sábado, 20 de marzo de 2010

Iº de Pasión


DOMINGO DE PASIÓN


Las cuatro semanas de Cuaresma nos han conducido al tiempo litúrgico de Pasión, que se caracteriza por revivir las circunstancias que han preparado y rodeado la muerte del Redentor.

Se acentúa el carácter austero de la liturgia: la Iglesia cubre las cruces y las imágenes de los santos con velos morados. El Evangelio de hoy termina por estas palabras llenas de sentido y dignas de ser meditadas:

Jesús autem abscondit se, et exivit de templo… Jesús se escondió y salió del templo…

Hemos llegado al momento de considerar más atentamente a Nuestro Señor en los misterios de su Pasión. Y como este año la fiesta de la Encarnación del Verbo se celebra durante esta primera Semana de Pasión, no debemos olvidar que el Verbo se encarnó para saldar la deuda infinita debida por el pecado del hombre, para glorificar a su Padre Eterno y para justificar al hombre prevaricador.

La Iglesia nos invita a meditar estos misterios. Ella se une a la divina víctima; la Iglesia ora junto con Jesús, sufre con Él; con Él se abraza a la Cruz.

Al comienzo de la Misa de este día, en el introito, la voz de Nuestro Señor se hace oír... Él reza, Él pide, Él clama: Iudica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta. Ab homine iniquo et doloso eripe me...

Cargado con todos los pecados del mundo, el Cordero de Dios, asediado por la malicia del demonio y de todos los hombres, abandonado por los suyos y traicionado por Judas, no tiene a nadie sino a su Padre a quien dirigirse para presentar su queja. Y a su Padre reza, pide, clama: Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa contra un pueblo injusto. Del hombre inicuo y falaz, líbrame…

Dirigiéndose a su Padre, lo llama “su Dios”; testimoniando de este modo el sentimiento que tiene de nuestros pecados, de su estado de víctima. Él esta allí, delante de la justicia divina, cargado con todos los pecados de los hombres, para dar cuenta de todos y cada uno de ellos.

Del fondo de su humildad, la cual es muy profunda a causa de la santidad divina, que Él adora, y a causa de la ignominia de los pecados que carga..., del fondo de su humildad se dirige a su Padre y le pide justicia: Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa...

Nuestro Señor sufre un gran proceso... Allí están el demonio, el infierno, el mundo y el pecado, que se unen para hacerlo sufrir y morir...

Y Nuestro Señor quiere sufrir y quiere morir; pero sufriendo y muriendo, Él pide justicia... Justicia para Sí, justicia para nosotros...

Justicia para Sí, a fin de que sea liberado de la muerte; justicia para nosotros, a fin de seamos perdonados del pecado y sus consecuencias...


Con estos pensamientos que suscita el introito de esta Misa, consideremos el misterio de la Encarnación del Verbo. Y el jueves, al celebrar con gozo y solemnidad esta fiesta, recordemos la escena que nos pinta la gran apertura de la Semana de Pasión...

Para darnos cuenta cabal de lo que significan la Encarnación y la Pasión, contemplemos la miseria del mundo y del hombre alejado de Dios y abandonado a sus afecciones desordenadas. Consideremos la necesidad de la Encarnación.

Tomemos para ello la Meditación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Ver las personas sobre la faz de la tierra: el mundo, los hombres... Todos hijos de un mismo padre, un tiempo nobilísimo, pero que prevaricó y se degradó y nos engendró también hijos degradados... ¿Qué sería de nosotros sin Redentor?

Prueba patente de la miseria extrema de la naturaleza humana, que, impregnada de aficiones desordenadas, no puede mantenerse en el recto uso de las criaturas sin el auxilio de Dios.

Ver las personas, en tanta diversidad... unos blancos y otros negros...: de diversas razas, costumbres, civilizaciones..., sabios e ignorantes, ricos y pobres, vestidos y desnudos, salvajes y cultos...


Pero todos igualmente degradados en su vida individual, familiar y social.

Diversidad infinita, pero todos igualmente despreocupados de la rectitud en el uso de las criaturas, igualmente esclavizados a sus pasiones desordenadas, igualmente necesitados del Redentor que los rescate de sus pecados y consecuencias.

¡Pobre naturaleza humana!, degradada por el pecado y sus consecuencias, fuente a su vez de nuevos pecados. ¡Pobres hombres!...

Contemplemos, pues, la fealdad y malicia del género humano pecador.


Oír lo que hablan las personas sobre la tierra. Casi nunca alabando a Dios, muchas veces a impulsos de sus pasiones: vanagloria, gula, lujuria, avaricia, acidia, envidia, ira...

Cómo juran y blasfeman. Toda esa gritería soez y brutal de unos hombres con otros resuena como un trueno infernal…, el eco de las blasfemias con que el género humano se dirige a Dios.

Estos insultos vienen de los campos, de las ciudades, de los hogares; brotan de los libros, de las pantallas de los cines y televisión; surgen de los labios de los niños, de los adolescentes, de los hombres y de las mujeres, de los sanos y de los enfermos... El mundo es un blasfemadero...

Esa es la humanidad creada por Dios para alabarlo, reverenciarlo, servirlo... Ese es el mundo sin Cristo...

Ver y considerar las tres Personas Divinas. Como desde el solio real o trono de su divina majestad miran toda la faz y redondez de la tierra y a todas las personas, a todos los hombres y a cada uno de ellos en particular.

Los ven en su ceguera e ignorancia de Dios. Como viven y mueren sin Dios, sin volverse a Jesús ni siquiera en el momento de dejar este mundo.

Los ven descender al infierno... abandonados a sus propias fuerzas y caprichos... sin Redentor...

Oír lo que dicen las Personas divinas: hagamos la Redención del género humano.

Acaba Dios de precipitar al infierno a miríadas de ángeles por haber cometido un solo pecado…; y vuelve su mirada justiciera sobre los hombres para deliberar lo que ha de hacer con el linaje humano, al cual encuentra hecho una postema de pecado. ¿Y cuál es la respuesta divina?

Hagamos la Redención del género humano… Y en aquel mismo momento, de la purísima sangre de la Virgen sin mancha formó el Espíritu Santo un cuerpo perfectísimo; creó de la nada un alma purísima; y la unió a aquel cuerpo.

Y en este mismo instante por obra del Espíritu Santo este cuerpo y esta alma fueron asumidos por la Persona del Hijo de Dios; de suerte que el que antes era sólo Dios, sin dejar de serlo, quedó hecho Hombre; y el que hubiera sido sólo hombre, fue creado unido a la divinidad, siendo verdadero Dios...

Et Verbum caro factum est… Et propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis…

Semetipsum exinanivit, se anonadó a Sí mismo. El Verbo deja los esplendores del Cielo, la magnificencia de su trono, las adoraciones y aclamaciones de su corte... para esconderse en la tierra, en el seno de una Virgen...

El primer latido del Corazón del Verbo Encarnado es para su Padre.

La primera palabra del Verbo Encarnado es también para el Eterno Padre. En el momento mismo de su concepción comprendió Jesús que su primera obligación era cumplir la voluntad de su Padre.

Y ésta lo llevó hasta la Cruz…

Por eso hoy, al comienzo de estas dos semanas de Pasión, la Iglesia pone en labios del Verbo Encarnado su amarga queja y su súplica ardiente: Iudica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta. Ab homine iniquo et doloso eripe me…


Jesús se escondió y salió del templo…

Aprovechemos estas dos semanas para reentronizar a Jesús en el Templo de nuestra alma y de nuestras familias…