QUINTO DOMINGO
DESPUÉS DE PASCUA
DESPUÉS DE PASCUA
Sobre la eficacia de la oración
El divino Salvador, viendo a sus Apóstoles afligidos por el anuncio de su partida, los reconforta y consuela prometiéndoles que no los olvidará y que todo lo que pidieren al Padre celestial en su nombre se los concederá.
¡Promesa espléndida y totalmente digna de Dios! Pone en sus manos la llave de los tesoros del cielo.
En este Quinto Domingo de Pascua, que antecede los tres días de Rogativas, debemos preguntarnos: ¿en qué se funda la eficacia de la oración?
Está basada en la bondad de Dios, en su omnipotencia de Dios y en sus promesas.
Dios es un Padre infinitamente bueno, que nos ama, que conoce nuestras necesidades y que quiere ayudarnos y colmarnos con toda clase de bienes.
Dios, infinitamente bueno, no solamente quiere ayudarnos, sino que también lo puede, puesto que es omnipotente.
Por nuestras oraciones, Dios quiere y puede siempre concedernos lo solicitado, ya que sus tesoros son inagotables y sus disposiciones respecto a nosotros no varían, con tal que roguemos bien.
Tenemos, además, su palabra y sus promesas. Se comprometió formalmente a concedernos lo que le pidamos.
Como Dios no puede faltar a su palabra, estamos seguros de obtener de Él todo lo que pidamos.
¡Que espléndidos motivos de fe y de firme esperanza para excitarnos a recurrir a Dios y para rezar sin cesar!
Comprendamos la eficacia de la oración… Seamos más asiduos y más entusiastas para rogar y recurrir a Dios en todas nuestras necesidades, en todo tiempo…
Con la oración, tenemos el remedio a todos nuestros males.
Llegados a este punto, ya vislumbro las objeciones que se plantean contra la eficacia de la oración: “Yo he pedido tal cosa, y no la he obtenido”; “Hace muchos años que pido tal otra, y todavía no alcanzo lo solicitado”; “Pedí por la salud de mi madre (o de mi hijo), y murió sin mejoría alguna”…
Ante todo, debemos reflexionar sobre los defectos de nuestros rezos.
Santiago Apóstol dice: No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de saciar vuestras pasiones…
Y San Agustín resumió y expresó en tres palabras los defectos de nuestros rezos: “Petimus, Mala, Male, Mali” es decir:
- o pedimos a Dios cosas malas: Mala;
- o bien rogamos mal: Male;
- o bien rogamos con malas disposiciones: Mali.
a) Petimus Mala: nuestras oraciones tienen por objeto cosas malas.
Nuestro Señor nos promete que todo lo que pidiésemos en su Nombre, se nos concederá. Se compromete apoyar nuestros rezos, en cuanto tengan por finalidad cosas buenas, en relación a nuestra salvación.
“La oración, dice Santo Tomás, es el pedido de cosas convenientes; y lo que conviene, es el bien.”
Si nuestros rezos, similares a los de los paganos, tienen por objeto cosas indignas de Dios, ¿cómo nos las concedería?
¿Qué piden los paganos a sus ídolos?: bienes temporales, el éxito de sus empresas, la suerte en el juego… No piensan ni en su alma, ni en su perfección, ni en la eternidad…
¡Cuántos cristianos ruegan de este modo, y no piden sino cosas malas o indignas de su calidad de cristianos!
No obstante, Dios no nos prohíbe pedir por algunos bienes o por utilidades temporales, como la salud, una larga vida, la ciencia, el trabajo, el dinero necesario, amigos, hijos, etc.
Es lícito pedir todo esto, pero con una doble condición:
Es necesario, en primer lugar, que los pidamos por un buen fin, es decir, con un objetivo sobrenatural, para gloria de Dios y nuestra salvación.
Además, debemos supeditar nuestra voluntad y nuestros deseos a la muy sabia y muy santa voluntad divina.
Si cumplimos con estas dos condiciones, el amor inefable de Dios dirige entonces su misericordia, o para concedernos lo pedido, o para rechazarlo, según que juzgue la ventaja o el daño o el peligro de esos bienes para nosotros.
Pero, si lo rechaza, en su lugar nos dará lo que realmente sea nuestro bien; como la madre que niega al niño enfermo el chocolate que lo pide, y en su lugar le da un remedio amargo que obtiene su mejoría.
Por lo tanto, una vez que hemos solicitado estas gracias, debemos abandonarnos al beneplácito divino, sobre todo en lo que se refiere al modo y al tiempo.
b) Petimus Male: pedimos mal, de mala manera.
Si nuestros rezos no se conceden, es que muy a menudo se hacen mal, es decir, sin espíritu de fe, sin entusiasmo, sin respeto por la majestad divina, sin atención, apresuradamente…
¡Cuántos ruegan sin humildad, sin confianza, sin perseverancia, murmurando, a disgusto por la oración! ¡Y finalmente la abandonan! ¿Qué puede haber de sorprendente, si tales rezos siguen siendo ineficaces?
c) Petimus Mali: pedimos siendo malos; nuestras malas disposiciones vician nuestros rezos.
El pecador se alejó de Dios. Ahora bien, mientras el corazón permanezca adherido al pecado, ¿cómo se elevará hacia Dios?
¿Qué puede asombrar que Dios no nos escuche, cuándo nosotros mismos nos negamos a escucharlo?
¿Y por qué encontrar malo que no tenga en cuenta nuestros rezos, mientras nosotros mismos no hacemos ningún caso de sus órdenes?
Dios no concede lo pedido a los pecadores endurecidos,… o a los que sin preocuparse del triste estado de su alma sólo recurren Él para pedir cosas temporales…
Pero; si el pecador comienza a detestar su pecado y a volverse hacia Dios para implorar su ayuda…, inmediatamente Dios, infinitamente bueno y compasivo, lo observa con compasión y amor, y le concede gracias de conversión, de penitencia y de perdón…
Debemos, pues, aplicarnos a rogar bien… ¡Todo está allí!
Por lo tanto, hemos de considerar las cualidades de una buena oración.
Si, iluminados por el Espíritu Santo, comprendemos la eficacia de la oración, debemos, para obtener todas las ventajas posibles, esforzarnos por rezar de una manera digna de la divina majestad a la cual nos dirigimos…
Ahora bien, nuestra oración sólo será buena y agradable a Dios si reviste las siguientes calidades o condiciones: la atención, la humildad, el fervor, la confianza y la perseverancia…
a) La atención
Por poca fe que tengamos, no podemos no comprender que la atención es necesaria y esencial al rezo.
Para ello, en las oraciones vocales, hagámosla sin precipitación, saboreando las santas palabras, pronunciándolas pausadamente y con devoción, pensando en su contenido y finalidad. No olvidemos que la Santa Misa es también una oración vocal
b) La humildad
“Dios sólo da fuerzas al que siente su propia debilidad”, dice San Agustín.
Esta humildad debe estar, en primer lugar, en el corazón. Ella nos hace esperar solamente en la misericordia infinita de Dios y en los méritos de Nuestro Señor.
Esta humildad debe manifestarse en las palabras y en la actitud exterior.
c) El fervor
El entusiasmo y piedad consiste en un ardiente deseo de ser escuchado.
Pidamos, pues, a Nuestro Señor excitar en nosotros deseos más sinceros y más entusiastas, un mayor celo por su gloria y por nuestra salvación: nuestro rezo lo reflejará, sea que tratemos con Dios de nuestros propios intereses, sea que le encomendemos alguno de nuestros seres queridos o su Iglesia.
Recurramos también a la Santísima Virgen María, nuestra buena Madre, quien se digna prestarnos su Corazón y su fervor para que nos sean concedidos por ella nuestros pedidos.
d) La confianza
Nuestra confianza se basa, en primer lugar, en la bondad y en la omnipotencia infinita de Dios, que está allí, cerca de nosotros, velando por nosotros con una ternura inefable, atento a todas nuestras necesidades, las manos siempre prontas para ayudarnos.
Además, para que recurramos a Él con confianza, llega hasta promulgar un precepto: Si alguien, dice Santiago, quiere elevar una oración a Dios, que lo haga con confianza, es decir, con la firme convicción de que se le concederá, ya que, si vacila, no recibirá nada…
El rezo sin confianza es una oración estéril, dice San Agustín.
e) La perseverancia
Rezar un momento, una vez, y pretender obtener inmediatamente, es carecer del respeto debido a Dios, es no hacer caso del valor de sus gracias, es olvidar que siendo Señor absoluto de sus dones, tiene todo el derecho de concedernos lo que le pedimos como y cuando le agrada…
Si tarda a veces en concedernos, es incluso por una digna razón de su sabiduría…, es que quiere hacernos apreciar mejor sus beneficios, o probar nuestra fe, o excitarnos a rogar aún más…
No tengamos la pretensión de asignar un tiempo a la bondad y a la gracia de Dios.
Dios sabe muy bien si es urgente lo que le pedimos, y conoce cuándo convendrá concedérnoslo…
Debemos perseverar en nuestra súplica hasta que se digne concedernos lo que le pedimos, o hasta comprender que Él considera mejor darnos otra cosa o nada en su lugar…
Muchas almas se enfadan porque no obtienen inmediatamente lo que piden, y abandonan el rezo.
Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; golpead, y se os abrirá…
Dios, dice San Agustín, quiere ser rogado, forzado, vencido por nuestras importunidades…
Roguemos, pues, mucho y siempre, puesto que el rezo es la comida de nuestra alma, nuestra arma defensiva y ofensiva contra el demonio y las tentaciones, la llave de los tesoros de Dios, nuestro gran medio de santificación y de salvación.
Pero tengamos cuidado de que nuestros rezos sean buenos, es decir tengan las cualidades necesarias, para ser escuchados por Dios.