hombre, rebelándose contra Él, del mismo modo, desde toda la eternidad, consideró el remedio
para estos males. Es así que determinó y aceptó el rescate expiador de la rebelión. Este rescate
no es otro que la Preciosísima Sangre de
su Hijo.
La Sangre de Jesucristo
tiene un valor infinito, porque es el Espíritu Santo quien la ha formado de la
sustancia de la Purísima Virgen María..., y en virtud de la unión hipostática, es la Sangre del Verbo de
Dios.
Y tal es su
valor que una sola gota vale más que todo lo que existe y sería suficiente para redimir miles de mundos.
Lo que aumenta aún más el precio de la Sangre de Nuestro Señor, es el gran amor con que Él se ofreció a su Padre por nosotros.
Derramó hasta la
última gota y en medio de las más
atroces torturas, para hacernos comprender mejor la magnitud de nuestros crímenes, el precio de nuestra alma,
y la grandeza de su amor.
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Aplicación de la Preciosísima Sangre
La Sangre de Jesús tiene un valor infinito, ya que es la Sangre
de Dios..., y posee una virtud infinita para la redención y la santificación de las almas.
Pero es necesario desear que nos sea aplicada
para aprovechar de Ella...
En una Carta de
noviembre de 2006, dirigida a todos los Presidentes de las Conferencias
Episcopales, el Cardenal Arinze, en ese momento Prefecto de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, exigía la supresión de
las traducciones vernáculas erróneas de la fórmula latina "pro vobis
et pro multis" en la Consagración del Cáliz.
La frase latina
se había hecho, en la gran mayoría de las lenguas, por el equivalente de la castellana:
"por todos". La Carta dice:
"Se
solicita a las Conferencias Episcopales de los países en donde la frase “por
todos” o su equivalente está en uso actualmente llevar a cabo la necesaria catequesis
de los fieles sobre este tema durante los próximos dos años para prepararlos a la
introducción de una traducción exacta en la lengua vernácula de la fórmula pro
multis (es decir, "por muchos")".
Sin embargo, el
Cardenal Arinze agrega que "No hay ninguna duda sobre la validez de las
Misas celebradas con una fórmula debidamente aprobada que contenga una expresión
equivalente a "todos". En efecto, la fórmula
"por todos", correspondería, sin ninguna duda, a una
correcta interpretación de la intención del Señor expresada en el texto. Es un
dogma de fe que Cristo murió en la Cruz por todos los hombres y todas las
mujeres".
Ante todo,
señalo que el Cardenal me hace pensar en las reivindicaciones feministas, así
como en una cierta presidente...
Dejemos de lado
estos reclamos revolucionarios y retomemos el texto del Cardenal: “la
fórmula "por todos", correspondería, sin ninguna duda, a
una correcta interpretación de la intención del Señor expresada en el texto”
Entonces, este
cambio de sentido muy grave, en la óptica de la "Nueva Teología" no
es, obviamente, inofensivo. Permite aceptar la teoría de la redención universal
y la visión escatológica de un infierno finalmente inexistente o vacío.
En efecto, el
Concilio de Trento, en su Decreto sobre la justificación, Capítulo 3, Los
que están justificados en Cristo,
dice:
"Mas, aun cuando Él murió por todos, no todos, sin embargo,
reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes
se comunica el mérito de su pasión."
Y el Catecismo de Trento explicita:
XXIV.-:
Mas
aquellas palabras que se añaden: pro vobis, et pro multis, son tomadas
parte de San Mateo y parte de San Lucas, mas la santa Iglesia instruida por el
Espíritu divino las juntó, y se ordenan a declarar el fruto y utilidad de la
Pasión. Porque si aten-demos a la virtud de ésta, debemos confesar que el
Salvador derramó su Sangre para la salud de todos, mas si consideramos el fruto
que los hombres sacan de ella, fácilmente veremos que esta utilidad no llega a
todos, sino solamente a muchos. Por lo cual, cuando el Señor dijo: pro vobis
indicó
o bien a los que allí estaban presentes, o bien a los escogidos del pueblo
judío, como eran los discípulos con quienes hablaba, excepto Judas. Más cuando
añadió: pro multis, quiso indicar a todos los demás escogidos, así
judíos como gentiles. Y fue muy bien no decir por todos, porque aquí se
trataba solamente de los frutos de la pasión, la cual a sólo los escogidos
reportó el fruto de la salud eterna. A esto aluden aquellas palabras del
Apóstol: “Cristo ha sido una sola vez inmolado, para quitar de raíz los
pecados de muchos”, y lo que el Señor dijo por San Juan: “Yo por estos
ruego, no ruego por el mundo, sino por estos que me diste, porque son tuyos”.
Según el Magisterio de la Iglesia, «Pro vobis et pro
multis» son, pues, palabras muy apropiadas para manifestar el fruto y las ventajas
de la Pasión; ya que, si bien es cierto que Cristo padeció y derramó su Sangre
por todos los hombres, no todos se aprovechan de Ella, sino sólo muchos.
Por lo tanto, hay serias dudas sobre la validez de las
Misas (incluso tradicionales) celebras con la intención, supuestamente del
Señor, que expresa que Cristo derramó su Sangre por todos los hombres.
En
efecto, incluso si el
sacerdote pronuncia en la fórmula de Consagración las palabras "pro
multis", pero con la intención de "por todos", no consagra, porque no tiene la intención de la Iglesia.
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¿Dónde y Cómo nos son aplicados los frutos de la Sangre de Jesús?
En los Sacramentos.
Ellos son como los recipientes y canales
de la Preciosísima Sangre, al igual que las
ramas del árbol de la vida por las
cuales la gracia, que es la savia
y el fruto, nos es comunicada.
Hay tres Sacramentos,
especialmente, donde los efectos de la Sangre de Jesús son más sensibles:
El primero es el Bautismo. En este Sacramento, en virtud de
los méritos de la Sangre de Nuestro Señor, nuestra alma es arrancada al demonio
infernal, redimida, regenerada, completamente purificada, marcada por el sello
de los hijos de Dios...
Luego, la Penitencia, semejante a un baño sagrado en el que
toda nuestra pobre alma es purificada de las manchas contraídas después del
Bautismo y adornada con la gracia de Dios...
Una vez más, la Sangre de Cristo tiene una virtud
maravillosa, toma la forma de un remedio muy fácil y eficiente, para aquellos
que quieran usarlo con los requisitos necesarios...
¿Quién podrá contar las maravillas de la gracia y de la santidad
operadas en el Sacramento de la Penitencia, en virtud de la Sangre de Jesús, para
las almas bien dispuestas?
¡Cuántas veces, en nuestras meditaciones, hemos deseado encontrarnos
en el Calvario, para recibir sobre la cabeza unas cuantas gotas de la Sangre de
Jesús!... Ahora bien, en el tribunal sagrado, es como si estuviéramos al pie de
la Cruz de Jesús; allí podemos recibir las mismas gracias, conforme a nuestras
disposiciones.
¿Por qué tantas almas, al final de la confesión, salen del
confesionario como si no se hubiesen confesado?... Sin embargo, la Sangre de
Jesús está siempre allí y no ha perdido ningún grado de virtud y eficacia... Pero
la rutina, la tibieza, la mala voluntad, las continuas y deliberadas recaídas, impiden
los efectos tan preciosos.
Prestemos atención sobre nosotros mismos y, para ser
realmente curados de nuestras enfermedades, esforcémonos por llevar siempre a
la recepción del Sacramento de la Penitencia un gran espíritu de fe, una
contrición sincera, una gran confianza, un amor ardiente y generoso, y,
finalmente, gran gratitud a Nuestro Señor que nos ha amado tanto...
Por último, la Eucaristía, que es el mismo Cuerpo y Sangre
de Nuestro Señor y que nos es preparado y dado como alimento espiritual y fortaleza
principal de nuestra alma...
La Sangre de Jesús es una bebida divina que fortalece el alma
fervorosa, la hace feliz y digna del Cielo.
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Conclusión
Adoremos con todo nuestro corazón la Sangre Preciosísima de
Nuestro Señor, especialmente durante la Santa Misa, cuando está delante de
nosotros, presente en el Altar...
Agradezcamos al Divino Salvador por su infinito amor y por todos
los dones, conocidos o desconocidos, que nos ha adquirido con su Sangre...
Digámosle a menudo, con gran y vehemente deseo, pero en un
sentido opuesto al de los judíos: ¡Oh Jesús, que vuestra Sangre caiga sobre
nosotros y sobre nuestros hijos! Que corra sobre nuestra alma y la penetre,
para purificarla, fortalecerla, vivificarla, santificarla. Amén.