domingo, 29 de julio de 2012

Domingo 9º post Pentecosten


NOVENO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Ah si tú reconocieses siquiera en este tu día lo que puede traerte la paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y te estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación. Y habiendo entrado en el templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él. Diciéndoles: Escrito está: mi casa de oración es. Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y cada día enseñaba en el templo.


Esta homilía data de 1984. Ya la hemos publicado en Radio Cristiandad.



Como consideramos que es de suma actualidad y no todos la han leído, la exponemos nuevamente.


Cierto día, entre clamores de entusiasmo y vítores de gloria, cuando todos aclamaban a Jesús y nada parecía oponerse a su poder, un jovencito de unos quince años descubrió que el Señor lloraba.
Asombrado por la paradojal escena que presenciaba, no alcanzando a comprender el motivo de la tristeza de Jesús, que sólo él en su sencillez había detectado, preguntó dulcemente al Señor:

Jesús, Maestro, ¿por qué lloras mientras todos te aclaman como Rey?

Admirado de que alguien hubiese advertido su dolor, mientras enjugaba sus lágrimas y se daba un respiro, acariciando los desordenados rizos rubios del joven y ensayando una forzada sonrisa, Jesús le dijo:

Eres muy chico para entenderlo... No creo que valga la pena que intente explicártelo... De todos modos, tu interés y la ternura de tus palabras ya han suavizado en parte mi dolor...

El muchacho, mucho más maduro que lo aparentado por su baja estatura y la realidad de sus quince años, no satisfecho con la respuesta del Señor, exclamó:

¡No creas que no pueda comprenderte! Bien sabes que, por lo general, somos nosotros los que te comprendemos mejor. Es más, los mayores ni se han dado cuenta de que llorabas... He sido el único que reparó en tu llanto y descubrió que un misterio se encierra en tus lágrimas...

E insistió:
¡Explícame el misterio!

Nuestro Señor ponderó la exactitud de la respuesta y celebró la sensatez y profundidad de las palabras. Animado por ellas, y como buscando desahogo en aquella alma pura, aunque sin esperar ser comprendido totalmente, dijo al perspicaz jovencito:

A pesar de esta entrada triunfal en Jerusalén y del recibimiento como hijo de David que el pueblo me hace; no obstante el reconocimiento como Mesías que hoy se me tributa, de aquí a pocos días seré negado, traicionado, abandonado. Este pueblo ha sido engañado por sus dirigentes y, si bien en su inocencia me reconoce como Rey y Mesías, terminará dentro de poco por rechazarme.
El motivo de mi llanto, el dolor que embarga mi corazón y arranca lágrimas a mis ojos es la ceguera de los Jefes religiosos de nuestro pueblo. Ellos han pervertido nuestra religión y encaminan a las pobres ovejas hacia el precipicio. Mira lo que han hecho del Templo: parece una cueva de ladrones... Todo esto será terriblemente castigado. Esta sociedad marcha hacia la autodestrucción. La religión será arrebatada a este pueblo y de esta ciudad no quedará piedra sobre piedra. Por no haber querido recibir la visita de su Dios, se hará de él un pueblo pérfido...

El jovencito, que seguía con atención el discurso del Maestro, con ojos chispeantes, sin demasiada cara de asombro, con aire travieso y demostrando entender el tema, interrumpió al Señor y le dijo:

En verdad, mis maestros me han dicho que algo semejante a lo que dices está anunciado por los Profetas. Comprendo tu dolor; lo que significa el amor no correspondido, tanta solicitud, tanta dedicación, esa elección amorosa y que ahora sea tan mal pagada... Comprendo todo esto y te acompaño en tu pesar, pero, si me permites una reflexión, pienso que debe paliarse con el pensamiento del establecimiento del Reino de Dios que anuncias. La Nueva Alianza reemplazará a la Antigua y serás el fundador de un nuevo movimiento espiritual que perfeccionará la religión de Moisés. Con el tiempo, como Tú enseñas en las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, llegará a ser una gran Institución e impregnará todas las actividades humanas... Toda la sociedad se verá influenciada por tu doctrina... Así como esta traición y su castigo están anunciados, del mismo modo los Profetas han visto el surgimiento de una nueva y fecunda religión. Ellos te han profetizado como el fundador de una sociedad perfecta, que debe reemplazar la imperfección de la Sinagoga.

El adolescente interrumpió su monólogo para contemplar el rostro radiante de Jesús y su mirada, brillante, perdida en los siglos venideros...
Tal vez Jesús pensaba en San León Magno, San Benito, San Agustín, San Gregorio Magno, San Gregorio VII, San Francisco, Santo Domingo, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino.
Quizás el Señor contemplaba los monasterios benedictinos, las cruzadas, las catedrales góticas, los conventos de monjes mendicantes, las universidades medievales, los reyes católicos, las familias cristianas y todas las actividades humanas puestas al abrigo de las alas de la Iglesia y de la sombra de la Cruz.

El joven continuó sin estar seguro de que Jesús lo escuchaba:

Pienso que todo este dolor presente, el mismo llanto de hoy, son como el presagio del triunfo de mañana. Bien lo has dicho Tú mismo: «si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto»... Era necesaria esta purificación para que lo imperfecto llegara a lo perfecto. Tiempo vendrá en que tu Iglesia, la que hoy comienza a gestarse, llegará al esplendor y dominará sobre la sociedad. La filosofía, las artes, la política, el derecho, las ciencias y la educación, toda la vida del hombre estará impregnada de tu doctrina y serás reconocido como único Soberano de esa sociedad...

Nuestro Señor, como volviendo en sí después de su viaje por el tiempo, estaba más y más admirado por la sabiduría, profundidad y cierto profetismo del muchacho. Sin embargo, dejo escapar un gesto de desaliento y la tristeza del principio volvió a ensombrecer su semblante...
Sorprendido nuevamente el muchacho, al mismo tiempo que detectaba otra vez lágrimas en los ojos de Jesús, preguntó sobre la causa de este repentino dolor.
Jesús, recuperando un poco la calma, le explicó:

Todo lo que acabas de decirme es bien cierto. Eso que tú llamas «influenciar todo con mi doctrina» será el fundamento de la Civilización Cristiana, de mi Realeza Social, del triunfo social y público de mi Evangelio, del Cristianismo. La filosofía evangélica gobernará los Estados. La energía propia de mi sabiduría, de mi divina virtud compenetrarán las leyes, las instituciones y las costumbres de los pueblos, impregnando todas las capas sociales y todas las manifestaciones de la vida de las Naciones... Todo eso me consuela y anima en estos momentos para continuar y llegar al término de mi misión, tal como Isaías lo ha profetizado. Bien valen la pena estos dolores de parto para gestar y dar a luz esa futura sociedad... Pero...

La voz de Señor se hizo entrecortada y no pudo continuar. Con mayor asombro aún, su interlocutor insistió sobre el motivo de la tristeza:

No alcanzo a comprender -le dijo- cómo, una vez más, entre gloria y triunfo, puede mezclarse la angustia y el llanto...

Respetando el dolor de Jesús lo interrogó con delicadeza:

¿Qué se esconde detrás de esta reiterada congoja? ¿Por qué esta tristeza cuando hablamos del esplendor de tu Iglesia y de la gloria de esa Civilización por Ella inspirada?

Jesús, seguro ya de hallar comprensión en el jovencito, le expresó el motivo de su quebranto:

Toda esa gloria irá, poco a poco, oscureciéndose. Esa sociedad, esa Civilización Cristiana, por una serie de golpes mortíferos, se irá destruyendo. El enemigo irá sembrando ideas y costumbres revolucionarias y, golpe tras golpe, una doctrina corrosiva irá reemplazando mi Evangelio y mi Moral de las diferentes partes de la sociedad y de las Instituciones hasta llegar a la misma apostasía. Se instalará así una sociedad con signo revolucionario, anticristiano...
Del mismo modo que será destruida Jerusalén dentro de pocos años, así será destruida la Civilización Cristiana. En la moderna sociedad que la reemplazará, Yo no seré el Soberano absoluto, mi Iglesia y su doctrina ya no serán consideradas como las únicas verdaderas, Dios será expulsado de su seno. Las inteligencias y las voluntades de los individuos, las familias y las naciones ya no se regirán por las leyes de la Iglesia por mi fundada. Todas las falsas religiones serán reconocidas. Ese magnífico edificio, que a lo largo de los siglos se irá construyendo, será, al igual que el Templo que tienen ante tu vista, completamente destruido. Ese campo fértil, en el cual será sembrada la semilla de mi Evangelio y que tan buenos frutos producirá, será devastado, asolado, y allí ya no crecerán sino cardos y espinas, los frutos de la nueva civilización, la sociedad del hombre, el humanismo...

Conteniendo el llanto, y con la mirada perdida en el tiempo que proféticamente contemplaba, dijo al muchacho:

¿Comprendes mi dolor y mi llanto?...

El jovenzuelo respondió con seguridad:

¡Sí!, entiendo perfectamente. Podríamos decir que lo que hoy ven nuestros ojos no es más que una figura de lo que en realidad sucederá con la sociedad que tu doctrina edificará...

En este momento, el rostro del adolescente cobró una seriedad propia de un adulto sabio y prudente, y añadió:

Ciertamente, de no habérmelo predicho, no podría imaginar un desenlace tan funesto. Los Profetas nos han hablado de esto, pero, según tengo entendido, tu futura Iglesia no tendrá fin. A pesar de todo, pienso que no debes apenarte demasiado, puesto que, si bien tu enseñanza no tendrá ya preponderancia en las costumbres y en las ideas que dirijan la sociedad, sin embargo tu Iglesia, como enseñan los Profetas y Tú mismo prometiste a tus Apóstoles, será indefectible, se conservará contra todas las embestidas del enemigo hasta el fin de los tiempos...

Estas palabras del jovencito fueron como si una espada se hubiese clavado en el Corazón de Jesús. El muchacho, cuya intención había sido tranquilizar y alentar al Señor, se dio cuenta del efecto de sus palabras y, sin salir de su nuevo asombro, una vez más interrogó a Jesús sobre el motivo de este aún más sorpresivo dolor.
En efecto, no alcanzaba a comprender lo que sucedía. Entendió lo de la destrucción de Jerusalén; penetró el misterio de la destrucción de la Cristiandad; pero no se explicaba cómo la idea de una Iglesia indestructible, sobre la cual no podrán prevalecer las puertas del Infierno, se concilia con un dolor y tristeza tan grandes en el fundador de esa Institución tan gloriosa... Por eso, no sin temor y con gran dulzura y ternura, insistió:

Jesús, Maestro, dime, ¿acaso también algo terrible espera a tu Iglesia? ¿Es que todo esto también es figura de lo que ha de suceder con Ella?

Aquí Jesús no pudo contener el llanto...
Con mayor intención de consolarlo que de descubrir el misterio, el muchacho preguntó una vez más:

¿Acaso lloras por la Iglesia, tu Cuerpo Místico?

¡Sí! -respondió Jesús- Lloro por mi Iglesia, mi Esposa Inmaculada. En los últimos tiempos se desatará una crisis enorme y la fe de muchos se perderá en fábulas; se enfriará la caridad y, si esos días no fuesen abreviados, incluso los elegidos se perderían.
Llegará un tiempo en que falsos pastores conducirán el rebaño a la apostasía. Veo ante Mí a profanadores, traidores, mercenarios.
Lloro pues una última herejía invadirá mi Iglesia y la llevará, por una autodemolición, casi hasta la extinción. Las autoridades de mi Iglesia serán agentes de corrupción. Se desintegrará la doctrina; la moral será rebajada al nivel de los paganos más incultos. Todas las religiones serán puestas en un mismo nivel de igualdad. El culto del verdadero y único Dios, mi Padre, será reemplazado por el culto del hombre.
Mi propio Vicario propagará una religión mundial, la fraternidad universal de todos los hombres, sin dogmas, sin preceptos. Mis templos serán cuevas de ladrones peores que la que han establecido los fariseos y sanedritas en el Templo que contemplas. Lo más grave de todo es que miles y miles de almas se condenarán.
Los verdaderos pastores y las ovejas fieles serán perseguidos por esas autoridades y llegará el día en que al matarlos pensarán estar haciendo un servicio grato a mi Padre...

El jovencito creyó encontrar en las últimas palabras de Jesús una última posibilidad de alentarlo, y por eso le dijo:

Pero entonces, verdaderamente tu Iglesia será indefectible y, aunque más no sea en un pequeño número, tu doctrina y tu moral, toda tu enseñanza se conservará íntegra. Si comprendo bien lo que dices, en medio de una crisis espantosa, un reducido número de pastores y feligreses permanecerán fieles a los principios que trasmites y que con el tiempo edificarán lo que has llamado la Civilización Cristiana... En ellos se conservará la capacidad de la semilla de mostaza de llegar a ser árbol frondoso y la potencia de levadura para transformar toda la masa de la sociedad...

Jesús, cada vez más maravillado de la capacidad del muchacho y de su interés, receptividad y asimilación, avanzando nuevamente en el tiempo, le explicó:

En efecto, un pequeño rebañito, como he llamado a mis Apóstoles, permanecerá fiel en los últimos tiempos, en medio de la apostasía generalizada. Algunos obispos y sacerdotes irán agrupando a las ovejas dispersas y se formarán aquí y allá grupitos que conservarán la doctrina, la moral y los Sacramentos. Precisamente esos serán los perseguidos por las autoridades de mi Iglesia...

El joven, con gran cautela y como previendo otra causa de dolor para Jesús, se animó a preguntar:

Señor, ¿también en esos reducidos grupos de resistencia habrá quienes darán motivos de angustia, de tristeza y de llanto para Ti?

La respuesta se hizo esperar. Jesús se tomó su tiempo para respirar profundamente y con la voz cargada comenzó a contestar:

¡Sí!... También en los grupos y movimientos que se llamarán tradicionales habrá de parte de los sacerdotes y de los feligreses más de una ocasión en que, al igual que sobre Jerusalén tendré que derramar lágrimas...

Aquí Jesús fue interrumpido por las exclamaciones del pueblo:

¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Gloria al hijo de David! ¡Hosanna!...

La turba llegaba para proclamar Rey a Jesús...

¡Hijo! ¡Hijito!... Vamos, ya es hora de levantarse...

Luis -este era su nombre- se despertó sobresaltado por el llamado de su madre entremezclado con los vítores de gloria del pueblo entusiasmado...

¡Todo era un sueño!... Y Luis regresaba a la realidad de un nuevo día...

Mientras desayunaba, Luisito contó a su madre lo que había soñado. Luego de escucharlo, la buena señora, que no concurría con mucha frecuencia al Priorato como para detenerse a reflexionar sobre el sueño de su hijo -¡y qué sueño!-, le dijo:

Tranquilízate y no des tanto crédito a los sermones un poco exagerados del Prior, que siempre ve conjuras contra la Iglesia por todas partes. Escucha más bien lo que dice el Párroco de nuestra capilla del barrio. El dice que la religión católica es una religión de amor y de comprensión; que todos los hombres son buenos y han de amarse; que el Papa que tenemos es el mejor de toda la historia de la Iglesia y que nunca se han hechos tantos esfuerzos para establecer la unidad entre todos los hombres. Los otros días dijo que la misma Santísima Virgen realiza apariciones que confirman el buen accionar del Papa, de los Obispos y de los Sacerdotes, e incluso desmienten lo que algunos exaltados pretenden hacerle decir en Fátima... Trabaja más bien en favor del hombre y de la paz, esfuérzate por construir la Civilización del Amor... Bueno, vamos, vamos, que llegarás tarde a la clase...

Luisito no se fue al colegio esa mañana demasiado convencido de que lo que había soñado no respondiese a la realidad histórica y, además, de que el futuro no le deparase aún mayores coincidencias. Es más, pensó que su madre no tenía razón al decir que su Prior y confesor era un exagerado... Las conversaciones de su padre con algunos amigos y con sacerdotes que visitaban su casa, a las cuales algunas veces tenía permitido asistir en silencio, confirmaban lo soñado.

Su sueño desmentía no sólo a su madre, sino también al Párroco modernista y a aquellos católicos conservadores que su padre y amigos llamaban "línea media"...

Por eso, Luisito decidió estudiar mucho sobre el tema y prepararse para estar a la altura de las circunstancias cuando llegase el momento.

Además, para aliviar el dolor de Jesús, para acompañarlo en su llanto, tomó la resolución de consolarlo con su compañía, con su amor, con su oración, con su penitencia y con su fidelidad...

Se comprometió a rezar y hacer sacrificios por la Iglesia, por la Cristiandad, por las naciones cristianas, por las familias católicas, por los grupos de resistencia tradicionales.

Así concluye este episodio de la vida de Luis. Pero, ¿para cuántos de nuestros contemporáneos e incluso de entre nosotros, la triste realidad que vivimos no es más que un sueño?

¡Cuántas veces nosotros, al igual que la mamá de Luisito, no prestamos atención a la realidad, pensamos que todo lo que sucede a nuestro alrededor es una fantasía y nos inventamos una realidad fantasmagórica para evitar tomar resoluciones acordes con los hechos!

Mientras tanto, Jesús sigue llorando y se apresta a purificar el Templo...

¿No habrá llegado ya la hora de despertarnos y sacudir nuestra pereza? ¿No habrá llegado por lo menos el momento de consolar a Jesús y acompañarlo en su Getsemaní con nuestro amor, nuestra oración y nuestra penitencia?... De este modo recibiremos de El la fortaleza necesaria para permanecer fieles...