sábado, 27 de marzo de 2010

IIº de Pasión


DOMINGO DE RAMOS


El Evangelio de este Domingo de Ramos nos relata uno de los hechos más extraordinarios de la vida del Salvador: su entrada triunfal en Jerusalén.

Sabemos cuánto apreciaba Nuestro Señor la oscuridad y la humildad; lo vimos, en varias circunstancias, huir los honores que el pueblo quería rendirle. Ahora bien hoy, por una disposición misteriosa de su sabiduría, sabiendo que su hora había llegado y que está en la víspera de consumar su sacrificio, quiere ser recibido triunfalmente en la Ciudad Santa, en la ciudad real, y ser reconocido y aclamado como el verdadero Mesías.

Fue un último medio y un supremo esfuerzo de su ternura para convertir los corazones rebeldes de los judíos y salvarlos.

¡Misterio extraño!

Misterio de humildad y de amor misericordioso por parte de Jesús…

Misterio de endurecimiento por parte de los judíos…

Misterio de la inconstancia humana… Un pueblo que hoy se regocija con exultaciones, cantando ¡Hosanna!, y dentro de cinco días, este mismo pueblo, empujado por sus jefes, vociferará a una voz ante Pilatos: ¡Crucifícale!

Como recordarán, Nuestro Señor venía de Jericó, donde había curado a dos ciegos y convertido a Zaqueo; después de haber pasado el día del Sábado en Betania, se puso en marcha el domingo para dirigirse al templo de Jerusalén, pasando por Bethfagué.

Bethfagué era un pequeño pueblo situado del otro lado del Monte de los Olivos, a dos kilómetros de la Ciudad Santa. Allí se guardaban las víctimas destinadas a los sacrificios y cuatro días antes de la Pascua solemne, se los conducía al Templo, adornadas con flores, para ser inmoladas.

Jesús quiere pasar por este lugar para hacernos entender que es la Víctima por excelencia, que va a sacrificarse por la salvación del mundo, el verdadero Cordero Pascual, cuya sangre reconciliará la tierra con el Cielo.


Una muchedumbre extendió sus vestidos sobre el camino; otros cortaban ramas de árboles y cubrían el suelo. Es un gran testimonio de reconocimiento y de alegría esa actitud de extender sus prendas de vestir, a modo de alfombra, bajo los pasos de un benefactor y de hacerle escolta con palmas en la mano.

El sentido místico es que las prendas de vestir así extendidas por tierra significan la renuncia, la abnegación, el sacrificio de los bienes temporales y de las comodidades del cuerpo, por el amor a Jesús; y las palmas significan la victoria sobre las pasiones, así como los actos de virtudes y las buenas obras.

Y los que lo seguían exclamaban: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto de los cielos!

Hosanna quiere decir aquí: ¡Salud, paz y gloria! Es un deseo de bienvenida, y el más hermoso que se pueda ofrecer a alguien.

Lo reconocen como el Mesías, el verdadero Rey de Israel.

Bendito sea el que viene en el nombre del Señor para llevar a cabo su obra, para redimir y salvar al género humano.

¡Hosanna in excelsis! Era como un eco del cántico de los Ángeles en Belén.

La Iglesia adoptó en su Liturgia alguno de esas bellas palabras, y las hace recitar por sus sacerdotes en la Santa Misa, en el Sanctus, inmediatamente antes del Canon, para reanimar nuestra fe y nuestro amor hacia Jesús, que va a descender sobre el altar, y para excitarnos a recibirlo en nuestro corazón.


Pero, podemos preguntarnos, ¿cuáles eran los sentimientos del Salvador al escuchar esas aclamaciones y esos cánticos de triunfo?

Seguramente, su Corazón se alegraba por la sinceridad y el amor de este pueblo; pero oía al mismo tiempo los murmullos celosos y rencorosos de los Príncipes de los Sacerdotes y de los Fariseos, que esta demostración, sin embargo tan pacífica, acababa por exasperar.

El sabía que el Sanhedrin, a propuesta de Caifás, había votado su muerte. Sabía que dentro de cinco días, Jerusalén resonaría con el grito deicida: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! y que entre todas las voces que lo aclamaban hoy no habría una sola que se elevaría para tomar su defensa.

Por eso San Lucas nos dice que el Salvador, en el momento de apercibir la ciudad, se puso a llorar de dolor sobre ella…

Esta sucesión de alabanza y de ignominia; esta mezcla de gozo y de tristeza; esos transportes de alegría del pueblo el Domingo de Ramos, enseguida trocados el Viernes Santo en gritos de furia contra aquél que acababan de proclamar Rey, deben inspirar estas reflexiones.

La historia de la Semana Santa se abre con un glorioso triunfo, prontamente seguido de un revés completo y humillante, por el cual se ahoga, en un instante, un movimiento popular tan lleno de hermosas esperanzas; y a la muerte del Rey, sigue la dispersión de sus partidarios y la victoria total de sus enemigos.

Esto es lo que cree ver la mirada de los hombres; pero es precisamente todo lo contrario a los ojos de Dios. En realidad, el triunfo del Domingo de Ramos no es nada en comparación de la victoria del Viernes Santo, y el divino Conquistador de las almas pasa Victorioso por delante de sus enemigos prosternados.


Sobre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, debemos considerar que todo es misterio en la vida inefable del Salvador, que nada sucedió sin los decretos de la Sabiduría eterna, y que todo es para nosotros un tema grande y fértil de instrucción…

Consideremos, pues, la Persona misma de Jesús y los sentimientos de los judíos para sacar algunas enseñanzas.


En cuanto a Jesús, Él llega al final de su misión sobre la tierra… Desde hace tres años, recorre Palestina, predicando por todas partes su doctrina divina, haciendo toda clase de milagros y multiplicando los beneficios bajo sus pasos.

Toda su vida no fue más que un acto continuo de caridad y de humildad… ¿Por qué su intención de hoy, de ser recibido triunfalmente en la Ciudad Santa, en la ciudad de David?

Es para afirmar altamente y hacer reconocer sus derechos y su misión divina, para poner de manifiesto que es el verdadero Hijo de David, el Mesías prometido, anunciado por los Profetas y esperado desde siglos…

Las circunstancias que preceden y aquéllas que acompañan su triunfo prueban su divinidad, así como el cumplimiento del oráculo de Zacarías…

Es también para dar a Jerusalén y a todo el pueblo judío un supremo testimonio de su misericordia y de su amor, viniendo a ellos como un rey pacífico, manso y humilde, ofreciéndoles una última vez la paz y la felicidad, y no queriendo emplear hasta el final, para conquistar los corazones, otras armas que un amor inmenso y la profusión de sus beneficios…

Quiere manifestar con qué alegría y con qué amor iba a ofrecerse a la muerte, con el fin de redimir a los hombres… Vino a la tierra para ser la Víctima de su Padre, la Víctima santa por excelencia, el verdadero Cordero pascual, cuya sangre debe ser el rescate de su pueblo… La Pascua se acerca, y conviene que la víctima sea conducida solemnemente al templo, para ser inmolada…

Quiere probar que no se le dará muerte sino a su hora y según su voluntad, conforme a los decretos divinos; para afirmar así su soberana independencia, que triunfa de todo, reduciendo a silencio las maldades de sus enemigos.


Quiere preparar a sus discípulos y a la muchedumbre para su Pasión,… asegurarlos y consolidarlos contra el escándalo de sus sufrimientos y de su muerte.

¡Cuán admirable y adorable es este divino Salvador en su marcha triunfal! … Es el Dios todopoderoso, el Rey del Cielo y de la tierra, la Majestad suprema que los Espíritus celestiales adoran temblando… Y avanza hoy, lleno de humildad, de bondad, de mansedumbre, bendiciendo, rogando, y también llorando sobre esta ciudad ingrata de Jerusalén…


¡Qué contraste con los sentimientos de los judíos!

Jerusalén, al aproximarse la fiesta de Pascua, rebosaba de mundo… ¿Cuáles eran los sentimientos de este pueblo respeto del Salvador, inmenso testigo diario de sus predicaciones y sus milagros?

En primer lugar estaba la muchedumbre de gente simple y pobre, tanto de la misma ciudad como distintas partes de Palestina. Cuando se enteraron que Jesús, el gran Profeta, el Taumaturgo, se acercaba, salieron a su encuentro, extendiendo bajo sus pies, a lo largo del camino, sus mantos y ramas de palmeras y olivos, en señal de alegría y gratitud, mientras cantaban: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto de los cielos!

Es el grito de la fe, del reconocimiento y del amor… ¡Desgraciadamente!, por una lamentable revocación, en cinco días, cuántos de esos mismos hombres gritarán Crucifigatur! Cuántos no se atreverán a elevar la voz para defenderlo, cuántos irán a ocultarse cobardemente, comenzando por los mismos discípulos… Misterio de la inconstancia y de la debilidad humanas…


Pero también, cuántos indiferentes en esta gran ciudad, simples curiosos, preguntando ¿Quién es éste? ¿Quién es este nuevo rey? ¿Por qué este triunfo? … Y con todo, debían conocer bien a Jesús… Pero estos hombres eran, sin duda, gente práctica según el mundo, solamente preocupados de sus asuntos y cosas terrenas; gente prudente, que temía comprometerse delante de los príncipes de la nación… ¡Oh misterio de ingratitud, de egoísmo, de negligencia!…


Finalmente, estaban los Príncipes de los Sacerdotes, los Ancianos, los Fariseos, orgullosos, carcomidos por los celos y el odio contra Jesús, y que habían jurado su muerte… Este triunfo de Jesús acababa de exasperarlos, y se decían: ¡Ved, no ganamos nada; he aquí que todo el mundo corre detrás de él! Caifás tiene razón, es necesario a todo precio que este perturbador de la nación desaparezca; ¡Oh misterio de la malicia, de la injusticia y del endurecimiento, que arrancaba lágrimas al Corazón compasivo del Salvador!…


Vamos a ver que los hombres son, de edad en edad, siempre los mismos, siempre malévolos, siempre ingratos, siempre débiles, siempre insensatos… ¡Sí!, los cristianos de hoy día


Jesús, infinitamente sabio, poderoso y bueno, encontró el medio de permanecer en medio de nosotros para confortarnos, consolidarnos, colmarnos de sus de gracias y reinar sobre nosotros…

Hoy mismo, con motivo de la Pascua que se acerca, sus Ministros nos recuerdan su entrada triunfal y dicen a cada uno nosotros: ¡Ahí tenéis a vuestro Rey!, que viene a vosotros lleno de mansedumbre y bondad. Preparaos para recibirle, ya que vuestro Dios, vuestro Soberano, vuestro Padre os invita, lleno de ternura y de amor… ¡No lo despreciéis, ni lo rechacéis!…

¡Desgraciadamente!... aún hoy, como ayer en Jerusalén, Jesús es rechazado entre los cristianos, hijos de Dios, colmados de los beneficios del Salvador…

Hay (¿quién lo creería?) enemigos encarnizados, que resisten a Jesús y hacen a Él y a su Iglesia una guerra incesante.

Hay perseguidores, blasfemadores, sacrílegos…, hay Caifases y Judas…

Hay aún, y en mucho mayor número, desgraciadamente, cobardes e indiferentes, que conocen a Jesús, pero hacen como si lo ignorasen…, no quieren comprometerse delante de Caifás o de Herodes, para declararse sus discípulos, marchar delante de Él, rendirle honor y recibirlo triunfalmente…

¡Qué dolor causan al Corazón de Jesús esta ingratitud, esta negligencia culpable, esta cobardía!…

Hay quienes exclaman hoy ¡Hosanna! y mañana gritan ¡Crucifigatur!

¡Cómo hacen llorar a Jesús por su inconstancia y su culpable debilidad!…


¿Qué es de nosotros? ¿Queremos recibir a Jesús? ¿Y cómo?…

Excitemos cada vez más en nosotros vivos sentimientos de fe, de agradecimiento y de amor…

Para recibirlo bien y conservarlo, despojémonos de los vestidos del hombre viejo, pisoteemos nuestras pasiones, ofrezcámosle las palmas de las buenas obras y el aceite de la mortificación y oración…