domingo, 8 de mayo de 2011

Domingo del Buen Pastor


SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

Domingo del Buen Pastor

El Evangelio de este Segundo Domingo después de Pascua está tomado del capítulo décimo de San Juan, versículos 11 al 16, pero es muy provechoso leer el contexto, tanto el que lo precede como el que lo sigue inmediatamente:


En verdad, en verdad os digo, que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, mas sube por otra parte, aquél es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, pastor es de las ovejas. A éste abre el portero. Y las ovejas oyen su voz, y a las ovejas propias llama por su nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera sus ovejas, va delante de ellas; y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no lo siguen, huyen de él; porque no conocen la voz de los extraños.
Esta parábola les dijo Jesús. Mas ellos no entendieron lo que les decía.
Y Jesús les dijo otra vez: En verdad, en verdad os digo, que yo soy la puerta de las ovejas. Todos cuantos vinieron, ladrones son y salteadores, y no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta. Quien por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
El ladrón no viene sino para hurtar, y para matar, y para destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan con más abundancia.
Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, del que no son propias las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye; y el lobo arrebata y dispersa las ovejas. Y el asalariado huye, porque es asalariado, y porque no tiene parte en las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor: y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, como el Padre me conoce, así conozco yo al Padre, y doy mi vida por mis ovejas.
Tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco; es necesario que yo las traiga, y oirán mi voz, y será hecho un solo rebaño y un solo pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; mas yo la doy de mi propia voluntad; poder tengo para darla; y poder tengo para volverla a tomar.


Esta parábola y alegoría es una de las más bellas del Evangelio, y una de las páginas más dulces y consoladoras de toda la Sagrada Escritura.

Jesús la pronunció después de la tremenda amenaza a los fariseos: Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.

Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece.

El enlace de los conceptos es natural: aquellos hombres se arrogaban el título de conductores o pastores únicos de Israel; daban los pastos que les placían a ellos; admitían y echaban del redil a quienes querían, sancionando con la expulsión de la Sinagoga a quien creyese que Jesús era el Mesías.

Jesús vindica para sí, exclusivamente, el título de Pastor Legítimo, al tiempo que condena a sus adversarios de falsos pastores.

Para hacerlo, nada más natural que esta parábola. La vida pastoril ocupa lugar principalísimo en la historia, en las costumbres y en la misma literatura del pueblo de Dios. Los Patriarcas de la descendencia de Set fueron grandes pastores; en la Palestina abundaba más la tierra de pastoreo que la de labor; por ello eran numerosos los ganados y muchos los que se dedicaban a la vida pastoril.

La literatura, reflejo de la vida de los pueblos, abunda en alusiones y metáforas tomadas de este género de profesión.

El pastor, no el mercenario, sino aquel cuyas ovejas son propias, como dirá más tarde Jesús, ejerce un verdadero señorío y como una paternidad solícita sobre sus rebaños. De aquí que en la literatura del Antiguo Testamento, en que abunda tanto la concreción metafórica de las ideas, se aplique con frecuencia a Dios, Soberano Señor y Padre providentísimo de los hombres, el título de Pastor, hasta el punto de que “el Pastor”, en el lenguaje de los Profetas, tiene una bien definida significación teológica: es Dios.

Llamábase pastores a los que ejercían autoridad en el pueblo de la teocracia, pero de una manera especial era Dios el Pastor de Israel por antonomasia.

Isaías nos representa a Dios bajo la amabilísima figura del pastor solícito: Apacentará, como el pastor, su rebaño: recogerá con su brazo los corderos, y los alzará en su seno, él mismo llevará las ovejas paridas.

Y Ezequiel, al contraponer los malos pastores a Dios, Buen Pastor, dice de Él: Yo mismo quitaré las ovejas de manos de sus pastores… Yo mismo iré a buscar mis ovejas y las visitaré… Y las sacaré de todos los lugares en que habían sido descarriadas… Las apacentaré en pastos muy fértiles… Yo apacentaré mis ovejas, y Yo las haré sestear, dice el Señor.


Correlativamente, el pueblo era la grey de Dios Pastor. Yahvé es el Pastor de Israel en los escritos del Antiguo Testamento; también el Mesías será el futuro Pastor del pueblo redimido.

En esta espléndida visión de los Profetas aparece la distinción entre Dios y el Mesías: Yahvé envía a éste para que apaciente su grey. Ambos son Pastores.

Dios Pastor y el Mesías Pastor se identificarán en Jesús, el Buen Pastor de la grey cristiana, porque Jesús es el Mesías, Hijo de Dios.

El arte cristiano se ha complacido en representar a Jesús bajo la figura de un pastor buscando afanoso la oveja descarriada; o mejor, llevándola amablemente cargada sobre sus hombros.

Es la traducción gráfica de aquella dulcísima parábola del hombre que tiene cien ovejas y deja las noventa y nueve para buscar la que se perdió, y la carga alegre sobre sí, y comunica su gozo a sus amigos cuando llega a su casa.

Toda la Tradición, de la que da testimonio el arte de las Catacumbas, ha visto a Jesús en el pastor de la parábola, y a la humanidad pecadora en la oveja descarriada.

Pero Jesús se llama a Sí mismo, en forma enfática, el Buen Pastor; y no de una manera circunstancial, sino describiendo una realidad primordial, sacada de la vida pastoril que se aplica a Sí mismo.

La condición de propietario de las ovejas supone en Jesús la divinidad.

Cuando Jesús predice el descarrío de sus apóstoles, se declara a sí mismo Pastor, y se aplica un pasaje del Antiguo Testamento, demostración de su mesianidad: Todos os escandalizaréis en mí esta noche. Porque está escrito: Heriré al Pastor y se descarriarán las ovejas del rebaño.

Jesús declara en otra ocasión, de una manera solemne, su condición de Pastor propietario de las almas que formarán la grey universal del pueblo redimido. Simón, hijo de Juan, pregunta Jesús a Pedro, ¿me amas más que éstos? Y a la respuesta afirmativa de Pedro, añade Jesús: Apacienta mis corderos. Repite la pregunta, y a igual respuesta encarga a Pedro que apaciente sus ovejas.

Son las ovejas de toda la tierra, con las cuales se formará un gran rebaño con un solo Pastor; es la Iglesia Católica con su Cabeza Jesús.

Jesús, pues, es el Pastor que ha suscitado Dios en el Reino Mesiánico para gobernar el divino aprisco con la sabiduría y solicitud con que Él solo puede hacerlo. Es Dios y es Mesías; por ambos títulos le corresponde el nombre de Pastor de la nueva grey.


Viniendo ya a la parábola, Jesús comienza diciendo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, mas sube por otra parte, aquél es ladrón y salteador.

Como dije, la alegoría está tomada de la vida pastoril, muy común entre los judíos; por esto pudieron todos fácilmente entenderla en todos sus detalles.

Desde comienzos de primavera se dejaban libres los rebaños en las estepas de Judea y Perea; por la noche eran recluidos en recintos cerrados por empalizadas o muros de barro; en ambos casos tenía el corral una puerta, al cuidado de un hombre.

Dentro de una misma cerca se encerraban rebaños de distintos dueños; entraban por la mañana los ovejeros y cada cual llamaba a sus ovejas, que obedecían a la voz de su pastor.

Llama por su nombre a las ovejas propias y las saca del redil para llevarlas a buenos pastos. Y va delante de ellas, como se practica en Oriente; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.

Mas al extraño no lo siguen, antes huyen de él, porque no reconocen la voz de los extraños.

Son todos deliciosos detalles, que delatan un fino observador y narrador.


Hay una voz de pastor, dice San Agustín, en la que las ovejas no oyen a los no pastores; en la que las no ovejas no oyen a Cristo.

Es decir, que es una voz inconfundible, que traduce una relación especial entre el pastor y las ovejas. Esta voz es la identidad de vida y de doctrina con el Divino Pastor.

Tienen los fieles como un instinto divino para distinguir a los pastores de los mercenarios; y esta es la mejor salvaguardia de la fe y de las costumbres cristianas del pueblo.

¡Ay de los pastores que en su predicación y en su vida no tienen el timbre de voz inconfundible del Pastor Jesús!


Nota el Evangelista un rasgo de la psicología de los fariseos: Esta parábola les dijo Jesús. Mas ellos no entendieron lo que les decía. No comprendieron pudiese referirse a ellos el contraste que establecía Jesús entre el buen pastor y los ladrones; les cegaba la soberbia, porque se reputaban los pastores insubstituibles del pueblo de Dios.

Y entonces, Jesús les declara el sentido de la parábola: En verdad, en verdad os digo, que yo soy la puerta de las ovejas, la puerta por donde se entra en el redil.

Por Cristo entran las ovejas en la Iglesia; por Cristo deben ser constituidos los pastores. Todos cuantos vinieron, ladrones son y salteadores, y no los oyeron las ovejas: la alusión es a ellos, que actualmente se arrogan el oficio de pastor.

Son”, en presente. Ellos son, los fariseos, que no buscan más que su provecho, explotando al pueblo; las ovejas, los seguidores de Jesús, no los oyeron.

Yo soy la puerta, repite Jesús con énfasis, por donde entran pastores y ovejas, pueblo y jerarquía.

Quien por mí entrare, será salvo; bajo la protección divina estará seguro de toda malévola incursión.

Y entrará, y saldrá y hallará pastos, en lo que expresa la facilidad, la seguridad, la abundancia de la vida espiritual que por la doctrina, sacramentos, etc., nos dará el buen Pastor.


Hay muchos hombres, dice San Agustín, que por el hecho de vivir según la ley de cierta honradez natural, se llaman “buenos hombres”; ¿qué les aprovecha si no han entrado por la puerta del redil, que es Cristo?

Para que aproveche el bien vivir, debe ser para vivir eternamente feliz; porque no puede decirse que vivan bien aquellos que ignoran el fin del bien vivir, o en su soberbia lo desprecian; y este fin es la vida bienaventurada, que no puede lograrse sino entrando en la grey de Cristo, que es la Iglesia, y viviendo una vida en verdad cristiana.


No lo hace así el ladrón, que no viene sino para hurtar, y para matar, y para destruir: éste no entra por la puerta del llamamiento de Dios; no busca sino el torpe lucro; no procura el incremento del rebaño, sino que es ocasión de la ruina espiritual de las ovejas.


Ladrones son, y salteadores los que usurpan el nombre de “buenos hombres”, del que no pueden gloriarse sino los que vivan bien, y para ello debe vivirse según Cristo.


Jesús ha venido para dar la verdadera vida espiritual; más que la vida, la saciedad y el regalo del bien vivir: Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan con más abundancia; es la perfecta participación del Espíritu Santo.


Y sigue Jesús contraponiéndose a los malos pastores. Aquí comienza propiamente el pasaje evangélico de este Domingo: Yo soy el buen Pastor… soy el Mesías, que he venido para apacentar el pueblo de Dios.

Característica del buen pastor es exponer y dar la vida por sus ovejas; lo hicieron Jacob y David. Jesús da la suya como precio de la redención del mundo.

Mas el asalariado, los doctores y prelados que principalmente buscan su utilidad, de quienes no son propias las ovejas, que las gobiernan sólo a título precario y por su conveniencia, ve venir al lobo, eterno enemigo de las ovejas, el instigador, el escandaloso, el falso doctor, y abandona las ovejas y huye, sólo atento a su bien personal.

Y consecuencia fatal de ello, el lobo arrebata y dispersa las ovejas, que han quedado en el desamparo.

Otra razón de su huida es que no tiene afección ninguna al rebaño, sino sólo al provecho que saca de la aparente custodia: Y el asalariado huye, porque es asalariado, y porque no tiene parte en las ovejas.


Yo soy el Buen Pastor, repite Jesús; como se llama dos veces la puerta del redil, así se llama dos veces Pastor para aplicarse sucesivamente las cualidades del Buen Pastor.

Éste conoce una a una sus ovejas, y las ovejas lo conocen a él; así Jesús: Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen

Es conocimiento recíproco de amor; y cuanto más se conocen recíprocamente, más se aman, porque el conocimiento engendra amor, y el amor, conocimiento.

Cuán íntimo sea este conocimiento, lo expresa con altísima comparación: Como el Padre me conoce, así conozco yo al Padre. Esta vida íntima, de conocimiento y amor, que une al Padre y al Hijo, une también, aunque en otra forma y medida, a Jesús y sus ovejas.

Jesús y el alma están unidos, hasta cierto punto, en semejanza de naturaleza, porque Jesús le comunica vida de su vida, por la gracia santificante, y vida de conocimiento y amor por la fe y la caridad.

Prueba de este amor generoso de Jesús es que da su vida por las almas: Y doy mi vida por mis ovejas.


Jesús traspasa en alas de su pensamiento los límites del pueblo de Dios, de la grey de Dios, para indicar que tiene fuera de él numerosas ovejas: Tengo también otras ovejas, todas las naciones gentiles, que no son de este aprisco, del pueblo de Israel. Es necesario que yo las traiga, con los lazos del amor, porque mi Padre me las ha dado en herencia.

Y oirán mi voz, en la predicación de los Apóstoles, y será hecho un solo rebaño y un solo pastor, la Iglesia católica, formada por todas las naciones del mundo convertidas a Cristo.


De los dos pueblos, el judío y el gentil, hizo Cristo un solo rebaño; y le dio la unidad del sello, que es el Bautismo, la unidad de autoridad, que es la del Supremo Pastor, la unidad de palabra, que es la palabra del Señor, el Evangelio, y la unidad de vida íntima, que es la santa caridad.

Todo atentado contra cualquiera de estos principios importa la escisión en el rebaño, que quiso Cristo fuera uno; quien lo comete, es ladrón y salteador, que roba y mata y destruye el santo rebaño de Jesús.


Por la Epístola de San Pedro que se lee hoy, la Iglesia nos dice bellamente: Andabais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis convertido al Pastor y Obispo de vuestras almas.

Recemos, pues, con la Oración Colecta de este Domingo:

Oh Dios, que con la humildad de tu Hijo levantaste al mundo caído; concede a tus fieles perpetua alegría; para que hagas gozar de los eternos goces a los que libraste de los peligros de la muerte perpetua.