FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
Debido a los diabólicos ataques contra la institución familiar, deseo consagrar el sermón de esta Fiesta de la Sagrada Familia a poner en claro algunas de las principales verdades en torno al matrimonio, así como refutar y condenar sus errores contrarios.Dios Nuestro Señor instituyó la unión matrimonio con un doble fin: uno principal, la procreación y educación de la prole (ordenado en primer término al bien común); y otro secundario, subordinado al principal, ordenado al bien mutuo de los esposos.
La dignidad y el santo fin de la institución matrimonial siempre sufrieron los ataques de las pasiones de los hombres, que, a trueque de lograr sus satisfacciones, no han tenido reparo en atentar contra las notas esenciales del matrimonio, y en desarticular los fines santos a que Dios lo destinó.
Estos ataques se realizaron por dos medios; los dos demoledores del fin y de la esencia del matrimonio. Atentado doble, como veremos, por la desarticulación privada e individual del fin del matrimonio, y por la desarticulación pública y social de su esencia.
Pero quienes quieren no sólo destruir el Catolicismo, sino incluso arrasar la sociedad, conocedores a fondo de la psicología de las pasiones humanas, desde hace tres siglos repiten con táctica perseverante la ideología demoledora del matrimonio cristiano…
Para ello utilizan la cátedra (con una pseudociencia engreída; incluso la de clérigos, y hasta en los mismos documentos del Concilio Vaticano II y del magisterio posconciliar); la literatura (utilizando la ironía y la burla con habilidad diabólica); el teatro (degenerado por lo abyecto); el cinematógrafo y la televisión (simple pornografía viviente); la prensa en todas sus formas…
Desatadas las pasiones, sin normas en la inteligencia, sin barreras en la moral, el efecto es seguro: se arrollarán las notas esenciales del matrimonio, se desarticularán los fines que Dios le impuso.
Y la masa de católicos, envenenada por esa propaganda, que halaga a la animalidad, y sin la defensa del magisterio, perdió las normas de la doctrina y de la moral de Jesucristo y se va sumando, puede ser sin intención consciente pero con realidad espantosa, a la práctica de esas ideas y de esas normas enseñadas y divulgadas por los revolucionarios cuya finalidad es despojar al matrimonio de sus notas esenciales y cristianas.
La desarticulación privada e individual del matrimonio, es una de las lacras más corrosivas y demoledoras del fin a que Dios lo destinó.
Impuso Dios a la unión del hombre y la mujer las notas de unidad e indisolubilidad en el vínculo conyugal, para asegurar la procreación digna, que pudiese proporcionar a la sociedad hombres en el verdadero sentido de esta palabra, bien formados física, intelectual y moralmente.
Santificó Jesucristo esta unión conyugal, elevándola a Sacramento, que proporcionara con la gracia sacramental todas las ayudas que fueran necesarias para que los esposos pudieran cumplir con los deberes de su elevada misión.
Pero, además, Dios quiso poner alicientes naturales que estimularan a la aceptación de las cargas de la paternidad y de los molestos cuidados inherentes a la manutención y educación física, intelectual y moral de los hijos.
Ordenó Dios que en la vida conyugal existiesen atractivos somático-psíquicos, que, con sus contenidos agradables sensitivo-afectivos, fuesen incentivos que inclinasen a la aceptación de los fines impuestos.
De donde se sigue que el uso de esos estímulos y alicientes, fuera del fin asignado por Dios, es una distorsión del plan divino, es una violación rebelde contra los preceptos de Dios.
Y fuera de este deber conyugal en el legítimo matrimonio, están gravemente prohibidos el uso y la aceptación de los atractivos sensitivo-afectivos que le están vinculados.
Y tanto más prohibidas por Dios, cuanto más se use de ellos contra la naturaleza.
Dios los concedió ligados a un fin elevadísimo, un fin necesario, el de la conservación de la especie. Y quedarse el hombre con el placer e impedir la generación a la que está ordenado por Dios, es trastocar este plan sapientísimo del Creador.
Poner obstáculos voluntarios que vicien el acto conyugal para evitar con toda diligencia la prole, eso es lo que constituye el gravísimo pecado de rebelarse el hombre contra Dios y sus leyes, al impedir el fin primordial a que Dios destinó el matrimonio.
Muy distinto es el caso en que, sin la intervención humana libre y voluntaria, no se sigue la gestación de un nuevo hombre. Ninguna culpa es imputable a los esposos aquí, “pues hay, tanto en el mismo matrimonio, como en el uso del derecho matrimonial, fines secundarios, verbigracia, el auxilio mutuo, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia, cuya consecución en manera alguna está vedada a los esposos, siempre que quede a salvo la naturaleza intrínseca de aquel acto y, por ende, su subordinación al fin primario”. Así se expresa Pío XI en la Encíclica sobre el matrimonio cristiano, Casti connubii, del 31 de diciembre de 1930.
El viciar voluntariamente la naturaleza del acto conyugal, eso es injuriar gravemente al Creador, que concedió para engendrar la vida todo cuanto es inherente al proceso generador.
Y viene el hombre y esteriliza eso mismo que fue destinado a ser fuente de la vida.
¡Cegar las fuentes mismas de la vida! ¡Tremenda violación del fin primario del matrimonio!
Éste es el gran pecado de la actual vida matrimonial.
Se viola y se desarticula el plan de Dios con todas las prácticas anticoncepcionistas y con todas las distintas inmoralidades del onanismo.
“Los que en el ejercicio del acto conyugal lo destituyen adrede de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta”, dice Pío XI, quien agrega estas serias palabras: “Y si algún confesor o pastor de almas, lo que Dios no permita, indujera a los fieles que le han sido confiados, a estos errores, o al menos los confirmara en los mismos con su aprobación o doloso silencio, tenga presente que ha de dar estrecha cuenta al Juez Supremo, por haber faltado a su deber, aplíquese aquellas palabras de Cristo: «Ellos son ciegos que guían a otros ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la hoya».”
Y todavía se acrecienta la malicia de la violación del fin primario y esencial del matrimonio, el bien de la prole, cuando se atenta, por cualquier motivo o pretexto, contra la vida del ser ya engendrado.
Violación criminal del fin primario del matrimonio.
Tan homicidio es matar a un adulto de una puñalada o con un veneno, como el privar de la vida al alojado en el claustro materno.
Con la agravante de que aquí se mata a un inocente que no puede defenderse. Y que, además, se lo priva del derecho que tenía de poder un día ser heredero de Dios gozándolo con la visión beatífica y con la posesión perfecta por toda una eternidad.
Crimen horrendo, atentatorio contra el fin primordial y esencial del matrimonio.
Crimen horrendo, violador de los derechos de Dios, único y absoluto dueño de la vida, que expresamente se reserva los derechos de ella.
Crimen horrendo, porque viola el derecho inalienable a la existencia del ser ya concebido, que es derecho, base y fundamento de todos los demás derechos del hombre.
Instituye Dios el matrimonio para dar la vida, y el hombre mata esa vida…
Antagonismo entre Dios bienhechor y el hombre criminal.
Por eso, cuando las pasiones humanas cometen este enorme pecado de homicidio, clama la Iglesia, y para impedir crimen tan nefando levanta su voz de Madre, castigando con excomunión a cuantos han procurado el aborto, effectu secuto, si consta ciertamente que éste se ha seguido por la acción física o moral de los que lo han procurado.
Que la Sagrada Familia, que tuvo que huir a Egipto para escapar de la malicia de Herodes y tanto se condolió de las madres de los Santos Inocentes, interceda para detener la matanza de tantos cándidos seres perpetrada en el seno mismo de sus madres por los modernos Herodes…
A esta desarticulación privada e individual, ha de añadirse la desarticulación pública y social del matrimonio.
El divorcio, la ruptura del vínculo conyugal, atentado público y social contra la indisolubilidad del vínculo matrimonial, nota esencial de la naturaleza del matrimonio, he aquí el medio de la desarticulación pública y social del matrimonio.
El divorcio se opone al fin primario del matrimonio, es decir la procreación y educación de la prole hasta la edad perfecta; y también es opuesto al fin secundario de la mutua ayuda de los esposos.
El divorcio tuvo y tiene sus propugnadores de matices sentimentalistas, y sus propugnadores de ribetes filosóficos.
Matices sentimentalistas en los que se dramatizan desavenencias conyugales, de irremediable arreglo, según dicen, en la indisolubilidad conyugal; al mismo tiempo que se poetizan idilios de amores comprendidos y correspondidos, posibles de gozarse con la existencia legal del divorcio.
Ribetes filosóficos, basados en la libertad del contrato conyugal, para de ahí probar el divorcio, es decir la libertad para anular dicho contrato.
Matices sentimentalistas, que se ciegan para no ver en la realidad de la historia los desastres individuales y sociales del divorcio.
Ribetes filosóficos, que no caen en la cuenta que, al dictaminar ellos mismos sobre el divorcio, regulando y condicionando su existencia como se hace en todas las teorías divorcistas, son ellos mismos los que anulan el principio mismo de donde lo hacían nacer.
En efecto, atan y encadenan esa decantada libertad omnímoda, poniendo condiciones y regulando el divorcio.
Ribetes filosóficos que, o niegan la libertad, o necesariamente caen en el amor libre, o la libre saciedad de la sexualidad, sin más requisitos que los que a uno mismo le plazca ponerse, para abolirlos tan pronto como al mismo sujeto le venga en antojo.
Nació el divorcio de la pasión, enmascarada con el sentimentalismo y con el disfraz de traje filosófico, pero contiene algo más transcendente que la ruptura del vínculo conyugal en tal o cual caso determinado.
Se quiso con el divorcio hacer saltar en añicos el fundamento de la sociedad, que es la familia.
Se quiso demoler la familia, para que, una vez suprimida, se pudiese impunemente atacar a la Religión.
Es el divorcio un arma predilecta de ataque contra la Iglesia; es un cepo en donde, atraídas con el cebo de las pasiones, van cayendo multitudes, que, una vez aprisionadas en él, fácilmente se ha conseguido separarlas de la Iglesia.
Porque el divorcio no es una panacea que evita los conflictos conyugales, ni contiene el bien de la sociedad en que se implanta.
¡Qué bien lo ha declarado Balmes!: “Dad rienda suelta a las pasiones del hombre; dejadlo que de un modo u otro pueda alimentar la ilusión de hacerse feliz con otros enlaces, que no se crea ligado para siempre y sin remedio a la compañera de sus días, y veréis cómo el fastidio llegará más pronto, cómo la discordia será más viva y ruidosa, veréis cómo los lazos se aflojan, cómo se gastan al poco tiempo, cómo se rompen al primer impulso”.
Y, con su profundidad natural, dice Santo Tomás: “El amor mutuo de los esposos será más fiel si ellos saben que están unidos inseparablemente: cada uno de ellos velará con más cuidado por los intereses domésticos, si comprenden que van a vivir perpetuamente en la posesión de los mismos bienes”.
El divorcio es atentatorio, por su misma esencia, contra los fines primarios y secundarios del matrimonio; es el destructor del matrimonio y de la familia; cuartea los cimientos de la sociedad.
El fin primario del matrimonio, la procreación y educación de la prole hasta la edad perfecta, quedan hechos añicos por el divorcio.
Nace de la esencia del divorcio, que atiende al refinamiento egoísta del placer de los contrayentes, el secar las fuentes de la vida. El divorcio es esterilizador.
¿Para qué engendrar, si la prole concebida no trae sino cuidados, responsabilidades, gravámenes económicos, ataduras opresoras…, que impiden el gozar sin estorbos del placer egoísta de la vida?
El hijo, en el hogar divorcista, es un perturbador y un intruso.
Es una ley: el divorcio influye en la disminución de la natalidad. Decrece la natalidad donde crece el divorcio.
¡Qué contraste! ¡El matrimonio instituido por Dios para el bien de la prole, con su nacimiento digno y su educación integral, y el divorcio demoliendo este fin primario del matrimonio! ¡Arrasar la familia, raer todo pudor y delicadeza de instinto materno en la mujer, reducir la paternidad al acto fisiológico estéril!
¿Se podrá hacer que viva la sociedad a la que se le han arrancado de cuajo los instintos fundamentales en el hombre, y se la ha dislocado del plan impuesto por Dios?
La posibilidad del divorcio despierta el deseo de realizarlo.
Los amores puros y nobles se enfrían; luego se hielan; se aviva la lujuria; se encabrita la pasión, que ve posibles nuevos objetos que la sacien; entra en el hogar el nerviosismo y la intranquilidad; se hiperestesia la sensibilidad para las causas legales del divorcio; se las busca, se las pone de propósito, se las amplía.
Primero sólo será causa de divorcio el adulterio, luego el atentado contra la vida del cónyuge, luego las injurias, luego las antipatías, luego… el hastío, luego… el amor libre, sin otra norma que el capricho de la pasión y la posibilidad de saciarla.
El divorcio desemboca fatalmente en la poliandria sucesiva para la mujer, y en la poligamia sucesiva para el hombre; eufemismos que encubren las realidades de la prostitución y del harén…
Menos que pura animalidad, porque en las uniones zoológicas no se viola jamás el instinto de paternidad y maternidad, ni jamás desaparece el instinto del cuidado y defensa de la prole.
¡No tienen otras consecuencias los atentados contra los planes del Creador!
Y tal es el torrente avasallador del divorcio, que se ha llegado a la industrialización y tráfico del divorcio.
Industrializarlo, cotizarlo, negociar con el divorcio.
Anuncios con reclamo de divorcios, agencias de divorcio y abogados especializados en el divorcio.
Cuestión de dinero. Se paga la cuota, y todo corre a cargo de los industrializadores del divorcio. El presentar la demanda, el justificar los motivos, el obtener la sentencia.
¡Pensar que se ha llevado la negociación con el vínculo conyugal a los mismos tribunales eclesiásticos!… Claro está que encubierto por el nombre de “declaración de nulidad”, por motivos que no sólo no la prueban, sino que ni siquiera justificarían la separación sin ruptura del vínculo.
Salvo la profesión religiosa en una Orden religiosa, o el caso del llamado privilegio paulino, todo matrimonio legítimamente contraído entre cristianos, ratificado por el sacramento y consumado por el acto conyugal, es totalmente indisoluble.
¡Pero lo que puede el ímpetu de la pasión desbocada!
No se puede disolver el vínculo cuando concurren las dichas condiciones, pero sí se puede pretender el simular que estas condiciones no han existido, y entonces… sería declarado nulo el matrimonio.
Y aquí el esfuerzo de las agencias eclesiásticas de nulidad de matrimonios.
La cuestión es poder acallar a la pasión, que está inquieta por volar a contraer un nuevo vínculo.
¿Nuevo vínculo? ¡Ni hay nulidad del primer matrimonio, ni hay posibilidad de legítimo segundo matrimonio!
No hay nada más que un enorme sacrilegio, en el que han intervenido personas sacrílegamente criminales, que se han atrevido a traficar con el Sacramento.
Declamaciones sentimentalistas, ridiculeces filosóficas y sacrílegas componendas han querido corregir la plana a Dios y enmendar la doctrina de Jesucristo.
Al procurar problemáticos arreglos en casos individuales de desavenencias conyugales, han destrozado el matrimonio y arrasado el hogar.
Por atender a excepciones, se arruina a la sociedad.
Clara y serenamente, con la elevación y profundidad de su entendimiento angélico, escribía Santo Tomás: “La rectitud natural de los actos humanos se toma, no de lo que sucede excepcionalmente a un individuo, sino de lo que conviene a toda la especie”.
Y ratificaba: “El matrimonio, en razón de su fin principal, que es el nacimiento de la prole, está ordenado principalmente al bien común, aunque en razón de su fin secundario sea ordenado también al bien de los esposos, en cuanto el matrimonio es para el remedio de la concupiscencia. Por eso, en las leyes del matrimonio se atiende más bien a lo que conviene a todos que a lo que conviene a uno solo. Así que cuando la indisolubilidad del matrimonio impidiese, en un caso particular, el bien de la prole (por ejemplo, en caso de relativa esterilidad), de suyo lo protege, sin embargo, comúnmente”.
El pretendido e hipotético arreglo del caso particular, lleva intrínsecamente a la ruina y al desquiciamiento de toda la institución matrimonial y familiar.
Y es que se ha sustituido la Moral de Jesucristo, por el principio destructor de toda moralidad.
A la Doctrina de Jesucristo sobre el matrimonio, cimentada en los deberes conyugales para el bien de la prole y de la sociedad, se la ha querido sustituir por la de la saciedad del egoísmo como norma única de moralidad.
Se ha propalado: “cesa el deber, cuando origina incomodidad”; “no hay obligaciones, cuando exigen sacrificios”; “la ley desaparece, en cuanto es penoso su cumplimiento”; y de estas premisas no han podido deducir más que esta consecuencia: “la ley de toda moral es el propio placer”.
Y con esta ley, se comprende perfectamente que se rompa el vínculo conyugal, que sujeta; que se evite la natalidad, que es carga; que se descuide la formación de los hijos, (tenidos al acaso tal vez), porque es preocupación y molestia; que, en una palabra, se desarticule la esencia del matrimonio en su fin primario.
Con esta ley, de hacer norma de la moral al principio del placer, se comprenden las infidelidades conyugales; se comprende la violación de los contratos; se comprende la relajación de todo lazo que exija vencimiento y subordinación a la comparte; se comprende, en una palabra, que se conculquen todos los fines secundarios del matrimonio.
Y lo gravísimo en el divorcio admitido es esto: que está admitido, esto es, que se lo cubre con apariencias de legitimidad.
No es ya la violación individual del vínculo matrimonial, es la violación social y pública de la doctrina de Jesucristo referente al matrimonio.
No se pueden dislocar los miembros y perturbar las funciones del organismo, sin sufrir las consecuencias del dolor y de la muerte.
No se puede atentar contra la doctrina de Jesucristo, sin sufrir socialmente las fatales consecuencias que hemos visto: el matrimonio cristiano dislocado por el divorcio, sumido en el fango del apetito pasional más que bestializado, esterilizando las fuentes de la vida, abandonando la prole, criminalizando la sociedad y poniendo como norma de la ley el egoísmo del placer…
Católicos… matrimonios católicos… en este ocaso del mundo, con vuestra conducta, dignificad el hogar, santificad vuestro hogar.
Con vuestro influjo trabajad, en vuestro entorno inmediato, por el mantenimiento del matrimonio y del hogar en la doctrina de Jesucristo.
No sólo obtendréis así vuestra propia felicidad, sino que conseguiréis el bien básico de la sociedad.
Que la Sagrada Familia de Jesús, María y José, bendigan a todos los hogares verdaderamente cristianos; los sostenga y fortalezca; y obtenga para sus miembros las gracias especiales para santificarse en estos tiempos tan difíciles como dramáticos.