DOMINGO EN LA OCTAVA
DE LA ASCENSIÓN
DE LA ASCENSIÓN
En el momento de subir al Cielo, Nuestro Señor renueva a sus Apóstoles la promesa hecha, después de la Última Cena, de enviarles el Espíritu Santo, y les recomienda prepararse para su llegada.
Tomemos para nosotros mismos esta recomendación, y durante esta semana, a imitación de los Apóstoles, preparémonos para esta fiesta de Pentecostés, tan solemne y tan fructuosa para las almas bien dispuestas.
Pero, ¿qué debemos hacer para merecer recibir bien al Espíritu Santo?
Es necesario alejar todo lo que le desagrada y todo lo que puede constituir un obstáculo a sus gracias; atraerlo, además, a nosotros por nuestras santas disposiciones; y estar atentos para aprovecharnos bien de su venida y de sus inspiraciones y dones.
I. - Alejar todo lo que desagrada al Espíritu Santo
y todo lo puede constituir un obstáculo a sus gracias
El Espíritu Santo es Dios de amor y de santidad; por eso debemos poner el mayor cuidado posible para evitar todo lo que le desagrada, le contriste y le impidiese venir a permanecer en nosotros…
En primer lugar, hemos de evitar el pecado; ya que éste hace a nuestra alma desagradable y odiosa a los ojos de Dios.
Si esta ofensa es grave, apaga en nosotros la caridad; si sólo es venial, la enfría…
Nuestra alma debe ser el templo o tabernáculo del Espíritu Santo; debemos, pues, velar para que sea absolutamente pura y no tenga la menor mancha…
Examinemos si tuvimos la desdicha de caer en pecado mortal; hagamos penitencia, purifiquemos nuestro corazón por una verdadera contrición y una buena confesión…
Si por una gracia especial de Dios nuestra alma se encuentra libre de toda mancha, agradezcamos a Dios y permanezcamos en la humildad y en la más exacta vigilancia…
Huyamos del espíritu del mundo, que es mentira, maldad y fealdad, mientras que el espíritu de Jesús es verdad, bondad y belleza…
Huyamos también de los lazos demasiado humanos y demasiado sensuales…
Que todo en nuestro interior permanezca en el orden, o vuelva a él. Del mismo modo, mortifiquemos la búsqueda de las comodidades y caprichos del cuerpo, ya que todas estas cosas son otros tantos peligros y obstáculos a la acción bienhechora del Espíritu Santo en nosotros…
Velemos, examinemos nuestro corazón, y no guardemos en él nada que pueda alejar o contristar en nosotros al divino Huésped que esperamos.
II. - Atraer al Espíritu Santo
por nuestras buenas disposiciones
La primera disposición es poner nuestra alma en un santo recogimiento, como hicieron los Apóstoles, separándose del mundo exterior y encerrándose en el Cenáculo durante diez días…
“Si quieres preparar bien el oído de tu alma, dice San Bernardo, expulsa las preocupaciones de las cosas exteriores”.
El Espíritu Santo es un espíritu de paz, que odia el ruido, el desorden y la disipación, y que sólo quiere hablar al alma en la calma y el retiro…
Es Dios celoso, que no se comunica plenamente sino a las almas delicadas, que evitan de verterse, derramarse fuera, y que gozan con sus secretos y sus tranquilas conversaciones…
Velemos más atentamente durante esta semana… Ciertamente, es necesario consagrarse a los trabajos de su estado o su empleo, pero evitemos toda diversión frívola, toda conversación inútil; que nuestro corazón vele, es decir, se prepare, incluso en medio del trabajo, elevándolo más a menudo a Dios…
Acerquémonos a Dios, y Dios se acercará a nosotros.
La segunda disposición es rezar aún más y con mayor entusiasmo.
El Espíritu Santo quiere venir a nosotros para enriquecernos con sus dones; pero quiere ser deseado, pedido, solicitado con insistencia.
Excitemos, pues, en nuestro corazón santos deseos, tanto más ardientes cuanto que el divino Espíritu quiere colmarnos de sus gracias en proporción a nuestro entusiasmo y nuestros deseos…
Intentemos durante esta semana hacer mejor nuestros ejercicios espirituales, reservarnos algunos momentos en el día para rogar y enviar al Cielo suspiros más ardientes.
Roguemos, en unión con María Santísima, Reina del Cenáculo y de los Apóstoles; apoyándonos en Ella, rogándole nos participe sus disposiciones interiores, sus virtudes, su pureza, su amor, su entusiasmo, su humildad…
Esta buena Madre nos ama, y en unión con Dios quiere nuestra santificación… Demostrémosle una confianza muy filial, y nos ayudará a prepararnos bien y a merecer, por su intercesión, las gracias del Espíritu Santo.
El divino Espíritu, siendo un espíritu de caridad y de amor, se complace en la paz y unión de los corazones…
Contemplemos a los Apóstoles en el Cenáculo, no tenían sino un corazón y un alma.
Es necesario, por lo tanto, como tercera disposición tener cuidado de vivir con todos nuestros hermanos en la paz, la caridad y una perfecta armonía.
No dejemos entrar en nuestro corazón ningún sentimiento de celos, resentimiento, acritud u odio contra quienquiera que sea.
III. - Estar atentos para aprovecharse bien
de las gracias del Espíritu Santo
En primer lugar, estemos vigilantes y bien atentos a la llegada del Espíritu Santo y a sus divinas mociones; ya que se presenta a veces muy de improviso; ¡y qué desdicha sería para nosotros, si nuestro corazón durmiese o permaneciese cerrado!
Perderíamos gracias preciosas que nos hubiesen santificado…
Seamos bien fieles en corresponder a las gracias del Espíritu Santo y en hacerlas fructificar en nosotros.
Cada gracia es un talento de gran precio, que nos es confiado por Dios, y el cual debemos negociar.
¡Desdicha para nosotros si, por nuestra tibieza o nuestra negligencia, estos talentos siguen ocultos e improductivos!
¡Cuántas almas condenadas por la pérdida y el derroche de las gracias del Espíritu Santo!
Finalmente, recibamos siempre las mercedes del Espíritu Santo con humildad; sabiendo que somos indignos; con confianza, reconocimiento y amor; agradeciendo como la Santísima Virgen, y demostrando nuestro amor por nuestra vida santa, nuestra dedicación por los intereses de Jesús, y por nuestro celo en obtener su gloria en nosotros mismos y en torno a nosotros.
Intentemos durante esta semana preparar bien nuestros corazones, a fin de que en el hermoso y santo día de Pentecostés, el Espíritu divino venga a colmarnos con sus gracias, encendernos, fortalecernos, santificarnos, transformarnos, como a los Apóstoles.
Que la Reina del Cenáculo y de los Apóstoles, María Santísima, nos obtenga todas estas gracias.