CONMEMORACIÓN DE TODOS
LOS FIELES DIFUNTOS
Tengan piedad de mí, tengan piedad de mí,
por lo menos ustedes mis amigos, porque la mano del Señor me ha tocado,
así se expresaba el Santo Job.
Esta es la conmovedora
súplica que la Iglesia Purgante envía a sus amigos en la tierra. Imploran su
ayuda pues dependen de sus oraciones.
No nos damos cuenta lo que
es el Purgatorio. No concebimos las espantosas penas, ni tenemos idea del largo
tiempo que las almas son retenidas en esas horribles llamas.
Como resultado, hacemos poco
o nada para evitarnos a nosotros mismos el Purgatorio, y aún peor, cruelmente
ignoramos a las pobres Almas que están allí y que dependen enteramente de nosotros
para ser auxiliadas.
En esta nueva Conmemoración
de Todos los Fieles Difuntos,
meditemos sobre el Purgatorio y tomemos buenas resoluciones.
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¿Qué es el Purgatorio? Es
una prisión de fuego en la cual algunas almas salvadas son sumergidas después
de la muerte y en la cual sufren las más intensas penas.
He aquí resumida en breves
palabras lo que los más grandes Doctores de la iglesia nos dicen acerca del
Purgatorio.
La existencia del Purgatorio
es tan cierta que ningún católico ha tenido nunca una duda acerca de ello. Fue
enseñado desde los tiempos más remotos por la Iglesia y fue aceptada con
indubitable fe cuando la Palabra de Dios fue predicada. La doctrina es revelada
en la Sagrada Escritura y creída por millones y millones de creyentes de todos
los tiempos.
En cuanto a la pena de
sentido, Santo Tomás Aquino, el
príncipe de los teólogos, dice que el fuego del Purgatorio es igual en
intensidad al fuego del infierno, y que el mínimo contacto con él es más
aterrador que todos los sufrimientos posibles de esta tierra.
San Agustín, el más grande
de todos los santos Doctores, enseña que para ser purificadas de sus faltas,
previo a ser aceptada en el Cielo, las almas después de muertas son sujetas a
un fuego más penetrante y más terrible que nadie pueda ver, sentir o concebir
en esta vida.
San Cirilo de Alejandría no
duda en decir que sería preferible sufrir todos los posibles tormentos en la tierra
hasta el día final que pasar un solo día en el Purgatorio.
Podemos preguntarnos, quizás, ¿por qué las penas del Purgatorio son tan severas?
Y la respuesta está el hecho de que el
fuego de la tierra fue hecho por la Bondad de Dios para nuestra comodidad y
nuestro bienestar, aunque a veces es usado como tormento, y es lo más terrible
que podemos imaginar.
En cambio, el fuego del
Purgatorio está hecho por la Justicia de Dios para castigar y purificar; y es,
por consiguiente, incomparablemente más severo.
Nuestro fuego, como máximo,
arde hasta consumir nuestro cuerpo, hecho de materia; por el contrario el fuego
del Purgatorio actúa sobre el alma espiritual, la cual es inexplicablemente más
sensible a la pena.
Cuanto más intenso es el
fuego, más rápidamente destruye a su víctima; la cual por consiguiente cesa de
sufrir; sin embargo, el fuego del Purgatorio causa el más agudo dolor y la más
violenta pena, pero nunca extingue al alma ni le quita sensibilidad.
Santa Catalina de Génova, en su Tratado sobre el
Purgatorio, dice que la esencia divina es de tal pureza que, para un alma
con la más mínima imperfección, mejor sería que ella misma se arrojara a mil
infiernos, antes que verse manchada en presencia de la Majestad Divina.
Así pues, el alma, comprendiendo que el Purgatorio ha sido
hecho con el fin de eliminar tales manchas, ella misma va allí y encuentra que
ha sido tratada con misericordia al permitírsele eliminar el impedimento
constituido por las manchas del pecado.
No hay lenguaje que pueda explicar, ni mente que pueda
comprender la seriedad de esta cuestión acerca del Purgatorio.
Mas yo, continúa la Santa, aunque veo que hay un Purgatorio
tan penoso como el Infierno, veo también que el alma con la menor mancha de
pecado acepta el Purgatorio como una merced y aún le parece poco comparado con
el impedimento que implica.
Me parece que el dolor de las almas en el Purgatorio por
haber disgustado a Dios, esto es, lo que ellas voluntariamente hicieron contra
Su gran bondad, es mayor que cualquier pena que puedan sentir en el Purgatorio.
Sin embargo, mucho más
severa que el fuego del Purgatorio es la pena de la separación de Dios, la cual
el alma también sufre en el Purgatorio. Es la llamada Pena de daño.
El alma separada del cuerpo
anhela con toda la intensidad de su naturaleza espiritual estar con Dios. Es
consumida de intenso deseo de volar hacia Él. Pero es retenida; y no hay
palabras para describir la angustia de esa aspiración insatisfecha.
En cuanto a la extensión de
la permanencia en el Purgatorio, ella
depende del número de faltas; de la malicia y la deliberación con que éstas
fueron realizadas; de la penitencia y satisfacción hechas por los pecados
cometidos; de los sufragios ofrecidos por ellas después de su muerte.
Las razones no son difíciles
de entender.
La malicia del pecado es muy
grande. Lo que a nosotros nos parece una pequeña falta, es en realidad una
seria ofensa contra la infinita bondad de Dios. Es suficiente ver cómo los
Santos se condolieron sobre sus faltas.
Somos débiles, es nuestra
tendencia; es verdad: Pero Dios nos ofrece generosamente abundantes gracias
para fortalecernos; nos da la luz para ver la gravedad de nuestras faltas, y la
fuerza necesaria para vencer la tentación.
Si todavía somos débiles, la
falta es toda nuestra; porque no usamos la luz y la fortaleza que Dios nos
ofrece generosamente; no rezamos, no recibimos los Sacramentos como debiéramos.
Un eminente teólogo remarca
que si las almas son condenadas al Infierno por toda la eternidad por el pecado
mortal, no hay que asombrarse que debieran ser retenidas por largo tiempo en el
Purgatorio quienes han cometido deliberadamente incontables pecados veniales,
algunos de los cuales son tan graves que, al tiempo de cometerlos, el pecador
escasamente distingue si son mortales o veniales.
También pueden haber
cometido algunos pecados mortales por los cuales se tuvo poco arrepentimiento y
se hizo poca o ninguna penitencia. La culpa ha sido remitida por la absolución,
pero la pena debida por los pecados tendrá que ser pagada en el Purgatorio.
Todos esos pecados, mortales
o veniales, se acumulan por 20, 30, 40, 60 años de nuestra vida. Todos y cada
uno deberán ser expiados para después de la muerte.
Entonces, no es de
asombrarse que algunas almas tengan que estar en el Purgatorio por mucho tiempo.
Santa Catalina de Génova, en
su obra ya citada, dice que es tal la intimidad con Dios en el
Purgatorio, y tan cambiadas están las almas, tornadas hacia Su Voluntad, que en
todas las cosas hay sumisión a la orden divina. Aún cuando un alma fuera traída
ante Dios cuando todavía algo, aunque sea nimio, le falta purgar, se le haría
un gran daño; venir manchada a la presencia de Dios sería un sufrimiento mayor
que diez Purgatorios.
Ver a Dios cuando el tiempo aún no ha llegado, aunque sea
por un período tan corto como un pestañeo, sería intolerable para esa alma. Se
echaría ella misma a miles de infiernos, para quitar esa pequeña suciedad que
no ha sido eliminada, antes que permanecer así en la presencia divina.
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Se entiende, entonces, por
qué y para qué rezar por las Ánimas Benditas del Purgatorio.
Estamos moralmente obligados
a rogar por las Benditas Almas de los difuntos.
Siempre estamos obligados a
amar y ayudar al otro, pero cuanto mayor es la necesidad de nuestro prójimo,
mayor y más estricta es nuestra obligación.
Ahora, ¿quién puede estar
más urgido de caridad que las almas del Purgatorio? ¿Qué hambre o sed o
sufrimiento en esta tierra puede compararse con sus más terribles sufrimientos?
¿Y quién puede necesitarnos más? Entre ellos, además, pueden estar nuestra
madre, nuestro padre, amigos y seres queridos.
Dios desea que las ayudemos.
Ellas son sus amigos queridos. Desea ayudarlas; desea mucho tenerlas cerca de
Él en el Cielo. Ellas nunca más lo ofenderán, y están destinadas a estar con Él
por toda la Eternidad.
Por una asombrosa
dispensación de su Providencia, Dios pone en nuestras manos la posibilidad de
asistirlas, nos da el poder de aliviarlas y aun de liberarlas. Nada le place más
a Dios que les ayudemos.
Nuestra Señora quiere que
los ayudemos. Nunca una madre de esta tierra amó tan tiernamente a sus hijos
fallecidos; nunca nadie consuela como María lo hace con sus sufrientes hijos del
Purgatorio; nunca madre alguna deseó reencontrarse con sus hijos como María
desea tenerlos con Ella en el Cielo. Le damos gran regocijo cada vez que sacamos
del Purgatorio a un alma.
Pero, ¿qué podremos decir de
los sentimientos de las Santas Almas? Sería prácticamente imposible de
describir su ilimitada gratitud para con aquellos que las ayudan. Llenas de un
inmenso deseo de pagar los favores hechos por ellas, ruegan por sus
benefactores con un fervor tan grande, tan intenso, tan constante, que Dios no
les puede negar nada.
Santa Catalina de Bologna
dice: He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho más
grandes de las Santas Almas del Purgatorio.
Cuando finalmente son
liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a
sus amigos de la tierra, su gratitud no conoce límites.
Postradas frente al Trono de
Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron.
Por sus oraciones ellas
protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los
asechan.
No cesan de orar hasta ver a
sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos,
sinceros y mejores amigos.
Si los católicos solamente
supieran cuán poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Ánimas Benditas,
no serían tan remisos de orar por ellas.
Otra gran gracia que
obtenemos por orar por ellas es un corto y fácil Purgatorio, o su completa
remisión.
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En este día de la
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, la Iglesia, piadosa y común Madre,
después de haber procurado ayer celebrar con los debidos honores a Todos los
Santos, que ya gozan del Cielo, cuida solícitamente de ayudar también con
poderosos sufragios, ante su Señor y Esposo, a todos los que aún gimen en el
Purgatorio, para que puedan cuanto antes llegar a la compañía de los ciudadanos
del Cielo.
Cumplamos con los deseos de
Nuestra Santa Madre la Iglesia, y ofrezcamos hoy y durante estos días nuestros
sufragios por las Bendita Almas del Purgatorio.