TERCER DOMINGO DE CUARESMA
Si con el dedo de Dios expulso a los demonios,
ciertamente el Reino de Dios ya ha llegado a vosotros
ciertamente el Reino de Dios ya ha llegado a vosotros
La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús, Príncipe Eterno de la Luz, en lucha con Satanás, príncipe de las tinieblas, a quien expulsa del cuerpo de un poseso… Asistimos a la contienda entre la luz y las tinieblas…
Como nos lo muestra el Primer Domingo de Cuaresma (la triple tentación de Cristo), ya desde el comienzo de su misión se había medido Jesús con el demonio…
En el momento de su Pasión se entablará el combate supremo, que coronará su victoria: Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera.
La Sagrada Escritura resume toda la obra de Jesucristo como un triunfo total y definitivo sobre Satanás: Oí una gran voz en el cielo que decía: “ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos”.
Así, pues, toda la misión de Nuestro Señor se nos presenta como un conflicto y un triunfo sobre el demonio... Una contienda de una extensión universal entre la luz y las tinieblas, con una derrota completa de Lucifer, cuyo nombre (portador de la luz) indica, como triste paradoja, la encumbrada situación que ocupaba…: Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos…
Ahora bien, la lucha contra el demonio continúa en los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
Estamos en Cuaresma, y esto nos recuerda la Cuaresma de la primitiva Iglesia, durante la cual tenía lugar la preparación inmediata de los catecúmenos para la recepción del santo Bautismo en la Vigilia Pascual.
Ya habían pasado por el interrogatorio, para comprobar su formación cristiana; ya había tenido lugar la insuflación o pequeño exorcismo: sal de ella, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu Santo; un sacerdote había trazado sobre su frente la señal del cristiano, y otro había impuesto sus manos sobre su cabeza para hacerles entender que la Iglesia había tomado posesión de ellos; finalmente, otro presbítero había impuesto la sal sobre sus labios para preservarlos de la corrupción del mundo y cicatrizar las heridas del pecado...
El miércoles de esta tercera semana de Cuaresma eran presentados al Obispo por sus padrinos, quienes testimoniaban la idoneidad de sus ahijados y se comprometían a su formación así como a ayudarlos a llevar una vida cristiana.
Pero como la lucha contra el demonio es dura, los candidatos al Bautismo eran exorcizados para abrir sus corazones a las palabras de Dios y para que sin temores confesasen a Cristo. Lo mismo que había sucedido con el sordomudo del Evangelio de hoy: cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron.
Luego, así como los gladiadores del circo ungían sus cuerpos para disponer sus miembros a la lucha y para dar menos asidero al enemigo, también los catecúmenos eran ungidos con el Óleo Sagrado en forma de cruz en el pecho y en las espaldas para estar bien preparados para el combate espiritual.
Después, mirando al Occidente, donde el sol desaparece, zona de tinieblas, imagen del pecado, los catecúmenos afirmaban renunciar a Satanás, a sus obras y a sus pompas, es decir a todos los ritos idolátricos que acompañaban las fiestas paganas y los grandes triunfos militares en el Capitolio.
Inmediatamente, con un gran movimiento giratorio, se ponían frente al Oriente, donde se eleva el sol, de donde viene la luz, imagen de Cristo, Sol de Justicia, y proclamaban que también ellos iban a cumplir con su Pascua, es decir con su pasaje del pecado a Dios.
Durante la Vigilia Pascual, el templo está sumergido en las tinieblas, imagen una vez más del pecado y sus consecuencias. Pero he aquí que llega el cortejo portando los cirios benditos, encendido con el fuego también bendecido por el Obispo, imágenes de Cristo que ilumina a los bautizados. El diácono por tres veces entona el Lumen Christi y luego el Exultet, el cántico de triunfo y de alegría que evoca la noche en la cual los hebreos fueron arrancados de la esclavitud, así como celebra especialmente la noche que contempló la Resurrección del Salvador...
Los catecúmenos también tendrían su noche, la bienaventurada noche que los arrancaría del pecado y los haría nacer a una nueva vida.
Antes de recibir el agua bienhechora, debían confesar su fe en Jesucristo. Su padrino les ayudaba a quitarse la toga, imagen del hombre viejo y, mientras atravesaban la piscina, dejaban sepultado el cuerpo de pecado para salir por el otro lado, resucitados con Cristo.
En ese momento eran revestidos con la vestimenta blanca, símbolo de la pureza de su alma y de la victoria de Cristo sobre el demonio, el pecado, el mundo y la muerte; victoria que de ahora en más tendría que ser la suya.
Finalmente, sosteniendo un cirio encendido, entraban procesionalmente en la Iglesia llevando en sus manos la imagen de Jesucristo, luz de este mundo.
Parecería ser que nos hemos alejado un poco del tema que nos ocupa, del comentario del Evangelio del día, pero no es así. Hemos dicho que la lucha contra el demonio continúa en los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y que estamos en Cuaresma, lo cual nos recuerda la Cuaresma de la primitiva Iglesia, durante la cual tenía lugar la preparación inmediata de los catecúmenos para la recepción del santo Bautismo en la Vigilia Pascual.
En el alma de todo bautizado sucede lo que predijo Nuestro Señor: Si con el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos.
Lo mismo debemos decir de la Sociedad. La lucha de la Cabeza y de los miembros se extiende a la vida diaria, a la vida en familia y en sociedad. La humanidad, ciega, sorda, muda, era presa del demonio. Vino Cristo y la liberó. Esa sociedad, abierta a la Luz y a la Verdad, fijó su mirada en el Salvador y emprendió nuevos caminos, lejos de las tinieblas del pecado.
Es lo que nos recuerda San Pablo en la Epístola de Hoy: No queráis tener parte con los incrédulos. Porque en otro tiempo erais tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Andad como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad; y no toméis parte con ellos en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien manifestad abiertamente vuestra reprobación.
Pero, el Evangelio de hoy nos advierte también qué sucede cuando un alma (y debemos extenderlo a una familia y a una sociedad)..., qué sucede cuando se apartan de Jesucristo...
A medida que se alejan de Jesús, de su doctrina, de su moral, reaparecen los errores y los males, aumentados y empeorados: Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no encontrarlo, dice: “Me volveré a mi casa, de donde salí”. Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio.
Así vemos como los tres monstruos que expulsó Cristo con su Iglesia, con la doctrina y la moral cristianas, reaparecen hoy magnificados; descomunales colosos a los que no hay fuerzas capaces de enfrentar... ¿Qué cuáles son esos tres monstruos? Pues bien, ellos son la esclavitud, los sacrificios humanos y el culto satánico.
No es el momento ni el lugar para desarrollar este punto, pero solamente el cristianismo puede nuevamente sujetar a esos titanes, encadenarlos y expulsarlos, sea de un alma, sea de una familia, sea de la sociedad toda. Sólo el cristianismo puede erradicarlos nuevamente.
Debemos confiar en nuestra vocación cristiana, sabiendo que toda victoria sobre el demonio es una extensión del Reino de Dios, tanto en nosotros como en la sociedad..., y viceversa, toda derrota cristiana, toda victoria del demonio es una recuperación con creces de sus dominios.
Pero contamos con aquello que ya venció una vez y para siempre a Satanás…: si con el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.
Debemos exorcizar y bautizar la sociedad…; incluso a veces nuestras propias familias.
Debemos expulsar una y otra vez al demonio y dar lugar al Espíritu Santo en nuestras almas, en nuestras familias, en la sociedad toda…
Tenemos que hacer que la Iglesia tome posesión nuevamente de ellas; hay que imponer la sal sobre el mundo para preservarlo de la corrupción y cicatrizar las heridas del pecado…
Ungidos como estamos con el Óleo Sagrado y consagrados con el Santo Crisma, convertidos en soldados de Cristo, debemos pelear el buen combate de Dios…
Mirando despreciativamente hacia el Occidente, debemos renovar nuestras renuncias a Satanás, a sus obras y a sus pompas…, a todos esos ritos idolátricos que acompañan hoy las modernas fiestas paganas…
Vueltos hacia el Oriente, es necesario que proclamemos a Cristo en medio de esta sociedad adúltera y perversa…
No podemos olvidar que fuimos arrancados de la esclavitud del demonio y nos hemos constituido en siervos de Jesucristo, revestidos con la vestimenta blanca de la resurrección y de que llevamos un cirio encendido porque debemos ser la luz de este mundo.
Durante la Vigilia Pascual, Dios mediante, renovaremos este año nuestras promesas bautismales como lo hemos hecho en años anteriores.
Para que esa reiteración no sea rutinaria y desprovista de toda significación y eficacia, aprovechemos estas cuatro semanas que nos separan de ese solemne acto par disponer nuestras almas de modo tal que este año produzca una verdadera renovación espiritual y marque el comienzo de un definitivo triunfo sobre el demonio diciendo:
Preparemos desde ahora esta fórmula de renuncia y de compromiso:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, delante de la Santísima Trinidad y en presencia de la Santa Iglesia, renuncio a Satanás, abomino del mundo, sus pompas y vanidades, propongo nunca más ofenderos y seros fiel hasta la muerte.