CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
La Liturgia de los domingos tercero y cuarto del Adviento nos presenta la destacada personalidad de San Juan Bautista.
El otro San Juan, el Evangelista, nos dice que los enviados de los sacerdotes le preguntaron: “¿Quién eres, pues?, para que demos respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?”
San Juan Bautista respondió: “Soy la voz del que clama en el desierto…”
Y San Lucas sitúa bien la misión desempeñada por el Precursor en el curso histórico de su tiempo: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítides, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás…”
Y en este contexto histórico, declara el contenido de la predicación del Bautista: “Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto” “Vox clamantis in deserto”…
¡Qué grande, espléndida es la persona de San Juan Bautista! : “Hubo un hombre enviado por Dios. Éste vino para dar testimonio; para dar testimonio de la luz, para que todos crean por él”.
De la misma manera, podemos situar a otros grandes predicadores del catolicismo, ubicarlos en la marcha de la historia y hacer resaltar su importancia, tanto para su tiempo como para su posteridad: San Justino, San Ireneo, San Agustín, San Gregorio Magno, San León I, San Gregorio VII, San Bernardo, San Francisco, Santo Domingo, etc.
Cada uno de estos Santos predicó el Evangelio, anunció a Nuestro Señor Jesucristo en su tiempo, en su contexto histórico.
Nosotros también, debemos predicar a Nuestro Señor, dar testimonio de la Luz, y debemos hacer referencia al tiempo en el cual vivimos, el contexto histórico donde la Divina Providencia nos ha colocado para dar testimonio.
Y debemos reconocer que “dar testimonio” no implica lo mismo para San Juan Bautista (en los orígenes del cristianismo), que para San Bernardo o Santo Tomás (en la Edad Media)… que para nosotros hoy… en el siglo de la apostasía…
Pero, ¡qué grande y espléndida es también esta misión para nosotros!, a pesar de las diferencias…
Y debemos reflexionar, ¿por qué el Evangelista hace la enumeración de todos esos personajes, príncipes, pontífices, hombres políticos o religiosos? ¿Por qué pasar revista de los “Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanias, Anás, Caifás”?
Tiberio César, ese Emperador fue un monstruo, que no soñaba sino en orgías y asesinatos.
Poncio Pilatos, es el prototipo del estadista despreciado por siempre por su bajeza.
Herodes, es aquél que pronto hará asesinar al Precursor y se burlará de Nuestro Señor, y cuyo padre mató a los Santos Inocentes.
Anás y Caifás, el sacerdocio divino representado por estos dos miserables, que un día contribuirían activamente en la condenación y muerte del Hijo de Dios.
Tiberio César, Poncio Pilatos, Herodes, Anás, Caifás, ¿puede ser mayor la ruina de la conciencia humana?
Por lo tanto, no se trata de una simple localización en el tiempo, si no que es para probar, por el triste estado político y religioso de la nación judía que los Profetas predijeron con toda claridad, la Venida del Mesías… que éste había llegado ya.
En efecto, el cetro, es decir la autoridad soberana, había desaparecido de Judea: El Gobierno del país había pasado entero a las manos de los extranjeros; Judea no era ya en realidad sino una provincia romana, administrada entonces por Poncio Pilatos en nombre de Tiberio, sucesor inmediato de Augusto.
Los tetrarcas, o pequeños reyes de la cuarta parte de un país, aquí nombrados, no eran reyes más que de nombre; su autoridad era muy limitaba y dependía absolutamente del buen placer del emperador de Roma.
El tiempo del Mesías había llegado.
El Evangelista hace mención de Anás y Caifás, que había obtenido por dinero ejercer el cargo de gran sacerdote.
San Lucas quiere pues mostrar en qué deshonra e ignominia había caído el sacerdocio, y anunciar, por ello, que la Antigua Ley iba a dar paso a la Nueva y que el verdadero gran Sacerdote, según el orden de Melquisedec, iba a ser consagrado y ungido por su propia Sangre.
Para nosotros, el contexto histórico donde la Divina providencia nos colocó nos obliga a predicar en medio de la relajación política y religiosa más escandalosa y más turbulenta que conocieron la sociedad civil y la Iglesia.
¡Sí!, es necesario decirlo, nos encontramos ante la mayor revolución religiosa…; debemos enfrentar la autodestrucción de la Iglesia, acompañada del mayor hundimiento político y social de la historia del mundo…
¿Es necesario precisar los nombres? Aquí los tenéis:
En primer lugar, los testigos fieles: Fuit homo missus a Deo… Hubo un hombre enviado por Dios:
Guiados por las enseñanzas y advertencias de San Pío X, que condenara por anticipado el Concilio Vaticano II y sus reformas, se presentaron Monseñor Lefebvre, Monseñor de Castro Mayer; Monseñor Ducaut Bourget; el Padre Le Lay; el Padre Sánchez Abelenda… testigos de la luz…
Cada cual puede poner los ejemplos que ha conocido en su país y que le han ayudado a conservar la fe.
“Éstos vinieron para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por ellos”.
Hay hombres consagrados al servicio de la verdad, del bien, de la belleza, sea en la sociedad civil, sea en el santuario, cuyas empresas aparentemente fracasaron.
Cada uno puede citar estadistas, políticos, prelados, sacerdotes, cuya vida consistió toda entera en combatir, sin éxito aparente, las ideas reinantes, cuyos proyectos tenían asegurado el triunfo por anticipo.
Su existencia de lucha fue una derrota permanente, una ruina absoluta de sus esperanzas, incluso las más legítimas.
Con todo, nadie ha triunfado tanto como estos hombres, siempre vencidos; nadie ha tenido un éxito tan verdadero como estos campeones, siempre execrados, nadie rindió tantos servicios a la causa de la verdadera civilización y de la Fe como estos eternos derrotados.
Su consagración, aparentemente estéril, fue el peso que a la larga hizo inclinar la balanza del lado de la justicia oprimida, de la verdad calumniada y de la inocencia perseguida.
Gracias a estos hombres, el cristianismo triunfó de la persecución pagana, de la violencia de los poderes civiles, de la herejía y de la apostasía de una parte de sus hijos.
Así triunfará aún, no lo pongamos en duda, de los errores actuales en la crisis más terrible que haya tenido que atravesar.
Los sacrificios ofrecidos para la santa causa de la Tradición, aunque aparentemente estériles, siempre suben hasta el trono de Dios, como el incienso.
Y a los que eran considerados como destinados a una derrota eterna, se los encontrará ser los vencedores de la incredulidad y los verdaderos salvadores de la Tradición.
Hemos pasado revista de los testigos fieles, consideremos ahora la delicuescencia de Occidente:
Del año cuarto del imperio de Kennedy al primero de Obama…
Luego de la maniobra de Gorbie en Rusia…
Siendo procurador de las Galias De Gaulle o Sarkozy…
La Reina Madre en Britania y teniendo como procuradores a Churchill, la Thatcher o Tony Blair…
Juan Carlos tetrarca de Hispania…
Encabezando la tetrarquía de Cuba Fidel y su procurador Chávez en Venezuela…
Teniendo los yankees como asalariados en la tetrarquía de Chile a Allende o la Bachelet…
En Uruguay Tabaré Vazquez o el Pepe Mujica…
En Brasil Lula y en Paraguay Lugo…
Siendo procuradores mercenarios en Argentina civiles o militares, cuya lista completa sería tedioso proporcionar, pero incluye nombres que van de Perón a Kirchner, pasando por Cámpora y Menem; de Frondizi a de la Rúa, pasando por Illia; de Aramburu a Viola con todos sus intermedios, sin olvidar a Rodríguez Saá, Duhalde, Alsogaray, Rodríguez, Martínez de Hoz, Cavallo, Tróccoli, Corach, Caputo, Balsa, Beliz, Angeloz, Reutemann y Palito…
Que sean de derecha liberal o de izquierda socialista, los gobiernos democráticos o de facto se ven obligados a ceder ante los dueños del oro y a rendir honor a los principios revolucionarios, causa de la ruina de la Cristiandad y de la civilización.
Lo que mejor sabe hacer el Occidente, otrora cristiano, son las huelgas, las manifestaciones pacifistas u otras (innombrables aquí), las vacaciones, los ocios, la sociedad de consumo y de descomposición…
El Occidente decadente se imagina que eso durará siempre, y nadie le informa que debe renunciar a la democracia o prepararse para morir…
La Iglesia, por su parte, vio a sus intelectuales, luego a sus dignatarios y, por fin, a las masas de fieles dejarse implicar y deslizarse al compás de la corriente… Fue la apertura al mundo, la reconciliación ecuménica, la puesta al gusto del día de los dogmas, de las costumbres y de las instituciones…
Luego del Pontificado de Juan XXIII y Pablo VI; habiendo sesionado el Concilio Vaticano II; después de los fugaces treinta y tres días de Juan Pablo I y los interminables veintisiete años de Juan Pablo II; sucediéndole “la gloria de la oliva” con el falaz nombre de Benedicto…
Habiendo sido nombrados cardenales de Lubac y Congar, y cardenales argentinos Aramburu, Pironio, Primatesta, Quarracino, Bergoglio, y obispos Hesayne, Angelelli, De Nevares, Laguna, Casaretto, Bianchi di Cárgcano, Novak…
Extraordinario cambio, que se termina por las proclamaciones del culto del hombre… de la autodestrucción… de la apostasía silenciosa… de la Barca que hace agua por todas partes… declaraciones hechas por la boca misma de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI…
El mundo, en tiempos de San Juan Bautista, tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista religioso, era un verdadero desierto.
Y para definir bien quién era y cuál era su misión, San Juan se apropia un pasaje muy conocido del profeta Isaías: ego vox clamantis in deserto soy la voz del que clama en el desierto… ¡Que grande, espléndida, entusiasmante es esta misión!… Testigo de la luz en medio de las tinieblas…
Como si dijese: “Os dije que no soy el Cristo; soy la voz de su precursor, es decir, el heraldo predicho por el Profeta como encargado de anunciar su llegada, y disponer los corazones para recibirlo bien”.
Este texto de Isaías se aplicaba literalmente a la salida del pueblo judío del cautiverio de Babilonia y a su regreso a Jerusalén. Pero, profética y simbólicamente, significaba la salida de todo el género humano de la esclavitud del pecado y del demonio por la Venida del Mesías.
En este sentido, San Juan era el heraldo encargado de anunciar su llegada; la voz destinada a gritar, sacudir el entorpecimiento de los judíos, para excitarlos a hacer penitencia, a prepararse para oír pronto la voz del propio Salvador, y a aprovechar bien el gran beneficio de la Redención.
San Juan era una simple, pobre y potente voz. Los fariseos, los saduceos y los herodianos lo despreciaron: un gritón más…, un fanático de la corriente mesiánica, un fundamentalista, un integrista… No podía vencer ni a Pilatos ni a Herodes, políticamente nadie, cero…
Nosotros también, en el tiempo en que vivimos, en el desierto político y religioso del mundo ultramoderno, debemos ser vox clamantis in deserto…, la voz del que clama en el desierto…
¡Qué grande, espléndida, entusiasmante es esta misión!… Estamos en las tinieblas del mundo postmoderno para servir de testigos a la Luz…
Debemos decir al mundo apóstata: “soy la voz, el heraldo encargado de anunciar la Venida de Jesucristo, preparar sus caminos y disponer los corazones para recibirlo bien”; “Soy la voz destinada a clamar, sacudir el entorpecimiento, para excitar a la penitencia…”
Ciertamente, la diferencia es evidente entre un mundo idólatra, como el de la antigüedad, y un mundo cristiano como el de la Edad Media…
Y más aún, la diferencia es enorme entre una sociedad pagana y una sociedad apóstata como esta que se construye desde hace cinco siglos…
Existe una diferencia entre nuestro siglo y los siglos de Cristiandad: debemos oponernos, según nuestro estado y nuestra misión, a instituciones y costumbres cuyo principio animador no es ya cristiano, cuyo espíritu es verdaderamente el de la apostasía, como nos lo hace recordar la epístola del sábado de Cuatro Témporas:
Esta nueva condición, los grandes autores de la Edad Media no podían tenerla en cuenta; no existía en su tiempo, es particular de nuestro tiempo.
Sin embargo la doctrina de los doctores medievales, en sí misma, no debe cambiarse; se trata solamente de colocarla en las perspectivas actuales.
Su enseñanza se formuló mientras que un orden cristiano se mantenía. Debemos penetrarnos de esta enseñanza, y hacerla nuestra en una situación bien diferente, puesto que debemos intentar mantener, en nuestro puesto y según nuestro estado, un orden temporal que se ajuste a la ley de Cristo.
Desde la Revolución, la Iglesia se ve atacada por todas las partes… Violentada por fuera por las fuerzas políticas de las logias…, traicionada al interior por las autoridades modernistas que ocuparon los puestos de mando.
La Iglesia del tiempo de la apostasía es Una, Santa, Católica, Apostólica; y María Inmaculada la sostiene para que se mantenga audaz.
Cuando viene el tiempo malo, hay que seguir siendo fiel a la Virgen Inmaculada, a la doctrina definida, a los Sacramentos y a la Misa de siempre… sin indultos y sin insultos…
Sed fieles, permaneced en paz, tened confianza y una santa alegría de vuestra misión…
Allí donde está el error, el odio, la división, la corrupción de lo mejor y sobre todo… sobre todo… sobre todo la ruptura con la Tradición, la asimilación con el modernismo… sabed que el enemigo está allí…
Sed fieles, permaneced en paz, tened confianza y una santa alegría de vuestra misión…
¡Sed voces que claman en el desierto…!
¡Sed testigos de la luz…!
¡Sabed que el enemigo está allí…!
Pero sabed también que Nuestro Señor, Nuestro Salvador, ¡está a las puertas…!
El otro San Juan, el Evangelista, nos dice que los enviados de los sacerdotes le preguntaron: “¿Quién eres, pues?, para que demos respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?”
San Juan Bautista respondió: “Soy la voz del que clama en el desierto…”
Y San Lucas sitúa bien la misión desempeñada por el Precursor en el curso histórico de su tiempo: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítides, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás…”
Y en este contexto histórico, declara el contenido de la predicación del Bautista: “Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto” “Vox clamantis in deserto”…
¡Qué grande, espléndida es la persona de San Juan Bautista! : “Hubo un hombre enviado por Dios. Éste vino para dar testimonio; para dar testimonio de la luz, para que todos crean por él”.
De la misma manera, podemos situar a otros grandes predicadores del catolicismo, ubicarlos en la marcha de la historia y hacer resaltar su importancia, tanto para su tiempo como para su posteridad: San Justino, San Ireneo, San Agustín, San Gregorio Magno, San León I, San Gregorio VII, San Bernardo, San Francisco, Santo Domingo, etc.
Cada uno de estos Santos predicó el Evangelio, anunció a Nuestro Señor Jesucristo en su tiempo, en su contexto histórico.
Nosotros también, debemos predicar a Nuestro Señor, dar testimonio de la Luz, y debemos hacer referencia al tiempo en el cual vivimos, el contexto histórico donde la Divina Providencia nos ha colocado para dar testimonio.
Y debemos reconocer que “dar testimonio” no implica lo mismo para San Juan Bautista (en los orígenes del cristianismo), que para San Bernardo o Santo Tomás (en la Edad Media)… que para nosotros hoy… en el siglo de la apostasía…
Pero, ¡qué grande y espléndida es también esta misión para nosotros!, a pesar de las diferencias…
Y debemos reflexionar, ¿por qué el Evangelista hace la enumeración de todos esos personajes, príncipes, pontífices, hombres políticos o religiosos? ¿Por qué pasar revista de los “Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanias, Anás, Caifás”?
Tiberio César, ese Emperador fue un monstruo, que no soñaba sino en orgías y asesinatos.
Poncio Pilatos, es el prototipo del estadista despreciado por siempre por su bajeza.
Herodes, es aquél que pronto hará asesinar al Precursor y se burlará de Nuestro Señor, y cuyo padre mató a los Santos Inocentes.
Anás y Caifás, el sacerdocio divino representado por estos dos miserables, que un día contribuirían activamente en la condenación y muerte del Hijo de Dios.
Tiberio César, Poncio Pilatos, Herodes, Anás, Caifás, ¿puede ser mayor la ruina de la conciencia humana?
Por lo tanto, no se trata de una simple localización en el tiempo, si no que es para probar, por el triste estado político y religioso de la nación judía que los Profetas predijeron con toda claridad, la Venida del Mesías… que éste había llegado ya.
En efecto, el cetro, es decir la autoridad soberana, había desaparecido de Judea: El Gobierno del país había pasado entero a las manos de los extranjeros; Judea no era ya en realidad sino una provincia romana, administrada entonces por Poncio Pilatos en nombre de Tiberio, sucesor inmediato de Augusto.
Los tetrarcas, o pequeños reyes de la cuarta parte de un país, aquí nombrados, no eran reyes más que de nombre; su autoridad era muy limitaba y dependía absolutamente del buen placer del emperador de Roma.
El tiempo del Mesías había llegado.
El Evangelista hace mención de Anás y Caifás, que había obtenido por dinero ejercer el cargo de gran sacerdote.
San Lucas quiere pues mostrar en qué deshonra e ignominia había caído el sacerdocio, y anunciar, por ello, que la Antigua Ley iba a dar paso a la Nueva y que el verdadero gran Sacerdote, según el orden de Melquisedec, iba a ser consagrado y ungido por su propia Sangre.
Para nosotros, el contexto histórico donde la Divina providencia nos colocó nos obliga a predicar en medio de la relajación política y religiosa más escandalosa y más turbulenta que conocieron la sociedad civil y la Iglesia.
¡Sí!, es necesario decirlo, nos encontramos ante la mayor revolución religiosa…; debemos enfrentar la autodestrucción de la Iglesia, acompañada del mayor hundimiento político y social de la historia del mundo…
¿Es necesario precisar los nombres? Aquí los tenéis:
En primer lugar, los testigos fieles: Fuit homo missus a Deo… Hubo un hombre enviado por Dios:
Guiados por las enseñanzas y advertencias de San Pío X, que condenara por anticipado el Concilio Vaticano II y sus reformas, se presentaron Monseñor Lefebvre, Monseñor de Castro Mayer; Monseñor Ducaut Bourget; el Padre Le Lay; el Padre Sánchez Abelenda… testigos de la luz…
Cada cual puede poner los ejemplos que ha conocido en su país y que le han ayudado a conservar la fe.
“Éstos vinieron para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por ellos”.
Hay hombres consagrados al servicio de la verdad, del bien, de la belleza, sea en la sociedad civil, sea en el santuario, cuyas empresas aparentemente fracasaron.
Cada uno puede citar estadistas, políticos, prelados, sacerdotes, cuya vida consistió toda entera en combatir, sin éxito aparente, las ideas reinantes, cuyos proyectos tenían asegurado el triunfo por anticipo.
Su existencia de lucha fue una derrota permanente, una ruina absoluta de sus esperanzas, incluso las más legítimas.
Con todo, nadie ha triunfado tanto como estos hombres, siempre vencidos; nadie ha tenido un éxito tan verdadero como estos campeones, siempre execrados, nadie rindió tantos servicios a la causa de la verdadera civilización y de la Fe como estos eternos derrotados.
Su consagración, aparentemente estéril, fue el peso que a la larga hizo inclinar la balanza del lado de la justicia oprimida, de la verdad calumniada y de la inocencia perseguida.
Gracias a estos hombres, el cristianismo triunfó de la persecución pagana, de la violencia de los poderes civiles, de la herejía y de la apostasía de una parte de sus hijos.
Así triunfará aún, no lo pongamos en duda, de los errores actuales en la crisis más terrible que haya tenido que atravesar.
Los sacrificios ofrecidos para la santa causa de la Tradición, aunque aparentemente estériles, siempre suben hasta el trono de Dios, como el incienso.
Y a los que eran considerados como destinados a una derrota eterna, se los encontrará ser los vencedores de la incredulidad y los verdaderos salvadores de la Tradición.
Hemos pasado revista de los testigos fieles, consideremos ahora la delicuescencia de Occidente:
Del año cuarto del imperio de Kennedy al primero de Obama…
Luego de la maniobra de Gorbie en Rusia…
Siendo procurador de las Galias De Gaulle o Sarkozy…
La Reina Madre en Britania y teniendo como procuradores a Churchill, la Thatcher o Tony Blair…
Juan Carlos tetrarca de Hispania…
Encabezando la tetrarquía de Cuba Fidel y su procurador Chávez en Venezuela…
Teniendo los yankees como asalariados en la tetrarquía de Chile a Allende o la Bachelet…
En Uruguay Tabaré Vazquez o el Pepe Mujica…
En Brasil Lula y en Paraguay Lugo…
Siendo procuradores mercenarios en Argentina civiles o militares, cuya lista completa sería tedioso proporcionar, pero incluye nombres que van de Perón a Kirchner, pasando por Cámpora y Menem; de Frondizi a de la Rúa, pasando por Illia; de Aramburu a Viola con todos sus intermedios, sin olvidar a Rodríguez Saá, Duhalde, Alsogaray, Rodríguez, Martínez de Hoz, Cavallo, Tróccoli, Corach, Caputo, Balsa, Beliz, Angeloz, Reutemann y Palito…
Que sean de derecha liberal o de izquierda socialista, los gobiernos democráticos o de facto se ven obligados a ceder ante los dueños del oro y a rendir honor a los principios revolucionarios, causa de la ruina de la Cristiandad y de la civilización.
Lo que mejor sabe hacer el Occidente, otrora cristiano, son las huelgas, las manifestaciones pacifistas u otras (innombrables aquí), las vacaciones, los ocios, la sociedad de consumo y de descomposición…
El Occidente decadente se imagina que eso durará siempre, y nadie le informa que debe renunciar a la democracia o prepararse para morir…
La Iglesia, por su parte, vio a sus intelectuales, luego a sus dignatarios y, por fin, a las masas de fieles dejarse implicar y deslizarse al compás de la corriente… Fue la apertura al mundo, la reconciliación ecuménica, la puesta al gusto del día de los dogmas, de las costumbres y de las instituciones…
Luego del Pontificado de Juan XXIII y Pablo VI; habiendo sesionado el Concilio Vaticano II; después de los fugaces treinta y tres días de Juan Pablo I y los interminables veintisiete años de Juan Pablo II; sucediéndole “la gloria de la oliva” con el falaz nombre de Benedicto…
Habiendo sido nombrados cardenales de Lubac y Congar, y cardenales argentinos Aramburu, Pironio, Primatesta, Quarracino, Bergoglio, y obispos Hesayne, Angelelli, De Nevares, Laguna, Casaretto, Bianchi di Cárgcano, Novak…
Extraordinario cambio, que se termina por las proclamaciones del culto del hombre… de la autodestrucción… de la apostasía silenciosa… de la Barca que hace agua por todas partes… declaraciones hechas por la boca misma de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI…
El mundo, en tiempos de San Juan Bautista, tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista religioso, era un verdadero desierto.
Y para definir bien quién era y cuál era su misión, San Juan se apropia un pasaje muy conocido del profeta Isaías: ego vox clamantis in deserto soy la voz del que clama en el desierto… ¡Que grande, espléndida, entusiasmante es esta misión!… Testigo de la luz en medio de las tinieblas…
Como si dijese: “Os dije que no soy el Cristo; soy la voz de su precursor, es decir, el heraldo predicho por el Profeta como encargado de anunciar su llegada, y disponer los corazones para recibirlo bien”.
Este texto de Isaías se aplicaba literalmente a la salida del pueblo judío del cautiverio de Babilonia y a su regreso a Jerusalén. Pero, profética y simbólicamente, significaba la salida de todo el género humano de la esclavitud del pecado y del demonio por la Venida del Mesías.
En este sentido, San Juan era el heraldo encargado de anunciar su llegada; la voz destinada a gritar, sacudir el entorpecimiento de los judíos, para excitarlos a hacer penitencia, a prepararse para oír pronto la voz del propio Salvador, y a aprovechar bien el gran beneficio de la Redención.
San Juan era una simple, pobre y potente voz. Los fariseos, los saduceos y los herodianos lo despreciaron: un gritón más…, un fanático de la corriente mesiánica, un fundamentalista, un integrista… No podía vencer ni a Pilatos ni a Herodes, políticamente nadie, cero…
Nosotros también, en el tiempo en que vivimos, en el desierto político y religioso del mundo ultramoderno, debemos ser vox clamantis in deserto…, la voz del que clama en el desierto…
¡Qué grande, espléndida, entusiasmante es esta misión!… Estamos en las tinieblas del mundo postmoderno para servir de testigos a la Luz…
Debemos decir al mundo apóstata: “soy la voz, el heraldo encargado de anunciar la Venida de Jesucristo, preparar sus caminos y disponer los corazones para recibirlo bien”; “Soy la voz destinada a clamar, sacudir el entorpecimiento, para excitar a la penitencia…”
Ciertamente, la diferencia es evidente entre un mundo idólatra, como el de la antigüedad, y un mundo cristiano como el de la Edad Media…
Y más aún, la diferencia es enorme entre una sociedad pagana y una sociedad apóstata como esta que se construye desde hace cinco siglos…
Existe una diferencia entre nuestro siglo y los siglos de Cristiandad: debemos oponernos, según nuestro estado y nuestra misión, a instituciones y costumbres cuyo principio animador no es ya cristiano, cuyo espíritu es verdaderamente el de la apostasía, como nos lo hace recordar la epístola del sábado de Cuatro Témporas:
Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de iniquidad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.
Esta nueva condición, los grandes autores de la Edad Media no podían tenerla en cuenta; no existía en su tiempo, es particular de nuestro tiempo.
Sin embargo la doctrina de los doctores medievales, en sí misma, no debe cambiarse; se trata solamente de colocarla en las perspectivas actuales.
Su enseñanza se formuló mientras que un orden cristiano se mantenía. Debemos penetrarnos de esta enseñanza, y hacerla nuestra en una situación bien diferente, puesto que debemos intentar mantener, en nuestro puesto y según nuestro estado, un orden temporal que se ajuste a la ley de Cristo.
Desde la Revolución, la Iglesia se ve atacada por todas las partes… Violentada por fuera por las fuerzas políticas de las logias…, traicionada al interior por las autoridades modernistas que ocuparon los puestos de mando.
La Iglesia del tiempo de la apostasía es Una, Santa, Católica, Apostólica; y María Inmaculada la sostiene para que se mantenga audaz.
Cuando viene el tiempo malo, hay que seguir siendo fiel a la Virgen Inmaculada, a la doctrina definida, a los Sacramentos y a la Misa de siempre… sin indultos y sin insultos…
Sed fieles, permaneced en paz, tened confianza y una santa alegría de vuestra misión…
Allí donde está el error, el odio, la división, la corrupción de lo mejor y sobre todo… sobre todo… sobre todo la ruptura con la Tradición, la asimilación con el modernismo… sabed que el enemigo está allí…
Sed fieles, permaneced en paz, tened confianza y una santa alegría de vuestra misión…
¡Sed voces que claman en el desierto…!
¡Sed testigos de la luz…!
¡Sabed que el enemigo está allí…!
Pero sabed también que Nuestro Señor, Nuestro Salvador, ¡está a las puertas…!