DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA
El Evangelio de hoy está tomado de San Lucas, pero San Marcos nos refiere como introducción este interesante detalle: Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de sus discípulos; ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo.
Jesús toma aparte a los Doce… El tiempo de la Pasión se acerca… Nuestro Señor lo sabe… Él quiere preparar a sus Apóstoles… Los aparta de la turba y del bullicio y les participa sus sentimientos, les abre su Corazón.
Les predice los dolores y la humillación que deberá padecer: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo.
Sin embargo, como observa San Lucas, ellos nada comprendieron de esto; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía.
En estos días que preceden la Cuaresma, en los que el mundo quiere disfrutar, a menudo en el pecado, Jesús viene especialmente a las almas piadosas; las toma aparte, les revela el sufrimiento de su Corazón Redentor… Quiere recibir reparación y consuelo.
Es el mismo Corazón que dijo a Santa Margarita María: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que no ha escatimado nada hasta consumirse para demostrarles su amor; y no obtiene de la mayoría de ellos sino ingratitudes, irreverencias y sacrilegios.”
Por lo tanto, en primer lugar debemos ofrecer actos de arrepentimiento y de reparación por nuestros propios pecados y negligencias, y por las faltas que tanto ofenden a Nuestro Señor en estos días, que deberían estar dedicados a la oración y mortificación.
A continuación, debemos buscar un lugar aparte, retirado del bullicio y del jolgorio, para prepararnos a entrar en la Santa Cuaresma por medio de la reflexión, la contemplación, la oración, la lectura espiritual y la mortificación.
Que el lenguaje de Jesús no sea oculto para nuestras almas, que su llamado no caiga en el vacío; sino, todo lo contrario, que halle eco en un alma fervorosa y con deseos de aprovechar todas las gracias de este santo tiempo cuaresmal.
Subamos a Jerusalén… Nuestro Señor tiene los ojos fijos en el Calvario. Su Corazón Sacerdotal aspira a consumar el Sacrificio, la redención de las almas.
Por sus palabras revela el gran deseo que le apresura, la sed que lo abrasa y devora de ofrecerse como víctima por los pecados.
Pero Nuestro Señor habla en plural… subamos a Jerusalén… Estas palabras dichas a sus Apóstoles, también van dirigidas a nosotros, sus discípulos del siglo XXI…
En estos tiempos tan particulares, en que se multiplica el pecado en el mundo y se profundiza la crisis que afecta a la sociedad y a la Iglesia, Jesús desea transmitirnos su gran prisa y apremio, lleno de congoja y angustia, por la gloria de su Padre y la salvación de las almas.
Si hemos comprendido los deseos del Sagrado Corazón, exclamemos también nosotros: Subamos a Jerusalén…
Se burlarán de Él, lo flagelarán, lo crucificarán… Jesús anunció a sus Apóstoles, lo que le esperaba en Jerusalén. Con lujo de detalles les describió su Pasión.
Los ojos de Nuestro Señor se posan sobre nosotros y nos dejan entender los sentimientos de su Corazón, que nos dice: ponte en mi lugar…
Ponte en mi lugar de Sacerdote, que no tiene más deseo que la salvación de las almas…
Ponte en mi lugar de víctima, que derrama toda su Sangre por los hombres…
Ponte en mi lugar… y comprenderás mi gran dolor, mi agonía sacerdotal…
Ponte en mi lugar… y adivinarás la dulzura, el consuelo que me aportan una adoración, un acto de amor y de reparación…
Ponte en mi lugar… y ocupa tu lugar de víctima… Te hago el honor de llamarte, de compartir conmigo mi Cruz…
Sé para Mí un nuevo Cireneo y comprende cuánto te amo para hacerte entrar en mi obra redentora…
Subamos a Jerusalén… Se burlarán de Él, lo flagelarán, lo crucificarán…
Aquí radica toda la cuestión… y regresamos a la introducción hecha por San Marcos: los que lo seguían tenían miedo, así como lo que nos transcriben los tres sinópticos: ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía.
Nosotros somos muy parecidos a los Apóstoles, nuestras ideas e impresiones son muy humanas, tenemos horror al sufrimiento y a la humillación.
Y, sin embargo, como enseña San Pablo, todo aquel que quiera vivir piadosamente en Cristo, sufrirá la humillación, sufrirá el deshonor, sufrirá la persecución, sufrirá, podemos decir, la muerte civil y social.
Sí, somos semejantes a los Apóstoles: nuestras ideas son demasiado humanas y terrenas, y ellas nos dominan.
¿Qué hizo Nuestro Señor para intentar curar esta enfermedad en sus Apóstoles?: realizó el milagro de la curación del ciego de Jericó.
La enfermedad espiritual, el miedo, la visión demasiado natural de las cosas, el apego a lo terreno, la falta de espíritu sobrenatural habían cegado a los Apóstoles… Jesús cura al cieguito y con ello fortalece la fe y la confianza de sus discípulos, sana la ceguera espiritual y los prepara para el martirio.
El ciego nos representa a todos nosotros, para quienes la realidad de la situación actual, considerada a la luz de las verdades sobrenaturales, está oscurecida y velada, y por eso no alcanzamos a penetrar su razón de ser y todo el fruto que podemos sacar de ella.
Notemos que Bartimeo, significa hijo de Timeo. Ahora bien, en latín, timeo significa temo… Jesús quiere sanar la ceguera de los hijos del miedo… de aquellos que lo siguen con miedo, y no comprenden nada de todo esto, porque estas palabras les quedan ocultas y no entienden lo que les dice.
Aquello del Evangelio de hoy, aplicado al Cuerpo real y físico de Nuestro Señor: Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarlo lo matarán, puede muy bien ser adaptado a su Cuerpo Místico:
― sea con las enseñanzas de San Pablo a los Tesalonicenses:
Tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.
― sea con lo escrito por el mismo San Pablo a su discípulo Timoteo:
Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
― sea con los anuncios proféticos del Padre Emmanuel:
La Iglesia, como debe ser semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá, antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera Pasión.
― sea con los textos esclarecedores del Cardenal Pie:
A medida que el mundo se aproxima de su término, los malvados y los seductores tendrán cada vez más la ventaja.
No se encontrará casi ya la fe sobre la tierra, es decir, casi habrá desaparecido completamente de todas las instituciones terrestres.
Los mismos creyentes apenas se atreverán a hacer una profesión pública y social de sus creencias.
La escisión, la separación, el divorcio de las sociedades con Dios, dada por San Pablo como una señal precursora del final, irán consumándose de día en día.
La Iglesia, sociedad ciertamente siempre visible, será llevada cada vez más a proporciones simplemente individuales y domésticas.
Finalmente, habrá para la Iglesia de la tierra como una verdadera derrota: “se dará a la Bestia el poder de hacer la guerra a los santos y vencerlos”.
La insolencia del mal llegará a su cima.
Insisto, Jesús quiere sanar la ceguera de los hijos del miedo… de aquellos que lo siguen con miedo, y no comprenden nada de todo esto, porque estas palabras les quedan ocultas y no entienden lo que les dice.
Todo lo aplicado al Cuerpo real y físico de Nuestro Señor puede muy bien ser adaptado a su Cuerpo Místico…
Igualmente, la vista restituida milagrosamente a Bartimeo puede ser aplicada como una imagen de la curación de los que, enceguecidos, no comprenden o no aceptan la situación actual de la sociedad y de la Iglesia.
Jesús se acercaba a Jericó, cuando un hombre ciego, que estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna…, escuchando pasar el tropel de personas, se informó sobre qué era aquello. Le dijeron que era Jesús de Nazareth, que se acercaba rodeado de una multitud.
Enseguida exclamó: Jesús, hijo de David, ¡ten misericordia de mí!
La primera virtud que practica Bartimeo es una fe profunda y una confianza firme en Nuestro Señor. Lo reconoce y lo confiesa como el Mesías, verdadero hijo de David, Dios Todopoderoso, lleno de misericordia, y capaz de aliviar nuestras miserias.
En segundo lugar, muestra un fervor especial, que puede medirse por sus clamores renovados. Se reconoce en ellos su aflicción y la esperanza que tiene en ser socorrido enseguida por la bondad del Salvador.
La tercera virtud es una constancia que nada puede perturbar. Las órdenes y amenazas para que permanezca en silencio, nada pueden contra ella. Al contrario, aprovecha la oportunidad para elevar su voz y reiterar su oración.
Consideremos que nosotros padecemos esta doble ceguera espiritual: ceguera de la ignorancia y del pecado; o del error y la pasión; las cuales oscurecen nuestra inteligencia y enervan nuestra voluntad.
Debemos reflexionar sobre el estado de nuestra alma, ciega, inactiva y mendiga… Y después hemos de dirigirnos al único que puede remediar ese triste estado: Jesús, hijo de David, ten piedad de mí…
Pero, a veces, incluso aquellos que acompañan a Jesucristo nos distraen de esta meditación, presentando diversos pretextos. Jamás debemos detener nuestro llamado y clamor: Jesús, hijo de David, ten piedad de mí.
Si aumentan las dificultades, si los obstáculos abundan, es cuando hemos de elevar más todavía la de voz.
Narra el Evangelio que Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea!
Si Nuestro Señor nos preguntase: ¿Qué quieres que te haga?…, deberíamos apresurarnos a responderle: ¡Señor, que vea!
¡Señor, que vea!, es decir, que conozca tu divina voluntad y todo lo que ella desea o permite…
Lleno de gozo, Bartimeo siguió a Jesús. Nada más natural. También nosotros debemos ser consecuentes. A medida que Dios nos da más luz, debemos acercarnos al Divino Salvador.
La luz es una gracia muy grande. Toda gracia exige una fiel correspondencia. Toda correspondencia trae progresos.
Seguir a Jesús es, en primer lugar, amarlo; luego quedar libre y hábil para estar con Él; y sobre todo es vivir como Él vivió.
Si nuestra fe topa con obscuridades, elevemos nuestra visión en proporción a las luces que nos deja, y estas luces aumentarán mucho más. Si Jesús en la vida interior se nos manifiesta con aspectos nuevos, seamos más decididos en seguirlo.
Digámosle con instancia; ¡Oh Divino Salvador!, haced que vea, haced que os siga…
Como conclusión, vale la pena volver sobre una poesía que ya ha sido publicada, pero que refleja bien los sentimientos, los deseos y las resoluciones que debemos tener hoy:
HEROICA FORTALEZA MILITANTE
Unidos al Cuerpo Místico de Cristo,
En esta noche oscura de la historia,
Donde la luz de Dios no brilla, por las sombras
De las tinieblas en hordas desatadas.
Unidos por la Gracia de la Fe,
Sol que alumbra a las almas desterradas,
Fe que mantendremos íntegra y total,
Igual que nos ha sido revelada.
Unidos en la soledad de la Verdad,
Porque sus fieles están en retirada,
Como si fuera el tiempo de Pasión,
Porque es la Iglesia que está ahora condenada.
Protegidos por la Madre Virginal,
Van los hijos que escuchan su llamada,
Al combate viril, sólo por Dios,
En la batalla final ya desatada.
Para que el Reino de Dios llegue a nosotros,
A las Familias y a las Patrias laicizadas,
Abrazando la Cruz y el sacrificio,
Sólo así serán ellas restauradas.
Porque es lucha contra el mundo y contra sí,
Contra el enemigo infernal que desafía.
Porque es lucha interior y solitaria,
La que tiene que afrontarse cada día.
Es combate en la trinchera de la Fe,
Heroica fortaleza militante,
No ceder, no abandonarla es su estandarte,
Que significa un morir en cada instante.
Alcanzar y mantener la posición,
En esta gesta que tenemos asumida,
No depende del humano proceder,
Será por virtudes celestiales recibidas.
La defensa de la Iglesia, la dura resistencia,
La continua defección y decadencia,
El retiro de Dios y de su Gracia,
Es necesario preguntar, ¿a qué nos lleva?
¿A una rendición fatal y perentoria?
¿A un éxito buscado sin medida?
Incomprensible camino de esta vida,
Por donde Dios nos conduce a la Victoria.
Que no será como yo quiero. ¡No!
Será Pasión que del Calvario brota,
Es que al Triunfo Final que se avecina,
La debilidad lo tiene por derrota.
La Victoria que se alcanza por la Cruz,
Espanta pusilánimes miradas,
Que crean celo amargo o poca caridad,
Y es una pobre visión desacertada.
Resistir firmes y serenos en la Fe,
Es la premisa crucial para esta hora,
Porque en la sombría noche de la Iglesia,
Empieza a despuntarse ya la aurora.
¡A vencer cristianos con valor!
Que la victoria nos está asegurada.
Toca el clarín llamando a la batalla,
Donde la serpiente infernal será aplastada.
Ven pronto, Señor, te lo pedimos,
Auxilia a tus amigos de la Cruz,
Que siguiendo tu Divina Voluntad,
Y abandonándose a Ti en cuerpo y mente,
Desean la Patria Celestial,
Para vivir contigo eternamente.
En esta noche oscura de la historia,
Donde la luz de Dios no brilla, por las sombras
De las tinieblas en hordas desatadas.
Unidos por la Gracia de la Fe,
Sol que alumbra a las almas desterradas,
Fe que mantendremos íntegra y total,
Igual que nos ha sido revelada.
Unidos en la soledad de la Verdad,
Porque sus fieles están en retirada,
Como si fuera el tiempo de Pasión,
Porque es la Iglesia que está ahora condenada.
Protegidos por la Madre Virginal,
Van los hijos que escuchan su llamada,
Al combate viril, sólo por Dios,
En la batalla final ya desatada.
Para que el Reino de Dios llegue a nosotros,
A las Familias y a las Patrias laicizadas,
Abrazando la Cruz y el sacrificio,
Sólo así serán ellas restauradas.
Porque es lucha contra el mundo y contra sí,
Contra el enemigo infernal que desafía.
Porque es lucha interior y solitaria,
La que tiene que afrontarse cada día.
Es combate en la trinchera de la Fe,
Heroica fortaleza militante,
No ceder, no abandonarla es su estandarte,
Que significa un morir en cada instante.
Alcanzar y mantener la posición,
En esta gesta que tenemos asumida,
No depende del humano proceder,
Será por virtudes celestiales recibidas.
La defensa de la Iglesia, la dura resistencia,
La continua defección y decadencia,
El retiro de Dios y de su Gracia,
Es necesario preguntar, ¿a qué nos lleva?
¿A una rendición fatal y perentoria?
¿A un éxito buscado sin medida?
Incomprensible camino de esta vida,
Por donde Dios nos conduce a la Victoria.
Que no será como yo quiero. ¡No!
Será Pasión que del Calvario brota,
Es que al Triunfo Final que se avecina,
La debilidad lo tiene por derrota.
La Victoria que se alcanza por la Cruz,
Espanta pusilánimes miradas,
Que crean celo amargo o poca caridad,
Y es una pobre visión desacertada.
Resistir firmes y serenos en la Fe,
Es la premisa crucial para esta hora,
Porque en la sombría noche de la Iglesia,
Empieza a despuntarse ya la aurora.
¡A vencer cristianos con valor!
Que la victoria nos está asegurada.
Toca el clarín llamando a la batalla,
Donde la serpiente infernal será aplastada.
Ven pronto, Señor, te lo pedimos,
Auxilia a tus amigos de la Cruz,
Que siguiendo tu Divina Voluntad,
Y abandonándose a Ti en cuerpo y mente,
Desean la Patria Celestial,
Para vivir contigo eternamente.