domingo, 11 de noviembre de 2012

24º de Pentecostés


VIGESIMOCUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

QUINTO DOMINGO DE EPIFANÍA


El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."


Este año 2012, el Quinto Domingo de Epifanía no pudo ser celebrado en su lugar, antes de Septuagésima, como consecuencia del comienzo de la misma.

Por ese motivo se lo celebra ahora, pues tenemos veintiséis Domingos después de Pentecostés, y los Domingos 23º y 24º de Pentecostés conservan su lugar.


Tenemos que comentar esta Parábola del Trigo y la Cizaña, más particularmente la del hombre que sembró buena semilla en su campo, y la de su enemigo, que sembró encima cizaña.

Para este comentario, me serviré de las famosas Contemplaciones de las Dos Banderas y del Llamado de Cristo Rey de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Contemplación de dos banderas, una de Cristo, sumo capitán y señor nuestro, la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana naturaleza.

Esta Contemplación es de suma importancia, pues ella nos hace ver la intención de Cristo Nuestro Señor y, por el contrario, la del enemigo de la naturaleza humana.

La primera disposición para santificarse es tener una visión clara, una convicción lúcida de la sabiduría del Evangelio: se trata de la conversión de la inteligencia.

El demonio, por supuesto, no quiere nuestra reforma, y trata de engañarnos.

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Esta Contemplación es sumamente oportuna:

En cuanto al fondo, el tema de las Dos Banderas es de una actualidad permanente. Penetra toda la Revelación, desde el Génesis hasta el Apocalipsis; vale decir, toda la realidad de la historia humana.

Es el tema de Las Dos Ciudades, de San Agustín, presentado en una perspectiva viviente de lucha: hay que considerar aquí cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya.

Esta lucha en que los dos grupos se enfrentan puede aparecer, según las épocas y circunstancias, más o menos cruda: Reforma, Enciclopedismo, Revolución Francesa, Ateísmo militante, Nuevo Orden Mundial, Reino del Anticristo...

Pero bajo estas cambiantes circunstancias, la táctica y las consignas utilizadas permanecen inalterables.

Esta Contemplación nos hace comprender algunas grandes e importantes verdades, muy olvidadas en estos tiempos:

1ª) No hay más que dos campos.

2ª) No se trata de elegir entre uno y otro; sino de comprender bien cuál es el espíritu de Jesucristo.


En cuanto a la forma, también es actual: ver un gran campamento en toda aquella región de Jerusalén, donde el sumo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor; otro campamento en la región de Babilonia, donde le caudillo de los enemigos es Lucifer.

Responde a una verdad profunda y sugestiva, inspirada en la Sagrada Escritura: Babilonia sugiere una civilización materialista, opulenta y orgullosa, opresora del pueblo elegido: es la imagen del mundo y de la contraiglesia. Ahí reside el jefe enemigo, repelente y cruel, pero disimulado por una escenografía al mismo tiempo ostentosa, fascinante e ilusoria, de allí la confusión y el desorden.

Jerusalén, al contrario, evoca la ciudad de paz, la humilde patria del pueblo de Dios aquí en la tierra. Es allí donde reside Jesús, que se presenta tal como es, amable y bello, sin simulacros ni artificios que lo oculten.

Se trata, pues, de dos Banderas, dos Amores, dos Ciudades, dos Cosmovisiones.

San Agustín dice: Dos amores han hecho dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios ha edificado la ciudad terrestre, la ciudad del diablo. El amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo ha hecho la ciudad de Dios.

Y San Ignacio nos hace pedir como gracia: Conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para guardarme de ellos; y conocimiento de la vida verdadera que nos muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle. ¿Cómo no pensar en la Parábola que estamos comentando?

Son cuatro gracias que no podemos separar. Es decir, si queremos conocer los engaños del demonio y defendernos de ellos, debemos conocer la verdadera doctrina y vivir conforme a ella; y viceversa, si queremos vivir conforme al espíritu cristiano, debemos conocerlo y apartarnos de los engaños y astucias del demonio, para lo cual es necesario conocer su táctica.

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El sembrador de cizaña nos es presentado de esta manera: Imaginar como si el caudillo de todos los enemigos tomase asiento en aquel gran campamento de Babilonia, en una especie de cátedra elevada de fuego y humo, en figura horrible y espantosa.

Lucifer, príncipe de este mundo, tal como es: en figura horrible y espantosa.

Cátedra elevada: la ciencia altiva y orgullosa, que desprecia a todos los que no opinan como ella. Desde el Paraíso, el demonio se hace el sabio para engañar a los hombres e imponerse.

El demonio golpea primero la cabeza: de allí las herejías, la ciencia contra la fe, la medicina y el derecho contra la moral y el derecho natural....

Fuego: el demonio golpea luego las pasiones. Para responder al plan de Dios es necesario permanecer en el plano de la razón y no dejarse vencer por las pasiones. El mundo actual vive en el desborde de las pasiones: amor-odio, deseo-fuga, gozo-tristeza, esperanza-desesperación, audacia-temor, ira.

El mundo vive sumergido en los pecados capitales: buscando el mal por algún bien adjunto = orgullo, gula y lujuria, avaricia; o huyendo del bien por algún mal adjunto = pereza, envidia y cólera.

Fuego: agitación, superficialidad; la nueva religión, sentimental y pasional.

Humo: es la consecuencia del fuego. De lo pasional, se sigue el error. Si no se vive como se piensa, se termina pensando como se vive.

El demonio se sirve de la imaginación y del desorden de las pasiones (fuego) para inducir al error (humo), y viceversa, a través del error (humo) excita y desordena la imaginación y las pasiones (fuego).

De aquí se siguen las ambigüedades, los equívocos, las afirmaciones con doble sentido, las medias verdades, las verdades locas de Chesterton, los sofismas, las proposiciones condicionales...

De aquí salen las grandes palabras vacías de contenido: libertad, igualdad, fraternidad, mayoría... y sus consecuencias buscadas: libertad de conciencia, de expresión, de religión, ecumenismo, etc.

De aquí se sigue la pertinacia y la protervia del juicio, la vanidad intelectual, la excesiva seguridad en las propias ideas. Todo esto es contrario a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio.

El demonio es mentiroso y padre de la mentira. Tiene un poder engañoso para que los hombres crean en la mentira y se condenen.

Es propio del mal espíritu producir oscuridad y tinieblas, ofuscando la mente y llenándola de incertidumbre y confusión, para apartarla de la verdad.

El demonio sabe muy bien mezclar la verdad con el error; es especialista en equívocos y ambigüedades. El demonio es capaz de decir 1000 verdades con tal de hacer pasar un solo error.

Disfraza las ideas malas con palabras ortodoxas para hacerlas amables. Recubre las ideas buenas con palabras heterodoxas para hacerlas odiosas.

La corrupción del lenguaje produce la corrupción de las ideas y de las obras.

La Cátedra de fuego y humo es la de la mala doctrina y las falsas filosofías, la de la teología modernista y las herejías, la de las falsas revelaciones y profecías.

Recordemos que el demonio no levanta su bandera y grita: ¡canallas del mundo, venid conmigo! ¡No!, él se presenta con voz meliflua, pretende hacer creer que no existen dos banderas, dos campamentos; sino que existen tres: uno, el de los santos; otro, el de los canallas; y uno intermedio, el de toda la gente sensata, sin exageraciones ni extremismos.

El demonio pretende que no se plantee el gran dilema: nos aturde con falsas antinomias, con falsas divergencias, con valores relativos a los que desorbita.

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En la Segunda Parte, San Ignacio presenta la Persona de Nuestro Señor, el sembrador del buen grano: se pone en un gran campamento de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso.

Se ve la oposición: el demonio sobre una cátedra elevada... la ciencia humeante... las pasiones... Nuestro Señor en un lugar humilde, habla simplemente, y todo el mundo lo comprende. En el Reino de Jesucristo hay una primacía, es la de la humildad.

A esta sencillez de Jesús acompaña una paz y alegría serenas, muy distintas del tumultuoso apasionamiento del campo de Babilonia.

A la ciencia vana y orgullosa, Jesús opone la verdad sencilla y humilde; a las pasiones desordenadas, la mortificación cristiana; al error y la mentira, la claridad de la verdad.

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Consideremos ahora el Llamado de Cristo Rey. Esta Contemplación nos debe servir para elevar la parte de generosidad de nuestra alma cuando se trata de una empresa noble. Nos debe hacer tomar la determinación de seguir el llamamiento de Cristo.

Tenemos que comprender aquello de lo que son capaces de hacer los hombres cuando se trata de defender una causa noble. ¿Acaso no debemos estar dispuestos a sufrir eso y mucho más cuando se trata de seguir a Nuestro Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores?

Debemos tener igual y aún mayor generosidad que los cruzados y los conquistadores de América...

Para comprender bien este ejercicio, tenemos que compenetrarnos de la mentalidad de San Ignacio y de la condición general del cristiano.

San Ignacio tenía una mentalidad militar, combativa; era un militar, y a la obra fundada por él le puso un título militar, de combate: Compañía de Jesús.

Para él, el mundo estaba dividido en dos partes: por un lado la Cristiandad y por otra parte el Islam. De allí la idea de Cruzada.

Además, el cristiano en general, en particular el confirmado [con mayor razón si se trata de un religioso o de un sacerdote], es un hombre militante. La Iglesia es militante; sus miembros son soldados de Cristo... Deben ser hombres definidos, distinguidos y combativos...

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Si le queremos dar a la empresa un matiz más actual, debemos imaginarnos el estado caótico del mundo, bajo el dominio tiránico del liberalismo y sus consecuencias políticas, económicas y sociales (todas las instituciones y actividades del hombre debajo del dominio del sembrador de cizaña).

Gracias a la Iglesia Católica y a su doctrina, todo cambió en el mundo: la teología, el dogma, la moral, las costumbres, la filosofía, la ciencia, las artes (la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura), la educación, el derecho, la política, la economía... todo... toda la vida del hombre quedó transformada...

Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados, dice León XIII. Hubo un tiempo en que la doctrina católica iluminaba toda la vida del hombre y dirigía todas sus empresas. De este modo llegó a forjarse la Civilización Cristiana.

Pero contra esa Sociedad Católica se levantó la Revolución Anticristiana, el proceso revolucionario: Humanismo - Renacimiento - Protestantismo - Masonería - Filosofismo - Revolución Francesa - Siglo Estúpido - Revolución Comunista – Modernismo – Concilio Vaticano II... y lo que va del siglo XXI...

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Las respuestas de los soldados de Cristo pueden ser más o menos generosas. Los hay egoístas, que ni siquiera escuchan el mensaje y se hacen los sordos. Perversos caballeros, seguirán prisioneros de sus pasiones, víctimas de los instintos inmoderados. Sabios según el mundo, pero ¡locos!, según Dios... Cristo ofrece la libertad, pero no la impone.

Los hay que ofrecen sus personas al trabajo y a la lucha, dispuestos a seguir el camino de Cristo, cuanto sea necesario.

Estos, se ofrecerán a cuanto sea necesario para vencerse a sí mismo. Con Cristo van a la victoria; sin Él a la derrota.

Para animarnos, veamos el ejército de innumerables luchadores que han escuchado la voz de Cristo Rey. No debemos considerarnos combatientes solitarios: son multitud, y lo más selecto de la humanidad, los que han vencido por completo al enemigo...

Los hay, en fin, aspirantes al heroísmo. Es la respuesta de los que quieran distinguirse. Querrán ir en vanguardia, y pasar pobreza, injurias, vituperios. Tomarán la ofensiva contra sus afecciones desordenadas, no sólo contra lo ilícito, sino contra lo lícito. Así están resueltos no sólo a vencer al enemigo, sino a derrotarlo por completo.

Ofrecer todo a Cristo es propio de aquellos que tienen juicio y razón. Los que quieran seguir a Cristo con mayor afecto y ser insignes, ser eminentes, ser excelentes en el servicio de Cristo Rey, deben ofrecerse para más y mayores cosas de las que el servicio ordinario pide necesariamente; hacer contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano.

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Frutos de estas contemplaciones han de ser:

* En el entendimiento: una gran claridad = conocimiento interno del Rey Eterno.

* En la voluntad: la resolución firmísima de seguir a Cristo, la resolución de aceptar el puesto que Él nos indique.

* En el corazón: un gran entusiasmo, un amor ardentísimo a Jesús, deseos de seguirle en la guerra a que nos llama.

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Me parece importante y oportuno, para terminar, recordar algunos puntos que deben meditarse y, en base a ellos, tomar decisiones:

1º) Las profecías bíblicas que se refieren al triunfo de la Iglesia en la presente edad señalan un crecimiento de la iniquidad que culminará con la apostasía. Y vemos que la historia va confirmando esta visión profética.

Estamos muy lejos, después de veinte siglos de cristianismo, de ver algún país en el cual el Reino de Cristo sea efectivo, y ni siquiera se vislumbra en el futuro una semejante realización, sino más bien lo contrario.

El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestras esperanzas en la pronta intervención de Cristo.

2º) La palabra Ecclesia (del griego ekkaleo = elegir, apartar) significa una congregación de hombres apartados, entresacados de entre la gran muchedumbre. De ahí que se llama a los fieles de la Iglesia "los elegidos".

Una iglesia que recibe y abarca a todos los hombres es una contradicción "in terminis".

3º) La Iglesia no ha de reinar ahora sobre el mundo, puesto que es entresacada del mundo. No ha sido encargada de conquistar al mundo. La conversión de todas las naciones no es la tarea de la Iglesia en la presente edad; sino que debe congregar a la Esposa de Jesús de entre las naciones.

No hay ningún texto en las Escrituras que demuestre que la Iglesia ha sido encargada de conquistar al mundo, o que en la presente edad obtendrá un dominio espiritual que abarcaría a todas las naciones. La Iglesia jamás convertirá al mundo, como tampoco puede convertir a Satanás, el príncipe de este mundo.

Lejos de encargar a su Iglesia la conquista del mundo, Cristo le manda predicar la Buena Nueva del Reino en testimonio a las naciones, para que aquel que creyere y recibiere el Bautismo, sea apartado del mundo.

La tarea de la Iglesia no está en llevar todo el mundo a Cristo, sino indudablemente en hacer conocer a Cristo a todo el mundo. Desde su fundación, la Iglesia ha recibido el mandato no de conquistar al mundo, sino de evangelizarlo.

Por lo tanto, la Iglesia no desea la redención del mundo para que Jesús venga otra vez, sino que la Iglesia desea ardientemente la Venida de Jesús para que el mundo sea redimido.

Resulta pues:

a) que no nos ha sido encargada la conquista del mundo
b) que Jesús nos avisa, expresamente, que tal cosa no acontecerá en la presente edad
c) que Jesús nos manda, repetidamente y del modo más solemne, que no esperemos la realización del Reino Mesiánico, sino la vuelta del Señor para que realice este Reino.

4º) No se trata de cruzarse de brazos en una espera estéril de la Venida del Señor, sino de ser dóciles instrumentos en las manos del Espíritu Santo con el fin de apresurar la congregación y presentación de la Esposa.

Querer redimir al mundo y querer fundar en la presente edad el Reino espiritual que abarque todas las naciones, es usurpar la tarea que el Padre tiene reservada para su Hijo.

5º) ¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es la llamada a conquistar el mundo, llegando a una dominación espiritual que abarque a todas las naciones, si el mismo Jesús nos enseña explícitamente, y sin lugar a dudas, lo contrario en la parábola de la cizaña?

¿Qué otra enseñanza se puede sacar de esta parábola, sino la de que la pequeña grey de verdaderos fieles ha de estar mortificada, acrisolada por la continua y creciente infiltración de los hijos del maligno entre la colectividad cristiana?

Aunque es doloroso decirlo, el completo olvido de esta enseñanza entre la gran mayoría de los cristianos es una de las pruebas más palpables de la verdad que Cristo anunció.

6º) Terminantemente se nos enseña no sólo que el mundo no mejorará poco a poco, sino que, por el contrario, irá obrando el misterio de iniquidad en el seno de la Cristiandad.

El misterio de iniquidad va en aumento. Presenciamos tiempos peligrosos, y vendrán aún mayores.

7º) En la presente edad, no será la Iglesia mediante un triunfo del Espíritu del Evangelio, sino Satanás mediante un triunfo del espíritu de apostasía, el que ha de llegar a un reino que abarcará a todas las naciones. Pues el Reino Mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.

8º) El estado normal de la Iglesia en la presente edad es la persecución y no el dominio del mundo. Esta persecución no es su muerte, sino su vida; y el peligro mortal que amenaza a la Iglesia consiste en la fornicación con los reyes de la tierra con que Satanás la tienta constantemente.

9º) Se ha objetado que esta doctrina presenta una sombría perspectiva del futuro; que es la filosofía de la desesperación; que está opuesta a la idea popular de que el mundo va progresando en el bien. Muchos agregan, sarcásticamente: "si todo esto es verdad, podemos cruzarnos de brazos y esperar la Venida de Cristo".

La Verdad Divina no es agradable al cristiano mundano. ¿Acaso la predicación de Noé agradaba a los que la oían? Sin embargo, el diluvio vino. ¿Acaso era agradable lo que Jeremías profetizaba al pueblo judío? Sin embargo, sobrevino la terrible suerte de la ciudad y la cautividad de Babilonia. ¿Acaso era agradable lo que anunciaban los profetas al pueblo judío, vaticinando la ceguera y la ruina? Sin embargo, rechazaron a Cristo atrayendo sobre sí la ruina y la dispersión.

10º) La Iglesia, lejos de vencer la iniquidad que hay en el mundo, será acrisolada por esa misma iniquidad, que va penetrando desde el principio entre los cristianos. De este modo, la iniquidad irá aumentando hasta llegar esos tiempos peligrosos, que las Escrituras anuncian con tanta insistencia. Y agradable o no, tenemos que clamar a voz en cuello para que el trigo no sea sofocado por la cizaña, y los panes ázimos se guarden de la levadura.

Aunque esta doctrina dura desagrada y desespera al cristiano mundano, el verdadero discípulo de Cristo la guarda con fidelidad y amor. Lo confirma no sólo en su fe en Cristo, sino también en su acatamiento a los dogmas de la Iglesia, y lo orienta en los tiempos tormentosos por los que estamos pasando. No se desespera ni pliega los brazos para esperar la Venida de Cristo, durmiendo. Lleno de una "viviente esperanza", la más "bienaventurada esperanza"; se esfuerza por salvar a algunos de esta mundana generación pecadora y adúltera.

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Engañado por las mentiras de teólogos, filósofos, políticos y economistas, el hombre moderno busca una luz que lo oriente. Y no podrá hallarla sino en la Tradición Católica y en las Profecías.

El Apocalipsis del Apóstol San Juan, el último de los Libros que componen las Sagradas Escrituras, es una profecía sobre la Parusía o Segunda Venida de Cristo, con todo cuanto la prepara y anuncia.

Pues bien, también respecto a la interpretación de esta profecía es desorientado el hombre moderno por los pseudoprofetas y los malos doctores. Y precisamente en esta crítica cuestión el Reverendo Padre Leonardo Castellani sobresale como Doctor y Profeta.

Es por eso que consideramos la situación actual y su desenlace a la luz de las enseñanzas de este profeta de los últimos tiempos. Son sus libros y sus artículos los que nos encauzan y nos hacen descubrir los senderos apocalípticos que conducen a la Jerusalén Celestial.

Comienza él por plantear la consigna:

¿Qué podemos hacer nosotros, si todo esto depende de una serie de destrucciones sucesivas y forma parte de una destrucción que avanza? «Conserva las cosas que han quedado, las cuales son perecederas», le manda decir Jesucristo al Ángel de la Iglesia de Sardes, la quinta Iglesia del Apokalipsis; lo cual quiere decir «atente a la tradición».


Y se anticipa a la objeción que plantea la humana debilidad y la temerosa postura demasiado terrenal:

Pero esto es inhumano, se nos manda luchar por una cosa que va a perecer, luchar sin esperanza de victoria, lo cual es imposible al hombre. Es imposible al hombre que está en el plano ético, cuyo signo es la lucha y la victoria; pero no al hombre que está en el plano religioso, el cual lucha por Dios, y sabe que la victoria de Dios es segura, y que él ha nacido para ser usado, quizá para ser derrotado, ¿qué importa? ¡Hemos nacido para ser usados! ¿Por quién? ¡No por el Estado, sino por el Padre que está en los cielos! «Porque sabes que no llegarás, por eso eres grande».


Termina por señalar la estrategia querida por Dios:

Tenemos que luchar por todas las cosas buenas que han quedado hasta el último reducto, prescindiendo de si esas cosas serán todas «integradas de nuevo en Cristo», como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza incontrolable de la Segunda Venida de Cristo. «La Verdad es eterna, y ha de prevalecer, sea que yo la haga prevalecer o no». Por eso debemos oponernos a la ley del divorcio, debemos oponernos a la nueva esclavitud y a la guerra social, y debemos oponernos a la filosofía idealista, y eso sin saber si vamos a vencer o no. «Dios no nos dice que venzamos, Dios nos pide que no seamos vencidos».