TERCER DOMINGO DE
ADVIENTO
Y éste es el testimonio
de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes
y Levitas a preguntarle: "¿Tú quién eres?"
Y confesó y no negó: y confesó: "Que yo no soy Cristo".
Y le preguntaron: "¿Pues qué cosa? ¿Eres
tú Elías?" Y dijo: "No soy". "¿Eres tú el Profeta?" Y respondió: "No". Y le dijeron: "¿Pues quién eres, para
que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de
ti mismo?" El dijo: "Yo soy la voz del que clama
en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta".
Y los que habían
sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron y le dijeron: "¿Pues por qué bautizas si tú no eres
el Cristo, ni Elías, ni el profeta?" Juan les respondió,
y dijo: "Yo bautizo en agua; mas
en medio de vosotros está a quien vosotros no conocéis. Este es el
que ha de venir en pos de mí, que ha sido engendrado antes de mí:
del cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato".
Esto aconteció en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba
Juan bautizando.
Como he dicho los últimos domingos, durante el Tiempo
Litúrgico de Adviento nos detendremos sobre la Persona adorable de
Jesús, considerándola según los principales aspectos con que se nos
ofrece en los Evangelios. Recuerdo que para este estudio utilizo, principalmente,
la precisa y bella doctrina del Cardenal Isidro Gomá y Tomás, Primado
de España.
De los rasgos y cualidades del Redentor prometido
y el Juez esperado ya hemos analizado el de Hijo de Dios, Hijo del Hombre,
Mesías, Maestro y Profeta.
Hoy nos detendremos en los atributos de Jesús Sacerdote
y Cordero.
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JESÚS, SACERDOTE
Ambos títulos, Sacerdote y Cordero, son mesiánicos. En el Antiguo
Testamento se delinea la figura de sacerdote y víctima del futuro Mesías.
En el Evangelio aparece Jesús como Sacerdote y Cordero
de Dios; y en los mismos tiempos apostólicos tendrá más amplio desarrollo
la teología católica sobre estos dos puntos, especialmente en la carta
de San Pablo a los Hebreos y en el Apocalipsis de San Juan.
Escasos son los textos del Antiguo Testamento en que
se afirme de una manera concreta el carácter sacerdotal del futuro
Mesías; con todo, se delinea en muchísimas de aquellas páginas.
El simple hecho de la filiación divina debía hacer
del Mesías el Profeta, el Sacerdote y el Rey por excelencia.
Un sacrificio nuevo exigía un nuevo sacerdocio, y
el profeta Malaquías vaticina para los tiempos mesiánicos un sacrificio
puro y universal, en que toda la exégesis cristiana ha visto profetizado
el sacrificio eucarístico.
Este sacrificio puro no lo ofrecerán los sacerdotes
según Aarón, porque el sacerdocio levítico debía circunscribir sus
funciones dentro de los límites de Israel, y la nueva Hostia pacífica
deberá ofrecerse en todos los puntos de la tierra: lo hará el sacerdote
de la religión que funde el Mesías, es decir, el mismo Mesías, de
cuyo Sacerdocio eterno participarán sus sacerdotes.
El Rey David, en el salmo 109, que es salmo sacerdotal
y real a la vez y que contiene uno de los más claros y definidos vaticinios
mesiánicos, llama al Mesías sacerdote eterno según el orden
de Melquisedec.
El sacerdocio del Mesías se colige de aquellos pasajes
en que se alude a un sacrificio personal que el mismo Mesías realizará,
y en el que será sacerdote y víctima a la vez.
David introduce en el mundo al Cristo futuro ofreciéndose
como hostia por los pecados con estas palabras: No quisiste sacrificio ni ofrenda.
No demandaste holocausto ni ofrenda por el pecado. Entonces dije: He
aquí que vengo... para hacer tu voluntad; palabras que San Pablo
aplica a Cristo Sacerdote.
Isaías habla de la muerte del Mesías como sacrificio
que hace de sí propio, sacrificio voluntario, sangriento, expiatorio.
En la misma tipología del Antiguo Testamento hallamos
un preludio del sacerdocio del Mesías. Abel, Melquisedec, Abraham son
tipos del sacerdocio del Mesías.
Particularmente Melquisedec y Abraham son los dos
tipos representativos de los dos sacerdocios del Testamento Antiguo:
el primero representa el sacerdocio antes de la ley; el segundo, el
sacerdocio legal, ya que de Abraham vienen Aarón y Leví, de cuya tribu
debían ser los sacerdotes según la ley.
El sacerdocio del Mesías deberá ser según
el orden de Melquisedec, no de Aarón:
Primero, porque el Mesías no será de la tribu de
Leví, sino de la de Judá, que no es sacerdotal.
En segundo lugar, porque el sacerdocio de Melquisedec
era más perfecto que el de Abraham, de donde nacerá Aarón.
Era mayor la dignidad del oferente, porque Abraham
pagó el diezmo a Melquisedec y recibió de él la bendición.
Más perfecta también la representación del futuro
sacerdote Hijo de Dios, sin padre, ni madre, ni genealogía,
sin padre como hombre, sin madre como Dios y sin genealogía por su
inescrutable origen.
En esta independencia de la
genealogía sacerdotal levítica está uno de los más preciados
caracteres del futuro sacerdocio del Mesías.
Será un sacerdocio nuevo, porque lo será
su sacrificio y su religión; porque la ley debía ser abolida, substituyéndola
un pacto o Testamento nuevo, sellado con la Sangre del nuevo Sacerdote
según el orden de Melquisedec; sempiterno, es decir, no dependiente
de las generaciones humanas, que fenecen, sino fundado en la unión
substancial de la naturaleza humana en la Persona del Verbo que permanece
eternamente; perfectísimo, que no tendrá necesidad de ofrecer hostias
por sus pecados, porque será el Hijo eternamente perfecto.
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La misión sacerdotal de Jesús, la naturaleza de su sacerdocio y los frutos de su sacrificio
vienen expresados casi ya en su forma teológica definitiva en los escritos
apostólicos, especialmente en las epístolas de San Pablo.
En la conversación con Nicodemus esboza ya Jesús
en sus grandes líneas sus funciones sacerdotales. La primera de ellas
es la mediación por el sacrificio expiatorio de sí mismo; la participación,
por la fe y el bautismo, de la gracia que brota de la muerte expiatoria
de Jesús, es la que reconcilia a los hombres con Dios y les hace capaces
de renacer a la vida divina y de ver su reino.
Pero donde aparece la grandeza sacerdotal de Jesús
es en el Calvario. Allí se nos presenta como Sacerdote que se inmola
a sí mismo con un acto de su voluntad libérrima.
Jesús se inmola a Sí mismo por el derramamiento
de su Sangre, la Sangre del Nuevo Testamento, que la noche antes de
morir pone en el Cáliz de la última Cena. El sacrificio de Jesús
es holocausto, porque glorificó a su Padre de una manera perfecta;
es sacrificio para remisión de pecados; es sacrificio pacífico, porque
se propone reconciliar los hombres con Dios.
Toda la vida sacerdotal de Jesús está encerrada
en aquellas palabras de su oración sacerdotal: Por ellos me santifico a mí mismo.
La solemnidad del momento y la misma solemnidad de la frase, demuestran
que Jesús iba a entrar en la función definitiva de su sacerdocio eterno,
aboliendo los viejos sacrificios y el sacerdocio legal con el acto sacerdotal
que dentro de poco realizará inmolándose a sí mismo en la Cruz.
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La primera condición del sacerdote,
según el Apóstol, es la de mediador; y para ello es preciso que sea hombre; ni más,
ni menos; ni superior ni inferior a la naturaleza humana.
Jesucristo, sacerdote único de una sociedad universal
y única como será su Iglesia, debía ser hombre que formara parte
de este inmenso organismo social. Dios no es sacerdote; no puede serlo,
porque es uno de los extremos de la mediación.
Ni debe ser una naturaleza
superior o inferior a la humana la que ejerza el oficio sacerdotal;
porque el deber de la ofrenda y de la expiación incumbe personalmente
a la criatura racional que recibió de Dios la vida y que pecó contra Él.
Y ved al Verbo cómo se hace hombre, tomando una naturaleza
humana en las entrañas de la Virgen. Se hace hombre precisamente para
ser sacerdote, porque el fin de la Encarnación es la Redención, y
ésta debía lograrla Jesucristo por la gran función sacerdotal de
su sacrificio.
No basta para ser sacerdote ser miembro de esta gran
solidaridad humana. El sacerdocio no es una función civil, sino sagrada,
especialísima, única entre todas las funciones de carácter social.
No depende, por lo mismo, de la voluntad personal de cada hombre ni
de la autoridad civil que llame a un ciudadano a estas altas funciones;
se requiere vocación de Dios; el que toma la investidura sacerdotal
sin ser llamado, o ejerce por su antojo las funciones de mediador entre
Dios y los hombres, es un intruso.
Es otro carácter que señala el Apóstol: Que nadie
se arrogue esta dignidad; es preciso para lograrla ser llamado por Dios,
como Aarón.
Exige esta vocación la misma naturaleza del oficio
sacerdotal. Intermediario entre Dios y los hombres como es el sacerdote,
debe ser grato al Cielo y a la tierra, en especial al Cielo.
Si el sacerdote no es grato a Dios, por la mezquindad
de su pensamiento o de su corazón; si no sabe o no quiere rendir toda
su vida, que es como la síntesis de la vida de sus representados, ante
la majestad del Ser Supremo; si es hombre de pecado, y los ojos santísimos
de Dios descubren en el fondo de su alma esta mancha que tanto odia
en los hombres, ¿cómo podrá el hombre ejercer con eficacia funciones
sacerdotales?
Jesucristo, Sacerdote de la Nueva Ley, Sacerdote único
en quien se encerrará todo el sacerdocio definitivo y eterno, debía
ser llamado por Dios, con mayor razón con que fue llamado Aarón. Y
lo fue en forma solemnísima.
Y por este hecho es llamado a ser Sacerdote; porque
el Verbo de Dios se encarna con una finalidad esencialmente sacerdotal.
Para esto vino del Cielo a la tierra y para esto fue hecho sacerdote.
Es decir, que el Verbo se encarna para redimir, redime por su sacrificio
y sacrifica por su ser y sus funciones de sacerdote.
Encarnación y Sacerdocio, Sacrificio y Redención,
están en Jesucristo íntimamente trabados, son absolutamente inseparables
en la realidad objetiva de su ser y de su vida.
Tal es la vocación de Jesús al sacerdocio. Es vocación
de toda la eternidad, que se realiza en el tiempo cuando la naturaleza
humana de Cristo se junta a la Persona divina. El mismo hecho de la
filiación constituye la razón de su sacerdocio.
¿Fue Jesucristo consagrado sacerdote? ¿Cuándo y
cómo lo fue? Al Sacerdote de la Nueva Ley no debía faltarle la consagración,
de lo contrario hubiera quedado por debajo del sacerdocio de Aarón.
He aquí cómo fue ordenado y consagrado sacerdote
Jesucristo: por el puro hecho de la unión hipostática de su naturaleza
humana con la Persona del Verbo. Fue entonces cuando la humanidad de
Jesucristo fue ungida con la divinidad del Verbo.
El Verbo es el Crisma sustancial, porque sustancialmente
es Dios. Al tocar el Verbo de Dios la Humanidad santísima, Jesucristo
fue consagrado Pontífice único, porque es el único hombre que se
ha puesto en contacto personal con Dios.
No sólo Pontífice único, sino Pontífice substancial
y total, es decir, sacerdote por su misma naturaleza y por su mismo
ser; porque al ponerse en contacto con la divinidad fue íntima y totalmente
invadido por ella, y por ella ungido en alma y cuerpo.
Así, la unción sacerdotal del Espíritu de Dios, al
venir sobre Jesucristo, se compenetró con Él hasta hacer de Él no
un hombre ungido, sino "el Ungido",
y una como unción viva y substancial, que esto significa la palabra Cristo.
Y si el sacerdote es el hombre de Dios, porque está
tocado por la santa unción de Dios, nadie más sacerdote que Jesucristo,
que más que hombre de Dios, es el Hombre-Dios, constituido tal por
esta misma unción de la divinidad.
¡Qué dulce y fuerte es para nuestra alma el pensamiento
de que Jesús es sacerdote ya desde su primer vagido y de que toda la
obra de su vida es función y ofrenda sacerdotal!
Sacerdote en el pesebre de Belén, donde, con su primer
dolor, empieza a ofrecerse Hostia viva que se consumará en el Calvario.
Sacerdote cuando consagra el pan y el vino, instituyendo
la oblación inmaculada de la Eucaristía, que ya no cesará más
y se ofrecerá en todo lugar del mundo.
Sacerdote, especialmente, cuando, clavado en Cruz,
es Él mismo el altar, la víctima y el Pontífice que consuma la única
oblación totalmente acepta a Dios desde que el mundo es mundo.
Sacerdote en el Cielo, donde ejerce las funciones
pontificales de intercesión ante el Padre.
Tales son las características del sacerdocio de Jesucristo.
Hombre como nosotros, llamado por Dios con juramento a las funciones
sacerdotales, consagrado con la plenitud de la unción de la divinidad
misma que le constituyó en Ungido o Cristo personal y vivo,
santo, inmortal y de una categoría única en la historia del sacerdocio,
Jesucristo es, en verdad, el Hombre constituido intermediario entre
Dios y los hombres, puente divino entre el Cielo y la tierra, Mediador
entre el Santo y los pecadores.
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JESÚS CORDERO
El Cordero es el símbolo de la dulzura y de la mansedumbre,
el ser más inofensivo y amable de la naturaleza. Es el más generoso
y abnegado: déjase quitar la blanca y fina lana que cubre sus delicados
miembros. Se deja sacrificar sin protesta y da su carne sabrosa a sus
mismos verdugos.
Supuestos los designios de Dios sobre la persecución,
tormentos y muerte del futuro Mesías, el cordero era el símbolo más
apropiado de la divina Víctima. Como tal aparece en los libros del
Éxodo, Isaías y Jeremías y en las prácticas del culto mosaico.
Moisés, en el capítulo 12
del Éxodo, promulga su primera ley: es la de la Pascua, por la que se instituye el año
lunar, la fiesta principal del año, y el rito del sacrificio y manducación
del cordero. Todo este pasaje es el centro y la llave del simbolismo
de la redención.
La institución del cordero pascual fue para
los judíos no sólo un recuerdo de su liberación de la servidumbre
de Egipto, sino un símbolo de su liberación futura y definitiva.
El tipo real y ritual del cordero tendrá su realización
en Cristo: Nuestra Pascua es el Cristo inmolado.
En Isaías se nos describe la paciencia en sus dolores.
La profecía de la pasión del Cordero está contenida en el fragmento
llamado el poema del Siervo de Yahvé,
que comprende todo el capítulo 53. En él se describen minuciosamente
los tormentos, la muerte y la resurrección gloriosa del Mesías, su
carácter de víctima universal y substitutiva y la redención obrada
por su sangre.
Jeremías nos presenta al futuro Mesías, en las persecuciones
de que le harán objeto sus enemigos, bajo la figura de un cordero que
es llevado al sacrificio. El Profeta nos describe las asechanzas que
contra él han puesto sus enemigos. El pasaje, en su sentido literal,
se aplica al mismo profeta; pero éste es el tipo del Mesías.
El cordero ocupaba un lugar especial en la práctica
de los sacrificios de Israel. A más del cordero pascual, sacrificio
el más universal y popular del pueblo judío, había el sacrificio
diario de dos corderos, uno por la mañana y otro por la tarde. En las
principales fiestas, Neomenias, primer día de la Pascua, Pentecostés,
fiesta de las Trompetas y de la Expiación, se inmolaban siete corderos
de un año; catorce en la fiesta de los Tabernáculos y los seis días
siguientes.
Así el cordero, especialmente el pascual y los
del sacrificio cotidiano, mantenía vivo en el pueblo de Dios el símbolo
del Mesías víctima. Si así no lo interpretaron, sobre todo en los
últimos siglos inmediatos a la redención, debióse al extravío de
la tradición y a las ideas de megalomanía temporal que habían prevalecido
entre los intérpretes de la ley.
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Cuando aparece Jesús a la vida pública, el Bautista, gran Profeta, sintetizando toda
la profecía y la tradición de Israel sobre el Mesías Cordero, señala
a Jesús, en forma solemne como realización del antiguo símbolo: He aquí el Cordero.
Era el Cordero por antonomasia, antitipo del cordero
de las profecías y de las instituciones legales del Antiguo Testamento.
Y luego, a la luz del divino Espíritu, ve el Bautista
la trascendencia espiritual del Mesías Cordero: es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo.
Jesús es el Cordero de Dios que quita los
pecados del mundo. La Iglesia repetirá durante todos los siglos
esta frase verdaderamente culminante del Bautista. Cordero único que,
con su Sangre de valor infinito, borra todo pecado de toda la faz de
la tierra.
En la institución de la Sagrada Eucaristía hallamos el complemento de la significación simbólica
del Cordero pascual. Nos dice el Evangelio que Jesús comió su Pascua,
la noche antes de morir, con sus discípulos. Comido ya el cordero según
las prescripciones de la ley, Jesús tomó el pan, y lo bendijo, y lo
dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed: esto es mi cuerpo.
Al mismo tiempo figura la inmolación, que deberá realizarse el día
siguiente, poniendo aparte en un cáliz su propia sangre: Este es el cáliz de mi sangre:
bebed todos de él.
Así se consumaba el simbolismo del cordero:
a la mactación seguía la manducación; al Sacrificio, el Sacramento.
Ya el símbolo ha fenecido, y le ha sucedido la realidad
que sólo pudo inventar la mansedumbre, la suavidad, la delicadeza del
Cordero divino: el Sacrificio y la Comunión Eucarística, que llenarán
la tierra y los siglos.
Y acompañarán a la manducación del Cordero de la
nueva ley, Jesús, nuestra Pascua, las palabras del Bautista, tan profundamente
evangélicas, en las que se suman todas las esperanzas: He aquí el Cordero de Dios, he
aquí el que borra los pecados del mundo...
San Juan, el Evangelista, en las magníficas descripciones de su Apocalipsis, ha desentrañado
toda la teología del Cordero Jesús, víctima, redentor y lleno de
gloria en el Cielo.