domingo, 22 de mayo de 2011

Domingo IVº después de Pascua


CUARTO DOMINGO DE PASCUA


Me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?” Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado, porque no han creído en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado. Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os enseñará toda la verdad; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.


Me voy a Aquel que me ha enviado… ¿Qué significan estas palabras?

Como es mi Padre el que me ha enviado a este mundo, es a Él que debo regresar, después de haber completado y consumado la obra para lo cual vine.

Voy a Él por mi Muerte, mi Resurrección y mi Ascensión. Voy a preparar un lugar para vosotros y para ser vuestro Mediador ante Él.

Nosotros también deberíamos repetir a cada momento estas divinas palabras: Me voy a Aquel que me ha enviado a la tierra para glorificarlo y llevar a cabo mi salvación.

Voy a Dios, que es mi principio y mi fin; a Dios, de Quien vengo y a Quien debo regresar.

Voy a mi Padre, viviendo para Él constantemente; pensando siempre en la muerte, que abrirá las puertas de la eternidad; preparándome cada día a la rigurosa cuenta que tendré que hacer cuando comparezca ante Él.

Me voy a Aquel que me ha enviado… ¡Qué admirables palabras! Deberíamos tenerlas constantemente en el corazón y en los labios, como la regla de nuestra vida.

Me voy, en todo momento, de todas maneras, por todo mi ser…

Me voy a Dios porque, ¿de dónde venimos? De Dios. ¿Quién nos ha puesto en la tierra? Dios. ¿Y para qué? Para que lo amemos, lo sirvamos, y para merecer volver a Él…

He aquí verdades fundamentales y salvíficas…, pero olvidadas con demasiada frecuencia.

Consideremos, pues, cómo venimos de Dios y cómo regresamos a Él. Para ello nos ayudaremos de la Imitación de Cristo, el Kempis.


¿Cómo venimos de Dios?…

Todos, en cuanto somos, venimos de Dios. Es Él nuestro primer principio; Él, que nos ha creado y colocado en la tierra; que nos dio todo el bien que está en nosotros, ya sea para el alma, ya sea para el cuerpo…

Nos hizo a su imagen y semejanza… Vela por nosotros constantemente, por medio de su Providencia paterna…

Y todo lo que ha hecho por nosotros, lo ha realizado, no para saldar una deuda, sino por efecto de su amor y gracia.


Pero, ¿para qué nos puso en la tierra? Para que lo adorásemos, lo amásemos, lo sirviésemos, y, de este modo, mereciésemos la bienaventuranza eterna.

Él nos envía para que hagamos fructificar en nosotros los talentos que nos ha dado; para que cultivemos su viñedo, que es nuestra alma; para que cumplamos todas las obligaciones que nos impone como hombres, como cristianos, y en virtud de nuestra vocación especial; en una palabra, para que vivimos para Él y nos hagamos dignos de volver a Él y poseerlo por toda la eternidad.

¡Qué fin sublime!, si sabemos apreciarlo correctamente… ¡Qué felicidad!, si deseamos merecerla y alcanzarla, poniendo todos los medios para ello.


Bienaventurados, pues, aquellos que durante su peregrinación aquí en la tierra, no buscan más que a Dios, su gloria y su beneplácito…; aquellos que pueden decir con el Salvador: He cumplido la obra por la cual he sido enviado…

Dice la Imitación: Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, si deseas de verdad ser bienaventurado.
Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se inclina muchas veces a sí mismo, y a las criaturas.
Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces, y te quedas árido.

Por desgracia, ¡cuántos olvidan su origen celestial!… ¡Cuántos no quieren comprender para qué están en la tierra!… Buscan sólo los placeres, las riquezas, los honores, para disfrutar y divertirse…

¿Qué son todos estos pretendidos bienes, que no satisfacen plenamente a ninguno de sus poseedores, engañándolos y, finalmente, a más tardar en el momento de la muerte, suscitando lamentos inútiles y estériles?

¡Insensatos! ¡Qué injuria la de esos hombres a su Creador, su Padre! ¡En qué degradación caen!… ¡A qué castigo se exponen!…

Dice la Imitación: El que quiere deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras.

Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena, ni atribuyas a algún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.

Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelva todo; y con todo rigor exijo que se me den gracias por ello.

Dice San Juan Crisóstomo: La magnitud del honor recibido será la medida de la pena que padecerán, si la vida no está en relación con este honor.

Y concluye el Kempis: Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo has de esperar; porque ninguno es bueno sino sólo Dios, el cual es de alabar sobre todas las cosas, y debe ser bendito en todas ellas.


¿Cómo volver a Dios?...

Desprendiéndonos de las cosas de la tierra y deseando los bienes celestiales. Quæ sursum sunt quærite…; sapite, non quæ super terram…

Recordemos la hermosa lección moral que nos dieron los Reyes Magos, regresando a su país por otro camino…

Enseña magníficamente el Kempis: Tuyas son todas las cosas que tengo y con que te sirvo. Pero por el contrario, Tú me sirves más a mí que yo a Ti. El cielo y la tierra que Tú criaste para el servicio del hombre, están prontos, y hacen cada día todo lo que les has mandado; y esto es poco, pues aún has destinado a los Ángeles para servicio del hombre. Mas a todas estas cosas excede el que Tú mismo te dignaste servir al hombre, y le prometiste que te darías a Ti mismo.

¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh! ¡Si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh! ¡Si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio! Verdaderamente Tú solo eres digno de todo servicio, de toda honra y de alabanza eterna. Verdaderamente Tú solo eres mi Señor, y yo soy un pobre siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte.


Por lo tanto, en primer lugar, una seria resolución de cambiar de vida.

Luego, esforzándonos por vivir piadosamente, de acuerdo con Dios; observando fielmente y por amor sus preceptos, aplicándonos a cumplir en todo su santa voluntad, aceptando de buen corazón todo lo que le plazca enviar o decidir sobre nosotros…

Pensando en Él, amándolo con todo nuestro corazón, como Nuestro Padre, nuestro soberano bien, excitando en nosotros el deseo de ir a Él, para verlo pronto y disfrutarlo por toda la eternidad.


Por último, reflexionando a menudo sobre la muerte y el juicio que le sigue; preparándonos seriamente cada día, como si este día fuese el último…

¿No es la muerte la que nos desatará las cadenas y, del exilio de esta vida, nos franqueará las puertas y nos introducirá en la Patria, junto a Dios?

Por eso dice el Kempis: Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo tuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni perfectamente recreada sino en Dios.


¡Bienaventurados los que se preparan para ir a Dios!… ¡Qué felicidad y qué Gloria los aguardan en el Cielo!…

Por el contrario, ¡cuán desgraciados son los que no piensan, los que olvidan a Dios, y viven según la carne, el mundo y el demonio!

¿Y quién puede decir su número, incluso entre los cristianos?

Si hiciéramos caso a la Imitación de Cristo…: Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso; las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.


Por eso, debemos determinarnos y decidir de qué lado deseamos estar…

Pensemos a menudo en estas grandes verdades: venimos de Dios, y debemos volver a Él para gozarle durante la eternidad…: Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada. Mas en Dios, que crió todas las cosas, consiste toda tu bienaventuranza y tu felicidad. No como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo, sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo.

Me voy a Aquel que me ha enviado…


Concluyamos con esta hermosa oración, tomada del Kempis:

Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honra; sobre todo poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda la fama y alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar y enviar; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los Ángeles y Arcángeles, sobre todo ejército celestial; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es lo que eres Tú, Dios mío.

Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos los bienes junta y perfectamente.

Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no puede mi corazón descansar del todo y contentarse verdaderamente, si no descansa en Ti trascendiendo todos los dones y todo lo criado.

Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna otra cosa me agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna.