domingo, 15 de enero de 2012

Domingo IIº post Epifanía

SEGUNDO DOMINGO DE EPIFANÍA

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y llegando a faltar vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, mujer? Mi hora no ha venido todavía. Dice su madre a los sirvientes: Haced todo lo que él os diga.

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Sacad ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. Ellos lo llevaron.

Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el buen vino hasta este momento. Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus milagros. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

Este pasaje evangélico muestra que llaman al Señor a las bodas, no como persona distinguida, sino como uno de muchos, y sencillamente porque era conocido. Para expresar esto, el Evangelista dice: Y estaba la madre de Jesús allí. Y así como habían llamado a la Madre, llamaron también al Hijo.

Ante todo, pues, hemos de ponderar la benignidad y caridad de Cristo Nuestro Señor en aceptar este convite para tener ocasión de hacer bien a otros y sacar alguna ganancia espiritual para sus discípulos.

Dice San Agustín: ¿Qué de extraño tiene que fuera a aquella casa donde se celebraban las bodas, Aquél que vino al mundo a celebrar las suyas? Porque tiene aquí a su Esposa, a quien redimió con su sangre, a quien concedió como obsequio el Espíritu Santo, y a la que se unió desde el vientre de la Virgen; porque en realidad el Verbo es el Esposo, y la carne humana es la Esposa.

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Estando ya presente el Señor en las bodas, faltó el vino, con el objeto de que se manifestase la gloria de Dios, oculta bajo la forma humana, por medio del vino de mejor condición.

Debemos considerar la compasión y solicitud de la Virgen Nuestra Señora, pues viendo la falta del vino se compadeció del apuro de los novios y, sin que nadie se lo pidiese, se movió a procurar el remedio de esta necesidad por medio de su Hijo.

Dice San Juan Crisóstomo: Es digno de notarse cómo vino a la imaginación de la Madre haber concebido un concepto tan elevado de su Hijo, siendo así que hasta entonces ningún milagro había hecho. Se ha de recordar que San Lucas dice: María conservaba todas estas palabras, examinándolas en su corazón. Hasta entonces había hablado como uno de muchos, por lo que no presumía su Madre deberle decir tal cosa. Pero como oyó que Juan daba testimonio de Él, y como ya tenía discípulos, ruega con confianza al Señor: Y llegando a faltar vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino.

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A esta requerimiento respondió Nuestro Señor: ¿Qué nos va en esto a Mí y a ti, mujer? Mi hora no ha venido todavía.

Afinadamente enseña San Agustín: Algunos, contrariando el Evangelio, y diciendo que Jesús no nació de la Virgen María, se esfuerzan en sacar de aquí un argumento para confirmar un error, y dicen: ¿Cómo puede creerse que era su madre, aquélla a quien dijo: "Mujer, qué hay de común entre tú y yo?" Pero el mismo Evangelista San Juan poco antes había dicho: "Y estaba allí la madre de Jesús". ¿Y por qué esto, sino porque una y otra cosa son verdad? ¿O es que Jesús vino a las bodas para enseñar a despreciar a las madres?

Por eso, sobre esta respuesta, al parecer tan desabrida y seca, hemos de buscar las causas misteriosas de ella.

La primera fue para descubrir que era más que hombre, y que también era Dios, de quien es propio hacer la obra milagrosa que se le pedía, en la cual había de seguir su procedimiento y el tiempo y hora que en cuanto Dios tenía señalada, sin mudarla ni anticiparla por respetos de carne y sangre.

Con esto nos enseña que no hemos de afligirnos ni acongojarnos demasiado con nuestras necesidades, queriendo anticipar la hora que Dios Nuestro Señor tiene determinada para su remedio; ni señalarle tiempo para ello; sino, haciendo de nuestra parte cuanto fuere posible, hemos de arrojarnos en su divina Providencia, para que Él nos remedie en su hora, que será para nosotros la mejor y más conveniente.

Dios tiene señalada la hora de los trabajos y la de los milagros… Nuestra voluntad debe estar resignada para seguir y obedecer siempre la suya, sin apartarnos ni una hora ni un momento de ella.

La segunda razón de tal respuesta fue para ejercitar a la Virgen Santísima y darle ocasión de mostrar sus excelentes virtudes, especialmente su gran paciencia, humildad y confianza; porque con respuesta tan seca, ni se turbó ni quejó, ni respondió palabra alguna, ni se tuvo por injuriada; y lo que más admira, no perdió la esperanza de ser oída.

Con su ejemplo hemos de animarnos a tener paciencia y no perder la confianza cuando Dios no oyere nuestras peticiones o dilatare el oírnos; también cuando los hombres nos dieren respuestas desabridas, acordándonos de lo que dice el profeta Isaías: En el sufrimiento, silencio y esperanza está nuestra fortaleza, porque por tales medios alcanzamos de Dios lo que pretendemos.

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Entonces la Virgen dijo a los que servían a la mesa: Haced todo lo que él os diga

Cuanto os dijere mi Hijo, hacedlo… En estas palabras se ha de ponderar la excelencia de este soberano consejo, el fin por qué le dio, las palabras de que usó y las virtudes heroicas que en todo esto descubrió.

Lo primero, mostró heroica confianza, porque aunque su Hijo le hubiese dicho expresamente: Yo haré todo lo que me pides, no hubiese podido Ella decir otra cosa de lo que dijo.

Lo segundo, tuvo gran luz para conocer el Corazón de Cristo Nuestro Señor y sus intenciones; porque dado el caso que pudiera remediar aquella necesidad creando nuevo vino o multiplicando lo poco que había sin decir nada a los ministros que servían a la mesa, con todo eso entendió la Virgen que su Hijo les había de mandar algo; porque la condición de Dios es querer que los hombres hagamos algo de nuestra parte para el remedio de nuestras necesidades, disponiéndonos con esta obediencia y diligencia para alcanzar el remedio de ellas.

De aquí es que la Virgen Nuestra Señora, con este consejo que dio a los ministros, nos avisa que para alcanzar de Dios lo que pedimos, no hay remedio más eficaz que juntar con la confianza la obediencia a cuanto nos manda.

Finalmente, debemos exaltar el amor que la Virgen tenía al silencio y brevedad de palabras, pues así las que dijo a su Hijo, como las que dijo a los ministros, fueron breves, muy medidas y ponderadas.

Y en particular éstas hemos de estampar en nuestro corazón como dichas por tal Madre y Maestra, procurando cumplir cuanto nos dijere Cristo Nuestro Señor, sin omitir cosa alguna, aunque sea dificultosa, y aunque parezca, como aquí, fuera de propósito.

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Nuestro Señor Jesucristo mandó, pues, a los ministros que llenasen de agua seis tinajas que allí estaban, y luego la convirtió en vino excelentísimo, y lo mandó llevar al maestresala que presidía la mesa.

San Juan Crisóstomo acota sutilmente: Pero ¿por qué no hizo el milagro antes que las hidrias fuesen llenas de agua? Porque hubiese sido mucho más admirable si hubiese sacado aquella sustancia de la nada y hubiese brillado mucho más el milagro, toda vez que allí no hubo otra cosa que el cambio de una esencia en otra. Esto, en verdad, hubiera sido más prodigioso; pero muchos, en cambio, no lo hubiesen creído. Por esta razón se abstiene muchas veces de hacer milagros estupendos, queriendo hacer más creíble lo que hace.

Los ministros, tan bien instruidos por el consejo de la Virgen, sin réplica ni dilación, sin decir ¿a qué propósito se nos manda esto?, o ¿qué tiene que ver traer agua para remediar falta de vino?, rindieron su juicio e hicieron lo que el Señor les mandaba, y por este medio, sin pensar, alcanzaron lo que deseaban.

De aquí debemos sacar cuán seguro es obedecer a Dios y a su Madre Santísima, sin escudriñar con vana curiosidad la causa de lo que nos mandan.

De este modo no seremos engañados de la serpiente astuta, que por este camino engañó a Eva, preguntándole la causa por qué Dios les mandó no comiesen del árbol de la ciencia.

Muchas veces Nuestro Señor, para darnos lo que pedimos, suele mandarnos algo que parece contrario. Esto hace para que aprendamos a rendir nuestro juicio a su obediencia.

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Admiremos la omnipotencia de Jesús, el cual con sólo querer, sin tocar el agua, la mudó en vino; y gocémonos de tener un Salvador tan poderoso

También ponderemos la gran liberalidad de este Señor en pagar los servicios que se le hacen, pues por un vaso de vino que le dieron en el convite, y éste de vino ruin, reintegró seis tinajas grandes llenas de excelentísimo vino, hasta lo sumo que podían recibir. Y lo mismo hace ahora, premiando un vaso de agua fría con una medida llena, apretada, colmada y que rebosa.

Dice San Juan Crisóstomo que el Señor no hizo vino sencillamente, sino un vino exquisito. Tales son los milagros de Jesucristo, que todo lo que hace es mucho más útil y hermoso que lo que se hace por la naturaleza.

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Si pasamos a considerar los efectos de este milagro; entre ellos vemos primero el gozo de la Virgen cuando vio que su esperanza había sido colmada.

Y así nos hemos de gozar grandemente de tener tal Madre, por una parte, tan solícita de nuestro bien, y por otra, tan poderosa para procurarlo.

Lo segundo, consideremos cuán confirmados quedaron en la fe los discípulos de Cristo con la vista de este milagro, pues dice San Juan que por esto creyeron en Él con nuevo fervor de fe y con grande gozo, viendo la omnipotencia de su Maestro, alegrándose de estar en su compañía, fiados de que no les faltaría nada teniéndole consigo.

Y no sin causa quiso Nuestro Señor que el primer milagro fuese en cosa temporal, tan casera y necesaria, para confirmar la fe de los que eran rudos y principiantes en las cosas de Dios, disponiéndoles poco a poco para otras mayores.

Lo tercero, ponderemos la gran admiración del maestresala cuando gustó la suavidad de aquel excelente vino, pues sin poderse reprimir, hizo llamar al esposo y le reprendió porque no guardaba la costumbre de todos los hombres, que primero dan el vino bueno y después el deteriorado, y él había guardado el mejor vino para la postre, porque el vino del principio, que despreciable antes pareció bueno, en gustando el que Cristo había hecho, le pareció malo.

Dios no quiso dar el vino escogido hecho por su mano hasta que se acabó el otro y se comenzó a sentir su falta…

Hizo esto por dos causas eminentes:

La primera, para que tengamos mayor estima de lo que Dios nos da, habiendo primero experimentado nuestra propia miseria, y viendo la buena ocasión en que acude a remediarnos, probando por la experiencia lo que dice David: que Dios es ayudador en las oportunidades y tribulaciones, dando el remedio de ellas en el tiempo y coyuntura que más nos conviene.

La segunda, para significar que no da Dios los contentos del espíritu hasta que se mortifican los de la carne, ni llueve el maná del cielo hasta que se acaba la harina que se sacó de Egipto.

Por eso dice San Bernardo: No se mezclan bien estos dos géneros de vinos y consuelos celestiales y terrenos.

Y así, es menester que se acabe en nosotros el terreno para gustar del celestial, aunque algunas veces da Nuestro Señor a gustar el celestial para que desechemos con facilidad el terreno.

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Pidamos a Nuestro Señor: ¡Oh Amador de las almas, dame a gustar el vino del espíritu, para que me sea desabrido el de la carne! ¡Dame a sentir la dulzura de las cosas celestiales, para que cobre fastidio de todos los deleites terrenos!

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¡Oh cristiano!, anímate a mortificar los regalos sensuales, para que seas digno de alcanzar los eternos por toda la eternidad. Amén.